La firma Nvidia llega al billón de dólares de capitalización tras su conversión de compañía global de componentes a plataforma de servicios de supercomputación. Queda inaugurada la era de la Inteligencia Artificial en las bolsas, y la del terror a sus efectos.
La Inteligencia Artificial (IA) se ha convertido en la gran dama blanca a la que pretenden cortejar los tiburones bursátiles en un año de alta incertidumbre y volatilidad en los mercados. Y Nvidia, emblema de la boyante industria de microchips californiana, se ha erigido en su máximo estandarte.
Es el emisario del maná inversor que tendrá en los servicios vinculados a la IA, con sus diversos campos de innovación, desde el Big Data hasta la Economic Analytics, pasando por la supercomputación, la industria de los semiconductores o a los avances algorítmicos.
La multinacional estadounidense acaba de protagonizar un enorme impulso en Bolsa tras su debut a comienzos de junio como compañía de supercomputación.
Se trata de un “punto de inflexión y de no retorno”, como admitió su consejero delegado, Jensen Huang, al justificar que la firma “se adentraba en los servicios de IA”, mensaje que le deparó en el inmediato y entusiasta aplauso inversor de Wall Street.
La presentación en sociedad de su plataforma de supercomputación DGX GH2000 llevaba aparejado el desafío de “acompañar” a las empresas tecnológicas a generar sus propios prototipos de ChatGPT.
Microsoft, Meta, Alphabet o Google ya estaban en su sala de espera. “Sé que es muy ambicioso”, admitió Huang, pero Nvidia será el epicentro del tsunami de la IA, un cambio de paradigma que “solo hemos podido lograr desde nuestro negocio de chips para gráficos y hardware”.
Todo ello ha catapultado a Nvidia a billón de dólares de capitalización (el valor total de sus acciones por su precio en Bolsa). Nunca una firma de la industria de los componentes electrónicos se había acercado a esta psicológica frontera. Este hito histórico motivó que Huang proclamase la entrada en “una nueva era, la de la computación”.
La revalorización de la multinacional californiana, con sus 30 años de vida prácticamente dedicada a la industria de los videojuegos con sus tarjetas gráficas de chips de alta resolución, ha superado el 165% desde el inicio del año y ha llegado a acumular un 30% más de valor en la jornada en la que su consejero delegado facilitó datos de su negocio de chips GPU de IA.
Ted Mortonson, estratega tecnológico en Baird, tilda al primer espada de Nvidia de “auténtico visionario, porque hace más de una década comprendió que sus inversiones debían dirigirse hacia el silicio y el software”, dice en Business Insider.
La industria tecnológica cambia de motor
El contagio de Nvidia ha sido inmediato. Varias empresas con vitola tech se han subido al carro bursátil de la multinacional estadounidense y a la estela del boom de la IA generativa de herramientas como ChatGPT o Stable Diffusion.
También se sienten protagonistas en este despegue del sector tecnológico, el de más intensidad en un año de convulsión inversora.
En el negocio del hardware, la californiana Advanced Micro Devices (AMD), que ofrece soluciones informáticas y gráficas de alto rendimiento para IA, ha subido el valor de sus acciones un 94% desde el inicio de 2023. Por su parte, Taiwan Semiconductor Manufacturing (TSM), manufacturera de semiconductores de referencia en Asia, lo ha hecho en un 39%.
Asimismo, su rival estadounidense Micron Technology (MU), a la que acaba de vetar China en su mercado, se ha revalorizado un 47% ante la gran pujanza de sus productos de almacenamiento y memoria.
En el software, los analistas apuntan a los tres grandes como catapultas hacia El Dorado bursátil: Meta, Microsoft y Alphabet.
En cuanto a Meta, la compañía cuenta con el modelo de lenguaje LlaMa. Por su parte, Microsoft -creadora de Windows, Xbox- es dueña de OpenAI, firma que desarrolló LLM GPT-4 y Chat GPT, el chabot de la IA por excelencia.
Finalmente, Alphabet, matriz de Google, cuenta con sus circuitos integrados TPU para aplicaciones de aprendizaje automático ASIC, su biblioteca de IA de código abierto Tensor Flow y el lanzamiento de Bard, competidor directo de ChatGPT.
De hecho, Meta, la big-tech de Mark Zuckerberg, ha subido en Bolsa un 116% en lo que va de año, sería su mejor rendimiento en seis meses de su historia, después la travesía por el desierto bursátil y laboral con sus oleadas de despidos de 2022.
La industria de los microchips se ha hecho grande, con varias empresas tocando a las puertas del billón de dólares de capitalización con la IA y la gestión de datos por banderas.
The Economist habla de una indudable edad dorada al precisar que las 30 firmas con mayor peso de negocios de IA del Nasdaq (el mercado bursátil de las empresas tecnológicas) han incrementado su valor en un 40% desde que ChatGPT fue lanzado al mercado en noviembre pasado.
“Una nueva fuerza emergente de IA y de alta tecnología se está configurando”, avisa Daniel Jeffries, de IA Infraestructure Alliance, un lobby de esta naciente industria.
La cara oculta de la IA
El poder de la computación, sin embargo, genera no pocos interrogantes después de la experiencia reciente de fenómenos como las criptomonedas, de los que la IA y el Big Data adquieren su tecnología blockchain.
Parte del peligro de que se infle una burbuja financiera similar en el universo de la IA surge de los diagnósticos de los bancos de inversión: Bank of America, por ejemplo, admite que en la última semana de mayo adquirió por demanda de sus clientes 8.500 millones de dólares en activos techs para sus fondos.
Aunque sus expertos alertan de un escenario que empieza a tener comparación con la crisis bursátil de las puntocom de comienzos de siglo y que se podría estar ya gestando ese halo especulativo por el comportamiento en bolsa de Nvidia y Meta, entre otras firmas.
En paralelo a este rally bursátil, algunos avisan que, en este terreno, “todo puede salir mal”, como dijo el cofundador de OpenAI, Sam Altman, en un discurso en París a finales de mayo.
Casi al mismo tiempo, Geoffrey Hinton, el padrino de la IA en Google dejó la firma alarmado por que esta tecnología inunde la red de falsos textos, fotos y vídeos y que sus herramientas remplacen a un amplio abanico de trabajadores.
También hay partidarios dentro del ámbito empresarial de una moratoria en la innovación de la IA, sin pausar su investigación, como reclaman en un manifiesto al que se han unido responsables de grandes compañías tecnológicas, como Steve Wozniak, cofundador de Apple, y también de medianas empresas, en el que consideran “esencial, normalizar y legitimar el debate sobre los riesgos más severos de la IA”.
Lo firma Future of Life Institute, foro que afirma luchar por reducir los riesgos catastróficos y existenciales globales que enfrenta la humanidad y, en particular, el que promueve la IA.
En gran medida, las soluciones pasan por una regulación equilibrada que vele por los derechos de los usuarios. Pero las posiciones no son unánimes.
Europa está más propensa a exigir a las empresas la concreción de los contenidos creados por IA y la prohibición de identificaciones personales en espacios públicos. En cambio, EEUU quiere impulsar de leyes laxas que hagan ganar dimensión a los grandes emporios.
Y, por su parte, China busca el control riguroso de las firmas extranjeras y domésticas para ejercer sus métodos de censura sobre la opinión pública.
Pero hay otras amenazas. Una de ellas es el temor a que altere las fuerzas de trabajo. Expertos de Goldman Sachs cifran en unos 300 millones de empleos a tiempo completo los que podrían remover en todo el planeta la IA generativa en los próximos años.
“No necesariamente serán reemplazados”, matizan, aunque Daron Acemoglu, economista del MIT, asegura que “es un nuevo juego que no sabemos cómo va a manifestarse porque carece de reglas de funcionamiento”.
Además, la IA estimula la desigualdad global. Gabriella Saller, consultora en el Igarapé Institute y analista en New America, incide en que el salto tecnológico de la IA “es una buena noticia para los autócratas y elites empresariales porque pueden monopolizar los recursos públicos”.
Esto tendrá lugar a menos que “surjan regulaciones equilibradas, con mecanismos de compensación eficientes, salvavidas sociales y barreras de protección frente a las autoridades políticas”, indica la experta. A su juicio, todo ello “puede dañar a la digitalización y a los ingresos de próximas generaciones”, escribe en Foreing Policy.
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