Se comenzó hablar en Washington de un nuevo eje del mal: Brasil, Venezuela y Cuba. Estados Unidos intensificó la movilización del Pentágono, la CIA, la DEA (el organismo antidrogas de Estados Unidos), el Comando Sur y el nuevo Comando Norte (que unificaba las fuerzas armadas de México, Estados Unidos y Canadá bajo el mando de oficiales estadunidenses) para implementar una política de intervención sofisticada. Y los movimientos sociales se redoblaron.
En 2002, miles de paraguayos derrotaron una ley antiterrorista y otra de privatizaciones. En el sur de Perú, una coalición popular forzó la suspensión de la privatización de la energía eléctrica. En Bolivia, Evo Morales, campesino indígena del Mo-vimiento al Socialismo (MAS), “ganó” la pluralidad de votos en la elección presidencial (estilo Cuauhtémoc Cárdenas, en México en 1988, o “el que gana pierde”). El programa antineoliberal del MAS apoyaba la renacionalización de todos los bienes privatizados.
Un año después ocurrió una serie de victorias electorales contra candidatos de la derecha. En Argentina, Néstor Kirchner derrotó a Carlos Menem y desafió al Fondo Monetario Internacional. En Paraguay, ganó la presidencia un aspirante que apostó por el Mercado Común del Sur. En Colombia, las fuerzas que apoyan al presidente Alvaro Uribe perdieron su referéndum y muchas alcaldías, incluyendo la de Bogotá, fueron ganadas por la alianza de centroizquierda Polo Democrático.
La insurrección boliviana de octubre de 2003 en la guerra del gas derribó a un presidente lacayo de la embajada estadunidense. En Uruguay, los votantes derogaron la ley que permitía a la petrolera estatal asociarse con capitales extranjeros.
Inclusive en Chile, donde la represión estilo pinochetista se ha modificado y mo-dernizado, hubo nuevas protestas contra la alianza entre el gobierno socialista y la de-recha. Estas incluyeron huelgas de transportistas, huelgas de hambre de presos políticos y de parientes de los desaparecidos políticos, y manifestaciones por los jóvenes de las Brigadistas de la Memoria, que incluyen frecuentes funas (llamadas escraches en el resto del Cono Sur, o sea, manifestaciones contra los responsables de las guerras sucias, en demanda del fin de la impunidad).
Y 250 mil personas se manifestaron en la ciudad de México, en junio de 2004, contra la violencia y para insistir en el castigo a los responsables de las asesinadas en Ciudad Juárez y un alto a la impunidad.
Lo que está en juego en América Latina es nada menos que la soberanía de todos los países y el control de sus riquezas naturales, incluyendo el petróleo, la energía y la mano de obra barata, la biodiversidad y fuentes de agua potable, las es-cuelas, hospitales, viviendas, transportes, seguros sociales, jubilaciones y otras instituciones de servicio público, los bancos e industrias, pero, sobre todo, la continuación de los movimientos sociales.
* Historiador y sociólogo de la Universidad Estatal de Nueva York
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