Es una de las poetas más destacadas de Estados Unidos, junto a Sharon Olds. Se ha subrayado su talento para mezclar los mitos griegos con el presente. Entre su extensa obra, los títulos publicados en español son El iris salvaje, Ararat, Averno, Las siete edades, Vita nova, Praderas y Una vida de pueblo.
“Las cosas/ que no pueden moverse/ aprenden a mirar”. La poesía ilumina aquello que se oculta al oído de la mirada. La poeta Louise Glück, ganadora del Premio Nobel de Literatura 2020, escucha los poemas con los ojos y puede mezclar tan naturalmente como si respirara los mitos del mundo griego con el presente. A la poeta estadounidense no le gustan los poemas demasiado acabados y que destilan certezas. Desde una intimidad que trasciende lo “confesional”, ha escrito poemas en los que las preguntas superan a las respuestas. Obsesionada con no repetirse, se ha medido con el desafío de escribir en “contra” del libro anterior, como si estuviera esperando la revelación en las cosas pequeñas de la vida, la epifanía imprevista ahí donde nadie esperaría nada.
El Nobel de Literatura a Glück (Nueva York, 1943) es una doble alegría porque es un premio a la poesía –no se premiaba a una poeta desde que lo ganó la polaca Wislawa Szymborska en 1996, aunque en 2016 fue galardonado Bob Dylan, un poeta que escribe grandes canciones— y a una de las poetas más destacadas de Estados Unidos, junto a Sharon Olds. Resulta difícil inscribirla en una corriente literaria, porque su estética es el resultado de la decantación de muchas influencias y lecturas, pero pertenece a la tradición de la poesía estadounidense que va de Emily Dickinson hasta Elizabeth Bishop o Hilda Doolite, pero también es heredera de Wallace Stevens, William Carlos Williams y W.H.Auden. La editorial española Pre-Textos es la principal responsable de la publicación de una parte importante de la obra de Glück en español. Entre los siete libros que ha editado se destacan El iris salvaje, Ararat, Averno (“una colección magistral, una interpretación visionaria del mito del descenso de Perséfone al infierno en el cautiverio de Hades, el dios de la muerte”, según la Academia Sueca), Las siete edades, Vita nova, Praderas y Una vida de pueblo. En 1993 ganó el Premio Pulitzer de poesía por El iris salvaje, también recibió el National Book Award en 2014.
Para Manuel Borrás, editor de Pre-Textos, el premio a Glück ha sido inesperado. “Tú publicas, apuestas por un autor, absolutamente nadie te hace caso y le tienen que dar un premio Nobel para que le paren la bola. Los premios son útiles cuando nos descubren a alguien tan bueno”. El editor español leyó a la poeta estadounidense por recomendación de un amigo neoyorquino y se enamoró perdidamente de su poesía. “Ha vendido 200 ejemplares en el último año. Aplaudimos autores de grandes grupos unánimemente pero son obras que olvidamos a los cuatro días. En la periferia estamos publicando libros importantes y es un disparate que no se tengan en cuenta”, agrega Borrás. Aunque se la ha definido como “una gran poeta de temas domésticos e intimistas”, a su editor en español le parece que, aunque hable de cosas muy domésticas, las trasciende: “hablando de su hermano, su padre o su marido habla de los nuestros, tiene esa capacidad de universalización que define a los poetas grandes”.
“La experiencia fundamental del escritor es la impotencia”, plantea Glück en uno de los ensayos deProofs & Theories. “Con esto no pretendo distinguir entre escribir y estar vivo: tan sólo corregir la fantasía de que el trabajo creativo es un registro continuo del triunfo de la voluntad, de que el escritor es alguien que tiene la buena suerte de hacer aquello que es capaz o desea hacer: imprimir, de forma segura y regular, su ser en una hoja de papel. Pero la escritura no es una decantación de la personalidad. Y la mayor parte de los escritores emplean buena parte de su tiempo en diversos tipos de tormento: queriendo escribir, siendo incapaces de hacerlo; queriendo escribir de un modo distinto, siendo incapaces de hacerlo. En el tiempo de una vida son muchos los años perdidos esperando la llegada de una sola idea. El único ejercicio real de voluntad es negativo: tenemos, hacia aquello que escribimos, derecho de veto”.
La voz de Glück alumbra desgarros de la existencia. “Todos podemos escribir sobre el sufrimiento/ con los ojos cerrados. Deberías mostrarle a la gente/ algo más de ti misma; mostrarles tu clandestina/ pasión por la carne roja”, dice en el final del poema “Mañana lluviosa”, incluido en Praderas. La poeta sufrió de adolescente anorexia nerviosa y se psicoanalizó durante un tiempo. “Cuando tenía unos veinte años y empezaba, por fin, a dominar en el psicoanálisis el abanico de síntomas que me habían controlado, cuando era capaz de realizar actos deslumbrantes como comer en presencia de otros seres humanos; cuando ya no necesitaba hacer las mismas tareas diariamente en el mismo orden; cuando ya no estaba totalmente retraída (que es el legado común de la vergüenza), me encontré de repente aterrorizada –recuerda Glück-. Se presentó una visión de desoladora normalidad. Estaba aterrada, específicamente, de que la normalidad —lo que sea que quisiera decir con esto— erradicara de alguna manera la necesidad o la capacidad de lo que incluso entonces llamaba ceremoniosamente mi trabajo (…) Y recuerdo muy claramente mi pánico y los términos en que acusé a mi analista, que había conspirado en todo esto: me iba a hacer tan feliz que no escribiría. También recuerdo su respuesta. Me miró directamente, un evento en sí mismo raro (y posiblemente la razón subyacente por la que recuerdo este intercambio). Su respuesta fue memorablemente sucinta. El mundo, me dijo, le proporcionará suficiente dolor”.
Los poemas de Glück son miniaturas autobiográficas “despojadas de la trampa de la cronología y el comentario”. La poeta estadounidense logra que la experiencia se cierna sobre los otros, desplegando la profundidad de una vieja herida: el deseo de liberarnos del sufrimiento, cuando lo que obtenemos es más dolor. Ella explora la tristeza y las fisuras de todo lo que está vivo porque sabe que la palabra funda y repara (cuando puede) el mundo.
Harvey J. Alter, Charles M. Rice y Michael Houghton, los premiados // Se confía en que la distinción destaque la importancia de la virología para la humanidad
Estocolmo. Los estadunidenses Harvey J. Alter y Charles M. Rice, así como el británico Michael Houghton, ganaron este lunes el premio Nobel de Medicina por el descubrimiento del virus de la hepatitis C, mal que afecta a millones de personas en el mundo, anunció el jurado en Estocolmo.
Fueron galardonados por "su decisiva contribución a la lucha contra ese tipo de hepatitis, importante problema de salud mundial, ya que es causante de una terrible enfermedad crónica, que progresa en silencio antes de provocar potencialmente cirrosis o cáncer de hígado, pero que ya es posible curar".
Esta enfermedad mata cada año a 400 mil personas, mientras 71 millones son portadoras crónicas del virus, es decir, uno por ciento de la población mundial, según la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Entre ellas, sólo una de cada cinco (19 por ciento) es consciente de su enfermedad, debido a unas capacidades limitadas de diagnóstico a nivel mundial.
Tras una fase de infección aguda, generalmente asintomática, una minoría de pacientes, entre 15 y 45 por ciento, elimina espontáneamente el virus, pero en la mayoría de casos éste se instala en las células del hígado.
A finales de los años 70, Harvey Alter identificó que durante las transfusiones tenía lugar un contagio hepático misterioso, y no era hepatitis A ni B, explicó el jurado.
Años más tarde, en 1989, se le atribuyó a Michael Houghton y su equipo el descubrimiento de la secuencia genética del virus. Charles Rice aportó la prueba final de que el virus podría causar por sí solo la enfermedad y analizó durante años la manera en la que el microorganismo se reproducía, investigaciones que condujeron al surgimiento de un nuevo tratamiento revolucionario a principios de la década de 2010.
"Lo primero que hay que hacer es identificar el virus involucrado, ya que es el punto de partida para el desarrollo de tratamientos de la enfermedad, así como vacunas, por lo que el descubrimiento viral es un momento crítico", afirmó Patrick Ernfors, presidente del comité que otorga el premio.
Su trabajo "es un logro histórico en nuestra continua lucha contra las infecciones virales", apuntó Gunilla Karlsson Hedestam, miembro de la Asamblea Nobel, que entrega el galardón.
El premio es el primero directamente relacionado a un virus desde 2008.
Después del concedido a dos virólogos en 1946 (de Química), este Nobel se suma a los 17 galardones directamente o indirectamente vinculados a trabajos sobre los virus, según Erling Norrby, ex secretario de la Academia sueca de Ciencias.
"Gracias a su descubrimiento, ahora hay disponibles pruebas sanguíneas extremadamente sensibles para detectar el virus y éstas han eliminado las hepatitis causadas por transfusiones en muchas partes del mundo, mejorando de forma considerable la salud global", indicó el comité.
"Su descubrimiento también permitió el desarrollo rápido de fármacos antivirales dirigidos a ese tipo de hepatitis. Por primera vez en la historia, ahora la enfermedad puede curarse, elevando la esperanza de erradicar el virus de la población mundial."
El Nobel de Medicina era especialmente señalado este año debido a la pandemia del coronavirus, que ha subrayado la importancia de la investigación médica para la sociedad y la economía en el mundo.
"Espero que este premio, junto con la terrible epidemia de Covid-19, destaque la importancia de la virología para la humanidad. Esto puede afectar a tantos de nosotros", señaló Houghton, de 69 años, en una entrevista en Zoom.
Rice se manifestó "optimista" sobre el futuro de la lucha contra el virus y el Covid-19.
Alter nació en 1935 en Nueva York y realizó sus estudios premiados por el Nobel en los Institutos Nacionales de Salud, en Bethesda, donde sigue trabajando, indicó el comité.
Rice nació en 1952 en Sacramento, California. Trabajó en el tema de la hepatitis en la Universidad de Washington en San Luis y ahora labora en la Universidad Rockefeller de Nueva York.
Houghton nació en Gran Bretaña en 1950 e hizo sus estudios en la Chiron Corporation de California antes de trasladarse a la Universidad de Alberta en Canadá.
El prestigioso galardón va acompañado de una medalla de oro y alrededor de un millón 118 mil dólares, cortesía de una concesión dejada por el creador del premio, el inventor sueco Alfred Nobel. La cifra aumentó hace poco para ajustarla a la inflación.
“El tiempo pasa, nos vamos poniendo viejos”, reza una canción de Pablo Milanés. Mientras nuestro tiempo pasa conocemos amigos y amigas con quienes le apostamos a la utopía de transformar el país y construir un mundo con justicia y dignidad para todos y todas. En esto se nos van los días y cuando nos damos cuenta ya han pasado años, y al final de nuestra existencia parece que no hubiéramos hecho nada, o por lo menos sentimos que lo realizado es poco.
Y con el paso del tiempo llega el momento de las despedidas, cuando comenzamos a ver cómo nuestros amigos y amigas parten a otra dimensión, y entonces nos quedamos con un dolor en el corazón por no haber logrado nuestros propósitos. De esta manera en los últimos años vimos partir a Mery Pulido, Arturo Buitrago, Elizabeth Forero, Ricardo Vaca, Gloria Jiménez, Evelia Castro, Magdalena Salazar, entre otros y otras. Hoy nos tocó ver partir a nuestro amigo y compañero Pablo Clavijo, con quien compartimos alegrías y dificultades, con quien reímos y sufrimos al hacer nuestro trabajo comunitario en la localidad cuarta de San Cristóbal. Esta vez despedimos a nuestro compañero en una situación difícil, porque un mal recorre el planeta y nos impide acercarnos, abrazarnos, darnos la mano, cosas tan esenciales para los seres humanos y para la vida misma.
Queremos recordar a Pablo y despedirlo en un abrazo colectivo, queremos recordarlo como un ser vital, con el deseo y empeño de aportar para la formación de mejores seres humanos, pues como nos decía “para cambiar el mundo, primero tenemos que cambiar personalmente”.
Recuerdo que nos conocimos a principios de este siglo, en tiempos de la alcaldía de Lucho Garzón y toda la efervescencia que se vivía al tener un supuesto aliado de alcalde. Le apostamos y participamos en los encuentros ciudadanos, pero después de tanto esfuerzo por posicionar la comunicación alternativa como un tema prioritario dentro del Plan de Desarrollo Local, nos llevamos la decepción de que ninguno de nuestros aportes apareció en ninguna página del Plan.
Nuestra amistad floreció y conjuntamente dimos paso a la creación del colectivo de comunicación popular Loma Sur. Lidiamos hombro a hombro haciendo radio, hicimos transmisión de radio “ilegal”, montamos antenas, interferimos diales para transmitir otros contenidos con destino comunitario, construimos la radio con las historias de los barrios, él mismo se ingenió el programa semanal “Ciudad Semilla”. Volvimos a creer en que era posible constituir ejercicios de comunicación alternativa y decidimos participar, junto a otros colectivos, en la licitación de la emisora comunitaria de la localidad, ¡la ganamos!, pero tiempo después nos desilusionamos nuevamente al ver que estas emisoras se volvían pequeñas imitaciones de la radio convencional. Nos censuraron y al final quedamos sin emisora para transmitir nuestros contenidos.
Nos desfallecimos y de nuevo comenzamos a construir producciones radiales, retomamos caminos por los barrios haciendo radio en vivo, reconstruyendo la historia de nuestro territorio, escuchamos las voces de cientos de personas que se animaban a participar de esta radio itinerante, y así dimos origen a los “radio nómadas”.
Cuando la vida de los jóvenes fue amenazada por los “panfletos” de grupos paramilitares, y el miedo parecía apoderarse de nuestros barrios, dimos origen a los “liberando la noche” junto a colectivos de teatreros, artistas y organizaciones comunitarias. Vencimos el miedo, salvamos las noches para el goce colectivo.
Pasamos varios encuentros anuales de Loma Sur e innumerables reuniones donde imaginábamos otro mundo. Celebramos cumpleaños, compartimos aguapanela con pan, cantamos, despedimos años, bailamos. Era una persona muy estricta, comprometida y exigente. Debatía con pasión. La “recocha” y los chistes en las reuniones siempre los calmaba para que rindiera el tiempo, se molestaba cuando no avanzábamos por tanto joder. Se esmeraba para que las cosas se hicieran bien. Siempre fue una persona con disposición a compartir, y en toda reunión lo veíamos llegar con algo para compartir.
Hace cinco años el cáncer lo atacó, pero él seguía con su compromiso intocable. Recurrió a la medicina alternativa. Preocupado nos insistía en que hay que alimentar el cuerpo sanamente. En el 2019 se fue deteriorando y sin embargo asistía a reuniones. Luego el mal hizo metástasis en sus huesos y esto lo fue limitando poco a poco; conversábamos esporádicamente. Días antes a su partida conversamos telefónicamente, se sentía cansado, no quería ser una carga para su familia. Cada conversación era como una despedida.
En la mañana del viernes 12 de junio sonó el teléfono, era Blanca Lilia, la compañera de Pablo. La conversación fue corta, allí nos informó que en la noche del jueves la luz se apagó en los ojos de nuestro amigo y había llegado nuestro “hasta siempre”. Vuela muy alto donde estés, querido amigo. Ya la vida nos reencontrara al otro lado del silencio.
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La saltadora, medallista de oro en los olímpicos de Río, apunta ahora a Tokio 2020
La saltadora colombiana Caterine Ibargüen corroboró este martes el estatus de indestronable que disfruta desde hace años en su país al ser elegida como la mejor atleta de 2018 por la Federación Internacional de Atletismo (IAAF), apenas la segunda ocasión en que Latinoamérica obtiene la distinción. En la gala celebrada en Mónaco la acompañó el fondista keniano Eliud Kipchoge, recordman de maratón.
Ibargüen, medalla de oro en salto triple en los olímpicos de Río 2016, coronó así un año impecable. La desparpajada atleta colombiana, de 34 años, ganó las competencias de longitud y salto triple en los últimos Juegos Centroamericanos y del Caribe, en Barranquilla, y realizó la proeza de ganar estos dos títulos en la Liga de Diamante en dos ciudades diferentes en el espacio de 24 horas.
"Me gustaría agradecer a todos mis fanáticos y a toda Colombia por este premio. El apoyo que recibo de la gente de mi país es enorme", declaró Ibargüen, una figura tremendamente popular, al tiempo que admitió que las piernas le temblaban al recibir un premio que "tiene un sabor muy dulce".
Era la quinta vez que la antioqueña aspiraba oficialmente al galardón: lo hizo en 2013, 2014, 2015 y 2016, y regresaba ahora a la puja -ya entre las cinco finalistas- después de su ausencia en 2017, cuando en su camino se cruzó la venezolana Yulimar Rojas para alzarse con el título mundial en Londres.
La atleta colombiana ha crecido de la mano de técnicos cubanos. Regla Sandrino la condujo en Medellín al salto en todas sus versiones: longitud, altura y triple, y cuando se graduaba de enfermera en la Universidad Metropolitana de Puerto Rico fue rescatada para el atletismo por Ubaldo Duany, que la ha convertido en la mejor saltadora de triple del planeta.
Un salto de 15,17 metros le dio el oro olímpico en Río, cuatro años después de haber ganado la plata en las justas de Londres. Desde aquella final londinense, Caterine encadenó 33 victorias consecutivas en alta competición. Ganó la liga de Diamante de la especialidad de triple en 2013, 2014 y 2015, los títulos mundiales de Moscú 2013 y Pekín 2015, y alcanzó su actual récord personal (15,31) el 8 de julio de 2014 precisamente en Mónaco. Solo perdió en Birmingham, el 5 de junio de 2016, otra vez ante la kazaja Olga Rypakova, la misma que le había privado del oro en Londres 2012.
"Creo que terminaré mi carrera deportiva después de los Juegos Olímpicos de Tokio 2020, pero esto me llena de una esperanza grande para seguir dando resultados para Colombia y seguir con disciplina en este deporte, que es lo que me mantiene a pesar de los dolores", confesó Ibargüen. Cuando le preguntaron si competirá en el salto de longitud y el triple salto en el Mundial que se celebrará el próximo año en Doha, mantuvo el suspenso: "Es top secret", contestó.
Es la primera vez que Ibargüen se corona como mejor atleta del año por la IAAF, y sucede en el palmarés a la atleta belga Nafissatou Thiam. La antioqueña se convierte en la segunda latinoamericana que recibe el premio, 29 años después del éxito de la cubana Ana Fidelia Quirot.
Bogotá 4 DIC 2018 - 17:58 COT
Hacer ciencia —o filosofía— es una cosa sumamente difícil, porque solo existe medalla de oro. En todas las otras prácticas, oficios, actividades no necesariamente se tiene que ser el mejor.
Los griegos antiguos crearon la comedia y la tragedia. El drama fue un invento posterior. Pues bien, la tragedia en ciencia —como en filosofía— es que sólo existe medalla de oro. En ciencia no existe medalla de plata, medalla de bronce, diploma de participación o premio de consolación.
La medalla de oro consiste en que sólo se puede pensar aquello no ha sido pensado, no se puede descubrir aquello que ya ha sido descubierto, y no se puede inventar lo que ya está inventado. Esto significa, literalmente, que en la carrera de la ciencia, sólo gana quien llegue primero. Y como en todas las carreras de largo aliento, ello implica mucha preparación propia, pero también mucha estrategia y conocimiento de los contendores, tanto como considerar imponderables de última hora (el azar).
La historia de la ciencia, de una ciencia y disciplina a otra, está plagada de ejemplos de atletas (del pensamiento y la investigación) que llegaron segundos o terceros y nunca lograron ganar una medalla de oro, que bien hubieran podido merecer. El factor tiempo juega un papel crucial en la investigación y en la publicación de los resultados.
En ciencia, el proceso investigativo permite y exige al mismo tiempo adelantar avances de investigación. Pero dichos avances deben ser de tal índole que la “gran sorpresa” (si existe; cuando existe) no deba ser anticipada con obviedad antes justamente del anuncio de la misma. Esta es una situación difícil, que en la práctica se dice fácil, pero resulta más complicada de llevarla a cabo.
El gran producto de la investigación —latu sensu— debe poder ser adecuadamente ponderado, de suerte que la publicación del mismo, en forma de artículo o de libro, por ejemplo, tenga lugar en el mejor de los momentos y de los canales posibles. Muchas veces es posible anticipar, si no esta línea de acción, sí, por lo menos, el umbral mínimo posible para que ello tenga lugar.
Es aquí exactamente cuando tiene lugar la especificidad de la ciencia, a saber: tiene canales específicos, propios, y hay que saber elegirlos. Es lo que los estadounidenses llaman, apropiadamente, “The right man in the right place”, una expresión que simple y llanamente denota la buena combinación de fortuna y oportunidad con estrategia y disciplina de trabajo.
Existen muchas forma en que se expresa la medalla de oro en ciencia —o en filosofía—, pero la más determinante es la adscripción de un idea original, un descubrimiento anodino o una invención inaudita a alguien. Los premios, si los hay o si los llega a haber, son simplemente el producto derivado del reconocimiento de que “X descubrió que Y”, por así decirlo. O que “la idea A fue originalmente formulada por B”.
Si el gran premio para un artista es un aplauso cerrado y acaso sostenido en el tiempo —y si se puede con ovación y todo—, para los pensadores y científicos el equivalente es el reconocimiento explícito de haber formulado con originalidad una idea, un invento o un descubrimiento.
Desde luego que siempre habrá antecedentes, una historia o prehistoria del logro alcanzado. Ese no es el punto. Cuando alguien es grande, existe explícitamente el reconocimiento de deuda a otros. Como Newton: sobre hombros de gigantes. Aunque claro, siempre pueden haber excepciones a esta regla de nobleza e integridad intelectual (como es el caso propio de Heidegger, o de Habermas, entre otros).
Es suficientemente sabido que el mundo de la ciencia en general es un mundo de grandes egos. Pero una explicación parcial es justamente la medalla de oro que está en disputa. La verdad es que son siempre, por definición, para cada quien, muchos los competidores. Y cada uno mejor que el otro. Con todo y que siempre puede existir o aparecer un “novato” que salga con una idea, invención o descubrimiento que pueda ser sorprendente. Y que es generalmente lo que sucede.
La ciencia no avanza tanto por quienes ya son insiders, sino, muchas veces, por outliers y newcomers, que llegan con bríos, enfoques, aproximaciones y logros que pueden, al traste, lo que otros más avanzados en edad y en trabajo ya habían logrado. También la historia de la ciencia es abundante en ejemplos y casos al respecto.
La peor de las tragedias para un científico o filósofo consiste en el hecho de que un logro propio no se le reconozca como tal. No es ni siquiera que alguien le robe una idea, pues esta clase de fechorías siempre terminan por ser descubiertas. Robos existen todos los días, y malas apropiaciones de ideas. Esto es, casi, pan de cada día. Pero un gran logro es la gran apuesta, por así decirlo, de quien ha dedicado muy largas noches y días a elaborarla y, al cabo, escribirla y publicarla.
Porque, desde luego, la ciencia —como la filosofía— sólo se hacen, desde hace mucho tiempo, escribiendo y publicando. Sólo que hay que saber hacerlo, y este es un arte que se aprende con el tiempo; o con un muy buen golpe de suerte. Que también existe. (En la época laica, la diosa Fortuna ha terminado siendo subvalorada. Casi todas las culturas y civilizaciones clásicas cuentan entre sus dioses al equivalente de la diosa Fortuna. “Suerte”, dirían las gentes hoy en día)
La ciencia —al igual que la filosofía— es un asunto de mucha disciplina y pathos personal. No una cosa más que la otra. Se trata de ese pathos y disciplina que se convierten en un estilo de vida, no simplemente en un trabajo o una labor.
Hacer ciencia —o filosofía— es una cosa sumamente difícil, porque solo existe medalla de oro. En todas las otras prácticas, oficios, actividades no necesariamente se tiene que ser el mejor. Existen legiones de profesores, y los hay muy buenos, excelentes incluso. Y hay también legiones de científicos, inventores, descubridores, pensadores. Aquellos llevan a cabo una labor fundamental, a saber: contribuir a la apropiación social, a la divulgación del conocimiento. Jamás podremos pagar suficientemente la deuda con ellos. Pero es que hay, además, la legión de quienes se dan a la tarea de crear —ideas, conceptos, modelos, teorías, ciencias—. Para éstos sólo hay medalla de oro. Aunque no todos puedan ganársela, e incluso no en franca lid —como juego limpio (fair play).
Fecha: Marzo 6 de 2017
Lo llamaron Cassius Clay: se llama Muhammad Alí, por nombre elegido.
Lo hicieron cristiano: se hace musulmán, por elegida fe.
Lo obligaron a defenderse: pega como nadie, feroz y veloz, tanque liviano, demoledora pluma, indestructible dueño de la corona mundial.
Le dijeron que un buen boxeador deja la bronca en el ring: él dice que el verdadero ring es el otro, donde un negro triunfante pelea por los negros vencidos, por los que comen sobras en la cocina.
Le aconsejaron discreción: desde entonces grita. Le intervinieron el teléfono: desde entonces grita también por teléfono.
Le pusieron uniforme para enviarlo a la guerra de Vietnam: se saca el uniforme y grita que no va, porque no tiene nada contra los vietnamitas, que nada malo le han hecho a él ni a ningún otro negro norteamericano.
Le quitaron el título mundial, le prohibieron boxear, lo condenaron a cárcel y multa: gritando agradece estos elogios a su dignidad humana.
(En Memoria del Fuego III: El Siglo del Viento)
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Periódico desdeabajo Nº275 Enero 20 - Febrero 20 de 2021 |
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