El francés Brice Lalonde tiene en sus manos el manejo de la cumbre mundial que buscará un cambio decisivo en torno de los males ambientales del planeta. Aquí, su diálogo con Página/12.
Un mes y medio antes de que se celebre en Río de Janeiro la cumbre de las Naciones Unidas Río+20, las perspectivas de que en esa cita se plasme un cambio decisivo para combatir los males ambientales del planeta y la pobreza no son muy alentadoras. Expertos de todo el mundo temen que la humanidad sea incapaz de poner fin a la destrucción de la Tierra. Los científicos que participaron en una conferencia previa a Río+20, celebrada en Londres en marzo pasado, dijeron que la meta de la ONU de limitar el calentamiento global a dos grados Celsius –adoptada hace menos de 18 meses–, ya es inalcanzable. “Tenemos que darnos cuenta de que estamos observando una pérdida de biodiversidad que no tiene precedentes en los últimos 65 millones de años. Claramente estamos entrando en la sexta extinción en masa” del planeta, dijo Bob Watson, ex jefe del panel climático de la ONU y principal asesor del Ministerio de Medio Ambiente británico.
La cumbre tiene tres objetivos: combatir esta crisis ambiental, erradicar la pobreza y colocar el crecimiento en un camino sustentable con medidas capaces de estimular la economía verde. Pero a diferencia de lo que ocurrió en 1992, nadie espera un plan maestro de amplio alcance. Las crisis financieras en Occidente, el casi fiasco de la cumbre del clima de Copenhague en 2009 y los cambios geopolíticos, con la emergencia de China, India y Brasil, anticipan un evento de bajo perfil.
Sin embargo, pese a la adversidad, Brice Lalonde no apuesta por el fracaso. Este político francés fue nombrado por el secretario general de las Naciones Unidas como coordinador ejecutivo de la cumbre Río+20. En él recae la responsabilidad de poner a todo el mundo de acuerdo. La búsqueda de consensos en un mar tan agitado dista de ser un paseo. Militante ecologista, encargado de las negociaciones sobre el clima para Francia entre 2007 y 2011, ministro de Medio Ambiente en los gobiernos socialistas entre 1988 y 1992, Brice Lalonde ofrece en esta entrevista con Página/12 las pautas y los escollos de una cumbre donde, dice, la “noción simplista” del capitalismo empaña los posibles progresos.
–Brasil organiza el próximo junio la conferencia Río+20 sobre el desarrollo sustentable. La conferencia interviene 20 años después de la Cumbre de la Tierra celebrada en Río en 1992, donde las Naciones Unidas crearon dos foros para enfrentar el cambio climático y la pérdida de biodiversidad. Dos décadas más tarde, ¿qué hace falta para que esta nueva cita no termine en la nada?
–La pregunta que debemos hacernos consiste en saber si las instituciones, la economía y el gran giro que se dio en la protección del planeta y la lucha contra la pobreza pueden seguir la evolución geopolítica. En 1992 había una situación geopolítica muy especial: el Muro de Berlín acababa de caer y aún no se había producido el ascenso mundial de China, India y Brasil. Hoy, la situación geopolítica es muy diferente a raíz de esto. También conocemos ahora el retorno de guerras y conflictos, así como la crisis económica que nos atraviesa, la cual muestra que las dificultades son complejas en el nuevo sistema mundial de la economía. Otro elemento nuevo en relación con 1992 es Internet y la tecnología. En suma, se trata de saber si podemos adaptar nuevas instituciones a los cambios de la geopolítica y responder a las preguntas, que son las mismas que en 1992: la pobreza y el medio ambiente.
–Río+20 suscita muchas expectativas. Sin embargo, los observadores más atentos aseguran que la cumbre apenas servirá para proponer algunas pistas. Usted dijo incluso que el texto que se estaba discutiendo carecía de ambición.
–Lo que vamos a hacer tal vez sea abrir una fase para un nuevo modo de desarrollo. Pero sí, al texto le falta ambición. Creo que debemos ir más rápido, con más empuje. Una de las grandes dificultades que tenemos hoy está en que dentro de cada país hay muy pocos negociadores que piensan en el planeta, en la humanidad como un conjunto.
–¿Esa es la gran dificultad?
–Sí. Los negociadores piensan en sus países, defienden sus intereses nacionales. Pero en todo esto no hay un piloto para el planeta. Eso es lo que me da miedo. Algún día habrá que inventar algo para que nos ocupemos de aquello que tenemos en común, es decir, la atmósfera, los océanos y hasta el mismo conocimiento. Hay muchos, muchos temas que están más allá de los intereses nacionales y que el sistema internacional actual no logra tratar.
–Esto significa que, pese a todos los cambios climáticos y a la conciencia cotidiana de lo que ocurre, aún no hay una toma de conciencia global de que el planeta es una historia común y no una cuestión meramente territorial.
–No. En muchos gobiernos todavía no hay civismo planetario. Hay mucho civismo nacional, mucha lealtad nacional, pero la lealtad planetaria no está muy presente. Sin embargo, entre los jóvenes sí encontramos muchas personas muy comprometidas.
–Una pregunta sobresale de todo esto: ¿La crisis o el planeta? ¿Acaso la crisis se llevará al planeta, o éste salvará la crisis?
–El problema está tal vez en el hecho de que esta crisis proviene de un sistema económico que no responde a la situación. Una parte de la respuesta a la crisis está en lo que se llama el desarrollo sustentable.
–Los temas fuertes de la cumbre son la economía verde y la lucha contra la pobreza. ¿Cuáles son los dos frentes antagónicos y en torno de qué tema se plasma la controversia?
–Ah... No hay dos campos netos o afirmados. Según los temas, hay mayorías, minorías y oposiciones. Pero hay una primera división clásica entre los países de- sarrollados y los países en vías de desarrollo. A esto se le agrega ahora un tercer actor, que son los países emergentes. Por ejemplo, las pequeñas ciudades africanas no defienden los mismos intereses que los grandes países como China. En lo que atañe a la economía verde, hay unos cuantos países que no son en nada entusiastas. El término no les gusta, prefieren el de desarrollo sustentable. En suma, muchos países quieren evitar que la economía verde sea una manera de levantar obstáculos al comercio internacional, o que de pronto haya nuevas condiciones para la ayuda al desarrollo. Luego está el tema de la gobernabilidad, pero esto no plantea demasiados problemas. Diría que la división más clara está entre los partidarios del desarrollo y los que afirman que no se puede continuar así, que es preciso salvar el planeta. Estamos en busca de una fórmula que concilie el desarrollo y el medio ambiente. Esta es la discusión más importante y más difícil de resolver porque está en juego el medio ambiente mundial y la posibilidad de llegar a un punto sin retorno. La discusión enfrenta también a quienes dicen que lo prioritario es la lucha contra la pobreza, es decir, el crecimiento económico, porque no se puede continuar acumulando tantas desigualdades. Este campo argumenta que la cuestión del planeta tiene que ser el paso posterior.
–Pero quien dice crecimiento está diciendo consumo de los recursos del planeta. Además, en lo que atañe a la economía verde, sus críticos advierten, y no sin razón, que ello equivale a introducir el mercado en la ecología.
–¡Ah! El mercado es un buen servidor pero un mal jefe. Toda la cuestión está en eso, en nuestra capacidad de organizar el mercado, de fijar reglas. No hay mercado sin reglas. Por el momento, hay muchas cosas que no se hacen. Estamos tratando de terminar con las subvenciones a los carburantes fósiles, lo que es una forma de intervenir en los mercados, pero no es nada fácil. Por ejemplo, en cuanto se suspende una subvención hay que recuperar el dinero que el Estado daba y dirigirlo hacia la ayuda a los más pobres. El tema de los mercados implica saber cómo se gestionan los recursos más raros. En realidad, es preciso salir del capitalismo más básico: hay que decir que el capital más importante son el pueblo y la naturaleza. El pueblo y la naturaleza son los elementos número uno del capital. No hay que sacrificar ese capital en beneficio del pequeño capital monetario de las empresas. Como usted sabe, existen muchas empresas que se aprovechan del sistema, así como también hay muchas empresas que financian campañas contra el desarrollo sustentable. Hay una enorme batalla en torno de esto. Existen intereses económicos que trabajan a corto plazo y a los cuales es preciso combatir.
–Pero, veinte años después de la precedente conferencia de Río, hoy hay un poderoso actor que antes no existía: la sociedad civil.
–La sociedad civil es un gran aliado, tanto para mí como para Brasil, que organiza la conferencia. Tenemos una necesidad absoluta de la sociedad civil. Asociaciones, científicos, profesores, en suma, todos aquellos que trabajan por el planeta son esenciales. Pero también las regiones, las municipalidades y las ciudades ocupan un lugar destacado en este trabajo. Cuando una ciudad fija las reglas urbanistas, esto también es importante. La sociedad civil será entonces un actor muy importante, no sólo porque estará presente sino, también, porque va a participar en un nuevo camino de negociación. Se trata de los “diálogos sobre el desarrollo sustentable”. Brasil y la ONU han hecho un gran esfuerzo para crear un nuevo tipo de conferencia donde no sólo estén los diplomáticos de cada país, sino la sociedad civil en su conjunto.
Santiago, 12 de mayo. Una renovada fiebre del oro tiene a América Latina en jaque: bosques tropicales devastados en faenas ilegales donde reina la ley del más fuerte, comunidades locales en pie de guerra contra proyectos de inversión de las grandes mineras internacionales.
El apetito por el oro y otros metales tiene en auge a la minería informal, sobre todo en Perú, Colombia y Bolivia, y a la industria formal en apogeo, con una inversión proyectada de 300 mil millones de dólares a 2020, según la Sociedad Interamericana de Minería.
No obstante, 162 conflictos mineros han estallado en toda la región por la oposición de comunidades locales contra proyectos que ven como una amenaza, en especial por su gran consumo de agua, según el Observatorio de Conflictos Mineros de América Latina.
Con un precio del oro que pasó en la última década de 270 dólares a entre mil 600 y mil 800 dólares la onza (por ser refugio favorito de inversionistas ante las turbulencias de la economía mundial) y un cobre por las nubes debido a la voraz demanda de China, nada hace pensar que la tendencia se detenga.
La minería informal: desastre social y ambiental
La minería ilegal, sobre todo aurífera, se ha cobrado ya centenares de víctimas y ha depredado miles de hectáreas en la Amazonia, donde se han instalado extensos campamentos que arrasan con todo a su paso.
Para extraer cada gramo de oro se requieren dos o tres de mercurio, que es vertido a los ríos en los lavaderos. En busca de agua, las topadoras arrasan con los bosques tropicales.
En paralelo ocurre un desastre social: miles de niños, mujeres y hombres son explotados sexual y laboralmente, en precarios campamentos donde no hay escuelas ni centros de salud y rige la ley del más fuerte.
En Perú, donde entre 110 mil a 150 mil personas se dedican a la minería ilegal, unos mil niños son explotados sexualmente en la zona de Madre de Dios, según la organización no gubernamental (ONG) Save The Children.
“Aquí hay decenas de prostibares, donde cientos de niñas son llevadas engañadas en la creencia que van a ganar mucho dinero”, dijo a la agencia de noticias Afp Teresa Carpio, directora de esta ONG en Perú.
“Es la explotación del ser humano al máximo. Las condiciones de vida son miserables y están trastocados todos los valores”, agregó. “Si viajas hasta allá es como hacer un viaje al pasado, es como ver una película del oeste (estadunidense), un drama sin precedente”, ilustró.
En esa región, una de las más pobres de Perú, se producen unas 18 toneladas de oro al año, y según estimaciones oficiales, se han destruido 20 mil hectáreas de bosques tropicales.
En Colombia, miles de personas han vuelto a explotar antiguas minas en los departamentos de Antioquia y Chocó.
En las comunidades indígenas y negras, la participación de niños en la minería del oro es parte de sus tradiciones. Se calcula que hay entre 200 mil y 400 mil niños que trabajan hoy en la minería a pequeña escala, según datos suministrados por Amichocó de Colombia, a la Alianza por la Minería Responsable (AMR).
En Bolivia unas 10 mil personas viven de la minería del oro, explotando pequeños depósitos “en condiciones extremadamente severas, de forma muy precaria y causando un fuerte impacto ambiental”, según la AMR.
Un nuevo El Dorado
El apetito por minerales tiene también a América Latina como una de las regiones más atractivas para la inversión. El año pasado captó 25 por ciento de las inversiones en exploración. Hoy 45 por ciento del cobre sale de América Latina, 50 por ciento de la plata y 20 por ciento del oro, pero si se concretan los proyectos de inversión la región liderará en 2020 la producción de estos metales.
No obstante, varios proyectos han sido detenidos en Chile, Perú y Argentina. La aplicación del convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), que exige consultar a las comunidades sobre alteraciones en sus territorios, es el arma principal contra proyectos que han sufrido costosos retrasos.
“Los conflictos sociales que están muy presentes en la región, van a tener y están teniendo impacto en los cronogramas de los proyectos de inversión”, dice a la Afp el economista José de Echave, ex viceministro de Medio Ambiente en el actual gobierno peruano de Ollanta Humala.
El proyecto Conga, de la estadunidense Newmont y con 4 mil 800 millones de dólares en inversión, es resistido por la población de Cajamarca (norte de Perú), que estima que la agricultura se verá perjudicada por la falta de agua; el proyecto quedó detenido en noviembre.
En la localidad argentina de Famatina, la canadiense Osisko Minning Corp suspendió su proyecto para instalar una mina de oro a cielo abierto en el cerro General Belgrano.
En Chile la canadiense Goldcorp paralizó la explotación de la mina El Morro, en el norte, por no haber consultado al pueblo indígena que vive en la zona.
“Lo que se pide es que el modelo económico y las actividades productivas respeten la legislación vigente, que el desarrollo sea acorde y sostenible con los pueblos que habitan las zonas que se quieren explotar”, explicó la abogada Consuelo Labra, de la ONG Observatorio Ciudadano, que asesora a comunidades indígenas.
Afp
La Secretaría de Evaluación Ambiental (SEA) de Aysén aprobó por unanimidad la construcción de la central hidroeléctrica en Río Cuervo, al sur de Santiago, Chile. La entrada en funcionamiento está prevista para 2019 y se espera que sea la primera de tres presas que Energía Austral, filial de la minera suiza Xtrata Cooper, pretende construir en la zona. En medio de un fuerte dispositivo policial y a pesar de la oposición de grupos ecologistas y algunos parlamentarios, la empresa planea edificar allí una central de embalse con una capacidad estimada de 640 megawatts y una inversión de 645 millones de dólares (unos 500 millones de euros), ubicada a 1650 kilómetros de la capital trasandina. Por su parte, la alcaldesa de Aysén, Marisol Martínez (Democracia Cristiana), dijo al diario chileno La Tercera que la votación donde se aprobó el proyecto hidroeléctrico muestra un “incumplimiento con la mesa social”, ya que no se respetó el acuerdo de realizar una consulta ciudadana antes de la votación.
“La mesa social tendrá que evaluar su visión, hay muchos temas por delante que tratar y eso tendrá que definirlo la mesa. Obviamente aquí hay un incumplimiento con la mesa, claramente no se respetó el que se postergara esta votación hasta que se desarrollara un plebiscito vinculante, así que claramente ésa es una falta a los compromisos”, dijo Martínez en conversación telefónica con La Tercera. Uno de los puntos que despiertan mayor controversia es el de los riesgos que presenta, para la población de Aysén, la construcción de la represa: la megaestructura se emplazará sobre una falla geológica. En ese sentido, el director del Servicio de Evaluación Ambiental, Eduardo Riveros, indicó que se evalúan impactos ambientales y no riesgos de los proyectos. La alcaldesa mostró preocupación por el proyecto: “Me parece preocupante que habiendo un estudio que arroja riesgos volcánicos y fallas activas, no sean éstas abordadas adecuadamente y que se determine continuar con este proceso, generando un peligro inminente para la población de Aysén y para el futuro de Aysén. La entidad que debe resguardar nuestra seguridad hoy día creo que no la ha abordado adecuadamente”, dijo.
“Estamos hablando de un sector que está lleno de volcanes alrededor, con tres líneas de fallas que son de alto riesgo”, describió el senador de Renovación Nacional, Antonio Horvath, la zona donde se ubicará la represa. Y anunció la interposición de varios recursos judiciales para impedir un proyecto que, en su opinión, podría tener un menor impacto si se construyera una central sin represa. El senador oficialista criticó a su vez que la evaluación se haya hecho en forma parcializada y que no se optara por una central más pequeña. En la misma tónica que la alcaldesa de Aysén, el ingeniero civil –y ecosenador independiente, como se presenta en su página web– cargó contra los integrantes de la comisión por no haber escuchado los argumentos en contra del proyecto.
“Estas megacentrales no crean un crecimiento sano, por cuanto se traen trabajadores de fuera de la región y son muy perversos, porque, además, no se cumplen los compromisos, como ocurrió en la región de Biobío”, señaló el parlamentario. Asimismo, Horvath dijo que se está repitiendo una situación similar a la que se vivió hace un año, cuando se impulsó la construcción de Hidroaysén, “con claras vulneraciones a la ley, porque se están aprobando proyectos con exigencias a futuro. Esto es como entregar un cheque sin garantía”, afirmó.
“Todos los impactos significativos identificados han sido respondidos satisfactoriamente con las correspondientes medidas de compensación y mitigación –dijo la intendenta, Pilar Cuevas, rechazando las críticas–. Dado esto, la comisión aprobó de forma unánime la central de Río Cuervo”, agregó la funcionaria. La puesta en marcha del proyecto supone una rebaja de la tarifa eléctrica de un 21 por ciento para los 100.000 habitantes de Aysén, así como la construcción de caminos turísticos, entre otras condiciones que la comisión propuso para apoyar la iniciativa. Los habitantes de Aysén mantuvieron durante febrero y marzo protestas para denunciar el aislamiento de su región, que se traduce en problemas de conectividad, educación y altos precios de combustibles y otros productos.
Mientras tanto, en el exterior del edificio donde se reunió la comisión, los carabineros detuvieron a tres manifestantes por desórdenes públicos, según informó la policía.
Quien mostró satisfacción por el resultado de la votación fue el gerente general de Energía Austral, Alberto Quiñones, que en un comunicado destacó la tramitación “rigurosa y transparente” que se realizó para aprobar la construcción de la hidroeléctrica. “Hemos trabajado para entregar un proyecto sustentable, que aportará energía limpia a partir de una fuente renovable y contribuirá a que Chile atienda su creciente demanda energética y generará beneficios concretos para Aysén en términos de empleo y turismo”, explicó. El proyecto Río Cuervo se suma al de Hidroaysén que, impulsado por Endesa Chile en la misma región, contempla la construcción de cinco presas en los ríos Pascua y Baker.
Las emisiones de dióxido de carbono similares a las que hoy provoca la quema de combustibles fósiles y otras actividades humanas ayudaron a calentar el planeta y a terminar con la última era de hielo hace unos 11.700 años, informaron científicos.
Investigadores de la Universidad de Harvard y de la Universidad Estatal de Oregon y otras instituciones informaron en la revista Nature que el aumento de las temperaturas es una consecuencia del incremento del dióxido de carbono, en un hallazgo que ofrece una respuesta a quienes se muestran escépticos sobre el calentamiento global causado por los hombres, .
Los expertos climáticos sospechaban desde hace años que esto era así, pero los registros geológicos eran confusos.
Estudios previos observaron burbujas de aire atrapadas en hielos ancestrales de la Antártida, que revelaron niveles de dióxido de carbono en la última etapa del Pleistoceno, hace unos 20.000 a 10.000 años, el período en que finalizó la era de hielo.
En esas investigaciones previas, parecía que los niveles de dióxido de carbono habían aumentando luego de que lo hiciera la temperatura, llevando a los escépticos climáticos a cuestionar que el dióxido de carbono fuera un generador de calentamiento global, tanto entonces como ahora.
Este nuevo estudio logró observar núcleos glaciales y muestras de sedimentos bajo el mar -cuanto más profundo es el pozo, más antiguo el sedimento, con información bioquímica que indica variación de la temperatura a través del tiempo- en 80 zonas del planeta.
Sólo en la Antártida los estudios previos fueron confirmados: las temperaturas allí aumentaron antes de que trepara el nivel de dióxido de carbono. Pero a nivel global, un incremento en la cantidad de dióxido de carbono en el aire precedió el cambio de temperatura, según este nuevo informe.
El aumento de dióxido de carbono durante el final de la Era del Hielo fue importante, de unas 180 a unas 260 moléculas por millón en la atmósfera, una medición conocida como partes por millón o ppm, según el autor del estudio, Jeremy Shakun.
EL GRAN DERRETIMIENTO
Este incremento tuvo lugar hace unos 7.000 años, dijo Shakun durante una conferencia telefónica. En cambio, el actual nivel atmosférico de dióxido de carbono es 392 ppm, un incremento de alrededor de 100 ppm en los últimos dos siglos, añadió.
“En este siglo, probablemente vamos a aumentar unas 100 (ppm) más”, dijo Shakun, pero agregó que la Tierra posiblemente no sentirá el impacto total de este aumento en el dióxido de carbono por siglos.
“Calentar los océanos lleva bastante tiempo, y además tenemos extensiones de hielo, y no se pueden derretir extensiones de hielo en 100 años”, expresó.
Pero si bien el dióxido de carbono impulsó las temperaturas al alza para acelerar el final de la era del hielo, no fue la causa inicial.
El gran derretimiento inicial fue impulsado por un temblor periódico en la corteza de la Tierra, indicaron los científicos.
En algunos momentos del temblor, el hemisferio norte quedó más cerca del sol y eso ocurrió al comienzo de la etapa final del Pleistoceno, cuando extensiones de hielo cubrían gran parte de lo que ahora es América del Norte y Europa.
5 Abril 2012
(Con información de Reuters)
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