I
Arden. Doscientos treinta y dos grados Celsius, la temperatura a la que el papel se incinera, se consume en el fuego, se volatiliza en la noche la ceniza. La fecha se grabará en la memoria: 10 de mayo de 1933.
Originalmente planeada para hacerse simultáneamente en 26 ciudades, la lluvia impidió algunas de las ceremonias, pero en Berlín, en Munich, en Hamburgo, en Frankfurt, los libros ardieron.
A finales de enero habían tomado el poder los nazis y se acababa la República de Weimar, un mes más tarde ardía el Reichstag y se iniciaba la cacería de socialistas y comunistas, anarquistas y sindicalistas. Comenzaban a llenarse cárceles y campos de concentración.
Para las ceremonias de quema de libros se puso en marcha el ritual. Toda la parafernalia del nazismo: bandas de música, desfiles de antorchas, carros de bueyes cargados con volúmenes, convocados para el gran acto purificador de la juventud contra el intelectualismo judío: una gran quema pública de libros.
Las fotos mostrarán a miembros de las SA, policías, estudiantes, sonrientes, felices, cargando libros para llevarlos a la hoguera; arrojando libros en las afueras de las bibliotecas, depurando los anaqueles, censurando por el camino del fuego. La fiesta de la barbarie.
En Berlín, en la Opernplatz, no arde el papel, arden las palabras. Arden los libros con los poemas de Bertolt Brecht, pero sobre todo arden los versos, las magníficas palabras: no os dejéis seducir, no hay retorno alguno. El día está a la puerta, hay ya viento nocturno. No vendrá otra mañana. No os dejéis engañar con que la vida es poco.
Interviene el ministro de propaganda del Reich, Joseph Goebbels, pura energía maligna, elegante, delgado, histriónico. Su voz crece en los altavoces, raspa un tanto: “Hombres y mujeres de Alemania, la era del intelectualismo judío está llegando a su fin. Están haciendo lo correcto en esta noche al entregar a las llamas el sucio espíritu del pasado. Este es un acto grande, poderoso, simbólico. De estas cenizas el fénix de una nueva era renacerá. ¡Oh siglo! ¡Oh ciencia! ¡Es un placer estar vivo!”
¿De qué ciencia habla? ¿De la primitiva ciencia de quemar en la hoguera?
Arden las maravillosas geometrías doradas y humanas de Gustav Klimt. Arden los brillantes textos de Sigmund Freud sobre la histeria y los sueños. Un Freud que respondió al hecho desde el exilio diciendo que había tenido suerte, que en el medievo lo hubieran quemado también a él, sin darse cuenta que bromeaba sin conocer hasta qué punto intentaba exorcizar a los demonios. Los que quemaban sus libros terminarían quemando a 6 millones de judíos como él.
Arden en la hoguera los textos de Einstein, los cuentos de Sholem Asch, los textos del checo Max Brod, las novelas de los hermanos Mann, incluso la relativamente inocente Vicky Baum es incinerada. Se queman las geniales novelas sociales de Jack London, Theodere Dreiser, John Dos Passos, quizá en esos momentos el mejor novelista de lo que iba del siglo XX.
Encabeza la lista la obra maestra de Erich Maria Remarque, Sin novedad en el frente. Arden las novelas históricas de León Feuchtwanger, arden las grandes novelas antibélicas de Barbusse, El fuego, incluso el Hemingway de Al otro lado del río y entre los árboles. Imperdonable para los verdugos del fuego eso del pacifismo.
Arden las reproducciones de las fantasmagorías de Marc Chagall y los cuadros de Paul Klee. Arden, claro está, las reproducciones del neorrealismo terrible y drástico de George Grosz y Otto Dix, los más implacables críticos de la Alemania de entreguerras.
Arden los libros de la futura premio Nobel Anna Seghers.
Las orquestas tocan marchas militares, los estudiantes saludan con el brazo derecho rígido y la palma abierta.
Queman libros, arden páginas, palabras, imágenes. En la hoguera se inmolan los libros de Heinrich Heine, poeta alemán del siglo XIX, quien en 1822 había profetizado: donde queman libros, al final terminarán quemando seres humanos.
Sin darse cuenta, Goebbels y sus chicos habían creado la lista básica de la cultura de la mitad de siglo XX, estaban construyendo las recomendaciones que adolescentes ansiosos buscarían y encontrarían: los libros, los cuadros, los artículos de filósofos y científicos, los poemas.
Sin darse cuenta los nazis que la temperatura a la que arde un libro no sólo es la temperatura del fuego en el papel, es también el fuego de la mirada sobre la palabra.
II
Recuento esta historia para recordar. Para no olvidar. Pero también para que sirva de prólogo a una invitación. En el contexto del Día Mundial del Libro, que se celebra dos días más tarde, el domingo 21 de abril, a las 12 de la mañana en la glorieta del Metro Insurgentes, un grupo de escritores estaremos diciendo “No, al IVA al libro”, y exponiendo nuestras razones. Aprovecharemos para regalar el primer libro quemado por los nazis: Sin novedad en el frente, de E. M. Remarque, a los primeros mil ciudadanos que lleguen. Repetiremos la acción el día 23 a las 13 horas en la Feria del Libro de Ciudad Universitaria que organiza Para Leer en Libertad, a espaldas de rectoría.
PD. Lleven un libro para donar, con él formaremos nuevas bibliotecas de barrio en el área metropolitana.
La Santa Sede salió a la ofensiva y, por primera vez desde que Jorge Bergoglio fue designado Papa por los cardenales, salió al paso de la polémica sobre la actitud de Jorge Bergoglio durante los años de la dictadura. El afable portavoz del Vaticano, Federico Lombardi, barrió con un revés de la mano los indicios y sospechas que pesan sobre la Iglesia y el papa Francisco, a propósito de su actuación blanda durante la última dictadura argentina. Lombardi dijo en conferencia de prensa que esas acusaciones contra Bergoglio provienen de “una izquierda anticlerical” cuya meta consiste en “atacar a la Iglesia”. Defendiendo al Papa, Lombardi extendió su argumento al resto de la Iglesia como si ya no estuviese más que probada la implicación de la jerarquía católica argentina y vaticana en el ocultamiento de las violaciones a los derechos humanos y la colusión con los crímenes de la dictadura. El portavoz de la Santa Sede dijo en Roma que esas acusaciones derivadas de las investigaciones de Horacio Verbitsky eran llevadas “a cabo por una publicación que lanza, a veces, noticias calumniosas y difamatorias. El cariz anticlerical de esta campaña y de otras acusaciones en contra de Bergoglio es notorio y evidente”. Se trata, desde luego, de Página/12. El vocero del Vaticano aclaró que las sospechas que recaen sobre el hoy papa Francisco datan de la época en que era superior de la Compañía de Jesús en la Argentina, en 1976. En ese período fueron secuestrados dos misioneros jesuitas, Orlando Yorio y Francisco Jalics. Ambos trabajaban en la villa porteña del Bajo Flores y fueron torturados y liberados cinco meses más tarde. Horacio Verbitsky llevó a cabo varias investigaciones a partir de las cuales estableció un lazo entre Bergoglio y la desaparición de los dos curas jesuitas: Yorio, ya fallecido, y Jalics, que reside en Alemania desde 1978. Varios testimonios recogidos por Verbitsky dieron cuenta de que Yorio nunca perdonó el papel que habría jugado Bergoglio, sobre quien tenía sospechas de que los había delatado. Federico Lombardi dijo que “jamás hubo una acusación verosímil contra el Papa. La Justicia argentina lo interrogó pero como persona informada de hechos y jamás fue imputado por algo. El negó de forma documentada las acusaciones”. El vocero se refirió luego al texto que publicó ayer uno de los interesados, Francisco Jalics, quien rompió el silencio por medio de la pagina web de los jesuitas alemanes (http://www.jesuitas.org/aktue lles/details/article/erklarung-von-pater-franz-jalics-sj.HTML).
En una declaración personal aparecida en dicha página, Jalics escribe: “No puedo pronunciarme sobre el papel del padre Bergoglio en aquellos hechos”. Jalics cuenta luego que, tal como lo mencionó el vocero del Vaticano en su declaración, tuvo “la ocasión de hablar sobre ese tema con el padre Bergoglio. (...) Estoy reconciliado con los acontecimientos y considero que ha llegado la hora de dar el caso por terminado”, escribe el jesuita. La edición digital del semanario Der Spiegel difundió a su vez una declaración del portavoz jesuita, Thomas Busch, quien cuenta que, invitado por el Arzobispado de Buenos Aires, Jalics viajó a la Argentina hace varios años (2000) y que, luego de hablar con él, “está en paz con Bergoglio”. Federico Lombardi argumentó que el Papa “hizo mucho para proteger a las personas durante la dictadura”. También puntualizó que una vez que fue nombrado arzobispo de Buenos Aires “pidió perdón en nombre de la Iglesia por no haber hecho lo suficiente durante el período de la dictadura”. Sin embargo, el testimonio que aporta Francisco Jalics esclarece un poco más el doble juego de la Iglesia en aquellos años. Jalics anota que “la Junta Militar mató a unas 30.000 personas en uno o dos años, tanto guerrilleros de izquierda como civiles inocentes”. En esa mezcla cayeron también ellos dos: ni él ni Yorio tenían contactos “ni con la Junta ni con los guerrilleros”. Sin embargo, Jalics deja claro en su relato que “informaciones deliberadamente falsas”, surgidas incluso “dentro de la Iglesia”, indujeron a que se sospechara sobre las supuestas relaciones que Yorio y Jalics mantenían con los grupos armados. Eso les costó el secuestro. En realidad, el testimonio de Jalics no dice gran cosa sobre la actitud de Bergoglio. Ni lo disculpa, ni tampoco lo acusa: solo alega que se reconcilió con él y que no puede pronunciarse sobre el papel que desempeñó.
Página/12 no es el único que se interesó en lo que Jorge Bergoglio podía o no saber de lo ocurrido a partir de 1976. La Justicia francesa también puso sus ojos en él. En 2011, la magistrada francesa del Tribunal de Gran Instancia de París, Sylvia Caillard, remitió a Buenos Aires una comisión rogatoria internacional para que el entonces cardenal Bergoglio prestase declaración en calidad de “testigo” en torno del asesinato del padre francés Gabriel Longueville. La abogada francesa Sophie Thonon confirmó en París que las “autoridades argentinas nunca respondieron positivamente a la comisión rogatoria correspondiente a Bergoglio”. El sacerdote francés trabajaba en la Argentina para la Orden de las Misiones de Francia. En la noche del 18 de julio de 1976, los padres Gabriel Longueville y Carlos Dios Murias fueron secuestrados en la localidad de Chamical, provincia de La Rioja, por civiles armados que se identificaron como miembros de la Policía Federal. Al día siguiente, sus cuerpos, con evidentes signos de tortura, fueron encontrados a 5 kilómetros de Chamical, tirados al lado de la vía. Las condiciones del secuestro y el asesinato de Murias y Longueville llevaron a otro religioso a investigar y pagar con su vida esa intervención. Se trata del arzobispo de La Rioja, monseñor Angelelli, quien llevó a cabo una investigación para esclarecer el crimen. Su trabajo le fue fatal: el 4 de agosto de 1976, 17 días después del asesinato de Murias y Longueville, monseñor Enrique Angelelli murió en circunstancias dudosas. La primera versión oficial estableció que Angelelli falleció en un accidente automovilístico. Sin embargo, las pruebas aportadas más tarde confirmaron que se trató de un atentado. El día de su muerte, el obispo de La Rioja regresaba de Chamical, donde había celebrado una misa y pronunciado la homilía en la cual denunció el asesinato de los dos padres. En la camioneta que conducía Angelelli había un testigo, el padre Arturo Pinto, y un elemento central: un portafolio que contenía las pruebas recabadas por Angelelli sobre el asesinato de Murias y Longueville. Pinto contó que apenas dejaron Chamical, otro auto comenzó a seguirlos. El obispo se dio cuenta, aceleró, pero a la altura de Punta de los Llanos surgió otro coche que lo encerró hasta hacer volcar la camioneta. El cuerpo de Angelelli fue encontrado con la nuca destrozada a golpes.
En 2011, fecha en que se remitió la comisión rogatoria, la abogada Sophie Thonon juzgó que la audiencia de Bergoglio como “testigo” era necesaria para que el entonces arzobispo de Buenos Aires aportara información sobre la posible existencia de archivos ligados con este caso. Sophie Thonon dijo que “seguramente este Papa no es una gran figura de la defensa de los derechos humanos. Al contrario, está bajo sospecha de no haber denunciado los crímenes de la dictadura, de no haber pedido cuentas y, por consiguiente, de haber cubierto esos actos con su silencio”. La instrucción del caso del padre Longueville sigue siempre activa en Francia, pero podría quedar en la nada debido a las condenas que ya se pronunciaron en la Argentina contra los implicados en el asesinato del padre Longueville. En este contexto, Sophie Thonon consideró que “la Justicia argentina está haciendo un trabajo excepcional sobre los crímenes cometidos en la Argentina durante la dictadura”. Federico Lombardi evacuó el viernes la cuestión del papa Francisco sin hacer la más mínima mención a lo ya probado: la trama montada por la Iglesia para sustentar la dictadura argentina. Una mención, aunque fuese de disculpas o reconocimiento, o el anuncio de alguna futura audiencia con las Madres de la Plaza de Mayo o los defensores de los derechos humanos, hubiese sido sin dudas más noble y acertado: habría probado que el cambio en las esferas vaticanas empezaba al menos por ese camino. Pero la Iglesia es tan hermética a la hora de admitir sus pecados como lo es para administrar los fondos a través del Banco del Vaticano.
La elección del cardenal Jorge Mario Bergoglio, quien nació hace 76 años en esta capital, como el nuevo papa Francisco provocó reacciones dispares aquí, con festejos de todos los sectores de derecha y con reservas de organismos humanitarios, que lo han vinculado con la dictadura militar que imperó en Argentina (1976-1983).
La designación provocó sorpresa, a pesar de que Bergoglio logró estar en un lugar destacado en el cónclave de 2005, que eligió a Benedicto XVI. Es el primer papa latinoamericano y también el primero de la orden de los jesuitas en ese cargo.
Bergoglio nació en Buenos Aires el 17 de diciembre de 1936, en el barrio de Almagro, hijo de Regina y Mario Bergoglio, ambos italianos. Su padre fue trabajador ferroviario.
Estudió en una escuela pública en Almagro y egresó como técnico químico. En 1957 decidió ingresar a un seminario de la Orden de los Jesuitas ubicado en el barrio porteño de Villa Devoto y fue ordenado sacerdote en 1969.
Ejerció como sacerdote y provincial de la orden de los jesuitas entre 1973 y 1979. También fue profesor de teología. En mayo de 1992 fue consagrado uno de los cuatro obispos auxiliares de Buenos Aires.
En junio de 1997 fue designado obispo coadjutor de la arquidiócesis de Buenos Aires, y en 1998 asumió el cargo de arzobispo en remplazo de Antonio Quarracino, quien fue un duro conservador y defensor de las dictaduras locales.
Su carrera fue ascendente y en febrero de 2001 el papa Juan Pablo II lo nombró cardenal. Como primado de Argentina se convirtió en el superior jerárquico de la Iglesia católica de este país.
También fue presidente de la Conferencia Episcopal Argentina (CEA) durante dos periodos, hasta 2011. Lo sucedió en el cargo monseñor José María Arancedo, quien hoy rescató entre los dones del nuevo Papa "la humildad, la devoción y el equilibrio".
Otros obispos consideraron que como participante de la Comisión para América Latina e integrante de una serie de congregaciones y consejos el actual Papa conoce a profundidad la situación regional.
Los religiosos entrevistados hoy coincidieron en destacar la humildad, "la sencillez que practica en su vida cotidiana, viviendo en un departamento pequeño y desdeñando lujos", así como su cumplimiento estricto de la doctrina de la Iglesia católica.
Sin embargo, en su biografía es imposible no citar la actuación de Bergoglio durante la dictadura militar más reciente.
La cúpula de la Iglesia católica, en su mayoría, está muy comprometida por su relación con los dictadores en turno. Se les demanda además porque muchos de los obispos que pudieron ayudar a las Madres de Plaza de Mayo no lo hicieron y porque los capellanes en las fuerzas armadas colaboraron o consintieron las violaciones de derechos humanos y los crímenes de lesa humanidad.
De hecho, los jerarcas católicos jamás se han definido en casos emblemáticos, como el del sacerdote Christian Von Wernick, quien fue condenado a cadena perpetua por crímenes de lesa humanidad, como secuestros, torturas y asesinatos, durante la dictadura militar de 1976-1983.
El 12 de mayo de 2011, la justicia argentina citó a declarar al cardenal Jorge Mario Bergoglio como testigo en la causa que juzga a los responsables del plan sistemático de apropiación de menores, hijos de desaparecidos durante el periodo de la dictadura militar de 1976-1983.
Bergoglio ya había pasado por tribunales, ya que también fue citado en la causa que procesa a los responsables de crímenes de lesa humanidad cometidos en la Escuela de Mecánica de la Armada (Esma), y por el caso de dos sacerdotes jesuitas, uno de los cuales, el que sobrevivió, lo señaló por no haber impedido su secuestro y tortura siendo superior de los jesuitas.
El periodista y escritor Horacio Verbitsky lo ha señalado varias veces por esas causas.
En los testimonios de quienes lo acusan se ha señalado específicamente su falta de compromiso para brindar ayuda ante pedidos desesperados de familiares. Y también existen testimonios de religiosos ante la justicia –entre ellos los de un sacerdote y un ex sacerdote, una teóloga y un seglar– que comprometen a Bergoglio.
Así como hay estas sombras, desde otros sectores sociales se menciona que no existen hasta ahora documentos que indiquen una colaboración activa de Bergoglio con la dictadura, y él ha negado toda responsabilidad en esos casos.
Adolfo Pérez Esquivel, premio Nobel de la Paz, dijo hoy a La Jornada que ha recibido muy bien que haya un nuevo papa argentino-latinoamericano. "Es un hombre de equilibrio, de diálogo. Sé que hay cuestionamientos, y creo que pudo no haber ayudado, pero es distinto a decir que entregó a sacerdotes (a los militares). Hay que actuar con mucha responsabilidad. He hablado con él y creo que hay disposición al diálogo. Tenemos que hacer, nosotros, que el nuevo Papa mire al continente con otros ojos. Tenemos que exigir otro tiempo".
También Celia Luro, quien fue compañera del ex obispo por los pobres, monseñor Jerónimo Podestá, ya fallecido, sostiene que Bergoglio la defendió en momentos de duros ataques del Vaticano por haber formado pareja con el religioso, quien es muy respetado aquí.
Otros destacan su austeridad: viaja en transporte público y él mismo se cocina.
Son visiones encontradas, pero que integran la figura y la personalidad de un obispo, un cardenal que ha tomado posiciones duras con el gobierno de Néstor Kirchner y luego con el de Cristina Fernández de Kirchner, a pesar de que se reunió con ella en lo que parecía un primer paso hacia la concialiación en diciembre de 2007, cuando recién asumió la presidencia.
El nuevo Papa se ha enfrentado al gobierno por los proyectos de ley sobre el aborto y la que hizo posible el matrimonio entre personas del mismo sexo, que fue calificada por Bergoglio de "una guerra del diablo".
Una serie de acciones lo fueron acercando a la oposición de derecha. La situación llegó al extremo de que se trasladaran los Te deum de la fiesta patria a las provincias. Y hubo duras críticas del ahora flamante Papa, lanzadas desde un púlpito y aplaudidas por la derecha más dura, que hoy reaccionó en conjunto con grandes festejos.
"Es nuestro Papa", escribieron en algunos mensajes de Twitter integrantes de esos sectores, entre ellos familiares de los militares presos por los crímenes que cometieron durante la dictadura.
La Suprema Corte de Justicia de Uruguay acaba de consolidar la consagración de la impunidad para los peores criminales de lesa humanidad de la historia moderna de ese país.
El proceso que ha llevado a este resultado es claro.
Un primer paso consistió en la decisión de trasladar a la Dra. Mariana Mota al ámbito de lo civil, desafectándola de su titularidad en el Juzgado Penal. La Dra. Mota tenía en su sede más de cincuenta causas referidas a las gravísimas violaciones a los derechos humanos durante el período del terrorismo de Estado en los años ’70. El Estado y el propio Poder Judicial pusieron toda clase de obstáculos a sus investigaciones, además de cuestionar su compromiso con la lucha por la vigencia de los derechos humanos, cuando deberían ser su principal garante. Con esta medida, la Corte de Justicia confirmó la ausencia de justicia que víctimas, allegados y la sociedad toda viene padeciendo desde hace décadas. Al mismo tiempo, la Corte uruguaya ignoró la sentencia pronunciada por la Corte Interamericana de Derechos Humanos en el caso Gelman vs. Uruguay, además de cuestionar la independencia del Poder Judicial.
En línea con el mismo propósito o resultado, la Suprema Corte acaba de declarar inconstitucional la recientemente promulgada ley interpretativa que intentaba superar la llamada “ley de Caducidad” que desde 1986 impide el proceso de todos los autores de crímenes amparados por la pasada dictadura militar. Esta ley fue declarada inconstitucional por la misma Corte años atrás.
El argumento sobre el cual se basó esta nueva decisión radica en que no se puede aplicar una ley de forma retroactiva, cosa que sí realiza la propia ley de Caducidad. Se ha argumentado que la retroactividad se aplica sólo cuando la ley beneficia al reo. No es posible condenar retroactivamente a alguien por algo que hizo cuando en su momento no era definido como delito. No obstante, la ley de Caducidad es retroactiva desde el momento en que contradice las leyes que regían cuando se cometieron los delitos.
En otro momento, la misma Corte Suprema de Justicia de Uruguay define las violaciones cometidas en una dictadura y con la complicidad del Estado de la época como “delitos comunes”. Lo cual automáticamente transforma un delito de lesa humanidad en una causa prescriptible. No obstante, estos “delitos comunes” fueron cancelados, precisamente, por una ley promulgada para proteger a un grupo específico de criminales, la ley de Caducidad de 1986. Ni siquiera se otorgó un perdón a reos condenados por sus crímenes: el Estado renunció a someterlos a investigación y a juicio.
No obstante, más allá de una disputa técnica y sobre la filosofía que rige y cambia cada cierto tiempo las obviedades jurídicas, nuestro reclamo se basa en valores más universales y permanentes, como lo son la garantía de los derechos individuales más básicos, como la integridad física, la libertad y la reparación moral.
Por lo expuesto, como intelectuales y trabajadores de la cultura y el conocimiento, repudiamos estas decisiones de la SCJ y exigimos el fin de la impunidad y la condena de todos los criminales del terrorismo de Estado en Uruguay.
Todo Estado y toda institución de cualquier país existen para proteger la integridad física y moral, el derecho a la libertad y la verdad de cada uno de sus ciudadanos. Nunca al revés. Aceptar la violación de uno solo de los derechos humanos contra uno solo de los ciudadanos de un país con la complicidad del Estado o de alguna de sus instituciones, afecta y lesiona la legitimidad de todo el Estado.
Rechazamos cualquiera de las excusas que niegan el derecho a la justicia y la verdad. Sin verdad no hay paz; sin justicia no hay democracia.
Los derechos humanos no se mendigan. Se exigen.
Por Emilio Cafassi, Eduardo Galeano, Juan Gelman y Jorge Majfud
Alemania acaba de recordar, con dolor y vergüenza, dos acontecimientos trágicos de su reciente pasado. Los ochenta años de la asunción de Hitler al poder y los setenta años de la trágica derrota de la batalla de Stalingrado, donde el ejército germano fue aniquilado por el llamado Ejército Rojo de los soviéticos, en la cual fueron muertos doscientos mil soldados alemanes y otros cien mil cayeron prisioneros. De ellos –al fin de la guerra– volvieron a su país apenas seis mil sobrevivientes.
En los dos actos se recordó a las víctimas del racismo y la asunción inexplicable de ese personaje llamado Hitler y su conjunto de colaboradores, uno más extraño y ridículo que el otro en sus personalidades: Goering, Goebbels, Hess, Himmler...
A Hitler, su pueblo lo llegó a escuchar con devoción. Hoy, aquí, en la misma Alemania, se lo ve como a un personaje increíble, digno de ser una caricatura en una revista de comics. Sí, con su lenguaje a veces trágico, a veces de actor dramático de una comedia de folletines baratos. Un escritor alemán ha calificado la toma del poder por Hitler como una “fantochada” de la Historia, como para no creerlo. Y a Hitler, un “fantoche” de opereta. Mirando a ese personaje en los noticieros de la época, con sus gestos y sus discursos, uno va coincidiendo más y más con ese calificativo de fantoche. Pero, nos preguntamos de nuevo, ¿cómo fue posible que el pueblo alemán aceptara como un arcángel salvador a un personaje con ese lenguaje agresivo e irracional y esos gestos teatrales, nada menos que después de haber tenido la trágica experiencia de la Primera Guerra Mundial, donde habían perdido la vida como ratas miles y miles de sus jóvenes? ¿En la irracional contienda de trincheras entre dos pueblos –Alemania y Francia–, países “occidentales” y “cristianos”, con una experiencia de siglos con respecto a la insuperable crueldad de las guerras? Los dos pueblos habían sido capaces de voltear a sus monarcas absolutistas y proclamar las repúblicas y ahora, Alemania, daba el poder a un personaje que como máximo programa traía el racismo y el nacionalismo a ultranza.
Y aquí viene lo de siempre. El poder económico lo puso en el poder político ante una izquierda fuerte que por el reiterado fracaso de los partidos de la burguesía amenazaba con llegar a ese poder. Se le dio ese poder a Hitler, que lo hizo bien suyo y terminó llevando a su país a la catástrofe más grande de su historia. Eso sí, aquellas empresas del poder económico más importantes de aquella época siguen siendo actualmente las mismas.
Hoy están bien marcados los campos de concentración de Hitler: una realidad, sí, que jamás va a poder superar el pueblo alemán a través de sus generaciones. Ahí están, en la actualidad, los museos de la crueldad, de la irracionalidad más perversa de toda la historia, hoy convertidos en advertencia. Los seres humanos como insectos nocivos de la salud pública en laboratorios de la muerte. Las cámaras de gases. Hay que estar allí. No están ni las lágrimas, ni los ayes, ni los gritos de las madres cuando las separaban de sus hijos, o el silencio de los hombres en ese último momento de perplejidad ante una realidad nunca pensada. Y el personaje ridículo de bigotito cuadrado hablando de la Patria.
Lo que de alguna manera salva al pueblo alemán es que Hitler, mientras hubo elecciones democráticas, nunca obtuvo ni siquiera la mitad más uno de los votos. En las últimas elecciones libres obtuvo el 37,4 por ciento, y luego, ya con el poder, recibió el 42 por ciento del total. No fue poco pero no era la mayoría. Los estados que más apoyaron a Hitler fueron los del sur, los católicos, sobre todo Baviera, especialmente porque la Iglesia Católica apoyó a los nazis. Por ejemplo, siempre se recuerda que a principios de febrero de 1933, para festejar la toma del poder por Hitler, la Iglesia Católica abanderó el interior del templo berlinés de Marienkirche con banderas nazis, y allí el párroco Joachim Hossenfelder agradeció en la misa principal a Dios por haber permitido la llegada de Hitler al poder. El hecho fue reconocido justo el domingo pasado por el obispo católico de Berlín, Markus Dröge, quien señaló: “En ese entonces, el llamado de Jesús al amor entre todos se convirtió justo en lo contrario”. Además, lamentó que la Santa Sede no haya hecho una profunda autocrítica sobre esa conducta amistosa del catolicismo ante el nazismo.
Poco a poco se va llegando a saber por qué tuvieron tan poca o ninguna oposición de las iglesias regímenes de máxima violencia como el nazismo alemán, el fascismo de Mussolini y el régimen de Franco en España.
También ahora, ochenta años después, entre los actos que se acaban de realizar, uno de ellos se llevó a cabo en el monumento que recuerda a los miles de homosexuales asesinados por los nazis durante los doce años de dictadura. Ese lugar se encuentra en el Tiergarten, en Berlín, y al acto concurrieron representantes del gobierno, del Parlamento y de diversos sectores sociales. Distintos oradores relataron el destino de los perseguidos, que fueron detenidos, enviados a campos de concentración y asesinados, la mayoría de ellos en las cámaras de gas. Un crimen atroz y sin ninguna explicación, como los de todo ese régimen. También se llevó a cabo otro acto recordatorio ante el monumento de los gitanos de las minorías de los Sinti y los Roma, exterminados por orden de Hitler.
Pero el acto central se llevó a cabo en el Parlamento Nacional, en el cual se dio lugar como orador central a la escritora judeo-alemana Inge Deutschkorn, quien, niña de once años en 1933, fue perseguida junto a sus padres por los nazis, pero se salvó por la ayuda de veinte familias alemanas no judías que la escondieron durante los doce años de la dictadura nazi. Ella puso de manifiesto además su agradecimiento a todos aquellos alemanes que ayudaron a los perseguidos por el régimen. Y ha escrito un libro sobre esa experiencia, que en la actualidad ha pasado a ser una de las obras más leídas en Alemania.
Un régimen que hasta de los niños hacía sus víctimas. La última dictadura militar argentina también victimizó a los niños de los desaparecidos. Les quitó la identidad.
También se recordó en estos días al 27 de enero de 1945, cuando el ejército soviético liberó el campo de concentración nazi de Auschwitz. Ese día ha pasado a ser el Día del Holocausto. Se calcula que en Auschwitz fueron asesinados por los nazis 1.300.000 seres humanos, la mayoría judíos, provenientes de Alemania, Polonia, Rusia, Rumania y otros países ocupados por las tropas alemanas.
El “Nie Wieder”, el “Nunca más” alemán, ha penetrado profundamente en la sociedad. Se notó en estos días por la concurrencia multitudinaria a los actos de la Memoria contra los crímenes cometidos desde 1933 a 1945. Algo que tienen que tener en cuenta todos los pueblos para así jamás apoyar ni a dictadores ni a políticos que no tienen como principio ineludible la defensa de los derechos humanos, y recordar siempre, todos los años, los actos de salvajismo contra las vidas humanas cometidos desde el poder en la historia del mundo. Dedicar, en ese sentido, museos, monumentos en plazas y exposiciones anuales sobre los crímenes llevados a cabo por el hombre con el hombre. Hacer del “Nie Wieder” alemán y del “Nunca más” argentino una ley universal.
Por Osvaldo Bayer
Desde Bonn, Alemania
El ministro especial para causas de derechos humanos, Alejandro Solís, remeció los viejos y gastados cimientos en que aún se afirman los militares que sistemáticamente abusaron de su poder cuando Augusto Pinochet gobernaba Chile. Ayer, el magistrado procesó a 13 ex agentes de la DINA (policía secreta de la dictadura, responsable de asesinatos, secuestro y tortura entre 1974 y 1977), entre ellos a su ex director, el ex general Manuel Contreras, y el ex coronel Marcelo Moren Brito que, según testimonios, habría asesinado a un sobrino, informaron ayer fuentes judiciales chilenas.
El magistrado encausó a los ex agentes en el marco de la investigación de delitos de lesa humanidad cometidos “por una organización criminal que tenía como único objetivo reprimir a los opositores, que consideraba enemigos políticos”. Para ello, utilizó “como medios de destrucción armas de fuego, explosivos y otros idóneos”, explica la extensa resolución del magistrado. Agrega que los militares retirados están imputados como autores de homicidios y secuestros calificados (desapariciones) en los primeros meses de 1975.
Todos los procesados (cercanos colaboradores del dictador chileno) están hoy tras las rejas, cumpliendo condenas por otros casos de violaciones a los derechos humanos. Sólo en el caso de Contreras, las penas significan más de 270 años efectivos de cárcel.
Entre este grupo “selecto” de militares figuran los brigadieres en retiro Miguel Krassnoff Martchencko (quien el año pasado recibió un homenaje en la derechista comuna de Providencia en Santiago y que, a la postre, le significó al alcalde, Cristian Labbé, otro ex militar, perder su cargo), Pedro Espinoza Bravo y el coronel Moren Brito. Este último fue “el jefe” del campo de torturas de “Villa Grimaldi”, al que según diversos testigos fueron llevadas las víctimas.
Los procesamientos se enmarcan en la dura represión impulsada por la dictadura contra el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (grupo político radical de la resistencia contra Pinochet). En 1975, los nombres de las víctimas, que incluían varias mujeres y jóvenes profesionales o estudiantes universitarios, aparecieron en la lista de 119 nombres de la llamada “Operación Colombo”. Esta incluyó publicaciones en periódicos argentinos y brasileños que buscaban encubrir la desaparición de los opositores presos, con el argumento de que habían muerto en rencillas internas del MIR. La falsedad de esos escritos ha ido quedando de manifiesto en los últimos años. De esta forma, ocultaron la desaparición de las 119 personas en el marco del Operativo Cóndor, realizado entre los gobiernos militares de ese entonces para “combatir la subversión” de acuerdo con la doctrina de seguridad nacional implementada por Estados Unidos en la región. Se estima que por “Villa Grimaldi” pasaron cinco mil personas.
Según recuerda la prensa chilena, uno de los desaparecidos en la “Operación Colombo” fue el ingeniero civil Alan Roberto Bruce Catalán, de 24 años, sobrino del coronel Moren Brito, quien, han dicho los testigos, lo torturó y asesinó personalmente. Relatos de prisioneros supervivientes cuentan que días antes le comentaron a Alan Bruce lo afortunado que era porque su tío era el jefe del campo y que se salvaría. Este respondió que estaban equivocados y que seguramente moriría, porque a Moren lo que más le preocupaba era que sus superiores no lo consideraran débil.
En diciembre de 2007, en el penal Cordillera, donde cumplen condenas los ex jefes de la DINA, el coronel (R) Maximiliano Ferrer Lima se peleó con Moren Brito y le echó en cara, según el informe del incidente elaborado después por las autoridades carcelarias, haber asesinado a su sobrino. Moren, según el citado informe, ahorcó a su sobrino con un alambre y para asegurarse le introdujo enseguida la cabeza en una bolsa de plástico.
Durante la dictadura de Augusto Pinochet, según datos oficiales, unos 3200 chilenos murieron a manos de agentes del Estado, de los que 1192 figuran aún como desaparecidos y más de 33.000 fueron torturados o estuvieron presos por causas políticas.
“A julio de 2012, eran unos 800 los ex agentes (militares, policías y civiles) procesados y/o condenados a partir del año 2000 en Chile por crímenes relacionados con terrorismo de Estado cometidos en la dictadura”, explica a Página/12 Cath Collins, profesora e investigadora de la escuela de Ciencia Política de la Universidad Diego Portales. Agrega que de los 250 ya condenados en firme, menos de un tercio ha ido en algún momento a la cárcel. “Los demás logran sentencias bajas (de menos de cinco años).” El contraste con Argentina es el siguiente: 66 por ciento de las penas en Chile son de cinco años o menos (lo que significa que son no carcelarias), mientras que el 50 por ciento de las penas en Argentina son a perpetuidad”, concluye.
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