John Martínez
CC 1019057859
Sociólogo
Universidad Nacional de Colombia
Artículo 19. Todo individuo tiene derecho a la libertad de expresión y de opinión este derecho incluye no se molestado a causa de sus opiniones, el investigar y recibir informaciones y opiniones y el de difundirlas sin limitación de fronteras por cualquier medio de expresión.
Informes: Transv. 22 A Nº 53D-42, int. 102, telfs: 345 18 08
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Con el deseo que el conjunto de las actividades que todas y cada uno aborda bien como persona, bien como colectivo, estén desenvolviéndose lo mejor posible, va este saludo y proposición.
De nuestra parte, el equipo humano que hace posible la redacción, edición y mercadeo del periódico desdeabajo, las circunstancias no son las mejores pero nos esforzamos para enderezarlas.
En esa perspectiva, y con la vista proyectada en el desarrollo de un intercambio de ideas, y la construcción de acuerdos que permitan hacer de este medio de comunicación un espacio, proyecto, línea, instrumento, recurso, referente, del cual todos y cada una de las personas y proyectos colectivos inscritas en el proceso de construcción común hoy sintetizado por los cuatro llegue a sentirlo como propio, beneficiándose de su impulso, elaboración de artículos, propuesta de diseño, de estética etcétera; mientras este momento llegue, va la presente propuesta:
Ahora mismo está circulando la edición Nº 233 de este periódico, correspondiente al mes que va del 15 de marzo al 15 de abril. La edición trae temas como:
Una lectura continental del paro de las mujeres, artículo escrito por Francesca Gargallo, compañera mexicana responsable de todo lo concerniente a feminismos en el fondo editorial Desde Abajo.
La editorial, que interroga por ¿dónde está la izquierda?, adentrándose en una propuesta para avanzar en una construcción con mirada de presente y futuro, una apuesta anticapitalista con vocación de otra sociedad posible.
La denuncia que sobre el complejo mundo del espionaje que a través de redes sociales, y con todo tipo de software y similares lleva a cabo la CIA, realizado hace unos días por Wikileaks, la cual no podemos dejar pasar sin revisar con todo cuidado, pues “si no hay tiempo para la seguridad no hay tiempo para la revolución”.
El debate sobre la comunicación, y más allá de ésta, el imperio de la desinformación y la mentira abierta, hoy impuesta como línea de los poderes y gobiernos del mundo. ¿Qué está en juego acá?
Crónica sobre una niña pobladora del sur bogotano, violencia y exclusión que igual viven miles de miles de ellas, y de ellos, por todo el país.
Salud. Según Santos, con la expedición de la Ley 1751, o Ley Estatutaria de Salud, la historia del sector se partiría en dos, ¿será belleza tanta palabrería?
El nuevo gobierno de los Estados Unidos. La pregunta que nos planteamos al momento de escribir la nota fue, ¿a qué se debe el giro en el gobierno de los Estados Unidos? El artículo brinda una respuesta, esperamos que aguda y certera, sobre el particular.
El pulso que vive la Cumbre Agraria. La realidad de la sesión permanente que llevó a la vocería de la Cumbre al Ministerio de Agricultura y los retos que este proceso dejó abiertos.
La lucha contra la privatización de la ETB leída a través del cubrimiento que efectuamos del Cabildo Abierto que sobre este particular citó el sindicato de esta empresa.
La coyuntura por la cual atraviesa el pueblo Bary en su lucha por recuperar parte de sus territorios ancestrales.
Fotoreportaje realizado con trabajadores, uno de la construcción y otro en un montallantas. El mundo del trabajo que hoy tenemos y los dilemas que esto plantea.
La tercera entrega sobre la Revolución de Octubre, en esta ocasión dedicado al debate sobre el papel jugado por los sujetos en la Historia.
Además, cine, cuento...
Como verán, el contenido es actual, propositivo, y cuando lo lean comprobarán que, además, rompe con muchos lugares comunes. Un periódico para compartir, estudiar, distribuir, vender, invitar a leer, llevarlo allí donde consideremos vive, existe, está, actúa, una persona con deseos de otro país necesario.
La propuesta, compañeros y compañeras, es que mientras llega la ocasión de discutir entre todas y todos el espinoso, pero necesario y urgente tema del papel por jugar por el periódico desdeabajo en el esfuerzo que tenemos en marcha, es que todo aquel/aquella que pueda asuma su venta.
La propuesta, para que nos beneficie al conjunto de los 4 proyectos en caminar conjunto, es que por cada unidad que logre venderse quede $ 1.000 para un fondo común; es decir, si lograsen vender, por decir, mil unidades quedarían para el fondo común un millón de pesos ($ 1.000.000), lo cual, sin duda, nos ayudaría a cubrir gastos comunes. El referido no es difícil, es muy posible; tal vez muchas más unidades posibles de ser vendidas.
Esperamos no seamos inoportunos, y esta invitación-consulta sea del interés del conjunto de mujeres y hombres reunidos en este esfuerzo que soñamos avance con resultados cada vez más positivos, más satisfactorios y más convocantes, para el conjunto hermanado pero también, y sobre todo, para el país nacional.
La disolución revolucionaria de la Asamblea Constituyente
Periódico desdeabajo Nº241, noviembre 20 - diciembre 20 de 2017
Periódico desdeabajo Nº240, octubre 20 - noviembre 20 de 2017
Periódico desdeabajo Nº239, septiembre 20 - octubre 20 de 2017
Periódico desdeabajo Nº237, julio 20 de agosto 20 de 2017
La revolución contra la guerra; la guerra contra la revolución
Cien años de la Revolución de octubre: movimiento obrero en Rusia
La hora de las rectificaciones
Periódico desdeabajo Nº234, abril 20 - mayo 20 de 2017
Algunas reflexiones sobre los sujetos en la historia
Periódico desdeabajo Nº233, marzo 20 - abril 20 de 2017
La revolución comenzó en febrero
Periódico desdeabajo Nº232, Febrero 20 - marzo 20 de 2017
El hundimiento catastrófico de un mundo
Periódico desdeabajo Nº231, Enero 20 - febrero 20 de 2017
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Organizaciones religiosas protestantes de corte pentecostal o neopentecostal dominan el campo religioso secundario en Bogotá, incluso en toda Colombia. Importante incidencia en un país donde el 94 por ciento de sus habitantes manifiestan ser creyentes (1). Estas organizaciones –sobre las cuales apenas existen estimaciones en el número de fieles que congregan, así como sobre los multimillonarios montos de dinero que manejan–, poseen características mucho más “terrenales” que aquellas en las que inscriben los objetivos de funcionamiento y sus misiones organizacionales. La lectura cualitativa (2) aquí expuesta puede motivar la ampliación del debate sobre las mismas, enfatizando en otros significados e influencias poco consideradas en las discusiones.
Las categorías de Mega iglesia, Multinacionales de la fe, Denominaciones, Empresas Religiosas Centralizadas Multisedes e Informalidad Religiosa resultan útiles para aproximarse a la comprensión del denominado “campo (3) religioso secundario” en la ciudad de Bogotá. Aunque esta interpretación pueda resultar confusa, adquiere relevancia en la medida que es útil para analizar comparativamente un tipo de organizaciones religiosas no católicas (4) que producen, administran, distribuyen bienes simbólicos de salvación, al tiempo que compiten por la apropiación de capitales religiosos.
Bogotá es otro de los escenarios donde tiene lugar esta lucha por feligreses y sus capitales entre estas instituciones que promueven el acceso a bienes inmateriales y/o simbólicos como la prosperidad, la redención de los pecados y la salvación, además de otros intangibles a los que suelen restringir los objetivos y el sentido ulterior de sus operaciones. Sin embargo, no son los ámbitos subjetivos o religiosos donde exclusivamente influyen estas instituciones: desbordan los espacios inmateriales introduciendo determinaciones sobre ordenamientos políticos, económicos y sociales en la capital y en el resto del país.
El debate acá propuesto sobre estas organizaciones prescinde de juicios valorativos sobre su veracidad, pertinencia o validez, mediante el uso de acepciones éticas o morales particulares. Pretende aproximarse a la interpretación secular de estas instituciones en aspectos como sus relaciones con los fieles, sus vínculos con el Estado y las incidencias en la sociedad, aspectos que contribuyen a develar una faceta mucho más terrena que la autopromulgada por estas empresas religiosas.
Beltrán Cely, en su trabajo “De la informalidad religiosa a las multinacionales de la fe. La diversificación del campo religioso en Bogotá” (5) define: “Según el grado de burocratización alcanzado, el número de seguidores, la infraestructura material, y el poder económico y político el campo religioso secundario en Bogotá puede estructurarse en cuatro grandes tipologías 1) las Mega iglesias, 2) las Multinacionales de la fe, 3) las Denominaciones, 4) la Informalidad Religiosa” (6).
Las Mega iglesias pueden definirse como organizaciones religiosas de corte pentecostal o neopentecostal, conformadas por un número elevado de feligreses, propietarias de millonarios templos con capacidad para albergar miles de integrantes; iglesias organizadas de acuerdo a los principios racionales de la burocracia y provistas de sofisticadas estrategias de marketing para disputar capitales en el campo religioso. Cuentan además “[...] con una infraestructura ampliada que incluye templos, seminarios, colegios, hasta pequeñas organizaciones informales que funcionan con una precaria infraestructura material en garajes, locales o viviendas” (7). Entre algunas de estas iglesias se encuentran: Misión Carismática Internacional, Centro Misionero Bethesda, Iglesia Casa sobre la Roca, Avivamiento Centro para las Naciones, El Lugar de su Presencia.
Estas Iglesias se caracterizan por su religiosidad cálida y afectiva donde el contacto con Dios o la presencia del Espíritu Santo prevalecen sobre la posibilidad de aprender una doctrina con sistematicidad. En ellas las emociones, al igual que las palabras, se imponen sobre los textos escritos. Este tipo de instituciones se caracterizan por buscar su reconocimiento social y legitimidad a través de su crecimiento numérico, a ello se debe la plasticidad de sus estrategias de organización, liturgia, y doctrina.
Predicación y glosolalia (8) son elementos fundamentales en su liturgia, de la misma manera que la música moderna dotada de sentido religioso y producida en vivo sobre escenarios provistos de sofisticados sistemas de luces, máquinas de sonido y video, escenifican en conjunto una especie de “concierto masivo”. Amplía Beltrán: “Esta forma de adoración musicalizada que integra ritmos contemporáneos (pop, rock), folclóricos y tropicales, ha hecho que el neopentecostalismo sea especialmente atractivo para jóvenes y adolescentes, pues permite los movimientos rítmicos corporales y la manifestación de emociones” (9).
Otra característica se encuentra en sus líderes. Los pastores de las Mega iglesias en Bogotá –y en todo el país– son hombres, pero sus esposas, reconocidas como pastoras, desempeñan un papel fundamental en estas empresas religiosas. A este modelo de las “parejas pastorales” alude Beltrán Cely: “[...] constituye un cuestionamiento implícito al celibato de los católicos. [...] En tanto las Mega iglesias pentecostales constituyen el paradigma de las empresas religiosas exitosas, el modelo de las “parejas pastorales” tiende a imponerse entre los evangélicos como modelo legítimo de liderazgo religioso” (10).
Modelo de liderazgo sustentado en el carisma de los pastores que erigen su autoridad sobre el pretendido hecho de ser portadores de las revelaciones divinas, acreedores de bienes espirituales susceptibles de ser constatados. Son estos líderes los que a su vez desempeñan como fundadores, pastores y gerentes de sus Iglesias que en general cuentan con una organización eficiente, buenas estrategias de crecimiento, y una poderosa “economía del diezmo” capaz de conducirla por el sendero de la acumulación de enormes capitales destinados a ampliar su infraestructura religiosa y financiar millonarios espacios en los medios masivos de comunicación
La categoría de Multinacionales de la fe integra a un tipo de organizaciones transnacionales dotadas de un gran poder económico, productoras de bienes simbólicos de salvación y servicios religiosos en todo el mundo. Tienen una organización mundial centralizada desde donde coordinan sus estrategias de funcionamiento, de expansión, su unidad corporativa y doctrinal de forma estandarizada. Entre algunas de las Multinacionales de la fe en Bogotá, y en Colombia, se encuentran: La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los últimos días y los Testigos de Jehová.
Este tipo de organizaciones tienen millones de fieles en decenas de países. En términos de organización, comparten similares características a las Mega iglesias, pero en este caso son capaces de enlazar sus sedes en diferentes países a través de una red de administración centralizada y transnacional. Beltrán Cely, señala: “Teniendo en cuenta que, históricamente, la acción de las iglesias cristianas no ha estado sujeta a las fronteras nacionales y que la tendencia transnacional de las empresas religiosas se ha acentuado gracias a la globalización, podemos añadir, como uno de los indicadores de éxito de las empresas religiosas contemporáneas, su capacidad de superar su carácter de ofertas locales para constituirse en empresas religiosas transnacionales o, en el mejor de los casos, “multinacionales” (Beltrán, 2006)” (11).
El crecimiento es la prioridad. Tal como pude mostrarlo el caso paradigmático de la Misión Carismática Internacional, con más de 40 sedes en diferentes países, exhibe la tendencia de las Mega iglesias para convertirse en Multinacionales de la Fe; precisa Beltrán: “Inicialmente consolidan una sede principal en una de las ciudades más importantes del país. Paso seguido fundan nuevas sedes en otras ciudades, preferiblemente en las capitales de los departamentos; para este propósito utilizan las mismas estrategias exitosas de su sede principal. Por último abren sedes en el extranjero, con la intención de consolidarse como empresas religiosas multinacionales” (12).
Otro tipo se encuentra en las Denominaciones, estas comprenden: “[...] organizaciones religiosas doctrinalmente homogéneas que cuenta con sedes en diferentes lugares de la ciudad y el país, cada una de las sedes se conocen como "congregaciones locales" y funcionan de forma similar a las parroquias católicas", gozan de un grado relativo de autonomía a la vez que responden a una organización central”. Algunas de las denominaciones que destacan por su número de congregaciones y por la cantidad de miembros, son: las Asambleas de Dios, la Iglesia Cuadrangular, la Iglesia Adventista del Séptimo Día y la Iglesia Pentecostal Unida.
Las Denominaciones se diferencian de las Multinacionales de la Fé, y de las Mega Iglesias, por el tipo de vínculos que se mantienen cuando son abiertas nuevas sedes en regiones o nuevos países. A diferencia de las Mega Iglesias, las iglesias en las Denominaciones se independizan en términos administrativos, se vuelven autónomas al tiempo que suelen mantener afinidades doctrinales con las iglesias madres. Algunas de las grandes Denominaciones, como las Asambleas de Dios, permiten cierta diversidad de “matices y tendencias en su seno” y “[...] el grado de las congregaciones locales es tan alto que las funciones de la denominación a nivel central se limitan primordialmente a representar a las diferentes congregaciones ante el gobierno y la sociedad” (13).
Las Empresas Religiosas Centralizadas Multisede (14) son “[...] grandes organizaciones pentecostales de estructura centralizada, que funcionan bajo la autoridad de un líder carismático. En estas organizaciones, cada una de las sedes es un eslabón que replica los planes y estrategias de la autoridad central; por lo tanto, tienen una escasa autonomía local y pueden ser observadas como «sucursales» de una única empresa centralizada” (15).
No funcionan en torno a una sede principal multitudinaria, pero a su vez comparten muchas de las características de las Mega iglesias: fueron creadas por la iniciativa de un líder carismático, emplean los medios masivos de comunicación, están especializadas en segmentos del mercado religioso, tienen una poderosa infraestructura y también tienden a convertirse en Multinacionales de la fe.
Tres de estas organizaciones con presencia en Bogotá integran este tipo: La Cruzada Estudiantil y Profesional de Colombia (Cepc), la Iglesia de Dios Ministerial de Jesucristo Internacional y la Iglesia Universal del Reino de Dios. Sobre ellas precisa Beltrán Cely. “Ninguna de estas organizaciones hace parte del Consejo Evangélico de Colombia (Cedecol) y ninguna se identifica como protestante o evangélica; no obstante, cada una de ellas constituye una versión específica del pentecostalismo” (16).
Por último, encontramos la categoría de Informalidad Religiosa donde se encuentran “iglesias de garaje” que han nacido por la iniciativa de un líder carismático, o por la fragmentación de una iglesia ya instituida. Son congregaciones que nacen a partir de inversiones económicas bajas, en locales alquilados, en pequeños espacios dispuestos para tal fin. Pueden ser descritas dos tipos de organizaciones informales: pequeñas congregaciones con una clara curva de crecimiento en busca de convertirse en Mega iglesias o Denominaciones, por otro lado se encuentran pequeñas congregaciones que no crecen, pero tampoco dejan de existir manteniéndose en los límites de la informalidad religiosa.
La mayoría de estas iglesias están ubicadas en barrios de estrato bajo y en sectores periféricos de la ciudad, según Beltrán: “[...] puede considerase como una forma de resistencia social dada la precariedad de espacios de participación social y política para los sectores marginales de la ciudad. Estos movimientos religiosos propician espacios de organización comunitaria para todo tipo de población pero especialmente para los pobres, desplazados y marginados que encuentran en el seno de la comunidad la posibilidad de reestructurar el sentido de su existencia y su identidad” (17). Al mismo tiempo, estás iglesias se constituyen en alternativas para el ascenso social para quienes no disponen de los recursos o capitales culturales para hacerlo a través del empleo formal. En la actualidad el pentecostalismo representa, incluso estas pequeñas organizaciones religiosas, una alternativa para que individuos en comunidades vulnerables transformen su carisma social en valores como el dinero y el reconocimiento social.
Entre los determinantes comunes a este tipo de organizaciones se encuentran el hecho que compiten por capitales en el mercado religioso. A estos capitales se refiere William Mauricio Beltrán: “Como cualquier capital simbólico, el capital religioso se puede convertir en privilegios, autoridad, prestigio y riquezas; esto motiva a los agentes en competencia a implementar diversas estrategias para su apropiación, monopolización o desmonopolización” (18). La lucha por estos capitales a través de estrategias debe entenderse a partir de la consideración que también es una lucha por autoridad, prestigio y riqueza en situación de pluralismo religioso (19).
El capital religioso no se mantiene en su versión intangible, también se objetiva, se vuelve concreto en la capacidad de movilización social que puede engendrar, la misma que otorga soporte material, legitimidad y capacidad de reproducción. Pero esta capacidad necesita para hacerse efectiva la configuración de un aparato burocrático y racional, es decir, que se instituyan iglesias eficientes, capaces de volver cotidiano el carisma de sus líderes fundadores para asegurar su conversión en bienes tangibles que determinen la expansión de la organización. Tal determinación parece haber sido entendida muy bien por empresarios religiosos del talante de Cesar Castellanos, Jorge Enrique Gómez o María Luisa Piraquive.
Otro de los aspectos más importantes de estas organizaciones, en semejanza a la Iglesia católica, tiene que ver con el hecho que contribuyen al sostenimiento del orden político de diferentes maneras: inculcando matrices de percepción, pensamiento y acción orientadas hacia la legitimación y perpetuación de las estructuras políticas, o empleando su autoridad para contrarrestar la subversión al orden dominante desde iniciativas proféticas y sectarias que puedan presentarse (20). A pesar de la secularización, en la sociedad colombiana la religión se resiste a circunscribirse a los límites de la esfera privada, y sigue actuando en la esfera pública como un factor de presión política y social (21). Con pocas excepciones, la aceptación del orden político dominante es tacita en las organizaciones religiosas pentecostales o neo pentecostales en Colombia, a menos que las disposiciones provenientes de ámbitos de gobierno controviertan su doctrina o la imagen de sus líderes (22).
Decisión estratégica. No es rentable generar controversias políticas con el Estado en ámbitos que van más allá de lo religioso cuando es el mismo que instaura normas para garantizar su viabilidad, funcionamiento, reproducción e igualdad. Un ejemplo de ello se encuentra en el “concordato evangélico” (23), donde fueron concedidos algunos derechos como el reconocimiento de los derechos civiles de los matrimonios, la posibilidad de impartir su doctrina en instituciones educativas del Estado y su participación como capellanes en cárceles, hospitales y establecimientos asistenciales. Es de manera precisa esta capacidad de convivir con el Estado lo que ha potenciado la victimización de algunos de sus líderes en escenarios del Conflicto Armado en Colombia.
El mercado religioso sigue siendo el espacio de mayor interés para todas las doctrinas religiosas en Bogotá y en Colombia, pues en una situación pluralismo se enfrentan a los desafíos de retener o aumentar sus membresías y, tal como lo precisa Beltrán: “Para este propósito, recurren a los mismos métodos que utilizan las demás empresas que enfrentan problemas similares, es decir, a las estrategias de marketing (Berger, 1971, pp. 169 – 174) (24)”. A esto se debe el hecho que la mayoría de las iglesias protestantes hayan adaptado su liturgia para poder reclutar y satisfacer a feligreses de segmentos juveniles y profesionales de la población, adaptándose a la demanda de sus consumidores.
El tema de la regulación estatal del mercado religioso también es imprescindible para comprender el funcionamiento de estas organizaciones. En Colombia este mercado se encuentra virtualmente desregulado, pero en términos prácticos el Estado continúa proporcionando privilegios superiores a la Iglesia católica. Sin embargo, como lo muestra el concordato mencionado, no ha sido poco lo avanzado en la instauración de una situación de pluralismo religioso. Esto ha estimulado la competitividad por los fieles, la baja regulación interna de estas ofertas religiosas, así como una mayor incidencia (empoderamiento) de los individuos en el mercado de la religión.
A este, u otros mercados, no puede accederse si se adolece de mercancías para efectuar intercambios. Aquí la mercancía encarna en los denominados bienes religiosos (25) que pueden ser: a) promesas de compensación futuras o trascendentales (curaciones, disfrutar del cielo); b) beneficios que se desprenden de la membresía del grupo religioso (privilegios, contraprestaciones, acceso a capitales sociales y beneficios de sus dinámicas solidarias); c) servicios (bautismos, matrimonios, funerales, visitas a enfermos consejerías); d) actividades colectivas o bienes comunitarios (cultos, coros religiosos, oraciones comunitarias, fiestas religiosas); e) bienes públicos o servicios caritativos (servicios a los sectores vulnerables); e) estatus (beneficios económicos y simbólicos a sus fieles relacionados con las posibilidades que otorgan a sus miembros para alcanzar puestos de prestigio, influencia o autoridad dentro del grupo religioso).
Tales son los bienes que encarnan el objeto de los intercambios con los feligreses, quienes aportan en contraprestación sus capitales humanos, energías vitales, trabajo, voluntades y valiosos recursos económicos, que constituyen uno de los pilares materiales más fuertes de estas organizaciones ofrendados en el contexto de las doctrinas de la “teología de la prosperidad” y “súper fe” donde, según Beltrán: “El dar actúa de forma análoga a la siembra: "el que abundantemente siembra, abundantemente cosecha", suelen decir los predicadores de la prosperidad citando el texto bíblico. En la medida en que el creyente done (ofrendas y diezmos) a su congregación garantiza la bendición divina (26).
Este es precisamente una de las determinaciones que sesga muchos análisis hacía la hiper significación de los mecanismos de apropiación de recursos latentes en estas organizaciones religiosas, así como las posibilidades de enriquecimiento individual proporcionada por sus economías del diezmo ,pobremente reguladas en términos tributarios por parte del Estado. Al igual que con la Iglesia católica, los gobiernos las hicieron declarantes pero “no contribuyentes”, es decir, las exoneraron de pagar impuestos sobre la renta, el patrimonio o ganancias, incluso, hicieron extremadamente permisiva a su principal agencia de tributación (Dian) ante el incumplimiento del compromiso de declarar renta y patrimonio, su única obligación.
Aunque pueda ser objeto de encarnizadas discusiones, los bienes religiosos ofrecidos tienen pleno valor para miles de feligreses que han encontrado en estos la fuente de sentido, familia sustituta o comunidad terapéutica, el Estado –a quien nunca han conocido–, espacios de construcción de nuevas solidaridades (así como los beneficios derivados), instituciones mediante las cuales han mejorado objetivamente las condiciones de su existencia.
Es necesario tomar en cuenta estos matices en el debate, pues el desenvolvimiento de estas organizaciones religiosas no puede reducirse a su naturaleza económica, política, financiera, pero tampoco, como pretenden algunos de sus líderes, reducir su operación a las subjetividades y la espiritualidad sobre los feligreses que las integran, recibiendo un trato gubernamental pletórico en consideraciones y laxitudes. Hay una compleja interrelación entre estos ámbitos, una transferencia de bienes y contraprestaciones capaces de otorgar esta compleja corporalidad a instituciones religiosas que proliferan hasta en los más recónditos lugares del país.
William Mauricio Beltrán Cely habló con el periódico desdeabajo. Es un destacado investigador del Centro de Estudios Sociales (CES) y profesor del departamento de Sociología de la Universidad Nacional de Colombia, artífice de las obras retomadas para este artículo, las mismas que han llamado la atención en la comunidad académica latinoamericana. A continuación el diálogo sostenido:
Allan Bolivar. (AB): Existe mucha resistencia entre los líderes protestantes a ser definidos y tratados conceptualmente como empresas religiosas, ¿cuál es el motivo de esta oposición?
William Beltrán (WM): Esta resistencia tiene que ver con que ellos tratan justamente de negar que sus proyectos religiosos tienen algún interés de lucro (los pastores especialmente). Es decir, hay un vínculo muy fuerte entre lógicas empresariales y proyectos religiosos porque las iglesias, sobre todo las grandes, las que llamamos Mega Iglesias, movilizan cantidades inmensas de dinero, no se sabe cuánto porque ellos tienen mucha reserva con esos datos [...]; que nadie sepa puede ser preocupante. La Dian ha tratado de indagar al respecto, pero es difícil, habría que ver hasta dónde llegó la Dian. Obviamente, en mi papel de investigador, no les puedo preguntar a los pastores cuánto dinero ingresa a sus iglesias, eso no es información que ellos suministren, o la dan con mucha desconfianza. Todo tipo de información que puede implicar para ellos alguna posibilidad de ser gravados con impuestos, pues la manejan con mucha prudencia [...].
AB. Enormes cantidades de dinero que no son objeto de tributación, ¿por qué no ha sido posible gravar a este tipo de organizaciones religiosas ni aún ahora, cuando son requeridos tantos recursos para financiar la paz?
WM. Cualquier intento de gravar las nuevas organizaciones religiosas implicaría, por la Ley de Libertad Religiosa, aplicar los mismos gravámenes financieros a la Iglesia católica. Eso no va a ocurrir, la Iglesia católica no aceptará que la graven. Las grandes iglesias, sobre todo la Católica, tienen –todavía– un gran poder de movilización social, de protesta [...]. Esto implica que cualquiera de estas propuestas tiene un costo político muy alto. Es decir, que un senador, un congresista, no quiere medírsele a eso por el costo político que le implica [...] además porque las organizaciones religiosas manifiestan que son entidades sin ánimo de lucro y que sus servicios son para la comunidad. [...]. Puedo equivocarme, pero veo muy difícil cualquier intento de gravar con un impuesto para la paz, a las organizaciones religiosas. Siempre será una cuestión voluntaria, les pueden proponer que contribuyan voluntariamente, pero como una obligación no me parece realista.
AB. Una de las críticas a estas iglesias tiene que ver con la contribución de la mayorías de las organizaciones religiosas (ubicadas entre las categorías de Informalidad Religiosa y Multinacionales de la fe) al sostenimiento de los ordenamientos establecidos, ¿qué puede decirnos usted al respecto?
WM. Algo propio del cristianismo en general (incluso del catolicismo). El protestantismo ha considerado un valor someterse a las autoridades legalmente instituidas, es un valor cristiano que está presente en el evangelio y que se expresa un poco en el mandato que le da Jesús a los discípulos cuando les dice, “dad a Dios lo que es Dios y dad al César lo que es del César”. Las iglesias mantienen ese principio, hay argumentos bíblicos que usan para decir que una institución religiosa debe obedecer al gobierno, incluso cuando éste es un infiel o un impío. A menos de que ese gobernante los obligue a hacer algo que vaya en contra de sus demás convicciones religiosas. Pero si ese orden no los obliga a negar su fe o actuar en contra de su fe, ellos creen que deben someterse.
En general, esta ha sido la actitud tomada por las iglesias cristianas, con muy pocas excepciones; de hecho, una excepción se observa en lo sucedido hoy con la Misión Carismática Internacional (MCI) que ha hecho parte del bloque constituido por el Centro Democrático para oponerse al proceso de paz. En ese sentido la MCI se ubica más en la oposición al Gobierno. Digamos que han existido otros casos en América Latina –como la Teología de la Liberación–, donde sectores de la Iglesia católica se pusieron del lado de la protesta, de la revolución, del movimiento social. Pero [...] las iglesias cristianas, en general, han tratado de mantenerse dentro del orden establecido, y de verse en muchos aspectos como aliadas del Estado, lo cual le ha generado muchos conflictos en zonas donde hay presencia guerrillera, porque allí su afinidad con el Estado se lee como contrarrevolucionaria. Hay episodios recientes de nuestra historia –finales de los años 90 e inicios de la década del 2000– donde se multiplicó el asesinato y secuestro de pastores evangélicos, vistos por la guerrilla como “objetivo militar” [...] en buena medida porque se oponían a que la guerrilla reclutara a sus jóvenes o que estos portaran armas, y porque no se identificaban con la propuesta política de la insurgencia.
AB. Considerando que también han sido víctimas en el conflicto armado, ¿cuál es la posición de estas organizaciones religiosas frente al postacuerdo?
WM. Dentro del protestantismo evangélico hay un sector que está muy a favor del acuerdo, y ya se está movilizando para buscar la reconciliación. Ese sector está liderado por figuras muy reconocidas, entre ellas Viviane Morales, Jimmy Chamorro y Darío Silva Silva, tal vez ellos son los más destacados [...]. Un abanderado de la reconciliación que es muy influyente en el mundo protestante es Darío Silva Silva, él tiene programas de televisión donde promueve todas las ventaja de la reconciliación. De hecho, él estuvo presente en momentos simbólicos importantes, como la campaña de Santos por la reelección, o la sanción presidencial de la Ley de Víctimas y Restitución de Tierras.
De hecho, usted puede consultar en la página Web de la “Casa Sobre la Roca”, donde aparecen registros de escenarios donde esta organización religiosa ha propiciado encuentros con guerrilleros, con paramilitares, con excombatientes, en zonas de conflictos, haciendo pedagogía por la paz. En otras palabras, ya hay iglesias muy comprometidas con el proceso de reconciliación. Por ejemplo, ésta ha sido durante muchos años la bandera de la Iglesia menonita y de su ONG Justapaz [...]. Allí hay procesos muy interesantes, hace poco celebraron jornadas de oración por la paz, muy de estas minorías, de iglesias muy pequeñas, que muestran mucho compromiso con las víctimas, movilizan recursos, difunden a nivel internacional lo que está sucediendo en Colombia cuando las amenazas a las víctimas se multiplican.
Entre 1930-1946, durante el periodo de dominio liberal, arribó al país una ola importante de misiones protestantes procedentes de Estados Unidos y Canadá. Tal como detalla Beltrán Cely en su libro, “Del monopolio católico a la explosión pentecostal”, durante este periodo la Iglesia luterana inició labores en Boyacá, también las primeras misiones pentecostales se instalaron en el país: las Asambleas de Dios en Boyacá (1932) y la Iglesia del Evangelio Cuadrangular en Santander.
Vinieron estimuladas por las políticas de diversidad y modernización de los gobiernos para desarrollar ambiciones proyectos de evangelización con los que pretendieron “civilizar” áreas apartadas y marginales en Colombia. Sin embargo trajeron consigo un estilo de adoctrinamiento fundamentalista que poco contribuyó con la difusión de ideas modernas, estilo que proliferó pues los misioneros usaron las potencialidades de la radio como medio masivo de comunicación para expandir sus ideas. Fue así como inauguraron emisoras protestantes en Barranquilla y en Bogotá, de la misma manera que lo hizo el evangelista Paul Epler en los años 40 en Sogamoso.
Beltrán Cely destaca de las misiones, respecto a los programas de desarrollo impulsados desde los Estados Unidos que: “Las misiones protestantes norteamericanas se autoproclamaron defensoras de la democracia, del libre comercio y de los derechos individuales. Al mismo tiempo, se opusieron al catolicismo, al que acusaban de ser responsable del atraso y del autoritarismo político en América Latina. Las políticas del «buen vecino» promovidas por el gobierno Roosevelt (1933-1945) observaron las iniciativas misioneras como funcionales al mejoramiento de las relaciones comerciales y políticas entre las dos Américas (Damboriena, 1962, vol. 1: 26-27; Bastian, 1989: 14; Piedra, 2002, vol. 2: 9-10, 129-130)”*.
* BELTRÁN CELY, William (b), op. cit., p. 60
A finales de la década de los 40, y durante los 50, los protestantes tuvieron que afrontar la persecución de la Iglesia católica, del Estado y de la sociedad. El clero lo asoció al comunismo diciendo que juntos pretendían desestabilizar la Nación; el mismo Gustavo Rojas Pinilla, en su discurso de posesión, pretendió granjearse la simpatía de los jerarcas católicos denunciando al movimiento protestante, y sectores de izquierda empezaron a asociarlos desde aquella época con una estrategia de expansión del imperialismo norteamericano.
Uno de los más importantes focos de combate al protestantismo fue la Revista Javeriana, usada por los jesuitas como medio para denunciar su avance. Todo desencadenó en una persecución religiosa abierta entre los años 1948 – 1958, que los protestantes recuerdan bastante bien. Durante este periodo fueron destruidos sus templos e iglesias, cerradas sus escuelas por orden del Gobierno, asesinados protestantes por motivo de su credo y sufridas considerables pérdidas materiales.
Algunas Megas iglesias en Colombia
1 En una encuesta realizada en el 2010 (consultar obra “Del monopolio católico a la explosión pentecostal”) sobre 3.853 persona en las ciudades de Bogotá, Medellín, Cali, Barranquilla, Maicao, Bucaramanga, Barrancabermeja y varios municipios del Urabá, el 94 por ciento de los encuestados de declararon creyentes, el 73 por ciento asisten a una iglesia o grupo religioso. El 70, 9 por ciento de los encuestados se identificó como católicos, el 16.7 por ciento como protestante, el 4.7 por ciento como ateos y agnósticos, el 1.8 por ciento como Testigos de Jehová. El 68.3 por ciento de las mujeres encuestadas pertenecían a una membresía religiosa y el 78.8 por ciento de los hombres también.
2 Se aclara que el manejo teórico propuesto de las temáticas no es estrictamente cualitativo, pero se enfoca en él para efectos de los propósitos expositivos en el presente artículo.
3 El campo, se refiere al espacio teórico donde se lleva a cabo la competencia por apropiarse de capitales religiosos entre las empresas que producen, administran y distribuyen bienes simbólicos de salvación.
4 No se incluyen en estas las propias de la denominada “nebulosa místico – esotérica” que incluye movimientos de raíces diversas como los inspirados en las religiones orientales, sincretismos esotéricos, religiosos y los pertenecientes a las artes de la adivinación como la astrología y el tarot. Este artículo no aborda a la Iglesia católica por motivos metodológicos, pero el tema no puede considerarse como fruto de un sesgo analítico pues lo concerniente a esta empresa multinacional religiosa está siendo trabajado y será publicado en próximas ediciones del periódico desde abajo.
5 BELTRÁN CELY, William (a). “De la informalidad religiosa a las Multinacionales de la fe”. Revista Colombiana de Sociología, No. 21. Editorial Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, 2003. pp. 141-173
6 Ibíd., p. 143.
7 BELTRÁN CELY, William (b). “Del monopolio católico a la explosión pentecostal. Pluralización religiosa, secularización y cambio social en Colombia”. Universidad Nacional de Colombia. Facultad de Ciencias Humanas. Centro de Estudios Sociales (CES). Maestría en Sociología, 2013. p. 148
8 Capacidad o acto de hablar en lenguas que desde el pentecostalismo se percibe como un don, una señal de poseer bienes espirituales otorgados por Dios. “Estas señales acompañaran a los que crean: en mi Nombre echarán demonios y hablarán nuevas lenguas;” (Marcos 16:17). “a otro, poder de milagros; a otro, profecía; a otro, discernimiento de espíritus; a otro, diversidad de lenguas; a otro, don de interpretarlas” (1era Corintios 12:10).
9 BELTRÁN CELY, William (a), op. cit., p. 145.
10 BELTRÁN CELY, William (b), op. cit., p. 187
11 BELTRÁN CELY, William (c). “La teoría del mercado en la pluralización religiosa”. Revista Colombiana de Sociología, No. 33. No 2. Editorial Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, Julio - Diciembre 2010. p. 60.
12 BELTRÁN CELY, William (b), op. cit., p. 252.
13 BELTRÁN CELY, William (a), op. cit. P. 163.
14 Esta categoría se agrega de manera complementaria debido a su inclusión en la obra “Del monopolio católico a la explosión pentecostal” publicada con posterioridad a las demás referidas.
15 BELTRÁN CELY, William (b), op. cit., p. 260
16 Ibíd., p. 261.
17 BELTRAN CELY, William (a), op. cit., p. 166
18 BELTRÁN CELY, William (c), op. cit., p. 42
19 Situación en la que un Estado tolera, sin hacer suyo, diferentes grupos religiosos en competencia. En términos teóricos no existe ningún el monopolio religioso y ninguna organización de este tipo hace uso de la fuerza legítima para excluir a sus rivales.
20 BELTRÁN CELY, William (c), op. cit., p. 45
21 BELTRÁN CELY, William (b), op. cit., p. 369
22 Movimiento Mira y su iglesia protestan en apoyo a María Luisa Piraquive http://www.wradio.com.co/noticias/actualidad/movimiento-mira-y-su-iglesia-protestan-en-apoyo-a-maria-luisa-piraquive/20140126/nota/2063329.aspx. 26 de enero del 2014.
23 Decreto 354 de 1998. “por el cual se aprueba el Convenio de Derecho Público Interno número 1 de 1997, entre el Estado colombiano y algunas Entidades Religiosas no Católicas”.
24 BELTRÁN CELY, William (c), op. cit., p. 48
25 Ibíd., p. 55
26 BELTRÁN CELY, William (a), Óp. Cit., p. 145
El detonante principal de la crisis por la cual atraviesa hoy Venezuela, más obviamente no la única causa, ha sido el colapso de los precios del petróleo de los últimos tres años. Mientras en el año 2013 el precio promedio de los crudos venezolanos fue de $100, bajó a $88,42 en el año 2014 y a $44.65 en el 2015. Llegó a su nivel más bajo en el mes de febrero del año 2016, con un precio de $24,25 (1). El gobierno del Presidente Chávez, lejos de asumir que una alternativa al capitalismo tenía necesariamente que ser una alternativa al modelo depredador del desarrollo, del crecimiento sin fin, lejos de cuestionar el modelo petrolero rentista, lo que hizo fue radicalizarlo a niveles históricamente desconocidos en el país. En los 17 años del proceso bolivariano la economía se fue haciendo sistemáticamente más dependiente del ingreso petrolero, ingresos sin los cuales no es posible importar los bienes requeridos para satisfacer las necesidades básicas de la población, incluyendo una amplia gama de rubros que antes se producían en el país. Se priorizó durante estos años la política asistencialista sobre la transformación del modelo económico, se redujo la pobreza de ingreso, sin alterar las condiciones estructurales de la exclusión.
Identificando socialismo con estatismo, mediante sucesivas nacionalizaciones, el gobierno bolivariano expandió la esfera estatal mucho más allá de su capacidad de gestión. En consecuencia el Estado es hoy más grande, pero a la vez más débil y más ineficaz, menos transparente, más corrupto. La extendida presencia militar en la gestión de organismos estatales ha contribuido en forma importante a estos resultados. La mayor parte de las empresas que fueron estatizadas, en los casos en que siguieran operando, lo hicieron gracias al subsidio de la renta petrolera. Tanto las políticas sociales, que mejoraron significativamente las condiciones de vida de la población, como las múltiples iniciativas solidarias e integracionistas en el ámbito latinoamericano, fueron posibles gracias a los elevados precios del petróleo. Ignorando la experiencia histórica con relación al carácter cíclico de los precios de los commodities, el gobierno operó como si los precios del petróleo se fuesen a mantener indefinidamente sobre los cien dólares por barril.
Dado que el petróleo pasó a constituir el 96% del valor total de las exportaciones, prácticamente la totalidad de las divisas que han ingresado al país en estos años lo han hecho por la vía del Estado. A través de una política de control de cambios, se acentuó una paridad de la moneda insostenible, lo que significó un subsidio al conjunto de la economía. Los diferenciales cambiarios que caracterizaron esta política, llegaron a ser de más de cien a uno. Esto, unido a la discrecionalidad con la cual los funcionarios responsables pueden otorgar o no las divisas solicitadas, hizo que el manejo de las divisas se convirtiera en el principal eje de la corrupción en el país (2).
En la época de las vacas gordas todo el ingreso fiscal extraordinario se gastó, incurriendose incluso en elevados niveles de endeudamiento. No se crearon fondos de reserva para cuando bajasen los precios del petróleo. Cuando estos colapsaron, sucedió lo inevitable, la economía entró en una profunda y sostenida recesión y el proyecto político del chavismo comenzó a hacer aguas.
El PIB tuvo un descenso de 3,9% en el año 2014, y de 5.7% en el 2015 (3). Para el año 2016, la Cepal pronostica una caída del 7% (4). Hay un importante y creciente déficit fiscal. De acuerdo a la Cepal, la deuda externa se duplicó entre los años 2008 y 2013 (5). Si bien como porcentaje del PIB todavía no es alarmante, la drástica reducción del ingreso de divisas dificulta su pago (6). Se ha producido una caída fuerte de las reservas internacionales. Las reservas del mes de junio del año 2016 representaban 41% del monto correspondiente a las de finales del año 2012 (7). El acceso a nuevos financiamientos externos está limitado por la incertidumbre en torno al futuro del mercado petrolero, la falta de acceso a los mercados financieros occidentales, y las muy elevadas tasas de interés que se le exigen al país en la actualidad.
A esto se suma la tasa de inflación más elevada del planeta. De acuerdo a las cifras oficiales, en el año 2015 la inflación fue de 180,9%, y la inflación de alimentos y bebidas no alcohólicas fue de 315% (8). Con seguridad se trata de una subestimación. No hay cifras oficiales disponibles, pero la tasa de inflación en el primer semestre del año, particularmente en el renglón de alimentos, ha sido muy superior a la del año anterior.
Esta severa recesión económica podría conducir a una crisis humanitaria. Hay un desabastecimiento generalizado de alimentos, medicinas y productos del hogar. Las familias venezolanas tienen que pasar cada vez más tiempo recorriendo establecimientos y haciendo colas en la búsqueda de alimentos que no estén más allá de su capacidad adquisitiva. Se está produciendo una reducción significativa en el consumo de alimentos por parte de la población. De la situación en la que la FAO hizo un “Reconocimiento de progresos notables y excepcionales en la lucha contra el hambre” basado en datos hasta el año 2013, señalando que había una proporción de menos de 6,7% de personas desnutridas (9), se ha pasado a una situación de crecientes dificultades para obtener alimentos y donde el hambre se ha convertido en un tema de conversación cotidiano. De acuerdo a las últimas estadísticas oficiales, a partir del año 2013 se ha venido produciendo un descenso sostenido en el consumo de prácticamente todos los renglones de alimentos. En algunos casos en forma muy pronunciada. Entre el segundo semestre del año 2012 y el primer semestre del año 2014, el consumo de leche líquida completa se redujo a menos de la mitad (10). Estas son cifras anteriores a la profundización del desabastecimiento y la inflación ocurrida en el último año. Las encuestas registran que es cada vez mayor el número de familias que ha dejado de comer tres veces al día, incrementándose incluso el porcentaje de familias que afirma comer una sola vez al día. De acuerdo a la encuestadora Venebarómetro, una gran mayoría de la población (86.3%) afirma que compra menos o mucho menos comida que anteriormente (11).
En el ámbito del acceso a medicamentos y servicios de salud la situación es igualmente crítica. Los hospitales y demás centros de salud presentan elevados niveles de desabastecimiento de insumos básicos, así como la ausencia de equipos e instrumental médico debido a limitaciones en el acceso a repuestos y otros insumos, sean nacionales o importados. En hospitales y centros de salud es común que solo se pueda atender y alimentar a los enfermos si los familiares pueden aportar los insumos y alimentos requeridos. Son frecuentes las suspensiones de operaciones por falta de equipos, insumos o personal médico. Pacientes que requieren diálisis no reciben tratamiento. Medicamentos indispensables para el tratamiento de enfermedades tales como diabetes, hipertensión y cáncer escasean severamente.
El gobierno no reconoce la posibilidad de que el país esté entrando en una emergencia que requiera asistencia desde el exterior. Por una parte, porque esto sería visto como la admisión del fracaso de su gestión. Pero igualmente, para evitar que ese reconocimiento pueda servir como puerta de entrada para la operación de dispositivos de intervencionismo humanitario, armado de considerarse necesario, cuyas consecuencias son bien conocidas.
En estos últimos años el gobierno ha puesto en marcha diversos operativos y mecanismos de distribución de alimentos, los cuales han sido de corta duración y, en general, han fracasado por la ineficiencia y los muy elevados niveles de corrupción. No han logrado desmantelar la redes mafiosas, gubernamentales y privadas, que operan en cada uno de los eslabones de las cadenas de comercialización, desde los puertos hasta la venta al por menor. Por otra parte, todos estos mecanismos han estado concentrados en la distribución, sin abordar en forma sistemática la profunda crisis existente en la producción nacional.
La última iniciativa son los Comités Locales de Abastecimiento y Producción (CLAP), orientados principalmente a la venta de bolsas con algunos alimentos subsidiados directamente en las viviendas. Ha sido este mecanismo muy polémico, entre otras cosas porque no hay suficientes alimentos disponibles para llegar a todos, y por operar a través de estructuras partidistas (el PSUV). Con muy poco tiempo de funcionamiento ya se han formulado múltiples denuncias tanto por su carácter político excluyente de quienes no se identifiquen como partidarios del gobierno, como, una vez más, por la corrupción.
Con excepción de Caracas, durante meses en el año 2016 hubo racionamiento eléctrico, con suspensión del servicio por cuatro horas diarias (12). Para ahorrar electricidad, las oficinas públicas en todo el país solo trabajaron dos días a la semana durante meses y luego con un horario diario reducido, debilitando aún más la menguada capacidad de gestión del Estado venezolano. La distribución del agua ha estado racionada, afectando desproporcionalmente a los sectores populares. Hay igualmente una severa crisis en el transporte público por falta de repuestos, hasta los más comunes como baterías y cauchos.
Todo esto se traduce en un severo deterioro de las condiciones de vida de la población, conduciendo a la acelerada pérdida de las mejorías sociales que se habían logrado en los años anteriores. El gobierno ha dejado de publicar, o solo publica con mucho atraso, la mayor parte de las principales estadísticas económicas y sociales. Por ello, las únicas fuentes actualizadas con las cuales se cuentan son algunos estudios universitarios y de encuestadoras privadas (13). En el último estudio difundido por un proyecto interuniversitario (14), en términos de ingreso y de la capacidad para adquirir lo que definen como la canasta normativa de alimentos, se caracteriza al 75,6% de la población como pobre y la mitad del total de la población como pobres extremos (15). Esto, más que un deterioro, constituye un colapso del poder adquisitivo de la mayor parte de la población.
La reducción de la capacidad adquisitiva es generalizada, pero no afecta por igual a todos los sectores de la población, con lo cual se ha producido un incremento de las desigualdades sociales. La reducción de las desigualdades de ingreso había sido uno los logros más importantes del proceso bolivariano. El actual deterioro de la capacidad adquisitiva afecta en primer lugar a quienes viven de un ingreso fijo como salarios, jubilaciones y pensiones. Por el contrario, quienes cuentan con acceso a divisas que compran cada vez más bolívares, y quienes participan en los múltiples mecanismos especulativos del llamado bachaqueo, con frecuencia terminan favorecidos por la escasez/inflación.
En las condiciones actuales, el gobierno ya no cuenta con los recursos que serían necesarios para abastecer a la población mediante programas masivos de importación de alimentos. Por las mismas razones, la incidencia de las políticas sociales, las Misiones, está marcada por un sostenido deterioro.
Por la vía de los hechos, la política económica del gobierno opera como una política de ajuste que contribuye al deterioro de las condiciones de vida de la población. Se le ha otorgado prioridad al pago de la deuda externa sobre las necesidades alimentarias y de salud de la población venezolana. De acuerdo al Vicepresidente para el Área Económica, Miguel Pérez Abad, Venezuela recortará sustancialmente sus importaciones este año con el fin de cumplir con sus compromisos de deuda (16). Se ha anunciado que el monto total de divisas disponibles para importaciones no petroleras en el año 2016 será de solo 15 mil millones de dólares (17), lo que representa la cuarta parte del volumen de las importaciones del año 2012. Y sin embargo, el Presidente Maduro ha informado que “...el Estado venezolano ha pagado en los últimos 20 meses 35 mil millones de dólares a los acreedores internacionales...” (18) Esto es extraordinariamente grave, dados los elevados niveles de dependencia de las importaciones que tiene la alimentación básica de la población.
Son variadas las propuestas que se han venido formulando desde organizaciones políticas y académicas, así como movimientos populares, sobre posibles vías para la obtención de los recursos necesarios para responder a las necesidades urgentes de la población. Entre estas destaca la Plataforma de Auditoría Pública y Ciudadana (19), que exige la realización de una investigación a fondo de los extraordinarios niveles de corrupción con los cuales han operado los procesos de entrega, por parte de organismos del Estado, de divisas subsidiadas para las importaciones (20). Esta auditoría permitiría comenzar los procesos de recuperación de los recursos sustraídos a la nación. Esta posibilidad ha sido rechazada por el gobierno. Sería abrir una caja de Pandora que, con seguridad, implicaría tanto a altos funcionarios públicos, civiles y militares, como a empresarios privados.
Igualmente importante sería la realización de una auditoría de la deuda externa, con el fin de identificar que parte de ésta es legítima y que parte no lo es. A partir de ésta, se plantearía una renegociación de las condiciones de pago de la deuda, partiendo de que es prioritario responder a las necesidades inmediatas de alimentación y salud de la población sobre el pago a los acreedores. Se ha propuesto igualmente la conveniencia de un impuesto extraordinario a los bienes de venezolanos en el exterior, así como una reforma impositiva que aumente el aporte de las grandes fortunas, en especial del sector financiero, que pagan tasa muy bajas.
Nada de esto, por supuesto, tendría mayor impacto si no se crean mecanismos de contraloría social efectivos que garanticen que, en este contexto de corrupción generalizada, estos bienes lleguen a quienes los necesitan.
En los últimos tres años se han producido reacomodos importantes en la estructura económica del país, muy especialmente en los sectores de comercialización. Una elevada proporción del acceso a bienes básicos en el país ocurre hoy por la vía de los mecanismos informales del llamado bachaqueo. Algunos de los casos más escandalosos de corrupción conocidos en el país en estos años tienen que ver precisamente con el acaparamiento y la especulación en la importación y en las cadenas públicas y privadas de distribución de alimentos.
Este complejo nuevo sector de la economía, que ha adquirido en estos años un enorme peso, incluye una amplia gama de modalidades y mecanismos tanto públicos como privados. Dada la presencia simultánea de un generalizado desabastecimiento y la desbordada inflación, la diferencia entre el precio de venta de los productos regulados y el precio al cual estos mismos productos son vendidos en los mercados informales puede ser de diez a uno, de veinte a uno, e incluso más. Esta actividad, que mueve a mucha gente y moviliza mucho dinero, opera en diversas escalas. Incluye, entre otras, el contrabando de extracción de diferentes dimensiones, principalmente hacia Colombia, el desvío masivo de bienes de las cadenas públicas de distribución mayorista, el acaparamiento por parte de agentes comerciales privados, y la compra y reventa en pequeña o mediana escala de productos regulados por parte de los llamados bachaqueros.
Por su novedad, heterogeneidad y fluidez no se cuenta con una caracterización confiable sobre la dimensión de este sector de la economía y sus relaciones con los otros sectores de ésta. En esta actividad se pueden obtener ingresos muy superiores a una elevada proporción de los empleos asalariados existentes en el país. Lo que es indudable es que hoy, si dejase de operar de un día para otro este sector de la economía, el país se paralizaría. De acuerdo a una de las principales encuestadoras del país, el 67 % de la población venezolana reconoce que compra los productos total o parcialmente a través de los llamados “bachaqueros” (21). El hecho de que este sector de la economía opere con mecanismos extremadamente diversos no solo hace difícil su caracterización, sino igualmente su evaluación desde puntos de vista políticos o éticos. Sobre el impacto perverso que para la sociedad tiene la corrupción en las cadenas oficiales de distribución, el acaparamiento y la especulación por parte de agentes privados y las mafias violentas, con frecuencia armadas, que controlan determinados eslabones de las cadenas de comercialización, no queda duda. No es lo mismo el bachaqueo en pequeña escala llevado a cabo por ese amplio sector de la población que, en ausencia de toda otra alternativa para alimentar a su familia, convierten la actividad de compra, trueque y venta especulativa de productos escasos en una modalidad de sobrevivencia.
Lo que si puede afirmarse es que en un proceso político orientado durante años por los valores de la solidaridad y la promoción de múltiples forma de organización popular de base en las cuales participaron millones de personas, la respuesta ante esta profunda crisis no ha sido mayoritariamente solidaria, ni colectiva, sino individualista y competitiva. Las significativas transformaciones en la cultura política popular de años anteriores, los sentidos de dignidad, las subjetividades caracterizadas por la auto confianza y el entusiasmo en a relación sentirse parte de la construcción de un mundo mejor, entran en dinámicas regresivas. Buena parte de las organizaciones sociales de base creadas durante estos años (mesas técnicas de agua, consejos comunitarios de agua, consejos comunales, comunas, etc.), se encuentran hoy debilitadas, tanto por la carencia de los recursos estatales de las cuales se habían hecho dependientes, como por el creciente deterioro de la confianza en el gobierno y en el futuro del país. Otras, con mayor capacidad de autonomía, hoy debaten cómo continuar operando en este nuevo contexto.
Es este el paisaje cultural que hace posible, por ejemplo, que miles de niños de hasta 12 años estén abandonando la escuela para incorporarse a bandas criminales, iniciándose generalmente en el micro tráfico de drogas que constituye, gracias a las políticas prohibicionistas con relación a las drogas que siguen vigentes en el país, un lucrativo negocio y una fuente permanente de violencia.
Además de las consecuencias de la desnutrición infantil, lo que posiblemente tenga un impacto negativo de más larga duración para el futuro del país es el hecho de que la confluencia de estas dinámicas ha ido produciendo procesos de desintegración del tejido de la sociedad, un estado de desconfianza generalizada y una profunda crisis ética en buena parte de la conciencia colectiva.
El fallecimiento de Hugo Chávez en marzo del 2013 abre paso a una nueva coyuntura política en el país. En las elecciones presidenciales de abril del 2013, el candidato escogido por Chávez, Nicolás Maduro, gana a Henrique Capriles, candidato de la oposición, por una diferencia de solo 1.49% de los votos, mientras que cinco meses antes, Chávez, en su última elección, había ganado con una diferencia de 10.76%.
En las elecciones parlamentarias de diciembre del 2015, la oposición organizada en torno a la Mesa de Unidad Democrática (MUD) gana las elecciones por una amplia mayoría, obteniendo 56,26% de los votos contra 40,67% de los partidarios del gobierno (22). Como resultado de una ley electoral anticonstitucional diseñada para sobre representar a la mayoría cuando ésa era la situación del chavismo, la oposición obtuvo un total de 112 parlamentarios con lo cual logró una mayoría de dos terceras partes en la Asamblea (23).
La previa identificación de la mayoría de los sectores populares con el chavismo se va resquebrajando, la oposición gana en muchos centros electorales que hasta ese momento habían votado contundentemente por el gobierno.
De una situación de control de todas las instituciones públicas (Ejecutivo, Poder Legislativo, Poder Judicial, Poder Electoral, Poder Ciudadano y 20 de un total de 23 gobernaciones), se pasa a una nueva situación de dualidad de poderes y a una potencial crisis constitucional.
Sin embargo, la mayoría de oposición en la Asamblea Nacional no ha alterado, en los hechos, la correlación de fuerzas en el Estado. Sistemáticamente cada vez que el Ejecutivo está en desacuerdo con una decisión de la Asamblea, le ha solicitado al Tribunal Supremo de Justicia que la declare inconstitucional, lo cual el Tribunal hace rápidamente. A esto se añade que, en los asuntos de mayor transcendencia, el gobierno, con el aval del Tribunal Supremo de Justicia, ha venido gobernando por decretos presidenciales. Entre éstos destaca el Decreto de Estado de Excepción y Emergencia Económica (24) mediante el cual el Presidente se auto otorga poderes extraordinarios en el ámbito económico y en áreas de seguridad pública. En consecuencia, durante los primeros seis meses de su gestión, la Asamblea Nacional ha operado más como un espacio de debate político y de catarsis, que como un poder del Estado con capacidad para tomar decisiones efectivas sobre el rumbo del país.
El gobierno una y otra vez ha anunciado medidas especiales, comisiones presidenciales, nuevos “motores de la economía” reestructuraciones del Estado, nuevas vice-presidencias, nuevo ministerios. Sin embargo, se trata en lo fundamental, de un gobierno a la defensiva, sin rumbo, cuyo principal objetivo parece ser la preservación del poder. Para ello se reafirma en un discurso incoherente que carece de sintonía con la cotidianidad y las exigencias inmediatas de la población. Sigue apelando a “la Revolución” y al enfrentamiento al imperialismo, al intervencionismo externo, a la derecha nacional e internacional fascista, a los golpistas y a la “guerra económica” como las causas de todos los males que afectan al país. Se acentúa la utilización arbitraria de su control sobre el Consejo Nacional Electoral (CNE) y el Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) para tomar medidas destinadas a bloquear toda posibilidad de cambio (25). Por esta vía se va, paso a paso, socavando la legitimidad de la Constitución del año 1999. Mientras tanto, el deterioro económico y social del país se profundiza.
Es bien sabido que, desde el inicio del gobierno bolivariano, el gobierno de los Estados Unidos le ha brindado respaldo político y financiero a la oposición venezolana, incluso apoyando el golpe de Estado del año 2002. La ofensiva no cesa. En marzo del año 2016 el gobierno de Obama renovó la decisión del año anterior de declarar que Venezuela constituye una "inusual y extraordinaria amenaza a la seguridad nacional y la política exterior de Estados Unidos” (26). En mayo del mismo año, "por décimo año consecutivo, el Departamento de Estado de EE.UU. determinó [...] que Venezuela no estaba cooperando plenamente con los esfuerzos antiterroristas de Estados Unidos” (27). En el contexto de la prominencia de los gobiernos progresistas y los procesos integracionistas latinoamericanos (Unasur, Mercosur, Celac), estas ofensivas tuvieron en el pasado poco éxito. Sin embargo, estamos en presencia de un contexto geopolítico regional profundamente alterado que se caracteriza por un debilitamiento tanto de los movimientos sociales como de los gobiernos progresistas en toda América del Sur. Son en este sentido significativas las implicaciones de los bruscos virajes a la derecha que vienen operándose en Argentina y Brasil y los consecuentes debilitamientos de los mecanismos de integración continental en cuya creación y fortalecimiento el Presidente Chávez había jugado un papel protagónico. Un expresión de estos cambios son los sistemáticos ataques de Luis Almagro, Secretario General de la OEA, contra el gobierno venezolano, presionando a los países miembros de la organización a que se le aplique al país la Carta Democrática, y las resistencias que ha enfrentado Venezuela para asumir, como le corresponde, la Presidencia pro-tempore de Mercosur.
Confirmando el estado de ánimo que se percibe diariamente en cualquier aglomeración de gente, como en las colas de compra de alimentos y el transporte público, todas las encuestas de opinión destacan el profundo descontento existente en el país. De acuerdo a Venebarómetro, 84,1% de la población evalúa en términos negativos la situación del país, el 68,4% considera como mala la gestión del Presidente Maduro, el 68% de los encuestados opina que Maduro debería salir del poder lo más pronto posible y haya elecciones presidenciales (28). De acuerdo a la encuestadora Hercon, 81,4% de los encuestados consideran que “es necesario cambiar de gobierno este mismo año para que se solucione la crisis que vive Venezuela” (29). Según Óscar Schemel, director de la encuestadora Hinterlaces, encuestadora en general favorable al gobierno, en el mes de febrero el 58% de la población estaba de acuerdo con una salida constitucional del presidente Maduro (30). De acuerdo a un informe del Proyecto Integridad Electoral Venezuela de la Universidad Católica Andrés Bello, el 74% de la población ve la situación del país como “mala” o “muy mala”, y más de la mitad cree que los principales responsables de los problemas son el Gobierno y el Presidente (31). De acuerdo a la encuestadora Datincorp, el 72% de los encuestados quiere que el Presidente Maduro concluya su mandato antes del 2019 (32).
En la mayor parte de las encuestas se destaca igualmente que el apoyo a la oposición y a la Asamblea Nacional ha tenido una tendencia al descenso como resultado de la frustración frente a las expectativas que habían sido creadas por la MUD previas a las elecciones parlamentarias. De acuerdo a una encuesta nacional realizada por la Universidad Católica Andrés Bello, institución fuertemente inclinada hacia la oposición, solo un 50,58% de los encuestados confía en la Asamblea Nacional y un poco menos de la mitad confía en los diputados de la oposición y en los partidos de oposición (33).
Las dificultades que enfrenta la gran mayoría de la población en su vida cotidiana, especialmente los obstáculos o incluso la imposibilidad de obtención de alimentos y medicinas, la carencia de agua, el racionamiento eléctrico, han generado, en todo el país, niveles crecientes de protesta, cierres de calles y carreteras, saqueos de establecimientos de comercialización de alimentos, y de camiones que transportan estos bienes. Algunos de estos saqueos y protestas violentas pueden estar organizados como una forma de enfrentamiento político al gobierno (34). No hay duda de que en el país operan paramilitares, pero es evidente, por su escala, que se trata en lo fundamental de un fenómeno social de amplia base. A diferencia de la situación de febrero del año 1989, en que el Caracazo consistió en una explosión popular generalizada y prácticamente simultánea a escala nacional, en las actuales condiciones, mucho más graves que las del 1989, se está produciendo un Caracazo por cuotas. En algunos casos participan grupos armados que actúan con violencia.
Esto se suma a la inseguridad que durante muchos años ha sido caracterizada por la población venezolana como el principal problema del país. De acuerdo a las Naciones Unidas, Venezuela no solo tiene la tasa de homicidios más elevada de América del Sur, sino que es el único país de esa región cuya tasa de homicidios se ha incrementado en forma consistente desde el año 1995 (35). Algunos de los denominados “colectivos” de origen chavista han devenido en mafias armadas. Un contexto de generalizada impunidad en que, ni los asesinatos ni la corrupción son investigados, y menos aún castigados, ha conducido a una profunda y generalizada desconfianza en la policía, el sistema judicial, y la justicia. Se han hecho más frecuentes los casos en que grupos de personas deciden asumir la justicia por su propia mano, por la vía de linchamientos. Es dramático lo que esto nos dice sobre el estado actual de la sociedad venezolana. De acuerdo a una encuesta nacional realizada por el Observatorio Venezolano de Violencia, dos terceras partes de la población justifica los linchamientos cuando se ha cometido un "crimen horrible", o cuando el criminal "no tiene remedio". Sin embargo, de acuerdo a este observatorio, “en la mayoría de los linchamientos observados recientemente las víctimas no han cometido delitos ‘horribles”; más bien se trata de inexpertos ladrones.” En un barrio popular apareció una pancarta con el siguiente texto: Vecinos organizados. Ratero si te agarramos no vas a ir a la comisaría. ¡¡Te vamos a linchar!!” (36) Son tan grotescas estas imágenes que la Sala Constitucional del TSJ ha prohibido su divulgación por las redes sociales.
El gobierno, ante esta descomposición generalizada, ante una sociedad que ya no puede controlar, en vista de que su discurso se hace cada menos eficaz, responde crecientemente con represión. Con frecuencia las movilizaciones callejeras son bloqueadas o reprimidas con gases lacrimógenos. Todas las semanas los medios divulgan casos de muertes por balas policiales. A pesar de que el uso de armas de fuego está expresamente prohibido en la Constitución (37), el Ministro del Poder Popular para la Defensa, mediante una resolución sobre las "Normas sobre la actuación de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana en Funciones de control del orden público, la paz social y la convivencia ciudadana en reuniones públicas y manifestaciones" decidió que ante una situación de "riesgo mortal", el funcionario o funcionaria militar "aplicará el método del uso de la fuerza potencialmente mortal, bien con arma de fuego o con otra potencialmente mortal.” (38).
En ausencia de una política pública de seguridad integral y consistente en materia de seguridad, frente el desborde de la violencia hamponil y ante las demandas de la sociedad por una respuesta, en julio del 2015 se creó un nuevo dispositivo policial, la Operación para la Defensa y Liberación del Pueblo (OLP) cuya principal actuación ha sido la de realizar agresivos allanamientos en barrios populares. Estos operativos han sido denunciados por organizaciones de derechos humanos por acentuar las desigualdades al reprimir solo las actividades ilícitas en los sectores populares y por el uso desproporcionado de la fuerza. A partir de la creación de este dispositivo, comenzaron a aparecer en los periódicos noticias sobre la muerte de numerosos “hampones” y “delincuentes”. El número de “abatidos” es presentado por los funcionarios como medida del éxito de los operativos. Desaparece la presunción de inocencia y, con apoyo de la opinión pública, se va naturalizando el asesinato extrajudicial, en un país cuya Constitución prohíbe expresamente la pena de muerte (39).
La Constitución Venezolana contempla la posibilidad de la realización de referendos revocatorios de cada uno de los cargos de elección popular una vez pasada la mitad de su período de gestión. Este instrumento, que posibilita la evaluación por parte de los electores de la gestión de los funcionarios y funcionarias electas, ha sido reivindicado por el chavismo como uno de los importantes avances democráticos de la Constitución de 1999, como una de las principales expresiones de la democracia participativa (40) Se establecen para ello un conjunto de requisitos. En el caso del Presidente o Presidenta de la República, si el referendo se realiza en el cuarto año de la gestión de seis años del Presidente, y la mayoría opta por revocar su mandato, éste queda destituido y se convocan nuevas elecciones presidenciales en un lapso de 30 días. Si el referendo se realiza cuando quedan menos de dos años del período presidencial, y la mayoría vota por la revocatoria del mandato, el Presidente queda destituido y es remplazado por el Vicepresidente (cargo de libre nombramiento y remoción por parte del Presidente). Es por ello que el gobierno, a sabiendas de que perdería el referendo revocatorio, a través de su pleno control sobre el CNE, se ha dedicado sistemáticamente a poner obstáculos y a retardar lo más posible la realización del referendo (41). Las diversas movilizaciones de la oposición con el fin de presionar al CNE para que de los pasos necesarios en función de la realización del referendo revocatorio son impedidas o reprimidas. Altos funcionarios gubernamentales han anunciado que se despediría a los empleados públicos que aparezcan apoyando el referendo y que los empresarios que lo hagan no podrán tener contratos con el Estado (42). Estudiantes han denunciado que les han quitado sus becas por haber firmado por la realización del referendo. La oposición presentó aproximadamente diez veces más firmas que las requeridas para iniciar el proceso. De estas se anularon centenares de millares de firmas, muchas por errores de forma. Se han ido imponiendo nuevas exigencias que no habían sido informadas anteriormente y se han alargado sistemáticamente los plazos más allá de lo contemplado en las normas vigentes.
El CNE durante años fue una institución que contó con un alto grado de legitimidad. El carácter totalmente automatizado de los procesos electorales y sus mecanismos de auditoría hacían que fuese extraordinariamente difícil desvirtuar la voluntad de los electores. Las observaciones internacionales que estuvieron presentes en los múltiples procesos electorales realizados durante el gobierno bolivariano, una y otra vez, afirmaron que se trataba de elecciones cuyos resultados eran altamente confiables. Jimmy Carter llegó a afirmar que se trataba del mejor sistema electoral del mundo. Durante años este organismo jugó un papel central en la defensa de la legitimidad del gobierno ante los ataques del gobierno de los Estados Unidos y la derecha internacional. Sin embargo, en los últimos años ha ido perdiendo la confianza de los electores (43). En la medida en que con sus decisiones el CNE está impidiendo la realización del referendo revocatorio en el año 2016, y va transparentando su papel actual de ejecutor de las decisiones del Poder Ejecutivo, está sacrificando el prestigio y reconocimiento que había logrado con mucho esfuerzo. Desde un punto de vista constitucional, sería tan grave que el gobierno impidiese la realización de un referendo revocatorio que haya cumplido con todos los requisitos legalmente establecidos, como lo sería impedir la realización de una elección para mantenerse en el poder. Por ello, si el gobierno, en forma ilegítima, bloquease la realización del referendo revocatorio en el año 2016, estaría rompiendo el hilo constitucional. A partir de ese momento pasaría a ser un gobierno de facto. Esto es particularmente grave en las actuales condiciones en que, como consecuencia de la crisis, hay un elevado grado de tensión acumulada en el país. Si se bloquea la posibilidad de que la población venezolana pueda decidir en forma democrática y constitucional sobre el futuro político inmediato del país, se corre el riesgo de que se pase de la actual situación de múltiples, pero fragmentados, focos de violencia, a una violencia generalizada lo que es en extremo peligrosa, dada la amplia disponibilidad de armas de fuego en manos de la población.
Mientras más se postergue una transición, que parece inevitable dados los amplios niveles de rechazo que tiene el gobierno, mayor será el deterioro del chavismo popular y el imaginario de otro mundo posible. El reto está en cómo evitar que el fin del gobierno de Maduro sea experimentado como una derrota de las expectativas de transformación social en la población venezolana. El pueblo chavista no tiene por qué cargar sobre sus hombros el fracaso de la gestión gubernamental.
La profunda crisis que hoy se vive en Venezuela representa un momento de inflexión fundamental en la historia contemporánea del país. Pero, ¿en qué dirección? Después de un siglo de rentismo petrolero, de hegemonía de una lógica rentista, Estado-céntrica, clientelar y devastadora tanto del ambiente como de la diversidad cultural, éste debería ser el momento en que, como sociedad -más allá de la urgencia de medidas extraordinarias requeridas para responder a la crisis alimentaria y de medicamentos que vive en país- se asuma que se trata de la crisis terminal de este modelo. Es el momento de dar comienzo a un amplio debate y procesos de experimentación colectivos que enfrenten los retos de la urgencia de una transición hacia otro modelo de sociedad. Sin embargo, en lo fundamental, ésta no ha sido la respuesta a la crisis. El consenso petrolero nacional no ha sido cuestionado sino en un terreno retórico. Los programas de gobierno del PSUV y de la MUD en las últimas elecciones presidenciales, a pesar de las profundas diferencias en todos los demás temas, ofrecieron duplicar la producción petrolera para llevarla a 6 millones de barriles diarios para el año 2019. En otras palabras, lo que ambos vislumbraban como futuro para Venezuela era la profundización del rentismo.
Más allá de la poco probable recuperación significativa de los precios del petróleo en el mercado internacional, ¿de que le sirve al país contar con las mayores reservas de hidrocarburos del planeta si por lo menos 80% de estas reservas tienen que permanecer bajo tierra si queremos tener alguna probabilidad de evitar transformaciones climáticas catastróficas que pondrían en peligro la vida humana?
En la actual coyuntura, el énfasis casi exclusivo de la oposición ha estado en la necesidad de salir del gobierno del Presidente Maduro como condición para regresar a la normalidad del orden ¿neoliberal? interrumpida por el proceso bolivariano. Por parte del gobierno, aparte de múltiples medidas inconexas que reflejan más improvisación que capacidad de reconocer la situación actual del país, la respuesta más importante ha sido la proclamación de un nuevo motor de la economía, la minería, con lo cual se pretende reemplazar al rentismo extractivista petrolero, por un rentismo extractivista minero.
El 24 de febrero del año 2016, mediante decreto presidencial, Nicolás Maduro decidió la creación de una Nueva Zona de Desarrollo Estratégico Nacional "Arco Minero del Orinoco” (44), abriendo casi 112 mil kilómetros cuadrados, 12% del territorio nacional, a la gran minería para la explotación de oro, diamantes, coltán, hierro y otros minerales. De acuerdo al Presidente del Banco Central de Venezuela, Nelson Merentes, el gobierno ya ha suscrito alianzas y acuerdos con 150 empresas nacionales y transnacionales, "quienes, a partir de entonces, podrán ejecutar labores de exploración, para certificar las reservas minerales, para luego pasar a la fase de explotación de oro, diamante, hierro y coltán” (45). Se desconoce cuáles son estas empresas y el contenido de estos acuerdos.
La explotación minera, sobre todo en la extraordinaria escala que se contempla en el Arco Minero del Orinoco, significa obtener ingresos monetarios a corto plazo, a cambio de la destrucción socio-ambiental irreversible de una significativa proporción del territorio nacional y el etnocidio de los pueblos indígenas habitantes de la zona. Esta área cubre selvas tropicales húmedas de la Amazonía venezolana, grandes extensiones de sabanas de frágiles suelos, una extraordinaria biodiversidad, críticas fuentes de agua. Todo esto por decisión presidencial, en ausencia total de debate público, en un país cuya Constitución define a la sociedad como "democrática, participativa y protagónica, multiétnica y pluricultural", y en carencia total de los estudios de impacto ambiental exigidos por el orden jurídico vigente.
Lejos de representar una mirada alternativa a la lógica rentista que ha predominado en el país durante un siglo, expresa este decreto una decisión estratégica de profundizar el extractivismo y acentuar la lógica rentista. El mineral a explotar en el cual el gobierno ha hecho más énfasis ha sido el oro. De acuerdo al Ministro de Petróleo y Minería y Presidente de Pdvsa, Eulogio Del Pino, se estima que las reservas auríferas de la zona serían de 7.000 toneladas, lo que a los precios actuales representaría unos 280.000 millones de dólares (46).
No hay tecnología de minería en gran escala que sea compatible con la preservación ambiental. Las experiencias internacionales en este sentido son contundentes. En regiones boscosas, como buena parte del territorio del Arco Minero, la minería en gran escala, a cielo abierto, produciría necesariamente procesos masivos e irreversibles de deforestación. La rica biodiversidad de la zona sería severamente impactada, generándose la pérdida de numerosas especies. Los bosques amazónicos constituyen una defensa vital en contra del calentamiento global que afecta al planeta. La deforestación de estos bosques implica simultáneamente un incremento de la emanación de gases de efecto invernadero y una reducción de la capacidad de dichos bosques de absorber/retener dichos gases, acelerando así el calentamiento global. Por ello, las consecuencias de estas acciones transcienden en mucho al territorio nacional. En lugar de otorgarle prioridad a la necesidad urgente de frenar los actuales procesos de destrucción de bosques y cuencas generados por la explotación ilegal del oro, con la presencia de grupos paramilitares que controlan importantes extensiones de territorio, con la legalización y promoción de las actividades mineras en gran escala contempladas en el territorio del Arco Minero del Orinoco, se produciría una fuerte aceleración de esta dinámica devastadora.
Este proyecto constituye una flagrante y generalizada violación de los derechos de los pueblos indígenas, tal como estos están garantizados en el Capítulo VIII de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela. Se violan igualmente los derechos establecidos en los principales instrumentos legales referidos a éstos que han sido aprobados por la Asamblea Nacional en estos años: Ley de demarcación y garantía del hábitat y tierras de los pueblos indígenas (enero 2001) y La Ley Orgánica de pueblos y comunidades indígenas (LOPCI, diciembre 2005). Entre estas violaciones destacan todas las normas de consulta previa e informada que están firmemente establecidas tanto en la legislación venezolana como internacional (Convenio 169 de la OIT) en los casos en que se programen actividades que podrían impactar negativamente los hábitats de estos pueblos. Dándole un nuevo zarpazo a la constitución nacional, se continúa desconociendo la existencia misma de los Pueblos Indígenas, amenazándolos con su desaparición como pueblos, ahora a nombre del Socialismo del Siglo XXI.
En el pasado, tanto en Venezuela como en el resto del planeta, se le dio prioridad a la explotación de minerales e hidrocarburos sobre el agua, asumiendo que se trataba de un bien infinitamente disponible. Fueron muchas y de catastróficas consecuencias las decisiones que basadas en este supuesto de disponibilidad sin límites al agua se tomaron en diferentes países del mundo. El ejemplo más dramático en Venezuela es el del Lago de Maracaibo, el lago de agua dulce de mayor extensión de América Latina. Como consecuencia del canal de navegación abierto para la entrada de buques petroleros, la contaminación agroquímica y la descarga de aguas cloacales sin tratamiento, lenta pero seguramente, durante décadas se ha venido matando este vital reservorio de agua. ¿Está la sociedad venezolana dispuesta a repetir esta catástrofe ambiental, está vez en las cuencas de los ríos Caura, Caroní y Orinoco, en la Amazonía venezolana? La zona del territorio venezolano al sur del Orinoco constituye la mayor fuente de agua dulce del país. Los procesos de deforestación previsibles con la actividad minera en gran escala inevitablemente conducirán a una reducción de estos caudales.
Uno de los fenómenos de mayor impacto sobre la vida de los habitantes del territorio venezolano en los últimos años ha sido el de las sucesivas crisis eléctricas, debidas en parte a la reducción del caudal del Caroní, río cuyas represas hidroeléctricas generan hasta 70% de la electricidad que se consume en el país. A las alteraciones generadas por el cambio climático, la minería en gran escala en el territorio del Arco Minero del Orinoco contribuiría directamente a la reducción de la capacidad de generación de electricidad de estas represas. En primer lugar, por la reducción del caudal de los ríos de la zona impactada por estas actividades. Igualmente, la minera río arriba, al reducir la capa vegetal de las zonas circundantes, inevitablemente incrementaría los procesos de sedimentación de éstas. Con ello se reduciría progresivamente su capacidad de almacenamiento y su vida útil. Todas las represas hidroeléctricas de este sistema del bajo Caroní se encuentran dentro de los límites que han sido demarcados como parte del Arco Minero del Orinoco.
En la explotación del Arco Minero está prevista la participación de "empresas privadas, estatales y mixtas". El decreto contempla una variada gama de incentivos públicos a estas corporaciones mineras, entre otras la flexibilización de normativas legales, simplificación y celeridad de trámites administrativos, la no exigencia de determinados requisitos previstos en la legislación venezolana, la generación de "mecanismos de financiamiento preferenciales", y un régimen especial aduanero con preferencias arancelarias y para-arancelarias a sus importaciones. Contarán igualmente con un régimen tributario especial que contempla la exoneración total o parcial del pago del impuesto sobre la renta y del impuesto de valor agregado.
Las posibilidades de oponerse a los impactos de la gran minería en la zona del Arco Minero están negadas por las normativas del decreto. Con el fin de impedir que las actividades de las empresas encuentren resistencia, se crea una Zona de Desarrollo Estratégico bajo la responsabilidad de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana. El decreto en cuestión establece en forma expresa la suspensión de los derechos civiles y políticos en todo el territorio del Arco Minero.
Artículo 25. Ningún interés particular, gremial, sindical, de asociaciones o grupos, o sus normativas, prevalecerá sobre el interés general en el cumplimiento del objetivo contenido en el presente decreto.
Los sujetos que ejecuten o promuevan actuaciones materiales tendentes a la obstaculización de las operaciones totales o parciales de las actividades productivas de la Zona de Desarrollo Estratégica creada en este decreto serán sancionados conforme al ordenamiento jurídico aplicable.
Los organismos de seguridad del estado llevarán a cabo las acciones inmediatas necesarias para salvaguardar el normal desenvolvimiento de las actividades previstas en los Planes de la Zona de Desarrollo Estratégico Nacional Arco Minero del Orinoco, así como la ejecución de lo dispuesto en este artículo.
Son extraordinariamente graves las consecuencias de esta "Prevalencia del interés general sobre Intereses particulares". Se entiende por "interés general", la explotación minera tal como ésta está concebida en este decreto presidencial. Toda otra visión, todo otro interés, incluso la apelación a la Constitución, pasa a ser definido como un "interés particular", y por lo tanto sujeto a que los "organismos de seguridad del Estado" lleven a cabo "las acciones inmediatas necesarias para salvaguardar el normal desenvolvimiento de las actividades previstas" en el decreto. Pero, ¿cuáles son o pueden ser los intereses denominados aquí como "particulares"? El decreto está redactado en forma tal que permite una amplia interpretación. Por un lado, señala expresamente como "particulares" los intereses sindicales y gremiales. Esto puede, sin duda, conducir a la suspensión, en toda la zona, de los derechos de los trabajadores contemplados en la Constitución, y en la Ley Orgánica del Trabajo, los Trabajadores y las Trabajadoras. ¿Implica esto igualmente que los derechos "gremiales", y por lo tanto "particulares" de los periodistas de informar sobre el desarrollo de las actividades mineras quedan suspendidos?
¿Qué implicaciones tiene esto para quien, sin duda, sería el sector de la población más afectado por estas actividades, los pueblos indígenas? ¿Serían las actividades en defensa de los derechos constitucionales de dichos pueblos llevadas a cabo por sus organizaciones, de acuerdo a "sus normativas" entendidos igualmente como "intereses particulares" que tendrían que ser reprimidos si entrasen en contradicción con el "interés general" de la explotación minera en sus territorios ancestrales?
Todo esto es aún más preocupante si se considera que solo dos semanas antes del decreto de creación de la Zona de desarrollo del Arco Minero, el Presidente Nicolás Maduro decretó la creación de la Compañía Anónima Militar de Industrias Mineras, Petrolíferas y de Gas (Camimpeg), adscrita al Ministerio del Poder Popular para la Defensa (47). Esta empresa tiene atribuciones de amplio espectro para dedicarse "sin limitación alguna" a cualquier actividad relacionada directa o indirectamente con actividades mineras, petrolíferas o de gas. Con la previsible participación de esta empresa en las actividades del Arco Minero, la Fuerza Armada lejos de representar la defensa de un hipotético "interés general" en la zona, tendrán un interés económico directo en que las actividades mineras no confronten ningún tipo de obstáculo. Estarían, de acuerdo a este decreto, legalmente autorizadas para actuar en consecuencia.
De hecho, por la vía de un decreto presidencial, nos encontramos ante la suspensión de la vigencia de la Constitución del año 1999 en 12% del territorio nacional. Esto no puede sino interpretarse como la búsqueda de un doble objetivo. En primer lugar, otorgarle garantía a las empresas transnacionales, cuyas inversiones se busca atraer, de que podrán operar libremente sin riesgo de enfrentarse a ninguna resistencia a sus actividades. En segundo lugar, conceder a los militares un poder aún mayor dentro de la estructura del Estado Venezolano, y con ello su lealtad al gobierno bolivariano. Esto pasa por la criminalización de las resistencias y luchas anti mineras.
En síntesis, un gobierno que se auto denomina como socialista, revolucionario y anticapitalista, ha decretado la subordinación del país a los intereses de grandes corporaciones transnacionales mineras, un proyecto extractivista depredador que compromete el futuro del país con previsibles consecuencias etnocidas para los pueblos indígenas.
La reacción de diversos sectores de la sociedad venezolana no se ha hecho esperar. Entre múltiples foros, asambleas, movilizaciones y comunicados, destaca el "Recurso de nulidad por ilegalidad e inconstitucionalidad con solicitud de medida cautelar del acto administrativo general contenido en el Decreto [Del Arco Minero]”, introducido ante la Sala Político Administrativa del Tribunal Supremo de Justicia el 31 de mayo del 2016, por parte de un grupo de ciudadanos y ciudadanas.
La lucha por la anulación del decreto del Arco Minero es una expresión tanto de las luchas por un futuro democrático, no-rentista capaz de vivir en armonía con la naturaleza, como por abrir una brecha que permita ir más allá de la polarización infructuosa entre el gobierno y la MUD en que la reflexión colectiva y el debate público siguen atrapados.
Caracas, julio 2016
* Este texto fue escrito como un insumo para los debates del Grupo Permanente de Trabajo sobre Alternativas al Desarrollo, impulsado por la Oficina Regional Andina de la Fundación Rosa Luxemburg en Quito.
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Fuerza pública, negociaciones de paz y posacuerdo en Colombia
Edwin Cruz Rodríguez
Formato:17 x 24 cm, 140 páginas
Ediciones desdeabajo, febrero 2016
Informes: Transv. 22A Nº53D-42, int. 102, telf.: 345 18 08, Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.
Bogotá, 31 de mayo de 2016
Doctor
JUAN MANUEL SANTOS
Presidente de la República de Colombia
ESD
Señor Presidente, reciba un atento saludo.
Desde el 25 de junio de 2015, fecha en que nos reunimos con usted para presentarle un balance del estado de la negociación del Pliego MANDATOS PARA EL BUEN-VIVIR, POR LA REFORMA AGRARIA ESTRUCTURAL TERRITORIAL, LA SOBERANÍA, LA DEMOCRACIA Y LA PAZ CON JUSTICIA SOCIAL, así como del cumplimiento de los acuerdos suscritos en el acta del 13 de mayo de 2014, no ha sido posible avanzar en el cumplimiento de los compromisos hechos por usted, señor Presidente, para avanzar en los dos sentidos: el pronto cumplimiento de los acuerdos y la definición e implementación de una ruta para destrabar la negociación de los puntos del pliego priorizados: Economía Propia, Minería- Energía y Ruralidad y Cultivos de Uso Ilícito.
No obstante, que la Cumbre Agraria ha presentado propuestas concretas para avanzar en los dos sentidos mencionados, la precariedad en materia de resultados no dista, en lo sustancial, del balance que le presentamos en la mencionada reunión.
Para el día 14 de abril estaba acordada una sesión de la Mesa Única Nacional, precedida de tres mesas técnicas que adelantaríamos el 13 de abril sobre los temas: Economía Propia, Minería-Energía y Ruralidad, y Cultivos de Uso Ilícito. A través del Ministerio del Interior, el 12 de abril, nos informaron que la Agenda se reducía al tema de Cultivos, incumpliendo el acuerdo sobre la misma suscrito el 10 de marzo que incluía los tres puntos aludidos. También se había acordado que el Ministerio de Minas y Energía daría respuesta, por escrito, a las cinco propuestas presentadas por la Cumbre Agraria sobre el punto de Minería- Energía y Ruralidad, compromiso que tampoco fue honrado por parte de la Ministra Encargada. En conclusión, la sesión fue desmontada, de manera unilateral, por parte de la representación del gobierno en la Mesa. Por tal razón, consideramos que no era útil participar en sesiones de la Mesa Única Nacional que no conducen a resultados satisfactorios y en las que se incumple, por parte del gobierno, hasta lo más mínimo: dar curso a una Agenda previamente pactada.
Estos hechos evidencian, una vez más, la sistemática estrategia de dilación y desgaste a que ha sido sometida la negociación, por parte de la delegación gubernamental. Cumplidos dos años de haberse iniciado la negociación, no hay resultados efectivos que den cuenta de la supuesta voluntad política de paz de su gobierno. Políticas como la ley de las ZIDRES, el Plan de Desarrollo, la ley de Seguridad Ciudadana, el proyecto de ley de reforma tributaria, la venta de ISAGEN, entre otras, van en contravía de una paz con justicia social.
Los pocos avances en materia de proyectos productivos, que debieron aprobarse en la vigencia fiscal 2014, bajo el principio de anualidad acordado, ha sido a costa de haber sido obligados a transitar un camino lleno de obstáculos solapados bajo argumentos técnicos y jurídicos que están en contravía de los acuerdos sobre un Manual Especial para la Cumbre Agraria. La estructuración de los proyectos de infraestructura es extremadamente lenta.
En el tema de derechos humanos el avance es nulo no obstante los compromisos de su gobierno para brindar garantías. Asistimos a un contexto de incremento de la violación sistemática de los mismos que se traduce en nuestras comunidades en persecución política, desplazamientos, criminalización de la protesta social, amenazas y asesinatos de defensores de DDHH y líderes sociales.
No obstante que se han generado algunos escenarios de participación en el proceso de paz adelantado entre el gobierno nacional y las FARC en los que los movimientos populares y la sociedad en general hemos presentado importantes propuestas cuya viabilidad está sujeta a la discrecionalidad de la Mesa de La Habana. Por tal razón, consideramos que el gobierno nacional debe habilitar una participación autónoma, vinculante y decisoria de la sociedad en el proceso de paz, prioritariamente de esa parte marginada de las decisiones políticas y económicas excluyentes que constituyen las causas estructurales del conflicto que padecemos en Colombia. Nuestros pliegos deben ser considerados como parte de una Agenda social para la paz y la mesa nacional, las regionales, sectoriales y temáticas como escenarios de participación de la sociedad y de negociación del conflicto social.
En síntesis, el gobierno ha profundizado la crisis de la Mesa Única Nacional. Las mesas regionales no corren mejor suerte, están estancadas y la mayoría de acuerdos también han sido incumplidos.
Tal como está acordado en la metodología de la negociación lo convocamos a usted, señor Presidente, desde el pasado 13 de abril a una reunión para presentarle, nuevamente, un balance de la negociación. La respuesta del Ministro del Interior fue que esta no será posible hasta finales del mes de junio.
En consecuencia, la Cumbre Agraria está adelantando una Minga Agraria, Campesina, Étnica y Popular como ejercicio legítimo de los derechos a la movilización y la protesta social y ciudadana en medio de la cual aspiramos a que con el gobierno nacional encabezado por usted, señor Presidente, discutamos las propuestas que presentamos a continuación en el marco del Pliego que se discute en la Mesa Única Nacional.
Por último, exigimos plenas garantías por parte del gobierno para continuar adelantando pacíficamente la Minga, que cesen a la estigmatización y el tratamiento militar que se le ha venido con el lamentable saldo de la muerte del hermano Willintong y decenas de heridos y contusos.
Atentamente,
CUMBRE AGRARIA, CAMPESINA ETNICA Y POPULAR
1. TIERRAS, TERRITORIOS COLECTIVOS Y ORDENAMIENTO TERRITORIAL.
SUB TEMAS:
El país necesita un proceso de Reordenamiento Territorial donde sean las comunidades quienes redefinan la manera como se organiza la producción, se distribuye el uso del suelo, se gobierna el subsuelo, y se protegen el aire, el agua, los ecosistemas estratégicos y los medios de vida de las comunidades agrarias. Ese reordenamiento apuntará a armonizar la conservación del medio natural para la pervivencia de las comunidades agrarias.
1. REFORMA AGRARIA INTEGRAL
2. RECONOCIMIENTO DE LAS FIGURAS DE REORDENAMIENTO TERRITORIAL DE LOS PUEBLOS Y COMUNIDADES ÉTNICAS Y EL CAMPESINADO.
3. RECONOCIMIENTO AL CAMPESINADO COMO SUJETO DE DERECHOS.
4. PARTICIPACION.
5. TIERRAS
6. TERRITORIOS DE ESPECIAL PROTECCIÓN.
7. RECONOCIMIENTO Y GARANTÍAS AL DERECHO A LA CONSULTA PREVIA LIBRE E INFORMADA.
8. DEROGACIÓN LEY DE ZIDRES
9. ADECUACIÓN INSTITUCIONAL
2. MINERO- ENERGÉTICO- RURALIDAD Y AGUA.
SUB TEMAS
La mala gestión y el saqueo de los recursos naturales minero–energéticos afecta gravemente a la madre tierra y a las comunidades rurales, genera impactos ambientales que ponen en riesgo la vida de los pueblos y la biodiversidad, persigue y criminaliza a los pequeños mineros, y solo beneficia a las empresas transnacionales que se enriquecen gracias al modelo económico impulsado por el gobierno colombiano. En ese marco, reivindicamos la necesidad de construir un nuevo modelo minero–energético basado en la soberanía nacional, el aprovechamiento planificado, el desarrollo tecnológico propio, la protección ambiental y cultural, y la redistribución de los rendimientos generados por las actividades mineras y energéticas.
1. HACIA UNA NUEVA POLÍTICA MINERO – ENERGÉTICA.
2. DECLARAR UNA MORATORIA MINERO-ENERGÉTICA.
3. SUSPENSIÓN DE OBRAS DE INFRAESTRUCTURA Y TÍTULOS MINEROS, CONCESIONES MINERAS Y DE HIDROCARBUROS.
4. CUMPLIMIENTO DE SENTENCIAS PARA LA PROTECCIÓN DE TERRITORIOS FRENTE A LA MINERÍA.
5. SOBRE RENTA MINERA.
3. ECONOMÍA PROPIA.
SUBTEMAS
El avance y profundización del modelo neoliberal ha generado graves perjuicios a la economía nacional, en especial a las formas de producción, comercialización y consumo propias de las comunidades campesinas, indígenas y afrocolombianas. Lo anterior ha impactado negativamente la soberanía alimentaria de los pueblos y de la nación. El libre mercado ha generado un modelo de despojo que afecta el buen vivir de las y los pequeños productores, favoreciendo los intereses de latifundistas y multinacionales del agro. Como resultado se han afectado los intereses económicos de las comunidades rurales, las prácticas culturales y de vida asociadas a estos.
1. PROTECCIÓN DE SEMILLAS.
2. PROTECCIÓN AL CONOCIMIENTO PROPIO.
3. POLÍTICA PÚBLICA DE ECONOMÍA PROPIA.- INSTITUCIONALIDAD PARA LA ECONOMÍA PROPIA.
4. CULTIVOS
5. FOMENTO A LAS ECONOMÍAS PROPIAS INDÍGENA, AFRO Y CAMPESINA
4. DDHH Y PAZ : SUB TEMAS
Debido a la falta de reconocimiento político de los derechos de los campesinos, la insuficiente garantía de los derechos de afrocolombianos e indígenas, el alto número de violaciones a los derechos humanos, la falta de garantías para las organizaciones sociales y populares, la constante estigmatización, persecución y criminalización de quienes se movilizan para buscar una sociedad más justa y en paz, persistimos en reivindicar el respeto a nuestros derechos y en demandar las garantías mínimas para vivir en una sociedad democrática.
1. PAZ.
2. DESC.
3. GARANTIAS
4. VICTIMAS.
5. JUSTICIA
6. GUARDIA INDIGENA, CIMARRONA Y CAMPESINA
7. PROTECCION INDIVIDUAL Y COLECTIVA.
5. INCUMPLIMIENTO DE ACUERDOS
PROYECTOS PRODUCTIVOS.
PROYECTOS PRODUCTIVOS.
6. COMUNICACIÓN Y DERECHOS A LA INFORMACIÓN PARA LA PAZ
7. RELACIÓN CAMPO-CIUDAD
La configuración actual de la relación ciudad-campo exige una respuesta inmediata y contundente por parte del movimiento social. La tradicional distinción entre la ciudad y el campo ha generado grandes problemáticas sociales y económicas donde se puede evidenciar la relación de subordinación del campo a la ciudad. En ese orden, es urgente eliminar las falsas barreras prescindibles entre ciudad y campo, para avanzar en el afianzamiento de la alianza popular a través de nuevos modelos alternativos de construcción territorial.
Por lo anterior, exigimos:
Participación:
Logros –parciales– de quince días de Minga
por Daniel Vargas
Martes 14 de junio de 2016
El paro avanza se hace fuerte. Viva la Minga
por Daniel Vargas
Viernes 10 de junio de 2016
La geografía política de la Minga Agraria y de la resistencia
por Horacio Duque
Miércoles 8 de junio de 2016
Minga agraria repertorio de la protesta y bloqueo de la panamericana en el Cauca
por Horacio Duque / María Fernanda Q. Alzate
Martes 7 de junio de 2016
El Manifiesto agrario
por desdeabajo
Martes 7 de junio de 2016
Minga agraria repertorio de la protesta y bloqueo de la panamericana en el Cauca
por Horacio Duque / María Fernanda Q. Alzate
Martes 7 de junio de 2016
Algunas lecciones de 6 días de minga
por desdeabajo
Lunes 6 de junio de 2016
Cauca indígena heroíco resiste
por Horacio Duque
Domingo 5 de junio de 2016
En pie de lucha comunidades, étnicas y populares
por Allan Bolívar Lobato
Jueves 2 de junio de 2016
Pliego Cumbre Agraria. Campesina, étnica y popular
por Cumbre Agraria Campesina Étnica y Popular
Jueves 2 de junio de 2016
Rostros y repertorio de la resistencia agraria
por Horacio Duque
Jueves 2 de junio de 2016
Minga Nacional Agraria exige trato político y no militar y represivo
por Cumbre Agraria Campesina Étnica y Popular
Miércoles 1 de junio de 2016
Minga de resistencia indígena, campesina y popular*
por Horacio Duque
Martes 31 de mayo de 2016
Campesinos realizan hoy paro agrario en Colombia
por Telesur
Lunes 30 de mayo de 2016
Mayo 30: La Minga Nacional llama ¡a la calle!
por Andrea Álvarez Ome
Jueves 26 de mayo de 2016
Periódico desdeabajo Nº224, Mayo 20 - junio 20 de 2016
Hacia una minga nacional, agraria, campesina, étnica, popular y urbana
por Héctor-León Moncayo S.
Martes 17 de mayo de 2016
Tres libros fundamentales para comprender el origen
de la guerra interna en el país,
su presente y su posible porvenir.
Contribución al entendimiento del conflicto armado en Colombia | xxxx | Fuerza pública, negociaciones de paz y posacuerdo en Colombia
Edwin Cruz Rodríguez | xxxx | De otras guerras y de otras paces
Víctor de Currea-Lugo |
Su realización comprenderá los días 27, 28, 29 y 30 de abril en la ciudad de Bogotá; teniendo como escenarios principales: Universidad Nacional de Colombia, la Universidad Pedagógica Nacional y el Centro Nacional de Memoria, Paz y Reconciliación. A través de proyecciones cinematográficas, conversatorios y exposiciones fotográficas busca abordar el fútbol desde sus dimensiones deportivas, políticas, sociales, económicas y culturales significándolo como espacio intercultural de la humanidad.
Se llevarán a cabo conversatorios como: "Mujeres con pelotas: imagen, participación y fútbol femenino"; "El aguante colombiano: estéticas, prácticas, seguridad y barrismo social"; "Fútbol profesional colombiano: economía y poder, historias, alianzas, medios y universidad"; "Fútbol popular: procesos comunitarios, Fasfe y alternativas al fútbol negocio" y "Balas y balones: conflicto armado, narcotráfico y fútbol".
De igual manera, habrán proyecciones alternas en los barrios de El Progreso, Soacha, Palma Aldea, Suba, Quiroga, Rafael Uribe, San Bernardo, Martires, El Recreo, Bosa, La Fiscala, Usme, y la vereda Chorrillos, Suba. El festival de Cine futbolero cerrará con la inauguración de la "Liga de fútbol popular del barrio a la academia".
Esta iniciativa nace de un grupo de estudiantes universitarios integrantes de diferentes barras futboleras y escuelas de fútbol popular que se proponen dar cuenta de las dinámicas e impactos de Fútbol en la sociedad colombiana, contribuyendo a las transformación y el debate sobre los imaginarios y estereotipos que se construyen alrededor de los hinchas, jugadores, entrenadores y directivos; todo en aras de aportar a la construcción de una cultura de paz.
Para más información:
Facebook: Festival de Cine Futbolero.
Twitter: @FestCFutbolero
El fin del prolongado conflicto armado colombiano mediante un acuerdo del gobierno del Presidente Juan Manuel Santos con las Farc y la transformación de la guerrilla en un movimiento político y social plantea el desafío de la construcción consensuada de una hegemonía popular nacional que incorpore los nuevos sujetos sociales antes marginados por el despotismo y la violencia de la oligarquía dominante.
La apertura de un nuevo ciclo político en la historia colombiana a raíz de los diversos acuerdos de paz para poner fin al prolongado conflicto social y armado, plantea una serie de retos y cuestiones que demandan una profunda e innovadora reflexión desde el campo del pensamiento crítico y de las nuevas subjetividades políticas vinculadas con los movimientos sociales y los núcleos de una izquierda alternativa no asociada con las viejas estructuras plagadas de autoritarismo, dogmatismo y sectarismo.
La construcción de una hegemonía nacional popular es uno de los temas centrales en ese sentido.
La paz y un nuevo modelo de democracia ampliada nos llevan al terreno de la elaboración de propuestas teóricas de hegemonía capaces de incorporar, mediante la persuasión y no la violencia, a las masas populares en la construcción de otras formas políticas cuyos contenidos signifiquen un protagonismo efectivo de la gente.
Si bien es cierto la vieja elite dominante en el Estado pretende recomponer y reafirmar la hegemonía neoliberal a propósito de la construcción de la paz, no menos cierto es que son amplios los potenciales y las condiciones de posibilidad para que nuevas subjetividades y agencias políticas avancen en una estrategia contra hegemónica mediante lo que se conoce como una “hegemonía expansiva”, que logre unificar en un “significante vacio” las múltiples injusticias e insatisfacciones que afectan a las masas populares.
Hoy, cobra plena validez la categoría de hegemonía en el análisis de las características distintivas de las luchas sociales en Colombia al momento del post conflicto armado.
Lo que se pretende es elevar la potencialidad teórica y política de los movimientos sociales de transformación. Se trata de construir una teoría capaz de unificar en el campo de la reflexión política, los momentos democráticos y socialistas.
En tal contexto analítico el objetivo de tal ejercicio es consolidar una hipótesis estratégica y una teoría para el nuevo ciclo político que nace con la paz.
Lo que queremos en gran medida es dejar atrás, revaluando, replanteando y trascendiendo, aquella vieja certeza según la cual y a partir de un arco de alianzas cupulares y de aparatos de clase, dirigidos por el proletariado y sus supuestos representantes, el movimiento reivindicativo-corporativo de las masas sería capaz de generar una crisis social y, en virtud de la presencia de una organización política determinada, propiedad de mentes iluminadas (muchas veces violentas y arrogantes), podrá conducir a trastocar el poder existente. El objetivo central de las clases populares, según esta concepción, se expresa en una policita llamada de “acumulación de fuerzas” (electoral y parlamentaria) que prepare el momento de la toma del poder.
En este análisis no concebimos tal proceso de “acumulación de fuerzas” como una mera unificación instrumental sino como la expresión consciente de una hipótesis estratégica y de una teoría de transición que unifique en un proyecto social único al conjunto heterogéneo de las clases populares.
La conquista del poder debe ser el resultado de una real y efectiva unificación social y política de las masas populares, mediante el consenso y la persuasión pacifica, de tal manera que tengan la madurez para resolver las difíciles tareas que supone la total transformación económica, social y política del país, en el marco de la superación de la violencia en todas sus manifestaciones, lo que implica mantener el pleno consenso de las masas para alcanzar las soluciones de la democracia ampliada.
En ese mismo sentido, la concepción de hegemonía que asumimos no es la mera sumatoria de viejos y desuetos aparatos políticos de bolsillo coaligados, que convergen en alianzas electorales y parlamentarias ocasionales, pues la misma es una forma de poder político caracterizada por el consenso de los subordinados a una dirección que puede encarnar legítimamente el “bien común” o la “voluntad general”.
De lo que se trata es de relacionar la concepción de hegemonía, entendida como la capacidad política de una clase para dirigir a las demás, con las otras manifestaciones socio-políticas de extrema relevancia en nuestra sociedad: masas empobrecidas, rurales y urbanas, al lado de crecientes clases medias y otros grupos asalariados y precariados, producto de las características asumidas por la modernización y relativamente integradas al desarrollo urbano industrial.
En forma más precisa se trata de analizar si la temática de la hegemonía ofrece elementos que permitan reunificar, en el campo teóricamente renovado de una teoría de la transición a la paz, agregados que en la sociedad se entrecruzan, pero que alimentan proyectos de sociedad contradictorios o alternativos.
Establecer las recomposiciones teóricas y prácticas es fundamental para la construcción de la hegemonía nacional/popular, que sea capaz de propiciar una transformación acorde con las aspiraciones democráticas de las clases trabajadoras y populares.
Lo que se propone con este trabajo es el diseño de una armazón teórica que permita una comprensión amplia de las características de los procesos de hegemonía política en la sociedad colombiana posterior a la guerra.
Por supuesto proponiendo aspectos de orden metodológico que permitan la exploración empírica en diagnósticos específicos y en proyecciones necesarias para la acción política.
Para ello, se presentan y desarrollan las bases de una “perspectiva constructivista” para el estudio de los fenómenos políticos, tomada de los estudios sobre identidades nacionales y étnicas. Enfoque que aconseja la visita de los estudios dedicados a la “acción colectiva y los movimientos sociales” para incorporar la metodología del “análisis de marcos” (frame analysis) para el estudio de los actores políticos a través de su discurso[1].
Indiquemos que en todos los análisis del discurso[2], la literatura sobre nacionalismo y etnicidad, o las reflexiones sobre movimientos sociales, se encuentran elementos claves para el estudio del poder político y la hegemonía, que han probado además la utilidad de un “enfoque discursivo” para el estudio de fenómenos políticos.
Esta elaboración, siguiendo los pasos a la producción teórica de Iñigo Errejon, parte de ellos y aprovecha sus esfuerzos para centrarse en un estudio empírico de la hegemonía política en la historia del Estado colombiano.
Conviene recordar en que una reflexión sobre la hegemonía se ocupa, en última instancia, de la cuestión central de la Ciencia Política: el poder político.
Partimos de una premisa teórica, la de que la hegemonía se construye en y mediante el discurso político de consenso y no violento, que determina a su vez una decisión metodológica, la de emprender el análisis cualitativo de las prácticas de construcción de significado político, o discursos políticos, por los diversos actores involucrados en la lucha por el poder y el control de la sociedad.
Hegemonía, discurso y pueblo
Para ello, se emprende la elaboración de un cuerpo teórico basado en tres columnas maestras: los conceptos de Hegemonía, Discurso y Pueblo, que juntos conforman la problemática general de una teoría de la hegemonía, aquí pensada básicamente a partir de los planteamientos de Antonio Gramsci.
Un cuerpo teórico orientado al estudio de los procesos de construcción de poder político a través del análisis de los mecanismos discursivos de generación de identidades políticas hegemónicas, que permiten a un grupo particular postularse, y eventualmente ejercer la dirección de una sociedad obteniendo el consentimiento de una parte sustancial del conjunto social dirigido, en la reflexión de Errejón.
Sin embargo, es importante considerar que aun sigue habiendo un vacío significativo en el auge de los enfoques basados en las capacidades performativas del discurso y su aplicación a casos concretos de construcción de poder político.
El término hegemonía está sometido, con cada vez mayor frecuencia, a un uso popular irreflexivo –a veces incluso en el ámbito de las ciencias sociales–, que lo despoja de su riqueza como instrumento de análisis político.
El concepto de hegemonía sólo puede ser comprendido adecuadamente mediante su ubicación en el profundo y denso sistema teórico gramsciano, que se estudia en profundidad, a través de sus categorías principales, contrastando la formulación en el pensador italiano, con su recepción en trabajos académicos de reciente elaboración, tanto teóricos como teórico-empíricos.
Planteamos, de acuerdo con Errejon, la comprensión de la hegemonía como una forma particular de poder político que obtiene la adhesión activa o el consentimiento pasivo de los grupos sociales gobernados, unificando voluntades dispersas en un sentido unitario.
Se trata de la piedra angular de un enfoque para el análisis del poder político, que lo pone en relación con la lucha ideológica y cultural.
Para tales efectos examinamos en detalle una línea de desarrollo heterodoxo del pensamiento de Gramsci: la que representan los estudiosos del discurso y la ideología desde una perspectiva conocida como postestructuralista.
Para tal efecto se explora primero la ruptura de esta con la concepción tradicional de la ideología, para derivar después en su concepción de la hegemonía como un movimiento de encarnación del universal (significante vacio) por un sujeto particular.
Para este grupo de autores[3], la hegemonía es un tipo de ordenación de un campo político marcado por el conflicto y la contingencia. Por ello, se exponen y discuten las formas posibles de producción de orden y alineamientos políticos, así como los mecanismos discursivos por los que éstos operan.
De otro lado, los discursos se entienden como las prácticas de atribución de significado político a objetos sociales que carecían de él o que tradicionalmente recibían un significado diferente[4].
Por tanto, recogiendo la sugerencia de Errejon, la construcción de hegemonía se estudia acá a partir de las operaciones de articulación discursiva.
La premisa de la “constructividad” del discurso constituye un pilar fundamental y punto de partida para la perspectiva teórica adoptada en esta reflexión.
Lo que se pretende es conformar una perspectiva teórica propia para el estudio de la construcción de hegemonía aplicado a procesos políticos concretos en Colombia.
En este análisis se defiende que la “caja de herramientas” teórica construida es particularmente pertinente para el estudio del proceso político colombiano; pero a la vez se sostiene que esta aplicación sólo puede ser exitosa si se basa en una atención privilegiada a las particularidades del país, y en un conocimiento profundo de su historia política. Esta es la razón para que se defienda la necesidad de dedicar un espacio destacado a la revisión del desarrollo del Estado colombiano en relación con la cuestión específica de la hegemonía.
Hay que caracterizar la hegemonía en los diversos periodos de la historia del Estado nacional.
Lo que queremos es sugerir una propuesta de interpretación de los acontecimientos políticos asociados con las conversaciones de paz presentes dentro de una mirada larga sobre la naturaleza del Estado y la hegemonía. Por esta razón se prefiere el término “proceso político de paz” para resaltar la centralidad de una correlación dinámica de fuerzas políticas en conflicto, por encima de otros posibles que hiciesen énfasis exclusivamente en la dimensión jurídico-constitucional de los cambios, en la dimensión electoral o en la institucional “reforma del Estado”.
El “proceso político de paz”, tal y como es entendido en este trabajo, es la lenta institucionalización de una nueva correlación de fuerzas en el país, conformada en las movilizaciones populares contra las políticas neoliberales y de la seguridad democrática en los primeros años del siglo XXI. En un sentido más amplio, es el proceso de construcción hegemónica que implica una refundación nacional para incluir identidades políticas de los grupos subalternos históricamente ausentes de los relatos nacionales –o sólo parcialmente integrados-, y la consecuente aspiración de reforma estatal.
Las condiciones y características de este proceso, conviene reiterarlo, no pueden comprenderse sin su enmarcado en una historia general del Estado colombiano visto a la luz de la cuestión de la hegemonía.
Este documento se divide en tres partes:
En la primera se discute la hegemonía, fundamentalmente en su acepción gramsciana; en la segunda, el discurso como práctica de articulación y construcción hegemónica; y en la tercera, la conformación de identidades populares y la producción del “pueblo”.
Para ampliar los alcances teóricos de este documento abordamos, igualmente, las teorías de la construcción social de la realidad y el frame analysis como elementos en la construcción de la hegemonía popular.
La hegemonía, lo reiteramos, es un tipo de ordenación de un campo político marcado por el conflicto y la contingencia.
Por ello, se exponen y discuten las formas posibles de producción de orden y alineamientos políticos, así como los mecanismos por los que éstos operan. Finalmente, dado que estos mecanismos son discursivos, se define el discurso como la práctica de construcción de significado político.
Para una adecuada comprensión de la Teoría del discurso se deben revisar y discutir las críticas a sus presupuestos generales, fundamentalmente relativos a su concepto de discurso. Después se exponen las reglas fundamentales para el análisis del discurso, los mecanismos de atribución de significado y, finalmente, la nominación como trascendencia de los intereses sectoriales y, por tanto, como práctica de constitución de identidades políticas en pugna por la hegemonía.
Otra parte se centra, en el fenómeno de conformación de identidades populares, como una de las formas más comunes de construcción hegemónica. Para ello se revisa primero la literatura general sobre el fenómeno del populismo, haciendo especial hincapié en sus límites y espacios opacos.
Sin embargo, se agregan de acuerdo con la sugerencia de Errejon, dos bloques de discusión crítica de la teoría del populismo de Laclau: el primero aborda la cuestión de la contingencia y los resultados posibles de las construcciones populistas, las variadas orientaciones políticas que pueden recibir, y los límites en esas variaciones.
El concepto de “condiciones de posibilidad” ayuda a defender que esos límites son mayores que los que Laclau establece en su modelo teórico.
El segundo cuerpo se ocupa de una discusión actualmente en curso, sobre la concepción del populismo como “forma” o como “momento”; lejos de tratarse de una disputa léxica, este debate encarna la relación entre los conceptos centrales de “hegemonía” y “populismo”, que necesitan ser aclarados para poder conformar un andamiaje teórico para el análisis político.
Primera parte
El término “hegemonía” está hoy incorporado al lenguaje más o menos común, y no es raro encontrarlo en diferentes estudios, desde la economía política hasta los estudios culturales, pasando por la comunicación social o la ciencia política. Se suele usar como sinónimo de “dominación”, “preponderancia” o “liderazgo”.
No obstante, el término alude a un concepto complejo de largo desarrollo histórico, y aún hoy sometido a discusión entre diferentes perspectivas teóricas, a menudo difícilmente conciliables.
Acá queremos referirnos al origen del concepto dentro del pensamiento político marxista de principios del siglo XX europeo.
Se afirma que los recorridos posteriores y las complejidades del concepto sólo pueden ser captados si se parte de su contextualización en el universo teórico y político en el que fue engendrado. Se traza así su desarrollo brevemente hasta llegar a su construcción teórica más elaborada por parte de Antonio Gramsci, marcando las continuidades y rupturas con los usos anteriores del término.
Se dedica a continuación una atención privilegiada a la concepción gramsciana de la hegemonía, que es el corazón de nuestro análisis.
La genealogía de un concepto
Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, posiblemente los dos teóricos políticos que más han trabajado y desarrollado el concepto de hegemonía, dedican los dos primeros capítulos de su libro Hegemonía y estrategia socialista (1985)[5] a demostrar que el concepto surge en el terreno previamente abonado por las discusiones teóricas y políticas en torno a las crecientes dificultades del marxismo de la II Internacional para dar cuenta de acontecimientos históricos de primer orden que contradecían lo teóricamente esperable: la agudización y polarización de la estructura de clases en las sociedades occidentales, el estallido de la Revolución en Alemania o Inglaterra, en primer lugar en razón de su mayor desarrollo industrial, etc.
Son los socialdemócratas rusos, indica Errejon, citando a Femia, quienes a comienzos del siglo XX emplean por primera vez el término –“gegemoniya”- para nombrar la política de alianzas y liderazgo que debía desarrollar el proletariado industrial a fin de hacerse con el poder y conducir las transformaciones económicas y políticas que liquidaran el antiguo régimen zarista, sin esperar a que las realizase una burguesía nacional extremadamente débil y políticamente dubitativa[6].
Lenin toma el término de Plejánov y Axelrod, y en su libro “Dos tácticas de la Socialdemocracia”[7], lo desarrolla políticamente en una situación revolucionaria, como guía para la conquista del Estado por parte de la clase obrera, de acuerdo con la observación de Anderson[8].
Así, la hegemonía en la socialdemocracia rusa nace para dar cuenta de una anomalía: contrariamente a la secuencia esperable: el proletariado se ve en la tesitura, afirma Errejon, de realizar las tareas históricas de otra clase, de decidir si toma el poder y las lleva a cabo en una alianza mayor que le exige integrar diferentes demandas -de campesinos, militares, pequeños propietarios, etc.- y liderarlas políticamente, según lo plantean Laclau y Mouffe[9]. La hegemonía, aún en el sentido otorgado por Lenin, nace ya asociada a contingencia, flexibilidad y capacidad de articulación de elementos diferentes, aunque, como se verá a continuación, limitada en dos sentidos cruciales: en la articulación de los diferentes elementos “unificados” y en su alcance histórico y geográfico.
Diferentes investigaciones contemporáneos aplican las categorías gramscianas como claves de análisis y explicación de diferentes objetos de estudio, desde disciplinas como las relaciones internacionales[10] y la geopolítica[11], los estudios culturales[12], la política económica[13], la teoría del Estado[14], el estudio de movimientos sociales[15], o los trabajos sobre partidos políticos y sistemas de partidos[16].
“Hegemonía” es tal vez uno de los términos menos unívocos de las ciencias sociales.
El Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española lo define como “supremacía que un Estado ejerce sobre otros” y luego amplía la definición a: “supremacía de cualquier tipo”.
En su “Diccionario de Política” Bobbio y Matteucci[17] entienden que el concepto tiene dos acepciones principales. La primera se refiere a “una relación interestatal de poder que prescinde de una reglamentación jurídica precisa” y que puede definirse como “una forma de poder de hecho que en continuo influencia-dominio ocupa una posición intermedia, que oscila o bien hacia uno de los polos o bien hacia el otro”. La segunda, empleada principalmente por autores marxistas, se aplica “a las relaciones entre las clases sociales, entre los partidos políticos, a propósito de las instituciones y de los aparatos públicos y privados”. En este segundo uso, al igual que en el “tradicional” en relaciones internacionales, se reproduce la “oscilación” entre hegemonía como dominio y coerción, que los autores atribuyen a los intelectuales de la Tercera Internacional como Lenin, Bujarin, etc., y hegemonía como persuasión y “dirección intelectual y moral”, en su desarrollo por Antonio Gramsci.
Así, Bobbio y Matteucci, separan, en primer lugar, la aplicación del concepto de hegemonía a las relaciones interestatales de la aplicación a la correlación de fuerzas al interior de cada Estado. Este análisis se ubica específicamente en esta segunda aplicación. A su vez, al interior de estos dos campos de estudio, los autores distinguen también entre la acepción de hegemonía como dominación y la acepción como dirección intelectual y persuasión. Esta reflexión, de nuevo, parte exclusivamente de la segunda.
Efectivamente, la gran mayoría de los autores que lo trabajan se refieren, como punto de partida, al desarrollo que Gramsci hace del término, aunque éste ha sido objeto de numerosas discusiones e interpretaciones, no siempre enteramente compatibles. Como concepto centrado en la construcción de poder político, sus aplicaciones recorren muy diferentes campos de las ciencias sociales. En este documento, el término se emplea en un sentido muy restringido: el análisis de las prácticas de significación, articulación y nominación capaces de generar una forma de poder caracterizada por el consenso de los elementos subordinados a una determinada dirección que consigue presentarse como en beneficio de toda la comunidad política.
Se dejan conscientemente fuera, como ya se ha dicho, todos los demás desarrollos del concepto de hegemonía, entre los que destacan los relativos a las relaciones internacionales que en algunos desarrollos han adquirido una gran relevancia y complejidad. Estos enfoques entienden la hegemonía como una relación entre Estados, en la que el Estado hegemónico ordena el sistema interestatal sea por su primacía militar y geoestratégica[18], sea por su capacidad de generar un sistema de relaciones y un código cultural aceptado por el resto de actores internacionales, que constituye una verdadera forma de entender y representar el mundo[19] tal y como han sido hasta ahora los “códigos geopolíticos de la modernidad”[20] y, más en concreto para la hegemonía norteamericana, el American Way of Life[21].
El análisis de los sistemas-mundo, derivado de la Escuela histórica de los Annales de Ferdinand Braudel y de la Teoría de la Dependencia latinoamericana, ha generado una teoría histórica propia de la hegemonía, entendida como la capacidad de un Estado para ejercer la supremacía mundial organizando de acuerdo con sus intereses un sistema de relaciones económicas, políticas y militares[22]. Este poder está fundamentado en la ventaja industrial, financiera y comercial de las empresas del Estado hegemón. Para la escuela de los sistemas-mundo han existido tres hegemonías: la holandesa (1648-1667), la inglesa (1815-1873) y la estadounidense (1945-1974), todas sucedidas por guerras de gran escala[23]. En la actualidad, se viviría un período de transición geopolítica caracterizado por la crisis de la hegemonía norteamericana y la ausencia de un nuevo hegemón que reestructure a su favor, y estabilice, el sistema interestatal[24].
Atención prioritaria se debe dar a la cultura y la ideología como terrenos de construcción política[25]. Esta importancia de la cultura lleva a Gramsci a una preocupación fundamental por las conformaciones nacionales en las cuales se desenvolvía la lucha de clases.
La aportación teórica de Gramsci supone una ampliación del concepto leninista de “hegemonía” en dos sentidos: uno “político” y otro “histórico”.
En términos “políticos”, la hegemonía es en Lenin el liderazgo de la clase obrera en una alianza amplia que de ninguna forma disuelve o modifica las identidades preconstituidas de las clases que la componen, que en definitiva tenían que “golpear juntas pero marchar separadas”[26]. Es una concepción instrumental, autoritaria y cortoplacista, en la que la vanguardia suma actores en una conjunción táctica y los conduce políticamente. Estamos en el terreno, en absoluto nuevo, de la negociación y alianza de fuerzas. Hay, sin embargo, un añadido crucial: Lenin opone la hegemonía al momento exclusivamente “gremial o corporativo” de la política del proletariado.
De aquí partirá la elaboración gramsciana.
Para Gramsci sin embargo, la hegemonía es una operación fundamentalmente cultural que va más allá de la unificación de fuerzas decretada por dirigentes políticos.
La preeminencia de la dirección cultural e ideológica
En sus escritos, Lenin insiste sobre el aspecto puramente político de la hegemonía; en ellos, el problema esencial es el desplazamiento, por la violencia, del aparato del Estado: la sociedad política es el objetivo y, para alcanzarlo, es necesaria una hegemonía política previa. Hegemonía política, puesto que la sociedad política tiene prioridad sobre la sociedad civil en sus preocupaciones estratégicas, y sólo retiene de éstas, por lo tanto, el aspecto político, tanto más porque, como hemos visto, la sociedad civil era muy débil en Rusia.
Para Gramsci, en cambio, el terreno esencial de la lucha contra la clase dirigente se sitúa en la sociedad civil: el grupo que controla la sociedad civil es el grupo hegemónico y la conquista de la sociedad política remata esta hegemonía extendiéndola al conjunto del Estado (sociedad civil + sociedad política). La hegemonía gramsciana es primacía de la sociedad civil sobre la sociedad política; en el análisis leninista, la relación es exactamente la inversa.
La hegemonía es entonces para Gramsci liderazgo político, intelectual y moral que articula una voluntad colectiva orientándola en un sentido nacional-popular.
Bobbio y Matteucci coinciden en señalar la centralidad de la dirección intelectual y la “persuasión” como diferencia central del concepto gramsciano de “hegemonía” con el que ellos llaman como de la “Tercera Internacional”[27].
Ahora sí estamos ante un concepto innovador. Se trata de una tarea compleja de articulación de fuerzas en un proyecto histórico nuevo, construida no por meras órdenes sino por una capacidad intelectual propositiva, de seducción y síntesis, que crea una nueva identidad colectiva.
En términos “históricos”, si Lenin entendía la hegemonía como una respuesta excepcional a una situación excepcional –la necesidad de que el proletariado tomase en sus manos en Rusia las transformaciones históricas “burguesas” provocada por un “desarrollo desigual y combinado” que solapa etapas históricas desordenando su sucesión, para Gramsci la hegemonía es la forma normal de la política en las sociedades democráticas de masas caracterizadas por sociedades civiles desarrolladas y complejas, y por una legitimidad mayor del status quo por la promesa de ascenso social individual y de incorporación de las demandas de los gobernados en los planes de los gobernantes[28].
Para Sassoon, la irrupción de las masas en política como elemento decisivo tiene que ver con tres procesos: el crecimiento de partidos de masas, sindicatos y grupos de presión dentro de la dinámica del capitalismo organizado; la extensión de la intervención social del Estado, como resultado de las presiones para ello, crea un vínculo directo entre el poder político y la vida cotidiana de las masas; el sufragio universal otorga a las masas un papel central en el sistema político liberal, en una ecuación de poder conformada por capitalismo organizado, intervencionismo estatal y democracia liberal[29].
Reclamándose absolutamente en sintonía con Lenin, Gramsci arroja el concepto de hegemonía al centro de la arena política en Occidente, destacándola como el núcleo central de la política moderna, en cuanto dirección de fuerzas variadas hacia un horizonte defendido como de “interés general”. La hegemonía así no es exclusivamente la política del proletariado en contextos revolucionarios, puesto que la clase dominante gobierna gracias a ella y se resiente cuando no es capaz de detentarla; tampoco es una política táctica de corto plazo: es el resultado y el objetivo de un trabajo político continuado, complejo y sostenido, en el que la cultura, la ideología y los símbolos juegan un papel central. En esta línea lo reivindica Stuart Hall para los estudios culturales en particular y para la “complejización” del marxismo en las ciencias sociales en general[30].
La teorización de la hegemonía en Gramsci forma parte de un armazón conceptual más complejo, dedicado fundamentalmente a la “traducción” intelectual del comunismo en Occidente.
Para el italiano, la supremacía de una clase social no se deriva directamente de su papel predominante en el proceso productivo (como lo sostiene la visión estructural), sino que ha de construirse laboriosamente en el terreno cultural y político y se manifiesta como dominación o como hegemonía.
La dominación es el sometimiento directo, sin apenas mediaciones, de los grupos subalternos a través de la “sociedad política”: el conjunto de instituciones políticas y jurídicas que aseguran la capacidad coercitiva a la clase dominante. La hegemonía, en su lugar, sucede en la “sociedad civil”, y contempla la dirección intelectual y cultural que produce un “sentido común” que naturaliza entre los gobernados el orden social existente, consiguiendo su implicación activa o, al menos, su aceptación pasiva.
“La hegemonía (...) se basa (...) en un consenso por el cual los subordinados consienten ser gobernados en tanto que la predominancia de los gobernantes se enmascara través de mecanismos de cooptación, desarticulación y la internalización de un sentido común que naturaliza la organización actual de las relaciones sociales”[31].
También Agnew, en su aplicación del concepto de hegemonía a la geopolítica, la entiende como: “la inscripción de otros en el ejercicio propio del poder a través de la convicción, la seducción y la coerción, de tal forma que deseen lo que tú deseas”[32]. Y describe en consecuencia la hegemonía como una práctica de construcción y articulación “nunca completa y a menudo resistida”. Esta concepción de la hegemonía es fundamental para la comprensión de los procesos políticos.
El Estado, aunque habitualmente es conocido exclusivamente como sociedad política, reúne tanto la esfera de la “sociedad política” como la de la “sociedad civil”. Es así que se puede sintetizar que “Estado= sociedad política más sociedad civil” o “hegemonía reforzada de coerción”[33].
Este sencillo esquema, sin embargo, demasiado a menudo ha servido para apoyar usos políticos o teóricos parciales o reduccionistas de Gramsci, que incurren normalmente en el error de olvidar que “dominación” y “hegemonía” son dos “momentos”, más que dos formas, de la supremacía de una clase. Dos momentos que se suceden y relevan en diferentes etapas históricas, en una dinámica marcada por el antagonismo social y la consiguiente necesidad permanente de reconstruir y mantener la hegemonía. Todo régimen es hegemónico con respecto a los grupos aliados o subordinados y, al mismo tiempo, dominante con respecto a los subalternos[34].
“La hegemonía se expresa por tanto como predominio en el campo intelectual y moral, diferente del “dominio” en el que se encarna el momento de la coerción. Pero esa “dirección” tiene raíces en la base, componentes materiales junto a los “espirituales”: no hay hegemonía sin base estructura, la clase hegemónica debe ser una clase principal de la estructura de la sociedad, que pueda aparecer como la clase progresiva que realiza los intereses de toda la sociedad.
La unidad de estas dos esferas se produce sólo “políticamente”.
El Bloque histórico
Un “bloque histórico” es precisamente la unificación de “contenido estructural material” y la “forma ético política”. Pero esta jamás sucede de forma espontánea o lineal, sino que es mediada y contradictoria. En este punto se entrecruzan bloque histórico y hegemonía.
Sasoon[35] defiende la importancia de ver la construcción del bloque histórico como un fenómeno constante y siempre en disputa. Si se ubica en esta tensión constitutiva permanente, en el antagonismo, el concepto permite emprender un análisis de las mediaciones concretas, ideológicas y políticas, que crean consenso entre los subordinados de una status quo histórico particular, que reúne estructura y superestructura en una visión del mundo generalizada[36]. De este modo estamos en disposición de comprender “la naturaleza compleja y contradictoria de la producción de consenso y los obstáculos y oportunidades en la construcción de disenso”[37].
Hugues Portelli, defiende que el concepto de “bloque histórico” es el corazón de la teoría gramsciana, pues alude a una formación histórica determinada que hace inteligible la totalidad social. El “bloque histórico” es la construcción de un sistema hegemónico que instituye una visión del mundo correspondiente a la dirección de la clase social que ya es fundamental en el nivel económico: “El estudio de las relaciones entre estructura y superestructura es el aspecto esencial de la noción de boque histórico. (...) En realidad, el punto esencial de las relaciones estructura superestructura reside en el estudio del vínculo que realiza su unidad. (...) La vinculación orgánica entre estos dos elementos la efectúan ciertos grupos sociales cuya función es operar no en el nivel económico sino en el superestructural: los intelectuales”[38].
Estamos ante una construcción intelectual que no puede reducirse a una operación de manipulación o propaganda: “En el pensamiento gramsciano, la creación de un “nuevo boque histórico” no puede meterse en una política de alianzas, sino que entraña la construcción de una nueva “totalidad” social, en la que se revolucionen las fuerzas materiales y las superestructuras. Los intelectuales ocuparán papel de “soldadura” de ese nuevo bloque, cuya configuración marca el inicio de un nuevo período histórico”[39].
Esta nueva totalidad, por tanto, es construida y no necesaria. Tiene ciertas “condiciones de posibilidad”, fijadas en el terreno de la economía, pero no sucederá a menos que alguien lo haga pasar. Ese “alguien” es una figura fundamental en el pensamiento gramsciano: el intelectual orgánico.
El intelectual orgánico y el bloque histórico
Gramsci llama “bloque intelectual” a la vasta agrupación que debe cimentar el bloque histórico en el terreno de la cultura y la ideología, en un trabajo de “unificación y producción de una nueva totalidad” que pasa en primer lugar por la articulación del resto de intelectuales en torno a sí, y por la desarticulación de los disidentes, descabezando así las fuerzas que pudieran desafiar el bloque histórico.
Esto sucede cuando quienes componen el bloque intelectual:
“ejercen un poder tal de atracción que termina, en último análisis, por subordinar a los intelectuales de otros grupos sociales, y en consecuencia por crear un sistema de solidaridad entre todos los intelectuales con vínculos de orden sicológico (vanidad, etc.) y frecuentemente de casa (técnico-jurídicos, corporativos, etc.)”[40].
Los intelectuales articulados en el bloque histórico tienden a concebirse a sí mismos por encima o al margen de las clases sociales, como un grupo social en sí mismo. De esta forma, reproducen la visión del mundo de la clase dominante como la visión normal: “Los intelectuales tradicionales se representan a sí mismos como autónomos e independientes de los grupos sociales”[41].
Por oposición a estos, Gramsci sostiene la existencia de un nuevo tipo de intelectual: aquel que es consciente de su vinculación con los sectores subalternos. El adjetivo “orgánico” designa a estos intelectuales que son “líderes culturales alineados con fuerzas históricamente emergentes” y que desarrollan “técnicas cruciales de articulación discursiva, desarticulación y rearticulación”[42].
A diferencia del “intelectual tradicional”: “el modo de ser del nuevo intelectual no puede descansar ya en la elocuencia... sino en la activa participación en la vida práctica, como constructor, organizador, persuasor permanente y no simple orador”[43].
Por lo tanto la categoría de “intelectual orgánico” no alude a una condición académica o de prestigio, sino política: toda clase social “fundamental” tiende a crear su propio grupo de intelectuales, que le da homogeneidad y conciencia[44].
La formación de una intelectualidad propia es un factor determinante en la capacidad hegemónica de todo grupo social, una condición fundamental de la agencia política: “una masa no se “distingue” y no se vuelve independiente “por sí misma” sin organizarse (...) y no hay organización sin intelectuales o sea sin organizadores y dirigentes”[45].
El sentido común
Los intelectuales tienen en la teoría gramsciana un rol político fundamental: instituir o contestar “una concepción del mundo difundida en una época histórica en la masa popular”[46], el “sentido común de época”, que es una construcción móvil que mezcla de forma desordenada nociones de muy diferentes procedencias arraigadas en las costumbres[47].
En palabras de Stuart Hall:
“El sentido común es una construcción ideológica ricamente sedimentada, variada, fragmentaria y siempre cambiante que puede ser consolidada por la labor discursiva de los intelectuales tradicionales y así empleada para comprometer las subjetividades populares para los proyectos económicos y políticos de las formaciones sociales dominantes; sin embargo tales proyectos están constantemente amenazados y socavados por el buen sentido de un pueblo: esa conciencia básica de contra qué está un pueblo, esa habilidad para aprehender, aún de manera débil y rudimentaria, las fuerzas de explotación y de subordinación que continuamente colonizan las vidas de un pueblo”[48].
Desde una visión postestructuralista, Cupples, Glynn y Larios[49] en su estudio sobre las prácticas de desarrollo en la región de León del Norte en Nicaragua, muestran cómo narrativas arraigadas en la sociedad civil local han sido capaces de potenciar los núcleos de “buen sentido” hasta el punto de construir desde ellos un proyecto de desarrollo alternativo a los informados por el “sentido común neoliberal”.
Aluden a la posibilidad de una operación política por la cual:
“Los intelectuales orgánicos pueden hablar a este buen sentido de forma que desarticulen y rearticulen las conexiones entre los discursos hegemónicos y las condiciones materiales de existencia a los que éstos dan sentido, produciendo así la amplificación o ampliación de un “buen sentido” popular y la emergencia de nuevas formaciones discursivas y sus subjetividades políticas correspondientes”[50].
Este combate ideológico es el aspecto central de la lucha por la hegemonía, una tarea cultural prolongada y que exige grandes capacidades de organización, orientada a: “hacer intelectualmente independientes a los gobernados de los gobernantes, para destruir una hegemonía y construir otra”[51].
Sociedad civil como escenario de producción de hegemonía
La sociedad civil es el terreno principal de esta lucha: La escuela, los tribunales, la Iglesia, las asociaciones cívicas o los medios de comunicación son instituciones clave del aparato productor de hegemonía. Pese a ser agencias “privadas” y dispersas, su sentido es unitario en el sentido de la reproducción cultural del status quo[52].
Esta es la principal innovación de Gramsci en el sentido de reivindicación de la política: frente a los imaginarios estadocéntricos que confían el cambio social a la toma del Estado –a través de lentas acumulaciones electorales o rápidos golpes de mano- el italiano señala la importancia central de la lucha cultural, y descarta la comprensión de los fenómenos ideológicos como meros reflejos unitarios y homogéneos de la posición de los sujetos en la economía. Adelanta así gran parte de los desarrollo teóricos de los posestructuralistas[53] en el sentido de afirmar la construcción discursiva de los sujetos y las identidades políticas.
No hay atajos, por tanto, a la crítica prolongada y sostenida del sistema cultural dominante, de los discursos que legitiman y normalizan un orden político determinado.
Gramsci hace sin embargo una precisión geográfica: esto no es así en “Oriente”, donde la sociedad civil es gelatinosa y el Estado en el sentido de sociedad política ostenta la primacía absoluta sobre la sociedad, a la que gobierna fundamentalmente por la coerción o “dominación pura”, y es así un centro de poder susceptible de asaltos directos.
Pero en occidente, la política revolucionaria exige tener en cuenta que existen
“(...) Estados más avanzados, donde la “sociedad civil” se ha vuelto una estructura muy compleja y resistente a las “irrupciones” catastróficas del elemento económico inmediato (crisis, depresiones, etcétera); las superestructuras de la sociedad civil son como el sistema de trincheras en la guerra moderna (...) ni las tropas asaltantes, por efecto de la crisis se organizan fulminantemente en el tiempo y en el espacio, ni mucho menos adquieren un espíritu agresivo; a su vez los asaltados no se desmoralizan ni abandonan las defensas, aunque se encuentren entre ruinas, ni pierden la confianza en su propia fuerza y en el futuro”[54].
En última instancia, la lucha cultural es una lucha política presidida por el antagonismo, y que no tiene nada de espontánea sino que necesita de una enorme capacidad de organización y movilización[55]. Esta lucha es la llamada “guerra de posiciones” que pasa por subsumir a la “Guerra de movimiento” como un momento más dentro de una evolución más larga, habitualmente como su última ratio.
De esta forma, la diferencia estriba en que la “guerra de movimiento” es un asalto coercitivo al aparato principal de poder mientras, por contraste, la guerra de posición indicaba una serie prolongada de ataques sobre otras defensas. Estas otras defensas son, en Gramsci, la sociedad civil, los aparatos productores de consenso, todas las instituciones de la sociedad civil que tienen alguna conexión con la elaboración y difusión de la cultura[56]. Estas “posiciones” deben ser conquistados por todo grupo social que aspire al poder antes incluso que detentar el control del aparato coercitivo estatal, haciéndose así dirigente para devenir después dominante[57].
José Aricó lo expresa así en el contexto latinoamericano: “Para el proletariado la conquista del poder no puede consistir simplemente en la conquista de los órganos de coerción (aparato burocrático-militar) sino también y previamente en la conquista de las masas”[58].
Esta afirmación descarta las pretensiones de entender la “guerra de posiciones” como un sinónimo de “acumulación de fuerzas” que legitime el inmovilismo político pero también como la confianza del cambio social exclusivamente a un proceso prolongado de transformaciones dirigidas desde el Estado, tras haber sido asaltado este, en la ortodoxia dogmatica leninista. Ahmet Öncü, en su artículo “Dictatorship Plus Hegemony: A Gramscian Analysis of the Turkish State” ofrece un buen ejemplo de esta segunda lectura de Gramsci, en la que la “hegemonía” se entiende como la conquista del Estado y el conjunto de sus instituciones, concreción de la traducción de la supremacía económica al plano político[59]. Este tipo de análisis deja escaso espacio para la articulación discursiva, que juega un papel de mera “arma arrojadiza” en el análisis, herramienta de alineamientos producidos en otro lugar, a menudo un plano estructural económico representado como anterior a la ideología.
Cuando Gramsci afirma que “(...) la guerra de posiciones en política corresponde al concepto de hegemonía”[60], está ofreciendo una definición de la política como la lucha por articular mayorías sociales en torno a discursos determinados que representan en un sentido o en otro las relaciones sociales existentes, e invitan a conservarlas o a modificarlas/subvertirlas[61].
No obstante, ésta es una confrontación que no se da en el vacío, sino que se libra por hacer inteligibles las condiciones de partida de las fuerzas sociales. No conviene olvidar que Gramsci afirma repetidamente la hegemonía dirime dominios de clase o sectores sociales, asociados a determinados sectores de la economía.
Un grupo social determinado, por tanto, es hegemónico cuando es capaz de presentar su dominación como de interés para el conjunto de la sociedad, a la que hace avanzar con su propio avance. Ésta es la unidad fraguada en torno al bloque histórico. Sin embargo esta conformación puede entrar en crisis cuando se resquebraja la supremacía intelectual de los dominantes o su posición en el aparato económico. Cuando ambos fenómenos se dan al mismo tiempo, sucede una “crisis orgánica”, que puede haber sido provocada por el fracaso de la clase dominante en algún proyecto de envergadura para el que haya movilizado amplias capas de la población –reformas económicas estructurales, guerras, etc.- o por la movilización masiva, inédita y consciente de grupos sociales antes pasivos[62].
En estos momentos el grupo dominante ya no es más “dirigente” sino que se limita a emplear la pura fuerza coercitiva, puesto que no puede construir consenso social en torno a su liderazgo: “esto significa precisamente que las grandes masas se han separado de las ideologías tradicionales, no creen ya en lo que antes creían”[63].
Se abre por tanto un tiempo de gran “dislocación” y disgregación, fértil para las transformaciones sociales: La crisis consiste en el hecho de que lo viejo muere y lo nuevo no puede nacer: en ese interregno se verifican los fenómenos morbosos más variados, dice Gramsci.
Este “horizonte de oportunidad” se cierra parcialmente cuando los dominantes eliminan a las élites de los subalternos y dispersan sus fuerzas a través de transformaciones sociales controladas, o éstos construyen una nueva hegemonía[64].
Formas de política hegemónica: revolución pasiva y hegemonía expansiva.
La construcción de hegemonía se produce por dos medios fundamentales: la “revolución pasiva” o la “hegemonía expansiva”. Este es uno de los aspectos más complejos, estudiados de la obra de Gramsci. Para resumir las dos formas de hegemonía, nos apoyamos, de acuerdo con la propuesta de Errejon, en los trabajos de Mouffe[65], Torfing[66] y Motta[67].
La revolución pasiva
La revolución pasiva es predominantemente una restauración por la fuerza hegemónica en crisis, que asume parte de las demandas de los subalternos en forma restringida y aísla otras, y coopta a sus intelectuales -“transformismo”- separándolos de su medio político y social[68]. El objetivo es construir un consenso pasivo que neutralice y disgregue las fuerzas políticas antagonistas[69]. Aprovechando la falta de iniciativa de las clases subalternas, el Estado les “expropia” sus reivindicaciones y las realiza parcialmente, sustituyendo así momentáneamente al grupo dominante en crisis: el Estado absorbe y domina la sociedad civil, incapaz de construir una hegemonía refundacional y por tanto sujeta a fragilidad y crisis potenciales.
Para Gramsci, el transformismo o revolución pasiva es la estrategia defensiva de la burguesía en tiempos de crisis, mientras que la hegemonía expansiva sólo puede pertenecer al proletariado, pues es la única fuerza social cuyos intereses particulares coinciden con el fin de toda forma de explotación. Siguiendo a Laclau y Mouffe, Torfing demuestra, empleando los ejemplos de Margaret Thatcher en Inglaterra y Bill Clinton en Estados Unidos, cómo la “revolución pasiva” y la “hegemonía expansiva” son dos operaciones que corresponden a momentos de restauración y ofensiva respectivamente, y que pueden y de hecho han sido empleados indistintamente por diferentes fuerzas políticas, algunas sin una identidad de clase explícita. Torfing es particularmente audaz al señalar que, como se verá en seguida, tanto la revolución pasiva como la hegemonía expansiva tienen elementos de cambio y elementos de restauración o integración de lo existente. Lo que difiere es cuál es la operación que prima en cada una de las dos.
Hegemonía expansiva
La “hegemonía expansiva”, que Sassoon califica de “antipasiva”, suele tener un carácter de Revolución. Significa, en clave ofensiva, una operación de generación de un consenso activo que moviliza a las masas para transformar el orden existente. Se trata de la agrupación de diferentes demandas en un solo proyecto que las satisfaga o amortigüe las contradicciones entre ellas, generando así una nueva voluntad colectiva. La formación de una hegemonía expansiva, dicen Laclau y Mouffe, es siempre una operación discursiva metonímica por la que la parte pasa a representar al todo. Para ello es necesario que, partiendo de una cierta contigüidad entre los elementos discursivos, se produzca un desplazamiento de significados.
Motta define la hegemonía como la consecución del consenso de los subordinados a ser gobernados, conquistada por el grupo dirigente por medio de la cooptación, la desarticulación y la internalización de un sentido común que naturaliza la organización presente de las relaciones sociales[70] En esta tarea, el Estado juega un papel crucial, pues es:
“Todo el complejo de actividades prácticas y teóricas con las cuales la clase dirigente no sólo justifica y mantiene su dominación, sino que consigue ganar el consenso activo de aquellos sobre los que gobierna”[71].
Que el Estado sea el principal aparato reproductor de hegemonía no significa, sin embargo, que la construcción de ésta pueda equipararse a la toma de aquel. La hegemonía, para mantenerse, se debe reproducir en y por el Estado, pero su nacimiento insustituible ocurre en la sociedad civil.
El concepto de “guerra de posiciones” analizado antes, ya deja claro que, en la concepción gramsciana, la sociedad civil es la esfera de la lucha por la hegemonía. Detentar el poder estatal, la “dominación”, puede reforzar la hegemonía y ayudar a reproducirla, pero no puede sustituir la operación ideológica fundamental en que consiste la hegemonía, por la que una clase social “fundamental” presenta su liderazgo “como la fuerza motora o la expansión universal del desarrollo de todas las energías nacionales”[72]. Es entonces cuando el Estado, “en su sentido integral” es “igual a la sociedad política más la sociedad civil, es decir, la hegemonía reforzada por la coerción”[73].
El elemento central de la hegemonía, por tanto, es el de la reunión de diferentes elementos en una construcción que los articula y modifica: un consenso activo, una “voluntad colectiva” cuya unidad trascienda las identidades particulares de sus partes constituyentes.
A esta totalidad Gramsci la denomina “voluntad colectiva nacional popular”.
El moderno Príncipe debe y no puede dejar de ser el pregonero y organizador de una reforma intelectual y moral, lo que además significa crear el terreno para un ulterior desarrollo de la voluntad colectiva nacional popular hacia el cumplimiento de una forma superior y total de civilización moderna, como lo señala Gramsci.
“Una voluntad popular colectiva nunca puede ser completa porque siempre hay fuerzas excluidas o marginadas que constituyen una reserva permanente de resistencia y un potencial permanente para el desarrollo de contra hegemonía en diferentes escalas y sitios”[74].
La hegemonía cultural nunca es una victoria pura o una dominación pura...nunca es un juego cultural de suma cero; tiene que ver siempre con el balance de poder en las relaciones culturales; tiene siempre que ver con cambiar las disposiciones y las configuraciones del poder cultural, no con salir de él.
Hall apunta dos elementos fundamentales: que la hegemonía nunca es completa y siempre es contestada, y que no hay elementos que queden fuera de lo que él llama “poder cultural”, que también se puede entender por la lucha por la atribución de sentido político y la articulación y desarticulación de alianzas: la confrontación discursiva.
Gramsci destaca el último elemento necesario para una definición amplia de la hegemonía: la inclusión de los intereses de los dominados. La hegemonía se trata entonces de un liderazgo intelectual y moral capaz de gestionar el “Continuo formarse y superarse de equilibrios inestables (...) entre los intereses del grupo fundamental y los de los grupos subordinados, equilibrios en los que los intereses del grupo dominante prevalecen pero hasta cierto punto, o sea no hasta el burdo interés económico corporativo”[75].
La capacidad de ser hegemónico depende de la capacidad de representar una totalidad, o de reclamar la legitimidad de hablar en su nombre. Esa “totalidad” puede ser, en abstracto, nombrada de muchas formas. Pero en términos políticos reales está histórica y geográficamente determinada. Esta operación, de representar al Estado como el contenedor de todos los fenómenos sociales y como la unidad geográfica “natural” en la que se divide el mundo no está nunca completada, pero eso no la hace menos influyente en términos ideológicos. “El pueblo”, concebido frecuentemente en términos nacionales, es probablemente el sujeto más invocado de la historia política de la modernidad. No es absurdo, por eso mismo, afirmar que quien es capaz de proclamarse su representante o de arrogarse su autoridad moral, tiene la mitad de la lucha ganada.
Gilian Hart establece una comparación que puede ser útil en este punto[76].
Defiende una convergencia –salvando las diferencias históricas evidentes- entre la comprensión de Antonio Gramsci y la de Frantz Fannon sobre la “cuestión nacional”. Ambos, según Hart, entienden que los oprimidos sólo se tornan hegemónicos “haciéndose nación”: “El error, que puede tener consecuencias muy serias, descansa en el deseo de saltarse el período nacional...La conciencia nacional (que no es nacionalismo) es lo único que nos dará dimensión internacional”[77].
Esta afirmación de Fanon, se complementa con otra en la reivindicación del paso del nacionalismo a la dotación de éste de un carácter marcado por las necesidades de las clases populares[78]. Estamos entonces en la investidura de “los de abajo” de carácter nacional, en la operación hegemónica por la que, en Gramsci, la clase obrera pasa de defender sus intereses corporativos a hacerse universal construyendo una voluntad colectiva nacional-popular. En el africano y en el europeo, la hegemonía de los sectores subalternos pasa necesariamente por –aunque no sea sólo- hacerse nación. Desde un enfoque teórico a priori no muy favorable a reconocer la centralidad de la cuestión nacional, Nigel Gibson ha llegado a una conclusión similar al hacer una lectura gramsciana de Fanon[79].
Existe, en cualquier caso, una similitud más entre las obras de Gramsci y Fanon. Este último, en Los Condenados de la Tierra, defiende una construcción política de la identidad del colonizado, en la que la violencia contra el colonizador y su mundo juega un papel cristalizador fundamental de constitución y agregación, de formación de “pueblo”[80].
En comparación con los sujetos populares de clase protagónicos en la historia política del norte, en el “sur global”, según Hart, el protagonismo en los procesos de cambio social siempre ha correspondido a “movimientos nacional-populares mucho más heterogéneos”[81].
Más allá de la discutible comparación, es innegable que una parte fundamental de la aportación de Gramsci al pensamiento político marxista es su llamada a tener en cuenta las “particularidades” nacionales, la cultura propia del lugar, las instituciones políticas específicas, la conformación de la sociedad civil, para evitar caer así en el economicismo. En este sentido se puede decir que Gramsci, al hacer aterrizar el comunismo en Europa occidental, es el teórico de la “nacionalización” del movimiento obrero, el que más y mejor estudia las condiciones nacionales y deriva de ellas enseñanzas prácticas. Gramsci vio lo nacional popular como un espacio crucial para el conflicto democrático que implicaba conjuntos complejos de relaciones entre el Estado y la sociedad civil.
Sin abandonar el internacionalismo, Gramsci se niega a la división binaria, que califica despectivamente de cosmopolitismo, y defiende que el proletariado, para emanciparse internacionalmente, tiene que llegar a convertirse en clase hegemónica nacionalmente. Esto es, el proletariado se alza con la victoria política cuando es capaz de presentarse como la fuerza social y política que mejor resume, expresa y hace avanzar al conjunto cultural y político nacional en el que se mueve: cuando hegemoniza la nación.
En un contexto muy diferente, Frantz Fannon defiende en “Los condenados de la Tierra”, la primacía de la cuestión nacional para las masas explotadas de los países colonizados. Aunque advierte contra los peligros que tras la consecución de la independencia esperan a las clases subalternas mantiene al mismo tiempo la necesidad primera para éstos de construir nación, como primer paso para la emancipación social y la emancipación de los lazos económicos de dependencia y explotación que sobreviven a las independencias “formales”. En este punto Fanon entronca con los autores de los análisis “dependentistas” (Bagú; Cardoso y Faletto; Gunder Frank; y Sweezy) y, posteriormente, con los investigadores del desarrollo desigual y la producción espacial del capitalismo (Mandel; Harvey; Wallerstein).
Son innegables las críticas de numerosos autores al “soberanismo” (Hardt y Negri; y Sassen). Tanto como las limitaciones evidentes que para la regulación estatal de los flujos sociales suponen el desarrollo de las Nuevas Tecnologías de la Información y la Comunicación y los procesos de globalización capitalista, que plantean problemas difíciles cuando no imposibles de resolver en la escala estatal nacional: los flujos migratorios o el cambio climático por nombrar sólo los más evidentes. Estas transformaciones ponen en discusión la capacidad material de los estados para gobernar, y la pertinencia del marco “nacional” para la construcción de movilizaciones políticas que hagan frente a unos retos situados en una escala global. Pero no disminuyen la importancia de la vida política “nacional” en la opinión pública de la mayoría de la población, ni mucho menos la importancia de las identidades políticas “populares” que, a falta de la emergencia de algo distinto, se siguen conformando de manera prioritaria en términos nacionales.
El objeto de esta reflexión es, exclusivamente, discernir la capacidad material estatal nacional, de la importancia discursiva de los marcos y relatos nacionales para la conformación de hegemonías.
La comparación de Hart es útil, cuando menos, para señalar la primacía que ha tenido la cuestión nacional en la construcción de los más diversos regímenes hegemónicos.
Basta con establecer la aseveración de que los grupos, las clases sociales, se hacen hegemónicas cuando se vuelven pueblo.
Pese a la irrefutabilidad de las tesis sobre la decadencia objetiva de la capacidad de regulación de los estados nacionales los movimientos antisistémicos –en términos de Wallerstein- con capacidad desestabilizadora de los regímenes políticos a los que se enfrentan –y no sólo con capacidad de ver satisfechas demandas parciales sin alterar sustancialmente la capacidad de gobierno del grupo dominante- se constituyen siempre en clave “nacional”, como la encarnación de una comunidad política que, explícita o implícitamente, tiene unos límites nacionales. Los ejemplos de la izquierda latinoamericana y sus éxitos vinculados a la construcción de movimientos nacional-populares son evidentes.
Componentes fundamentales de la hegemonía
La revisión de los componentes fundamentales del pensamiento político gramsciano permite ahora deducir los componentes fundamentales de la hegemonía:
1. Dislocación, en el sentido de heterogeneidad y desagregación de elementos y sectores sociales, que abre la posibilidad de la articulación en torno a diferentes proyectos. La dislocación está directamente relacionada con el antagonismo, que divide la sociedad –sea en clases, como en Gramsci o en innumerables identidades politizables todas ellas, como en Laclau y Mouffe- y hace posible y necesaria la actividad hegemónica que aspire a restablecer la unidad social por encima del conflicto. Esta tensión permanente por superar el conflicto que está en su razón de ser es constitutiva de la hegemonía.
También es necesario que, en el nivel ideológico, haya un cierto vacío en torno a referentes centrales para una sociedad, que sean susceptibles de ser “ocupados” por una operación hegemónica.
2. Articulación en la que se produce el paso de lo particular (conciencia “económico corporativa”) a lo universal (“ético-político”), y la representación de los intereses parciales como intereses generales, en un modo que renueva el campo político y que por tanto va más allá de la mera “manipulación”, construyendo una nueva “voluntad colectiva nacional popular”. La articulación significa siempre liderazgo, pero el liderazgo no implica necesariamente la articulación.
3. Integración parcial de los grupos subordinados en el proyecto del grupo dirigente, que permite la movilización de los primeros o, al menos, la neutralización de los disidentes a su interior. Se complementa con el aislamiento y/o la represión de los grupos subalternos construidos como antagonistas. Esta integración no es solo “funcional”, sino que sucede también con las ideas de los subordinados, en una operación permanente que mantiene siempre abierta la lucha hegemónica.
4. Condiciones de posibilidad que determinan qué fuerza social o grupo puede aspirar con éxito a la hegemonía. Gramsci no deja lugar a dudas sobre el carácter de clase de toda hegemonía, pero estas “condiciones” evitan que una teoría de la hegemonía se mueva “en el vacío” o caiga en una suerte de idealismo discursivo por el cual cualquier grupo puede lograr la hegemonía si se lo propone y realiza correctamente las operaciones de articulación –que a su vez y tautológicamente se sabe que han sido correctas sólo cuando ese grupo es ya hegemónico. Las condiciones de posibilidad –históricas, económicas, militares, etc.- permiten comprender por qué proyectos similares cosechan resultados tan dispares en diferentes países o momentos históricos -como en las insurrecciones “bolcheviques” rusa y alemana a comienzos de siglo XX, o, a la inversa, cómo pese a su torpeza política hay actores que detentan una fuerza considerable, si bien no exitosa, en condiciones muy favorecedoras para ellos –como en la primacía de las distintas élites políticas en Europa respaldadas por un fuerte entramado mediático-institucional, pese a la desafección creciente de la ciudadanía europea expresada en altísimos niveles de abstención y en una explícita y generalizada actitud de desconfianza o rechazo hacia “los políticos”.
A modo de verificación, se puede probar la centralidad de estos cuatro elementos, buscándolos en el que es quizás uno de los párrafos más conocidos de la obra fragmentada de Gramsci, el llamado “Análisis de situaciones y relaciones de fuerza. En él, se refiere a la hegemonía como el momento superior de desarrollo de una fuerza social en estos términos:
“(...) aquél en que se alcanza la conciencia de que los propios intereses corporativos, en su desarrollo actual y futuro, superan el círculo corporativo, de grupo meramente económico y pueden y deben convertirse en los intereses de otros grupos subordinados (3). Ésta es la fase más estrictamente política, que señala el tránsito neto de la estructura a la esfera de las superestructuras complejas, es la fase en que las ideologías germinadas anteriormente se convierten en “partido”, entran en confrontación y se declaran en lucha hasta que una sola de ellas o al menos una sola combinación de ellas, tiende a prevalecer, a imponerse, a difundirse por todo el área social, determinando, además de la unidad (1) de los fines económicos y políticos, también la unidad intelectual y moral, situando todas las cuestiones en torno a las cuales hierve la lucha no en el plano corporativo sino en un plano “universal”(2), y creando así la hegemonía de un grupo social fundamental (4) sobre una serie de grupos subordinados”[82].
(1) El elemento primero, la dislocación, es la condición de partida implícita en el párrafo.
Cuando se dice que una ideología o grupo de ideologías determina “la unidad de los fines económicos y políticos” y la unidad “intelectual y moral” es porque se parte de la ausencia de tal unidad: de la dislocación. En Gramsci, como resultado de una organización explotadora e irracional de la sociedad capitalista, que la divide en clases sociales.
(2) La ubicación de la lucha en un plano “universal” por oposición a uno “corporativo”, significa que el grupo que lidera es capaz de contextualizar “sus” aspiraciones particulares en un relato general que interpela a toda la sociedad o al menos a una mayoría significativa de ésta, construyendo en torno a estas una identidad común, una voluntad colectiva nueva.
(3) Que los intereses de un grupo concreto se conviertan “en los intereses de otros grupos subordinados” implica siempre y de forma necesaria que éstos últimos perciban alguna satisfacción simbólica o material, presente o esperada en el futuro, por su compromiso bajo el liderazgo –sea éste percibido así o no- del grupo dirigente. La hegemonía no es una burda maniobra propagandística de manipulación porque efectivamente implica que un grupo se postula como conductor de muchos otros y éstos perciben que, en el nuevo orden, reciben recompensas que merecen los esfuerzos para la subversión del existente. Esta es una operación que puede durar mucho más tiempo que la mera práctica del “engaño” político.
(4) La caracterización de un grupo social como “fundamental” no es en Gramsci un sinónimo de hegemónico ni de dominante o dirigente. Es una referencia a un papel que juega ya, de facto, en el terreno de la economía. En virtud de esta posición “fundamental” un grupo puede postularse metafóricamente como el portador del avance de toda la sociedad, pues algo de eso ya está en práctica en las relaciones de producción. Además, pese a que pueda ser políticamente subalterno, un grupo social “fundamental” extrae su fuerza de recursos materiales y simbólicos derivados de su número, su cohesión interna, sus recursos materiales o su inserción en el tejido social del territorio en cuestión.
La definición de hegemonía
Comprobada la centralidad de estos elementos, puede apuntarse con ellos ahora una definición tentativa de la hegemonía en Gramsci:
La actividad hegemónica es aquella por la cual un grupo social con la capacidad material y simbólica necesaria interviene en un contexto de dislocación y heterogeneidad articulando diferentes sectores en una nueva “voluntad colectiva” que, representando sus intereses de grupo, integra en forma subordinada los intereses de grupos subalternos y es capaz de presentarse de forma plausible como un progreso universal de “la sociedad”.
Esta formulación no aspira a sustituir a las existentes, sino a hacer el concepto de “hegemonía”, tan sobreutilizado y sometido a disputas, operacionalizable para el análisis de un fenómeno político concreto: en este caso el que se perfila con la terminación del conflicto social y armado y la construcción de la paz.
Sin pretensión de exhaustividad, los cuatro elementos de la formulación –Dislocación, Articulación, Integración y Condiciones de posibilidad- pueden funcionar como indicadores para examinar las luchas y las conformaciones hegemónicas, así como su grado de fortaleza y posibilidad de desarrollo.
Mientras el concepto de hegemonía, había supuesto para el pensamiento marxista (ortodoxo) una “válvula de escape” del esquema estructura/superestructura –similar a la del concepto de “autonomía relativa”-, lo que se plantea ahora es construir sobre dicho concepto toda una teoría política de cambios y transformaciones democráticas.
Para tal efecto se adopta un enfoque posestructuralista enriquecido con el concepto focoultiano de “discurso” para comprender el papel político central de los actos de nominación y las reglas de construcción de los discursos con pretensión de veracidad.
En la segunda parte de este trabajo nos acercaremos a la teoría del discurso y su papel en la construcción de la hegemonía.
[1] Diversas elaboraciones y reflexiones de Iñigo Errejón, cientista político español, son el punto de referencia de este marco de análisis sobre la hegemonía política y la construcción de la misma desde el campo popular y democrático. Al respecto se puede consultar el siguiente enlace electrónico http://bit.ly/1SmiaIS . Coincidimos con el enfoque de Errejon y sus presupuestos teoricos para el análisis político. Acudimos a sus diversas fuentes analíticas recogidas en el trabajo del que se hace el correspondiente enlace electrónico, consultado por última vez el 17enero2016.
Otros textos de Errejon abordados se encuentran en los siguientes enlaces electrónicos: http://bit.ly/1n6TEhR ; http://bit.ly/1ntEeop; http://bit.ly/1V28m4H.
[2] En ese sentido conviene revisar La Teoría del Discurso o Discourse Theory, fundada por Ernesto Laclau y Chantal Mouffe con su publicación en 1985 de “Hegemonía y estrategia socialista”, está dedicada al estudio de las identidades políticas y la hegemonía, que ha acabado por constituir la denominada Escuela de Essex, referente de esta disciplina en la Ciencia Política. Sobre la producción teórica de Laclau y Mouffe ver los siguientes enlaces electrónicos. Primero de Hegemonía y estrategia socialista http://http://bit.ly/1R0lkCy y segundo de la Razón populista http://bit.ly/1UUyfTX
[3] Nos referimos en este caso a Laclau y Mouffe.
[4] Ver el texto de Ana Soage La teoría del discurso de la Escuela de Essex en su contexto teórico en el siguiente enlace electrónico http://bit.ly/1SRWB2n
[5] Ver texto de Laclau y Mouffe Hegemonía y estrategia socialista en el siguiente enlace electrónico http://bit.ly/1R0lkCy .
[6] El texto de Femia, referenciado por Errejon es el siguiente: Femia, J. (1987): Gramsci Political Thought. Oxford: Oxford University Press. Ver siguiente enlace electrónico http://bit.ly/1neSWzV
[7] Ver texto de Lenin, Dos tácticas de la socialdemocracia en la Revolución democrática. Moscú: Ediciones en lenguas extranjeras, en el siguiente enlace electrónico http://bit.ly/1Q9E272
[8] Ver texto de Perry Anderson,. (1976-1977): ‘The Antinomies of Antonio Gramsci’.New Left Review, 100. pp. 3-18. Ver siguiente enlace electronico http://bit.ly/1P0wqoq
[9] Ver Laclau, E. y Mouffe, Ch. (1985): Hegemony and Socialist Strategy: Towards a Radical Democratic Politics. London. Ver texto en enlace indicado en nota anterior.
[10] Ver Sassoon, A. S. (1987): Gramsci´s Politics. London: Hutchinson (2001): “Globalisation, hegemony and passive revolution”, New Political Economy, 6 (1). pp. 5-17.
[11] Ver de J. Agnew el siguiente texto (2005b [1998]): Geopolítica: Una re-visión de la política mundial. Madrid: Trama Editorial. Consultar siguiente enlace electrónico http://bit.ly/1Osq9k2
[12] Ver los siguientes textos: Hall, S. (1996): “Gramsci´s relevance for the study of race and ethnicity” en Morley, D. y Chen, K. (eds.) Stuart Hall: Critical Dialogues in cultural studies, London: Routledge. pp. 411-440; (1996b): “What is this “black” in black popular culture?” In Stuart Hall: Critical Dialogues in cultural studies, Morley, D. and Chen, K (eds.) London: Routledge. Pp. 465-475. Consultar siguiente enlace electronico http://bit.ly/1V2aauI
[13] Ver los siguientes textos Peet, R. (2002): “Ideology, Discourse and the Geography of Hegemony: From Socialist to Neoliberal Development in Postapartheid South Africa” en Antipode (2002). pp. 54-84;(2003): Unholy Trinity: The IMF, The World Bank and WTO. New York: Zed Books. Consultar http://bit.ly/1OBayfI
[14] Ver el siguiente texto Öncü, A. (2003): “Dictatorship Plus Hegemony: A Gramscian Analysis of the Turkish
State” Science & Society, Vol. 67, No. 3, Fall 2003, pp. 303-328. Consultar http://bit.ly/1neV76o
[15] Ver siguiente texto Karriem, A. (2009): “The rise and transformation of the Brazilian landless movement into a counter-hegemonic political actor: A Gramscian analysis” en Geoforum, 40. pp. 316-325.
[16]Ver siguiente texto Motta, S. C. (2008): “The Chilean Socialist Party (PSCh): Constructing Consent and Disarticulating Dissent to Neo-liberal Hegemony in Chile” en BJPIR- Political Studies Association. Vol.10. pp. 303-327.
[17] Ver siguiente texto Bobbio, N. y Matteucci, N. (1994): “Hegemonía” en Bobbio, N. y Matteucci, N.
Diccionario de Política. México DF: Siglo XXI. [Redactor Gianfranco Pasquino; redactores de la edición en español José Aricó y Jorge Tula]. pp. 746-748. Consultar en http://bit.ly/1n6TKpP
[18] Ver siguiente texto Brzezinski, Z. (1998): El gran tablero mundial: la supremacía estadounidense y sus
imperativos geoestratégico. Barcelona: Paidós.
[19] Ver Sassoon, A. S. (1987): Gramsci´s Politics. London: Hutchinson (2001): “Globalisation, hegemony and passive revolution”, New Political Economy, 6 (1). pp. 5-17.
[20] Ver Agnew, J. (2005b [1998]): Geopolítica: Una re-visión de la política mundial. Madrid: Trama Editorial.
[21] Ver Agnew.J. (2005): The new shape of Global Power. Philadelphia: Temple University Press.
[22] Ver Boswell, T. y Chase-Dunn, C. (2000): The Spiral of Capitalism and Socialism. Toward Global Democracy. Colorado: Lynne Rienner Publishers; y
[23] Ver el siguiente texto Wallerstein I. (2003): “Entering Global Anarchy” en New Left Review II/22. pp. 27-
35 [(2004): “La debilidad estadounidense y la lucha por la hegemonía”, en Wallerstein, I. Capitalismo histórico y movimientos antisistémicos. Un análisis de sistemas-mundo. Madrid, Akal. pp. 474-480].
[24] Ver siguiente texto Wallerstein, I. (1974): The modern World2System. Vol. 1, Nueva York: Nueva York, Academic Press. [(1979): El moderno sistema mundial. Vol.1 Madrid, Siglo XXI]); y Arrighi, G. (2005): “Hegemony Unravelling—1” en [25] Ver siguiente texto Buci-Glucksmann, Ch. (1978): Gramsci y el Estado- Madrid: Siglo XXI Editores.
[26] Ver siguiente texto Laclau, E. y Mouffe, Ch. (1985): Hegemony and Socialist Strategy: Towards a
Radical Democratic Politics. London: Verso.
[27] Ver siguiente texto Bobbio, N. y Matteucci, N. (1994): “Hegemonía” en Bobbio, N. y Matteucci, N.
Diccionario de Política. México DF: Siglo XXI. [Redactor Gianfranco Pasquino; redactores de la edición en español José Aricó y Jorge Tula]. pp. 746-748.
[28] Ver el siguiente texto Gramsci, A. Cuadernos de la cárcel, México, Ediciones ERA-Universidad Autónoma de Puebla, seis volúmenes, traducción de la edición crítica del Instituto Gramsci de Roma, a cargo de Valentino Gerratana; Torfing, Jacob (1999): New Theories of Discourse: Laclau, Mouffe and Zizek. Brighton: Blackwell Publishers. Consultar en el siguiente enlace electrónico http://bit.ly/1tC8I7r
[29] Ver siguiente texto Sassoon, A. S. (1987): Gramsci´s Politics. London: Hutchinson.
[30] Ver siguiente texto Hall, S. (1996): “Gramsci´s relevance for the study of race and ethnicity” en Morley, D. y Chen, K. (eds.) Stuart Hall: Critical Dialogues in cultural studies, London:
Routledge. pp. 411-440.
[31] Ver el siguiente texto Motta, S. C. (2008): “The Chilean Socialist Party (PSCh): Constructing Consent and
Disarticulating Dissent to Neo-liberal Hegemony in Chile” en BJPIR- Political Studies Association. Vol. 10. pp. 308.
[32] Ver siguiente texto Agnew, J. (2005b [1998]): Geopolítica: Una re-visión de la política mundial. Madrid: Trama Editorial. Pags 1-2. Consultar en el siguiente enlace electrónico http://bit.ly/1V2bz4n
[33] Ver siguiente texto Gramsci, A. (1975 [2000]): Cuadernos de la cárcel, México, Ediciones ERA-Universidad Autónoma de Puebla, seis volúmenes, traducción de la edición crítica del Instituto Gramsci de Roma, a cargo de Valentino Gerratana.
[34] Ver Gramsci, A. (1975 [2000]): Cuadernos de la cárcel, México, Ediciones ERA-Universidad Autónoma de Puebla, seis volúmenes, traducción de la edición crítica del Instituto Gramsci de Roma, a cargo de Valentino Gerratana.
[35] Ver Sasson, A. S. (2001): “Globalisation, hegemony and passive revolution”, New Political Economy, 6 (1). pp. 5-17.
[36] Ver Sallamini, L. (1981): The Sociology of Political Praxis: An Introduction to Gramsci Theory. London: Routledge.
[37] Ver (2001): “Globalisation, hegemony and passive revolution”, New Political Economy, 6 (1). pp. 5-17.
[38] Ver Portelli, H. (1979): Gramsci y el bloque histórico. Buenos Aires: Siglo XXI. Consultar en http://bit.ly/1KmZ5Pb
[39] Ver texto de Campione, D. (2007): Para leer a Gramsci p 50, Buenos Aires: Ediciones del Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini. Consultar en http://bit.ly/1Ss1H5Z
[40] Ver Gramsci, A. Cuadernos de la cárcel, México, Ediciones ERA-Universidad Autónoma de Puebla, seis volúmenes, V 5, p. 388, traducción de la edición crítica del Instituto Gramsci de Roma, a cargo de Valentino Gerratana.
[41] Ver Bellamy, R.(1987): Modern Italian Social Theory: From Pareto to the Present, p. 135 Standford:Stanford University Press.
[42] Ver Hall, S. (1996): “Gramsci´s relevance for the study of race and ethnicity” en Morley, D. y Chen, K. (eds.) Stuart Hall: Critical Dialogues in cultural studies, London: Routledge. p. 435.
[43] Ver Gramsci, A. (1971): La política y el Estado moderno. Barcelona: Ediciones Península [Antología de Il materialismo storico e la filosofia di Benedetto Croce y Note sul Machaivelli, sulla politica e sullo stato moderno Giulio Eunardi Editore, Turín, 1949; p. 10; traducción de Jordi Solé Tura].
[44] Ver Gramsci, A., Cuadernos de la cárcel, México, Ediciones ERA-Universidad Autónoma de Puebla, seis volúmenes, V. 4, p. 353, traducción de la edición crítica del Instituto Gramsci de Roma, a cargo de Valentino Gerratana.
[45] Ver Gramsci, A. [2000]): Cuadernos de la cárcel, México, Ediciones ERA-Universidad Autónoma de Puebla, seis volúmenes, V. 4, p. 253. traducción de la edición crítica del Instituto Gramsci de Roma, a cargo de Valentino Gerratana.
[46] Gramsci, A. [2000]): Cuadernos de la cárcel, México, Ediciones ERA-Universidad Autónoma de Puebla, seis volúmenes, V. 3, p. 327, traducción de la edición crítica del Instituto Gramsci de Roma, a cargo de Valentino Gerratana.
[47] Ver Gramsci, A. [2000]): Cuadernos de la cárcel, México, Ediciones ERA-Universidad Autónoma de Puebla, seis volúmenes, V. 1, p. 140, traducción de la edición crítica del Instituto Gramsci de Roma, a cargo de Valentino Gerratana.
[48] Ver Hall, S. (1996): “Gramsci´s relevance for the study of race and ethnicity” en Morley, D. y Chen, K. (eds.) Stuart Hall: Critical Dialogues in cultural studies, London: Routledge. pp. 431-433.
[49] Ver Cupples, J. Glynn, K. y Larios, I. (2007): “Hybrid Cultures of Postdevelopment: The Struggle for Popular Hegemony in Rural Nicaragua” en Annals of the Association of American Geographers, 97: 4. Pp. 786-801.
[50] Ver Cupples, J. Glynn, K. y Larios, I. (2007): “Hybrid Cultures of Postdevelopment: The Struggle for Popular Hegemony in Rural Nicaragua” en Annals of the Association of American Geographers, 97: 4. P. 788.
[51] Ver Gramsci, A. (1975 [2000]): Cuadernos de la cárcel, México, Ediciones ERA-Universidad Autónoma de Puebla, seis volúmenes, V. 4. P. 201., traducción de la edición crítica del Instituto Gramsci de Roma, a cargo de Valentino Gerratana.
[52] Campione, D. (2007): Para leer a Gramsci. Buenos Aires: Ediciones del Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini, p. 77.
[53] Ver Hall, S. (1996b): “What is this “black” in black popular culture?” In Stuart Hall: Critical Dialogues in cultural studies, Morley, D. and Chen, K (eds.) London: Routledge. P. 411.
[54] Ver Gramsci, A. (1975 [2000]): Cuadernos de la cárcel, México, Ediciones ERA-Universidad Autónoma de Puebla, seis volúmenes, V. 5. P. 62, traducción de la edición crítica del Instituto Gramsci de Roma, a cargo de Valentino Gerratana.
[55] Ver Gramsci, A. (1975 [2000]): Cuadernos de la cárcel, México, Ediciones ERA-Universidad Autónoma de Puebla, seis volúmenes, V. 3, p. 106, traducción de la edición crítica del Instituto Gramsci de Roma, a cargo de Valentino Gerratana.
[56] Ver Bobbio N. (1979): “Gramsci and the Conception of Civil Society” in Mouffe, Chantal (ed.) Gramsci and Marxist Theory. London: Routledge. p. 40
[57] Ver Gramsci, A. (1975 [2000]): Cuadernos de la cárcel, México, Ediciones ERA-Universidad Autónoma de Puebla, seis volúmenes, V. 5. P. 387, traducción de la edición crítica del Instituto Gramsci de Roma, a cargo de Valentino Gerratana.
[58] Ver Aricó, J. (1988): La cola del diablo. El itinerario de Gramsci en América Latina. Buenos Aires: Punto Sur. Consultar en http://bit.ly/1RPv02W
[59] Ver Öncü, A. (2003): “Dictatorship Plus Hegemony: A Gramscian Analysis of the Turkish State” Science & Society, Vol. 67, No. 3, Fall 2003, pp. 303-328.
[60] Ver Ver Gramsci, A. (1975 [2000]): Cuadernos de la cárcel, México, Ediciones ERA-Universidad Autónoma de Puebla, seis volúmenes, V. 3. P. 244, traducción de la edición crítica del Instituto Gramsci de Roma, a cargo de Valentino Gerratana.
[61] Ver Ver Hall, S. (1996b): “What is this “black” in black popular culture?” In Stuart Hall: Critical Dialogues in cultural studies, Morley, D. and Chen, K (eds.) London: Routledge. P. 426-427..
[62] Ver Gramsci, A. (1975 [2000]): Cuadernos de la cárcel, México, Ediciones ERA-Universidad Autónoma de Puebla, seis volúmenes, V. 5. P. 41, traducción de la edición crítica del Instituto Gramsci de Roma, a cargo de Valentino Gerratana.
[63] Ver Gramsci, A. (1975 [2000]): Cuadernos de la cárcel, México, Ediciones ERA-Universidad Autónoma de Puebla, seis volúmenes, V. 2. P. 37, traducción de la edición crítica del Instituto Gramsci de Roma, a cargo de Valentino Gerratana.
[64] Ver Gramsci, A. (1975 [2000]): Cuadernos de la cárcel, México, Ediciones ERA-Universidad Autónoma de Puebla, seis volúmenes, V. 5. P. 41, traducción de la edición crítica del Instituto Gramsci de Roma, a cargo de Valentino Gerratana.
[65] Ver Mouffe, Ch. (1979): “Hegemony and Ideology in Gramsci” en Mouffe, Ch. (ed.) Gramsci and Marxist Theory. London: Routledge & Kegan Paul. pp. 168-205.
[66] Ver Torfing, Jacob (1999): New Theories of Discourse: Laclau, Mouffe and Zizek. Brighton: Blackwell Publishers.
[67] Ver Motta, S. C. (2008): “The Chilean Socialist Party (PSCh): Constructing Consent and Disarticulating Dissent to Neo-liberal Hegemony in Chile” en BJPIR- Political Studies Association. Vol. 10. pp. 303-327.
[68] Ver Ver Torfing, Jacob (1999): New Theories of Discourse: Laclau, Mouffe and Zizek. Brighton: Blackwell Publishers, Pp. 111-112.
[69] Ver Ver Mouffe, Ch. (1979): “Hegemony and Ideology in Gramsci” en Mouffe, Ch. (ed.) Gramsci and Marxist Theory. London: Routledge & Kegan Paul. p. 182.
[70] Ver Ver Motta, S. C. (2008): “The Chilean Socialist Party (PSCh): Constructing Consent and Disarticulating Dissent to Neo-liberal Hegemony in Chile” en BJPIR- Political Studies Association. Vol. 10. pp. 303-327.
[71] Ver Gramsci, A. (1971): La política y el Estado moderno. Barcelona: Ediciones Península [Antología de Il materialismo storico e la filosofia di Benedetto Croce y [72] Ver Gramsci, A. (1971): La política y el Estado moderno. Barcelona: Ediciones Península [Antología de Il materialismo storico e la filosofia di Benedetto Croce y [73] Ver (1971b): Selections from the Prison <otebooks, p.="" 178.="" new="" york:="" international="" publishers.<br="">[74] Ver Jessop, B. and Sum, N. (2006): “Towards a cultural International political economy: Poststructuralism and the Italian school” en International political economy and poststructural politics. Houndmills, UK: Palgrave Macmillan. Pp. 157-176.
[75] Ver Gramsci, A. (1975 [2000]): Cuadernos de la cárcel, México, Ediciones ERA- Universidad Autónoma de Puebla, seis volúmenes, V. %, P. 37, traducción de la edición crítica del Instituto Gramsci de Roma, a cargo de Valentino Gerratana.
[76] Ver Haart, G. (2008): “The Provocations of Neoliberalism: “Contesting the Nation and Liberation alter Apartheid” en Antipode, Vol. 40 nº 4. pp. 678-705.
[77] Ver Fanon, F. (1961): The Wretched of the Earth New York: Grove Press. [1999 Los condenados de la tierra, P. 247.. Tafalla, Nafarroa: Txalaparta
[78] Ver Fanon, F. (1961): The Wretched of the Earth New York: Grove Press. [1999 Los condenados de la tierra, P. 204. Tafalla, Nafarroa: Txalaparta
[79] Ver Gibson, N. (2003): Fanon: The Postcolonial Imagination. Cambridge UK: Polity Press.
[80] Ver Fanon, F. (1961): The Wretched of the Earth New York: Grove Press. [1999 Los condenados de la tierra. Tafalla, Nafarroa: Txalaparta).
[81] Ver Haart, G. (2008): “The Provocations of Neoliberalism: “Contesting the Nation and Liberation alter Apartheid” en Antipode, Vol. 40 nº 4. pp. 678-705.
[82] Ver Gramsci, A. (1975 [2000]): Cuadernos de la cárcel, México, Ediciones ERA- Universidad Autónoma de Puebla, seis volúmenes, V. 5, Pp. 36-37; traducción de la edición crítica del Instituto Gramsci de Roma, a cargo de Valentino Gerratana.
El discurso de la paz y la construcción de la hegemonía nacional popular
En la segunda parte de esta reflexion politica sobre la construccion de la hegemonia nacional popular en tiempos de paz, examinamos a fondo el papel de la teoria del discurso en la construccion de identidades y de la hegemonia politica.
Pensamiento gramsciano sobre la hegemonia y teoria del discurso se articulan para generar un nuevo enfoque alrededor de la conformacion de la hegemonia nacional popular.
Construir una hegemonía nacional popular en el nuevo escenario de paz no es algo que se pueda relacionar fácilmente con la crisis económica en curso, como un mero reflejo superestructural del terremoto que sacude la base económica de la formación social, tampoco con una coyuntural manifestación y auge de la acción colectiva y la protesta social, y menos con pactos y coaliciones de cúpulas dogmáticas y sectarias que se creen dueñas de la verdad y de minoritarias redes clientelares.
Mientras el concepto de hegemonía, supuso para el pensamiento marxista de manual una “válvula de escape” del esquema estructura/superestructura –parecido a la del concepto de “autonomía relativa”- Laclau y Mouffe, plantean levantar sobre él toda una teoría política[1], que genera un punto de reflexión innovador y productivo, alternativo a la rutina dogmatica[2].
Para ello adoptaron un enfoque postestructuralista enriquecido con el concepto focuaultiano de “discurso”, para comprender el papel político central de los actos de nominación y las reglas de construcción de los discursos con pretensión de veracidad.
“En toda sociedad la producción del discurso es [...] controlada, seleccionada, organizada y redistribuida de acuerdo con una serie de procedimientos, cuya función es evitar sus poderes y sus peligros. [...], para eludir su pesada, imponente materialidad[3].
Igualmente con el psicoanálisis de Lacan para asimilar el antagonismo constitutivo de lo social por el deseo del individuo de alcanzar una “plenitud” que es siempre incompleta, puesto que para la construcción de toda identidad es necesario la oposición con respecto al “otro”, que siempre pone en duda así nuestra identidad[4].
La tesis de que toda identidad política está construida discursivamente no implica necesariamente, para Laclau y Mouffe, negar cualquier “existencia objetiva” externa al pensamiento, pero sí afirmar con Heidegger que, a fin de cuentas, el mundo sólo puede ser conocido y dotado de significado por construcciones discursivas, puesto que una cosa es “la existencia” esencial de un objeto y otra “el ser” construido por las prácticas sociales de atribución de significado, señalan Laclau y Mouffe.
De esta manera, agrega Errejon, una cosa es la existencia esférica de un objeto, por ejemplo, y otra muy distinta su “ser” como balón de fútbol, que es construido sólo por el discurso que le atribuye significado. Lo mismo sucedería en la política: aunque existen realidades extradiscursivas, éstas se “politizan” siempre y necesariamente a través del discurso. Éste es el sentido de la Teoría del Discurso de Laclau y Mouffe.
La concepción de la hegemonía de Gramsci, aún con su innovadora reivindicación de la importancia de la lucha por la interpretación cultural de los fenómenos sociales, se mueve dentro de los parámetros del marxismo, afirma Errejon. Por lo tanto, para él la hegemonía es un fenómeno de clase cuyos resultados dependen de la lucha política, pero se mueven necesariamente dentro de las condiciones fijadas por la posición de los distintos grupos sociales en la estructura productiva[5].
Para Laclau y Mouffe, plantea Errejon, esto es un “residuo economicista” en el pensamiento gramsciano que, una vez eliminado, permite desarrollar plenamente su rica concepción de la hegemonía[6], una vez abierta a la “contingencia” absoluta, despojada de cualquier limitación extra discursiva:
“Evidentemente, la relación entre estas diferentes posiciones [del sujeto] está lejos de ser obvia y permanente; es más bien el resultado de construcciones políticas complejas que se basan en la totalidad de las relaciones sociales y que no pueden derivarse en forma unilateral de las relaciones de producción. [...] El concepto de “lucha de clases”, por ejemplo, no es correcto ni incorrecto, tampoco absoluto, es, simplemente, completamente insuficiente como forma de dar cuenta de los conflictos sociales contemporáneos[7].
La hegemonía en Laclau y Mouffe es una actividad de articulación que ocurre en un campo marcado por el antagonismo, pero sin más fronteras que las temporalmente fijadas por el choque de conformaciones discursivas:
“una práctica articuladora que instituye puntos nodales que anclan parcialmente el significado de lo social en un sistema organizado de diferencias. El sistema discursivo articulado por un proyecto hegemónico está delimitado por fronteras políticas específicas resultantes de la expansión de cadenas de equivalencia [el afuera constitutivo]”[8].
Esta práctica ya no se da necesariamente entre clases sociales, sino entre “identidades” que se constituyen en torno a “demandas” del proceso político. Diferentes grupos pueden “politizar” una identidad cualquiera entre la pluralidad inagotable de ellas, a través de su reivindicación de ésa como la central y su oposición a otra identidad. Este esfuerzo será tanto más exitoso cuanto más reconstruya el campo de identidades y demandas dispersas en torno a “su” demanda, en una lógica confrontacional:
“No hay posición de sujeto cuyos enlaces con los otros estén asegurados en forma permanente y, en consecuencia, no hay una identidad completamente adquirida que no está sujeta en mayor o menor grado a la acción de las prácticas articulatorias”[9].
El antagonismo social precede y hace posible la construcción política de identidades, que es totalmente contingente y, por tanto, siempre inestable. Por esa misma razón el conflicto puede resignificarse o atenuarse con reglas, pero jamás cancelarse. No hay fin de la historia.
Esta idea se basa en las teorías psicoanalíticas de Lacan[10], y su afirmación de la imposibilidad de plenitud, de fijación y cierre absoluto, armónico y eterno de los significados y las identidades sociales –a menudo responsabilizando al “otro” de la plenitud no alcanzada, y auto constituyéndose por ese mecanismo-, que conduce necesariamente a un campo de contingencia y, hasta cierto punto, de antagonismo. Por eso afirma Torfing, citado por Errejon, que “la hegemonía nos lleva del nivel indecidible de la apertura no- totalizable al nivel decidible del discurso”[11].
La intervención ético-política contingente es para Laclau y Mouffe la intervención de construcción hegemónica. De hecho, hegemonía en el sentido original de Gramsci es la articulación contingente de una pluralidad de intereses en una voluntad colectiva capaz de instituir un orden social determinado[12].
Es en este sentido que hegemonía y deconstrucción están estrechamente ligadas. La hegemonía produciendo certeza, agregando, y la deconstrucción mostrando la subjetividad y contingencia de cualquier articulación hegemónica.
El papel de la ideología en la construcción de la hegemonía
La actividad hegemónica es impensable sin la ideología y su labor “metafórica” de representar lo universal desde lo particular, afirma Errejon. La conexión con la ideología es clara si atendemos a Ricoeur (1986) que la entiende como “la reivindicación de legitimidad”; legitimidad para hablar en nombre de la comunidad política, del pueblo, de la voluntad colectiva. Esta legitimidad es siempre una “fabricación cultural”[13].
La Teoría del Discurso se construye a partir de la crítica de la teoría marxista ortodoxa de la ideología. Si ha sido descrita como postestructuralista es precisamente por su voluntad de problematizar las categorías marxistas dogmaticas y su aplicación para el análisis político. Este es el sentido de su reivindicación e interpretación “heterodoxa” de la teoría gramsciana de la hegemonía. Desde la escuela de la Teoría del Discurso, especialmente a través de los trabajos de Laclau, se entiende la ideología como un elemento del nivel superestructural de la totalidad social, mientras la acepción marxista ortodoxa la entiende como “falsa conciencia”.
Para la primera, es una manifestación superficial de fenómenos más profundos, cuyo sentido último se manifiesta sólo en la estructura económica. Gramsci se ubica en esta comprensión, si bien matizándola en el sentido de negar que el carácter “superestructural” de la ideología signifique que ésta es un fenómeno superficial: afirma que estructura y superestructura funcionan como esqueleto y piel de la organización social, respectivamente, y alerta gráficamente sobre el riesgo de minusvalorar el papel de la ideología:
“Se diría un despropósito si se afirmase que el hombre se mantiene erecto sobre la piel y no sobre el esqueleto, y sin embargo esto no significa que la piel sea una cosa aparente e ilusoria, tanto es así que no es muy agradable la situación del hombre desollado”[14].
Para la segunda, que es la concepción más simplista, la ideología es poco más que un “engaño”: el velo que es preciso rasgar para que las clases explotadas comprendan su verdadera posición en el sistema social. Laclau acusa a las dos visiones de estar enraizadas en una visión esencialista que representa a la sociedad como un “todo” estructurado, unitario y plenamente inteligible y disecable en categorías como “estructura” y “superestructura”. La crítica postestructuralista entiende, en una idea desarrollada por Derrida[15], que toda construcción “total” está siempre superada por un exceso de sentido que no ha logrado capturar, por lo que la “unidad” absoluta es imposible. Laclau concreta esta postura en su aseveración de que, dado que la articulación está siempre basada en el antagonismo, el elemento “expulsado” como enemigo es siempre una falla en la unidad conseguida gracias –en oposición– a él.
También rechaza el concepto de agencia social que describe a un sujeto con “intereses objetivos” a priori, no políticamente construidos, sobre los cuales puede juzgarse si su conciencia realmente existente es “real” o “falsa”. En el artículo “The Death and resurrection of the theory of ideology”[16], citando a Zizek, Laclau argumenta con más fuerza que el problema con la teoría estructural de la ideología es que no reconoce que la realidad extraideológica es siempre ideológica, pues no tenemos acceso a ningún elemento de la realidad más que a través de su construcción como forma discursiva en sistemas más o menos ideológicos. Si no existe un mundo real esencial exterior a la ideología, entonces no podemos “desenmascarar” las falsas formas de representación. La teoría marxista dogmatica de la ideología no sería desmontada por la muerte de la alienación, sino porque ésta reina.
Esto, lejos de descartar el concepto de ideología, significa la reivindicación de su importancia central para la hegemonía: la ideología es lo que permite a cualquier proyecto hegemónico efectuar una reducción dentro del infinito campo discursivo que le permita construir la “ficción” de una totalidad ordenada y transparente. La ideología entonces es la voluntad de totalidad en cualquier discurso totalizante. La operación de cierre es por tanto imposible, por la dislocación constitutiva que está en el origen de toda articulación discursiva, y absolutamente necesaria, para anclar el sentido, afirma Laclau.
Este análisis permite a Laclau revelar la representación de la ideología como epifenómeno que expresa los intereses objetivos de clases, como operación ideológica del marxismo en sí misma. Lleva el sello ideológico de la totalización: la presentación de la realidad dispersa como una unidad cerrada y estructurada.
El mito y la totalidad social
Para Laclau, afirma Errejon, la ideología es siempre el esfuerzo de construcción de una forma discursiva que inscriba la realidad dislocada en un horizonte totalizador y universalista.
En este punto se hace fundamental el papel del mito, que Laclau define como “un principio de lectura de una situación dada”.
El mito, para ser exitoso, tiene que ser capaz de “suturar” la dislocación estructural posibilitando la constitución de un nuevo espacio de representación.
Tiene un papel central para la hegemonía “formar una nueva objetividad a través de la rearticulación de elementos dislocados”[17]. Para ello tiene que incluir siempre una visión de la sociedad ideal, pero debe ir más allá del diseño de la “tierra prometida” y ser una metáfora de la totalidad ausente, bloqueada e imposibilitada por las condiciones del presente, contra el que así llama a movilizarse. Como el mito es siempre anticipación de lo prometido, la ideología no tiene que concretar su sentido literal, sino abrir una superficie sobre la que se inscriban todas las demandas insatisfechas.
Cuando ninguna de las demandas inscritas en el mito se hace hegemónica en el sentido de que articula y representa a las demás, entonces sigue primando esa totalidad imaginada y prometida por la ideología. Estamos ante un imaginario social que es el horizonte de sentido y condición de posibilidad para cualquier demanda o proyecto. Como ejemplos de imaginarios sociales se puede citar el “progreso” en la modernidad ilustrada o “la sociedad sin clases” en el movimiento obrero.
El mito y el imaginario social, en consecuencia, son, propone Errejon, las formas discursivas por las que opera la ideología.
En ambos casos se trata de una intervención externa, política y parcial: un principio o particularidad que, aspirando a ser hegemónico, construye un intento de reducción y “totalización” de la realidad. Por eso mismo, todas las ideologías olvidan voluntariamente la contingencia, y afirman de una u otra forma principios preexistentes u objetivos que permitan “asegurar” o fijar definitivamente las identidades políticas que construyen, que no obstante son siempre limitadas y sometidas a permanente disputa. El nacionalismo con la identidad nacional, el marxismo con la pertenencia de clase o el indianismo con la condición étnica, son todos ejemplos de que la capacidad del mito ideológico para inscribir una pluralidad de demandas y movilizarlas en un sentido unitario es tanto mayor cuando más pueda sustraer de la lógica de la contingencia las identidades respectivas que construyen y en las que se basan. Es más fácil llamar a batirse por una identidad arraigada e indiscutida que por una que es el producto temporal, transitorio y hasta cierto punto arbitrario de las decisiones políticas hegemónicas. El ejemplo de la exacerbación de un nacionalismo naturalizado y mistificado en períodos bélicos es suficientemente claro al respecto. La corriente poscolonial de los estudios subalternos llama a esta operación el “esencialismo estratégico” para lograr metas políticas[18].
Se puede afirmar así, con Laclau, que las ideologías necesitan “esencializar” las identidades que ellas mismas construyen: llamarse “descubridoras” de principios preexistentes en lugar de “creadoras” de articulaciones puramente políticas. Esta posición es fundamental, sugiere Errejon, para entender el conflicto político y, lejos de desestimar la ideología como “puro invento” la reivindica como el terreno fundamental de lucha política.
Si la ideología presenta el mundo como un conjunto de esencias plenamente constituidas y niega que estas sean el resultado contingente de decisiones políticas tomadas en un terreno de imposibilidad de elección “objetiva”, la “deconstrucción”[19] subvierte estas conformaciones discursivas y hace inteligibles las identidades políticas y las luchas por la hegemonía. Ésta, dice Errejon, es la aportación fundamental de la óptica postestructuralista de Laclau y Mouffe:
“La práctica política en una sociedad democrática no consiste en la defensa de los derechos de las identidades preconstituidas, sino más bien en la constitución de las identidades mismas en un terreno precario y siempre vulnerable”[20].
En The making of political identities, Laclau[21] ofrece posiblemente su elaboración más acabada sobre su teoría de la contingencia de toda identidad política como terreno en el que se da la práctica hegemónica.
El fin de la Guerra Fría supuso un cambio fundamental en términos ideológicos, inaugurando una época caracterizada por la crisis de las ideologías “globalizadoras”: aquellas que se presentan y legitiman en tanto realizadoras de una tarea universal:
Esta es la condición central de la posmodernidad. En ese relativo vacío, proliferan las identidades políticas particularistas y la sospecha de las “legitimidades históricas” de los macrorrelatos de la modernidad. En esto, Laclau coincide con elaboraciones críticas como las de los estudios de-coloniales[22].
No obstante, para Laclau, este vacío no elimina la pretensión de universalidad, sino que muestra de manera nítida el carácter contingente y precario de toda construcción ideológica de las identidades políticas que, no obstante, siguen siendo imprescindibles para articular la diversidad social.
En esta crisis de las categorías políticas tradicionales, se hace evidente que el sentido atribuido a éstas es sólo uno de los posibles. Una vez que la deconstrucción de esas categorías revela plenamente los juegos de poder que gobiernan su estructuración real, se hacen posibles nuevos y más complejos movimientos político-hegemónicos en su interior, afirma Laclau.
Sobreviene entonces una explosión de los relatos ideológicos que estructuraban la realidad social, que supone una situación de desorganización radical en la que existe la necesidad de un orden, que ya no puede ser asegurado por la idea de que ningún sujeto particular encarna necesariamente lo universal –como la burguesía portadora de la razón moderna, o la “clase universal y de vanguardia” en el marxismo-leninismo.
Por eso cualquier identidad social [conlleva] necesariamente, como una de sus dimensiones, construcción, y no simplemente descubrimiento.
La conciencia del carecer eminentemente político de toda identidad y la puesta en cuestión de los criterios de “veracidad”, significan entonces la centralidad del acto político “instituyente”.
La hegemonía, como articulación discursiva contingente, deviene aún más importante, como el centro de la actividad política misma, nos sugiere Errejon.
Slavoj Zizek revisa críticamente el concepto de ideología en Laclau, desde premisas teóricas muy próximas, agrega.
Defiende que la ideología implica siempre una cierta confusión por parte de los sujetos pero no porque la ideología sea una falsa representación que reduce la realidad: en la sociedad actual, que califica de “postideológica”, muy pocos individuos confían plenamente en las verdades ideológicas. Lo que sucede es que, incluso desde una distancia irónica con respecto de ellas, se sigue actuando acorde con ellas. Es a lo que Zizek llama “la ilusión ideológica”, que opera no en el nivel del conocimiento, sino en el de la práctica, para la que sigue siendo guía. Ofrece los ejemplos del fetichismo de la mercancía por el cual el dinero sigue siendo usado como si fuese riqueza a pesar de que se sabe que es sólo la expresión simbólica de relaciones sociales, la existencia de dios o la legitimidad “natural” de los roles patriarcales[23].
De esta forma, la “fantasía ideológica” opera pese a que los individuos sean conscientes de la labor totalizante y reductora de la realidad de la ideología. Funciona entonces como “la última red de seguridad” de la ideología[24]. Su fuerza radica, según Zizek asegura, en términos freudianos, del “placer” que se obtiene actuando conforme a ella y evitando así confrontar el carácter imposible y antagonista de lo social, y culpar de este vacío a un enemigo que es construido como su encarnación.
Hay toda una línea de evolución que mezcla la Teoría del discurso con la teoría del afecto en Lacan y del placer en Freud.
Pese a sus aportaciones innovadoras desde la psicología a la ciencia política, se alejan del propósito de este análisis sobre el papel del discurso en la construcción de la hegemonía.
La reflexión de Zizek es en cambio de mucha utilidad para comprender por una parte el papel del “enemigo” en toda construcción hegemónica –explicado más adelante en el uso que Laclau hace del concepto de “afuera constitutivo”- y en el carácter que tiene que asumir una crítica de la ideología: de su análisis, Zizek tampoco deduce que entender una ideología sea sólo “desenmascarar” los intereses que actúan detrás suyo, sino que afirma la necesidad de comprender cómo toda ideología interpela, articula y moviliza elementos “no ideológicos” –no sometidos a la lucha por la apropiación del sentido- para fines ideológicos.
El discurso como espina dorsal de la hegemonía
Aunque ya se ha avanzado antes de llegar aquí, el concepto de “Discurso” es la espina dorsal de una reflexión teórica acerca de la hegemonía, por lo que necesita ser estudiado y discutido.
Las lógicas de construcción política operan a través de discursos que no pueden ser reducidos a representaciones de identidades -agrupaciones de demandas- preexistentes, sino a las intervenciones políticas que dan sentido a elementos heterogéneos y dispersos en el campo social.
Laclau define así el discurso: “La misma posibilidad de la percepción, pensamiento y acción, depende de la estructuración de un determinado campo de significación que preexiste a cualquier inmediatez factual”[25].
Los “campos de significación” son relatos dentro de los cuales cobran significado las prácticas y conocimientos.
El discurso, en cualquier caso, no es una construcción unívoca del sujeto, ni es inmóvil, sino que debe ser entendido como histórico y dinámico; como un conjunto articulado de significantes –en el sentido de formas del discurso– en el cual el significado –en el sentido del contenido o a lo que refiere el término- es una producción cambiante dependiente de luchas por el sentido.
El término discurso
El término “discurso” refiere inmediatamente al campo de la lingüística. El propio Laclau reconoce a Saussure[26] como una fuente fundamental de su teoría. La “lingüística sincrónica” dice que el lenguaje
1. Todo lenguaje es relacional: “en el lenguaje SOLO existen diferencias, sin términos positivos”[27].
2. “El lenguaje es forma y no sustancia”[28].
Aplicado al discurso, esto significa que los diferentes significantes adquieren un significado u otro no porque lo posean esencialmente y de forma previa a su despliegue en la arena de lo político, sino sólo por su relación con otros términos. “Socialismo”, por ejemplo, cobraría significado sólo por su asociación diferencial a “feudalismo” y “capitalismo”.
Sin embargo, Laclau encuentra dos componentes problemáticos que necesita descartar de la lingüística de Saussure para poder desarrollar a partir de ésta su teoría del discurso: El primero es su isomorfismo, por el cual cada significante corresponde a un y sólo un significado. El segundo y más importante es la convicción de Saussure de la “afirmación cartesiana de la omnipotencia del sujeto” en el sentido de que la sucesión de oraciones –unidad básica de su lingüística– depende enteramente de la voluntad del hablante.
Para estas dos rupturas Laclau emplea a Althusser y resitúa al sujeto dentro de una estructura discursiva que determina qué es “decible” y qué no lo es, así como la forma en que será interpretado:
la forma en la que el hablante junta oraciones no puede en adelante ser concebida como la expresión de los deseos de un sujeto plenamente autónomo, sino como en gran medida determinada por la forma en la que las instituciones se estructuran, por lo que es “decible” en un contexto determinado, etc.
De lo que se trata entonces es de comprender estas reglas que organizan el discurso.
El uso de la lingüística para el estudio de las relaciones sociales discursivas significa “politizar” la lingüística, en el sentido de abandonar la creencia en la libertad del hablante y trasladar el foco hacia las prácticas –necesariamente políticas– que construyen y/o subvierten las estructuras discursivas que influyen a éste.
Entramos así en el terreno inestable del conflicto político.
Para Laclau y Mouffe todas las prácticas son discursivas. Incluso las intervenciones políticas o la organización de la producción constituyen sistemas relacionales de diferentes identidades articuladas por el discurso. La mayor parte de analistas del discurso se preocupan de él como una dimensión más de la vida política, con fronteras bien delimitadas.
El enfoque postestructuralista de Laclau y Mouffe, en cambio, pretende construir toda una teoría en torno a este concepto: la comprensión de la política en términos de discurso.
Esta postura difiere de la visión de Foucault, que entiende los discursos como algo delimitable, y que unifican las producciones intelectuales durante una época determinada. Para Foucault, más importante que la veracidad absoluta de las afirmaciones de los discursos son las condiciones de su producción: el conjunto de reglas de formación a partir de las cuales se adquiere esa veracidad. Las reglas que determinan lo que puede ser dicho, recordado o la forma en la que se interpretan los discursos, son dispositivos de disciplinamiento y producción de orden[29].
No obstante, en Foucault sí que existen condiciones “externas” al discurso que afectan a la formación del discurso. En su estudio del discurso médico a finales del siglo XVIII, refleja como una serie de condiciones no discursivas: económicas, institucionales o tecnológicas marcan la formación y desarrollo de éste. No es una relación en modo alguno de determinación objetiva del discurso por la estructura, en la que éste sea mera expresión de aquella, pero sí es una relación entre dos esferas diferenciadas –lo discursivo y lo no discursivo– en la que lo extradiscursivo transforma las condiciones de existencia y funcionamiento de lo discursivo. La autonomía de la que goza el discurso en Foucault, sin embargo no le da el estatus de idealidad pura e independencia histórica total, agrega Errejón.
Los autores que más específicamente se han dedicado a la cuestión, matizan esta diferencia y coinciden en señalar que la atención de Foucault a la genealogía del discurso en sus últimos trabajos le acerca a la concepción de Laclau y Mouffe, por cuanto desplaza su foco de atención hacia un área de convergencia: el combate político “interno” –en el sentido de discursivo– por moldear las formas históricas del discurso.
De esta manera, y tras rechazar cualquier “exterioridad”, Laclau y Mouffe sólo pueden ver el discurso como un conjunto de secuencias cuyo significado depende de la relación que se de entre ellas.
Aclaraciones previas necesarias. Discurso y condiciones externas.
Un malentendido habitual acerca de la teoría del discurso es aquel que entiende que la postulación de que todo objeto es discursivo significa poner en cuestión la existencia de un mundo externo al pensamiento.
Laclau y Mouffe responden que el carácter discursivo de un objeto no implica en absoluto la puesta en cuestión de su existencia. Es clara aquí la influencia de la afirmación de Derrida[30] de que “no hay nada fuera del texto”: no niega la existencia de los objetos o afirma su existencia sólo hipotética y en los libros; simplemente afirma que cada referente es siempre interpretado. Nadie puede concebir ningún objeto si no es a través de estructuras discursivas.
Esta es una premisa central del armazón teórico de Laclau y Mouffe, más sencilla de lo que pudiera parecer a simple vista: para el estudio de la política, no nos interesa tanto lo que los objetos son como el sentido que éstos cobran en el conflicto, que resulta definitivamente de su construcción discursiva. Ofrezco, nos propone Errejon, a continuación un breve ejemplo para ilustrar esta piedra angular de la teoría del discurso.
La realidad “física” de una pigmentación oscura de la piel no deja de existir en ningún momento, pero su intervención política en un sentido o en otro –incluso su no intervención- dependerá de que sea construida discursivamente como una diferencia menor entre los hombres o como negritud, evidencia física que respalde la racialización de una jerarquía social. Por ello, las luchas antirracistas más exitosas no son aquellas que han discutido “científicamente” las características objetivas –extradiscursivas, diríamos- de este elemento físico innegable, sino las que lo han rearticulado inscribiéndolo en un discurso diferente. Este puede ser uno que cuestione la homogeneidad y rigidez de las fronteras raciales, por ejemplo a través del mestizaje, o uno que dote de un nuevo significado al significante negro, sustituyendo su asociación en una cadena de significados con “subdesarrollo”, “fealdad” o “salvajismo” por otra que lo vincule a “belleza”, “dignidad” y “solidaridad”. Desde este punto de vista, el éxito del Black Power norteamericano o de los movimientos africanos de descolonización fue fundamentalmente su capacidad discursiva de deconstruir el significado subalternizante de la negritud y construirlo de nuevo convirtiéndolo en una identidad popular con posibilidad hegemónica.
Lo discursivo es, además, coextensivo a lo social: si todas las acciones tienen significado y éste se construye en el discurso, entonces no hay separación teórica posible entre “discurso” y “práctica”, ni mucho menos representación del primero como “expresión” más o menos verdadera de la segunda.
El campo de lo discursivo, por último, no se encuentra en una situación de caos, sino de una relativa estructuración. Lo que sucede es que esta estructuración no se debe a ninguna relación con un “exterior” que fije los significados de una vez y para siempre, sino a la relación entre sus elementos. Estas relaciones son “necesarias” no en el sentido de determinación objetiva por una racionalidad superior, sino en el de que todo discurso adquiere un carácter u otro en función exclusivamente de la relación entre sus partes[31].
No obstante, esta relación es siempre inestable y cambiante, sometida a la lucha política.
Pero si la relación fuese enteramente diferencial, sin límites ni rupturas, no habría espacio para la política, puesto que sólo podríamos demarcar un único discurso que inscribiría todas las diferencias. Por el contrario, la estructuración del discurso no se realiza en torno a ningún centro permanente, ni es capaz de cerrar la atribución de significado, que resulta siempre excedente.
El concepto de “excedente de significado” es un préstamo del psicoanálisis lacaniano[32] y sirve para explicar el campo en el que se dan las condiciones de posibilidad relativa e imposibilidad absoluta de fijación de sentido: la competición de diferentes discursos por establecer una fijación del sentido que siempre será incompleta, pero que es posible por esta heterogeneidad irreductible.
En consecuencia, el discurso político no es un fenómeno a ser estudiado y medido desde las condiciones “objetivas” que existen fuera de él. Lo pertinente es preguntarse por las condiciones de posibilidad de discursos concretos en contextos políticos concretos, pero aceptando que estas mismas condiciones son discursivas porque su interpretación y atribución de sentido sólo se produce dentro de horizontes históricos discursivos determinados.
El discurso, entonces, se estudia “desde dentro”. En un terreno de autonomía, de multiplicidad y cambio permanente, el conflicto político es así la lucha por la fijación –siempre parcial– de sentido de diferentes significantes a través de su inscripción en un discurso determinado, siempre en competición con otros.
El campo de la discursividad, no obstante, incluye también los elementos cuyo sentido no ha sido fijado en una relación diferencial con otros. Pero eso no significa que sean elementos “extradiscursivos”, sino el resultado de una exclusión más o menos consciente y voluntaria del discurso dominante.
No hay ningún principio de ordenación del discurso más allá de las relaciones entre sus elementos constitutivos, que veremos en seguida.
En medio de la dispersión y el conflicto, sólo la práctica hegemónica construye totalidades parcialmente cerradas: agrupación de demandas fragmentadas en continuos articulados orientados por un proyecto político determinado. En definitiva: el antagonismo es el principio de posibilidad de la articulación discursiva o hegemonía, al mismo tiempo que representa un límite insuperable, plantea Errejón.
Los elementos estructuradores del discurso
La Teoría del Discurso centra su análisis en tres factores cruciales a identificar en todo discurso, que se exponen y explican a continuación.
Primero. Las relaciones de diferencia y equivalencia
Si hemos visto que el contenido de los discursos depende exclusivamente de la relación establecida entre sus elementos, hay que prestar atención a ésta.
Las relaciones entre los componentes o –ya en clave política- demandas de un discurso pueden ser de dos tipos: las relaciones diferenciales que vinculan a los elementos en un conjunto marcado por la diversidad; y las relaciones equivalenciales, que vinculan los elementos por su oposición equivalente a otro(s), colapsando así la relación diferencial. A estas vinculaciones le llaman “cadenas”[33].
Esta tensión es irresoluble en última instancia, y marca la ambivalencia y precariedad de toda identidad, que es un constructo discursivo a base de la agregación de demandas[34]. Pero las luchas políticas pueden ser exitosas en construir significados enfatizando uno u otro aspecto.
Si lo que se enfatiza es la relación equivalencial, se extienden cadenas de equivalencia que simplifican el espacio político, reduciendo las diferencias a una tensión entre identidades dicotómicas. En la práctica, esto siempre tiene que ver con la construcción de un “afuera constitutivo” que marca la frontera de la polarización. La construcción del “pueblo”, como se vera, está basada en esta expansión de cadenas equivalenciales que postulan una voluntad nacional-popular por oposición a la “oligarquía”.
Esto implica a su vez la construcción de un “significante vacío” que expresa la cadena equivalencial e impide que el régimen la diluya en la absorción individualizada de las demandas.
Laclau y Mouffe, ofrecen dos ejemplos de discursos políticos estructurados en torno al enfasis de la lógica de la equivalencia: utilizan el estudio de Furet[35] que muestra cómo los revolucionarios fueron exitosos en Francia dividiendo la sociedad en dos campos: el “pueblo” y el “antiguo régimen”.
Estos dos polos inscribían toda la variedad de demandas en dos identidades, y dibujaban la frontera política de forma beneficiosa para los partidarios de la subversión del status quo.
El movimiento cartista es el contrajemplo: intentando repetir la operación discursiva jacobina fracasó en su intento de división dicotómica del campo político, y acabó disolviéndose en una pluralidad de demandas que fueron desagregadas y asumidas unas por el sistema político y aisladas y marginalizadas otras.
Segundo. Lo particular y lo universal
El paso del particular al universal, no pudiendo estar sustentado por ninguna determinación a priori, por ninguna propiedad esencial de ningún sujeto, tiene que estar entonces en Laclau librado enteramente a la actividad político-discursiva. Cada vez que una particularidad es excluida y postulada como amenaza para todo un sistema de diferencias articuladas, se construye una relación universalista[36].
Los movimientos de liberación nacional son capaces de reunir a una gran cantidad de grupos frente a gobiernos oligárquicos incapaces de integrar la gran mayoría de las demandas. La insatisfacción común permitirá articular a diferentes grupos contra el régimen. La universalidad se construye así, de forma contingente e “incompleta” al interior de la construcción antagónica, como una universalidad relativa. Lo universal del “pueblo”, así, lo constituye la oligarquía, responsable de la unidad inalcanzada pero afuera constitutivo que permite la unidad realmente existente.
No es una universalidad obtenida desde un principio incondicional ni a priori, sino que no puede existir sin, ni antes de, el sistema de equivalencia del que procede. Invoca una causa común pero no tiene contenido positivo fuera de su articulación relacional es sólo “un lugar vacío unificando un conjunto de demandas equivalenciales”. El contenido de este “lugar vacío” depende de las luchas políticas entre los grupos articulados en la cadena.
La identidad particular que consigue llenar ese universal es la hegemónica, plantea Errejon en la línea de la argumentación de Laclau.
No se trata de un mero acuerdo táctico de suma de fuerzas ni de una imposición vanguardista: Laclau reivindica el sentido gramsicano de la hegemonía como construcción nueva de una voluntad colectiva que supera la suma de las partes que la constituyen.
La relación entre particularidad y universalidad resulta circular y política: es a través de las luchas por la hegemonía que se fija el contenido de lo universal, a través de la universalización de unas demandas y la marginalización de otras.
Sin embargo, para la construcción de esa “universalidad relativa” se requiere algo más que una diferencia, que podría ser reintegrada a la cadena disolviendo así la frontera. Los significantes vacíos no son ni significantes equívocos asociados a diferentes contenidos en diferentes contextos, ni “significantes flotantes” asociados simultáneamente a diferentes sentidos en pugna. Son significantes no asociados a ningún significado particular debido el incesante deslizarse de significados que lo sobrecargan, que terminan por vaciarlo. Conceptos como “pueblo”, “nación”, “orden”, “liberación” o “unidad” pueden significar prácticamente cualquier construcción política, por eso son más bien nombres que conceptos puesto que crean y no sólo describen. Estos nombres son así puramente neutros, y su contenido depende de qué grupo social los dote de sentido.
Por esta razón, para que un grupo social se vuelva hegemónico, debe ser capaz de trascender una perspectiva corporativista, y presentar su particularidad como la encarnación de ese significante vacío que refiere a la universalidad ausente. Como decía Gramsci, presentarse como el que persigue y hace avanzar efectivamente objetivos generales compartidos por una mayoría de la sociedad.
No obstante, la fuerza hegemónica que es capaz de posicionar su proyecto concreto como la más fiel realización del significante vacío, paga el precio relativo de perder parte de su identidad: la función de universalidad transforma y difumina el contenido “puro” de esa particularidad elevada para que pueda convertirse en una superficie de inscripción de –idealmente-todas las demandas políticas, sostiene Errejón.
Esta es la condición de “partición” del agente hegemónico de la que habla Laclau cuando analiza la conversión de los partidos socialdemócratas de partidos “sectarios y marginales” a partidos “popular-democráticos” que dejaron de interpelar sólo a la clase obrera para hacerlo al “pueblo” en nombre de la justicia social. En su opinión, gracias a eso se hicieron fuerza hegemónica, pero al precio de vaciar términos como “lucha de clases” o “socialismo”, que produjo la división del movimiento socialdemócrata y el surgimiento de los partidos comunistas, más comprometidos con la identidad particular que se estaba difuminando. El análisis sobre el desarrollo del movimiento obrero y de la socialdemocracia europea es más que discutible, pues no tiene suficientemente en cuenta, precisamente en el terreno de la lucha hegemónica, decisiones estratégicas de las organizaciones del movimiento obrero que acabaron generando sucesivas fracturas ideológicas históricas–como las rupturas en torno a la posición de los partidos socialistas con respecto a la Primera Guerra Mundial o, después, sobre la Revolución Soviética. En esas condiciones, parece arriesgado afirmar que el núcleo de las discusiones al interior del movimiento socialista internacional se refiere exclusivamente a la tensión en las gestiones de la identidad política “proletaria”. Pero sirve, en cualquier caso, para comprender que la división política es siempre un riesgo del agente hegemónico, en su recorrido entre sus políticas concretas y la capacidad de éstas para llenar el lugar vacío de lo universal.
Laclau atribuye a Gramsci el mérito de haber sido el primer pensador en adjudicar a la lucha política en exclusiva la tarea de constitución del universal, no fijado a priori por ninguna racionalidad externa.
Sin embargo, es importante destacar que, pese a la voluntad de Laclau, Gramsci no deja libremente a la articulación política de las identidades la labor de construir el universal, puesto que en su pensamiento éste está prefigurado en la estructura económica, aunque sólo cobra sentido y actúa políticamente por medio de la hegemonía.
El esfuerzo por hegemonizar el vacío de lo universal tiene límites, por cuanto ningún contenido particular puede eliminar completamente la oposición construyendo una totalidad estable y completa. En coherencia con su afirmación de que no existe ninguna racionalidad que opere por encima de la lucha política contingente, Laclau defiende que ningún discurso consigue afirmar nunca su universalidad plena, y ofrece el ejemplo paradigmático de los derechos universales que pese a estar formulados como derechos universales válidos en todo tiempo y espacio, no pueden trascender el contexto de su emergencia y realizarse en cualquier situación.
La gestión entre la división –insalvable en última instancia- entre lo universal y lo particular, es la verdadera esencia de la hegemonía:
“[...] que una diferencia, sin dejar de ser particular, asuma la representación de una totalidad inconmensurable. De esta manera, su cuerpo está dividido entre la particularidad que ella aún es y la significación más universal de la que es portadora. Esta operación por la que una particularidad asume una significación universal [...] es lo que denominamos hegemonía”[37].
Esta gestión contiene un aspecto que es interesante apuntar. La representación tiene siempre un rol destacado en la división constitutiva entre universal y particular. El vínculo entre el agente hegemónico y las demandas particulares insatisfechas que éste inscribe en su universalidad se puede describir como de representación siempre que aceptemos que ésta no es “pura” sino que por este acto la nueva articulación combina e hibrida las identidades particulares que representa.
Laclau define la representación como la fictio iuris de que alguien está presente a través de una mediación, donde no lo está directamente. Por medio de este proceso, alguien defiende los intereses o visiones formulados en un punto A, en el punto B donde no estaban presentes. Laclau contesta la visión tradicional de la modernidad, en la que la representación perfecta se caracteriza por una transmisión transparente de la voluntad preconstituida del representado por un representante neutral, argumentando que esto es imposible desde el momento en que toda identidad es relacional y depende del contexto en el que ha sido construida. La representación complementa la identidad representada allí donde ésta no existe, en un proceso de hibridación y reformulación. Esta cuestión está lejos de ser accesoria o de concernir exclusivamente a la filosofía política: la comprensión de que todo acto de representación es un acto de inscripción y reformulación es fundamental para entender la hegemonía, que siempre implica representación de una diversidad de intereses por parte de un agente central, como una operación de creación discursiva y política nueva, que no implica necesariamente manipulación o engaño.
En términos breves: hegemonía es creación de universalidad desde una particularidad determinada, no construcción de alianzas mediante un uso variable del cinismo o el tacticismo, como suele ocurrir en los medios de la izquierda tradicional.
Todo agente hegemónico justificará siempre su posición dominante en razón de su encarnación de la voluntad popular, como su único y verdadero representante. Sin embargo, la representación de diferentes demandas como una voluntad popular unificada es en sí mismo un acto constitutivo. La construcción de esta voluntad del “pueblo” es una creación puramente política, y es en realidad la construcción misma del pueblo. Este es el corazón de la hegemonía.
En la medida en que la posmodernidad ha ido expandiendo y fragmentando las identidades que adoptan los agentes sociales, el rol constitutivo de la representación deviene central. Una vez que cae la confianza en los relatos universales que “preconstituyen” las identidades en operaciones ideológicas simplificadoras, se hace más necesario un trabajo ya desnudamente político de unificación hegemónica. Las posibilidades para la hegemonía y la política misma, en un contexto así, son inversamente proporcionales a la capacidad de los grupos gobernantes para fragmentar y dispersar aún más las identidades en espacios privados protegidos por la ley, en un proceso de estrechamiento tendencial del espacio político. Zizek llama a esta dinámica la post-política que poco a poco elimina la dimensión de universalidad que aparece con la verdadera politización. El objetivo de los grupos dominantes es entonces desactivar la dimensión “universal” de las protestas, esto es, despolitizarlas, ya que:
la situación se politiza cuando la reivindicación puntual empieza a funcionar como una condensación metafórica de una oposición global contra Ellos, los que mandan, de modo que la protesta pasa de referirse a determinada reivindicación a reflejar la dimensión universal que esa específica reivindicación contiene, sostiene Zizek.
Tercero. El campo de la práctica hegemónica: conflicto y “afuera constitutivo”
La afirmación de que la ideología es el terreno principal de construcción de las identidades políticas, y aquel sobre el que se producen las disputas hegemónicas, presupone otra que se explica en este epígrafe: la del conflicto social y la dislocación, afirma Errejon.
Si la estructura es “objetivamente indecidible”, si no hay ningún contenido esencial a priori de las identidades, entonces la decisión ético-política de su articulación en un sentido y no en otro, tiene que provenir necesariamente de una fuente externa.
¿No es éste un paso hacia un subjetivismo idealista que reemplace al economicismo? Para Gramsci la solución es clara: la identidad del agente hegemónico, se constituye en el nivel de la estructura, de las relaciones de producción, donde opera la lógica de la necesidad. Pero la lógica de la contingencia, la articulación hegemónica en torno a una voluntad colectiva, sucede en el terreno indeterminado de la política. Laclau critica duramente estas “limitaciones estructurales” por operar con una concepción dualista de la sociedad, en la que cada lógica opera en un nivel diferente. Se opone a la división entre estructura y sujeto, y afirmar que todo lo que sucede en el nivel de la estructura cobra sentido sólo mediante un proceso discursivo, en el que se fijan “históricamente” –en el sentido, no de forma definitiva– los sentidos que en la estructura nunca son estables.
En el fondo, cuando Laclau tiene que defenderse de las acusaciones de “subjetivismo” vuelve a Gramsci para afirmar que es la estructura la que fija las condiciones de posibilidad para la emergencia de uno u otro principio hegemónico. Que el sujeto sea parte de la estructura y no un agente externo es sin duda un elemento cierto, que sin embargo no es en modo alguno incompatible con el reconocimiento de que las prácticas discursivas articulatorias suceden en un terreno históricamente heredado, y conformado por algo más que por sedimentaciones de sentido, sino también por una relación entre fuerzas que depende de la potencia económica, militar o de arraigo cultural a lugares determinados de cada una de ellas. Es sobre esas condiciones de partida que interviene el discurso creando identidades en uno u otro sentido, y a su vez reproduciendo/modificando esas condiciones, que no significa en absoluto eliminándolas o difuminándolas.
Estas cuestiones, son discutidas más adelante, cuando en las reflexiones conclusivas se apuesta por un uso “débil” de la Teoría del discurso, que tenga en cuenta las condiciones de posibilidad que preexisten y condicionan la articulación discursiva. En este punto interesa, sin embargo, continuar derivando las implicaciones del desarrollo teórico planteado hasta ahora.
Que las identidades se construyan, o más bien se provean de sentido político, en operaciones discursivas, significa que no tienen un sentido a priori que la ideología desvela, sino que su sentido depende de su articulación en relación con otras, en un contexto marcado por la heterogeneidad y el conflicto, en el sentido de la pugna permanente. El conflicto es así la condición de partida y el resultado de toda construcción de identidad:
La creación de una identidad implica, el establecimiento de una diferencia. [...] Cada identidad es relacional y la afirmación de una diferencia es una precondición para la existencia de cualquier identidad [puesto que ésta creación es] “básicamente la creación de un nosotros por la demarcación de un ellos, dice Mouffe.
Cuando Mouffe afirma: concibo lo político como la dimensión de antagonismo que considero constitutiva de las sociedades humanas bebe claramente de Carl Schmitt, en su conocida formulación según la cual “la distinción específica de la política, a la que las acciones y motivos políticos pueden ser reducidos, es aquella entre amigos y enemigos”[38].
Esta relación no es necesariamente antagónica en Laclau y Mouffe, que distinguen entre un enemigo y un “adversario político”. Ésta es en todo caso una preferencia ética:
“Una vez que aceptamos la necesidad de lo político y la imposibilidad de un mundo sin antagonismo, lo que necesitamos pensar [imaginar, visualizar] es cómo es posible crear o mantener un orden democrático pluralista bajo esas condiciones. Tal orden se basa en una distinción entre enemigo y adversario. Requiere que, dentro del contexto de la comunidad política, el oponente sea considerado no como un enemigo a destruir, sino como un adversario cuya existencia es legítima y debe ser tolerada. Lucharemos contras sus ideas pero no cuestionaremos su derecho a defenderlas”[39] y menos abrigamos la idea de su eliminación violenta, afirmaría alguien en nuestro mundo cotidiano alejado del fetichismo armado.
Ésta es la salida “democrática” con la que Laclau y Mouffe hacen compatible su concepción de la política como un proceso siempre abierto, contingente y conflictivo. Los adversarios son aquellos con los que la pugna se libra dentro de las reglas del juego democráticas, mientras que los enemigos son los que atentan contra ellas. El único consenso, por razones contingentes, es en torno a la indecidibilidad de los valores y la consiguiente apertura permanente de la política asegurada por reglas de juego democráticas.
Tras escribir Hegemonía y Estrategia Socialista, Chantal Mouffe se ha dedicado específicamente a esta cuestión, en un esfuerzo por construir una filosofía política que no eluda el conflicto y que construya sobre él –y no sobre su negación- cimientos éticos para una apuesta democrática. Quizás las obras que mejor resumen estas posiciones sean El retorno de lo político (Mouffe 1993)[40] y En torno a lo político[41].
Sin embargo acá lo que interesa es constatar la función constitutiva del conflicto en la pugna hegemónica, sea éste antagónico o sólo entre adversarios: la operación hegemónica sólo tiene lugar donde hay dislocación. En una situación ideal en el que las identidades fuesen estables y predeterminadas para siempre, se podría dar el mero choque militar o la disolución de la política en la simple gestión de los asuntos comunes, pero no la lucha por la articulación/desarticulación que constituye la hegemonía.
Para Laclau y Mouffe, antagonismo y dislocación son sinónimos, pues es precisamente el antagonismo el límite que impide la constitución plena de la sociedad, su estructuración definitiva.
Zizek lleva más lejos este razonamiento y asegura que no se trata sólo de que la identidad propia se construye negando la ajena, sino que se proyecta sobre la alteridad, la culpa de la imposibilidad de autoconstitución plena[42]. Como resultado, las acciones políticas se guían por la ilusión de que la aniquilación de la fuerza antagonista permitirá constituir plenamente el “nosotros”.
Por ejemplo, “la lucha feminista contra la opresión patriarcal masculina se alimenta necesariamente de la ilusión de que cuando la opresión patriarcal sea abolida, las mujeres conquistarán finalmente su propia identidad consigo mismas, se darán cuenta de sus potencialidades, etc.”[43].
La interpretación de Zizek tiene un extraordinario valor en un plano interior al discurso, pero arrastra el defecto de no permitir discernir cuándo hay más o menos espacio para la articulación hegemónica. Si toda producción discursiva del enemigo está guiada por una imposibilidad intrínseca de constitución social plena, entonces la lucha discursiva se produce sobre un espacio “plano”, no influido por más circunstancias históricas que la propia sucesión de construcciones discursivas. No parece ser este el caso en la realidad. Laclau resulta más certero cuando afirma que el antagonismo social es más bien “una respuesta discursiva a la dislocación del orden social”, una respuesta que él identifica con la presencia del afuera constitutivo, que al mismo tiempo niega y constituye la identidad del “adentro”[44]. Gracias a este antagonismo pueden existir los mitos e imaginarios sociales, que resisten la dislocación e inscriben demandas muy diferentes en un mismo discurso.
Torfing[45] ofrece un buen ejemplo que respalda la visión de Laclau. Para él, el desarrollo del Estado de bienestar nace de la dislocación discursiva y material del capitalismo en la crisis económica de los años treinta. El moderno Estado de bienestar, precedido por las experiencias de planificación estatal exitosas durante la Segunda Guerra Mundial y el sentimiento de comunidad desarrollado por la confrontación, emergió como un “mito suturante” que recomponía una sociedad profundamente fracturada, funcionando como un espacio de representación para la mayor parte de las demandas económicas y sociales en tanto que diferencias legítimas, desplazando todo cuestionamiento a las relaciones sociales capitalistas y al pacto social a su afuera constitutivo, como “extremismos” contra los cuales se unían en un proyecto nacional fuerzas de otro modo difícilmente convergente. Sólo una dislocación de enormes proporciones, como la crisis de los años setenta, hizo emerger fenómenos y fuerzas que finalmente no pudieron ser inscritos en el mismo discurso- (keynesianismo, paz social, crecimiento económico por medio de la demanda, etc.), que fue hegemónico y estable durante casi tres décadas.
En la dislocación y el antagonismo, sin embargo, no hay ninguna determinación de construcción política de uno u otro signo, sino sólo la marca de la imposibilidad de escapar de la política en tanto que práctica constructora de identidad y hegemonía que lidie con la dislocación. El antagonismo, por esa misma razón, es fuente de estabilización de identidades pero también de dislocación. Puesto que la oposición constituye la identidad al mismo tiempo que la niega. En Sudáfrica, por ejemplo, la identidad común que permitió la confluencia de afrikaners e ingleses, fue la de la blanquitud, construida gracias a la exclusión de la negritud. Pero esa misma cadena de equivalencias, subvertida, aisló y acabó derribando el régimen del apartheid[46].
La fuerza hegemónica tenderá siempre por tanto a construir la identidad excluida como un conjunto de obstáculos y amenazas para los fines de la voluntad colectiva que ella construye. Esta operación está siempre relacionada con el antagonismo. De esta manera, la lucha hegemónica siempre sucede en contextos de antagonismo.
Todo discurso construye una identidad reuniendo a un conjunto de elementos –“demandas” en términos de Laclau y Mouffe– que son diferentes pero pueden ser reunidos en torno a su común oposición a una alteridad radical que no es sólo una diferencia más, sino aquella que supone una amenaza para todo el conjunto.
Estamos ante un concepto clave en el análisis de discurso de Laclau y Mouffe: el “afuera constitutivo” es esa alteridad radical que niega y constituye a un tiempo la identidad de la formación discursiva de la que es excluido. Afuera constitutivo y conflicto son, entonces, paralelos y se construyen mutuamente. Éste es el espacio de la hegemonía.
Cadenas y constitución política: lo “popular” y lo “institucional”
Esta negación no se presenta en forma positiva, sino “a través de la expansión de cadenas de equivalencia que subvierten el carácter diferencial de las identidades discursivas”[47]. Esto significa que los elementos excluidos no tienen ningún contenido que a priori les haga ser antagónicos a una conformación discursiva, sino que ésta ha podido articular muchos elementos, por encima de sus diferencias, gracias a su condensación en su común oposición a este “afuera constitutivo”, cuyo carácter viene dado no por características propias sino por su papel condensador de la cadena equivalencial.
La construcción de la “civilización occidental” es un ejemplo claro de esto: se hace por medio de la exclusión de países, hábitos y pueblos considerados “bárbaros”. A medida que ésta cadena de equivalencia se expande para incluir más elementos, se hace evidente que lo que todos esos elementos excluidos tienen en común es sólo la negación de la civilización occidental. Al quedar absorbidos África, Sudamérica y Asia en la cadena de equivalencia de los excluidos, el término “bárbaros” se va vaciando de contenido hasta significar tan solo los “no civilizados”. El afuera constitutivo es a la vez el principio de construcción discursiva para “la civilización” y su amenaza plena.
El juego de articulación y rearticulación de identidades políticas en el que se dirime la construcción de “voluntades colectivas” es en este sentido un equilibrio entre la lógica de la diferencia y la de la equivalencia, ninguna de las cuales puede dominar completamente. Así resulta que todas las identidades sociales son “puntos de entrecruzamiento entre la lógica de la equivalencia y la de la diferencia”[48].
Laclau y Mouffe emplean el ejemplo de la política británica durante la Segunda Guerra Mundial para ilustrar este juego de las diferencias y las equivalencias. La amenaza nacionalsocialista hizo que conservadores y laboristas pusieran énfasis en sus valores compartidos contra la Alemania de Hitler, que se convirtió así en el afuera constitutivo de una serie de elementos unidos en una cadena equivalencial en torno a los significantes “democracia” y “libertad” que se vaciaron para poder abarcar identidades diferentes. No obstante, para que la alianza siguiese siendo tal, hizo falta que las diferencias entre laboristas y conservadores, sin primar, se mantuviesen. De otra forma no se podría hablar de dos identidades.
El equilibrio entre las dos lógicas (la que une a los elementos en relación a sus diferencias o a su oposición común a otro) puede estructurarse y anclarse en una jerarquía: cual de las dos lógicas predomine depende de las luchas hegemónicas en ese campo. Podemos imaginar dos resultados extremos:
1. Que predomine la lógica equivalencial. Este es el caso del discurso británico durante la IIGM en el que el espacio para la diferenciación fue estrangulado por la expansión de la distinción amigo-enemigo. “Si no estás con nosotros estás contra nosotros”. El antagonismo entre Gran Bretaña y su afuera constitutivo lo penetró todo sin permitir término medio. Esto tuvo un efecto en reducir la pluralidad política en torno a una identidad absolutamente determinada por su oposición al “afuera constitutivo”.
2. La otra posibilidad es que predomine la lógica diferencial. En el desarrollo de Gran Bretaña posterior a la IIGM el gran enemigo había sido derrotado y las cosas volvían a ser “normales”, dando lugar a la proliferación de diferencias políticas. Se expandió el espacio diferencial y la cadena de diferencias. El término “el acuerdo de postguerra” expresa claramente que se trató de un compromiso entre intereses políticos diferentes y diferenciados.
De este razonamiento, los autores, nos plantea Errejon, deducen dos formas fundamentales de construcción política en el antagonismo: la “popular” y la “democrática”.
La construcción de lo popular
• La construcción popular predomina cuando prima la lógica de la equivalencia, que estructura lo social en un antagonismo que divide el campo político en dos partes.
Esta construcción constituye al “pueblo” como sujeto a través de una simplificación del espacio político. Todas las diferencias o contradicciones están dominadas por un antagonismo principal que da sentido y rearticula a todos los demás. Es el momento máximo de “politización” y equivale por tanto a la hegemonía expansiva.
Las revoluciones burguesas lo consiguieron oponiendo a la “nación”, de la que su clase era valedora, frente al antiguo régimen; los movimientos anticolonialistas uniendo a todo el pueblo subordinado en torno a la oposición común a la metrópoli imperialista. Gramsci es el teórico de la construcción de un “pueblo” de izquierdas, a partir de la superación por parte de la clase obrera de la conciencia económico-corporativa y su generación de una “conciencia colectiva nacional-popular”.
La construcción democrática
• La construcción democrática, dice Errejon, complejiza mucho más el espacio político, disgregándolo e imposibilitando su polarización en dos campos opuestos. Opera como una lógica de diferenciación que fragmenta los sujetos. Una vez que un régimen hegemónico se ha instituido, su mantenimiento depende de la capacidad de una gestión “democrática” del antagonismo, por medio de la cual cada reclamación particular se relaciona de forma vertical con el Estado y no horizontal encadenándose a otras. Todo el aparato estatal está consagrado a esta tarea: segmentar, satisfacer por separado y dispersar lo insatisfecho, aislándolo. Las políticas públicas tienden a partir el campo social en diferentes arenas, y la diferenciación e individualización del consumo ayuda a esta dispersión, que se consagra con la crisis de los macrorrelatos ideológicos que llamaban a entender el mundo político desde una sola lógica que delimitaba de forma nítida y definitiva la frontera entre amigos y enemigos.
Zizek entiende por “post-política” la maniobra ideológica que trata de negar el conflicto y diluirlo en un conjunto de gestiones técnicas orientadas por principios políticos que, así, se blindan de cualquier posible crítica. El “New Labour” es un ejemplo particularmente claro, en cuanto que su apuesta por abandonar una división “doctrinaria” y “anticuada” de izquierda/derecha a favor de las ideas “que funcionan” supone en realidad la imposición del marco en el que unas ideas u otras funcionan: el de la economía capitalista[49]. La “post-política”, entonces, es la fantasía ideológica de la disolución imposible del conflicto en la tecnocracia que gestiona un cuerpo social marcado por la anomia y la individualización, dice Zizek.
Esta es una concepción originalmente gramsciana: la de la función disgregadora del Estado, que N. Poulantzas, explicaba en los siguientes términos:
[...]Los aparatos del Estado organizan-unifican el bloque en el poder desorganizando-dividiendo permanentemente a las clases dominadas, polarizándolas hacia el bloque en el poder y cortocircuitando sus organizaciones políticas propias.[...], [Así] el Estado condensa no solo la relación de fuerzas entre fracciones del bloque en el poder, sino igualmente la relación de fuerzas entre este y las clases dominadas[50].
Es fácil percibir cómo esta cita, aunque con una formulación muy diferente, no está nada lejos de la concepción de la “lógica de la diferencia” como aquella que resuelve las demandas puntuales o las tramita de forma aislada, con la función de evitar así la construcción horizontal-equivalencial de una lógica “popular” contra el régimen.
Para Laclau, en cambio, el triunfo de esta lógica se relaciona con los éxitos de los “nuevos movimientos sociales” que, estableciendo una diversidad de campos de batalla –de identidades de género, sexuales, étnicas, culturales, etc.– han conseguido una diversidad de reconocimientos e inclusiones por parte de las instituciones. El propio éxito de estas luchas democráticas hace más difícil su unificación como luchas populares.
Los diferentes tipos de sobredeterminación
El concepto de “sobredeterminación”, tomado del famoso trabajo de Freud “La interpretación de los sueños”, le sirve a Laclau y Mouffe para describir la operación simbólica de reunión de significados en un momento nuevo.
La sobredeterminación puede darse como “condensación” o como “desplazamiento”.
La condensación ocurre cuando una variedad de significados se fusionan en una unidad.
Como si de una metáfora se tratase, una demanda reúne y expresa en forma sintetizada una pluralidad articulada de demandas. La condensación es la operación de vinculación de significados vinculada a la hegemonía, y por ello la más importante.
El desplazamiento ocurre cuando el significado de una demanda se transmite a otra. En este caso el recurso literario que mejor lo ejemplifica es el de la metonimia: en una relación de proximidad, un elemento adquiere el nombre del contiguo.
Los puntos nodales y su efecto unificador
Todo discurso es un intento de dominar el campo de la discursividad expandiendo cadenas que fijan parcialmente el sentido de los significantes “flotantes”, caracterizados porque se les atribuyen diferentes significados, y que están por tanto en disputa:
Los puntos privilegiados del discurso que fijan el sentido dentro de esas cadenas son los llamados “puntos nodales”. Zizek[51] los define como “significantes puros sin significados”, o “significantes vacíos”. Su aportación crucial es crear y sostener la identidad de un discurso, tejiendo un nudo de significados anclados.
Los puntos nodales que actúan con eficacia unificando un terreno discursivo no son necesariamente aquellos que están cargados con un significado denso, sino que están tendencialmente vacíos: Tanto más cuanta más capacidad de extensión tienen. Así pueden “arropar” a una variedad de significantes flotantes fijando su significado en un discurso estructurado. Es necesario precisar que todos los puntos nodales son significantes tendencialmente vacíos, pero no todos los significantes tendencialmente vacíos consiguen fijar el contenido de una serie de significantes flotantes y convertirse así en puntos nodales.
Torfing[52] describe el proceso como sigue: una variedad de significantes se encuentran flotando, suspendidos, sometidos a diferentes interpretaciones después de haber perdido su significado original, hasta que un “significante maestro” interviene y reconstruye su identidad anclando los significantes flotantes dentro de una cadena de equivalencia –agrupación marcada por la dicotomización. “Dios”, “Patria”, “Orden” o “Justicia” son ejemplos de puntos nodales que pueden fijar el significado de una diversidad de significantes flotantes.
Zizek resulta extremadamente esclarecedor al ofrecer una muestra práctica de la actuación de un punto nodal sobre un horizonte discursivo concreto:
“Cuando arropamos los significantes flotantes de Comunismo, por ejemplo, lucha de clases confiere una significación precisa y fija a todos los demás elementos: a democracia (la llamada democracia real opuesta a la democracia burguesa formal como forma legal de explotación); a feminismo (la explotación de las mujeres como resultado de la división clasista del trabajo); a ecologismo (la destrucción de los recursos naturales como consecuencia lógica de la producción capitalista orientada a la obtención de beneficio privado); al movimiento pacifista (el principal peligro para la paz es el agresivo imperialismo), y así...”[53]
El discurso en marcha: nominación e identidades políticas
En este punto debería estar clara la conexión que lleva a un estudio sobre la hegemonía a vincularse a la producción discursiva de las identidades políticas.
Numerosos estudiosos sobre el nacionalismo recurren al concepto de discurso para su análisis ideológico (Bhabha; Anderson; Brubaker; Calhoun), incluso (Smith). No obstante, en este caso no se trata de dar cuenta del “aspecto” ideológico-discursivo de uno u otro movimiento popular, sino de comprender de qué forma el discurso construye por sí mismo –aunque, como veremos más adelante, en una negociación con unas condiciones de posibilidad particulares en cada caso- las identidades populares, en la operación crucial de la lucha hegemónica o por construir totalidades encabezadas por un elemento particular, plantea Errejon.
Este es el terreno de la retórica, demasiado a menudo confundido con el de la “forma” de expresión de la ideología o equiparada a la oratoria.
El artículo de Marc MCNally “Countering the hegemony of the Irish national canon: the modernist rhetoric of Sea´n O’Faola´ in (1938–50)”[54] constituye, sugiere Errejon, una buena muestra de la aplicación de la retórica al estudio del nacionalismo irlandés, para redimensionar el impacto de una figura intelectual histórica en el movimiento republicano. McNally, a través de la atención al rol performativo de la retórica, alcanza conclusiones relevantes, en este caso sobre los mitos centrales del nacionalismo irlandés y su efecto sobre la práctica política.
McNally argumenta que la fuerza de la retórica reside sobretodo en “su habilidad para explorar la dimensión afectiva y dinámica de la ideología nacionalista”, que le permitiría aprehender “la naturaleza (re-)construida y maleable del nacionalismo y sus variaciones ideológicas”[55]. Esto es así porque la retórica es algo más que la expresión de la ideología nacionalista: es el medio de la construcción misma de la identidad popular “nacional” misma. Lo que se afirma para la construcción de una identidad nacional que funciona como “comunidad sagrada de ciudadanos”[56] puede ser extrapolado a todo proceso de constitución de las identidades políticas.
Esta conclusión es plenamente coincidente con la visión de Laclau: “La ideología solo puede considerarse como diferente de la retórica involucrada en la acción política si la retórica es entendida como un puro adorno del lenguaje, que no afecta en modo alguno a los contenidos transmitidos por éste”[57].
Esta noción, sin embargo, sólo se sostiene sobre una visión de los agentes sociales como constituidos de una vez por todas en base a intereses “objetivos” bien definidos.
No obstante, si no hay ningún principio ordenador externo al conflicto político, entonces los mecanismos retóricos son instrumentos de construcción de identidades –agentes– políticos. De hecho, es mediante la retórica que se construyen los sujetos populares, y éste es el núcleo de la pugna por la hegemonía.
Siguiendo a Wittgenstein, Laclau afirma que la diferencia entre lo que un movimiento político “dice” y lo que “hace” es insostenible en la práctica, desde que “los juegos del lenguaje comprenden tanto los intercambios lingüísticos como las acciones en las cuales están involucrados”, de tal manera que lo verdaderamente relevante no es confrontar la ideología con una supuesta “práctica”, sino la comprensión de las “secuencias discursivas a través de las cuales una fuerza determinada lleva a cabo su acción política global”. Esta acción se realiza mediante actos de “nominación”, en los que se produce el tránsito del “concepto al nombre”, por el cual determinados términos dejan de ser la expresión de realidades políticas preconstituidas y pasan a ser su construcción misma.
Esto sucede porque las identidades populares no son expresiones pasivas del conjunto de demandas inscritas en ellas, sino que:
“constituyen lo que expresan a través del proceso mismo de su expresión. En otras palabras: la posición del sujeto popular no expresa simplemente una unidad de demandas constituidas fuera de sí mismo, sino que es el momento decisivo en el establecimiento de esa unidad”[58].
No habiendo ninguna preexistencia de la formación hegemónica antes de ser “nombrada”, su unidad pasa del orden “conceptual” al orden nominal.
Resulta más sencillo de comprender si se atiende a un ejemplo cualquiera sacado de la cotidianidad política: afirmar que un conjunto de ciudadanos asentados en un territorio determinado constituyen “una nación” no es ningún reflejo conceptual de una unidad anterior al discurso, sino el acto político radical y fundacional de creación de esa nación, que sólo deja de ser necesario cuando la nominación está plenamente asumida como discurso dominante.
En un ejemplo sustancialmente diferente como es el de los movimientos estudiantiles, encontramos la misma lógica: la afirmación problemática del sujeto interpelado, “los estudiantes” es una construcción de identidad en sí misma, que agrupe a individuos y demandas muy diferentes en torno a su ocupación común. La relativa decadencia de la politización de este sector no es ajena, en modo alguno, a la fragmentación creciente de las formas y tiempos de inserción en el sistema educativo, que dificulta la construcción de la identidad política “estudiante”. Este ejemplo sirve además para realizar una crítica y matización a Laclau: los actos nominativos son efectivamente constitutivos de las identidades políticas. Pero no toda nominación puede construir exitosamente un sujeto. Los campus integrados y las facultades masificadas con estudiantes que realizan los mismos horarios y se dedican al estudio de manera principal y continua, por ejemplo, hace más factible la construcción discursiva del “estudiantado” como sujeto político, mientras que las reformas de precarización y diversificación de las formas de vinculación a la universidad lo dificultan considerablemente, acota Errejón.
Sin esta precisión, la teoría del discurso caería, como veremos, en un cierto utopismo. Que las identidades políticas se constituyan en su nominación no significa en modo alguno que no existan condiciones materiales de posibilidad responsables de mayores opciones de éxito para unas identidades que para otras.
Es sólo en este sentido que una teoría de la hegemonía se ocupa de los discursos como totalidades que abarcan elementos lingüísticos y no lingüísticos.
Un modelo para el estudio de la hegemonía. La Escuela de Essex.
La propuesta central de este grupo de investigadores es la de estudiar la realidad política en términos de discurso, ya que “todos los objetos son objetos del discurso, puesto que su significado depende de un sistema de reglas y diferencias significativas construido socialmente”[59].
El libro Discourse Theory and Political Analysis. Identities, Hegemonies and Social Change[60], representa un modelo fundamental a seguir para todos los investigadores interesados en la Teoría del discurso, pues representa tanto una síntesis de los consensos fundamentales al interior de la Escuela de Essex, como un compendio de ejemplos prácticos de su aplicación a objetos de estudio específicos.
Se puede afirmar por tanto la existencia de una “Escuela de Essex” entre cuyos exponentes más destacados figuran: Torfing[61], Smith[62] o la profundización especialmente sugerente de Howarth y Howarth y Stavrakakis.
Mc Lennan[63] propuso, en un artículo dedicado hace tiempo a examinar esta escuela teórica que existen “dos usos” de la Teoria del discruso: uno fuerte y otro débil.
La versión fuerte se caracterizarían por una negación implícita o explícita de la importancia de los factores socioeconómicos sobre el campo discursivo, enfatizando en consecuencia el peso determinante de los discurso sobre lo político. Los usos débiles, por su parte, estarían más preparadas para reconocer, parcial o totalmente, la posibilidad de un mayor rol constitutivo de los factores socioeconómicos e “intereses”, inclinándose así a un mayor “pluralismo metodológico”. Ambos usos se examinarán a través de una obra de referencia clave en la Escuela de Essex[64], que reúne a algunos de los investigadores más representativos de esta perspectiva para ofrecer diferentes ejemplos de la aplicación de la Teoria del discurso a los más variados estudios de caso.
La Teoría del Discurso puede ser usada entonces como una valiosa caja de herramientas para comprender la hegemonía, con sólo introducir una modificación que sería un “pecado” para sus autores pero que está en el corazón mismo del pensamiento de Gramsci del que ellos parten: el juego de las lógicas de diferencia y equivalencia, las investiduras del universal por particulares construidas por actos de nominación, no se desenvuelven en el vacío. Las propias dislocación y heterogeneidad, necesarias para que las identidades no estén preconstituidas y la ideología no las “revele” sino que se construyan en la lucha política, son condiciones que dependen de factores como la cohesión, fortaleza y capacidad de regulación y control de un Estado. La posibilidad de encarnar el universal por parte de un particular, a su vez, depende también de factores como la posición relativa de esa identidad particular en la estructura económica de una sociedad, su capacidad de movilización –simbólica y material- y su relación con otras fuerzas. El reconocimiento de que todas las identidades políticas son construidas debe ser acompañado por la constatación de que no todas tienen la misma posibilidad de éxito en sus esfuerzos por ser hegemónicas. Esto conduce de forma necesaria a estudiar las “condiciones de posibilidad” de la hegemonía.
Esperemos que, llegados a este punto, propone Errejon, quede claro que la hegemonía no es una operación lingüística que se produce sobre un escenario plano, sino un despliegue político que parte de condiciones de posibilidad que influyen en su potencial éxito o fracaso. Gramsci lo reconoce así al afirmar el carácter “de clase” de toda hegemonía. Laclau, como hemos visto, incurre en peligrosas contradicciones al intentar afirmar la contingencia absoluta de la hegemonía, y acaba reconociendo, cuando hace análisis político de situaciones concretas, la existencia de “límites extradiscursivos” a la construcción de identidades políticas. Entre ambos, esta reflexión, coincidiendo con Errejón, apuesta por un uso blando de la Teoria del discurso para el estudio de la hegemonía en Colombia.
La propuesta central de este grupo de investigadores es la de estudiar la realidad política en términos de discurso, ya que “todos los objetos son objetos del discurso, puesto que su significado depende de un sistema de reglas y diferencias significativas construido socialmente”[65].
Un ejemplo de un uso “fuerte” de la Discourse Theory lo encontramos en Barros y Castagnola[66] que explican el peso del peronismo en la política argentina sólo en términos de su capacidad discursiva: de las reglas por las cuales fue capaz de articular una gran variedad de demandas y grupos en torno al significante tendencialmente vacío del liderazgo de Perón. Al no introducir en su modelo explicativo ninguna variable socioeconómica con independencia de su articulación discursiva, como “condiciones de posibilidad” del despliegue de un proyecto hegemónico concreto el hecho de que el discurso peronista fuese particularmente fuerte entre los trabajadores urbanos sindicalizados no parece ser susceptible de explicación y es así tomado como un dato más.
Siguiendo ese hilo deductivo, este analisis adopta entonces una perspectiva blanda en la que la efectividad política no se atribuye en exclusiva a la capacidad preformativa de un discurso concreto, sino que se pregunta también por sus condiciones de emergencia y transformación. Finlayson y Valentine[67] afirman que quizás deba ser más porosa la frontera entre las teorías de la contingencia y las estructuralistas, en una articulación que explique el “qué” y el “cómo” pero también el “porqué”. La aleatoriedad no puede ser una excusa para no explicar porqué los mismos discursos cosechan resultados tan dispares en lugares diferentes, conformados por estructuras económicas, institucionales y sociales diversas.
Laclau y Mouffe, en el fondo, han “historicizado” la ciencia política, al reconocer la variabilidad de las construcciones hegemónicas, y la necesidad de todo estudioso de la política de preguntarse por la producción de identidades políticas que ocurre siempre en y a través del conflicto. Ahora se trata de “espacializar” el enfoque: pasar de una teoría de la hegemonía en abstracto a comprender su despliegue en un caso particular marcado por condiciones determinadas. No es otro el sentido gramsciano, que ya hemos visto, del concepto gramsciano de “bloque histórico”.
La Teoría del Discurso puede ser usada entonces como una valiosa caja de herramientas para comprender la hegemonía, con sólo introducir una modificación que sería un “pecado” para sus autores pero que está en el corazón mismo del pensamiento de Gramsci del que ellos parten: el juego de las lógicas de diferencia y equivalencia, las investiduras del universal por particulares construidas por actos de nominación, no se desenvuelven en el vacío. Las propias dislocación y heterogeneidad, necesarias para que las identidades no estén preconstituidas y la ideología no las “revele” sino que se construyan en la lucha política, son condiciones que dependen de factores como la cohesión, fortaleza y capacidad de regulación y control territorial de un Estado. La posibilidad de encarnar el universal por parte de un particular, a su vez, depende también de factores como la posición relativa de esa identidad particular en la estructura económica de una sociedad, su capacidad de movilización –simbólica y material- y su relación con otras fuerzas. El reconocimiento de que todas las identidades políticas son construidas debe ser acompañado por la constatación de que no todas tienen la misma posibilidad de éxito en sus esfuerzos por ser hegemónicas.
Las condiciones de posibilidad de la hegemonía de ciertas identidades
Esto conduce de forma necesaria a estudiar las “condiciones de posibilidad” de la hegemonía. En el caso colombiano: las condiciones de posibilidad para el surgimiento de la hegemonía nacional-popular en Colombia.
Esperemos que, llegados a este punto, quede claro que la hegemonía no es una operación lingüística que se produce sobre un escenario plano, sino un despliegue político que parte de condiciones de posibilidad que influyen en su potencial éxito o fracaso. Gramsci lo reconoce así al afirmar el carácter “de clase” de toda hegemonía.
Laclau, como hemos visto, incurre en peligrosas contradicciones al intentar afirmar la contingencia absoluta de la hegemonía, y acaba reconociendo, cuando hace análisis político de situaciones concretas, la existencia de “límites extradiscursivos” a la construcción de identidades políticas.
Un esquema de la producción discursiva de la hegemonía
Con lo discutido hasta ahora acerca ya tenemos materiales suficientes para completar nuestra definición de hegemonía.
Del examen del pensamiento gramsciano habíamos extraído la definición de hegemonía en base a cuatro componentes fundamentales: Dislocación, Articulación, Integración Parcial de otros grupos y Condiciones de posibilidad.
La Teoría del Discurso permite comprender las identidades políticas como una producción relacional y contingente, que no expresa sujetos preconstituidos fuera del discurso, sino que los constituye de manera radical e inestable. Por consiguiente, el nacionalismo no expresa la nación, sino que la construye, en la misma medida que el indianismo no es el descubrimiento, quinientos años después, de la dimensión étnica olvidada, sino su producción actual con mitos que apelan al pasado.
De entre todas las identidades políticas, la Teoría del Discurso presta especial atención a una forma particular de articulación: la formación de las identidades populares, la construcción del sujeto “pueblo”.
El trabajo de Ernesto Laclau preside el armazón teórico al respecto, en el que se incluyen trabajos de otros académicos que forman parte de esta perspectiva.
La teoría gramsciana de la hegemonía giraba en torno a la superación, por parte de la clase obrera, de sus intereses corporativos para convertirse en el grupo dirigente de un nuevo compuesto social, de una nueva totalidad. A esta nueva totalidad Gramsci la llamaba una “voluntad colectiva nacional-popular”, por cuanto el objetivo del proletariado era reordenar el campo de lo político en un sentido nuevo que le posicionase como representante, conductor y valedor de una nueva mayoría nacional conformada por los sectores subalternos. Este combate político cultural no es reducible al de trabar alianzas entre diferentes grupos sociales contra un enemigo común, sino que es estrictamente “fundacionalista”: se trata de imaginar una nueva comunidad política y generalizar esta nueva imaginación. Estamos por tanto ante la institución de un “pueblo”. Como se ha visto, para Gramsci es la clase obrera la que está –por su posición “objetiva” en el proceso productivo- en condiciones de interpelar a las mayorías sociales contra la sociedad de clases y la dominación de los propietarios del capital.
La Teoría del Discurso parte de esta concepción, pero, como ya se ha explicado, “desnaturaliza” toda identidad política y rechaza que alguna pueda ser el reflejo de una condición instituida fuera de la pugna de significados, en un terreno puro e incontaminado de la economía que no se vería afectado por la competencia entre discursos por darle uno u otro significado al hecho, por ejemplo, de ser “asalariado”.
De esta forma, la Teoría del Discurso puede generalizar sus propuestas, y ampliar la teoría de la hegemonía no sólo a los procesos políticos presididos por el conflicto entre clases sociales, sino a cualquier confrontación política.
Si los intereses no están prefijados, la política misma, en su momento de fundación o “popular” es entonces una lucha por el sentido, una pelea por construir articulación y representar los intereses propios como universales, y los del adversario como la amenaza a esa universalidad. Esto significa que una actividad central de la política es la actividad de constitución de identidades, que no obstante su duración en el tiempo, nunca pueden darse por plenamente instituidas, y siempre están sometidas a contestación o reinterpretación.
Este continuo movimiento es, en rigor, la política
Es necesario, sin embargo, repetir la advertencia efectuada con anterioridad, plantea Errejon. Este movimiento continuo es contingente en el sentido de que sus resultados no tienen nada de necesario, no estaban escritos en ningún sitio ni tienen más lógica inherente que la de la relación entre elementos y la lucha política. No obstante, eso no significa que sea un movimiento arbitrario, en el que todo sea posible. La articulación vincula y resignifica elementos en cadenas discursivas más amplias que les otorgan uno u otro significado político. Pero esos elementos o “condiciones de posibilidad” tienen existencia empírica, sea en forma de instituciones sedimentadas de sentido, sea en forma de “materias primas” disponibles para una construcción discursiva y no para otra.
Por tanto, no todas las articulaciones discursivas son susceptibles de ser exitosas, sencillamente porque no todas cuentan con las mismas “materias primas” para su construcción de identidad política, nos advierte Errejon. Por supuesto todas son practicables, pero hacen falta parámetros que, más allá de la contingencia, ayuden a identificar cuales podrán generalizarse y aspirar a la hegemonía y cuales cuentan con mayores posibilidades de fracaso.
Por oposición, la identidad popular nace de la vinculación entre sí de demandas insatisfechas por el sistema al que se dirigen. Cuando el Estado no es capaz de satisfacer o neutralizar un número sustantivo de éstas, cabe la posibilidad de que la frustración mutua produzca lo que Laclau llama una “cadena de equivalencias”, en la que una de las demandas se eleva por encima de las otras. Esta demanda, que señala una contradicción principal, nunca pierde su sentido particular, pero éste estará siempre en tensión con el significado universal recién adquirido: la expresión de todas las demandas unidas en la cadena y opuestas al sistema en el que no encuentran respuesta satisfactoria.
Por medio de esta cadena, las reivindicaciones más dispares pueden aliarse en una relación de solidaridad frente al status quo y los grupos dominantes. Se establece así una frontera que divide el campo político en dos bloques antagónicos, interpelando al campo mayoritario –el “pueblo”– a fundar un nuevo orden político. Esta frontera es crucial, pues delimita al “nosotros” del “afuera constitutivo”, que es a un tiempo la condición de posibilidad y la negación de la nueva identidad –del “nosotros”–. La relación con esta frontera es por tanto siempre inestable.
Este vínculo equivalencial, sin embargo, es frágil e inestable. Para consolidarse como identidad popular, una cadena de equivalencias necesita cristalizar en ciertos símbolos que expresen algo más que la suma de demandas insatisfechas. Ese “algo más” es ya la oposición al orden existente y la voluntad de transformarlo en un sentido más justo por cuanto más favorable a la mayoría de diferentes grupos sociales agraviados y que ya no confían plenamente en la institucionalidad existente para la satisfacción de sus necesidades. Esta cristalización se produce en torno a significantes tendencialmente vacíos, términos que anteriormente eran susceptibles de ser significados por diferentes discursos, y que por su propia amplitud pueden pasar de ser conceptos a ser “nombres: perdiendo su significado El significante tendencialmente vacío que expresa esa nueva identidad popular que ya es algo más que la suma de demandas insatisfechas –pero que nunca perderá ese significado de suma de particulares- resignifica una serie de significantes flotantes, los ancla fijando su significado de acuerdo con la identidad popular en formación.
La superficie de inscripción y resignificación
De esta forma, se ha conformado un discurso político que funciona como superficie de inscripción y resignificación para diferentes demandas, a las que vincula y expresa en una síntesis mayor, orientándolas hacia un cuestionamiento del orden existente mediante una polarización del campo de lo social en dos bloques: de un lado el “pueblo” olvidado, explotado, sometido; del otro el sistema, las élites, los propietarios.
El significado particular que esta frontera tenga, y en consecuencia la conformación de estos dos bloques, depende de cual de entre las demandas insatisfechas asociadas en una cadena de equivalencias haya pasado a ser la demanda fundamental, la “dimensión ganadora”. Este particular, convertido en universal por medio de su articulación en la cadena y la posterior construcción de identidad popular, es el contenido específico de la hegemonía en formación y expansión, como ya se ha señalado.
El significante tendencialmente vacío ha adquirido así un sentido preciso, pero deberá seguir actuando como superficie de inscripción para diferentes demandas, en un movimiento pendular: si se amplía demasiado y llega a representar la comunidad política entera, se deshace y no imprime ningún contenido particular de reforma a las condiciones existentes; si se cierra demasiado y deja demasiadas demandas fuera de su construcción, perderá poco a poco la hegemonía, la posibilidad de universalidad, y quedará encerrado en una particularidad más fácil de ser cercada y derrotada.
Es la tensión, característica del populismo, entre hegemonismo y refundacionalismo: entre disolver la frontera constitutiva y afirmarla.
En este sentido identidad popular y hegemonía están íntimamente ligados, y son dos componentes de un mismo proceso de ruptura del orden existente y construcción de uno nuevo: el de la movilización y el cambio político profundo.
Hay que especificar solamente dos cuestiones. En primer lugar, que este esquema sirve para comprender las transformaciones políticas caracterizadas por la intervención de los sectores populares –en cuanto sectores carentes de poder económico, mediático o político- en un proceso de cambio antagónico y, por ello, sustancial. No debe ser por tanto confundido con la alternancia de adversarios en la contienda electoral dentro de la institucionalidad democrática liberal, ni por la mera sustitución militar o clientelar de élites en países no democráticos, donde la apelación al “pueblo” es ya un recurso retórico plenamente vacío.
En segundo lugar, como es propio a la política, este esquema no tiene nada de necesario ni de automático. Designa sólo la forma que toma toda construcción hegemónica que, como se defiende, entraña siempre la producción de una identidad popular nueva, encarnada en un particular que es el que le otorga su sentido político. Es, por tanto, siempre el resultado de una movilización política que incluye la acción de los intelectuales, la propaganda cultural, la agitación política, la discusión ideológica, la presión popular y las más diferentes formas de intervención en la agenda pública, desde las peticiones y las manifestaciones hasta la acción disruptiva de masas y la insurgencia armada. Todas estas prácticas son objeto de diferentes estudios y enfoques teóricos por parte de diferentes disciplinas dentro de las ciencias sociales.
Lo relevante para este estudio es exclusivamente su carácter performativo, la medida en la que contribuyen a dotar de un sentido político u otro determinadas condiciones sociales preexistentes, ordenando así un campo múltiple y heterogéneo en una conformación hegemónica, esto es, produciendo una “voluntad colectiva nacional-popular”.
Esquema general de la Teoría del discurso y de la teoría de Gramsci sobre la hegemonía.
De acuerdo con el marco de análisis de Errejon recogido y expuestos los elementos centrales de la Teoría del Discurso en lo referente a la construcción de identidades populares, procedemos ahora a sintetizarlas en el siguiente esquema.
En la construcción de una identidad popular, en la producción del “pueblo”, intervienen siempre los siguientes factores:
1. Acumulación de demandas sociales que no han sido satisfechas o neutralizadas.
Esta vinculación de solidaridad por la frustración mutua es aún precaria, amplia, difusa y altamente inestable, pero ya señala la debilidad de la hegemonía existente, la incapacidad de los dirigentes para representar el bienestar colectivo y la desafección de los gobernados. Se trata de un terreno conflictivo y disgregado propicio para la articulación discursiva.
2. Formación de una cadena de equivalencias entre todas las demandas insatisfechas en torno a una de ellas, que funciona como condensación de la cadena y expresa al resto, definiendo la frontera que constituye el enfrentamiento y los contendientes, dicotomizando el espacio político. Este es el momento de gestación de la nueva hegemonía, en tanto que paso de la suma de reivindicaciones a la expresión de una nueva oposición unitaria y proyecto de transformación. Esta demanda particular define el contenido político de la hegemonía, en función del grupo que haya conseguido ver sus intereses particulares encarnando el universal.
3. Cristalización de esta cadena en un significante tendencialmente vacío que termina por ser desprovisto de sus significados anteriores para pasar de ser un concepto a un nombre que refiere directamente a la cadena formada y la frontera que dibuja el enfrentamiento. Este significante vacío puede ser un líder, una consigna o una condición común, pero desde el momento de su conversión en nombre es ya la expresión de la nueva identidad popular.
4. Fijación de significantes flotantes por parte del significante vacío, dentro del discurso hegemónico. Diferentes significantes flotantes, tales como “nación”, “pueblo” “libertad” o “dignidad” son articulados dentro del nuevo campo discursivo, adquiriendo un significado nuevo. Esta es la operación que sostiene la pretensión de universalidad del proyecto político en cuestión, que ya es capaz de presentarse como el avance de la comunidad política en general. La conquista del poder político y económico, ahora, depende de los avatares del conflicto electoral, insurreccional o militar, pero la prolongada batalla cultural o “guerra de posiciones” ya es favorable al sector o sectores que han conseguido llegar hasta aquí. En este punto ya existe un sujeto “pueblo” que ha conseguido desmontar la dominación ideológica de los grupos dominantes, descabezar sus pretensiones de legitimidad, y presentar como intolerable su dirección. La dominación, por tanto, está ya cercada a la espera de su derrota formal.
5. Momento de péndulo entre el “fundacionalismo” y el “hegemonismo”. La hegemonía construida sobre el nuevo “pueblo” está basada siempre en la tensión entre el particular y lo universal. En términos de Laclau –y de Dussel[68] una plebs que se reclama único pópulus legítimo. El nuevo orden político ha nacido como una refundación de la comunidad política que termine con la marginación, explotación o subordinación de las mayorías sociales y reconcilie a toda la comunidad.
Pero a la vez se sustenta sobre la construcción de una frontera que excluye siempre a una minoría, una élite, frente a la cual se constituye el “pueblo”. La nueva institucionalidad que consolide la dominación de nuevo grupo social hegemónico estará siempre sometida a un movimiento pendular entre el “fundacionalismo” y el “hegemonismo”; entre la afirmación de la frontera sobre la que se sostiene el nuevo sistema y su mayoría política o plebs, y la tentación de disolverla y hacerse la comunidad entera, o populus. En la polisemia del término “pueblo” se juega el difícil equilibrio de la hegemonía entre los abismos paralelos del aislamiento o el vaciamiento. Esta fase puede ser entendida como la de consolidación de la hegemonía que en el futuro será desafiada por alguna otra ruptura popular o contrehegemonía, y, por tanto, como el cierre del círculo.
De la teoría de la hegemonía de Gramsci se extraen los siguientes cuatro elementos centrales: Dislocación, Articulación, Integración Parcial de otros grupos y Condiciones de posibilidad.
De la Teoría del Discurso se extraen los siguientes cinco elementos: Acumulación de demandas insatisfechas, Formación de una cadena de equivalencias, Cristalización en torno a un significante tendencialmente vacío, Fijación de significantes flotantes por parte del significante vacío, y Momento de péndulo entre “refundacionalismo” y “hegemonismo”.
Una apreciación rápida constata la extrema cercanía entre algunos de los elementos o momentos individualizados en cada una de las dos perspectivas teóricas.
Los elementos de la teoría gramsciana de la hegemonía hacen referencia a las relaciones entre grupos sociales –entre clases sociales y fracciones de clase, originalmente en Gramsci– y su articulación en una conformación hegemónica. Es por tanto un esquema para comprender la evolución en la correlación de fuerzas en la lucha política entre grupos sociales. Así, a estos elementos se agrupan en una “Matriz de la hegemonía sociopolítica”
Los elementos de la construcción discursiva de identidades políticas refieren a las operaciones por las que, frente a un orden existente, se conforma, extiende, constituye y “estabiliza” un sujeto popular. Es por lo tanto un esquema para comprender la producción discursiva de la hegemonía en tanto encarnación particular del universal. Así, estos elementos componen la “Matriz de la hegemonía discursiva”.
Estas dos matrices no constituyen dos formas diferentes de abordar la cuestión de la hegemonía. Significan más bien dos ópticas sobre un mismo proceso. No obstante, constatar que la primera privilegia su atención sobre la relación entre los grupos sociales, mientras la segunda lo hace sobre la producción discursiva no es suficiente. Es cierto que ambas matrices se mueven en niveles diferentes, pero no porque aludan a fenómenos diferentes o aún a ópticas diferentes de interpretación de un mismo fenómeno.
En realidad, una segunda lectura comparativa de estas dos matrices permite apreciar que la segunda es una concreción de la primera. Si la matriz sociopolítica se ocupa de la hegemonía como relación entre los grupos sociales, la matriz discursiva se centra sólo en el corazón de la hegemonía: la articulación.
En la matriz 1 (Gramsciana), la actividad fundamental es la articulación, de la que el resto de elementos suponen condiciones previas o derivadas: la dislocación es el punto de partida en ausencia del cual no puede haber práctica hegemónica, y las condiciones de posibilidad son en realidad el elemento corrector que permite entender que la lucha política no es mera confrontación literaria, sino que envuelve condiciones que no se eligen, heredadas, que marcan las posibilidades con las que parten los contendientes. El elemento Integración parcial de otros grupos es el resultado primero de la articulación de diferentes intereses corporativos o particulares en una nueva voluntad colectiva unitaria, y después del ejercicio mismo de la dirección política, que satisface y atrae a algunos grupos subordinados mientras aísla, dispersa y neutraliza a los oponentes identificados como antagonistas.
La matriz 2 (Teoria del discurso) puede y debe ser utilizada, en consecuencia, como una concreción del elemento central que define la actividad hegemónica, la articulación, siempre que en ella se incorporen los elementos de la primera matriz, sin los cuales el análisis puede sufrir serias distorsiones: Partida de una situación de dislocación, Integración parcial de grupos subordinados y Condiciones de posibilidad.
Incorporando estos elementos como premisas o condiciones de partida, podemos completar la matriz número 2 y usarla entonces como modelo explicativo de la construcción de identidades populares hegemónicas.
Pasemos ahora a la elaboración de la categoría “pueblo” como central en la construcción de la hegemonía nacional popular en tiempos de paz.
Notas.
[1] Ver de Laclau y Mouffe Hegemonía y Estrategia socialista en el siguiente enlace electrónico http://bit.ly/1R0lkCy
[2] Señalamos nuevamente que en esta reflexión, acogemos y nos guiamos con el rico y sugerente análisis de I. Errejon, cientista político español, que ha concentrado su reflexión en la crisis política española reflejada en la emergencia de las protestas de millones de ciudadanos indignados con la corrupción de la oligarquía política tradicional y con las consecuencias sociales de la debacle económica. Los trabajos de Errejon que hemos trabajado y seguimos en su argumentación son los siguientes en su correspondiente enlace electrónico: http://bit.ly/1SmiaIS ; http://bit.ly/1n6TEhR ; http://bit.ly/1ntEeop ; y http://bit.ly/1V28m4H , entre otros
[3] Ver de M. Foucault el siguiente texto (1996): La arqueología del saber, Madrid: Siglo XXI, en el siguiente enlace electrónico http://bit.ly/1u3rows
[4] Ver selección de escritos de Lacan en el siguiente enlace electrónico http://bit.ly/1PBsixq
[5] Ver Gramsci Antonio (1975 [2000]): Cuadernos de la cárcel, México, Ediciones ERA-Universidad Autónoma de Puebla, V. 5 p. 42 traducción de la edición crítica del Instituto Gramsci de Roma, a cargo de Valentino Gerratana. Consultar siguiente enlace electrónico http://bit.ly/1nBf1c4
[6] Ver de Laclau y Mouffe Hegemonía y Estrategia socialista en el siguiente enlace electrónico http://bit.ly/1R0lkCy P. 69
[7] Ver Laclau, E. (1985): “New social movements and the plurality of the social” en Slater, D. (ed.), New social movements and the Estate in Latin America, Amsterdam: CEDLA. pp. 28-29. Consultar siguiente enlace electronico http://bit.ly/1WQ55XT
[8] Ver de Laclau y Mouffe Hegemonía y Estrategia socialista en el siguiente enlace electrónico http://bit.ly/1R0lkCy P. 137
[9] Ver Laclau, E. (1985): “New social movements and the plurality of the social” en Slater, D. (ed.), New social movements and the Estate in Latin America, Amsterdam: CEDLA. P. 33. Consultar siguiente enlace electrónico http://bit.ly/1WQ55XT
[10] Ver selección de escritos de Lacan en el siguiente enlace electrónico http://bit.ly/1PBsixq
[11] Ver Torfing, Jacob (1999): New Theories of Discourse: Laclau, Mouffe and Zizek. Brighton: Blackwell Publishers. P. 102. Consultar siguiente enlace electrónico http://bit.ly/1JJ98Dq
[12] Ver de Laclau y Mouffe Hegemonía y Estrategia socialista en el siguiente enlace electrónico http://bit.ly/1R0lkCy P. 137
[13] Ver Ricoeur, P. (1986): Lectures on Ideology and Utopia. New York: Columbia University Press. P. 13. Consultar el siguiente enlace electrónico http://bit.ly/1UtBjGM
[14] Ver Gramsci Antonio (1975 [2000]): Cuadernos de la cárcel, México, Ediciones ERA-Universidad Autónoma de Puebla, V. 2 p. 149 traducción de la edición crítica del Instituto Gramsci de Roma, a cargo de Valentino Gerratana. Consultar el siguiente enlace electrónico http://bit.ly/1SCewuN
[15] Ver Derrida, J. (1976): De la Gramatologia. Baltimore: Johns Hopkins University Press. Consultar el siguiente enlace electronico https://filosinsentido.files.wordpress.com/2013/06/132753226-derrida-de-la-gramatologia.pdf
[16] Ver Laclau, E. (1996): “The Death and resurrection of the theory of ideology” en Journal of Political Ideologies, 1:3. pp. 201-220. Consultar el siguiente enlace electronico http://bit.ly/1JJa6zt
[17] Ver Laclau, E. (1990): New Reflections on the Revolution of our time. London. P. 61. Consultar siguiente enlace electronico http://bit.ly/1OSwHbF
[18] Ver Spivak, G. Ch.(1990): The post-colonial critic: interviews, strategies, dialogues. London: Routledge. Consultar siguiente enlace electronico http://bit.ly/1KIa8mc
[19] Ver Ver Derrida, J. (1976): De la gramatologia. Baltimore: Johns Hopkins University Press. Consultar http://bit.ly/1nBgmj3
[20] Ver Mouffe. Ch. (1995): “Post-Marxism: democracy and identity”, en Enviroment and Planning: Society and Space, 13. P. 261.. Consultar en http://bit.ly/1PlFLHB
[21] Ver Laclau. E. (1994) The making of political identities. London. Consultar en http://bit.ly/1OSxsBy
[22] Ver Quijano, A. (2000): “Colonialidad del poder, eurocentrismo y América Latina”, en Edgardo Lander (comp.) La Colonialidad del saber: Eurocentrismo y Ciencias Sociales. Perspectivas Latinoamericana. Buenos Aires: Clacso. pp. 201-246. 636; (2000b): “Colonialidad del poder y clasificación social”, en Journal of world2sistems research, XI, 2, sumer/fall: 342-386. Ver igualmente a Mignolo, W. (2003): Historias Locales, Diseños Globales. Madrid: Akal. Consultar en http://bit.ly/1KIaWYi ; y en http://bit.ly/1G9IxsM
[23] Ver Zizek, S. (1989): The Sublime object of ideology . Consultar en http://bit.ly/1KIbeOW
[24] Ver Zizek, S. (1989): The Sublime object of ideology . London. P.126. Consultar en http://bit.ly/1KIbeOW
[25] Ver Laclau, E. (1993): “Discourse” In Gooding and Petit (eds.) The Blacwell Companion to Contemporary Political Philosophy. Oxford: Blackwell. pp. 431-437. Consultar en http://biblioteca.itam.mx/estudios/60-89/68/ErnestoLaclauDiscurso.pdf
[26] Ver Saussure, F. (1981): Course in General Linguistics. Suffolk: Fontana. Consultar en http://bit.ly/1SegP7x
[27] Ver Saussure, F. (1981): Course in General Linguistics. Suffolk: Fontana. Consultar en http://bit.ly/1SegP7x
[28] Ver Saussure, F. (1981): Course in General Linguistics. Suffolk: Fontana. P. 113. Consultar en http://bit.ly/1SegP7x
[29] Ver Foucault, M. (1991): “Politics and the study of discourse” en Burchell, Gordon and Miller (eds.) The Foucault Effect. London: Harvester. pp. 53-72. Consultar en http://bit.ly/1PlGCYM
[30] Ver Derrida, J. (1976): Of grammatology. Baltimore: Johns Hopkins University Press. P. 148.
[31] Ver Benveniste, E. (1971): Problems in General Linguistics. Miami: University of Miami Press. P. 48.
[32] Ver Torfing, Jacob (1999): New Theories of Discourse: Laclau, Mouffe and Zizek. Brighton: Blackwell Publishers.
[33] Ver Laclau, E. y Mouffe, Ch. (1985): Hegemony and Socialist Strategy: Towards a Radical Democratic Politics. London: Verso. Pp. 128,137. Y (1996): “The Death and resurrection of the theory of ideology” en Journal of Political Ideologies, 1:3. pp. 201-220.
[34] Ver Torfing, Jacob (1999): New Theories of Discourse: Laclau, Mouffe and Zizek. Brighton: Blackwell Publishers.
[35] Ver Furet, F. (1978): Penser la Révolution Française. Paris: Gallimard. Consultar en http://bit.ly/1Seh8zn
[36] Ver Butler, J. Laclau, E. y Zizek, S. (2000): Contingencia, hegemonía, universalidad. Diálogos en la izquierda contemporánea. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica. Consultar en http://bit.ly/1i2UURa
[37] Ver Laclau, E. (2005): La razón populista. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica. P. 95. Consultar en http://bit.ly/1Sm16Bu
[38] Ver Schmitt, C. (1927 [1976]): El concepto de la política. Consultar en http://bit.ly/1PIJIYT
[39] Ver Mouffe, Chantal. (1993): “Introduction: for an agonistic pluralism” in Mouffe (ed.) The Return of the Political London: Verso. pp. 1-8.
[40] Ver Mouffe, Chantal. (1993b): “Towards a Liberal Socialism” in Mouffe (ed.) The Return of the Political London: Verso. pp. 90-101.
[41] Mouffe, Chantal (2007): En torno a lo político. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.
[42] Ver Zizek, S. (1990): “Beyond Discourse-Analysis” en Laclau, E. (ed.) [43] Zizek, S. (1990): “Beyond Discourse-Analysis” en Laclau, E. (ed.) New Reflections on the Revolution of Our Time. London: Verso. pp. 249-260.
[44] Ver Laclau, E. (1990): [45] Ver Torfing, Jacob (1999): New Theories of Discourse: Laclau, Mouffe and Zizek. Brighton: Blackwell Publishers.
[46][46] Ver Howarth, David (2000b): “The difficult emergence of a democratic imaginary: Black consciousness and non-racial democracy in South Africa” en: Howarth, D. Norval, A. J y Stavrakakis, Y. (eds.) Discourse Theory and Political Analysis. Identities, Hegemonies and Social Change. Manchester & New York: Manchester University Press. pp. 168-192. Consultar en http://bit.ly/1lXWtRt
[47] Ver Laclau, E. y Mouffe, Ch. (1985): Hegemony and Socialist Strategy: Towards a Radical Democratic Politics. P. 128.
[48] Ver Lalcau, E. (1995): “Subject of Politics, politics of the subject” en Diferences, 7:1. P. 152.
[49] Ver Zizek, S. (2007): En defensa de la intolerancia. Madrid: Sequitur. Consultar en http://bit.ly/P6G25l
[50] Ver Poulantzas, N. (1979): Estado, poder y socialismo. Madrid: Siglo XXI. Consultar en http://bit.ly/1KId2Ht
[51] Ver Zizek, S. (1989): The Sublime object of ideology . London: Verso.
[52] Ver Torfing, Jacob (1999): New Theories of Discourse: Laclau, Mouffe and Zizek. Brighton: Blackwell Publishers.
[53] Ver Zizek, S. (1989): The Sublime object of ideology .
[54] Ver MCNally, M. (2009): “Countering the hegemony of the Irish national canon: the modernist rhetoric of Sea´n O’Faola inn (1938–50)” en Nations and Nationalism, 15 (3). pp. 524–544.
[55] Ver MCNally, M. (2009): “Countering the hegemony of the Irish national canon: the modernist rhetoric of Sea´n O’Faola inn (1938–50)” en [56] Ver Smit, A (2001): Nationalism. Cambridge: Polity Press. P. 35.
[57] Ver Laclau, E. (2005): La razón populista. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.
[58] Ver Lalcau, E. (2005): La razón populista. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.
[59] Ver Howarth, D. Norval, A. J y Stavrakakis, Y. (eds.) (2000): Discourses Theory and Political Analysis: Identities, Hegemonies and Social Change. Manchester: Manchester University Press.
[60] Ver Howarth, D. Norval, A. J y Stavrakakis, Y. (eds.) (2000): Discourses Theory and Political Analysis: Identities, Hegemonies and Social Change. Manchester: Manchester University Press.
[61] Ver Torfing, Jacob (1999): Tew Theories of Discourse: Laclau, Mouffe and Zizek. Brighton: Blackwell Publishers
[62] Ver Smith, A.M. (1994): [63] Ver Mc Lennan, G. (1996): “Post-Marxism and the “Four Sins” of Modernist Theorizing” New Left Review, 218. pp. 53-74.
[64] Ver Howarth, D. Norval, A. J y Stavrakakis, Y. (eds.) (2000): Discourses Theory and Political Analysis: Identities, Hegemonies and Social Change. Manchester: Manchester University Press.
[65] Ver Howarth, D. Norval, A. J y Stavrakakis, Y. (eds.) (2000): Discourses Theory and Political Analysis: Identities, Hegemonies and Social Change. Manchester: Manchester University Press.
[66] Ver Barros, S. y Castagnola, G. (2000): “The political frontiers of the social Argentinean politics after the emergence of Peronist populism (1955-1973)” en Howarth, D. Norval, A. J and Stavrakakis, Y. (eds.) 2000 Discourses Theory and Political Analysis: Identities, Hegemonies and Social Change. Manchester: Manchester University Press.pp. 24-37.
[67] Ver Finlayson, A and Valentine, J. (eds.) (2002): Politics and Pos2structuralism. Edinburgh: Edinburgh University Press.
[68] Ver Dussel, E. (2007): Cinco tesis sobre el populismo. México DF: UAM-Iztapalapa. Consultar en http://bit.ly/1TqgkX5
Con su delirante discurso plebiscitario, Santos pretende recomponer la maltrecha hegemonia neoliberal de la casta oligarquica dominante.
Apela al pueblo para encuadraro en su paz oligárquica.
En la iniciada campaña para promover su plebiscito clientelar, dice Santos en Mompox: "Necesito que ustedes me ayuden a mí, pero no a mí, a ustedes mismos, cuando se les presente ese plebiscito a decir y a votar, yo sí quiero la paz, quiero la paz para mis hijos”, pidió el Presidente de la República a los momposinos y los colombianos.
Santos, dice la prensa, insistió que el objetivo del plebiscito es que sean los colombianos los que decidan por la paz. "Ustedes, el pueblo colombiano, no el Presidente ni mi Gobierno, el pueblo colombiano decidirá si quiere la paz o no”, dijo.
"Yo estoy convencido de que el pueblo quiere la paz, pero necesito su apoyo. Que salgan a decir eso: El pueblo colombiano no quiere más guerra", añadió. ( http://bit.ly/1TdnEFd )
Este discurso en favor del mecanismo preferido por el gobierno para supuestamente refrendar los Acuerdos finales de paz, es parte de una estrategia orientada a recomponer, utilizando el problema de la violencia y la necesidad de la paz, la maltrecha hegemonía neoliberal de la casta dominante en el Estado y el régimen.
Los asesores del Presidente saben perfecto que la nominación “pueblo” suele ser el momento más elevado de construcción subjetiva con pretensión hegemónica.
Es por tal razón que lo que se denomina “mecanismos populistas de articulación de las identidades políticas” resultan especialmente útiles para comprender el proceso político asociado a la paz y una fuerza política que lo defienda, en el caso Colombiano.
Intentan la interpelación del “pueblo” por parte de un líder nacional que convoca, por medio de una movilización directa que postula la regeneración de la comunidad popular idealizada.
Saben en la Casa de Nariño que la construcción del “pueblo” es inseparable del discurso y la hegemonía. Pues cuando un significante vacío (maestro, punto de condensación de diversas demandas populares) es capaz de anclar los significados de varios significantes “flotantes” o en disputa y vincularlos entre sí en un relato, que ordena el campo político en su beneficio, en este caso de la Unidad Nacional santista.
Se ha visto que la identidad popular nace siempre como la cristalización de una cadena equivalencial: una demanda particular que pasa a representar al resto de la agrupación. Aquí la demanda de la paz justa y democratica
Es lo que Althusser denominaba condensación para analizar el rol de la consigna bolchevique “paz, pan y tierra”, capaz de reunir una diversidad de quejas y reivindicaciones en un proyecto de ruptura que así se hacía hegemónico.
Quieren convertir la idea de la paz y el llamado al plebiscito en una superficie de inscripción de diversas reivindicaciones sociales y regionales, pero con el objetivo de reforzar la gobernanza neoliberal y su repertorio de políticas contra populares.
Veamos esto en detalle.
La construcción de pueblo
Del modelo teórico de Laclau se desprende que la construcción del “pueblo” es la operación hegemónica más importante, plantea Errejon[1].
En realidad, agrega, esto es un desarrollo que Laclau hace a partir del concepto “voluntad colectiva nacional-popular”, central en la teoría de la hegemonía de Gramsci.
Este es también el centro de este análisis, sobre el cual se trata de construir un modelo teórico que, recogiendo aportaciones de los dos autores, sirva para analizar las luchas por la hegemonía.
En consecuencia, en esta parte se revisan y resumen los conceptos fundamentales precedentes, integrados en forma sistemática.
Como ya se ha indicado en los primeros trabajos, Gramsci equiparaba, para el caso Italiano, hegemonía a construcción nacional-popular.
El moderno príncipe, el partido de la clase obrera, sería hegemónico en tanto en cuanto fuese capaz de realizar la tarea histórica en la que todas las fuerzas, desde el Risorgimento hasta el fascismo, habían fracasado.
Construir “voluntad colectiva nacional-popular” era articular todas las demandas de las mayorías sociales en una construcción nacional liderada por la clase trabajadora italiana.
Si es evidente la influencia de este postulado en la teoría de Laclau y Mouffe desde Hegemonía y estrategia socialista (1985), la obra posterior de Laclau está enteramente consagrada a esta cuestión, como muestra de su centralidad en su teoría de la hegemonía. En La razón populista[2] indaga en la expresión más alta de construcción de identidades políticas: la construcción del “pueblo”, que él equipara al fenómeno del “populismo”.
La conformación de identidades populares, prosigue Errejon, o “nacional-populares” como también se identificara en adelante, interesa en la medida en que es un aspecto central en la construcción de hegemonía, y la nominación “pueblo” suele ser el momento más elevado de construcción subjetiva con pretensión hegemónica.
Además, lo que se denomina con Laclau “mecanismos populistas de articulación de las identidades políticas” resultan especialmente útiles para comprender el proceso político asociado a la paz y una fuerza política que lo defienda, en el caso Colombiano.
Por eso esta parte se dedica a las identidades políticas y, en particular, a la construcción del “Pueblo” y el “populismo” como su interpelación constitutiva, como tercer pilar del marco analítico de esta reflexión.
En tanto que uno de los términos más discutidos en ciencia política, el “populismo” ha producido una vasta literatura. La intención no puede ser dar cuenta de toda ella, ya que que éste análisis no se inscribe en el campo de los estudios sobre el populismo, sino en el de aquellos dedicados a la hegemonía. En todo caso, este es un área de referencia prioritaria de este trabajo, con la que a menudo se discute o de la que se toman ideas
Por ello la óptica escogida para esta parte es el tratamiento que desde la Teoría del Discurso se hace del “populismo” en tanto que “forma” y no “contenido” político.
Así, se abordan los principales enfoques sobre el concepto y sobre experiencias “populistas”, en especial en América Latina, pero se hará a través de la revisión especialmente crítica que Ernesto Laclau realiza de ellos, y de la que deriva su posterior armazón teórico, en el que esta reflexión se apoya, siguiendo los pasos de Errejón.
Los estudios sobre el populismo
El campo de estudios sobre el populismo está viviendo actualmente una relativa revitalización, tanto por la emergencia de nuevos fenómenos que reciben la etiqueta de “populistas” como por nuevas problematizaciones sobre el concepto. Éste enfoque ha sido profundizado por diferentes autores, en un área de investigaciones en crecimiento, y ha sido objeto de encendidas discusiones con algunos de los más destacados estudiosos de la política como Rancière y Zizek[3].
El artículo de María Celeste Boix “Populismo en América Latina o la prudencia ante la polisemia”[4] es un cuidadoso trabajo de revisión bibliográfica que, aunque no aporta demasiado en términos de interpretación propia de la misma, sí puede ser consultado como un mapa orientativo de los varios enfoques teóricos sobre el populismo.
En ese sentido, aunque más específicamente centrado en el “nuevo populismo” en América Latina, ver: De la Torre[5].
Para resúmenes recientes sobre los debates conceptuales ver: Mackinnon y Petrone[6]; Canovan[7]; de la Torre[8]; Laclau[9]; Panizza[10]; Freidenberg[11].
Algunos trabajos representativos del renacer de las discusiones sobre fenómenos populistas en Europa son: Zúquete[12]; Mouffe[13]; Reyes[14]. Sobre el “populismo” en la región latinoamericana y en colombia, ver: Mackinnon y Petrone[15] Raby[16]; Zanatta[17]; y L. Munera[18].
El término satánico: La literatura sobre populismo
En la primera parte de La razón populista, Laclau examina las principales posturas teóricas bajo el ilustrativo título de “La denigración de las masas”, y lo hace desde la sospecha explicitada de que detrás de la desestimación de los fenómenos populistas está: la desestimación de la política tout court (simplemente) y la afirmación de que la gestión de los asuntos comunitarios corresponde a un poder administrativo cuya fuente de legitimidad es un conocimiento apropiado de lo que es la buena comunidad.
Esta desconfianza con respecto al populismo sería entonces una desconfianza elitista a la política misma, y expresaría un deseo de suspender su dinamismo.
Las teorías psicologistas y funcionalistas sobre el pueblo
Las teorías de la psicología de masas no pueden dar cuenta del fenómeno porque parten del menosprecio y la desconfianza con respecto a lo popular, representado como patológico e irracional. Las teorías funcionalistas, por su parte, son incapaces de captar la naturaleza contingente e “innovadora” que toda ruptura populista conlleva siempre, afirma Laclau.
El libro de Gustave Le Bon Psicología de las multitudes[19] constituye una visión paradigmática de la visión novecentista (1900) de la psicología de las masas como el ámbito de lo irracional y patológico, pero ya no como una excepción propia de estallidos insurreccionales sino como un elemento ya propio de la sociedad moderna: “Las multitudes son algo así como la esfinge de una antigua fábula: debemos llegar a una solución de los problemas planteados por su psicología, o resignarnos a ser devorados por ella”[20].
Todo su trabajo está guiado por la premisa de que hay una diferencia esencial entre el significado “real” del lenguaje y las evocaciones desviadas de éste en la psique de las masas.
Así, es posible establecer una dicotomía entre el individuo racional y la masa irracional, que es una formación social patológica.
Este esquema básico presidirá la mayor parte de las elaboraciones posteriores sobre la psicología de masas: desde el más crudo conservadurismo elitista de Taine[21] a elaboraciones más proclives a reconocer una racionalidad de masas, pero igualmente presididas por la desconfianza Tarde[22]; McDougall[23].
La visión de Freud
Sigmund Freud[24] supone un cambio de paradigma por cuanto cuestiona la diferencia absoluta entre racionalidad individual y racionalidad colectiva, y se propone explicar la naturaleza del vínculo que explica el paso del individuo al colectivo, que él identifica como la lívido y la pulsión sexual, que es el principio que rige la agrupación y construcción colectiva.
Laclau identifica en todas estas elaboraciones teóricas un hilo conductor: la tensión entre homogeneidad y diferenciación social, marcadas en todo caso por la desconfianza hacia el comportamiento de masas. Para Laclau existe una identidad entre esta desconfianza y el desprestigio teórico del populismo. No obstante, en lugar de enfrentarse a las caracterizaciones negativas del populismo, se apoya en ellas para comenzar desde allí su investigación de éste como una lógica política específica.
El propio enfoque epistemológico que entiende que el comportamiento colectivo de los sectores populares debe ser estudiado por la psicología está impregnado de sospecha y desconfianza por la irrupción de las masas, a la que puede entender antes como una anomalía o estallido de irracionalidad que como una intervención política autónoma.
La literatura contemporánea sobre el populismo, sin compartir el enfoque teórico, tiene sin embargo algo de esa desconfianza epistemológica. En la mayor parte de los trabajos examinados, se encuentra la misma caracterización del populismo como un fenómeno de límites difusos, ideológicamente ambiguo y generalmente asociado a sociedades o discursos poco evolucionados políticamente.
La obra de Gino Germani
El libro Authoritarianism, Fascism and National Populism de Gino Germani[25] es una de las obras más conocidas acerca del fenómeno del populismo. Germani emprende una recopilación de “rasgos relevantes” que sin embargo no le conducen, por el gran número de excepciones, a ninguna definición del término. Trabajos como los de Donald MacRae[26] o Peter Wiles[27] fracasan en esta tarea por cuanto sus respectivas definiciones pierden tanta extensión como intensidad alcanzan. En otras palabras: cuanto más tratan de decir sobre los contenidos del populismo más casos contradictorios encuentran.
Margaret Conovan
Margaret Canovan[28] en lugar de tratar de reducir la multiplicidad de casos y elementos que podrían caber bajo la etiqueta de “populismo”, realiza una comparación entre los casos para tratar de extraer rasgos comunes a todos ellos. Con ello elabora una tipología tan amplia que los parámetros de clasificación distan de estar claros. No obstante, le sirve para aprehender dos componentes universales del fenómeno, como son la convocatoria al “pueblo” y el antielitismo. Sin afirmarlo explícitamente, se sitúa así a las puertas de una teoría del populismo que no trate de definirlo por sus contenidos ideológicos sino como una lógica propia de construcción de lo político.
Saravino
Savarino[29] persigue el mismo objetivo que Canovan: “la elaboración de una herramienta teórica y de una tipología que permita incluir los diferentes casos europeos y latinoamericanos, y evidenciar la autonomía y la especificidad del populismo” . Para ello, emprende una extensa revisión bibliográfica que le permite identificar un “núcleo denso” del populismo: la interpelación del “pueblo” por parte de un líder carismático por medio de una movilización directa que postula la regeneración de la comunidad popular idealizada. Esta tesis debe ser tenida en cuenta por cuanto es generalmente aceptada por la mayor parte de los investigadores. En efecto, ningún rasgo de los que Savarino señala –pueblo, líder, comunidad- se encuentra ausente en ninguna experiencia que podamos identificar como “populista”. El problema es que –con diferentes grados e intensidades- no se encuentra ausente casi en ninguna experiencia de construcción hegemónica.
Keneth Minogue y Peter Worsley
La aportación de Kenneth Minogue[30] es para Laclau valiosa por su atención a la ideología como espacio de constitución de movimientos populistas, y el de Peter Worsley[31], un paso más allá, porque estudia las ideas no con voluntad comparativa sino “discursiva”: por su labor performativa, de construcción, que no puede ser reducida a la simple manipulación. De esta manera, en lugar de por sus contenidos ideológicos, el populismo debe ser definido por su dimensión que atraviesa diferentes ideologías. Si bien Worsley no realiza este esfuerzo de definición de la lógica propia de la construcción del “pueblo”, sí señala certeramente, para Laclau, el camino a seguir.
Laclau deriva su definición de ésta a partir de las dos líneas de descripción –y crítica implícita- en las que la literatura convencional suele coincidir al tratar los fenómenos populistas: su vaguedad ideológica y su simplificación del espacio político.
Vaguedad ideológica de la literatura sobre el populismo
Comenzando por la primera, es indudable que un rasgo principal de la literatura sobre el populismo es su imprecisión, la incapacidad de ofrecer definiciones robustas, el elevado número de excepciones que debilitan todas las taxonomías intentadas. La degradación de los fenómenos estudiados incapacita a la mayor parte de enfoques, según Laclau, para comprender “el pueblo” como modo legítimo de construcción de lo político. Imposibilitadas de esta comprensión del populismo como “forma”, la indagación sobre sus contenidos siempre arroja resultados ambiguos: en este punto quedamos con las alternativas poco aceptables que hemos revisado: o bien restringir el populismo a una de sus variantes históricas, o intentar una definición general que siempre va a ser limitada, afirma Laclau.
En cualquiera de los casos, el término es más bien un arma arrojadiza para la descalificación de fenómenos con los que se está en desacuerdo, o un término “vago” que puede ser aplicado lo mismo a experiencias de izquierda que de derecha.
Sin embargo, esa “vaguedad” del fenómeno populista que sus intentos de aprehensión teórica reflejan, puede ser la manifestación de que, en tanto que “forma de construcción de lo político”, el populismo está definitivamente marcado por la heterogeneidad e indeterminación de la política misma. En lugar de rechazar la acusación de “vaguedad”, Laclau la emplea para sostener su argumentación del populismo como forma y no como contenido:
en lugar de contraponer la “vaguedad” a una lógica política madura dominada por un alto grado de determinación institucional precisa, deberíamos comenzar por hacernos una serie de preguntas más básicas: “la vaguedad” de los discursos populistas, ¿no es consecuencia, en algunas situaciones, de la vaguedad e indeterminación de la misma realidad social? Y en ese caso, ¿no sería el populismo, más que una tosca operación política e ideológica, un acto performativo dotado de una racionalidad propia, es decir, que el hecho de ser vago en determinadas situaciones es la condición para construir significados políticos relevantes?, sugiere Laclau.
La indefinición es entonces el correlato de la propia indeterminación de la política, de la que la construcción del pueblo es una dimensión más, siempre presente en todos los discursos. La imprecisión del populismo da fe de que es una forma de construcción política, de producción de orden en un contexto de disgregación: el lenguaje de un discurso populista –ya sea de izquierda o de derecha- siempre va a ser impreciso y fluctuante: no por alguna falla cognitiva, sino porque intenta operar performativamente dentro de una realidad social que es en gran medida heterogénea y fluctuante, continua Laclau.
El populismo como fenómeno simplificador
La otra línea presente es la que trata al populismo como un fenómeno simplificador, propio de sociedades en las que las ideologías más complejas no se han desarrollado adecuadamente.
Laclau reconoce este rasgo del populismo, y cita el ejemplo de las elecciones en Argentina en 1945, cuando el general Perón declaró que la opción era entre él y Braden, el embajador estadounidense. No obstante, éste no es un rasgo exclusivo del populismo, sino que la simplificación del espacio político en dos polos dicotómicos y necesariamente imprecisos –pues de otro modo no podrían abarcar una serie amplia de particularidades- es una de las lógicas constituyentes de la política, que está siempre presente, en mayor o menor grado, en todo discurso. Así las cosas, el rasgo distintivo del populismo sería sólo el énfasis especial en una lógica política, la cual, como tal, es un ingrediente necesario de la política tout court (simplemente), insiste Laclau.
Lo nacional popular en América Latina
Antes de adentrarse en la elaboración de Laclau sobre el “populismo” como una lógica de construcción de lo político basada en una interpelación al “pueblo”, en una división dicotómica de la sociedad, es necesario realizar un breve recorrido por la literatura que se ha ocupado específicamente de las experiencias “populistas” o nacional-populares en América Latina y en Colombia. Esta literatura defiende su unidad de análisis latinoamericana argumentando que el fenómeno aquí ha presentado características diferenciales y, sobretodo, ha jugado un papel histórico particular, plantea Errejon.
La teoría de la dependencia y el populismo
Estos estudios tuvieron especial vigor durante los años 70 del pasado siglo, vinculados a la Teoría de la Dependencia.
Se trata de una rama de estudios, hoy considerablemente menos abundante, que aún ahora informa sin embargo gran parte de los estudios que desde la ciencia política abordan los fenómenos caracterizados por la construcción del “pueblo” como sujeto político central en nuestra region.
La teoría de la modernización y el populismo
El antecedente inmediato de estos enfoques está, paradójicamente, inspirado por la Teoría de la modernización.
El populismo sería así la consecuencia característica en los países subdesarrollados del tránsito de la sociedad tradicional a la moderna. Desde una perspectiva estructural-funcionalista, el desarrollo geográficamente desigual es una “asincronía” que relega a algunas sociedades a una situación de “atraso”, de la que salen mediante procesos bruscos de inclusión de las masas a la vida política, arrojadas por la industrialización.
Sociólogos como Gino Germani o Torcuato Di Tella[32] postulan que la emergencia de las masas como agentes políticos cuando “aún” no hay canales político-institucionales para ello, crea una situación de disponibilidad para el surgimiento de liderazgos paternalistas. En medio de la decadencia del liberalismo decimonónico, el populismo sería una ideología no madura anti-status quo, propio de un cierto subdesarrollo político de éstas y de la precariedad de los canales institucionales y de protección social de las repúblicas latinoamericanas. Esta interpretación, sin embargo, no parece explicar que la industrialización en varios casos aparece como resultado y no como precedente de la movilización populista, como resultado de una política estatal proteccionista destinada a tal fin.
Tampoco resiste una mínima confrontación con fenómenos actuales y occidentales de populismo: si éste es un fenómeno propio de un cierto “atraso” cultural e institucional de una sociedad, entonces hay que dejar fuera los nuevos populismos de extrema derecha en la Europa del este, en el norte de Italia o en Francia, por citar sólo algunos ejemplos.
Steve Stein
Steve Stein[33] se ubica también en esta línea, aunque un tiempo después y con un matiz culturalista propio, al entender el populismo latinoamericano como propio de una cultura política patrimonialista y paternalista, heredada de la mentalidad feudal y católica luso-castellana. En su interpretación, el populismo sería una forma de integración controlada de las masas en política, bajo un liderazgo que previene estallidos insurreccionales. No cuesta percibir una visión “orientalista” de las sociedades latinoamericanas, cuyas masas están dispuestas a dejarse conducir por cualquier líder suficientemente viril como para satisfacer su tendencia cultural heredada de españoles, portugueses e italianos, pueblos espontáneos, románticos y un tanto desordenados, como se sabe.
Alcantara y Freidenberg
Una versión actual y mas institucionalista pero igualmente cercana a estas caracterizaciones negativas del populismo puede encontrarse en los trabajos de Alcántara[34] y Alcántara y Freidenberg[35], que definen las construcciones nacional-populares como procesos gobernados por una retórica demagógica, la interpelación emocional de las masas urbanas populares y la postulación del “pueblo” como el depositario de todas las virtudes frente a las élites tradicionales. Todo ello sucede necesariamente bajo la dirección de un líder carismático que compensa el subdesarrollo ideológico y programático del movimiento.
Laclau realiza una lectura crítica de estas caracterizaciones señalando acertadamente sus límites ya vistos. Por lo demás, estas elaboraciones pueden perder poder explicativo conforme convergen con el uso mediático del término “populismo” como descalificación cada vez más vacía, que le puede ser aplicado a todo adversario político que haga interpelaciones a sectores populares.
Los enfoques estructural-funcionalistas, a pesar de su radical diferencia ideológica, comparten con la teoría de la dependencia una caracterización del populismo como etapa histórica propia de sociedades en transición. Mackinon y Petrone[36] señalan que estas dos escuelas aparentemente tan dispares convergen en atribuir su causa estructural a la desviación latinoamericana del patrón de desarrollo capitalista occidental: por su “atraso” en el primer caso y por su sometimiento a unas relaciones de extracción de plusvalía de las periferias hacia el centro de la economía mundial en el segundo.
Para la corriente “dependentista” se trata de un fenómeno histórico propio de estructuras sociales marcadas por su rol subordinado en la economía mundial, correlacionándolo con una etapa del desarrollo capitalista latinoamericano marcada por la crisis del modelo agro-exportador y el Estado oligárquico.
El Estado, ante la debilidad de la burguesía industrial doméstica, asumiría la conducción política de una estrategia de acumulación orientada a la industrialización a través del aumento del mercado interno. Para el desarrollo de esta estrategia, el Estado populista necesitaría movilizar a las masas urbanas detrás de una ideología nacionalista, para aumentar su poder frente a la fracción importadora, latifundista y comercial del capital nacional.
Las discusiones en torno al “neopopulismo” y sus elementos de continuidad y de ruptura con respecto al populismo “clásico” en América Latina se han visto cruzados por el paso de los liderazgos “populistas-neoliberales” en la región a las experiencias nacional-populares de izquierdas, que son las que hoy copan el término. Para leer diferentes posiciones y perspectivas en el debate en torno al “neopopulismo” ver los textos de Vilas; Freidenberg; De la Torre y Peruzzoti; y Hermet[37].
O'Donell y Weffort
Guillermo O’Donnell[38] se encuentra también cercano a estas explicaciones cuando señala que las coaliciones interclasistas entre la burguesía industrial y las masas urbanas asalariadas fueron el medio para desarrollar modelos de acumulación capitalista nuevos, los conocidos como de “Industrialización por Sustitución de Importaciones” (ISI) que respondiesen a la crisis del modelo oligárquico-exportador. Coincidiendo con la tesis de la crisis del liberalismo y el Estado oligárquico ante la irrupción abrupta de las clases populares, Weffort[39] postula que el “estatismo” de masas que caracteriza al populismo es el resultado de que éstos “desajustes sociales” necesitan ser suturados por una conducción estatal relativamente autónoma de las clases sociales.
Ianni
También Ianni[40] entiende en este sentido los populismos latinoamericanos de mediados del siglo XX: como propios de la evolución de las contradicciones entre la evolución de las formaciones capitalistas latinoamericanas y su dependencia a los centros de acumulación mundial. No obstante, Ianni precisa una diferenciación entre el “populismo burgués”, que tiene como metas la industrialización nacional, la modernización estatal, y la formalización de relaciones de producción plenamente capitalistas; y el “populismo de masas”, que lleva su “redistribucionismo” más lejos de los límites que la burguesía “nacional” está dispuesta a aceptar, y adquiere así un carácter revolucionario que lo acerca a la lucha de clases.
Ésta es una interpretación heterodoxa del marxismo que en cualquier caso señala el punto máximo de intento de convergencia con los fenómenos nacional-populares.
Alain Touraine
Alain Toruaine[41] concibe que en América Latina no son las posiciones en el sistema productivo las que definen las identidades políticas, sino la posición de los diferentes grupos con respecto al Estado. El carácter dependiente de las economías latinoamericanas determina la centralidad del Estado en las relaciones sociales, y por eso la política nacional-popular es una interpelación a la identificación entre pueblo y Estado, para que éste último conduzca el desarrollo nacional, afirma Touraine. La independencia nacional, la modernización y la iniciativa popular serían así recursos para lograr esa identificación.
Esta explicación histórico-estructural del populismo latinoamericano plantea una hipótesis particularmente plausible para los populismos desarrollistas de las décadas de 1930 a 1960, procesos caracterizados por la ampliación de las clases medias, la industrialización y consolidación de un mercado interno, la estructuración política de los sectores proletarios y el aumento de la capacidad de regulación y autonomía del Estado. Es también muy próxima a los análisis de los sistemas-mundo en su vinculación del fenómeno de construcción de identidades de “pueblo” a la naturaleza de Estados marcados por su condición periférica en la división internacional del trabajo. Por ello, merece una especial atención.
Carlos Vilas
Carlos Vilas es quizás el más lúcido exponente de esta teoría, por lo que el análisis detallado se hará sobre su formulación de estas tesis.
Para Vilas, el populismo en América Latina es una estrategia de acumulación por la cual el Estado sustituye a la débil burguesía doméstica en su esfuerzo de industrialización a través de la expansión del mercado interno[42].
Desde un esquema de interpretación marxista, Vilas distingue entre las dimensiones estructural e ideológica de las experiencias populistas en América Latina.
La dimensión estructural
La dimensión estructural estaría marcada por el “atraso” industrial provocado por la penetración capitalista en las sociedades latinoamericanas, siguiendo un patrón de producción de materias primas poco elaboradas para la exportación, y de bienes de consumo para el mercado interno. No obstante, mientras en otros lugares, como Rusia o Estados Unidos, el populismo nutría los ataques a la expansión del capitalismo industrial, en América Latina servía como estímulo a su desarrollo[43]. El crecimiento industrial estuvo basado en América Latina en la integración de los sectores populares en el trabajo industrial como mano de obra barata y, sólo en un segundo término y como fenómeno derivado, como consumidores de productos manufacturados para ampliar el mercado interno. Esta dimensión estructural produce masas urbanas y asalariadas, que son además interpeladas como el sustento del Estado populista.
La dimensión ideológica
La dimensión superestructural es aquella en la que convierte esa “modalidad de acumulación” derivada de un nivel dado de desarrollo de las fuerzas productivas en una “estrategia de acumulación”. Este paso de la situación a la estrategia está posibilitado por unas determinadas condiciones materiales, “pero su cristalización en un proyecto hegemónico y su efectiva implantación, se determinan en el campo de la lucha política, y por último en su articulación en el Estado –ámbito en el cual la estrategia de acumulación deviene política económica”[44].
Para que esto sucediese era necesaria una profunda reordenación del sistema productivo en un sentido más favorable para la burguesía industrial, lo cual implicaba a su vez una cierta confrontación con las fracciones oligárquicas comprometidas con la dependencia del sector exportador, y una dirección estatal favorable al giro conocido como “Industrialización por Sustitución de Importaciones” (ISI)
La debilidad política y organizativa de la burguesía industrial hizo que este amplio proceso de reformas dependiese fundamentalmente del papel del Estado y recayese en la dirección de éste por los grupos corporativos asociados a él, como la burocracia civil de clase media o el ejército.
La estrategia populista de acumulación, convertida ya en política económica estatal, se apoyó de modo privilegiado en la movilización de las masas urbanas. Vilas, sin embargo, rechaza la conceptualización del populismo como “alianza de clases entre el proletariado urbano y la burguesía industrial”, y defiende que se trató más de una coyuntural bajo el cobijo del Estado. Cardoso, teórico de la dependencia y posteriormente Presidente de Brasil, defiende una tesis similar al ocuparse del primer período peronista: “No se trata propiamente de la constitución de un sistema expreso de alianzas sino de una “coyuntura de poder” que tiene al Estado como condestable”[45]. En términos gramscianos se puede afirmar que el Estado, en esta interpretación, sustituiría la falta de hegemonía de la burguesía, suplantando a ésta en su labor de crear un bloque histórico, que no obstante sólo llega a ser un sistema de equilibrios inestables de compromiso impuestos desde afuera[46]. Estaríamos, entonces, frente a una “revolución pasiva” destinada a fomentar el desarrollo industrial nacional y la supremacía de la burguesía doméstica frente a la oligarquía exportadora, con las masas convocadas a una movilización subordinada.
El gobernante populista encuentra su nicho, entonces, en la ampliación de la intervención del Estado para modificar el patrón de acumulación capitalista periférico a uno de industrialización y diversificación del aparato productivo. Las masas son convocadas y atraídas por este programa por un Estado que regula el conflicto social y, con mayor o menor efectividad e intensidad, redistribuye el excedente para reproducir la fuerza de trabajo, a través de programas de salud y educación públicas, legislación laboral o aumento de salarios. La parcial integración y satisfacción de las demandas de los sectores populares urbanos y la institucionalización de sus sindicatos provee al Estado populista de una fuerza movilizadora para dirimir los conflictos entre las fracciones dominantes en pugna por uno u otro modelo de desarrollo. El populismo combina así, respecto de las masas, movilización y manipulación, organización y represión, dice Vilas[47].
Se crea así la imagen de un Estado “separado” o “por encima” de las fuerzas sociales en pugna, y dedicado a fomentar un desarrollo nacional que puede ser armónico. Éste es uno de los rasgos centrales del populismo latinoamericano: la aspiración a un desarrollo nacional armónico que prime por encima del conflicto de clases. En una suerte de capitalismo moralizado por la primacía de la comunidad nacional que representa el pueblo.
Vilas, para respaldar sus caracterizaciones del fenómeno, cita textualmente numerosos ejemplos de discursos de líderes de las experiencias nacional-populares de mediados de siglo XX en América Latina. Por su extraordinario valor ilustrativo, se utilizan aquí algunos de ellos.
El discurso de Evita Perón
La siguiente cita de un discurso de “Evita” Perón es un ejemplo paradigmático:
“Somos, en una sociedad carcomida por las luchas sociales, el ejemplo de la cooperación social... [Frente a] la infamia y la vergüenza de la explotación del hombre por el hombre [somos] el ejemplo de un mundo de perfección que es el justicialismo, basado en la dignificación del trabajo, en la elevación de la cultura social y en la humanización del capital”.
Esta ideología no es novedosa en sí misma, puesto que se encuentra también en ciertas variantes del liberalismo, sino que lo distintivo es que la armonía no sucede entre individuos, sino entre “clases” convocadas como tal a superar un antagonismo que sólo debilita al “todo nacional”. El Estado no promueve la despolitización de las masas sino su activa participación en un proyecto supuestamente superador de los antagonismos en pos del bien superior nacional[48]. Es por esto que en América Latina se pueden asumir como sinónimos el “populismo” y lo “nacional-popular”.
El discurso de Getulio Vargas
De esta forma se expresaba Getulio Vargas en Brasil:
“Las clases productoras, que realmente contribuyen a la grandeza y la prosperidad nacional, el comerciante honesto, el industrial trabajador y equitativo, el agricultor que fecunda la tierra, no tienen razón para abrigar temores (...) Jamás deben recelar de la fuerza del pueblo los que trabajan con el pueblo y para el pueblo. Lo que la ley no protege ni tolera es el abuso, la especulación desenfrenada, la usura, el crimen, la iniquidad, la ganancia de todos los tipos de traficantes, que se lucran sobre la miseria ajena, comercian con el hambre de sus semejantes y dan hasta el alma al diablo para acumular riquezas a costa del sudor, de la angustia y del sacrificio de la mayoría de la población.
Las palabras de Vargas muestran de forma particularmente evidente la forma contradictoria en que el discurso nacional-popular es antiimperialista y antioligárquico hasta el límite nunca alcanzado del anticapitalismo. El problema no es la explotación capitalista, sino el subdesarrollo y las malas prácticas de una oligarquía “antipatria”.
El discurso de Perón
De la misma forma, Juan Domingo Perón en Argentina:
“El consumo no debe estar subordinado a la producción; es decir que subordine el capital y sus conveniencias al consumo y las necesidades. Esta es la teoría justicialista. (...) Cuando aumentamos el estándar de vida y forzamos el consumo, subordinamos el capital a la economía y la producción al consumo. No preguntamos a los industriales si van a producir más cuando aumentamos cinco veces el salario y aumenta cinco veces el consumo. No les preguntamos si se salen del punto óptimo. No nos importa. Ahora están produciendo más. (...) Cada uno come más, viste mejor, vive más feliz y los capitalistas ganan ahora más que antes” La ideología de conciliación social por medio de la integración de las masas y la supeditación de sus demandas al desarrollo nacional es por otra parte el reflejo de los compromisos de un Estado de transición de una economía agraria a otra industrial y urbana. Estos compromisos, siempre en un equilibrio precario, son a menudo tomados por la literatura especializada como “ambigüedades en el discurso populista”, cuando en realidad expresan el carácter de transición y de revolución pasiva de las construcciones nacional-populares.
De nuevo Vargas:
“Mis propósitos fueron siempre el equilibrio social, la armonía de los intereses entre las clases productoras y las clases trabajadoras, la concordia política y la distribución de los bienes y las riquezas de la sociedad”.
Y Perón:
“Hay una sola forma de resolver el problema de la agitación de las masas, y ella es la verdadera justicia social en la medida de todo aquello que sea posible a la riqueza de su país y propia economía, ya que el bienestar de las clases dirigentes y de las clases obreras está siempre en razón directa de la economía nacional. Ir más allá es marchar hacia un cataclismo económico; quedarse muy acá es marchar hacia un cataclismo social. (...) Es necesario dar a los obreros lo que éstos merecen por su trabajo y lo que necesitan para vivir dignamente (...) Es necesario saber dar un 30 por ciento a tiempo que perder todo a posteriori (...)Procedamos a poner de acuerdo al capital y al trabajo, tutelados ambos por la acción directiva del Estado.
Las contradicciones de dichos discursos
No obstante, la movilización de las masas marca la tensión inherente a los regímenes nacional-populares, que se asientan sobre un complicado ejercicio que convoca al sujeto “pueblo” a una movilización controlada, antioligárquica; pero que no debe afectar a la acumulación de capital conducida por el Estado en colaboración con el empresariado “nacional”. Además, esta estrategia de transición, alcanzado un cierto punto, es contradictoria con el desarrollo de la burguesía industrial, que comienza a ver agudizada la caída tendencial de la tasa de ganancia por la intervención estatal en la economía, y su protección ya no es más provechosa sino un obstáculo para la fase de “transnacionalización”.
El propio Vilas realiza una sintetización muy satisfactoria de su teoría del populismo:
“En la promoción de la estrategia de acumulación el Estado populista plantea una movilización popular que siempre resulta excesiva para la ideología de la burguesía, aunque sea necesaria para impulsar sus intereses de clase; su reformismo anticipatorio es demasiado sofisticado, y a veces también demasiado caro, para una clase dominante entrenada en la beneficencia y en la represión. Al mismo tiempo, el éxito en sus tareas –la consolidación del mercado interno, la modernización capitalista, el impulso al crecimiento industrial- agota progresivamente su base económica, y reduce adicionalmente su espacio político[49].
Calderon y Jelin
Calderón y Jelin[50] parecen acordar, en una elaboración más contemporánea, que el populismo “como creación histórica latinoamericana” es una respuesta a la dependencia y la debilidad de las burguesías domésticas.
Esta visión estructuralista del populismo tiene el valor de ubicar los fenómenos nacional-populares en América Latina en una perspectiva amplia que relaciona las construcciones ideológicas con sus condiciones de producción, en este caso aquellas determinadas por la condición periférica de las sociedades latinoamericanas. Sin embargo, está peligrosamente cercana de comprender la ideología como una “función” de las relaciones entre clases, y por tanto de concebir al populismo y sus interpelaciones interclasistas, como en visiones anteriores, como una anomalía transitoria derivada de la situación de “satélite” de las sociedades latinoamericanas con respecto a los centros de desarrollo capitalista avanzado.
Pero su deficiencia principal está en lo que deja sin explicar: la construcción del pueblo como operación hegemónica por la que un grupo social articula una “voluntad colectiva nacional-popular” Las coincidencias en el nombre con la conocida expresión de Gramsci son aquí altamente reveladoras.
Las determinaciones estructurales, en esta interpretación, marcan la posibilidad pero en ningún caso la necesidad de los fenómenos populistas o nacional-populares, cuya “cristalización” siempre depende de la lucha política. Esta es una conclusión perfectamente compatible con el marco teórico gramsciano planteado, pero es insuficiente. A no ser que se emplee la fórmula de la “autonomía relativa” como una mera válvula de escape de la teoría, ubicar las experiencias de construcción nacional-popular en un estadío concreto de desarrollo capitalista de las sociedades dependientes y en la compleja relación entre clases derivada, no ayuda en exceso a comprender la naturaleza de los movimientos definidos por su apelación al “pueblo”. La cuestión de la hegemonía sigue quedando en el aire: quién y cómo realiza ese tránsito de la “posibilidad” a la “necesidad”. Ya que las masas interpeladas por lo nacional-popular actuaban antes en un sentido diferente o no actuaban en modo alguno como sujeto colectivo, lo fundamental sigue siendo el proceso por el cual aparece una identidad popular hegemónica que reordena el campo político y es capaz de reorientar la política económica estatal en el sentido descrito antes, pero que no puede ser reducida a una narración funcional a una estrategia de acumulación, por cuanto, como el propio Vilas reconoce sobrevive y desborda su aplicación práctica en las reformas económicas, provocando no pocas tensiones, lo que demuestra su autonomía y contingencia.
Trabajos más recientes de Carlos Vilas[51] tampoco solucionan este problema. La conocida movilización subordinada de las masas sucede porque éstas responden a una formulación ideológica exitosa que delimita un pueblo nacional opuesto a una oligarquía antinacional. Si esta operación no tiene nada de necesaria, sino que su emergencia es contingente –aunque marcada por unas condiciones de posibilidad que impiden que cualquier ideología pueda ser exitosa- estamos ante una cuestión que hay que explicar: la construcción discursiva del pueblo.
La construcción discursiva del pueblo
La interpretación de Portantiero puede servir, no por casualidad mediante el recurso a Gramsci, como puente[52] que conecte la perspectiva de esta escuela teórica descrita con los análisis centrados en la “ideología” de la construcción nacional-popular en América Latina. Para Portantiero, el populismo es el resultado de una crisis de hegemonía en las sociedades latinoamericanas, que determina que ninguna sea lo suficientemente preponderante como para gobernar el país. El papel del líder y del Estado populista serían entonces, en una suerte de “revolución pasiva” los conductores de una alianza interclasista por el desarrollo nacional, cuyo carácter último de clase estaría determinado por la pugna al interior de este complejo y contradictorio bloque histórico, que tiene siempre un carácter transitorio.
La identificación histórica contingente, en América Latina, de liberalismo y oligarquía impidió que el liberalismo pudiese absorber la irrupción política de las demandas de las masas populares, ni el componente de mestizaje propio de lo nacional-popular. Cuando en la crisis de los años 30 el liberalismo ingresa en una profunda crisis, la oposición a la élite oligárquica se expresa en la fórmula:
“Democracia+industrialismo+nacionalismo+antiimperialismo”, que condensa la construcción del “pueblo” como sujeto político orientado al Estado como herramienta de transformación social entendida como desarrollo nacional al que se deben subordinar las clases sociales, en torno a su convergencia en el Estado. Lo nacional-popular constituye así, para América Latina, “la primera forma de identidad de las masas”[53].
Populismo y construcción de identidades populares en la Teoría del discurso
Una amplia revisión de la literatura especializada le sirve a Laclau para afirmar la importancia del concepto de “hegemonía” como articulación contingente de identidades fragmentadas, descartando así la psicología de masas y el funcionalismo y el estructuralismo; esto es: descartando que ninguna lógica más allá de las decisiones ético-políticas guíen los procesos de agregación social.
La unidad de análisis de la que parte, como ya hemos visto antes es la “demanda”. Puesto que no reconoce la preexistencia de identidades ni grupos, estos existen y se agregan en torno a “demandas” concretas: la expresión de necesidades que aspiran a una realización o satisfacción. Los grupos se forman en torno a la articulación de demandas, reitera Laclau.
La atención de Laclau al discurso político deriva de que, en su teoría, la unidad se produce como resultado incierto y contingente de un acto político de nominación por el cual diferentes demandas se articulan en una cadena de equivalencias o diferencias, unidas por sus diferencias entre sí o por su oposición común a una diferencia elevada al grado de “afuera constitutivo”.
Estas cadenas, para consolidarse, necesitan de términos que operan como condensadores: significantes que están tendencialmente vacíos por la sobrecarga histórica de significados, y que son susceptibles de ser empleados en cadenas de signo político muy diferente: “nación”, “orden”, justicia”, etc, e acuerdo con el planteamiento de Laclau.
La operación de nominación provoca que una parte asuma la representación de una totalidad imposible, encarnada en un significante tendencialmente vacío. Esto es lo que Laclau llama “la opacidad de la idea de pueblo”. Difícilmente podría ser más explícito en su atribución de centralidad a esta tarea: “la operación política por excelencia va a ser siempre la construcción de un pueblo”, nos recuerda Laclau.
El método que Laclau emplea para comprender la producción de identidad popular es el Análisis de Discurso, entendido como el estudio del conjunto de operaciones por las cuales se producen las nominaciones que conducen a la hegemonía. El estudio de la construcción del “pueblo” es por tanto, en Laclau, el estudio inseparable del discurso y la hegemonía.
Antes veíamos que las dos formas de construcción de la política son, para Laclau, la “democrática” y la “popular”. Sin embargo, todo sistema político vive un momento fundacional en el que constituye un “pueblo”. Si esta constitución es suficientemente estable, si es capaz de hacer prevalecer la lógica de la diferencia entre las demandas insatisfechas, entonces el acto fundacional puede durar mucho tiempo. Si por el contrario no hay una construcción hegemónica estable –por deficiencias en el discurso o por incapacidad material del grupo dirigente de satisfacer demandas de los subordinados o de mantener el monopolio de la regulación social- entonces hay un espacio de dislocación y heterogeneidad fértil para la emergencia del populismo.
La construcción del “pueblo” es una producción de totalidad no basada en ninguna propiedad esencial de las demandas o grupos, sino en las relaciones de equivalencia y diferencia que se establecen entre ellos:
para aprehender conceptualmente esa totalidad, debemos aprehender sus límites, es decir, debemos distinguirla de algo “diferente” de sí misma. Esto diferente, sin embargo, sólo puede ser otra diferencia, y como estamos tratando con una totalidad que abarca “todas” las diferencias, esta “otra” diferencia –que provee el exterior que permite construir la totalidad- sería interna y no externa a esta última, por lo tanto no sería apta para el trabajo totalizador.
Entonces [...] la única posibilidad de tener un verdadero exterior sería que el exterior no fuera simplemente un elemento más, neutral, sino el resultado de una “exclusión”, de algo que la totalidad expele de sí misma a fin de constituirse...Sin embargo, esto crea un nuevo problema: con respecto al elemento excluido, todas las otras diferencias son equivalentes entre sí – equivalentes en su rechazo común a la identidad excluida- [...]Pero la equivalencia es precisamente lo que subvierte la diferencia, de manera que toda identidad es construida dentro de esta tensión entre la lógica de la diferencia y la lógica de la equivalencia...Lo que tenemos, en última instancia, es una totalidad fallida, el sitio de una plenitud inalcanzable, afirma Laclau.
Por eso el surgimiento de una nueva formación hegemónica es un acto de libertad: un acto político puro, arbitrario, de innovación que introduce orden donde antes sólo había desagregación. La retórica entonces no revela nada, pues toda estructura conceptual encuentra su cohesión interna apelando a recursos teóricos y discursivos. Toda objetividad social está discursivamente construida. En ese sentido hay coincidencia plena con el criterio de Molina y Grosser cuando señalan que:
En Laclau no hay ninguna lógica anterior a la relación misma y sus oposiciones, el pueblo [...] se estructura siempre de modo contingente y su teoría, por lo tanto, sólo señala tendencias lo bastante abiertas como para no atribuirle de antemano ni una teleología ni funciones predeterminadas a sus partes [...] Para Laclau no existe nada previo al juego de las diferencias, el papel que juega cualquier elemento en el todo sólo se define en el juego mismo de las diferencias[54].
Cuando un significante vacío es capaz de anclar los significados de varios significantes “flotantes” o en disputa y vincularlos entre sí en un relato, ordena el campo político en su beneficio. La ruptura del status quo se puede producir cuando un significante vacío es capaz de articular con la suficiente fuerza diferentes cadenas equivalenciales evitando así que las demandas que las componen sean aisladas y “recuperadas” por el régimen existente.
Laclau dice al respecto que las categorías de significantes vacíos y flotantes son estructuralmente diferentes. La primera tiene que ver con la construcción de una identidad popular una vez que la presencia de una frontera estable se da por sentada; la segunda intenta aprehender conceptualmente la lógica de los desplazamientos de frontera. Sin embargo, la distancia entre ambos es relativa, pues en toda situación de antagonismo los significantes aparentemente vacíos tienen una cierta “flotación” y pueden ser articulados en cadenas de sentido político muy diferentes. La obra de Michael Kazin The Populist Persuasion. An American History[55] es una magnífica validación histórica de esta tesis en su análisis de cómo los mismos “temas” populares fueron rearticulados para la hegemonía conservadora nortemericana después de la Segunda Guerra Mundial. Aunque la noción de “significantes flotantes” remite a una situación de disputa, las interpretaciones diferentes del mismo término en contextos políticos diferentes sirve para ver cómo funciona esta pugna por el sentido de determinados términos.
Y, efectivamente, ésta puede desintegrarse o relajarse. Lo que conlleva el debilitamiento de la construcción popular. Hay tres formas en las que esto puede ocurrir. Las dos primeras están ligadas a los desequilibrios en la lógica contradictoria de la relación entre equivalencia y diferencia, la tercera a la recuperación de la hegemonía por parte del régimen dominante, sostiene Errejon.
Se ha visto que la identidad popular nace siempre como la cristalización de una cadena equivalencial: una demanda particular que pasa a representar al resto de la agrupación.
Es lo que Althusser[56] denominaba condensación para analizar el rol de la consigna bolchevique “paz, pan y tierra”, capaz de reunir una diversidad de quejas y reivindicaciones en un proyecto de ruptura que así se hacía hegemónico.
En determinado momento, para que la identidad popular se establezca con profundidad y pueda operar políticamente en una lucha prolongada, esta cristalización tiene que autonomizarse, plantea Laclau. Es decir, las palabras o imágenes que la expresan tienen que cobrar un significado propio que va más allá de la suma de las demandas que entrelaza: el significante vacío no es ya un concepto que designa una articulación, sino que pasa a ser el nombre de la universalidad.
La demanda particular que condensa la cadena de demandas contra el régimen, está desde este momento dividida: significa por una parte su propia particularidad, que nunca pierde, pero es a la vez ya algo distinto, el significado de la cadena en su totalidad. Está entonces en una contradicción entre su particularidad hegemónica y la universalidad que ahora encarna. La universalidad que representa se expresa a través de un significante que tiende a estar más vacío cuando mayor sea la extensión de la cadena y la diversidad de las demandas que hay que inscribir en ella.
Esta es, en el fondo, la tensión entre la equivalencia que agrupa las demandas, y la diferencia de éstas entre sí, que nunca pierden. Esta tensión es, como dice Laclau, inherente al establecimiento de toda frontera política y, de hecho, de toda construcción del pueblo” [puesto que la cadena de la que nace] sólo puede vivir dentro de la tensión inestable entre estos dos extremos, y se desintegra si uno de ellos se impone totalmente sobre el otro.
Como es fácil de percibir, si prima completamente la subordinación de las demandas particulares al lazo equivalencial, éste se convierte en una entelequia inoperante, incapaz de inscribir ninguna demanda en un significante vacío que ya es mera carcasa dentro de la cual cabe cualquier demanda y cualquier idea. Esta situación, que a menudo es confundida con la hegemonía, siempre conduce al colapso. El ejemplo de Argentina durante los años setenta, en la cual corrientes antagónicas se reclamaban del “peronismo”, ilustra la posibilidad de “muerte por éxito” de un significante que, a fuerza de vaciarse, puede volverse inoperante.
Por otro lado, la plena autonomización de las diferencias disuelve el campo popular en un conjunto desarticulado de demandas sin identidad compartida. A menudo los fenómenos populistas más efímeros se ahogan en esta disolución, cuando los vínculos comunes y la identidad popular son más débiles que los intereses que cada grupo persigue en clave corporativa.
A un movimiento que proveyese un mito ideológico o superficie de inscripción para que diferentes demandas se articulasen en una identidad popular contra el capitalismo global. La dificultad añadida del paso a la escala postnacional debe ser tenida en cuenta, pero no la falla discursiva.
El tercer caso entra dentro de lo que Gramsci denominaba de “revolución pasiva”. Si el “pueblo” ha nacido necesariamente en un contexto de crisis institucional, el reforzamiento del régimen dominante pasa siempre por desarticular la cadena equivalencial de la fuerza opositora, del campo popular.
Puede suceder así que el régimen resista, que la operación hegemónica sea fallida y la frontera dicotómica sea desdibujada por la interrupción de la cadena equivalencial gracias a la integración de algunas de las demandas del “campo popular” en una lógica diferencial –institucionalista- o en otra cadena equivalencial. En este caso la ruptura populista pierde fuerza, mientras que el sentido de las demandas permanece en disputa. Los significantes vacíos que antes servían para expresar una agrupación determinada, ahora están suspendidos entre dos interpretaciones en pugna por rearticularlos, por la hegemonía. La fuerza que consiga anclar estos significantes “flotantes” en pugna conseguirá redibujar la frontera del antagonismo político y, así, reordenar el campo político a su favor. Si es la fuerza que desafía, dividirlo entre “el pueblo” y el régimen. Si es la fuerza en el poder, dividirlo en una comunidad regida por la lógica de la diferencia, de la tramitación aislada de las demandas, y aislando a una minoría no integrable. No hay que confundir este supuesto con el anterior. La diferencia es clara: mientras el caso anterior es el de una disolución “interna”, la de éste es el de una operación de “revolución pasiva” por parte del grupo dominante o, en los términos de Laclau, de un desdibujamiento de la frontera antagónica por la disputa por los significantes flotantes: por reinscribir ciertos términos en cadenas diferentes a la que pretende construir la ruptura populista.
Una cadena equivalencial de demandas insatisfechas se estructura frente al régimen al que impugna a partir de un acto de nominación por el cual una particularidad, la hegemónica, asume la representación de una totalidad delimitada por la frontera fluctuante del antagonismo político[57].
Para Laclau cualquier demanda puede ocupar el lugar del significante vacío. Es decir, que se puede construir un pueblo en torno a la condensación de una voluntad colectiva en la que una particularidad cualquiera se vacíe tendencialmente para representar toda una cadena diversa de demandas. Toda dimensión puede ser “la dimensión ganadora”, pues no hay posiciones objetivas y todo depende de la nominación, que es así una investidura radical operada exclusivamente en el nivel del discurso:
Si la unidad de los actores sociales fuera el resultado de un vínculo lógico que subsumiría todas sus posiciones subjetivas bajo una categoría conceptual unificada, la “nominación” solo implicaría la elección de un rótulo arbitrario para un objeto cuya unidad estaría asegurada por medios diferentes, puramente apriorísticos Sin embargo, si la unidad del agente social es el resultado de una pluralidad de demandas sociales que se unen por relaciones equivalenciales (metonímicas) de contigüidad, en ese caso, el momento contingente de la nominación tiene un rol absolutamente central y constitutivo, afirma Laclau.
Toda demanda es susceptible entonces de ser erigida en aquella dimensión central que ordene el campo político construyendo el “pueblo” contra el status quo definido en un sentido o en otro. La capacidad de la parte para representar el todo no está dada por ningún elemento previo –como podría ser la posición del grupo social en la economía para Gramsci- sino que es puramente contingente, y no depende de más factores que de la lucha discursiva por la hegemonía.
Laclau usa los ejemplos de la construcción de un sujeto popular nacional en Irak o en Yugoslavia por encima de las diferencias étnicas, por un discurso que postula la dimensión estatal-nacional como la privilegiada para ordenar y construir las identidades políticas. Esto son, en su opinión, muestras de la maleabilidad y el dinamismo de las identidades.
El estudio desarrollado hasta ahora conduce efectivamente a entender las identidades políticas desde un enfoque constructivista: como el producto de las luchas políticas por la atribución de sentido a fenómenos que efectivamente “existen” pero que intervienen en política sólo por su articulación discursiva. Esto, no obstante, no significa que los actores políticos puedan manejar diferentes demandas o identidades a su antojo, como alquimistas cuya capacidad de producir uno u otro preparado depende exclusivamente de su sabiduría en la combinación de ingredientes. Los actores políticos intervienen sobre condiciones que ellos no han decidido en primer término, aunque sólo sea porque heredan la mayor parte de éstas de generaciones anteriores.
Es cierto que la hegemonía es fundamentalmente un acto de nominación. El momento de unidad de los sujetos populares se da en el nivel nominal y no en el nivel conceptual, dice Laclau. Precisamente por ello esta unidad está siempre sometida a la lucha hegemónica y ninguna otra lógica convierte automáticamente posiciones “objetivas” en posiciones subjetivas. Pero eso no equivale a afirmar que estas posiciones “objetivas” no existan.
Laclau contribuye a superar las diferentes lógicas funcionalistas en las que la asignación de una función a las partes está predeterminada mecánica y teleológicamente por el todo. El análisis de los sistemas-mundo, si bien resulta de mucha ayuda para situar las condiciones sociales en las que los actores políticos se encuentran y con las que necesariamente negocian, no es especialmente útil para comprender por qué las cosas suceden en el sentido en el que suceden, a menudo en sentido contrario de lo que el análisis “estructural” permitiría suponer
Por decirlo en modo simple: la aproximación a un fenómeno político-social concreto necesita de su ubicación en dinámicas de largo alcance espacial y temporal que lo condicionan; pero el sentido en el que esos condicionamientos son interpretados, dotados de significado y movilizados, su intervención “política”, en suma, sucede siempre en la contingencia de la lucha por la hegemonía. Gramsci es, de nuevo, el puente que permite combinar estos dos enfoques teóricos en un ensamblaje coherente efectivamente aplicable a un estudio de caso particular.
La comprensión del populismo propuesta por Laclau puede ser entonces caracterizada como “formal”, puesto que todas sus características definitorias están relacionadas exclusivamente a un modo específico de articulación –la preponderancia de la lógica equivalencial por sobre la diferencial– independientemente de los propios contenidos que son articulados.
Esta comprensión, como señala Barros[58] presenta tres ventajas fundamentales: En primer lugar, permite aprehender la ubicuidad del populismo –y evitar así atribuirlo sólo a sociedades políticas poco maduras o “desordenadas”-; en segundo lugar, facilita la comprensión de fenómenos tan “contradictorios” como que un mismo significante populista pueda ser articulados en sentidos políticos antagónicos –como en el caso de las interpretaciones enfrentadas del peronismo; por último, sugiere la posibilidad de un acercamiento de grado a los fenómenos políticos caracterizados por la división antagónica del campo ideológico y la apelación a “los de abajo”, indagando cuánto de “populista” tiene su construcción. El populismo se convierte así, finalmente, en una categoría explicativa puramente política, y no en un apelativo despectivo o en una caracterización histórico-estructural de sociedades dependientes, afirma Errejon.
Por decirlo en forma simple, en una cadena de menor a mayor extensión de los conceptos: el populismo es un modo particular –conflictivo- de hegemonía, mientras que la hegemonía es una forma entre otras posibles de construcción de la política.
Especificidades del mecanismo populista de construcción de hegemonía
Un discurso populista será el que articule demandas –y con ellas identidades– inexistentes hasta el momento.
Sin embargo, esto remite a la comprensión de populismo como “irrupción”, como ruptura y dicotomización del campo social. Como ningún régimen se estabiliza en la ruptura, el populismo ya no puede ser entendido en tanto que “forma”, sino más bien como “momento”.
Imposible porque, como se ha visto, las identidades se construyen en relaciones de equivalencia y diferencia, y en oposición entre ellas. Una identidad única equivale por tanto a ninguna identidad.
Esta es la especificidad del “hegemonismo” y su voluntad de clausura de las diferencias, con respecto a la hegemonía, que asume el contenido particular de un proyecto político y lo opone a otros, a los que no necesariamente aspira a ganar para el propio campo político. Aclarando la no siempre bien explicada relación entre producción de identidades populares y hegemonía.
La hegemonía es la construcción de Pueblo.
Howarth interpreta que “existen dos áreas de investigación relacionadas que demandan atención especial dentro de la teoría del discurso: la formación y disolución de identidades políticas, y el análisis de las prácticas hegemónicas que intentan producir mitos e imaginarios colectivos[59].
Esta tesis ha sido recientemente secundada y desarrollada por el filósofo Etienne Balibar en sus tesis tras la crisis griega, en las que aboga por un “populismo europeo” que se levante sobre la construcción de un antagonismo entre el capital financiero y “los de abajo”[60].
Leopoldo Munera
Cerremos esta reflexión recogiendo los planteamientos de Leopoldo Munera, profesor de la Universidad nacional de Colombia, sobre el fenómeno de los movimientos populares en Colombia.
La noción utilizada por Munera de pueblo tiene una raigambre anarquista y comprende al conjunto de agentes sociales sometidos a una dominación económica, política, de género o cultural (en la cual está implícita la racial y étnica) que no está limitada, aunque la incluye, a la relación de poder entre las clases[61].
Por consiguiente los campos sociales en conflicto son ampliados a los ámbitos de la vida social donde el poder forma grupos que fundamentan sus privilegios en la subordinación de individuos o de colectividades, afirma. De esta manera el anarquismo además de reconocer la especificidad de cada lucha social y la imposibilidad de reducirla al conflicto entre dos clases principales, propugna por la revolución simultánea del conjunto de la sociedad. Hace confluir en el mismo proyecto la lucha contra los macropoderes excluyentes, como el Estado y el aparato productivo capitalista, y contra los micropoderes que invaden y someten la vida cotidiana.
De las clases subordinadas al pueblo hay la distancia que existe entre los conceptos de dominación y explotación; mientras aquél expresa la relación entre el que ordena y el que obedece, éste se limita a la apropiación por parte de una clase social de la plusvalía producida por otra. La explotación en su carácter específico expresa la centralidad societal de la relación de producción, pero es incapaz de explicar los aspectos políticos y culturales del poder capitalista que son comprendidos por el concepto más amplio de dominación. La fusión entre las dos categorías permite ubicar la especificidad de la explotación en el contexto general de la dominación sin perder la centralidad que tiene la primera. Ese es el sentido del estudio de la dominación-subordinación en la relación social con la naturaleza
Cuando se habla de clases populares también se hace una simbiosis entre un término genérico, el pueblo, y, uno específico, las clases subordinadas. A diferencia de lo que sucede con la dominación y la explotación, aquí el concepto de pueblo es subsumido en el de clase. De esta manera se conserva la centralidad societal de la relación en la que se constituyen las clases y se hace referencia a todos aquellos sectores sociales que además de estar sometidos a la explotación, están sometidos a otro tipo de dominación. Es decir, que reúnen en sí mismos la condición de clase subordinada y de pueblo, así el elemento que los identifique como grupo estable no sea la posición en la relación social con la naturaleza.
Los grupos sociales cuya identidad viene dada por la pertenencia de sus miembros a las clases subordinadas son clases populares, en la medida en que la explotación va acompañada de una dominación política y cultural. No sucede lo mismo con otros grupos sociales que, sin ser necesariamente clases subordinadas, son pueblo; es el caso de las mujeres, las minorías étnicas y culturales, y los estudiantes. Tales grupos adquieren identidad por la posición de los agentes sociales que los constituyen en una relación social diferente a la que se establece con la naturaleza y son clases populares si la pertenencia a las clase subordinadas es un elemento común a la mayoría de sus miembros.
El movimiento popular, término genérico que designa al conjunto de los movimientos populares, es la articulación de los actores individuales y colectivos que surgen de agentes sociales que son al mismo tiempo clase y pueblo. Así el elemento que los identifique no sea su posición como clases subordinadas.
Las interrelaciones
La noción de articulación como elemento constituyente del movimiento popular resalta la importancia de la interrelación, integradora o conflictiva, entre las diferentes formas de acción que lo conforman.
Por ende, exige el estudio de las relaciones de poder que están en su base.
La relación conflictiva entre las clases populares y las clases y los sectores dominantes, se da en campos sociales delimitados por los actores y no necesariamente en el escenario de lo estructural. El conflicto puede presentarse tanto a nivel de modelos societales como de relaciones concretas que sólo atañen a los actores que antagonizan; por consiguiente, los movimientos populares pueden definir al adversario tanto en términos de actor como en términos de clase. Lo cual abre la posibilidad de alianzas con actores de las clases dominantes que no estén directamente vinculados al campo del conflicto o que compartan con el movimiento popular el elemento que lo identifica como pueblo. En este sentido, el conflicto con las clases y los sectores dominantes es dinámico, contingente y parcial, salvo en aquellos momentos en que el movimiento popular se suma a un proyecto revolucionario.
La pretensión de totalidad, como expresión de la ampliación del conflicto al conjunto de la sociedad, corresponde más al deseo de identificar el movimiento popular con el conjunto de las clases populares que a la naturaleza de la articulación de los actores que lo conforman. Sin embargo, el conflicto por la orientación y control de los diferentes campos sociales en el que participa es atravesado y mediado por un conflicto por el control y la orientación del Estado. En tal medida, el movimiento popular está insertado en un conflicto que independientemente de sus objetivos lo supera y repercute en él. No existe ningún movimiento popular incontaminado de política institucional, todos participan al mismo tiempo en el juego político del Estado y en el de la sociedad civil.
Las relaciones al interior del movimiento popular no escapan a la reproducción de las orientaciones culturales, los valores, las prácticas y las jerarquizaciones de los modelos de sentido societal dominante.
De donde se colige que simultáneamente son un espacio de articulación de acciones colectivas portadoras de orientaciones culturales que entran en conflicto con las de las clases dominantes y un espacio de reproducción de las orientaciones que imperan dentro de los límites impuestos por éstas.
Aunque no se definan mutuamente como adversarios, los actores que conforman un movimiento popular entran en conflicto entre sí en el proceso de construcción de la identidad colectiva. La heterogeneidad de los actores de las clases populares y de los intereses que representan hace que detrás de la relación con las clases dominantes exista una dinámica conflictiva interna que puede llevar a la fragmentación del movimiento popular y constituir el centro de sus interrelaciones.
El movimiento popular, al no representar la acción de las clases populares ni tener el privilegio de ser la práctica social ligada a la producción del sentido societal, debe ser ubicado en el contexto de otras acciones de las clases populares (pienso en los partidos, en los movimiento armados, en las acciones colectivas no-conflictuales y en las acciones individuales) y de acciones y movimientos que no son definidos por la pertenencia a las clases subordinadas.
Así se abre otro campo de conflicto o de integración que se da dentro de las clases populares y en el que está inmerso el movimiento popular.
En resumen, alrededor del campo social en conflicto con las clases y los sectores dominantes en el que se forma el movimiento popular, existen dos campos conflictivos potenciales que reflejan su dinámica: entre los actores que lo conforman y con otros actores de las clases populares. Es decir los tres niveles en que se da la articulación del movimiento popular son el de la relación entre las clases dominantes y las clases populares, el de la relación entre actores de una misma clase y el de la relación entre actores de un mismo movimiento.
La vida del movimiento popular está en la dinámica que se genera en ese entramado de interrelaciones.
Por consiguiente su estudio no se puede limitar ni a una supuesta marginalidad, ni a una acción estratégica que moviliza recursos, ni a las orientaciones culturales que enfrentan a las clases subordinadas con las clases dominantes. Debe ser el análisis de actores que definen su articulación en un universo complejo en el cual lo irracional, la acción estratégica y la acción con sentido definen, dentro de los condicionamientos impuestos por lo estructural, la naturaleza del conflicto que un conjunto de actores de las clases populares entablan con un conjunto de actores de las clases dominantes. Excepcionalmente dicho conflicto hace referencia a la totalidad societal.
Queda clara la trascendencia de la categoría pueblo y su construcción discursiva dándole sentido político e identidad en la lucha por abrirle camino, en el marco de la paz, a una nueva hegemonia nacional popular.
Sobre el constructivismo y la hegemonía nos ocuparemos en el próximo trabajo.
[1] Esta reflexión crítica y abierta, alejada de dogmatismos y rigideces conceptuales, se apoya en diversos trabajos de la autoría del cientista político español I. Errejon, los cuales se pueden consultar en los siguientes enlaces electrónicos: http://bit.ly/1SmiaIS ; http://bit.ly/1n6TEhR ; http://bit.ly/1TVsN5q ; http://bit.ly/1V28m4H ; http://bit.ly/1ntEeop .
[2] Ver el texto de Laclau en el siguiente enlace electrónico: http://bit.ly/1Sm16Bu
[3] Ver Rancière, J. (2007): El desacuerdo. Política y Filosofía. Buenos Aires: Nueva Visión, en el siguiente enlace electrónico: Rancière, J. (2007): El desacuerdo. Política y Filosofía. Buenos Aires: Nueva Visión. Y de (2010): “Un gesto leninista hoy. Contra la tentación populista” en: Zizek, S., Budgen, S. y Kouvelakis, S. (eds.) Lenin reactivado: Hacia una política de la verdad. Madrid: Akal. pp. 75-97.
[4] Ver Boix, M. C. (2009): “Populismo en América Latina o la Prudencia ante la Polisemia”, en Revista Electrónica Urbe et Ius, nº 30, Año 2009. pp. 1-33. Disponible en: www.urbeetius.org.
[5] Ver los siguientes textos de De La Torre (2003): “Masas, Pueblo y Democracia: Un balance crítico de los debates sobre el nuevo populismo” en Revista de Ciencia Política. Año/vol. XXIII, nº 001. Santiago de Chile. pp. 55-66; y (2008): El retorno del pueblo. El populismo y nuevas democracias en América Latina. Quito: FLACSO. pp. 77-97.
[6] Ver Mackinnon, M. M. y Petrone, M. A. (1998): “Los complejos de la Cenicienta”, en Mackinnon, M. y Petrone M. (comp.) Populismo y [7] Ver Canovan, M. (1981): Populism. London: Junction Books; y “Trust the People! Populism and the Two Faces of Democracy” en Political Studies, 47. pp. 2-16.
[8] Ver textos citados en nota anterior.
[9] Ver de Laclau la Razon populista ya citada.
[10] Ver Panizza, F. (comp.) (2009): El populismo como espejo de la democracia. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.
[11] Ver Freidenberg, Flavia (2007): La Tentación Populista. Una vía al poder en América Latina. Barcelona: Editorial Síntesis.
[12] Ver Zúquete, J. P. (2007): Missionary Politics in Contemporary Europe. Syracuse: Syracuse University Press.
[13] Ver Mouffe, Ch (2009): “El fin de la política y el desafío del populismo de derecha” en Panizza, F. (comp.) El populismo como espejo de la democracia. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica. pp. 51-70.
[14] Ver Reyes, Ó. (2009): “Conservadurismo skinhead: un proyecto populista fallido” en: Panizza, F. (comp.) El populismo como espejo de la democracia. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica. pp. 133-160.
[15] Ver textos ya citados.
[16] Ver Raby, D.L. (2006b): “El liderazgo carismático en los movimientos populares y revolucionarios” en Cuadernos del CENDES, Año 23. nº 72. pp. 59-72.
[17] Ver Zanatta, L. (2008): “El populismo, entre la religión y la política. Sobre las raíces históricas del antiliberalismo en América Latina.” En Estudios Interdisciplinarios de América Latina y el Caribe, Vol. 19. No 2. pp. 29-45.
[18] Ver file:///C:/Users/INTER/Downloads/-data-H_Critica_07-10_H_Critica_07.pdf
[19] Ver Le Bon, G. (1895 [1995]): The Crowd London: Transactions Publishers.
[20] Ver Le Bon, G. (1895 [1995]): The Crowd London: Transactions Publishers.
[21] Ver Taine, A. H. (1878 [1986]): Los orígenes de la Francia contemporánea, Barcelona: Orbis.
[22] Ver Tarde, G. (1901 [1986]): La opinión y la multitud. Madrid: Taurus.
[23] Ver McDougall, W. (1920): The Group Mind. Cambridge, UK: Cambridge: University Press.
[24] Ver Freud, Sigmund (1985 [1921]): “Psicología de las masas y análisis del yo” en Obras completas, vol. 18. Capítulo 12. Madrid: Amorrortu. pp. 63-136.
[25] Ver Germani, G. (1978): Authoritarianism, Fascism and National Populism. Nueva Jersey: Transaction Books.
[26] Ver MacRae, D. (1970): ““El populismo como ideología” en Ionescu, G. y Geller, E. (comps.) Populismo: Sus Significados y Características. Buenos Aires: Amorrortu. pp. 187-202.
[27] Ver Wiles, P. (1969): “Un Síndrome, no una Doctrina: Algunas Tesis Elementales sobre el Populismo, en: Ionescu, G. y Geller, E. (comps.) Populismo: Sus Significados y Características. Bueno Aires: Amorrortu. pp. 203-220.
[28] Ver Canovan, M. (1981): Populism. London: Junction Books.
[29] Ver Savarino, F. (1988): “Populismo: Perspectivas Europeas y Latinoamericanas”, en Espiral, Septiembre-Diciembre año/vol. XIII, nº 138. Universidad de Guafalajara, México. pp. 77-94.
[30] Ver Minogue, K. (1970): “El populismo como movimiento político” en Ionescu, G. y Gellner, E. Populismo, sus significados y sus características nacionales. Buenos Aires: Amorrrortu. pp. 241-257.
[31] Ver Worsley, P. (1970): “El concepto de populismo” en Ionescu, G. y Gellner, E. (comps). Populismo, sus significados y sus características nacionales. Buenos Aires: Amorrrortu. pp. 258-304.
[32] Ver Di Tella, T. (1965): “Populism and Reformism in Latin America”, en Véliz, C. (ed.). Obstacles to Change in Latin America. Oxford: Oxford Univerity Press. pp. 47-64.
[33] Ver Stein, S. (1987): “Populism and Social Control” en Archenti, E. Camak, P. y Roberts, B. (eds.) Sociology of Developing Societies. London: Macmillan. pp. 123-135.
[34] Ver Alcántara Sáez, Manuel (1995): “Crisis y Política en América Latina” en VVAA Las crisis en la Historia. Salamanca: Universidad de Salamanca. Pp. 189-200.
[35] Ver Alcántara, M. S. y Freidenberg, F. (eds.) (2001): Partidos políticos de América Latina. Países andinos. Salamanca: Universidad de Salamanca.
[36] Ver Mackinnon, M. M. y Petrone, M. A. (1998): “Los complejos de la Cenicienta”, en Mackinnon, M. y Petrone M. (comp.) Populismo y Neopopulismo en América Latina: el problema de la cenicienta. Buenos Aires: Eudeba. pp.11-55.
[37] Ver Hermet, G. (2008): Populismo, democracia y buena gobernanza. Barelona: El Viejo Topo.
[38] O´Donnell, G. (1972): Modernización y Autoritarismo. Buenos Aires: Paidós; y
(1997) Contrapuntos: Ensayos escogidos sobre autoritarismo y democratización. Buenos Aires: Paidós
[39] Ver Weffort, F. (1998): "El populismo en la política brasileña" en Mackinnon, M. M. y Petrone, M. A. (comp., Populismo y Neopopulismo en América Latina: el problema de la cenicienta. Buenos Aires: Eudeba. pp. 135-152.
[40] Ver Ianni, O. (1975): A formaçao do Estado populista na America Latina. Rio de Janeiro: Civilizaçao Brasileira.
[41] Ver Touraine, A (1998): “Las políticas nacional-populares” en Mackinnon, M. M. y Petrone, M. A. Populismo y neopopulismo en América Latina. El problema de la Cenicienta. Buenos Aires: Eudeba. pp. 329-359.
[42] Ver Vilas, C. M. (1981): “El populismo como estrategia de acumulación: América Latina” en Críticas de la economía política nº 20/21. México DF. pp. 95- 147.
[43] Ver Vilas, C. M. (1981): “El populismo como estrategia de acumulación: América Latina” en Críticas de la economía política nº 20/21. México DF. pp. 95- 147.
[44] Ver Vilas, C. M. (1981): “El populismo como estrategia de acumulación: América Latina” en Críticas de la economía política nº 20/21. México DF. pp. 95- 147.
[45] Ver Cardoso, F. H. (1973): Ideologías de la burguesía industrial en sociedades dependientes. México DF: Siglo XXI.
[46] Ver Vilas, C. M. (1981): “El populismo como estrategia de acumulación: América Latina” en Críticas de la economía política nº 20/21. México DF. pp. 95- 147.
[47] Ver Vilas, C. M. (1981): “El populismo como estrategia de acumulación: América Latina” en Críticas de la economía política nº 20/21. México DF. pp. 95- 147.
[48] Ver Vilas, C. M. (1981): “El populismo como estrategia de acumulación: América Latina” en Críticas de la economía política nº 20/21. México DF. pp. 95- 147.
[49] Ver Vilas, C. M. (1981): “El populismo como estrategia de acumulación: América Latina” en Críticas de la economía política nº 20/21. México DF. pp. 95- 147.
[50] Ver Calderón F. y Jelin E. (1996): Clases y movimientos sociales en América Latina Buenos Aires: CEDES.
[51] Ver (2003): “¿Populismo recliclado o neoliberalismo a secas? El mito del ‘neopopulismo’ latinoamericano”, en Revista Venezolana de Economía y Ciencias Sociales, 3, vol. 9. pp. 13-36
[52] Ver Portantiero, J. C. (1999): “Los usos de Gramsci” en A. Gramsci. Escritos Políticos (197921933) México DF: Grijalbo.
[53] Ver Portantiero, J. C. (1999): “Los usos de Gramsci” en A. Gramsci. Escritos Políticos (197921933) México DF: Grijalbo.
[54] Ver Molina, J. y Grosser, V. (2008): “La construcción del pueblo, según Laclau” en La lámpara de Diógenes, revista de filosofía, números 16 y 17. pp. 137-157.
[55] Ver Kazin, M. (1995): The Populist Persuasion. An American History. Ithaca y London: Cornell University Press.
[56] Ver Althusser, L. (1967): “Contradicción y sobredeterminación” en La revolución teórica de Marx. México DF: Siglo XXI. pp. 49-86.
[57] Ver Ver Molina, J. y Grosser, V. (2008): “La construcción del pueblo, según Laclau” en La lámpara de Diógenes, revista de filosofía, números 16 y 17. pp. 137-157.
[58] Ver Barros, Sebastián (2006): “Inclusión radical y conflicto en el Pueblo populista” en CONfines 2/3. pp. 65-73.
[59] Ver Howarth, David (2000): Discourse. Buckingham: Open University Press
[60] Ver en el siguiente enlace electronico http://bit.ly/1QcfqrJ
[61] Ver en el siguiente enlace electronico file:///C:/Users/Equipo%201/Downloads/-data-H_Critica_07-10_H_Critica_07%20(1).pdf
Paz, democracia ampliada y contrucción de hegemonía nacional popular
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