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Libertad de prensa, del dicho al hecho…

Una prensa libre y enérgica estuvo

a la vanguardia de los logros

en materia de derechos humanos

en los últimos 30 ó 40 años,

en su lucha por obtener

la mejor versión posible de la verdad.

 

Bob Woodward, periodista estadounidense,

revelador del “Watergate” que tumbó a Nixon.

Conferencia de prensa en la Onu.

Febrero 8 de 2009

 

El Día del Periodista en Colombia, el 9 de febrero, estuvo antecedido de varias acciones de sangre ya persecución contra el periodismo responsable, que denuncia o busca la verdad en los medios de gran difusión o en los de compromiso comunal y alternativo: el asesinato de María Eugenia Guerrero. Su cuerpo fue encontrado en Tulcán el 5 del mismo mes tras desempeñarse como comunicadora de Integración Stéreo, radio de Ipiales; también de las amenazas denunciadas por un importante núcleo de reporteros de Barranquilla, y el intento de asesinato contra Gustavo Adolfo Ulcué, uno de los coordinadores del Tejido de Comunicaciones de la Asociación Colombiana de Indígenas (Acin), y asimismo por las presiones sufridas contra Hollman Morris y Jorge Enrique Botero, periodistas tildados por el presidente Álvaro Uribe de ser “permisivos cómplices del terrorismo”. Un día después de la fecha conmemorativa, Nataly Molina Ortiz, directora de Ventana, programa del canal local CNC, de Cartago (Valle), fue intimidada por un policía cuando cubría un evento deportivo.

 

El asesinato de María Eugenia revive la escala de crímenes sufridos por los trabajadores del gremio colombiano en los últimos años. (1) Las amenazas recibidas por numerosos periodistas en Barranquilla y la intimidación que afectó a Nataly, como las intimidaciones que continuamente padecen la Acin y sus comunicadores, alertan sobre contenidos no divulgados de la ‘seguridad democrática’ y acerca de la intensa presión que pesa sobre los profesionales de los medios en este país, sin la atención debida por los organismos internacionales (2).

 

El señalamiento y la acusación oficiales, dirigidos contra los colegas Morris y Botero, importantes trabajadores de la prensa escrita y la televisión, seguidos de los comentarios que sobre los mismos hicieron varios creadores de opinión, entre ellos Darío Arismendi en el programa 6 am.-9 am., del 4 de febrero, ampliaron la nube de dudas y suspicacias que sobre ellos creó el Gobierno, y precisan y realzan los factores de poder en una capacidad destructiva en aumento contra el oficio de informar.

 

Todos estos hechos, unos de alta gravedad y todos de cuidado, más en un país como el nuestro, donde de la amenaza a los hechos de “pena de muerte”, “de oficio” y “sin fórmula de juicio”, no hay mucho trecho (3), no pueden pasar inadvertidos. Son atentados y persecuciones que deben llamar la atención de propios y extraños, animando a preguntarles a unos y otros, en particular sobre el periodismo en Colombia, y en general sobre el fenómeno de la información en ¿cuál proyecto de país?

 

Censura y manipulación

 

La comunicación en todo el globo vive un profundo cambio, ya lo dicen y demuestran importantes académicos, pero no sobra recordarlo. De ser un factor de veeduría y cuestionamiento del poder, la comunicación, antes identificada como el cuarto poder, se ha transformado en el poder mismo, el segundo según algunos investigadores.

 

¿Puede el poder fiscalizarse a sí mismo? Díficil. Más cuando de por medio están los negocios y el proyecto de sociedad que los legitima. Concentrados en pocas manos, televisión, radio, prensa escrita, se homogeniza la visión del mundo y con ésta la propia cultura. La visión de los sucesos es una sola, unidimensional y fortalecida por un procedimiento perverso de repetición y eco uniforme de las noticias del día a día, y las explicaciones y el manipulado contexto que se brinda sobre las mismas. En un altísimo porcentaje, a favor de la solución militar del conflicto y el auspicio de sus acciones secretas, psicológicas, de intervención internacional abierta o mercenaria con borrón de nuestra soberanía y la dignidad como Nación.

 

¿Puede el lector o el espectador desprevenido cuestionar una noticia cuando es repetida hasta el cansancio por todos los medios? Díficil. ¡Muy díficil! Eso sucede en todo el mundo, pero en Colombia asume expresiones extremas cuando se verifica que Caracol Radio es dueña de 103 emisoras integradas a un potente conglomerado de medios iberoamericanos, a la par que RCN lo es de 126. Y, como si no bastara, de su mano también va la televisión.

 

Otros medios han sido incorporados también a grandes cadenas internacionales. Es el caso de El Tiempo, empresa igualmente propietaria de una cadena de televisión, así como de una importante organización de medios impresos de carácter regional. Como una sola voz, unos se repiten a otros. En medio de tanta cacofonía, el radioescucha, el televidente y el lector terminan anestesiados, expropiados de la realidad.

 

El mecanismo es sencillo, y por esa vía, en la cual no faltan informaciones precisas y puntuales, hechos noticiosos de la cotidianidad, recogidos por esmerados periodistas que como obreros de la comunicación hacen su vida, y se la ganan, termina por producir un exceso de información. El ciudadano común y corriente, y muchas veces el que se considera ilustrado y crítico, terminan congestionados, abrumados, sin posibilidad de mirar el contexto social, encerrados en la particularidad. Así, ¡vaya contradicción!, lo que se cree que es la “democracia de la información” termina siendo su evidente censura, en este caso por su exceso, a la par que por la imposibilidad de cotejarla y contradecirla.

 

Monopolio de la pauta

 

Hacer periodismo independiente en Colombia es casi imposible. Así lo han comprobado numerosas empresas, pequeñas y grandes. El que no esté a la sombra del poder se quiebra. O lo quiebran. Y el que tiene el poder lo concentra más. Al poder político le interesa esta constante y la propicia. Como fuerzas centrífugas, medios de comunicación, empresas, ministerios, secretarías departamentales y municipales, oficiales de la fuerza, batallones de inteligencia y agencias de medios se hacen un solo cuerpo (4). Y quienes no estén dentro de ellos son expulsados. Pero al que está en su exterior y no se somete a sus reglas, pretenden triturarlo. No se admite la diversidad de fuentes, el debate, la disidencia, así en ocasiones necesiten ésta última como parte de la “intensa vida que tiene la democracia”, aunque por regla general se la ignora.

 

Pero cuando ésta se torna incómoda, se le señala, se le persigue, se le sindica, se le asesina. En verdad, no se admite la crítica, y mucho menos el cuestionamiento que devela el trasfondo que explica cada suceso. Es el caso de la actividad desplegada por los periodistas Hollman y Jorge Enrique.

 

Develadores de una situación específica del poder, en que éste manipula y pone en riesgo la vida de muchas personas, son confrontados por el propio poder, que, descubierto, no admite la manipulación que ha puesto en marcha con andamio secreto –descubierta por los corresponsales– ni reconoce la verdad lanzada al aire por los mismos. Por eso, cómplice y en autodefensa, desvirtúa, distrae, sindica, engaña.

 

Esa es la comunicación hoy dominante. Crea ‘verdades’, así sean mentiras, se rodea de una extensa y cotidiana estela informativa, pero al mismo tiempo soporta y potencia el sujeto del poder (en nuestro caso, el Príncipe) que cada día produce y es la noticia misma.

 

En esta espesa relación, la ciudadanía, en realidad desinformada, es quien pierde. De ahí la importancia de los proyectos de comunicación colectiva y alternativa que se acercan a la comunidad con la otra cara del país, así como de los informadores independientes que se arriesgan, a costa de su propia vida, a brindar la otra fase de los sucesos. Los riesgos son altos. El asesinato de María Eugenia Guerrero, y la sindicación que el poder hace de Hollman Morris y Jorge Enrique Botero, no hacen sino corrobar esta tendencia.

 

El 9 de febrero no se debe conmemorar sólo el día de un gremio. Como un reto, ese día debe ser testigo del avance o el retroceso de una comunidad con derecho a informarse plena y cabalmente.

 

1  Durante los últimos 30 años, 130 periodistas fueron asesinados.

2  De acuerdo con la Fundación para la Libertad de Prensa (Flip), durante 2008 se denunciaron 130 violaciones a la libertad de prensa en Colombia. En 2007, la cifra era de 162. Según la Fundación, “la amenaza fue la forma más frecuente de coartar la labor de los periodistas durante 2008”. A éstas se suma “la impunidad absoluta en que permanecen las investigaciones judiciales por amenazas contra periodistas”, convertidas, según la entidad, en “el enemigo silencioso de la libertad de expresión”.

3  Según Hollman Morris, en los días que siguieron a los señalamientos realizados por el presidente Álvaro Uribe, recibió 50 amenazas de muerte.

4  De acuerdo con la Flip, durante 2008 se registró otra forma de censura, más indirecta, “la distribución arbitraria de la publicidad estatal, en función de objetivos políticos y como forma de presión financiera a los periodistas y medios”.

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