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Colombia, 9 de abril. El día del traicionado

Como todos sabemos la traición es el engaño. Pero también es la utilización. Una y otra siempre han estado presentes en nuestro país, en sus distintas etapas históricas. Las han sufrido todas las generaciones que lo han habitado, con especial énfasis los más pobres, los excluidos.

Empieza desde la época de la Colonia y se prolonga hasta nuestros días, cuando en todos los barrios se instalan soplones dispuestos a traicionar a su vecino.

Pasa por los primeros intentos de lucha anticolonial, cuando los comuneros son traicionados por el poder religioso y político, regando las piezas humanas de los líderes comuneros por parques y veredas. En ese gesto absolutista del poder, en esa acción traicionera del que simula ser interlocutor, se selló para siempre en nuestro país el estilo de lo que después se conocería como “la democracia más vieja de América Latina”.

La traición, a estado presente en múltiples momentos aciagos del país (revolución de los artesanos, asesinato de Rafael Uribe Uribe, masacre de las bananeras, masacre de los estudiantes –1953-, asesinato de Guadalupe Salcedo, masacre de Santa Bárbara, por no mencionar sino unos pocos episodios de violencia física). Pero sin duda, ha dejado su nítida presencia en la negación de la felicidad de las mayorías del país por parte del poder bipartidista.

La tristeza del estudiante que no puede concluir sus estudios por falta de recursos para pagar la matrícula universitaria e inclusive costear el bachillerato; el dolor que carga el desempleado ante la imposibilidad de levantar su sustento de manera segura; la angustia del inquilino y su sueño nunca realizado de un techo propio; el desespero del desplazado que arrojado de su tierra o de su casa no sabe para dónde ir. En fin, decenas de insatisfacciones que no son más que la traición de un modelo económico y político que no cumple con el precepto democrático del buen gobierno: garantizarle a los gobernados el máximo de felicidad posible.

9 de abril

Ese histórico momento nacional debemos recordarlo siempre como el día del traicionado, resumir en él todos los tipos y características del engaño. En el caso de esta fecha, la misma que se prolonga hasta nuestros días por medio del conflicto armado no resuelto, mirando las fotos del insuceso, nos percatamos de la intensidad del momento y del dolor que sienten los miles de traicionados, que ven en el cuerpo de su líder asesinado, la traición a su sempiterna esperanza: ser algún día gobierno, ser algún día poder.

Allí se ven las turbas liberales gaitanistas por miles, armados de palos, de machetes, de mazos, de martillos, de revólveres, de escopetas. Los rostros reflejan el dolor y la disposición, la misma que se hizo práctica en decenas de movimientos campesinos que siguieron al histórico momento.

Pero también se ven los rostros de los traidores, bien de esa ocasión o en posteriores hechos. Se ve a Carlos Lleras, a Julio Cesar Turbay, a jóvenes políticos liberales que luego cargarían con la culpa de otros tantos dolorosos momentos que viviríamos los colombianos.

Los unos denotan dolor, los otros simplemente disposición a utilizar la oportunidad. Es la diferencia entre el oportunista y el que ama.

Esos rostros siguen presentes por todo el país, tanto en el dolor, en la disposición como en la esperanza. Anhelan contar con un momento, uno donde la traición no esté presente, uno donde la justicia se imponga. Son rostros comunes en cualquier parte de nuestra geografía nacional, tal vez siguen esperando un líder, uno que como otros muchos les muestre el qué hacer.

Ahí está el reto de quien anhele ser alternativa social y política en Colombia: llenar el espacio de los traicionados, disponerse a ser traicionado, construir un proyecto que impida la traición y que por tanto, rompa el miedo que impide que los engañados de siempre dejen de ser turba para transformarse en sujeto histórico.

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