Autoritarismos digitales
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Resulta paradójico que ahora, frente al sistema de una sociedad panóptica disciplinaria y castigadora se imponga un sistema seductor, represivo, pero atractivo donde el golpe con sus normas es aceptado y la negación a la libertad asumida como garantía de independencia personal. Lo importante es sentirse empresario de sí mismo y, sin embargo, seguir obedeciendo órdenes con elegante complacencia. Es la sociedad del cumplimiento y del estar satisfechos a pesar de no lograr las metas que se hayan propuesto, una sociedad auto-culpabilizada, auto-flagelada, auto-castigada con los látigos de la eficiencia no alcanzada de forma individual. De manera que llevamos, entonces, un vigilante interno, un acusador íntimo, ese servil capataz personal que obliga a ejercitar hasta el cansancio oficios a costa de nuestra voluntaria explotación, enajenación y honrosa pérdida de dignidad personal.

Todo fracaso significa culpabilizar a nuestra subjetividad acorralada, avasallada. Vaya condición paradójica. Queda muy difícil romper las cadenas que cada uno, con voluntad de siervo, se ha ajustado. Satisfechos nos vamos con nuestros grilletes al cuello a recorrer supuestos caminos libres de prohibiciones y castigos; satisfechos facilitamos todos nuestros datos al servidor digital, a las redes y nos vendemos al vigilante más eficiente que existe: nosotros mismos. Todos nos vigilamos entre todos. Ante este auto-autoritarismo vigilante e invisible quedamos contentos. Somos sus fichas y sus sirvientes; simuladores de libertad, sometidos en realidad. La auto-eficiencia y auto-rentabilidad nos hace creer que somos creativos y libres, pero las garras destructivas y deliciosas se auto-gestionan y auto-programan, se alimentan a sí mismas dentro de cada uno, que les da su propio nutriente.

Así, el leviatán tirano y manipulador queda intacto, sin un leve rasguño, viendo con cínica mirada cómo nos entregamos a sus perversas bondades autoritarias y cómo nos culpamos a nosotros mismos de nuestras frustraciones y fracasos. Al responsabilizarnos de nuestros no logros, nos volvemos agresivos íntimos. El afuera político y social queda inmune, mientras el adentro personal se desgasta, se desabastece de pensamiento analítico, de crítica hacia la causa de nuestras nulas conquistas. Esas son algunas de las trampas tendidas por el poder con sus actuales dispositivos de control. Junto a ello, la mercantilización de casi todas las esferas de la vida, que propone seductoramente la euforia por el consumo, es otra de las formas de enajenación aceptada, gozada, interiorizada con satisfacción y alegría. Todo está controlado. Hasta las protestas contra estos novedosos y febriles embrujos se tornan en valor de cambio, en una mercancía espectacularizada, consumida sin peligro alguno.

Convertida la vida en una perpetua comercialización y, con ello, desarticulada casi toda forma de protesta, de rebeldía y subversión, el panorama es tenebroso y difícil, sobre todo, si se proyecta dicha agenda y se impulsa a través de las redes digitales. Estas son las encargadas, en gran parte, de mantener el control y los mecanismos de una enajenación gozosa y aceptada entre sus clientes, aquellos simuladores de ser empresarios individualizados. Se ha dicho que las redes instauran un mecanismo de “totalitarismo digital”, o de autoritarismo informático en red. Hipervigilancia asumida, neo esclavitud admitida, y todos proyectando nuestra imagen en red, seducidos y satisfechos con un beneplácito consentimiento, agendados y administrados por unos demiurgos digitales poderosos, nuevos jefes de nuestros deseos.

Entre panópticos y sinópticos digitales

Hoy por hoy se han unido todas las formas del poder en una sola maquinaria autoritaria: el tradicional panóptico vigilante y castigador desde afuera, con el actual sinóptico controlador desde adentro1, aceptado con goce y cierta alegría individual; la auto-flagelación y el auto-castigo de culpabilización personal por no alcanzar las metas impuestas en su rendimiento, junto al castigo bio-político contra el cuerpo del rebelde desobediente. Así, la sociedad que castiga, tortura, que desaparece, asesina, se une con la que construye la auto-vigilancia aceptada, que interioriza las cámaras y las pide a gritos, las reclama. Sí, se están realizando en nuestros cuerpos y psiquis todas las formas de ejercer el control y el poder. Cuando unas no sirven, actúan las otras; cuando estas se vuelven insuficientes, las otras se ponen en funcionamiento. Cárceles tradicionales con sus panópticos desde las torres vigilándonos, disciplinándonos junto a redes digitales con sus datos registrados vigilándonos; panópticos caseros en la privacidad del hogar, auscultando nuestro mundo personal y, sin embargo, poco importa, más aún, nos importaría si no se realizara dicha pesquisa. Todas estas formas de autoritarismo se combinan, se ajustan, se confeccionan y mejoran según las aptitudes y respuesta de los considerados como clientes, o según el gusto de los mismos.

Así, entre panópticos y sinópticos digitales, controlados por el Big data, nos hemos convertido en serviles administradores, coordinadores, ordenadores de todos y de nosotros mismos, como también en una red de informadores-informantes de los deseos y gustos, de nuestros fracasos y búsquedas, y lo peor, de nuestras concepciones políticas ofrecidas a las corporaciones inquisitoriales informáticas. En este sentido, nadie es soberano. Por el contrario está sometido a dar las fortalezas que le quedan y también sus últimos restos. Ser feliz es ser dato, exposición, pantalla, vitrina, objeto de consumo, vigilante-vigilado sin saberlo, recolector informático, buscador en red de su propia enajenación.

Expuestos, digitalizados hasta la médula, nos volvemos icono-adictos, info-adictos, delatores compulsivos de nuestra vida privada y hasta secreta, deseosos de dejar una huella, ya no en la gravedad terrestre, sino en las redes ingrávidas de las nubes digitales. Qué gran placer nos produce ser imagen y modelo en las pantallas, simuladores de transparencia. Así, al otro se le ve como alguien que me compra, me consume, desecha y reemplaza por otro, y yo soy su objeto consumible que se expone para esa fugaz transacción narcisista, egocéntrica. Tal es la exigencia del demiurgo económico y político para ordenar y controlar el tiempo que nos ha sido concedido sobre estos espacios.

De esta manera, nos conducimos a la pérdida de toda vergüenza al exponer nuestros secretos; a la pérdida del pudor y con ello a un cinismo digital que anuncia la desaparición del cuidado de sí ante los otros, la liquidación del valor de proteger la dignidad y la autonomía ante las vidrieras transparentes que rayan en un porno-voyerismo masivo y en red.

Conectados, consumidos-consumidores, resignados, consentidores, digitalizados, desconectados de las realidades políticas, vamos perdiendo el conocimiento de nuestra sociedad y nuestra memoria colectiva e histórica. Perdidos y naufragando en híper-datos superfluos, somos también víctimas y victimarios de las falsas noticias (fake news), de la desinformación, las conspiraciones, lo ficticio, y del hundimiento de la realidad por una virtualidad vaporosa, ingrávida, que simula ser verdadera. Tal es nuestra esfera social digitalizada, nuestra info-esfera cultural contaminada de basura informática, ya no de mundanales y fácticos ruidos, sino de ruidos digitales, des-factificados, des-realizados, lo que retroalimenta el actuar con la desfachatez y la perversidad de los cínicos.

Al empobrecerse nuestro nivel cultural, pero híper-abrumados por datos efímeros y fugaces, la capacidad de asimilación, de producción y creación novedosa desfallece, se ve sometida a la aceleración y velocidad de la transmisión inmediata, instantánea y, por ende, a la no concentración y contemplación analítica que exige la producción de un riguroso conocimiento frente al saber y los discursos rigurosos. Ante las narrativas del saber, lentamente adquirida, se impone el deseo de ser visto en un instante, consumido al momento por otros como valor de uso y de cambio. Es una “egoteca” en marcha, ofertada y devorada en un santiamén.

De modo que, al tiempo de la durabilidad, de la contemplación creativa; al tiempo de la asimilación crítica, de los rituales colectivos, del pensar y meditar; al tiempo de la fiesta, del juego, del amor, incluso de la creación y las despedidas, el capitalismo voraz, depredador, lo ha cambiado por el vendaval del rendimiento, del trabajo eficaz y eficiente; lo ha arrasado por una esfera empresarial donde sólo opera la ligereza, la sociedad de lo urgente, de lo precipitado. El tiempo de los relojes y de los horarios rentables del capitalismo neoliberal, destierra lo duradero, el lento y delicioso goce del rumiante lector y espectador. El placer del texto lentamente digerido, cuestionado, aprehendido, se cambia por la suspensión de cualquier juicio crítico. Lo inmediato sin profundidad ni altura se impone. El tiempo de la reflexión-creación, como acto de placer estético, queda liquidado. Hiper-saturados de datos informáticos ya no podemos pensar, discernir, realizar un proceso de reflexión lenta, analítica, de comparación crítica para lanzar algún juicio con argumentos sobre lo que nos invade. La carga informática anula la capacidad de distanciamiento que permite ver los árboles en medio de tan tupido e inmenso bosque.

Infopolítica, psicopolítica y emocracia digital

De manera que, al creerse libre, el sujeto de la sociedad neoliberal es más auto-esclavo de las redes y del mercado, ya que se auto-explota, se auto-vigila, autoliquida, auto-enajena. Al ser “empresario de su propia apariencia” (Jean Baudrillard) se vuelve esclavo de sí mismo, con un narcisismo galopante que ignora a la otredad, desprecia la diferencia y a la alteridad, asumiendo la egolatría y la dictadura de un individualismo competitivo. Es su propia imagen que se refleja en una mismidad de simulada libertad bajo el imperio de lo digital. Autocastigado por no lograr sus propósitos en la sociedad del rendimiento, se adolece y auto-culpa de su fracaso, sin sospechar que no es él sino el sistema el responsable de su aniquilamiento.

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Sabemos que también nos auto-vigilemos, y que nos es grato y necesario que así suceda. Entonces, sin violencia ni agresividad contra el vigilante de nuestras mentes y nuestras casas, le damos permiso, le concedemos gratamente los espacios físicos y sensibles, nuestras emociones, frustraciones y deseos. A todo ello le llamamos libertad y autonomía de acción. Así, “el sujeto sometido no es siquiera consciente de su sometimiento” asegura Byung-Chul Han, y continúa, “el entramado de dominación le queda totalmente oculto. De allí que se presuma libre […] El poder inteligente, amable, es más afirmativo que negador, más seductor que represor […] Seduce en lugar de prohibir, no se enfrenta al sujeto, le da facilidades”1. Claro, ello se da bajo nuestro consentimiento. La sociedad infopolitizada por los medios digitales también es una sociedad psicopolitizada por los mismos. Tal es la tesis de Byung-Chul Han. El panóptico tradicional que servía para la vigilancia de los cuerpos, es decir, como un proceder biopolítico, se ha mutado en un panóptico psíquico. Entra a nuestras casas, escarba en nuestros deseos, conoce y seduce nuestros gustos, vigila nuestras “almas”.

Sin embargo, es preciso afirmarlo, la sociedad actual combina la norma disciplinaria de castigo corporal con la norma de control psicodigital y de información. Cuando se hace necesario, el poder pone en funcionamiento la reglamentación disciplinaría contra el cuerpo: tortura, desaparece, golpea y asesina. De no requerir dicho procedimiento, actúa de acuerdo a la reglamentación neoliberal del autocontrol, autoexplotación y autovigilancia consensuada por los sujetos alienados y alineados gracias al Big Data. Del Big Brother al Big Data. En palabras de Byung-Chul Han, “A partir del Big Data es posible construir no sólo el psicoprograma individual, sino también el psicoprograma colectivo, quizá incluso el psicoprograma del inconsciente […] El smarphone sustituye a la cámara de tortura. El Big Brother tiene un aspecto amable. La eficiencia de su vigilancia reside en su amabilidad […] Al Big Brother se le oculta lo que los presos realmente piensan o lo que desean. Frente al quizá muy olvidadizo Big Brother, el Big Data no olvida nada. Sólo por eso el panóptico digital es más eficiente que el benthaniano”2.

El Big Data, a la sazón, se constituye para la sociedad digital en un control psíquico más que físico, tal como lo era el panóptico tradicional. “El Big Brother benthaniano es invisible, pero omnipresente en la cabeza de los reclusos. Lo han interiorizado. En el panóptico digital nadie se siente realmente vigilado o amenazado […] El panóptico digital se sirve de la revelación voluntaria de los reclusos. La iluminación propia y la autoexplotación siguen la misma lógica. Se explota la libertad constantemente. En el panóptico digital no existe ese Big Brother que nos extrae informaciones contra nuestra voluntad. Por el contrario, nos revelamos, incluso nos ponemos al desnudo por iniciativa propia”3.

En dicho procedimiento de control todo se vuelve mesurable, se transforma en números, se cuantifica en busca de la eficacia, del rendimiento, la optimización, el consumo. Es en realidad un absolutismo digital que procesa, manipula, maneja, gerencia nuestros datos personales. Con ello también se liquida la memoria, la narración de los recuerdos. Se impone la numeración, la fría vaciedad numérica. Zigmung Bauman le llama “panóptico casero”, el cual registra y maneja nuestros datos personales como mercancías, donde somos consumidores-consumidos, compradores comprados. La psicopolítica, como la infopolítica y las emocracias conducen a una uniformización gregaria y social, a la gran variedad homogénea, o como lo denomina Byung-Chul Han al “infierno de lo mismo”.

Los Influencers: esos nuevos guías espirituales y corporales

Y están los Influencers, esos nuevos líderes son los nuevos guías casi espirituales y corporales para el consumo, modelos a seguir y a venerar, que ocupan el lugar de los profesores, de los filósofos, de los confesores e incluso de los maestros espirituales. Son los recientes sacerdotes de la cultura estandarizada. En estos escenarios invadidos por los Influencers para y desde el mercado, para y desde el divertimento como finalidad, las propuestas conceptuales, los contenidos con juicios y discursos analíticos pierden su importancia. Ante el show y el shock de estos líderes digitales y telemáticos, la intelectualidad creadora y crítica entra en un preocupante declive. No hay tiempo para perder en narraciones extensas, tediosas, en reflexiones. Es tanta la híper-información que los discursos naufragan y se pierden rumbo al botadero. El tiempo aquí lo construyen veloces algoritmos en la pantalla del celular, del móvil o Smartphone, en puntos a donde saltar para consumir instantes de un presente que se asume como totalidad. El futuro como teleología no es aquí posible; la trascendencia de ser se esfuma en un tiempo presente vaciado de mañana. Los Influencers actúan en las redes con la visión de un ahora que se esfuma, como una mercancía que no da espera, que no necesita seres contemplativos ni pacientes. Es la era de la perpetua fugacidad. 

1 Chul Han Byung (2021) Psicopolítica. Neoliberalismo y nuevas técnicas de poder, 2021, p. 28.

2 Ibíd., pp 55, 81, 221.

Ibíd., p. 55.

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Información adicional

Autor/a: Carlos Fajardo Fajardo*
País: Colombia
Región: Suramérica
Fuente: Periódico desdeabajo N°301, 18 de abril-18 de mayo de 2023

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