“Cuenta Cide Hamete Benengeli en la segunda parte de esta historia y tercera salida de don Quijote…”. Así comienza la segunda parte de Don Quijote. Casi nadie recuerda este inicio. Y se puede sostener, sin riesgo de fallar, que cualquiera puede afirmar que sólo hay un inicio del libro y dice así: “En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme…”.
Que explícitamente se reconozca como autor de la novela a un moro, plantea posibilidades interpretativas poco exploradas. Cervantes se regodea con el asunto en el capítulo III, titulado: “Del ridículo razonamiento que pasó entre don Quijote, Sancho Panza y el bachiller Sansón Carrasco”. De Sansón Carrasco dice el autor de la segunda parte que era, “muy gran socarrón, de color macilento pero de muy buen entendimiento…”.
Don Quijote está ansioso por platicar con el bachiller “[…] de quien esperaba oír las nuevas de sí mismo puestas en libro…”. Sin embargo, enterado de quién había escrito la segunda parte se dice que: “[…] desconsolole pensar que su autor era moro, según aquel nombre de Cide, y de los moros no se podía esperar verdad alguna, porque todo son embelecadores, falsarios y quimeristas”.
El bachiller le confirma que su autor es un moro, en los siguientes términos: “Bien haya Cide Hamete Benengeli, que la historia de vuestras grandezas deja escritas, y rebién que haya el curioso que tuvo el cuidado de hacerlas traducir de arábigo en nuestro vulgar castellano, para universal entretenimiento de las gentes”. Así pues, reconoce Cervantes como la herencia de la cultura árabe y su más sofisticada escritura beneficia al incipiente castellano de la época.
Hecha la aclaración don Quijote cambia su prejuicio sobre el moro y dice: “De esa manera, ¿verdad es que hay historia mía y que fue moro y sabio el que la compuso?”.
De este modo Cervantes pone a don Quijote, ya no a deshacer entuertos, sino a superar prejuicios. La grandeza de la segunda parte del Quijote consiste en esta tarea generosa y maravillosa. Intuyo, sin embargo, que pocos han captado el asunto. Incluyo a Borges que como Avellaneda quiso burlarse del Quijote en su escrito “Pierre Menard autor del Quijote”.
Hoy, cuando la humanidad está amenazada por prejuicios de todo tipo, y esos prejuicios alimentan los complejos militares industriales que se lucran con la guerra, dialogar sobre la segunda parte de don Quijote puede resultar salvador. Así lo quería Cervantes. El capítulo VIII titulado. “Donde se cuenta lo que le sucedió a Don Quijote yendo a ver su señora Dulcinea”, comienza en los siguientes términos: “¡Bendito sea el poderoso Alá”, dice Hamete Benengeli al comienzo de este octavo capítulo. “Bendito sea Alá”, repite tres veces, y dice que da estas bendiciones, por ver que tiene ya en campaña a don Quijote y a Sancho, y que los lectores de su agradable historia pueden hacer cuenta que desde este punto comienzan las hazañas y donaires de don Quijote y de su escudero, persuádeles que se les olviden las pasadas caballerías del ingenioso hidalgo y pongan los ojos en las que están por venir…”.
Y especialmente pongan los ojos en la hazaña mayor: Sancho gobernando.
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