¿Cuáles son los motores de la degradación ambiental? Esta es una pregunta recurrente en todos los debates sobre medio ambiente. En esta discusión aparece con frecuencia el papel de las grandes corporaciones internacionales, en especial las directamente vinculadas al lobby de los combustibles fósiles. Hoy la mentira de la compañía Volkswagen para hacer aparecer a sus vehículos como más eficientes y menos contaminantes nos recuerda la importancia de afinar el análisis sobre las causas y motores de la degradación ambiental.
En 2005 se publicaron los resultados de la Evaluación de ecosistemas del milenio (EEM), ejercicio patrocinado por Naciones Unidas para estudiar los principales ecosistemas en el mundo. El principal resultado fue descubrir que en la segunda mitad del siglo XX la actividad humana había alterado los ecosistemas del mundo como nunca antes en toda la historia. Alrededor de 60 por ciento de los servicios de los ecosistemas del mundo están siendo degradados o explotados de manera insostenible.
Al tratar el tema de las causas o motores de este proceso de degradación, el estudio consideró varios enfoques alternativos. Después de discutir brevemente problemas de escala, horizontes temporales y esquemas de jerarquización, la EEM se decidió por clasificar en motores directos e indirectos a las fuerzas que impulsan la degradación ambiental. Los motores directos, según la EEM, son aquéllos que de manera inmediata contribuyen al deterioro ambiental: apertura de carreteras, obras de infraestructura, plantaciones comerciales en lugar de bosques, incendios, etcétera. Los motores indirectos, siempre según la EEM, son el crecimiento económico y el aumento de la población. Y en unas cuantas páginas, el EEM dispuso de estos dos fenómenos.
Desde 2005 la gran mayoría de las organizaciones internacionales que trabajan sobre el deterioro ambiental han adoptado esta clasificación. Es también la opinión de mucha gente y casi se ha vuelto un lugar común citar estas dos causas del deterioro ambiental. Pero un examen rápido de lo que está detrás de estos motores revela que las cosas son más complicadas.
Para empezar, el crecimiento económico no ha sido un proceso regular. Entre 1945-1975 la tasa de crecimiento en la mayoría de los países fue alta, pero entre 1975-2000 el ritmo de crecimiento se redujo casi por la mitad. Además, las crisis se multiplicaron y el crecimiento descansó cada vez más en episodios de inflación en los precios de algunos activos clave (fenómenos llamados burbujas). Hoy se anuncian años de estancamiento en la economía mundial y la pregunta obligada en el contexto de una reflexión sobre los motores del deterioro ambiental es directa: ¿el estancamiento económico es bueno para el medio ambiente?
Pidiendo disculpas a los lectores, hacemos abstracción momentánea de los temas claves de la desigualdad y la pobreza, dos variables afectadas negativamente por la crisis; pasamos a ver qué pasa en materia de deterioro ambiental. En algunas industrias contaminantes cuya contribución al deterioro ambiental se encuentra fuertemente correlacionada con el ritmo de actividad, es posible que la contracción económica haya reducido su aportación negativa. Pero, al mismo tiempo, es posible que la crisis haya retrasado la adopción de nuevas y más eficientes tecnologías. En otros casos, como en el de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), el panorama es más complicado. En la Unión Europea las emisiones han mantenido su tendencia a la baja, pero no por la crisis, sino porque varios países adoptaron una política industrial y un régimen regulatorio que claramente definieron como prioridad la transición hacia las energías renovables. En países como Estados Unidos, las emisiones han seguido creciendo a pesar de la crisis, aunque a un ritmo más lento, precisamente porque no hay una política energética que asegura o acelere la transición hacia un perfil bajo en combustibles fósiles.
En cuanto al aumento de población, típicamente identificado como el otro motor del deterioro ambiental, hay que decir que la tasa de crecimiento demográfico ha mantenido una tendencia a la baja y hoy apenas supera el uno por ciento. Sigue en aumento el número de países que atraviesa por su transición demográfica (proceso en el que las tasas de mortalidad y de natalidad decrecen casi a la par). Hoy el principal fenómeno demográfico es el de la urbanización. Y eso trae consigo cambios importantes en materia de patrones de consumo y acceso a mercados.
Hablar de crecimiento y de población en general no ayuda gran cosa. Es más importante comenzar a hablar de la macrocefalia e inestabilidad del sector financiero mundial, de la concentración de poder de mercado en casi todas las industrias del planeta, de los crecientes niveles de desigualdad y de la evolución de variables económicas como tasas de rentabilidad y salarios. Sin entrar en este nivel de análisis muy poco vamos a entender sobre los motores del deterioro ambiental.
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Un equipo de investigación de más de 15 países ha estimado en tres billones la cifra de árboles en el planeta. La tasa de pérdida debido a la deforestación y la actividad humana es de 15.000 millones de árboles cada año.
Hasta ahora, la estimación global de bosques se obtenía a partir de imágenes por satélite de las áreas forestales, pero la información que se generaba no era del todo precisa. Por esta razón, un grupo de investigación internacional decidió crear un mapa de la distribución mundial de los árboles por kilómetro cuadrado.
El estudio, que se publica esta semana en Nature, revela que sobre la Tierra existen tres billones de árboles, lo que supone 422 árboles por persona, una cantidad ocho veces superior a los cálculos anteriores (61 árboles por persona). Sin embargo, a pesar de esta cifra, el número total de árboles ha caído en un 46% desde el comienzo de la civilización humana.
Además, en la actualidad, "la tasa de pérdida forestal –provocada por la deforestación, el cambio en el uso de la tierra y la gestión forestal– es de 15.000 millones de árboles cada año", advierte Thomas Crowther, autor principal del trabajo e investigador en el Yale School of Forestry & Environmental Studies de la Universidad de Yale (EE UU).
"Esto repercute en la concentraciones de carbono de la atmósfera, así como en los miles de otros servicios que proporcionan los bosques", añade con preocupación el científico que subraya que la densidad de árboles disminuye cuando aumenta la población humana.
Los resultados de la investigación indican que el número de árboles en el mundo varía en función de la actividad humana. Para los investigadores, el impacto negativo del ser humano en los ecosistemas naturales es claramente visible en pequeñas áreas, como demuestra el nuevo mapa. Las decisiones históricas del uso de la tierra han dado forma a los entornos actuales.
Con la nueva distribución, obtenida a partir de imágenes por satélite, inventarios forestales a pie de campo, y tecnologías de supercomputación, el equipo en el que han participado 15 países describe el estado actual de los bosques mundial para que científicos, ecologistas y políticos lo entiendan y tomen medidas. "Pero no hemos descubierto ningún otro posible sumidero de carbono", asegura Crowther.
Los bosques boreales, los de mayor densidad
Para lograr un cálculo más preciso, los científicos usaron casi medio millón de estimaciones de la densidad de árboles obtenidas a partir de personas que los contaban a pie de campo. A esto añadieron las características medioambientales (temperatura, humedad, estado del suelo y nivel de actividad humana) y la información de densidad de 400.000 terrenos forestales.
"Si el número de árboles aumenta en zonas húmedas, podemos empezar a predecir cuántos árboles están relacionados con la humedad en esa área", indica el investigador estadounidense. El mapa les ha permitido así obtener la distribución de los árboles que varía en función de cada paisaje.
Según el trabajo, las masas forestales con mayor densidad de árboles son los bosques boreales de las regiones subárticas de Rusia, Escandinavia y Norteamérica. Pero las mayores áreas forestales se encuentran, con diferencia, en los trópicos, donde habitan cerca del 43% de los árboles de todo el mundo. Solo el 24% está en las regiones boreales y el 22% en las zonas templadas.
Para Crowther, el mapa también representa una distribución de la estructura de los ecosistemas. "Aporta información sobre las áreas donde viven diferentes plantas y animales, y dice cuánto carbono se almacena en esas áreas", comenta Crowther. En definitiva, el estudio muestra los esfuerzos que aún quedan por hacer para recuperar los bosques.
Varios estudios recientes han expuesto diferentes facetas del modelo económico arcaico y predatorio que todavía predomina en la Amazonia brasileña. A pesar de los esfuerzos realizados en los últimos años por el gobierno federal, las administraciones estatales y municipales, y la sociedad civil –lo que dio como resultado una reducción continua de los índices de deforestación desde 2005–, el hecho es que el 17% del bosque tropical brasileño ya ha sido consumido; y los mecanismos y prácticas que destruyen la biodiversidad, perjudican los servicios ambientales (1), generan conflictos sociales, empobrecen la cultura, marginan poblaciones, agravan el calentamiento global y comprometen la imagen de Brasil, continúan vigentes.
La edición de junio de 2009 de la revista Science (2) incluye un estudio sobre el tema, firmado por investigadores del Instituto del Hombre y el Medio Ambiente de la Amazonia (Imazon), que bautiza este modelo como “boom-colapso”, en alusión al efecto “sube y baja” que caracteriza la economía de la región: grandes ganancias financieras para un pequeño grupo al principio, seguidos de pérdidas y perjuicios para la sociedad en general.
Los investigadores constataron que, en el corto plazo, mejoran los indicadores socioeconómicos, como por ejemplo el Índice de Desarrollo Humano (IDH). Sin embargo, los beneficios duran alrededor de una década y media, agotándose cuando se terminan la explotación de madera y la productividad de la ganadería. En ese momento, entonces, los municipios pasan a presentar índices de calidad de vida parecidos a los del período anterior a la deforestación, con una diferencia fundamental: perdieron la oportunidad de hacer un uso adecuado de los activos naturales y de crear una economía sostenible con una distribución de la renta más ecuánime. Sumado a eso, heredan suelos degradados, desempleo, concentración agraria, éxodo rural, miseria urbana y, por supuesto, el fin de los bosques y de los recursos naturales disponibles.
El año pasado se publicaron asimismo otros importantes trabajos realizados por Organizaciones No Gubernamentales (ONGs) que describen las prácticas deletéreas de poderosos grupos empresariales y sus negocios globales, lo que causó un fuerte impacto en la opinión pública.
En octubre de 2008, la ONG Repórter Brasil redactó una lista de las empresas establecidas en San Pablo que se benefician con el avance predatorio de la actividad agropecuaria y maderera ilegal sobre el bosque, además de mantener relaciones comerciales con propietarios e inversores rurales que explotan el trabajo esclavo. La divulgación del trabajo, titulado “Conexiones sustentables San Pablo-Amazonia: quién se beneficia con la destrucción de la Amazonia” (3), dio como resultado la firma de tres pactos empresariales para el control de las cadenas productivas de la madera, la ganadería y la soja oriundas de la Amazonia.
La organización Amigos de la Tierra-Amazonia Brasileña publicó, en abril de 2008, el informe “La hora de la cuenta – Ganadería, Amazonia y coyuntura” (4), en el que explica que la Amazonia se consolidó como una importante región productora de carne debido a la instalación de megafrigoríficos, financiados con recursos públicos subsidiados por el Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social (BNDES) de Brasil del orden de los 6.000 millones de reales en 2008, un récord histórico. De ese monto, casi nada se destinó al aumento de la productividad y la recuperación de tierras degradadas o abandonadas. El informe muestra incluso que uno de los factores centrales para la viabilidad de la ganadería en las principales regiones productoras de la Amazonia es la invasión y la posesión ilegal de tierras públicas, acompañada de deforestación irregular.
A comienzos de este mes, Greenpeace Brasil divulgó por su parte, después de tres años de estudios, el informe “La farra del buey” (5). Allí, la organización ambientalista revela que la destrucción de la Amazonia se debe mayoritariamente al sector ganadero, responsable de una de cada ocho hectáreas de bosques tropicales destruidas en el planeta. Ese trabajo analiza las fuertes inversiones gubernamentales destinadas a ese sector, con el objetivo de consolidar el liderazgo de Brasil en la exportación de carne bovina y duplicar su participación para alcanzar los dos tercios del mercado mundial de aquí a 2018. El informe hace también una lista de varias empresas nacionales e internacionales que se abastecen de productos de esa cadena productiva ilegal y antiética, y acusa al BNDES de contribuir a la devastación ambiental, en la medida en que financia a los frigoríficos sin exigir contrapartidas ambientales.
La novedad que introdujo el estudio de Greenpeace fue su sociedad con el Ministerio Público Federal para iniciar acciones civiles públicas en el Estado de Pará contra los frigoríficos y las redes de venta minorista citados en el texto. La medida generó diferentes reacciones: grandes cadenas minoristas, como Wal-Mart, Carrefour y Pão de Açúcar, suspendieron las compras a los frigoríficos involucrados, exigiendo a los proveedores trazabilidad y garantías socioambientales confiables para los productos provenientes de la Amazonia. Las entidades ruralistas ya intentaron descalificar el estudio e intimidar a sus autores con procesos judiciales, en lugar de adoptar técnicas productivas sustentables que favorezcan la ganancia de productividad, trazabilidad y recuperación de las áreas degradadas.
A pesar de las evidencias recabadas en los estudios citados y de importantes resultados alcanzados en el ámbito del Programa de Prevención y Control de la Deforestación en la Amazonia, la ideología y las fuerzas que sustentan el modelo predatorio continúan en plena forma debido, especialmente, a la postura equivocada de algunos sectores del gobierno federal y del Congreso Nacional. Teniendo en cuenta las urgencias de nuestro tiempo –sintetizadas por la confluencia del agravamiento del calentamiento global y la situación dramática de las poblaciones pobres en todo el planeta– la persistencia de un patrón de desarrollo arcaico en Brasil –país clave para iniciar el viraje necesario hacia un modelo de base sustentable– es muy preocupante.
Desde los ministerios que definen políticas vitales para la Amazonia llegan discursos y medidas que aumentan esa preocupación, al converger en el desmantelamiento de la legislación ambiental y la defensa de facilidades económicas para sectores que especulan con tierras en la región (6), y al negarse a asimilar métodos que eviten nuevas deforestaciones. Esos sectores fueron premiados recientemente con una regularización agraria que distribuyó más de 60 millones de hectáreas de tierras públicas, buena parte de ellas a personas y grupos que las invadieron y promovieron su deforestación a gran escala. O sea, las autoridades responsables de las políticas de desarrollo tratan a los bosques como un obstáculo y no como un beneficio para la nueva economía del siglo XXI.
Tal postura, no obstante, está siendo confrontada por las constantes alertas tanto de respetados formadores de opinión como de la propia sociedad. En una investigación realizada por el Instituto DataFolha en mayo pasado, el 96% de la población brasileña defendió la legislación ambiental y dio un mensaje claro a los productores rurales: pide respetar los límites establecidos por la ley para la protección de bosques, ríos, suelos y biodiversidad (7). Ya no se acepta la justificación de la producción de alimentos a costa de la destrucción ambiental.
Se ha llegado así, a un umbral. El gobierno brasileño necesita hacer una elección clara: liderar una transición que convierta a Brasil en una referencia mundial en la búsqueda de nuevos parámetros de desarrollo, o seguir siendo fiador del pasado, garantizando sobrevida a una concepción de mundo ya superada, que se basa en otorgar privilegios y permitir la sobreexplotación de los activos sociales y ambientales para usufructo de algunos pocos, sin medir las consecuencias.
La investigación de Datafolha mostró que los brasileños quieren empleo, renta y acceso a bienes de consumo, pero no a cualquier precio. Quieren también seguridad ambiental, compromiso ético y visión a largo plazo para crear hoy las condiciones para un salto civilizatorio indeclinable.
En la Amazonia ese dilema se plantea de varias maneras. La explotación ganadera y maderera irregular es sólo uno de los aspectos. Otro, de igual importancia, es la puesta en marcha de obras de infraestructura. El conocimiento acumulado sobre las debilidades del bioma amazónico recomienda cuidados especiales en ese tipo de proyectos, comenzando por el imprescindible proceso de licenciamiento ambiental, hecho en forma y tiempo adecuados. Frente a eso, las maniobras para evitar o flexibilizar los procedimientos exigidos por la legislación con el objetivo de acelerar la aprobación de las obras, como se intenta, por ejemplo, con la ruta BR 319, son inaceptables. La historia enseña que, realizadas en discrepancia con las contingencias ambientales, esas obras son inductoras de procesos económicos y sociales que pueden redundar en verdaderas catástrofes sociales, culturales, ecológicas y económicas en toda el área de influencia del emprendimiento, en vez de generar los beneficios esperados.
Brasil vive un momento crucial, que exige, para que sea posible prosperar, elecciones valientes en pos de un cambio de rumbo y de patrones. Las alternativas ya existen, tienen fuerte base tecnológica, una concepción política e institucional innovadora y sectores de punta dispuestos a superar sus límites adoptándolas. Se trata de un desafío que no es sólo de los brasileños. Se impone a toda la comunidad global. Evidentemente, el país que detenta un patrimonio tan significativo como la Amazonia tiene una misión especial que cumplir.
Una misión domesticadora, en términos del siglo XXI. Si antes, en la historia de la humanidad, domesticar significaba dominar, sojuzgar e imponer, hoy quiere decir tener la capacidad de reinventar la civilización, sumando el ambiente natural como parámetro para la superación de los excesos y equívocos de la sociedad de consumo, en una perspectiva anticipatoria de la sociedad sustentable que se pretende consolidar.
Brasil es candidato natural a ser una gran nación para navegar el futuro y no puede continuar preso de las peores amarras de su historia, sin utilizar plenamente lo que ésta le ofrece como herramienta liberadora: los excepcionales recursos naturales y la igualmente excepcional diversidad social y cultural. A lo largo de las últimas décadas, esta opción ya fue realizada por crecientes contingentes sociales en los espacios académicos, comunitarios, empresariales, de organizaciones de la sociedad civil y en nichos de excelencia del sector público. De esa nueva cultura han emanado continuas demostraciones de que dar el salto cualitativo es posible y viable. Falta la opción decidida de aquellos que tienen mucho poder en el proceso decisorio del país y en la implementación de grandes políticas, es decir, los gobernantes y los sectores empresariales de peso.
Por Marina Silva, senadora de la República Federativa del Brasil por el Estado de Acre en representación del Partido de los Trabajadores (PT), fue ministra de Medio Ambiente (2003-2008).
Traducción: Claudia Solans
Notas:
1 Los servicios ambientales son funciones ecológicas y procesos que aseguran el equilibrio de los ecosistemas y posibilitan la supervivencia y el bienestar de todas las especies en el planeta.
2 Science, Vol. 324, Nº 5.933, Nueva York, junio de 2009.
3 www.reporterbrasil.org.br/documentos/conexoes_sustentaveis.pdf
4 www.amazonia.org.br/arquivos/308285.pdf
5 www.greenpeace.org.br/gado/FARRAweb-alterada.pdf
6 Véase Dario Pignotti, “Polémica diplomacia del cárbono”, en el dossier “Amazonia, el espacio geoestratégico del siglo XXI”, Le Monde diplomatique, ed. Cono Sur, Buenos Aires, agosto de 2009.
7 http://datafolha.folha.uol.com.br/po/ver_po.php?session=891
Le Monde diplomatique. Brasil
Así lo demandaron ecologistas del mundo reunidos en congresos de la Asociación de Biología Tropical y Conservación (ATBC, por sus siglas en inglés) y la Sociedad de Ecología Tropical (GTOE, por sus siglas en inglés).
Tras una reunión celebrada en Marbug, Alemania, ambas agrupaciones emitieron la Declaración de Marbug, en la que destacan “la necesidad urgente de redoblar esfuerzos para la conservación de la biodiversidad en las negociaciones sobre el carbono en los bosques.
“Si buscamos detener el nocivo cambio climático, simplemente debemos reducir la desenfrenada destrucción de los bosques tropicales, responsable de arrojar cada año 5 mil millones de toneladas de dióxido de carbono (CO2) a la atmósfera”, dijo Miguel Martínez Ramos, investigador del Centro de Investigaciones en Ecosistemas (Cieco) de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), quien presidió la ATBC en 2007.
“No basta con reducir las emisiones de carbono, también debemos salvar a las especies en peligro de extinción”, enfatizó.
Núcleos de vida
La declaración destaca que los bosques tropicales se encuentran entre los ecosistemas biológicamente más ricos de la Tierra y mantienen por lo menos a la mitad de todas las especies vegetales y animales en un área histórica que equivale apenas a 7 por ciento de la superficie del planeta.
Esos ecosistemas desempeñan una gama de servicios ecosistémicos primordiales, como el almacenamiento de grandes cantidades de carbono en su biomasa viva y en el suelo, con lo que reducen la erosión del suelo y las inundaciones corriente abajo.
Asimismo, los bosques tropicales son el hogar y proporcionan medios de subsistencia de cerca de 50 millones de personas.
En contraste, la rápida destrucción de estos ecosistemas produce alrededor de 20 por ciento de todas las emisiones de gases de efecto invernadero de origen humano –el equivalente a 5 mil millones de toneladas de CO2, anualmente–, causa importante del calentamiento global.
En el documento, los científicos afirman que el problema es que con frecuencia los mercados internacionales de carbono se enfocan en proteger bosques en extinción que se encuentran en las tierras más baratas, como en la Amazonia.
Con los acuerdos que se negociarán el próximo diciembre en la Cumbre del Cambio Climático de las Naciones Unidas, en Copenhague, Dinamarca, este tipo de comercio de carbono muy pronto podría acumular miles de millones de dólares cada año.
“Las especies más amenazadas no están únicamente en la Amazonia”, dijo William Laurance, presidente de la ATBC en 2008 e investigador de la Universidad James Cook, de Australia.
“Estas especies se encuentran también en los últimos pedacitos de bosque que quedan en países como Filipinas, Madagascar e India, así como en África del Oeste, en las cadenas montañosas de los Andes en América del Sur y en Centroamérica.
Por su parte, Martínez Ramos insistió en que es posible cambiar de estrategia y proteger los bosques: “Existe un enorme potencial para ayudar a proteger los bosques con recursos económicos de los mercados de carbono, pero si no somos cuidadosos, podríamos desperdiciar la oportunidad de salvar vida silvestre crítica para el futuro del planeta”.
“Hacemos un llamado urgente a todos los países y corporaciones para que inviertan en fondos de carbono que ayuden a preservar los bosques tropicales que aún existen”, señaló Manfred Niekisch, presidente de la GTOE y director del zoológico de Frankfurt, Alemania.
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