Por estos días, Rafael Correa viene denunciando una persecución política por parte del actual mandatario, Lenin Moreno. Pero el cambio de signo político ecuatoriano es aún más profundo: la transición hacia una derecha más radical se impone con poca resistencia social, observa Mauro Cerbino. En diálogo con Página/12, el investigador de la Flacso Ecuador analiza los rasgos del gobierno de Moreno en un escenario regional de viraje hacia una derecha que vino para quedarse. Aunque advierte que los resultados de las elecciones en Argentina son el ejemplo de un “volver a pensarse de los pueblos en Latinoamérica”.
-¿Qué implicancias tiene el cambio de signo político en la región?
-En la región estamos observando el retorno de las derechas y el ocaso de aquellos procesos que pudimos definir como progresistas. Estamos acostumbrados a un movimiento cíclico en la región, pero no debemos olvidar nunca quiénes son los que tienen el verdadero poder: el poder de la banca y de las finanzas, los poderes militares, los poderes de la opinión, los grandes medios de comunicación. Los grandes poderes fácticos nunca descansan. Cuando viven momentos que les son contrarios o les afectan, presionan para que haya un cambio. Cuando retorna, la derecha lo hace con mayor fuerza porque es capaz de neutralizar el poder existente.
-¿A qué "poder existente” se refiere?
-A la potencialidad que se expresó en la construcción política anterior a este gobierno. El presidente Lenin Moreno es, en verdad, una transición hacia la derecha más radical, que podría venir próximamente y que tendría el gran poder de enterrar, desactivar y vaciar de sentido aquel vocabulario que, durante el gobierno de Rafael Correa, fue capaz de sostener discursivamente una acción política novedosa y alternativa.
-¿En qué reside la importancia de los discursos para la acción política?
-¡El vocabulario es importante! El gobierno de Correa, desde 2007 hasta 2016, se propuso construir una nueva terminología política; eso tuvo efectos en la construcción de subjetividades, especialmente de los sectores populares. Uno de los dispositivos más importantes de la acción política de Correa fueron los “Enlaces” todos los sábados. En ese espacio, se nutría de los significantes clave de ese vocabulario político que marcaba una diferencia con el pasado, esos significantes podrían tener la capacidad de incidir en lo que Gramsci llamaba “el sentido común”. ¿Cómo transformamos el sentido común que han ido configurando los grandes medios de comunicación? ¡Disputando significantes! En Ecuador no solo vendrá la derecha, sino que esa derecha tendrá la capacidad de vaciar el vocabulario.
-¿Por qué se desactivaron esos significantes?
-Esos significantes se hicieron carne en los sectores populares. Siempre hubo una identificación con el líder; caído el líder, se vacía también el discurso. El logro actual es que se haya revertido la construcción de aquellos significantes y, en su lugar, se lograra poner la corrupción en la agenda pública. La corrupción es el caballito de batalla de todas las derechas del mundo. Ha sido una gran arremetida sobre el impacto emocional, tratar la problemática de la corrupción política atribuida al anterior gobierno. Eso ha neutralizado cualquier posibilidad de mantener vivos aquellos significantes.
-¿Por qué cree que es tan eficaz instalar la corrupción como tema de agenda?
-La corrupción tiene mucho apego, sobre todo en la clase media. No solo porque está bien orquestado por el discurso político del actual gobierno ecuatoriano y los medios de comunicación, sino porque va directo a la psicología del ciudadano de clase media.
-¿Cómo funciona esa psicología?
-El razonamiento es: “¿cómo es posible que aquellos que nos habían hecho creer esto, aquello y lo otro, se fueran llevando partes del recurso público? ¿Y cómo es posible que yo no haya participado del reparto de la torta?” No se olvide de que en la clase media, más que un colectivo hay un conjunto de yoes. Lo que abona el resentimiento de clase media no es solo que se hayan cometido actos de corrupción, sino el hecho de no haber participado de ese reparto. Y ese argumento es muy eficaz del lado del receptor. Mi foco no está puesto en cómo viene armado ese discurso desde el gobierno o los medios, sino en cómo pega en la gente, porque la gente se siente defraudada, pero no tanto porque no sea justa la corrupción, sino porque le afecta en su bolsillo.
-¿Qué factores explican la desactivación de la figura de Rafael Correa, tratándose de un ex presidente que terminó su mandato con imagen positiva?
-Desde el punto de vista simbólico, pesa mucho que Correa se haya ido a otro país a poco de haber terminado su gobierno. En algunos casos, eso debe haber producido algún tipo de escozor; creo que esa decisión ha tenido sus defectos en términos simbólicos. Luego están los cuadros intermedios de ese movimiento que nunca quiso ser partido. No es posible construir un escenario político si no se crea una organización que se parezca a la estructura de un partido. La idea de movimiento dura un tiempo, pero luego debe convertirse en otra cosa, especialmente cuando el movimiento político tiene aspiraciones de gobierno. Por eso, cuando cae el gran líder que personificó el proceso, que incluyó públicos muy diferentes en colectividades —no solamente las clases más plebeyas o parte de la clase media, sino que también convenció a otros sectores— que se identificaron con ese líder, no hay recambio. Ese liderazgo fuerte permitió que se mantuviese el proceso a lo largo del tiempo. Pero el líder no es vitalicio. Por eso, cuando cae el líder muestra la costura y, con ello, sus límites. El populismo en general tiene esta paradoja: un liderazgo fuerte viabiliza procesos de cambio a veces acelerados, y a la vez representa un límite debido a la incapacidad de ser reemplazado.
-¿Cómo hacer sostenible estos procesos, más allá de esos liderazgos fuertes?
-Es necesario razonar sobre el recambio, los líderes no son eternos. En el caso venezolano, como en el ecuatoriano y el boliviano, parecería que los líderes que han dado paso a esos procesos bloquearon ellos mismos la posibilidad de generar cuadros que puedan luego convertirse en potenciales líderes.
-¿En qué medida la polarización política es condición de posibilidad de los gobiernos de derecha en la región?
-Creo que se acabó el tiempo de la polarización. Hoy, en el Ecuador, hay un gobierno que está manejando la crisis y tratando de administrar la transición hacia una derecha más radical. Pero el nuestro no es un país polarizado; no sabría reconocer cuáles son los polos enfrentados. También a ese respecto habría que preguntarse sobre la responsabilidad del gobierno anterior.
-¿Por qué lo dice?
-El anterior gobierno también neutralizó, incluso, las mínimas capacidades de resistencia y de protesta que podían persistir en este país. Desarticuló los movimientos sociales, despotenciándolos. Un país sin movimientos sociales pierde la columna vertebral, y por ende, la posibilidad de organizar políticamente, toda acción de protesta. Hoy están reformando, casi mutilando, la Ley de Comunicación, como lo hicieron en Argentina con la Ley de Servicios Audiovisuales. Hemos hecho unos comunicados y varios intentos, pero estamos seguros de que vamos a perder. ¿Dónde está la capacidad de organizarse políticamente y generar presión sobre el gobierno o el Parlamento para no retroceder a antes de 2007? La polarización, en definitiva, es un signo político muy importante, es la esencia de la política. Yo, en cambio, veo una sociedad política neutralizada, vaciada de vocabulario progresista; veo un gobierno que está administrando una transición hacia la derecha radical y no veo ninguna posibilidad de resistencia y oposición de ningún tipo.
-¿Cómo observa esta “transición” del gobierno de Moreno, en lo económico y social?
-Desde el punto de vista económico, no hemos tenido grandes shocks como los que están viviendo en Argentina. Aunque sí hubo cierto cambio de política económica. En los años anteriores pensábamos en nacionalizar empresas y ahora, en cambio, estamos privatizando las empresas del Estado. Hay retrocesos en cuanto al rol de los medios de comunicación y la famosa norma de la distribución del espectro radioeléctrico. Pero desde el punto de vista macroeconómico, lo que se está haciendo no produce siquiera reacciones por parte de los sectores de la sociedad.
-¿Y en áreas como educación y salud?
-Esas áreas sensibles se han mantenido. En educación superior se ha mantenido el mismo presupuesto. Inicialmente se quiso reducir, pero inmediatamente empezaron las reacciones contra esa medida y se regresó a los anteriores presupuestos. Desde el punto de vista económico, este gobierno está tratando de aguantar lo más posible, aunque la deuda está aumentando. Para este año están previstos cerca de ocho mil millones de dólares de deuda nueva, y cara, además.
-¿Cara?
-Es una deuda importante, contraída con intereses cercanos al 11%. De hecho, se habla del Fondo Monetario Internacional. En el tiempo que lleva este gobierno se tomaron decisiones desde el punto de vista del impacto discursivo, recurriendo al slogan “el gobierno de todos”. Una cosa que, obviamente, ya hace reír, porque nunca un gobierno puede ser de todos. Pretenden mostrar que en todos los espacios hay momentos de deliberación que luego se traducen en política pública. Pero es solo un maquillaje, una retórica. Y los medios de comunicación se han alineado con el gobierno sin demasiado esfuerzo.
-¿Observa cambios en el mercado de trabajo en estos dos años de gobierno de Lenin Moreno?
-Ha aumentado el subempleo, más que el desempleo. Pero a diferencia de Argentina, este país en los últimos años ha vivido una especie de burbuja, donde fue posible producir una serie de medidas. Por ejemplo, la eliminación de la tercerización.
-¿Cómo se logró eliminar la tercerización?
-En los hechos, no se podía abaratar costos laborales contratando a terceros para realizar actividades que las empresas estaban en condiciones de realizar con personal propio. Y además el Estado fue el gran inversor. Es decir que, desde 2007 y hasta 2014, el gran caudal de inversiones en el Ecuador estuvo dirigida por el Estado, en parte gracias a los altísimos niveles del petróleo, a lo que se sumaron algunas acciones bien desarrolladas por parte del gobierno de Correa. Luego empezó la crisis y en 2016, el gran terremoto.
-Entre esas acciones, ¿incluye la investigación y reestructuración de la deuda externa?
-La redefinición de la deuda fue beneficiosa. Hubo un momento de mayor efervescencia económica que permitió al Estado invertir muchísima cantidad de dinero en obras y eso generó más trabajo. La burocracia creció bastante durante el gobierno anterior, con un fuerte incremento de los puestos de trabajo. Hoy se nota que hay un problema, pero tampoco es muy notorio todavía. Hay desempleo, pero no es tan importante como en otros países. Por eso digo que no hay ningún motivo que nos haga pensar en la posibilidad de un estallido. Lo que sí hay es una amenaza permanente de salirse de la dolarización. Y ese es un recurso discursivo al que el gobierno acude mucho con la amenaza de: “si no hacemos bien las cosas…”, “si no cuidamos las cuentas…”, “si no disminuimos el gasto público…”.
-¿Qué cree que puede ocurrir en las próximas elecciones?
-Nuestro país está claramente dividido entre sierra y costa. En la costa está la mayor cantidad de empresas exportadoras de banano, de camarones, de los commodities que exporta Ecuador. Pero en la costa están también los líderes de la derecha tradicional, muy conservadora y radical. En este gobierno estamos viendo cómo en ciertos puestos clave hay personas que vienen de la costa. La incógnita, por ahora, es entender el comportamiento político de la sierra y especialmente de Quito, y ver si lo que queda de la revolución ciudadana —el movimiento de Correa— es capaz de reorganizarse electoralmente.
-¿A qué puestos clave se refiere, puntualmente?
-El vicepresidente viene de una familia empresaria de Guayaquil, es un joven de poco más de 30 años. El presidente le ha encargado las funciones principales relacionadas con la economía, más puntualmente la relación con las empresas. Pareciera que con este gobierno se está produciendo una entrada paulatina de las élites de la costa, en particular de las élites de Guayaquil. Las élites de la costa han estado muy retrasadas desde el punto de vista del ejercicio del poder del Estado, y este pareciera ser su momento de ingreso. Espero equivocarme, pero cuando la derecha vuelve, vuelve para quedarse, para permanecer más tiempo del que pudieron permanecer los gobiernos progresistas cuando se dieron las condiciones para gobernar desde una perspectiva que no fuera de derecha. Porque los tiempos de la derecha son siempre más largos que los tiempos del progresismo y de la izquierda. El centro no existe en política. Y la derecha en el Ecuador no es una derecha conservadora al estilo del conservadurismo europeo. Es una derecha mucho más retrógrada e inequitativa.
-¿Cree que el triunfo de la fórmula Fernández-Fernández en las elecciones de Argentina tendrá algún efecto a nivel regional?
-Podría ser, considerando además la magnitud de la diferencia obtenida en las PASO en relación a la coalición liderada por Macri. Podría ser un ejemplo interesante de un volver a pensarse de los pueblos que en Latinoamérica se han volcado hacia la derecha, tras capitalizar algunos malestares producidos en los gobiernos progresistas. Pero, sobre todo, por no haber profundizado dichos gobiernos en las reformas estructurales para un sólido cambio político en nuestras sociedades.
¿Por qué Mauro Cerbino?
En el inicio de su currículum se lee claro: el objetivo de Mauro Cerbino es colaborar con distintas instituciones en la “comprensión de los distintos actores sociales y culturales —especialmente los jóvenes— y de la comunicación mediática, política y del común”. Es doctor en Antropología Urbana por la Universitat Rovira i Virgili, fue decano del Departamento de Estudios Internacionales y Comunicación de la Flacso Ecuador, y actualmente integra el Caces, equivalente a la Coneau argentina.
En una combinación entre vigilancia epistemológica y consecuencia política, Cerbino exploró experiencias sociales de lo más diversas: después de años de estudiar las organizaciones juveniles de la calle, se adentró en el corazón de los medios comunitarios en el Ecuador. Su investigación quedó plasmada en diversos libros: El lugar de la violencia (Taurus-Flacso), Más allá de las pandillas (Flacso) y Por una comunicación del común (Ediciones CIESPAL).
No sabe uno si reír o llorar. Este ambiguo sentimiento es lo que genera el discurso de Iván Duque, quien ahora funge como presidente de Colombia, con motivo del bicentenario de la república. Para nuestros propósitos, enfocaremos su lectura a partir del intertítulo “Los siguientes 200 años”.
¿Reír o llorar? También puede ser perplejidad al comprobar sin tapujos que al frente del país está empotrada una clase, un sector de la misma, que sólo le desvela el control del poder, su violenta concreción como mecanismo para negar toda voz de disidencia, y para concretar negocios –los ‘legales’ y los que rompen toda regla. Esa clase, ese sector, carece de proyecto de país soberano, así como de dignidad o nada que se le parezca; tampoco de memoria y mucho menos de visión futurista.
Para que no queden duda ni sospechas sobre lo anotado, veamos el correspondiente y aludido apartado del discurso:
Hoy, apreciados amigos, tenemos el desafío de aprovechar la oportunidad única del bicentenario para reflexionar y mirar hacia adelante, mirar hacia la Colombia que queremos construir para los 200 años siguientes.
Nuestro país debe consolidar el Pacto por la Equidad; debe consolidar ese sendero hacia el cierre de las brechas y también afincar la justicia social.
Debemos apostarle a una de las grandes características de la personalidad de lo que es y ha sido Colombia: esa vocación empresarial, esa vocación que algunos llaman rebusque pero que se transforma también en la posibilidad de crecer y generar empleos; de llegar a otros países, de posicionar nuestras marcas, nuestro diseño.
Hoy debemos continuar el legado de los primeros años de la República y desterrar para siempre la violencia, construyendo un país donde reine la legalidad y donde se materialice ese maravilloso lema de nuestro escudo, que dice: Libertad y Orden.
Debemos apostarle al futuro de una Colombia sostenible, consciente de su riqueza y su diversidad ambiental, con energías renovables, conscientes de nuestra responsabilidad para mitigar los efectos del cambio climático”.
Sí, esto es todo lo que despertó y proyectó en el cerebro y el ánimo de quien(es) hoy controlan el gobierno colombiano, el reto implícito en la frase “Los siguientes 200 años”, lo que deja al desnudo el proyecto de poder que representan –y han significado para el país por décadas–, explicación también del desastre social en que sobreviven millones de connacionales.
Y así actúan, no porque no conozcan el país y la sociedad que controlan y oprimen sino porque proponerse construir una sociedad en justicia y felicidad, como en su tiempo reivindicó Simón Bolívar, para aterrizar el discurso en la realidad, tendría el sistema que romper la concentración de riqueza y dejar como desagradable asunto de la memoria la injusticia real que cabalga entre nosotros. Únicamente así se podría encarar el tema de la equidad a que aluden, al que no se arribará por acuerdo, pues no les asiste la voluntad para ello. Y no porque tengan mala disposición sino –simplemente– porque esa es la esencia del capital: acumular, oprimir, negar, especular, dominar… La voluntad violenta ya es una particularidad de la clase que por dos siglos les ha negado a las mayorías algo esencial y simple: vida digna.
Concentración de la riqueza que en nuestro país alcanza indicadores simplemente vulgares: siempre en índice Gini, tenemos que la concentración de la tierra es de 0.863, pero entre propietarios de ésta asciende a 0.886; para la riqueza equivale al 0.81, en concentración accionario es del 0.98.
Pero estas realidades no son de ahora. El asunto es de doscientos años, a lo largo de los cuales las mayorías siguen careciendo de un real acceso a la tierra, privilegiando la violencia para impedirlo. La reforma agraria, tantas veces reivindicada, y proclamada como bandera para despertar esperanzas nunca satisfechas, con sus adjuntos de integralidad que la hacen más que un simple asunto de tierra, sería el conducto para ello. Sin embargo, el país se desangra precisamente porque terratenientes, militares y aliados en gremios de todo orden, así como multinacionales de diverso origen e intereses en la tierra, se niegan a ello.
La tierra. Esta reivindicación está asociada hoy, con todas sus implicaciones, al reto de un ambiente integral, equilibrado, mediante la valoración de la naturaleza como un todo –no una mercancía–, con derechos pero también asociada al asunto no menor de la soberanía alimentaria, todo un contrasentido en la abyecta decisión de las clases dominantes de abrir el país a la producción agrícola elaborada por las potencias, en particular los Estados Unidos, a costa del hambre, el desempleo, el desplazamiento, de millones de campesinos colombianos.
Ambiente. Estudiado desde la ecología, la biología y otras ciencias, que al decir de Leonardo Boff identifica la pobreza como el principal reto ecológico de nuestros países. ¿Podrá la clase en el poder, y su vocero de turno, decir algo sensato acerca de las relaciones entre pobreza y crisis medioambiental, pobreza y cambio climático? Al parecer, apenas lugares comunes, palabras huecas para cumplir con el registro de los medios masivos de comunicación, pero nada inteligente, lo cual sería más exigente entre nosotros, en cuanto país caracterizado como uno de los que contienen mayor vitalidad natural, que se constituye por sí sola en uno de nuestros mayores potenciales para proyectarnos e integrarnos al mundo de hoy, y al de los próximos siglos, tiempo en el cual los países como hoy los conocemos –aislados y divididos por fronteras– serían cosa del pasado, llegando a la integración como especie, en un territorio único que todos podrán habitar en el lugar que mejor le plazca. En esa ruta, ¿en qué forma liderará Colombia, como nación, tal prospecto en la América toda?
A este potencial habría que llegar por común acuerdo entre los pueblos de todos aquellos países registrados como tales en la ONU, entidad que deberá sufrir una drástica reforma en las próximas décadas, dejando de ser el instrumento de control de las potencias para pasar a ser el espacio real de concertación global que requiere la humanidad para vivir en paz, compartiendo potencialidades y redistribuyendo los frutos del trabajo humano, de manera que allí donde haya más de lo necesario se comparta sin mezquindad con quienes tienen déficit en cualquiera de los campos que implican vivir en bienestar.
Vivir en armonía con el resto de nuestra especie demanda hacer de la paz entre nosotros una realidad, para lo cual la violencia debe dejar de ser el recurso por excelencia del poder para imponer sus designios. Empezar a transitar tal camino, un reto de hoy, para ya, es imprescindible que el establecimiento garantice la vida de los líderes sociales, que el derecho a la protesta sea más que letra muerta, que la disidencia sea derecho y que los desacuerdos internos tengan siempre una mesa dispuesta para ser tramitados.
Nada de aquello es posible sin que la clase en el poder renuncie al terrorismo de Estado, postulado y práctica tan querida por el establecimiento. El primer paso para ello es el control y la desaparición del paramilitarismo; el segundo, la reforma integral a las Fuerzas Armadas –empezando por separar a la Policía de tal estructura, desmilitarizándola–; el tercero, la reformulación de la doctrina que la guía –superando el concepto de enemigo interno–; el cuarto, la reducción de su tamaño y su presupuesto; el quinto, la separación de su sometimiento a la doctrina y el mando efectivo proveniente desde los Estados Unidos.
Vivir sin violencia, en paz, exige reconocer un mal histórico de Colombia: la militarización de la política, rompiendo con ese escollo, camino hacia lo cual se requiere abrir el Estado a la participación múltiple de la sociedad, sin restricciones ni controles que hacen de la igualdad de oportunidades una quimera, al tiempo que se abran espacios de todo tipo para que los millones que somos podamos vivir fruto del trabajo, no del rebusque, un recurso al cual acuden millones ante el signo trágico del desempleo y el desamparo estatal. Únicamente así podemos avanzar, creando espacios a fin de conseguir lo necesario para vivir, fruto del trabajo estable y bien remunerado, en que cada persona realice sus sueños, y por tanto el trabajo deje de ser el castigo que para una inmensa mayoría significa hoy. Así, todos y cada uno de los connacionales sentirían que son parte de una sociedad en la cual debe y puede participar de su organización. De otra manera, la política seguirá siendo asunto de algunos pocos, aquellos que encuentran en ello una profesión, incrustándose por esa vía en una burocracia que reproduce el mismo sistema que administran, prolongando desigualdes y exclusiones.
Son estas, como otras muchas proyecciones posibles de dibujar entre el conjunto nacional, lo que no pasa por la cabeza de quienes se niegan a aceptar que el país de hoy no es el requerido por la inmensa mayoría de la sociedad colombiana. Son estas proyecciones, no los lugares comunes de un discurso lleno de formalidades, lo que debemos discutir para sentirnos parte de la humanidad, y para saber que hoy podemos construir un país distinto del heredado tras doscientos años de exclusiones y violencia estatal.
Son estos sueños y estas proyecciones, hoy más que nunca, los factores para que el chalán que impone su poder a sangre y fuego termine su ciclo, y el sub que lo secunda pase a pronto y buen retiro. Así, el llanto y la risa serán por motivo de alegría y no por perplejidad.
La autora plantea que lo que distingue las democracias liberales de los populismos no es la figura del líder ni sus ideales, sino lo que se esconde tras ellos, que es, exclusivamente, el sistema de reparto del plus de goce.
Los autores que abordan el tema suelen coincidir en un punto: lo que es nombrado como ‘populismo’ remite a un abanico muy amplio de posiciones que lo único que tienen en común entre sí es el hecho de presentarse como opuestos a los ideales de la democracia liberal (mantengamos ambos a distancia del neoliberalismo).
Hay aun otra diferencia entre populismo y democracia liberal. El populismo tiene, como particularidad, el hecho de caracterizarse por tener un líder fuerte. En este punto, caemos en la cuenta de que hay distinciones dentro de lo que llamamos ‘populismo’. Y, así, tenemos que hablar de ‘populismos’, en plural. Lo que distingue un populismo de otro es la especificidad relativa a esa función, es decir, el modo en que se ejerce el liderazgo. Mientras que el liberalismo acusa a los populismos de totalitarismos, debemos saber distinguir entre ciertos líderes que se constituyen con condiciones particulares que llevan a la transformación de la democracia en un totalitarismo y hay otros que, sin lugar a dudas, sostienen el fundamento democrático. Entonces, el acento de la disparidad entre populismos y democracia liberal debe pasar por el término ‘liberal’ y no por el de ‘democracia’, y debemos hablar con mayor rigurosidad, de democracia liberal o democracia popular.
La figura y función del líder es el cuestionamiento que la democracia liberal hace a la popular desde la idea de que ese jefe, que es cabeza del poder ejecutivo, se impone sobre los otros dos poderes del estado: el legislativo y el judicial. ¿Sobre qué se sustenta esta crítica? ¿Es posible que con ella estén olvidando que el presidente es el encargado del poder ejecutivo, es decir, el encargado de las acciones de gobierno, confundiendo así el ejecutar con un supuesto estar por encima de los otros poderes? ¿No es esa idea de caudillismo, acaso, una generalización peligrosa? Debería estudiarse el caso por caso.
Ubiquemos la posición desde la que, un líder, ejerce su liderazgo. Para Sigmund Freud, líder es quien ocupa el lugar del ideal del yo para un sujeto, haciendo que los individuos se identifiquen entre sí en su yo, a partir de tener un mismo ideal. El ideal, entonces, es lo que aglutina, lo que hace masa. Hoy en día, masa es un término muy depreciado. Pongámoslo en otros términos: lo que hace lazo social. (Y dejemos en suspenso el desarrollo de la idea de que hay distintos tipos de masa de la que solo una forma es lo que el populismo llama ‘pueblo’). Para Freud, solo deviene ideal aquel al que el sujeto le confiere el poder de tocar un punto muy arcaico y reprimido, que es del orden del valor del primer objeto de amor.
Algunos líderes toman un carácter despótico y feroz que los ubica, no del lado del ideal, sino del lado de lo que Freud llama el ‘padre de la horda’ (mito de una primera forma de organización social alrededor de un líder tiránico y cruel, poseedor de todas las mujeres y esclavizador de todos los hijos). Estos tipos de líderes, ocupan, más bien, el lugar de superyó (es el caso de los totalitarismos como el de Franco o Hitler). El psicoanalista Eric Laurent propone que también hay otro modo de realizar esa función que es la de ocupar el lugar del que encarna un ‘nombre’. Laurent habla de la “confianza inédita en un nombre”1 producto de un nuevo modo de amor, de un modo distinto de hacer lazo. La distinción entre la función de ‘ideal’ y la de ‘nombre’ es que en el segundo caso se trata de depositar la confianza en un nombre sin que se ponga en juego la carga libidinal que es el factor que hace de tapón a lo imposible estructural y hace de la masa, un grupo de fanáticos que no piensa sino que se deja llevar por los impulsos más bajos. Tal vez Eva Perón –quien se vuelve Evita– sea un ejemplo de este tipo de líder. También se puede pensar en otra forma posible de liderazgo sirviéndonos de la enseñanza de Jacques Lacan: una modalidad en la que el líder no se posiciona ni como ideal, ni como superyó, ni como nombre, sino como objeto causa de deseo. Gandhi o Martin Luther King pueden ser pensados como ejemplo de este modo de ejercer la función. Objeto causa de deseo que impulsa a expresar activamente la posición de los ciudadanos a participar en la vida cívica, a una toma de posición decidida respecto de la condición ciudadana. Deseo que no es de ‘ganas de’ sino de lo que a cada uno lo causa como aquello que le hace falta. Tal vez, cada líder singular encarne una, o más, de estas cuatro formas.
Veamos aun otro punto de oposición entre la democracia liberal y la popular. La preocupación depositada por el liberalismo sobre el populismo es que solo atiende las demandas de las mayorías, descuidando las de las minorías. Los populismos, en cambio, acusan a los liberales de exactamente lo contrario. Dónde hay que poner el acento es en el hecho de que, para la democracia liberal, el valor en cuestión es la noción de ‘las minorías’ desde las que se derramará hacia las mayorías, mientras que, para el populismo, el valor es la noción de ‘pueblo’ (que nombra a las mayorías, que son las clases más bajas) pero que no necesariamente excluye las minorías (por ejemplo, hay populismos, como es el caso de Argentina, que han legalizado el matrimonio igualitario, o el cambio de sexo, puesto en valor a los pueblos originarios, etc). Las minorías excluidas por el populismo son específicamente de un determinado tipo: son las que responden a lo que llaman ‘los ricos’, esas que para las liberales son aquellas que deben ser privilegiadas porque así derramarán sus ganancias, luego, sobre las mayorías (la concepción fordista de la economía).
En este sentido, lo que verdaderamente distingue populismos y liberalismo es el reparto de la riqueza. Así, hablar de gobernar para ‘las minorías’ o para ‘las mayorías’, en el fondo, remite a cómo se distribuye la riqueza, es decir, a quién retiene el plus de goce, o, en términos de Marx, la plusvalía.
Ahora bien, al menos en América Latina, el movimiento de traspaso de riqueza hacia las mayorías nunca se llegó a producir de no ser por la intermediación de la figura del líder. Sería interesante pensar la función de bisagra del líder que parece ser el operador necesario de la transferencia de goce hacia un sector amplio de la ciudadanía. ¿Qué hace que sea esta una condición determinante para el reparto más abarcativo del plus de goce?
Entonces, lo que distingue las democracias liberales de los populismos, no es ni la figura del líder, ni sus ideales, sino lo que se esconde tras ellos que es, exclusivamente, el sistema de reparto del plus de goce. Que el acento de la descripción se ponga en la figura del líder no es más que poner el énfasis en el operador de la transferencia. La partida se juega en otra parte.
Por Marcela Ana Negro, psicoanalista.
1: Laurent, E., “¿Un nuevo amor para el Siglo XXI?”, en El Caldero de la Escuela, Nueva Serie, N° 18, Año 12, Ed. Grama, Buenos Aires, p. 2.
El pasado fin de semana el gobierno de Barack Obama festejó la restauración de relaciones diplomáticas con Cuba, con un mensaje reiterado de apoyo a un futuro democrático y una mejora en la situación de derechos humanos en la isla.
Mientras tanto, en casa, continúan noticias que deberían generar grave preocupación por el futuro democrático de Estados Unidos. El ex presidente Jimmy Carter declaró que este país es una oligarquía con el soborno político ilimitado, en el que defensores de derechos humanos y hasta la Organización de Naciones Unidas denuncian graves abusos de derechos civiles y humanos, incluyendo políticas que amenazan la libertad de expresión, el derecho a la privacidad y la libre asociación (incluida la sindical), con la población más encarcelada del mundo, con el empleo oficial de la tortura y la desaparición en violación del derecho internacional, y con la erosión de los derechos básicos, incluido el voto, y, por otro lado, con índices de desigualdad económica sin precedente desde poco antes de la gran depresión. Tal vez es hora de solicitar el apoyo, la asistencia y hasta intervención (no armada) de otros países y actores en el mundo para promover una transición democrática pacífica en Estados Unidos.
El guión para expresar tal mensaje de apoyo y compromiso internacional para promover la democracia y los derechos en Estados Unidos ya existe (con una sola modificación) y dice algo así:
Estamos en el negocio de asegurar que el pueblo estadunidense tenga libertad y la capacidad de participar y dar forma a su propio destino y a sus propias vidas.
Nuestro objetivo (es) dar poder a los estadunidenses para construir un país abierto y democrático.
"Ningún estadunidense debería enfrentar hostigamiento, arresto o golpizas sólo por ejercer un derecho universal de hacer que su voz sea escuchada, y continuaremos apoyando a la sociedad civil..." (Vale recordar que el año pasado, ante la respuesta violenta de las autoridades estadunidenses a la ola de protestas después de los sucesos en Ferguson, el secretario general de la Organización de Naciones Unidas, Ban Ki-moon, llamó a que las autoridades aseguren la protección de los derechos a la libertad de reunión pacífica y libertad de expresión en Estados Unidos).
Seguimos creyendo que los trabajadores estadunidenses deberían ser libres de crear sindicatos, igual que sus ciudadanos sean libres de participar en el proceso político.
"A través de una política de acercamiento, podremos defender más efectivamente nuestros valores y ayudar al pueblo estadunidense a ayudarse a sí mismo mientras ingresa al siglo XXI... Llamamos a Estados Unidos a que libere el potencial de... millones de estadunidenses poniendo fin a restricciones innecesarias sobre sus actividades políticas, sociales y económicas".
Se podría anunciar una serie de acciones para ofrecer "un fuerte y continuo apoyo para que haya mejores condiciones de derechos humanos y reformas democráticas en Estados Unidos. La promoción de la democracia apoya a los derechos humanos universales dando poder a la sociedad civil y derecho a las personas de hablar libremente, reunirse y asociarse de manera pacífica, y apoyando la capacidad de la gente para decidir su futuro con libertad..."
Se podría prometer que "incrementaremos sustancialmente nuestro contacto con el pueblo estadunidense... y nuestros diplomáticos tendrán la capacidad de abordar a más sectores por todo ese país, incluyendo el gobierno estadunidense, la sociedad civil, y estadunidenses ordinarios que buscan una vida mejor. En temas de interés común... encontraremos nuevas maneras de cooperar con Estados Unidos. Hemos sido claros en que también tendremos algunas diferencias muy serias. Eso incluye el apoyo duradero a los valores universales, como la libertad de expresión y de reunión... No dudaremos en expresarnos cuando veamos acciones que contradicen estos valores". (1)
Mientras se afirmaría que se respetará la autodeterminación, ya que el futuro de Estados Unidos debe ser moldeado por los estadunidenses, también se advertiría que se velará por los principios democráticos y las reformas democráticas en Estados Unidos.
Se podría afirmar que "seguimos convencidos de que el pueblo de Estados Unidos sería mejor servido por una democracia genuina, donde la gente goce de la libertad de escoger a sus líderes, expresar sus ideas... donde el compromiso con la justicia económica y social sea más plenamente realizado, donde las instituciones rindan cuentas a aquellos a quienes sirven..." (2)
Estas declaraciones públicas podrían ser acompañadas de programas de democratización que incluyan financiamiento a diversas organizaciones disidentes para crear nuevos canales de lucha en defensa de los derechos humanos y civiles dentro del país. Entre ellos podrían figurar: brindar apoyo a activistas y defensores de derechos humanos estadunidenses para presentar casos de violaciones de derechos humanos y civiles ante la Organización de Naciones Unidas y la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, y su participación en talleres de capacitación para mejorar su capacidad de documentar casos y compartir experiencias con sus contrapartes. Estos programas fomentarían el consenso y cooperación entre jugadores democráticos estadunidenses, otorgarían acceso a información no censurada a los ciudadanos ordinarios y defenderían "los derechos de los afroestadunidenses y comunidades poco representadas..." (3)
En las declaraciones y descripciones oficiales entrecomilladas aquí se ha sustituido una palabra por otra: donde ahora dice Estados Unidos o estadunidenses en la cita original decía Cuba o cubanos. Todas las citas iniciales, hasta llegar al #1, son de declaraciones oficiales del presidente Barack Obama o de la Casa Blanca sobre Cuba en diciembre de 2014 y del año en curso; la #2 son citas del secretario de Estado John Kerry en La Habana el pasado 14 de agosto; la del #3 forma parte del texto que describe en general los programas financiados por la Fundación Nacional para la Democracia (NED, por sus siglas en inglés) en su programa para Cuba.
Como afirma el dicho: el buen juez por su casa empieza.
El Centro Internacional de Estudios Superiores de Comunicación para América Latina (CIESPAL) ha reeditado el texto del maestro Martín Barbero Comunicación masiva: discurso y poder. El libro fue presentado en el marco de la vigesimoctava Feria Internacional del Libro de Bogotá (FILBo 2015) en un acto que contó con la participación del autor, de Francisco Sierra, director de CIESPAL, y de Eduardo Gutiérrez, profesor de la Pontificia Universidad Javeriana.
Treinta y siete años después de su primera edición, CIESPAL ha vuelto a editar la que fue la primera obra en el campo de la comunicación del maestro Martín Barbero. Un "viejo" libro que es tan nuevo como cuando apareció porque sus planteamientos siguen estando vigentes y sus propuestas continúan siendo válidas para la acción.
El texto constituye el lugar de partida del pensamiento de este gran filósofo afortunadamente atraído por la comunicación y es un referente para la teoría crítica de este campo de estudio de las ciencias sociales.
La reedición de este texto de Jesús es oportuna porque el contenido del libro lo es, porque su actualidad asombra y porque el paso del tiempo no ha envejecido las ideas planteadas en él. Viejas escrituras que sirven como si fueran esas nuevas que Martín Barbero, pese a la pérdida de calidad totémica que ha tenido el libro, sitúa en este mundo tecnificado y tecnológico. Su trabajo está hecho "desde la práctica y las contradicciones" que nos han hecho percibir esa comunicación masiva como parte del esquema dominante global occidental. Nos plantea un nuevo lugar desde el que enunciar el discurso para romper esa dominación y esa dependencia y buscar otras alternativas para pensar la comunicación desde las culturas y los sujetos actores nativos latinoamericanos.
El libro es, como gran parte de su pensamiento, "un nuevo modo de mirar los medios para interrogarlos menos acerca del poder de sus aparatajes tecnológicos, sus canales y sus códigos, y más acerca de la comunicación (...)", siempre desbrozando los caminos de la verdadera comunicación. Estructurado en tres partes, la primera nos presenta el debate latinoamericano sobre comunicación masiva; la segunda, los elementos para una teoría crítica del discurso, y la tercera, los discursos y las puestas en escena de los mass media.
Martín Barbero lleva más de cuarenta años centrado en descifrar y analizar, a partir de su formación filosófica, los medios, la relación comunicación – educación, el lugar de la ciudad en la actualidad comunicacional y el papel de las tecnologías. Él ha dicho, desde su oficio como cartógrafo, que "Si comunicar es compartir la significación, participar es compartir la acción. La educación sería entonces el decisivo lugar de su entrecruce. Pero para ello deberá convertirse en el espacio de conversación de los saberes y las narrativas que configuran las oralidades, las literalidades y las visualidades. Pues desde los mestizajes que entre ellas se traman es desde donde se vislumbra y expresa, toma forma el futuro."
Investigación y docencia se juntan y complementan en este colombo-abulense que sigue empeñado en enseñarnos que la universidad hoy tiene que profundizar en un pensamiento crítico que permita meter todo el país posible entre sus paredes.
Filósofo, antropólogo y semiótico, su labor con la comunicación nos ha servido de guía a muchas de las personas que pensamos la comunicación desde una perspectiva netamente latinoamericana.
Pese a que en los años pasados desde la primera edición hayan podido cambiar los lugares del pensamiento, siguen siendo necesarias las visiones críticas y comprometidas, porque el mundo de las ideas tiene en entredicho su independencia del poder y de los discursos. Textos como éste son un referente para continuar explorando esos temas de la comunicación como enzimas, para mantener y renovar las preguntas desde los márgenes en los que se mueve el pensamiento latinoamericano.
Creo que hoy son más pertinentes, o tanto como lo eran entonces, las militancias, las construcciones de utopías y las discrepancias. Para no creernos a pies juntillas lo que nos cuentan sin tener la oportunidad de narrar nuestras propias experiencias desde los conocimientos adquiridos en la interacción con nosotros mismos, con nuestras comunidades y con las alteridades.
J.M.B. es un intelectual mestizo que nos sigue provocando el pensamiento reflexivo para compartir acciones y significaciones. Porque como él mismo dice en el prefacio de esta obra "si la reflexión no abre camino, obstaculiza; si no abre brecha por donde avanzar, paraliza". Él se ha hecho otras preguntas que le han servido para descubrir algunas trampas: la de la falsa autonomía que se confiere a la comunicación; la falsa eficacia con la que se quiere justificar y explicar el subdesarrollo; el espejismo de igualdad que nos dan de las relaciones entre emisores y receptores, y el engaño de las relaciones de producción que perpetúan la dominación. Todo eso lo resume en una sola trampa: "la que supone el intento de explicar los procesos de comunicación por fuera de los conflictos históricos que los engendran, los dinamizan y los cargan de sentido."
Su trabajo ha contribuido, desde la teoría crítica, a denunciar para despertar conciencias y para aprovisionarnos de herramientas que nos permitan construir estrategias dotadas de la fuerza y la capacidad para "acallar la gritería de los teóricos de la información (...) cuyo ruido nos está volviendo sordos a la palabra que puja por abrirse camino desde el silencio de los dominados".
Su análisis desmonta el discurso que desde los "púlpitos que son los medios" nos domina la existencia y nos moldea la vida con unos nuevos procesos de comunicación que nos engañan haciéndonos sentir que somos libres pero que en el fondo nos siguen esclavizando.
Todo lo que plantea lo hace con pasión, sin que ella emborrone sus escritos porque aplica la justa y precisa para empujarnos a reflexionar y a romper los esquemas dominantes. Y lo hace con los argumentos que le dan sus conocimientos y sus convicciones y con la pedagogía que amerita una producción como ésta.
Para Martín Barbero este libro que ahora se reedita es una muestra palpable de que Macondo existe, porque, como él mismo contó en la presentación, CIESPAL le financió para que se pudiera dedicar a escribirlo. Una afirmación de puro realismo mágico. En el acto, tanto Francisco Sierra como Eduardo Gutiérrez han glosado la obra de Martín Barbero y han destacado el valor de este texto, recomendando encarecidamente su lectura por la importancia que tiene para que quienes se dediquen a las ciencias sociales pongan en su justo término el valor de la comunicación en los procesos de transformación social.
El maestro agradeció a quienes han sido sus discípulos por sus palabras y ha reconocido cómo este Macondo le posibilitó elaborar el texto reeditado y seguir dedicado a navegar por las cartografías de la comunicación para aportar a las ciencias sociales algunas de las reflexiones más certeras en torno a los medios y las mediaciones comunicativas.
Martín Barbero recibió, el pasado mes de febrero, el homenaje de CIESPAL y la máxima distinción que esta institución concede la Medalla de Oro y Diploma de Honor. Es doctor en filosofía por el Instituto de Filosofía de Lovaina (Bélgica), con posdoctorado en Antropología y Semiótica por la Escuela de Altos Estudios de París, y doctor Honoris Causa por la Universidad Nacional de Rosario (Argentina) y por la Pontificia Universidad Javeriana (Colombia).
Ha sido presidente de la Asociación Latinoamericana de Investigadores de la Comunicación (ALAIC) y miembro del Comité Consultivo de la Federación Latinoamericana de Facultades de Comunicación Social (FELAFACS). Es miembro del Comité Científico de Infoamérica.
Entre sus obras destacan De los medios a las mediaciones, Oficio de cartógrafo. Travesías latinoamericanas de la Comunicación en la Cultura y La Educación desde la comunicación.
(Publicada como reseña en la revista Latina de Comunicación Social)
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