"En definitiva, el triunfo de un país depende del temperamento de sus ciudadanos", sostuvo George W. Bush la semana pasada durante su discurso de inauguración de la biblioteca presidencial erigida en su honor en Texas. La biblioteca abrió sus puertas oficialmente el 1° de mayo, el día en que se cumplieron 10 años del pronunciamiento de su famoso discurso "Misión cumplida" a bordo del buque USS Abraham Lincoln, cerca de la costa de San Diego. En su discurso en la biblioteca, Bush, al igual que el Presidente Barack Obama, la ex Secretaria de Estado Condoleeza Rice y otras personas omitió mencionar la palabra "Irak".
La violencia en Irak aumentó en abril: 460 personas murieron y 1.219 resultaron heridas, en su mayoría civiles, en olas de ataques y contraataques que recuerdan el peor momento de violencia sectaria en el país, ocurrido entre 2006 y 2008. Al menos 13 personas murieron el 1° de mayo, lo que presagia un mes con iguales niveles de violencia. En medio de la violencia actual, una joven soldado embarazada fue enviada a prisión esta semana por desertar, tras haberse negado a regresar a la guerra de Irak en 2007. La soldado raso Kimberly Rivera fue enviada a Irak por primera vez en 2006. Estaba a cargo de la vigilancia de la entrada de la Base de Operaciones de Avanzada Loyalty en el este de Bagdad, en un momento en que la base era atacada constantemente. Comentó acerca de la experiencia: "Vi cómo es realmente la guerra y eso me hizo abrir los ojos: personas que mueren por la codicia de un país y los efectos en los soldados que regresan con problemas como pesadillas, ataques de ansiedad, depresión, ira, abuso de alcohol, miembros amputados y cicatrices por quemaduras. Y algunos ni siquiera regresan".
Su abogado, James Branum, que defiende a varios soldados que se niegan a combatir, me dijo: "Kimberly sintió que, moralmente, no podía hacer lo que le pedían. Al mismo tiempo, se dio cuenta de que pondría a otros soldados en peligro si no tiraba del gatillo llegado el momento. Habló con un capellán al respecto, que no le prestó la debida atención y no le dio el consejo que realmente necesitaba". El capellán debería haberle avisado a Kimberly Rivera que podía solicitar ser declarada objetora de consciencia.
Al no saber cuáles eran sus opciones, mientras estaba de licencia en Texas en enero de 2007, Kimberly decidió que no regresaría a la guerra. Junto con su esposo, Mario, y sus dos hijos pequeños, viajó a Canadá y se instaló en Toronto mientras solicitaba ser declarada refugiada. Kimberly y Mario tuvieron dos hijos más allí.
Canadá tiene una larga tradición como refugio para quienes se resisten a combatir en una guerra. Durante la Guerra de Vietnam, decenas de miles de jóvenes (se desconoce el número exacto) se negaron a combatir y huyeron de Estados Unidos para evitar el servicio militar. Una vez terminada la guerra, a la mayoría le concedieron amnistía y pudieron regresar al país. En 2004, Jeremy Hinzman se convirtió en el primer soldado estadounidense del que se tiene conocimiento que huyó a Canadá por oponerse a la Guerra de Irak. Poco después se creó en Toronto la campaña "War Resisters Support Campaign" (Campaña de apoyo a quienes se oponen a ir a la guerra). Al menos once soldados obtuvieron la residencia permanente en Canadá y se les reconoció la condición de refugiados. Kimberly Rivera cuenta con el apoyo de ese grupo, además del de miembros del Parlamento canadiense, Amnistía Internacional y el arzobispo sudafricano y Premio Nobel de la Paz Desmond Tutu. A pesar del precedente y del constante apoyo que recibió, el gobierno canadiense rechazó su solicitud de refugiada. Por lo que Rivera se entregó a las autoridades estadounidenses en la frontera entre ambos países el 20 de septiembre de 2012.
En su consejo de guerra, realizado esta semana en Fort Carson, Colorado, el juez condenó a Rivera a 14 meses de prisión, aunque más tarde redujo la condena a 10 meses, en virtud de un acuerdo mediante el cual la acusada se declaró culpable. James Branum habló de la condena: "El fiscal sostuvo en el juicio que le solicitó al juez que dictara una condena severa para aleccionar a quienes huyen a Canadá por negarse a ir a la guerra. El gobierno canadiense, al deportar a Kim, alegó que ella no afrontaría ningún castigo grave como objetora de consciencia por haberse negado a combatir en la guerra. Y, en realidad, eso fue precisamente lo que sucedió. Ese fue el argumento utilizado por la fiscalía, que debería ser castigada por hablar en contra de la guerra. Conocemos otros casos de resistencia a la guerra que han sido castigados con penas más graves, de hasta 24 meses de prisión. Muchas personas que evitan combatir reciben una condena sin prisión o una pena corta de prisión. Y los desertores, en general, más del 90%, no van a prisión. De modo que consideramos que están utilizando a Kim como forma de ejemplarizar".
Kimberly Rivera se negó a disparar a niños en Irak. Tuvo el valor de desobedecer, de resistir. Ahora permanece en prisión, embarazada, lejos de su esposo, Mario, y de sus cuatro hijos: Christian, de 11 años; Rebecca, de 8; Katie, de 5; y Gabriel, de 2. George W. Bush tenía razón cuando dijo que el triunfo de un país depende del temperamento de sus ciudadanos, es decir, de ciudadanos como Kimberly Rivera.
Denis Moynihan colaboró en la producción periodística de esta columna.
© 2013 Amy Goodman
Texto en inglés traducido por Mercedes Camps. Edición: María Eva Blotta y Democracy Now! en español, Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.
Vamos camino a la construcción de un nuevo rostro, hacia la consolidación de una nueva versión de ese abismo inmoral que es el fascismo. Esto es un hecho incuestionable.
Se trata de una variable, de una modalidad muy parroquial, todavía algo solapada, pero, eso sí, bastante evidente, del fascismo del siglo XXI en su versión latinoamericana. Y hay que decir, para vergüenza nuestra, que esta especie de hidra que estamos viendo formarse; que esta modalidad de conciencia colectiva que se está avivando, es, toda ella, de nuestra cosecha. Y, dada la calidad de sus simientes y almácigos, por la forma como se está preparando su cultivo, es fácil deducir que el crisol de su fruto está siendo diseñado para que a muy corto plazo se convierta en producto de exportación. El “fascio”made in Colombia es un producto que se está madurando, a punto de hacer eclosión: ya ostenta su condición en los escenarios públicos; ya presenta sus credenciales, su licencia y pasaporte en los aeropuertos internacionales; ya exhibe su eslogan entre pecho y espalda. Sus componentes morales, sus pilares éticos, su perfil ideológico, ya esgrimen su actitud retadora y amenazante. Y ¡ojo!... el fenómeno se está gestando con miras a futuras aventuras expansionistas. Los hechos así lo indican: la escalada de agresiones de que están siendo objeto Yolanda Pulecio, madre de Íngrid Betancourt, y la senadora Piedad Córdoba; las tétricas amenazas dirigidas al profesor Gustavo Moncayo y al ex magistrado Carlos Gaviria; el absurdo y rufianesco señalamiento de que fue objeto esta Tribuna de Opinión por obra de un congresista y la lectora de noticias de uno de los canales privados de televisión. Son éstos, apenas, una mínima expresión de esta campaña patriotera y fanática que ya insinúa criminalizar el derecho a disentir y tener una opinión libre.
Y, para acabar de ajustar, ¡esta marcha!… Esta marcha que ahora veo desde esta ventana, rédito de la más vergonzosa maniobra mediática de las que hasta ahora ha podido ofrecer el establecimiento; fiel ejemplo de esta destreza diseñada para atrapar las confundidas almas de los colombianos. ¡Ahí van!... Aquí los veo, formando por primera vez manada. Sintiendo el vértigo en los corazones cuando pretenden dirigirse a un objetivo común; creyendo que por fin se ha identificado al enemigo…
Ya en la época que preparaba el arribo del Duce, en esa Italia tristemente recordada de la primera mitad del siglo pasado, la alianza conservadora de empresarios y terratenientes consideró que los antiguos ideales de libertad, igualdad y fraternidad eran poca cosa para garantizar la defensa enconada de sus intereses. Frente a la amenaza bolchevique, excitaron un repudio generalizado tal que los llevó a las calles a gritar la consigna “¡Creer! ¡Obedecer! ¡Combatir!”… Y ahí estaba el hombre que muy pronto iría a incubar todo ese sentimiento. Hoy y aquí, en esta modalidad que estamos inventando, esta consigna se esgrime contra la oleada de clamores que se consideran de suma peligrosidad: diálogo, concertación política, acuerdo humanitario.
Para eso sirvieron las pruebas de supervivencia y los mensajes de los secuestrados que recientemente se han divulgado. No para comprender la nefasta degradación de nuestro conflicto. No para plantear la necesidad de convocar a una reflexión profunda, convergente y pluralista, respecto a una salida negociada e inteligente de la crisis. Ni siquiera para dejarnos penetrar por el drama de las víctimas y sus familias. No. Todo lo contrario. Sirvió para permitir – y dejar que así se hiciera– que los canales privados de televisión, ligados de inmediato por las cadenas radiales y la prensa nacional y regional (¡a que no adivinamos en manos de qué grupos económicos se encuentran!) hicieran eco de mal disimuladas intenciones… Y para que todos a una se dieran el regusto de meternos ese embuchado de odio y resentimiento que tan buenos lucros les genera.
Toda vez que somos el país de América Latina donde menos se lee (en promedio, algo así como un libro por persona al año, sin importar el contenido), debemos conformarnos con definirnos como una sociedad desinformada. Somos adictos a la novelería; el producto cultural de consumo por excelencia son las telenovelas. ¡He ahí el asunto! Somos materia amorfa a la que cualquier pelele, con algo de astucia, se cree en condiciones de darle forma y contenido espiritual.
¿Dónde estaban antes esas falsas expresiones de solidaridad y compromiso que hoy se pretende esgrimir ante los secuestrados y sus familias? ¿En qué momento este gobierno tuvo el asunto dentro de las prioridades de su agenda? La respuesta es una sola: en ninguna parte, en ningún momento. Aquellos eran invisibles; pertenecían a una zona muerta de nuestra realidad, allí donde habitan los desplazados, los desaparecidos, las víctimas de las ejecuciones extrajudiciales: eran algo menos que fantasmas. Por años, sus familiares pidieron audiencia en el Palacio de Nariño. Nunca se les abrió un espacio para ser escuchados. El Señor del Palacio vino a conocer a las familias de los diputados del Valle del Cauca apenas en el momento de darles el pésame. Todos eran, antes, y siguen siendo ahora, un fastidio, un estorbo; el lunar que opaca la política de exterminio que es su santo y seña.
Tuvo que salir el profesor Moncayo, llevado por un arrebato de amor hacia su hijo, a recorrer el país y pregonar su propio drama: había visto un Presidente –el mismo que padece de éxtasis alucinatorios cada que se encuentra ante su tropa– que ordenaba bombardear día y noche, sin asueto, los campos y las selvas. Tal orden indicaba un resultado buscado y predecible: el profe vio prefigurada la muerte de su hijo. Entonces salió a la calle, fue a una iglesia cercana y allí se dejó penetrar por una visión casi espiritual. Se atravesó unas cadenas como símbolo de la política de guerra que había que romper. Por eso las bautizó con el nombre del mandatario: juró jamás desprenderse de ellas hasta tanto, por la vía del acuerdo humanitario, viera regresar a su hijo… ¡Vivo, no en un ataúd! Ese fue el momento clave. Sólo en ese instante la tragedia de los secuestrados adquirió un rostro y se adosó una insignia. Ya todos sabemos el impacto nacional e internacional que generó su actitud. Cuando su gesta franciscana arribó a Bogotá, todos esperábamos el anhelado encuentro: por fin, uno de los familiares iba a tener audiencia con el Mayoral del Palacio. Y, ¿qué hizo éste? Muy sencillo. Montó un aparato logístico pletórico de símbolos de su poder. Luego, con su palabra arrogante, lo apabulló, lo ultrajó, puso en entredicho la nobleza de sus intenciones; poco le bastó para considerarlo emisario del enemigo. Por último, en discurso populachero, a su mejor estilo, le demostró quién era el que imponía los valores en la conciencia de los ciudadanos.
Con todo y su golpe de poder, aquel suceso sacudió por primera vez la imagen inmaculada del mandatario. El tema removía la opinión, mojaba tinta hasta en los más incondicionales de sus falanges: por primera vez bajaban las encuestas de popularidad; que así lo dijeran quienes las dirigen y manosean era mucho decir. Entonces aquél inventó una salida a este escollo. Puso a Chávez y la negra Piedad a que lo desembarazaran del asunto. Convencido, eso sí, de que eso jamás tendría resultado. Y, ¡oh, sorpresa!... por esa vía empezaron a vislumbrarse metas insospechadas: habría pruebas de supervivencia, se prometía la liberación de un buen número de secuestrados. ¿Error de logística u oportunidad para avanzar en un plan todavía más elaborado?... El tiempo lo dirá. En todo caso, inventó la ocasión para frustrar la empresa de diálogo y provocar la ira del mandatario vecino, quien con su lengua desenfrenada no pierde ocasión de cobrarle el gesto maniqueo de que fue objeto. El juego se puso interesante: para desagraviarlo, las farc le entregan dos rehenes, intermediando, eso sí, el novelón sobre Emmanuel. La gente no vio, no quiso ver, en lo del niño, que Chávez ni siquiera accede a la confidencialidad de las farc; que él ni sospechaba la historia que estaba detrás del párvulo; el secreto lo tenía escondido la inteligencia del Gobierno. Pero la mesa estaba servida para realizar un nuevo amaño. Allí había un botín políticamente ventajoso. Se podía deducir una alianza secreta, dañina a los intereses del Estado. Ya no sólo se podía mostrar que el sistema tenía fieros enemigos internos. Se veía perfilar un adversario potencial: el vecino de desaforada lengua, ese bocón que parece tan fiel a su palabra de compromiso con las familias a las que todos acá seguimos dándoles la espalda. Surgen los ataques: ¡Vendepatrias, sinvergüenzas, empañando doblemente la dignidad nacional...!¡Debieran desalojar nuestro suelo! ¡Lo necesitamos limpio de gusanos!... Ahí vamos con esta historia…
Con todo, cada nuevo episodio hacía revivir el debate del acuerdo humanitario. Ya venían las secuestradas, envueltas de inmediato en una áurea suficientemente sospechosa: parecían llegar de una finca veraniega en Venezuela, casi rozagantes, y hasta se despidieron de beso de los facinerosos. Y una de ellas, Consuelo González de Perdomo, anunciaba el comienzo de una nueva campaña por la negociación política. Había que atajar eso. Un espontáneo de Medellín, dando la cara, dirección, teléfono y cédula de ciudadanía, comenzó a reunir firmas para convocar un referendo que obligara al Presidente a realizar un acuerdo. Iniciativa popular que se convirtiera en mandato… ¿Cómo así? ¡Esto puede resultar peligroso…! ¡Había que sepultar este asunto de una vez por todas! ¡Si las liberadas no nos sirven, si sus familias tampoco se prestan!… ¡Ah, ya! ¡cojamos las cartas de supervivencia!… Para qué está la internet… Digamos que los niños que van a MacDonald’s, los niños que hacen juernes en las zonas rosas de las ciudades capitales son hoy la muestra de la nueva sociedad civil; que ellos, los que chatean y bajan material pornográfico para intercambiar con sus amigos en sus eternas horas de ocio, amanecieron, justamente ahora, exudando Patria por todos los poros. Digamos que ellos dicen que nuestra dignidad ya no resiste más y es necesario convocar a una marcha contra el secuestro y contra las farc (por ahora). Que eso se lance. Que eso se esparza. Que aparezca en primer plano. Nosotros nos encargamos del resto…
Y aquí van. Aquí los veo desde esta ventana. Es una marcha majestuosa, extraordinaria, descomunal. El ideal de masa con la que sueña cualquier líder absolutista. Alcanzo a escuchar algunas consignas… Voy a la biblioteca. No se por qué, en vez de releer Masa y poder, de Elías Canetti, se me atraviesa el lomo amarilloso de la biografía del Führer; el libro que Jaime, mi amigo librero, me regaló porque nadie se lo compraba. Lo abro al azar y encuentro este discurso. …¡Oh, Dios!... No debería estremecerme… Ahora me quejo de que los años no sean suficientes para endurecer mi alma. Esta fragilidad me hace intentar un ocioso ejercicio: medir los sentimientos de las familias de los secuestrados… Pensar incluso en qué estarán sintiendo ellos mismos... ¿Qué dirá Íngrid Betancourt, ahora que sabe que nuestro gobierno considera a su madre como una enemiga pública? Que ha sido vilipendiada… que en torno a ella se cierne un círculo de hostilidad y repugnancia cada vez más hostigante y pendenciero… ¿Qué será de las otras madres, de las esposas, hijos y hermanos de esos seres que no tienen alcurnia, los dolientes de los soldados y los policías en cautiverio? Supuestamente, esta marcha es por ellos y “para” ellos. Pero no aparecen; no los veo. Nuevamente están siendo eclipsados. Otra vez están condenados a permanecer en la sombra. Se han convertido en un retorcido pretexto; son una quimera. ¡Con razón, han tenido que refugiarse en las iglesias! Allí, como siempre lo han hecho, oran en cadena; le preguntan al dios de los colombianos por qué no escucha sus plegarias.
Yo, desde aquí, y quizás a otro dios, oro con ellos. Ruego que esta nube densa se disipe y no se convierta en el obsceno presagio que veo ante mis ojos. Razón suficiente para objetar la marcha.
Desde hace siglos los filósofos, han precisado que la objeción de conciencia es el señalamiento que la razón hace para indicar el desacuerdo de un acto humano con el conjunto de los juicios deónticos por los cuales se regula el comportamiento del ser humano. Así, la conciencia no sería algo distinto que una especie de voz interna que juzga cuál es la regla de actuar frente a situaciones concretas.
Esta voz interior, obedece a consideraciones, valores o principios intrínsecos de cada persona; los cuáles pueden oponerse a lo que manda
Ello no es otra cosa distinta que el reconocimiento expreso del Derecho Fundamental que las personas tienen en todo momento y circunstancia, de atender las voces de su conciencia sobre el juicio que haga acerca de lo correcto o incorrecto de una acción concreta.
Resulta importante, resaltar que la objeción de conciencia no es un pretexto para desatender deberes de alcance absoluto e incondicional1. No. El derecho a rechazar por motivos morales lo dispuesto en leyes y en órdenes, sólo es ejercitable con respecto de los llamados deberes relativos2.
La objeción de conciencia en Colombia
En nuestro país, la objeción de conciencia o desobediencia civil3 encuentra respaldo supralegal desde 1936. El artículo 18 de
1) Derecho a seguir el veredicto de la voz de nuestra conciencia, sin que ello nos sea impedido; y,
2) Derecho a que no se nos constriña a actuar en contra de nuestra conciencia.
Lo dicho trae de contera, el Derecho a reprobar y, en consecuencia, no seguir lo dispuesto en deberes jurídicos, cuyo cumplimiento nos resulte repulsivo. Significa lo anterior, que a todos los colombianos nos asiste el Derecho a la desobediencia en razón de nuestros propios y fundamentales principios.
Formas de objeción de conciencia
La objeción de conciencia pasa por múltiples formas, a guisa de ejemplo:
1) La objeción profesional: Es la de quien rehúsa tomar parte en la fabricación y el comercio de armas de guerra, o en cualquier investigación científica sobre instrumentos, máquinas o sustancias a los cuales pueda llegar a dársele un uso bélico.
2) La objeción médica o sanitaria: Es la de quien rehúsa intervenir en operaciones relacionadas con la interrupción voluntaria del embarazo, o en actos dirigidos a suprimir deliberadamente la vida de un enfermo. Se trata de la objeción contra el aborto y la eutanasia, que puede manifestarse en los países donde tales prácticas no son penalmente reprimidas5.
3) La objeción a donar sangre: Es la de quien rehúsa someterse a la extracción sanguínea forzosa que se ha decretado en una ley. No debe confundirse esta objeción con el rehusamiento de quienes rechazan para sí o para otros la transfusión de sangre, pues con tal conducta no se incumple un deber impuesto por el ordenamiento jurídico.
4) La objeción fiscal: Es la de quien rehúsa el pago total o parcial de un impuesto, por considerar moralmente inaceptable su destinación. Hay lugar a esta objeción cuando los tributos son aplicados al financiamiento de gastos militares o de campañas abortistas.
5) La objeción al juramento: Es la de quien rehúsa poner a Dios por testigo o por garante en el marco de actuaciones administrativas (v. gr. al posesionarse de un cargo público) o de procesos judiciales (v. gr. al presentar denuncia, rendir testimonio, etc.)6.
6) La objeción al culto cívico: Es la de quien rehúsa participar en ceremonias públicas cuya finalidad sea honrar el Estado y rendir homenaje a sus emblemas.
7) La objeción al sufragio: Es la de quien rehúsa emitir su voto en elecciones y en cualquier forma de consulta popular (referéndum, plebiscito, etc.). Sólo puede manifestarse en países donde las leyes impongan a los ciudadanos la obligación de sufragar.
8) La objeción al mandato superior: Es la de quien rehúsa cumplir una orden impartida por el funcionario al cual está jerárquicamente subordinado.
9) La objeción al servicio militar: Es la de quien rehúsa, según el caso: a) Cumplir la conscripción o servicio que se presta siendo soldado durante el término previsto en
1 Así parece que lo han entendido las clínicas que han adoptado la extrema postura de no asistir médicamente a las mujeres que por encontrarse en los eventos indicados en
2 Aquellos que por no estar en correlación con los derechos inherentes a la persona humana pueden omitirse sin causar grave injuria a
3 Frase acuñada por H. D. Thoreau (1817-1862), quien es considerado uno de los más importantes objetores de conciencia; al haber dado muestras de insumisión como correctivo de la injusticia institucionalizada.
4 Este es un Derecho Fundamental, y por tanto susceptible de protegerse a través de acciones de tutela (Arts. 86 y 18 de
5 Es importante, precisar que es falso el argumento de los medios de comunicación y de algunos moralistas, acerca de que
6 Esta forma de objeción fue expresamente reconocida en Colombia, mediante la sentencia T-547 de 1993, Corte Constitucional: En resumen se trató del caso de un ciudadano a quien no se le recibió una denuncia penal por haberse negado a presentarla bajo juramento.
El testimonio de Andrés Mejía, joven soldado obligado a prestar el servicio militar, lo dice todo. Es bejado, humillado, torturado, al igual que otros 20 de sus compañeros para «formar su carácter». El soldado, obligado por la necesidad, tiene que aguantar si quiere que se le entregue la `tarjeta` ese raro documento que le permitiría que lo contraten en algún empresa legalizada, o inscribirse en la educación superior si tiene el dinero con que pagar la matrícula.
La denuncia desprendida de las torturas en el Batallón Patriotas, se une a los más de 500 expedientes de maltrato de superiores que se tramitan actualmente ante la justicia penal militar2.
El testimonio de este joven soldado, no deja dudas: el ejército colombiano combina prácticas y estimula comportamientos que no se alejan de aquellos que comportan la mayoría de los ejércitos en el mundo: el valor, la fuerza, la obediencia, la disciplina y por sobre todas las cosas, la ausencia de escrúpulos, es decir, de esos impedimentos que genera la conciencia al verse sometida a una contradicción de carácter fundamental. Como se sabe, todo ejército necesita de un entrena miento para escindir del joven la capacidad para analizar o entender concientemente las implicaciones de sus actos: el asesinato, la humillación, el autoritarismo, la ofensa, todos ellos en contradicción con las enseñanzas del hogar y en general del conjunto social.
Pero esto sucede en toda estructura de poder como el ejército: “Yo era la más asustada de todos, porque era la más nueva y la más joven. Los cuerpos estaban en el piso y ellos los cortaban en pedazos. El comandante me dio la sangre para que me la tomara”3.
“La organización tiene una disciplina muy bárbara. Hay comandantes madres, chéveres, pero hay otros que les gusta matar, que son unos asesinos. Si ese man le pasa centinela a uno y le encuentra dormido, coge unos cuchillos y le mocha, le deja en el sueño”4.
Lo único sorprendente de lo sucedido en el Batallón Patriotas, es que los 21 soldados, sometidos a las torturas, hayan decidido romper el tradicional silencio construido a partir de la lógica militar de no cuestionar las acciones del superior5.
La controversia generada por las denuncias de los soldados deja en el aire una profunda preocupación: ¿Quién de los que hemos prestado servicio militar obligatorio no tiene en sus recuerdos un abuso de autoridad, un golpe, una humillación? ¿Quién no recuerda con rabia el abuso de autoridad del `superior`, o el trato desigual que reciben las personas de escasos recursos por parte de la institución?
De ahí que uno de los primeros principios que le eliminan a un soldado o militante dentro de las filas, es aquél que le permite hacer uso de su ya recortada autonomía. Friedrich Hayek hacia la pertinente pregunta, ¿qué sería de un ejército en donde cada uno de sus integrantes se cuestionara el porqué de su participación en el mismo?6 .
Vigencia de la objeción
Las prácticas dentro de los ejércitos evidencian que la participación en ellos debe quedar al libre arbitrio de los jóvenes. La objeción de conciencia debe ser un derecho. No puede ser de otra manera, de lo contrario se continuará violentando a quienes no deseen hacer parte de esa institución, violentando desde el mismo Estado la libertad de conciencia (Art.18 ) que instituye y legaliza
Debemos reforzar esta opción entre toda la juventud. Pero también implementar acciones que nos permitan resistir y denunciar la institución militar, levantando alternativas de vida entre quienes tienen que padecerla. Llegó la hora, en tanto el servicio militar nunca ha sido para los ricos, de impedir que lo continúen sufriendo los hijos de los pobres.
* Acción Colectiva por
1 Testimonio del soldado Andrés Mejía, tomado del artículo “Torturas en el ejército” Revista Semana, No 1242, Febrero 20 a 27 de 2006.
2 El drama del servicio militar, MIRA, publicación 50, año 005, Btá Colombia, Marzo 1 al 31 del 2006.
3 Testimonio de “Xaviera” niña de 16 años que formaba parte de las Farc, tomado del libro: “Aprenderás a no llorar” Niños combatientes en Colombia, Human Rights Watch, Btá, Abril del 2004.
4 Testimonio de “Adolfo” niño de 17 años integrante de las Auc, Ibid, página 116.
5 Es importante aclarar que superior no es sólo el que por rango o jerarquía se reconoce como tal, sino también aquél que estando en el mismo rango, pero con un poco más de tiempo, se considera superior, imponiendo en últimas la permanente lucha por la subordinación dentro de las filas.
5 Testimonio de “Adolfo” niño de 17 años integrante de las Auc, Ibid, página 116.
6 Hayek Friedridch A, Caminos de servidumbre, Los fundamentos de la libertad, 1975.