El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, viaja a Estados Unidos la semana que viene para mantener conversaciones con el presidente Obama. Ya se le advirtió que no “sorprendiera” a Washington con una operación militar israelí contra Irán, de acuerdo con lo que publicó el diario liberal Haaretz.
La víspera de las conversaciones que son consideradas cruciales para definir el futuro del proceso de paz de Medio Oriente se dijo que el presidente Obama despachó a un enviado anónimo para advertir al líder israelí la preocupación de Estados Unidos de que Israel pudiera actuar unilateralmente contra Irán. Se dice que el mensaje fue transmitido a Netanyahu después de una reunión anterior en Washington, en la que un enviado que representaba al primer ministro israelí había discutido la iniciativa del presidente de Estados Unidos de dialogar con Teherán. Se dice que esa reunión tuvo lugar con la secretaria de Estado de Estados Unidos, Hillary Clinton, y el consejero de seguridad nacional del presidente, James Jones.
El informe escrito por el normalmente bien informado editor diplomático del diario, Aluf Benn, señalaba como motivo probable de la preocupación de Estados Unidos la promesa preelectoral de Netanyahu de “hacer lo que sea necesario” para evitar que Irán adquiriera armas nucleares. También citaba su comentario adicional después de asumir: “No permitiremos que los negadores del Holocausto lleven a cabo otro holocausto”. Anoche, la oficina del primer ministro se negó a confirmar el informe.
La reunión de Netanyahu en Washington llega en un momento de creciente expectativa de que el presidente Obama pueda decirle que las chances de construir una poderosa coalición –incluyendo los Estados árabes– para presionar a Irán a que abandone sus ambiciones de armas nucleares será mejorada por el progreso en las conversaciones entre Israel y los palestinos sobre una futura solución de dos Estados. El rey Abdullah de Jordania, una de las figuras clave en el mundo árabe que está de acuerdo con esa opinión, presionó ayer a Netanyahu para que se comprometa rápida y públicamente a un estado palestino en una reunión previa no anunciada entre los dos hombres en Aqaba, en Jordania, sobre el Mar Rojo.
Algunos diplomáticos creen que Netanyahu podría estar a punto de declarar por primera vez su apoyo a un Estado palestino. Mientras que ha dicho desde que asumió que realmente quiere hablar con los palestinos sobre seguridad, economía y política, hasta ahora no ha dado el paso. En tanto, Netanyahu le pidió al papa Benedicto XVI en una reunión en Israel que hablara en contra del presidente iraní, Mahmud Ahmadinejad.
El premier dijo en la televisión israelí anoche: “Le pedí, como una figura moral, que hiciera escuchar su voz firme y perseverante contra las declaraciones provenientes de Irán sobre su intención de destruir a Israel”. Anteriormente, en una misa al aire libre que fue por lejos la más multitudinaria de su gira de cinco días por Tierra Santa, el papa Benedicto XVI saludó a cientos de miles de católicos y les pidió a los cristianos y a los musulmanes que “rechacen el poder destructivo de odio y prejuicio”.
El Papa fue recibido otra vez con calidez por los peregrinos de varios continentes, así como por un significativo contingente de cristianos árabes-israelíes. Pero varios cientos de feligreses decepcionados no pudieron recibir el sacramento en el Monte del Precipicio, aparentemente porque había pocos sacerdotes para darlo. Una de ellas, Isabel Agrilea, una española de 30 años, dijo: “Esta fue una mala organización para la eucarístia. Creo que es realmente muy triste”.
Después de la misa, el papa Benedicto XVI y Netanyahu se reunieron en Nazareth para analizar el proceso de paz en Medio Oriente y encontrar la forma de que éste avance. La reunión fue a solas durante quince minutos en el convento de los franciscanos en Nazareth.
Por Donald Macintyre *
Desde Jerusalén
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
Traducción: Celita Doyhambéhère.
Unas cuatro décadas atrás surgió una nueva generación de movimientos, muy diferentes de los que hasta ese momento habían sido hegemónicos en América Latina. Este conjunto de movimientos, nacidos a comienzos de la década de 1970 y durante 1os 80, fueron muy activos en los 90, le plantaron cara al neoliberalismo, ocuparon el lugar vacante dejado por los partidos de izquierda, que se fueron plegando al modelo, y a los sindicatos, que hicieron más o menos lo mismo, con honrosas y escasas excepciones.
Estos movimientos le cambiaron la cara al continente; deslegitimaron el modelo neoliberal, o por lo menos las aristas más groseras del modelo; instalaron una nueva relación de fuerzas y modificaron el mapa político. Pese a sus diferencias, tienen algunos rasgos en común:
Convirtieron la lucha por la tierra (rural y urbana) en la conquista de territorios, o sea de espacios donde los pueblos (indígenas, campesinos, sectores populares urbanos) hacen sus vidas cotidianas y transforman las iniciativas para la sobrevivencia en modos y formas de resistencia al sistema.
Se proclaman autónomos, de los partidos, las iglesias, los sindicatos y los estados. Pero esa autonomía encarnada en territorios va de la mano de la creación de nuevos modos de vida y de ejercicio del poder, o sea de autogobierno.
Son movimientos de base comunitaria, en el sentido general del término. A diferencia de los movimientos anteriores, la pertenencia no es individual, sino familiar, y la base social de esos movimientos implica la organización colectiva de matriz comunitaria.
No son estrictamente movimientos sociales; son movimientos políticos o político-sociales, si se prefiere. La división entre lo social y lo político creada por las ciencias sociales y por la izquierda tradicional no resulta útil para comprender esta nueva generación de movimientos.
No se pueden comprender estos movimientos desde afuera, ni con una mirada fija en las estructuras visibles, aquellas que capturan la atención de los medios, las academias, las izquierdas institucionales. Hace falta una mirada interior, capaz de captar los procesos subterráneos e invisibles, lo que sólo puede hacerse en un largo proceso de involucramiento con los movimientos, no sólo con sus dirigentes. El concepto de “trabajo de campo” es limitado, ya que no contempla ni la convivencia ni la ligazón afectiva con los de abajo.
Son portadores del mundo nuevo porque producen sus vidas (de las familias y comunidades) con base en relaciones de reciprocidad y ayuda mutua, no para acumular capital ni poder, sino para crecer y fortalecerse como comunidades y movimientos. En ese sentido, creo que en los territorios de los movimientos predominan relaciones no capitalistas, no de forma pura e incontaminada por cierto, sino en pugna permanente contra los estados y el capital que buscan destruirlos. Dicho de otro modo, la producción (material y simbólica) de valores de uso ha desplazado a la producción de valores de cambio, no para siempre, ni absolutamente, sino tendencialmente.
Esto lo podemos ver en multitud de iniciativas, desde las que nacieron en ciudades como El Alto y el Plan 3000, en Santa Cruz, Bolivia, hasta los barrios piqueteros de Buenos Aires, donde construyeron sus viviendas, equipamientos colectivos, calles, servicios de agua, de salud, de educación. Miles de huertas urbanas, no sólo rurales; miles de emprendimientos productivos, cientos de fábricas recuperadas, nos hablan de que no sólo en las áreas rurales, sino también en las periferias urbanas existe enorme capacidad de producir sin patrones, sin capataces, sin división jerárquica del trabajo.
En estos mundos nacen pensamientos otros. No son ya las academias ni los partidos del sistema los que piensan a los de abajo, sino nosotros mismos nos estamos pensando. No para producir teoría o tesis, sino para potenciar el movimiento, para defenderlo mejor, para expandirlo y compartirlo con otros. O sea, no se produce teoría, sino apenas ideas fuerza para seguir caminando.
El mundo otro no puede ser representado en el mundo formal del Estado y el capital. Más aún: no puede ser representado, porque sólo es representable lo que está ausente. Creo, además, que participar en instancias estatales debilita a los movimientos y los desvía de su tarea principal, que es “fortalecer lo nuestro”. Sin embargo, hay muchos movimientos que siguen siendo combativos y que luchan por verdaderos cambios que mantienen relaciones con los estados. Éste es un debate que nos acompañará durante largo tiempo y que no tenemos otra alternativa que enfrentar del modo más unitario posible, siempre que sea un debate “entre nosotros”.
Por último, en estos territorios en resistencia existen mundos diferentes al mundo del capital y del Estado. Naturalmente, tienen sus formas de poder, con mayor o menor grado de desarrollo. La asamblea es la forma común de decisión colectiva. No parece posible un mundo sin poderes. Pero los hechos nos enseñan que puede haber poderes no estatales, o sea, poderes no jerárquicos ni centralizados; rotativos por turnos, de modo que todos y todas pueden aprender a mandar colectivamente y a obedecer colectivamente. En cada lugar y país adoptan formas diferentes, pero existen, tienen vida y ya no se referencian en el Estado como lo hicieron los sindicatos.
¿Cómo triunfa este mundo de valores de uso, femenino, comunitario, autocentrado y autodirigido, capaz de producir y reproducir la vida? No lo sabemos. Lo que vemos es que crece por expansión, dilatación, difusión, contagio, irradiación, resonancia… No crece solo, ni de forma simétrica al capital y al Estado, o sea aniquilando, destruyendo, imponiendo, digiriendo y dirigiendo. No podemos imponer el mundo otro porque lo estaríamos negando, pero podemos insuflarle vida, actuando como fermento y levadura, con la convicción de que los movimientos y los mundos otros son lo único que puede salvarnos de la catástrofe que preparan los de arriba.
Raúl Zibechii. Versión abreviada del texto leído en la Fiesta de la Digna Rabia, San Cristóbal, 3 de enero.
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