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Sujetos poscapitalistas

Sujetos poscapitalistas

Para hablar de subjetividad, en esta época llamada de crisis, es necesario entender la potencia del término “crisis”, en tanto una de sus traducciones posibles es el término “oportunidad”. Sin ahondar en la etimología de la palabra “crisis”, debemos preguntar: ¿oportunidad para qué?, ¿desde dónde, la oportunidad? En la cumbre de presidentes demócratas progresistas de América latina en Viña del Mar, Marco Aurelio García, ministro de Relaciones Exteriores de Brasil, señaló que “los progresistas tenemos que pensar el poscapitalismo”. Y eso, agregó, “dependerá de lo que suceda en los movimientos sociales”. Tomaré esto para una gran pretensión, que no podré cumplir: hablar con claridad y certeza de subjetividad y poscapitalismo. Pondré ante ustedes sólo unos apuntes, ideas para reflexionar sobre estos dos grandes temas.

El primero es la subjetividad. Quiero señalar que no hablo como psicoanalista, sino como militante social, quiero decir, activista. Algo que no está situado dentro del estilo que existió, en general, en lo que se llama psicoanálisis, o a donde éste fue llevado.

El psicoanálisis se estableció –esto fue propuesto por Marcelo Percia en la revista Confines– como espacio de redención personal, revuelta íntima de buscadores de felicidad, gabinete seguro de confesiones revolucionarias y nostalgia rentada de una crítica inofensiva, agregada a una cierta normalización mojigata… especialmente en Argentina, pero, además, en cualquier otro lugar.

Entiendo, entonces que el psicoanálisis, como teoría en la cultura, ha tomado un nuevo lugar verdadero entre las lógicas que alumbran hoy la posibilidad de comprender, de entender, de mover algo en las direcciones emancipatorias. Y esto ya no restringido a un pequeño círculo, sino al pensamiento en general. Ya no es el chiste del diván y el sempiterno señor de la pipa…, aunque aún sea la realidad del psicoanalista, profesional, el de la salud mental. Ese no es el real del psicoanálisis. Como dije antes, es un discurso en la cultura y, por lo tanto, en la política.

Pero, entonces, entrando al tema de la subjetividad: qué es un sujeto. Vemos que todo el mundo usa ese término de la manera más cotidiana: se dice “ese sujeto es tal cosa”, o “la construcción de un nuevo sujeto político”, o se dice “la subjetividad contemporánea”. Y este modo de tratar al sujeto, casi electoral, tipo “elija usted qué quiere decir con la palabra sujeto”, es el correcto. Es un comodín.

El sujeto es aquel sitio que habla, en tanto usted lo dice. Y que usted atraviesa, en el momento de decirlo, para situarlo de un modo transindividual, en su relación con los otros, más allá de que usted sepa en qué está enredado, usted y los otros. En el límite, la subjetividad es un fenómeno que escapa a toda clase de condicionamiento individual, exceso en esa instancia individual. Eso habla. Y, además, debemos señalar que el sujeto tiene relación con la verdad. Sujeto y verdad están relacionados. Así, hablar del sujeto implica hablar de la verdad, como lugar dentro de una lógica.

Por eso señalé antes que el sujeto es un comodín: se arma un texto, y se coloca un sujeto, que funciona en ese texto que se armó. Podemos decir: el sujeto es un candidato a ser ocupado por quien toma la palabra, representando un lugar que lo excede como individuo. Como antes señalé, habla como subjetividad. La palabra clave es: transindividual.

Un ejemplo posible es aquel discurso que pone en forma al sujeto con nombre propio, en el lugar del elector. El sujeto de la democracia reside en las grandes masas votantes –perfectamente negociables–, y lo que hace del votante un sujeto es una doble inscripción: por un lado, saber que es parte de una masa; por el otro, suponer que practica un acto individual, que además percibe –esto es lo fundamental– como acto de peso verdadero y a veces decisivo en lo que ocurre en dicha votación, lo compromete sin más responsabilidad que haberse, quizá, equivocado. Esta doble inscripción es lo que caracteriza al sujeto en una división que le impide completarse por él mismo. El sujeto, en tanto elector, es situado en el campo de ilusión de una participación verdadera.

Podemos, entonces, decir que sólo se habla en términos de sujeto cuando el dicho toma un nombre universal, que pone en forma demandas particulares. Entonces, lo particular alcanza su posición de quedar situado en un sitio exquisito, pues hace parte del universal que lo nombra. Podemos entender esta posición con respecto a nosotros mismos, argentinos. Plantearé una hipótesis, ejemplo, del lugar del sujeto en el texto de la relación de Argentina con Latinoamérica: el sujeto es lo que representa el significante Latinoamérica para el significante Argentina. Sólo habrá sujeto político si el significante “Argentina” encuentra su significación en el significante “Latinoamérica”.

Si no reconocemos en el presente de la encrucijada latinoamericana la posibilidad, la potencia discursiva de nuestro sujeto político, y quedamos encerrados, capturados en el significante “Argentina” aislado, tendremos, respecto del proyecto emancipatorio, media derrota segura. Cualquiera puede objetar que ésta no es ninguna novedad. Pero se puede decir también que esto no está situado en el lugar de una verdad que oriente el conjunto de la política argentina, aunque se han dado pasos ciertos y verdaderos en ese sentido. Pero es aún más urgente comprenderlo.

No hay sujeto en lo particular cerrado sobre sí mismo. Y no existe un universal que, por serlo, no se abra hacia un particular. Y así, comprendiendo esta premisa, toda Latinoamérica es Argentina. La subjetividad, entonces, es la que, deslizándose entre ellas, pone en relación diferencias impensadas; y que aporta el vacío referencial necesario para que ellas se incompleten y combinen.

Podemos ahora preguntar dónde está el sujeto hoy. Lo haremos a través de su correlato: el objeto. El sujeto se relaciona con un objeto que lo causa.

Tomemos el sujeto de la ciencia: pensamos, sentimos, que la ciencia ha triunfado, que todo es la ciencia. Justamente, el sujeto de la ciencia es lo que la ciencia dese-cha, lo que a la ciencia no interesa, lo que la excede o la coloca en una posición de inconsistencia permanente. Por ejemplo, en el científico, el sueño, las fantasías o sus pueblos y pasiones no hacen parte de la ciencia. No hacen al concepto de ciencia. No estoy hablando de todas las definiciones de ciencia, sino de esa ciencia vinculada con la tecnología, de la ciencia triunfante, que produce los objetos que nos interesan. Hablo del celular, de la televisión, de la computadora, por ejemplo.

¿Y qué es lo que realmente nos interesa de ellos? Que nos permiten ejercer, más allá de la distancia, en la multiplicidad de posibilidades, una extensión de la voz y la mirada. El celular, la televisión. En la distancia, el ejercicio de la voz, y más llano, el camino de la mirada. Eso nos habla y nos mira. Este es el desecho, lo que queda fuera del cálculo. La voz, la mirada: estos objetos son los que nos interesan.

Entonces, observemos que ambos son ubicables sólo por un discurso, en un discurso. Son pues, letras. No es sólo la letra que se escribe en el cuaderno. Es la letra que está escrita en el cuerpo, en la voz, en la mirada; en sus cicatrices, tanto como en la palabra. Y esta letra es el objeto que causa al sujeto, ya que sólo un discurso puede recuperar esos objetos en juego, y los recupera en un discurso, con sus letras y lugares, más allá de las palabras, dándole todo su alcance al lazo social. Y, en él, a la creación de nuevos elementos.

Se trata del sujeto contemporáneo, producido por el posmodernismo, es decir por los dichos que lo convierten en un autómata de los medios de comunicación, que le ordenan lo que debe sentir, pensar, comer, viajar. Un sujeto que articula, como parte de su propio cuerpo, los descubrimientos de la ciencia.

Esta extensión infinita del oído y de la visión es la marca de la subjetividad del capitalismo, que lentamente va proveyendo todo lo que el fantasma del sujeto necesita como goce, como puro transcurrir del tener, y elimina un factor que llamaremos falta de gozar.

Una inquietud rabiosa

Una inquietud rabiosa, a mi parecer, será la marca del poscapitalismo. Un despertar progresivo y doloroso de un discurso sin límites, lo que quiere decir que el capitalismo es un monólogo del capital. Es un texto sin límite, es como escuchar a alguien que habla sin parar, sin parar. Que uno escucha pasivamente, y un día uno capta que aquel que habla sin parar sólo le da valor al que escucha si es consumidor, si acepta estar muerto para otra cosa, si es escuchante.

Dijimos un discurso sin límite, así es. El discurso capitalista no es ni impotente ni imposible: marcha a todo vapor, produce un goce sin medida, no acude a ninguna insatisfacción, aunque en su andar se insatisfaga medio mundo, pero no de discursos. La gente, como se dice, adhiere al discurso capitalista, porque… bien, una de las explicaciones es que somos lo que tenemos: cuando vamos a buscar el ser, encontramos el tener; es tal cosa, es lo otro, el objeto letra dice al sujeto: “Tú eres esto que crees poseer, pero soy yo el que te posee, pues no tienes otro modo de decir el ser, que imaginas completo, que al creer que tienes el objeto”. Y esto sucede pues, al decir el ser, necesariamente diré el ser en falta, y conseguir el objeto permite suturar dicha falta; por eso el dinero nos tranquiliza tanto: asegura el tener y, por lo tanto, asegura el ser. Parece una propaganda publicitaria: “Asegure su tener, que asegurará su ser”.

Así, entendemos que los desposeídos también adhieran al discurso capitalista, lo consumen. Más aún, lo único que consumen es ese discurso. Como señala Alejandro Kaufman, “el opresor es el que se encuentra en condiciones de poner a su favor el lenguaje”. Y esto es tan así, es tanto su poder que –nuevamente cito a Kaufman– “la base de tales comportamientos irracionales se desvincula de los intereses objetivos de los sujetos. El odio puede más que el hambre”. Y agrega, finalmente: “Si se logra que una población experimente un odio acentuado, y se orienta ese odio hacia cierto destino, se podrá ejercer un elevado grado de control sobre esa población”.

Cualquiera puede ahora señalar que no comprendo las necesidades materiales de la gente, que también hay razones políticas, etcétera. Lo cierto es que no hemos, aún, efectuado la política de otro discurso que derrote el discurso del Patrón, con mayúsculas.

Si algo he aprendido del psicoanálisis, y de la política efectivamente ejercida, es a desconfiar de las buenas intenciones. Porque el que nos enseña a pensar así es Fidel Castro, cuando señala que “ésta es una batalla de ideas”. Es, repito entonces, una batalla de discursos.

Discurso quiere decir retórica, y también potencia de acción, de realidad de producción política.

Y, por eso, es por otro discurso que esto puede estallar, que esa masa puede levantarse y echar a andar; lo demuestra toda Latinoamérica o gran parte. Y, cuando eso sucede, no es sólo cuando está todo preparado, sino cuando se agrega un elemento, un objeto voz, que puede ser un ruido, un disparo en una esquina, el ruido de una cacerola o el “que se vayan todos” de diciembre de 2001. Sintetizan, por un instante, toda la cadena de demandas heterogéneas, en una nueva configuración. Pero sin esa voz, sin ese ruido, sin ese objeto, no emerge la prisa. Apresurémonos, señala el objeto al sujeto, que vamos a perder el lugar en la cola, la silla donde sentarme, mi lugar en el grupo, el momento de la revolución. Por ello, el objeto, ese objeto que es letra en un discurso, vinculado al sujeto, no es sólo la voz, que nos toca y llama, la mirada del conjunto sobre la particularidad; es además lo oral, que marca la incorporación: poner adentro ese objeto, hacerlo particular en cada cual, y finalmente el don, la capacidad de dar, de entregar lo que sea necesario, en función de ese objeto letra que escribe la prisa del ser por existir.

Es impresionante cuando el objeto “a” se muestra como lo que es: un conjunto letra que no se agota en ser un objeto de la ciencia, que anima una multitud, cuando ésta se sitúa en las entrelíneas de un discurso que nos recupera de algo que destruye el tener y el ser, que agota con su giro incesante y superyoico diciendo “resígnate y goza de lo mismo, de ser basura”.

Esa recuperación del plus de valor, que se había cedido al amo o al capataz o al objeto que nos aliena y domina, al prejuicio, al sentido común; esa recuperación abre la posibilidad de nuevos juegos, aun no definidos y –aclaremos– de suerte incierta. Pero tienen la atmósfera de mantener el conflicto, de no cerrar la posibilidad y, por lo tanto, de avanzar en el campo de las transformaciones necesarias.

Enmarcado en este proceso de transformaciones, el poscapitalismo obtendrá una colección de nuevos recursos teóricos para pensar y pensarse, ciertamente originales o al menos con un lugar que antes no tenían. Y esto tendrá dos vertientes. Una será el establecimiento de nuevas formas de explotación, que sobrevendrán con las nuevas y convincentes tecnologías ecológicas. Será una época de continuación, pero de gran transformación ecológica, con una expansión cada vez mayor de las tecnologías de acumulación informática, y con transformaciones en los mapas del dominio mundial, de su geografía política. Pero continuará la explotación sin medida, la producción de inmensas masas sociales desamparadas en sus márgenes.

Pero, también, será la época del surgimiento de nuevas fuerzas políticas y sociales, impensadas, llamadas populistas, que renuevan la batalla por un nuevo orden en la distribución de las riquezas del mundo. Esto, nuevo, cuenta a su favor con los campos de trabajo e investigación, asimismo renovados, del campo teórico, como las teorías económicas que cada día ven más fuertemente vinculadas economía y política. Como también la filosofía y la politología, que ocupa hoy el lugar de la divulgación de las preocupaciones políticas y éticas, vanguardia en el combate contra ese sentido común que nos paraliza. Y también el psicoanálisis, que aporta sus lógicas del no todo, de la inconsistencia y de la letra, en la construcción de una subjetividad, aquella que será marcada por la participación popular, que es el rasgo distintivo de esa otra salida llamada poscapitalismo porque, sin los hombres y mujeres del pueblo, nada será posible y allí deben incluirse los intelectuales: la masificación participativa en el conflicto político.

Pues hoy lo que inquieta al núcleo del establishment es esta participación popular. Más aún, es lo único que les inquieta. Es lo que para nosotros es extraordinariamente venturoso y saludable: la reintroducción de la conflictividad en la escena política, y la idea de la confrontación, así como la homologación entre democracia y conflictividad. Y no sólo el voto pasivo de un sujeto neutro.

A esto se agrega la ruptura de la especialización. Donde las teorías de los campos diversos se nutren, se contaminan, produciendo efectos como la V Carta del Espacio Carta Abierta (29 de marzo de 2009), donde se esboza un programa que, tranquilamente, podemos llamar “poscapitalista”, pues, por qué no decirlo, es un programa que nunca se cumplió, al menos en la Argentina.

El poscapitalismo, suponemos, no nos entregará un sistema diferente si su orden político no produce vivienda salud y alimento. Pero además, algo que no es reversible: una biblioteca en cada casa, un hombre, una mujer que sepan apagar el televisor para escuchar el murmullo de la realidad, un militante que sepa que sólo habitamos y ame la utopía, el delirio de vivir. Y que este delirio es social y colectivo.

Finalizo señalando que el poscapitalismo, como lo soñamos, no se hará solamente con líderes fuertes y verdaderos, que durarán lo que dure ese duro deseo de durar, sino cuando esa transformación, que luchamos porque sea justa, más allá de toda justicia y más allá del derecho, fundada en que la pura voluntad de transformación, de algo injusto sin medida en algo injusto con medida, sea avalada por un sujeto de la inteligencia popular llamada participación popular. Esto es lo que nos enseñan los movimientos sociales, que no tendrán un saber erudito, pero tienen talento e intuición suficiente, ese que surge cuando no hay donde retroceder, donde no hay resto donde volver. Y de allí emergerán, de esto no tengo dudas, las posibilidades escriturales de su experiencia.

Por José León Slimobichm, Psicoanalista. Texto extractado del trabajo “Subjetividad y poscapitalismo”, presentado en la reunión “Miradas sobre Argentina y la crisis global”, del espacio Carta Abierta, el 23 de mayo
 

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