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Para todos aquellos atrapados en la tragedia profunda de la sociedad medicalizada, particularmente los niños, jóvenes y adolescentes y sus familias, va dirigido este escrito, que nada tiene que ver con una descalificación de la medicina psiquiátrica que, desde luego, tiene mucho que enseñarnos. Lo que pretendemos es que tanto médicos, psicólogos y padres de familia piensen y reflexionen profundamente sobre el tema de la medicalización de niños y adolescentes.

“Qué pasara cuando el mundo del afecto y la confianza se sustituya con el mundo de la competencia”,

El Diario de la felicidad,

Nicolae Steinhart.

Es enorme el número de médicos, psicólogos y especialistas en salud que desde hace más de tres décadas advierten y señalan los errores de la psiquiatría moderna en su enfoque, perspectiva y tratamiento de síndromes ligados a la ansiedad y las llamadas enfermedades mentales (Síndromes de Déficit de atención e hiperactividad, TDAH, entre otros). La falta de un adecuado modelo de salud por parte de la medicina moderna, particularmente la psiquiatría en su concepción de la enfermedad mental configura y está en la base de lo que se denomina hoy como la sociedad medicalizada, realidad estudiada en detalle por pensadores de la talla de Michelle Foucault.

Podríamos detallar con miles de casos conocidos la tragedia a la que nos referimos en este breve texto. En lo más profundo de las palabras que usamos, están las voces de millones de jóvenes que, en calidad de estudiantes, están viviendo la pesadilla de la medicalización que no queremos reconocer y abordar con seriedad y rigor, dado que desde la medicina tenemos la pretensión de creer que los problemas mentales o de ansiedad de nuestros jóvenes se resuelven con una pastilla. La reflexión crítica a la que invitamos pretende reevaluar el enfoque médico dominante, particularmente en la concepción que tiene sobre la llamada enfermedad mental.

Las instituciones educativas hacen parte de la sociedad y al estar constituidas como subsistema, son parte de la llamada sociedad medicalizada. De manera gráfica y elocuente el tema es abordado en el documental titulado Take your pills (2018) dirigido por Allison Klayman, donde se muestra con precisión el estado farmacodependiente que posee el sistema educativo estadounidense, que prácticamente tiene como pauta establecida la medicalización de sus jóvenes. La realidad descrita en este documental se empieza a difundir en los sistemas escolares y universitarios del mundo entero, que han copiado el sistema educativo del imperio con sus valores centrados en la competencia como principal atributo del ser humano.

Una sociedad cuyo principio fundamental es la competencia, el rendimiento y el desempeño (educación basada en competencias-competence based-education), encuentra en estimulantes como el Aderall, Ritalina y Prosac, entre otros, las drogas que configuran el ethos de esa sociedad enferma. Son drogas que le permiten al individuo “adaptarse” a los criterios que están en la base de la axiología de la sociedad imperante, caracterizada por el individualismo productivista del esquema neoliberal dominante de la sociedad capitalista. “Tomate tus píldoras y relájate para el examen, para la sustentación de la tesis o defensa doctoral”. Palabras que escuchamos en la voz de nuestros colegas, padres, abuelos, médicos y amigos; y que reflejan el grado de naturalización y banalización del mal y la idiotez humana a la que hemos llegado como sociedad, en la concepción y formas como abordamos los temas de la medicalización, básicamente condicionados a las instrucciones, manejo y visión de mundo regido por el paradigma materialista, biologicista y cientificista, que tiene como respaldo la acción propagandista de las grandes farmacéuticas mundiales, cuya ética en muchos casos es de dudosa condición.

Pero el tema es que estas drogas no curan ni sanan, es decir no son efectivas, pero sí tienen un impacto existencial profundo en la vida de la persona, su familia y en la sociedad en su conjunto; drogas y tratamientos que son incapaces de proveer al individuo con visiones de mundo saludables y vigorosas. Un hijo dopado en la adolescencia puede implicar un adulto dopado para el resto de su vida y limitado en todas sus capacidades como ser corpóreo y espiritual.

La ansiedad y la depresión son graves problemas hoy en día, y el sistema médico dominante de corte organicista y materialista está demostrando que para manejarlo tiene que dopar a niños y adolescentes, excluyendo de su perspectiva otras posibilidades terapéuticas y educativas que deberían de ser exploradas desde modelos educativos que les proporcionen a los jóvenes de alternativas más saludables.

Como resultado de una mala prescripción, millones de niños en el mundo están obligados a estar drogados para poder tener una supuesta vida sana y rendir en sus colegios o trabajos. Pero está sucediendo todo lo contrario, el consumo de drogas psiquiátricas está incrementándose de manera exponencial en todo el mundo, particularmente en los estratos de clase media y alta, específicamente en las sociedades de bienestar, y en las capas poblacionales que viven al interior de las diversificadas sociedades modernas. 

Sobre este tema es muy poco lo que se conoce, pues la comunidad médica ve como natural la medicalización “legal” que ejercen al tratar a los adolescentes y los niños con fármacos prescritos. Sucede todo lo contrario con el fenómeno referido al estudio de los patrones de consumo de substancias psicoactivas ilegales, sobre las cuales existen millones de estudios en el campo de la literatura médica.  La medicalización a la que nos referimos, y que el gremio médico en su gran mayoría ve como natural e inocua, está directamente ligado con el incremento del suicidio y en la generación de discapacidades, tanto físicas como mentales, que marcarán siempre el trayecto vital de vida de adolescentes y niños que, en la gran mayoría de los casos, de contar con alternativas como la homeopática o la psicología humanista, entre otras terapias, no requerirían del uso de medicamentos psiquiátricos.

Desde luego que existen diversos factores que hacen parte de la conducta suicida en jóvenes y adolescentes; uno de ellos, el menos investigado, casi que, no reconocido ni mencionado, está en relación con la medicalización legal que el sistema médico dominante ejerce desde su campo de accionar disciplinar, en muchos casos totalmente desconectado del trabajo interdisciplinar con psicólogos y médicos alternativos. Según la OMS: “El suicidio representa un problema de salud pública grave y creciente”, y lo asume como la segunda causa principal de muerte a nivel mundial entre adolescentes y jóvenes de 15 a 29 años de edad (OPS/OMS, 2014)”.

Para Colombia, la Defensoria del Pueblo (2022) adivirtió sobre el aumento de suicidios en menores de edad. Su informe: “Análisis de las cifras sobre suicidio e intento de suicidio infantil en Colombia en el periodo 2015 y julio de 2022’, advierte sobre la gravedad de la situación, sin explorar sobre el fenómeno que venimos señalando. Las cifras que proporciona este informe son las siguientes: “El informe presenta hallazgos y conclusiones determinantes, una de estas es que entre enero de 2015 y julio de 2022 se cometieron 2.060 suicidios y 32.719 intentos de suicidios de niñas, niños y adolescentes, lo cual indica que es una problemática que afecta la garantía plena de los derechos de la niñez y la adolescencia en el país” (Defensoria del Pueblo, 2022). En el mismo informe se triangulan las cifras con base en información de otras entidades:

“En Colombia, en el 2019 y 2020 se registraron en el SIVIGILA 17.211 intentos de suicidio en menores de 18 años. El 2019 fue el año con mayor número de casos, 9.957, de los cuales el 74% (12.733) de los intentos registrados corresponden a niñas y adolescentes y el 26% (4.478) a niños y adolescentes. Así mismo, el análisis de datos dio como resultado que para los años 2016, 2018, 2019 y 2020, entre el 2,8% y el 4,2% de los intentos de suicidio terminan en acto suicida.

Por otro lado, el Dane registró en el primer cuatrimestre de 2022 un total de 903 lesiones auto infligidas y secuelas; de las cuales, el 16,16% (146) del total de casos corresponden a suicidios en niños, niñas y adolescentes entre los 0 y 19 años de edad. De estos, 28 ocurrieron en menores de 14 años y 118 en adolescentes, entre los 15 y 19 años de edad.

Vale destacar que entre los 5 y 13 años de edad los principales motivos de intentos de suicidio son el maltrato físico, psicológico y sexual en el entorno escolar; mientras que entre los 14 y 19 años están asociados a factores familiares”. (Defensoría del Pueblo, 2022).

Estamos ante un fenómeno mundial gravísimo, que no alcanza a percibir ni a indagar como uno de sus factores explicativos el relacionado con la medicalización legal de niños y adolescentes, es decir, el sistema médico dominante no lee la iatrogenia que puede estar ocasionando dada la normalización de sus prácticas médicas. Sin duda, afirmaciones que cuestionen el núcleo del esquema del sistema médico dominante, altamente dependiente de la industria farmacéutica, serán descalificadas de inmediato por el sector dominante del gremio médico: “Es una postura anti-psiquiátrica”; “son juicios pseudo-científicos”; “su evidencia clínica es inexistente”. 

El modelo dominante en medicina se defiende y hará todo lo posible por desconocer las pruebas clínicas de otras tradiciones médicas que no sean las institucionalizadas en la medicina occidental; incluso se tienen pruebas de que se ha llegado a la violencia física, al linchamiento o al asesinato, con el fin de silenciar la voz del médico o especialista que critica y reflexiona sobre la situación que se comenta. Sencillamente aquellos médicos disidentes son considerados como herejes y se puede llegar a configurar el mecanismo de linchamiento institucional que explica cómo en Colombia, y en casi todos los países del mundo, con más de 150 años de ejercicio de la homeopatía, casi que, desde tiempos republicanos, ninguna universidad se ha atrevido a dar el paso de crear pregrados de medicina homeopática, como sí ha sucedido desde hace más de 100 años en la gran nación mexicana y en la India.

Un poco de historia para comprender las raíces de la sociedad medicalizada: En Estados Unidos, un país que se supone democrático y desarrollado, las carreras de medicina homeopática fueron desterradas del campus médico universitario a partir del informe Flexner promulgado en el año 1911. Este informe, escrito por el biólogo Abraham Flexner, impuso un único modelo médico que sería después generalizado y copiado a nivel mundial en todas las facultades de medicina (ver recuadro: Con los ojos cerrados).

No sobra recordar que el informe Flexner fue financiado por la emergente industria farmacéutica que ya empezaba a ser dominada por la millonaria familia Rockefeller. El mencionado informe, vigente hasta el día de hoy, en su concepción imperialista de la medicina, es el que ha impuesto, desde una aculturación forzosa todos los criterios, el modelo y la concepción de salud prevaleciente a nivel mundial.

De este modo, el problema de la llamada sociedad medicalizada, aunque no lo queramos ver y aceptar, existe y está directamente ligado como problema al paradigma imperialista del extremo occidente capitalista. Muchos de los suicidios que ocurren semanalmente en las grandes universidades y colegios más prestigiosos del mundo, tienen como uno de los comunes denominadores, entre otros factores, la medicalización psiquiátrica. El problema del que estoy hablando probablemente no existe ni está registrado en los journals más importantes de medicina, ni les interesa hablar del tema. Por muy bien estructurado que esté escrito un paper académico sobre el tema, la probabilidad de que sea publicado es muy baja, si en sus hallazgos científicos se cuestiona el abordaje que prevalece en la medicina sobre el manejo de la ansiedad y comorbilidades asociadas a ella, como la depresión o tendencias suicidas.

No estamos hablando de un tema trivial, como lo pueden pensar muchos psiquíatras, educadores y médicos. La llamada generación Ritalina en los Estados Unidos tiene medicalizados a más de seis millones de estudiantes desde etapas adolescentes. ¡Qué gran negocio para las farmacéuticas! Sin duda, la llamada sociedad medicalizada lo considera ya como parte de un hábito o estilo de vida que hace parte de la modernidad y de la opulencia ficticia que vivimos como civilización. Lo cierto es que estamos ante una crisis y fenómeno muy grave que habla de la incapacidad de la sociedad, de sus instituciones médicas y educativas para el manejo de la salud mental de sus miembros, y más grave aun de sus integrantes más jóvenes.

En el discurso oficial, legal y normativo que fomenta la farmacodependencia de esta población escuchamos: “Tómate tus píldoras y sigue trabajando”. “Qué no se te note tu ansiedad, tu depresión”. Y, por otro lado, nos encontramos con normas sociales reguladas y en algunos casos aceptadas por la costumbre social: “Tómese un traguito”, “Fúmese un cachito o un porro …”. Y así, toda una generación juvenil está pasando por unos ritos de iniciación que implican la intoxicación autorizada, legal o ilegal, en el seno de una sociedad dopada, es decir medicalizada, mejor, intoxicada.

¿Nos tomamos en serio el problema y le damos un abordaje interdisciplinario que incluya el reconocimiento de la medicina natural, la homeopatía, ayurveda, medicina china y otros cientos de terapias que pueden contribuir a la construcción de un modelo de salud que complemente y, por qué no, reemplace al modelo bioquímico dominante? Y en el campo escolar, ¿pensamos seriamente en la contribución que puede hacer desde ella para resolver el problema y para brindarle a los estudiantes profundos sentidos de vida que desborden y estén más allá de la concepción empresarial o industrial de la educación y de la universidad promovida por los valores de la organización eficientista, que no se da cuenta de las derivas sectarias que la están alejando de sus valores y carismas fundacionales? 

No sobra recordar un adagio de la filosofía educativa: ni la escuela ni la universidad son empresas o industrias. En la educación, en su sentido pleno humanista, tanto en los sistemas escolares como universitarios, el llamado es a señalar y a responder a, ¿cómo sobrevivir y mantenernos sanos en un mundo sobremedicado? De no hacerlo, nuestros jóvenes y sus familias seguirán dependiendo de la única opción que la sociedad medicalizada les ofrece: la intoxicación de sus cuerpos y de todo su ser.

Y así sucede porque así opera la banalización del mal en el sentido de las existencias humanas, en la que adultos y adolescentes restringen su capacidad de vivir a plenitud el breve espacio existencial que a cada persona le corresponde asumir, desde uno de los valores y actitudes más poderosas que hacen parte de la evolución humana: el descubrimiento del valor supremo de la festiva sobriedad que podemos experimentar en el contacto con la realidad y lo real, incluidas nuestras propias miserias. 


Con los ojos cerrados

La difusión y apropiación de este informe, con sus “verdades” incuestionables, en la medicina mundial implicó el destierro de todo el conocimiento tradicional médico y de ciencias médicas que Occidente había acumulado desde el siglo XV en el reducido diálogo intercultural que había mantenido con pueblos y culturas no occidentales, y que habían provisto con concepciones y prácticas de salud eficaces y disponibles para la población más pobre.

Recuérdense el funcionamiento de los hospitales coloniales de Lima y Ciudad de México, en los que existían “en igualdad de condiciones con la medicina europea”, boticarios indígenas plenamente asumidos y respetados por los médicos españoles y criollos. En los Estados Unidos, la medicina homeopática hasta inicios del siglo XX contaba con una valiosa representación en la vida universitaria y hospitalaria. En Colombia, el Hospital San Juan de Dios tuvo su pabellón en medicina homeopática; el Hospital de Chiquinquirá en Boyacá y en Socorro (Santander), fueron centros de salud homeopáticos. 

A su vez, el Instituto Homeopático de Colombia fundado en 1837, y que aún existe, fue la primera institución científica del país y la primera entidad en proporcionar formación homeopática y en brindar formación por correspondencia a miles de ciudadanos, adelantándose a su tiempo al impartir este tipo de educación a universidades públicas como la Universidad Nacional de Colombia y la Universidad de Antioquia. A mediados del siglo XIX y principios del siglo XX, cientos de sacerdotes y de civiles se formaron en homeopatía a lo largo y ancho de la geografía de Colombia; estos “teguas” le llevaron salud a miles de campesinos y habitantes urbanos en distintos poblados y regiones de Colombia. Muchos párrocos de aquel entonces, además de ejercer su “cura de almas”, ejercieron como médicos del cuerpo y de la mente gracias a la educación por correspondencia que el Instituto Homeopático de Colombia les brindó.

Fue una época singular en la historia de la Iglesia católico-romana de Colombia, que hoy es desconocida por su jerarquía y por su propio clero regular; historia y práctica que estamos seguros que de reproducirse le permitiría purificar a su clero −de conocerse las bondades y eficacia de la terapéutica homeopática–, de tantas obsesiones mentales y emocionales que dominan la naturaleza caída del ser humano.

* D.I.Hom, Ph.D. Director Observatorio-Red Iberoamericano de sociopolítica, cultura y ambiente.

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Información adicional

Autor/a: Felipe Cárdenas-Támara
País: Colombia
Región: Suramérica
Fuente: Periódico desdeabajo N°307, 18 de octubre - 18 de noviembre de 2023

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