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Partidarios de Mubarak disparan contra los opositores

La plaza de Tharir ha vuelto a ser escenario de disparos por parte de un grupo de partidarios del presidente egipcio Hosni Mubarak contra los manifestantes que se han instalado en el lugar desde el pasado martes. A pesar de que oficialmente sólo se han confirmado cinco fallecidos, la BBC, Reuters y otros medios aseguran que en la mañana de hoy los disparos han dejado nuevas víctimas. Los disparos se han producido cuando los matones del presidente han tratado de hacerse con el control de la plaza, epicentro de las protestas contra Mubarak, pero el ejército, que sigue sin intervenir, ha creado una zona de seguridad de unos 80 metros para evitar que haya más víctimas.


Los Hermanos Musulmanes, el principal grupo opositor al presidente, ha hecho un llamamiento público para un gobierno de unidad nacional que reemplace a Mubarak. El grupo, de corte islamista, tieneuna influencia creciente que preocupa a los aliados occidentales de Egipto. Tanto este grupo como El Baradei, símbolo de la oposición egipcia y ex director del Organismo Internacional para la Energía Atómica, ha dicho, por su parte, que se ha negado a acudir a la llamada del Gobierno para buscar una solución conjunta mientras Mubarak siga en el poder. La diplomacia internacional, fundamentalmente algunos países de la Unión Europea, siguen presionando para que Mubarak corte la violencia y ofrezca una solución al conflicto. Ban Ki Moon, secretario general de la ONU, ha pedido a ambas partes que se sienten para solucionar el conflicto, informa la BBC.

El choque entre partidarios del presidente y la población que quiere su marcha ha pasado de los palos y las piedras de ayer a las armas de fuego esta madrugada en la plaza Tahrir de El Cairo. Los seguidores del presidente han disparado y lanzado cócteles molotov contra un grupo de opositores. Cinco manifestantes más han muerto, según ha confirmado a la agencia Reuters el ministro de Sanidad egipcio, Ahmed Samih Farid, aunque otras fuentes dicen que los fallecidos se cuentan por decenas. “La mayor parte de las víctimas son resultado del lanzamiento de piedras y los ataques con barras metálicas. Al amanecer de hoy hubo disparos. El número real de heridos que han sido desplazados a centros sanitarios es 836, de los cuales, 86 aún están en el hospital y hay cinco muertos”, ha dicho por teléfono a la televisión nacional.

El origen de los movimientos de esta madrugada se encuentra en la explosión de violencia de la tarde de ayer. El presidente egipcio decidió que solo un baño de sangre podía salvar su régimen y lanzó a miles de sus matones, camuflados como manifestantes, sobre este centro simbólico de la revuelta. Fue una jornada tan violenta como grotesca. La represión se disfrazó de enfrentamiento civil, mientras los militares asistían a la venganza de Mubarak tan impasibles como en días anteriores. Según el Gobierno, murieron tres personas -uno de ellos, un militar- y más de 600 sufrieron heridas graves. Al Yazira y Reuters citan fuentes médicas que elevan a 1.500 la cantidad de heridos. Tres cosas quedaron claras en la confusión de la batalla: que el dictador no pensaba rendirse, que estaba dispuesto a infundir un terror profundo en la población y que no era ya posible una transición negociada.

En una semana de extraordinarias convulsiones, el día de quedó marcado para la historia. Resultaba difícil predecir si el violento coletazo de Mubarak y los suyos marcaba el triunfo de la contrarrevolución o si, más posiblemente, condenaba a Egipto a adentrarse en una era de inestabilidad y radicalización.

El discurso de Mubarak el martes por la noche fue la señal de que el régimen y su jefe aún se sentían fuertes. No importó que centenares de miles de personas acabaran de pedir en las calles de El Cairo y otras ciudades la dimisión del presidente y una transición a la democracia. Mubarak anunció que no se presentaría a la reelección en septiembre (un gran sacrificio por parte de un hombre de casi 83 años con cáncer), prometió que moriría en Egipto y dirigió un hábil mensaje a sus ciudadanos en el que apeló a las emociones, al pasado y a la patria. Buscó que vibrara el nacionalismo egipcio, el más antiguo del mundo. Y reiteró que solo él separaba a Egipto del caos. No avisó, sin embargo, de que precisamente él pensaba desatar el caos solo unas horas después.

Varias manifestaciones de apoyo a Mubarak se formaron en distintas zonas. La marcha más numerosa confluyó en la plaza de Tahrir, donde seguían concentrados miles de opositores al régimen. En un primer momento, ambas multitudes se aproximaron con relativa tranquilidad. Los opositores trataron de bloquear el paso a los recién llegados con una cadena humana. Los fieles a Mubarak expresaron su intención de “tomar la plaza para demostrar quién es la auténtica mayoría”. “No queremos revolución, sino paz; estos días hemos respetado a la oposición, ahora exigimos respeto nosotros porque el momento es crítico”, declaró Ahmad Osman, un farmacéutico de 36 años que parecía, en efecto, un farmacéutico. Otros jalearon sus palabras.

Poco después de mediodía se desató el infierno. Miles de personas surgieron de las filas de la manifestación favorable a Mubarak y cargaron contra los opositores, en maniobras organizadas. En ese mismo momento, el servicio de Internet reaparecía en el país. Una extraña coreografía se desarrolló en la plaza: abrazos que simulaban la reconciliación entre los bandos y gritos de “paz, paz” lanzados por gente que portaba retratos del presidente, posiblemente para ser captados por la televisión local (que durante la jornada entera emitió imágenes de manifestantes eufóricos que lanzaban loas a Mubarak), se mezclaban con agresiones brutales.

Los opositores reaccionaron y se lanzaron también al choque, en una escena que evocaba las batallas medievales. Para reforzar esa impresión, decenas de fieles a Mubarak iniciaron una carga a lomos de caballos y camellos. Los jinetes utilizaron porras, látigos y cadenas, hasta que dos o tres de ellos fueron descabalgados y apaleados; los otros se retiraron con rapidez. Volaban las piedras desde ambos lados.

El regreso de la policía

Entre el polvo, el ruido, los golpes, los gritos y la sangre, algo se hizo evidente: la policía no se había esfumado, se había limitado a preparar ese momento. Unos hombres fornidos que se presentaron como farmacéuticos, con unas frases en inglés recién aprendidas, increparon a este corresponsal porque, decían, la prensa extranjera había mentido en los últimos días. Cuando se les pidió que mostraran algún documento que les acreditara como “farmacéuticos”, respondieron con golpes. La persecución a periodistas extranjeros es una constante. Decenas de ellos sufrieron ayer heridas y robos de cámaras y ordenadores.

Mohamed el Baradei ha acusado al Gobierno de estar recurriendo a la “táctica del miedo. El ex director del Organismo para la Energía Atómica (OIEA), asegura tener pruebas de que se trataba de “agentes de policía vestidos de civil”. “Tenemos sus carnés de policía”, afirmó el opositor egipcio, que pidió en declaraciones al canal Al Yazira, que las Fuerzas Armadas dejen atrás la neutralidad e intervengan para proteger a los ciudadanos.

La violencia no amainó en las horas siguientes y proseguía por la noche. Los opositores al régimen crearon un cordón humano para proteger a mujeres y niños e intentaron taponar las entradas a la plaza. “Luchamos por nuestra vida, luchamos por nuestra vida”, gritaban. La gente del régimen lanzaba abundantes cócteles molotov y se escuchaban disparos de arma automática. Había gente ensangrentada por todas partes.

Varios opositores lloraban sentados en el suelo. “No puede ser, hemos perdido otra vez, hemos perdido otra vez”, decía uno de ellos.

Bien entrada la noche, seguían lanzándose cócteles molotov en la plaza y cercanías. Varios de ellos cayeron junto al Museo Egipcio, un área dominada por los partidarios del régimen. Un camión de la policía lanzó agua a presión para evitar un incendio en el edificio, cargado de tesoros arqueológicos. Fuera de la plaza de Tahrir las calles estaban relativamente tranquilas. No se conocen incidentes tan violentos como los de El Cairo en Alejandría y en el resto de las ciudades egipcias.

Por ENRIC GONZÁLEZ / NURIA TESÓN | El Cairo 03/02/2011

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