El potencial de Internet como estructura abierta es también su mayor debilidad. Las comunicaciones descentralizadas pasan por un sinfín de servidores entre un destino y otro (por ejemplo, entre un navegador ubicado en una computadora casera y una página de un banco), dando lugar a que estas mismas puedan ser interceptadas, escuchadas y –aunque es un poco más difícil– alteradas. Las empresas, los gobiernos y los hackers lo saben, el usuario no tanto. El usuario de Internet tiene confianza ciega en el artefacto. Supone que el instrumento está bien construido y deposita en eso que se llama “la red” casi toda su vida: claves de su cuenta bancaria, registros de comunicaciones personales, el último recorrido deportivo, las fotos de la familia, gustos y consumos.
Por Mariano Blejman
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