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1 por ciento por inconsecuentes

1 por ciento por inconsecuentes

Bajo el peso de la corrupción, las alianzas con los poderes más rancios de la ciudad y el clientelismo, el Polo Democrático Alternativo perdió el pasado 30 de octubre la conducción que por ocho años mantuvo en la capital del país. Resultado negativo para una colectividad con aspiraciones de enderezarle el rumbo al país, pero que no cogió desprevenido a nadie.

Hora de evaluaciones. Trenzado desde hace varios años en una ardua disputa de liderazgos y poderes, encabezado, de una parte, por la mayoría del Ejecutivo del Polo, y, por la otra, por Gustavo Petro, el PDA entró en una grave crisis, la misma que fue saldada con la salida del ahora ex senador y próximo alcalde de Bogotá.

Trascurridos varios meses de aquel tire y afloje, se debe decir que el debate fue resuelto por la ciudadanía el pasado 30 de octubre a favor de Petro. Ni más ni menos. Así hay que señalarlo. Si el voto es la voluntad popular, ésta debiera ser la conclusión fundamental, debiéndose tomar en cuenta, además, todo lo que esto implica, es decir, cómo ve a la izquierda la mayoría de quienes habitan la ciudad y votan; qué correctivos aconsejan que se tomen en su conducción política; cuáles son los principales anhelos de esas mayorías ciudadanas, etcétera.

La explicación del resultado es elemental: Petro salió airoso en las elecciones, a pesar de ser minoría interna en el PDA, por haber tenido valor para encarar a sus compañeros involucrados en graves trapisondas, todas ellas silenciadas internamente de manera incomprensible. Pero, además, todas favorecidas por la débil personalidad política que caracterizó al PDA en estos ocho años, la cual le impidió romper con el modelo de ciudad heredado, además de sellar increíbles alianzas políticas y guardar silencio ante los permanentes errores que se desprendían de la conducción de la urbe, donde el alcalde terminó tomando decisiones por encima del partido, en contra de sus principios y de su programa.

Valga la pena llamar la atención de las dos administraciones polistas en Bogotá por la débil convocatoria ciudadana para su participación y su movilización, amén de la débil descentralización presupuestal que permitió que las llaves de la ciudad permanecieran bajo control de los mismos de siempre. La potenciación y el surgimiento de un sujeto social capitalino lució por su ausencia, y un partido más allá de los intereses y las coyunturas electorales y las cuotas burocráticas quedó por construirse.

Hay que rescatar esta crítica pese a la inversión social reforzada bajo la conducción distrital del Polo, pues para nadie es un secreto que no basta con priorizar a los más necesitados en lo económico; también hay que priorizarlos en lo político, y ello implica espacios, mecanismos, formación, entrega de responsabilidades, inflamación de la voluntad de gobierno y poder, pues, de no ser así, todo lo definido desde el Palacio Liévano queda reducido a la forma, sin llegar a la sustancia, a saber, el cambio de modelo de ciudad.

Hay que insistir es este comportamiento, presentado también en otros gobiernos que se autodefinen como de izquierda en el continente. Lo que han hecho al llegar al poder es transmitir la idea de que cambios profundos son un imposible, y que el sistema y el pensamiento único son inderrotables. Sin duda, para superar la barricada autoimpuesta no sólo hace falta imaginación sino asimismo atrevimiento. Para el caso bogotano, ¿dónde están las intervenciones en la ciudad que hayan marcado la diferencia? Con excepción, quizá, de los comedores populares, no hay marca que, para bien o para mal, señale un sello de las administraciones del Polo. Las ‘grandes’ obras de infraestructura son continuación de herencias de administraciones anteriores a las dos del Polo, y la huella de un hecho diferenciador, para reclamar un regreso, brilla por su ausencia.

Precisamente este tipo de observaciones se les hace a gobiernos como el de Lula en Brasil, reconociendo ahora que la inversión focalizada es parte de las políticas que impulsa la banca multilateral. Es decir, no hay nada de novedoso ni de ruptura en este tipo de agendas, y más bien hay un fortalecimiento del sistema al cual se le termina legitimando.

Campaña

Uno de los retrocesos que se tuvieron en la pasada elección, a la hora de escoger candidato, fue la ausencia de consulta interna. Sin ésta, se perdió la oportunidad de presentar y debatir de cara a la capital propuestas de ciudad, a la par de motivar y vigorizar al mismo PDA, el cual no logró romper la confusión y la desmotivación reinante en sus filas, tras meses de disputas internas, denuncias por corrupción y continuidad gubernamental.

De esta manera, la selección del candidato fue sentida por muchos como imposición, lo cual ya le restaba energías a la campaña. Si a esto se le suma la falta de carisma del elegido y el desconocimiento que sobre el mismo se tenía en la urbe, se van encontrando otras explicaciones para el resultado obtenido.

De su mano llegó la estrategia comunicativa para la campaña, fundada en un diseño tradicional (papel y muros) que dejó de lado las más modernas estrategias de marketing. Por ejemplo –y esto es polémico–, la insistencia en que el Polo es el pueblo –consigna central de la campaña– debe llamar a reflexionar sobre el significado actual de este tipo de frases; interrogar si ellas aún tienen la capacidad de recoger al conjunto social o si, por el contrario, lo que logran es atomizar a la opinión pública, una parte de la cual no quiere sentirse pueblo (en el sentido de pobre o perdedor). Si así fuera, lo que obtendría este tipo de lenguaje convencional de la izquierda es aislar a una parte no despreciable de la población a la cual pretende ganar para una acción de cambio.

No podemos olvidar que las identidades de antaño se diluyen. Los jóvenes marginales se dividen en tribus urbanas, y canalizar su descontento implica bajar a recoger sus angustias, ¿Qué se tiene que decir sobre el “no futuro” de muchos? ¿podemos seguir despreciando esas formas de rechazo al sistema establecido? ¿qué sobre los miles de informales? ¿se tienen en realidad propuestas viables que reivindiquen su condición? La ciudad actual, en particular, y la sociedad en general son variopintas, y el discurso monocorde desentona allí. Es hora de arriesgar y abrirse a escuchar los sonidos de la calle actuante y responder en consonancia.

Auscultar a fondo y sin temor. Ante otra insistencia de la campaña –“el Polo es la única oposición a Santos”–, se olvidó que esto es cierto nacionalmente, pero en Bogotá ya no lo es, toda vez que en la ciudad representa la continuidad, y las mayorías urbanas no querían esa continuidad, es decir, corrupción, falta de autocrítica, incumplimiento con lo ofrecido, etcétera.

Tenemos muchas cosas a las cuales oponernos, pero la gente quiere escuchar otras opciones. ¿Qué a cambio de lo obsoleto? Ojalá se pudiera decir que se fracasó construyendo alguna utopía; que se calcularon mal las fuerzas pero el sueño sigue vivo. No. No nos engañemos. La labor fue bastante opaca, deslucida. Ojalá no se olvide que en el futuro, si se corrige, se podrá contar con nuevas oportunidades.

Igual se puede decir de la insistencia en que “el Polo es la verdadera izquierda”. El rechazo ciudadano a este tipo de mensajes –cuando elige a alguien que identifica con este matiz político– puede significar que el modelo político concentrado en el PDA no es el que desea ni al que aspiran las mayorías. Se quiere un cambio pero de verdad. Este es un reto, de igual manera, para el próximo Alcalde, que ahora carga con una parte mayoritaria del liderazgo de la izquierda en la capital y, por proyección, en el conjunto nacional.

Hay que mirar al espejo sin temor. Ante el resultado logrado por esta campaña, que no logró ni imponer ni romper la polarización en que cae toda disputa electoral, comenzó la quejadera por la “manipulación de los grandes medios de comunicación”. Hay que ser justos: hay manipulación, hay inclinaciones de los medios por uno u otro candidato, pues hay intereses de los grupos económicos en que gane uno y otro, pero para el caso de Bogotá esto no es lo que debiera destacar el Polo. Si fuera autocrítico, resaltaría su incapacidad o desinterés (error garrafal) para/por construir un inmenso sistema de comunicaciones durante los ocho años en que condujo la administración de la ciudad, a partir del cual pudiera romper con los grandes medios de comunicación que dominan en el país, o al menos hacerles contrapeso. En otras palabras, se tiene lo que se siembra, y sin valoración acertada de lo que es y representa hoy la comunicación en el mundo no se puede romper ni arañar siquiera el monopolio informativo.

Pero, además, hay un interrogante: ¿Por qué se denuncia ahora esta realidad y hace cuatro años –cuando su candidato era favorito– no se denunció el favoritismo? Lo mismo se puede decir de las encuestas, criticadas una y otra vez por no ser objetivas, o por estar direccionadas claramente hacia la construcción de opinión pública, lo cual es cierto. Pero para poder romper su peso hay que construir sistemas alternos de valorar la opinión pública y mecanismos para difundir los resultados. Cuando se revisan las encuestas, al menos una de las agencias acertó, y el PDA se equivocó al no tomar en cuenta el mensaje que una y otra vez traía tal encuesta, en la cual el candidato polista nunca superó el 1 por ciento de favorabilidad, y en la cual las bases del Polo decían que votarían por Petro.

Sin disponerse al cambio, lo que hace la dirección del PDA es criticar la manipulación e incluso llegar a decir que se estaba cocinando un fraude en su contra. Sin duda, facilismo a la hora de leer la realidad, lo cual impide sopesarla con objetividad, cayendo en el error de no reconocer ni valorar el peso del voto útil, muy fuerte en toda elección.

Pero esta falta de autocrítica e incapacidad para el aprendizaje domina en el interior del PDA. Luego del magro resultado electoral, no se conocen valoraciones ni responsabilidades. Su dirección sigue intacta y las explicaciones que el país espera por lo hecho y dejado de hacer durante estos ocho años quedará guardado en los círculos partidistas que todavía consideran que el Polo es objeto de una gran conjura.

Y acá cabe una pregunta muy importante: ¿Para qué el poder, entonces? Duele decirlo pero, más allá de algunos buenos burócratas, y otros no tan buenos, el Polo no deja duelos por su partida. La bajísima votación es señal de sus escasos dolientes, pese a que la ciudad demostró que no quiere regresar al pasado más inmediato. Y esto obliga a una verdadera reflexión, pues hay señales de que reivindicarse tampoco es un imposible.

Información adicional

Las elecciones del 30 de octubre, Bogotá y el PDA
Autor/a: Equipo desde abajo
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