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De política, elecciones y Polo

Molesta reconocerlo y decirlo, pero no se puede negar. Uribe, durante estos ocho años de gobierno, se impuso hegemónico en la política colombiana. Explotó astutamente imaginarios colectivos del pasado con apremios del presente. Esgrimió métodos legales y los conjugó con métodos ilegales. Él es el principal responsable de que el signo de la política colombiana sea hoy de derecha. Hegemónicamente, de derecha. Lo más parecido y cercano a la disidencia política es un centro político amorfo, que comparten el Partido Liberal, el Partido Verde y el Polo. Un centro de derecha y no de izquierda.

El Polo, que aspiraba a ser gobierno en el año 2010, luego de los resultados electorales favorables de 2006 se ha desvanecido como alternativa ante la derecha. Es verdad que ha hecho debates de izquierda en el Congreso en estos dos cuatrienios, y marcó diferencias sustanciales con la política autoritaria, neoliberal y corrupta de Uribe. Pero ha sido incapaz de presentar un proyecto coherente, sólido y creíble para ser gobierno alternativo al uribismo. Los brillantes debates en el Congreso contra la parapolítica, la corrupción y la politiquería de Agro Ingreso Seguro y los falsos positivos despertaron cierto entusiasmo en sectores decentes e informados de la opinión. Pero muchas veces se vieron enrarecidos por posturas oportunistas, como el apoyo a la elección de un Procurador conservador, uribista y corrupto, y por sus gestiones locales de gobierno, atolladas entre la ineptitud, el clientelismo y la corrupción. Además, se mostró inane e impasible frente a temas cruciales del país, como la huelga de los corteros en el Valle del Cauca, la minga indígena, los recientes decretos uribistas de emergencia económica y el acuerdo humanitario, entre otros.

No incorporó en su agenda política los procesos y las señales de la política no institucional. Sectores importantes de los oprimidos sintieron que el único partido de izquierda y de oposición al régimen uribista era incapaz de practicar la interlocución con ellos e incluirlos en su proyecto de acción política. Cada vez más convencional, el Polo se alejaba de la posibilidad de irrigar, con su gente y su discurso, la capilaridad popular. Cada vez más jugaba el juego de la política institucional, mientras más decididamente se tragaba el anzuelo uribista de tener que demostrar su lealtad a la lucha contrainsurgente contra las farc. La tensión política en sus filas ha sido siempre la tensión electoral. Se convirtió, quizá sin darse cuenta, en un partido electoralista, siempre en actitud de preparar la próxima campaña electoral, casi siempre de espaldas a la dinámica social y política de los de abajo.

Suena paradójico pero no se puede negar: un partido que sintetiza lo más contemporáneo de las luchas y expectativas de los marginados, absolutamente desarticulado de sus dinámicas, sus vivencias, sus frustraciones y sus sueños. Lo que sí se articuló siempre fueron las redes personales y de grupo por sacar la mayor ventaja política en la disputa electoral, no tanto contra los partidos contendientes como contra los contendientes dentro del partido. En los últimos cuatro años, es difícil ver un partido promisorio, agitando y motivando a los ciudadanos con su programa y sus propuestas de izquierda ante los debates cruciales del país. Por el contrario, se ha visto a un Polo muchas veces ensimismado políticamente, apocado y opacado, enfrascado en disputas intestinas sobre cargos burocráticos y representaciones políticas. Esto se agravó luego de la escogencia espuria de Gustavo Petro como candidato oficial del Polo a la Presidencia de la República para el período 2010-2014. En vez de saldar la unidad, se profundizó la división, y en vez de reagrupar a las bases se generalizó la desbandada.

Uribe polariza

Si en parte el país se ha polarizado, no ha sido por cuenta del Polo sino de Uribe. Si Uribe es hegemónico y los signos de la política se encuentran del centro derecha a la derecha propiamente dicha, no es sólo por cuenta de Uribe y las farc sino también del Polo. El candidato Petro, en vez de aprovechar la coyuntura para marcar diferencias cruciales con Uribe y polarizar entre la derecha y el extremo-izquierdismo de las farc, ha parecido más interesado en mostrar su familiaridad con el establecimiento. Su afán (u oportunismo) electorero lo ha llevado de la izquierda al centro-derecha. Ya hasta la ‘seguridad democrática’ en el vocabulario de ‘izquierda’ del candidato polista sólo requiere una pequeña corrección: la equidad. Ninguna alusión creíble a parar la guerra, ninguna referencia a la vigencia del Estado de derecho; ninguna alusión a la arbitrariedad, el terrorismo y el guerrerismo de Estado. El Polo va como Vicente, “pa’ donde va la gente”. Sólo que la gente va hacia donde indique el uribismo mediático. El candidato olvida muchas veces hasta sus raíces emecinas, que en boca del guerrillero más grande y más audaz que ha tenido Colombia en la segunda mitad del siglo XX, como fue Jaime Bateman, el problema de Colombia no es la guerrilla sino el hambre de los colombianos. Hambre de pan, pero también de justicia.

¿Izquierda, no por ahora?

Ya cercanos a las próximas elecciones del 30 de mayo, el espectro de la política colombiana sigue incompleto. Falta la izquierda, aunque existe. De nuevo, es paradójico. Hay un vacío de izquierda que la izquierda no ha podido o no ha querido llenar. Si no hay sujeto, tampoco hay estructura. Si no hay sujeto político, desaparecen las condiciones de posibilidad de que perviva la estructura de la política de la izquierda. Seguirá existiendo en estado de latencia, pero vacía en acto. Como la política es dinámica, quien renuncia a las posibilidades de estar en ella acepta las posibilidades de que otros sujetos ocupen su lugar en la escena. Es lo que viene ocurriendo con el Partido Verde y el fenómeno Mockus. Su dinámica expansiva, como centro-derecha, viene ocupando progresivamente el espacio de la izquierda, sin ser de izquierda. Si el Polo no reacciona a tiempo y con audacia (lo cual es pedir mucho), si no reformula a fondo su estrategia electoral, lo que se vaticina en el corto plazo es un escenario de disputa electoral entre el centro-derecha y la derecha misma. Entre Mockus y Santos.

Desde la izquierda, deseable sería un escenario entre Santos y Petro, o entre Petro y Mockus. Ambas posibilidades son poco probables. Suena amargo para quienes creyeron sinceramente que en 2010 el Polo sería gobierno. Pero, por amargo que suene, es lo más probable. No será gobierno.

Quizás estará en el gobierno. Y para los más prepotentes polistas electoreros, incluso quizá será cogobierno; pero definitivamente lo que más parece probable es que no será gobierno. Lo más probable es que obtenga una votación digna en primera vuelta. Pero no le alcanzará para la segunda.

Si el escenario más probable en segunda vuelta fuera la disputa Mockus-Santos, entonces la pregunta de la izquierda no será si es gobierno sino quién será gobierno. Frente a esa pregunta, inevitablemente para la izquierda se impondrán nuevas preguntas. ¿Contribuirá a responderla, es decir, tomará partido por una u otra opción? ¿o pasará de agáchate, impasible ante ella, a la espera de que sea la propia dinámica electoral el factor que decida? La respuesta afirmativa a la segunda pregunta es fácil, y cómoda, aunque tendrá que pagar el costo del ostracismo político. En cambio, la respuesta afirmativa a la primera pregunta parece más difícil de responder. ¿De qué manera contribuirá el Polo a dirimir quién sea gobierno? En otros términos, ¿por cuál de las dos opciones se decidirá? Nadie que se reclame de izquierda estará pensando en apoyar a Santos, Uribe en cuerpo ajeno. ¿Optará el Polo por apoyar a Mockus? Ya se escuchan voces encontradas entre quienes encuentran en Mockus afinidades programáticas con el Polo y estarían dispuestos a apoyarle, y quienes, por el contrario, le denuncian su neoliberalismo y su uribismo abierto o soterrado. Entre estas dos respuestas, cabe una tercera, nada fácil y tampoco cómoda, que por no esgrimirse públicamente por nadie puede ser considerada por ahora apenas hipotética. La resumen dos consignas, una del siglo pasado y otra del presente: “¡No vote ni por el putas! ¡Vote en blanco!”.

A partir del 30 de mayo se sabrá con qué boca hablará el Polo y con qué mano lanzará el boliche; si lo hará con la boca de la opinión mayoritaria no polista o con la mano izquierda que aún no se ha mutilado.

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