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El goce y las sonrisas femeninas

El goce y las sonrisas femeninas

Con la participación de Colombia en el Mundial de Fútbol Brasil 2014, emergieron varios fenómenos poco frecuentes en el convulsionado acontecer nacional. En esta ocasión los hechos noticiosos tenían que ver con la alegría popular. Celebración, cantos, alboroto, aunque sin dejar de registrar sucesos que nos enrostran la falta de madurez como sociedad, hechos –riñas callejeras, asesinatos, etcétera– que a pesar de las denuncias y medidas represivas tomadas por el gobierno nacional, no demuestran a plenitud que todas ellas tuvieran relación directa con las celebraciones por los triunfos de la selección.

Fue una celebración a granel, aunque aquí subrayamos un hecho un tanto curioso, ¡hermoso!: el derroche de alegría, entusiasmo y coquetería de las mujeres colombianas. Ellas, bonitas, alegres y orgullosas, dinamizaron durante esos días la microeconomía doméstica de la vanidad y el glamour. Sólo hay que preguntar cuántos franceses fueron realizados en la peluquería de la cuadra o esquina, averiguar por motivos de aretes diseñados a propósito de la selección, así como adornos para el cabello, sin hablar de los vestidos y camisetas con los que también engalanaron a sus pequeños, porque fueron ellas las que más impulsan todo ese merchandisen.

¿Quién no las vio con la camiseta el día de los partidos contra Grecia, Costa de Marfil, Japón, Uruguay o Brasil? Pero, ¡la identificación no paraba en la camiseta! Para muchísimas colombianas, el Mundial, y más que éste, la participación de Colombia en el mismo, fue la disculpa perfecta para hacer de su presentación (la de ellas) un despliegue de nacionalismo inédito pero contundente, envidiable en otras esferas como la política. Bastaba con ver los tocados en las cabelleras adornados con el tricolor nacional, el francés con motivos amarillo, azul y rojo, o con balones de fútbol, y los gorros de todas las formas, utilizados como expresión sincera de la “fiebre” mundialista.

Mujeres, adornos, coquetería, belleza. Pero no sólo de aquellas damas que registran y difunden los grandes medios de comunicación. No sólo las mujeres de clase media y alta, las universitarias y otras. También lucieron los ropajes de todo tipo las mujeres anónimas, de a pie, las que no pueden ir a los estadios, o no quieren ir.

Esta ocasión les sirvió a muchas de estas mujeres para tener una oportunidad de engalanarse y expresar una identificación con ese país que reconocen pero que a veces las defrauda. Imagíneselas en la sección de empaque de cualquier fábrica a la madrugada, con un saco de lana para el frio, pero debajo la camiseta tricolor, la chiveada, porque no hay plata para la oficial; al igual que la campesina que fue contagiada por la fiebre identitaria y que sigue en sus labores cotidianas, aunque corre hacia el televisor cuando los hombres de la casa gritan, ansiosos, ante el ataque sobre la valla del equipo contrario, o ante la defensa en riesgo en el pórtico propio.

Es llamativo, a todo ojo, el inusitado esmero por arreglarse a la moda futbolera. Encima de su camiseta amarilla o roja, el delantal, porque no puede olvidarse que ellas seguirán sudando la camiseta de la subsistencia después de finalizado cada partido, y después de trascurrido el Mundial. Entonces, buscarán otras maneras de verse agradables, con paciencia detallarán su rostro en el espejo, sintiéndose bonitas, contentas con sus adornos. Pero su esfuerzo pasará desapercibido para los grandes medios, siempre atentos al canon de belleza oficial, impuesto “sin ton ni son”, para el cual mestizos, negros, gordas, viejas, pequeñas, y similares, no son presentables.

Pese a ellos, aquí tenemos una parte fundamental del país real. Lástima que los recursos no nos permitieron viajar a otras regiones y registrar indígenas y otros grupos humanos que también lo habitan. Pero en el próximo Mundial saldré con mi viejita, de ochenta y tantos, camiseta en pecho, a registrar el país verdadero, el que bulle de entusiasmo, emoción o tristeza ante cada lucha, alegría o fracaso que viven las mayorías, las negadas de siempre, las mismas que hacen posible que este país prosiga su marcha, sin dejar a un lado el sueño de que algún día vivamos en justicia y felicidad cotidiana, en alborozo, no sólo por efecto, ni mediatizados, por un Mundial de Fútbol u otro triunfo deportivo ocasional.

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