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País descuadernado

País descuadernado

Un resultado que, aunque antecedido por encuestas que desde semanas atrás habían llegado a la Casa de Nariño vaticinándolo, sorprendió a buena parte del país. Para evitarlo, de nada sirvieron los cientos de millones en propaganda y conformación de equipos de activistas juveniles para rellenar, por aquí y por allí, las protestas por el no con las voces por el sí. Clientelismo y abuso de poder insuficiente. Como también lo fue el carrerón y embalaje final de Timochenko y el Presidente para una firma final, en el cual fueron cedidos por las Farc varios reclamos congelados durante meses dentro de la negociación. Tampoco sirvió la ceremonia en Cartagena, con aires de absolución y triunfo del Estado y “ofrecimiento de perdón” del exgrupo insurgente. Menos, la declaración del papa Francisco el día antes del plebiscito “si gana el sí, voy a Colombia en marzo próximo”. Mucho menos, la declaración en esa víspera del cantante Bono haciendo una referencia al acuerdo de Paz en Irlanda.

Pasó el 2 de octubre, el que muchos decían que era definitivo, y lo único que se posó ante todos fue la imagen del verdadero país que tenemos: el descuadernado. Sus hojas las lleva de aquí para allá, como cualquier papalote, la desconfianza, el desinterés y el repudio popular, así como la capacidad de convocatoria de un dirigente de derecha que encubre sus intereses particulares tras el beneficio general.

Un duro bofetón. El 63 por ciento de abstención arrojada por el plebiscito realza, con luz cegadora, (sin considerar los cerca de 300 mil votos anulados y tachados que con toda seguridad son de rechazo al tipo de consulta realizada), que el país cuenta con una dirigencia ilegítima, sin capacidad para concitar ni movilizar a las mayorías sociales, así sea para decidir sobre un tema que se supone es de vida o muerte: la guerra. Dirigencia que para esas mayorías vive en pos de sus negocios, o en otras palabras, es corrupta. Si la realidad no se acomodara a la conveniencia del poder de turno, los resultados del plebiscito, además, tendrían que ser insuficientes pues no alcanzan al umbral definido desde siempre (37 por ciento, no al reducido 13 por ciento que se inventaron para esta consulta), esto por no aludir al 51 por ciento del electorado, que debería ser mayoría en toda consulta.

Incapacidad de sembrar credibilidad social por parte de esta dirigencia que evidencia, además, que la negociación Gobierno-Farc no logró sintonizarse con el país nacional, en el cual sienten que lo acordado, no los vinculó, ni implicó ni favoreció. En estas circunstancias, la votación difícilmente podía arrojar un resultado diferente. Por esta vía como puede deducirse de una lectura del mapa adjunto queda en el terreno una polarización entre campo-ciudad, entre el centro del país y sus alrededores.

 

 

Dirigencia, la misma de siempre, la que por doscientos largos años ha impedido que Colombia cuente con la posibilidad de otros caminos para organizar su vida diaria. ¿Alguién recuerda en este país haber vivido siquiera un día sin los Santos, Lleras, López y semejantes al frente del país? Familias oligárquicas, intereses de clase que, impuestos sobre las necesidades de millones de connacionales, han terminado por hacer del nuestro uno de los países más desiguales del mundo, además de otros muchos males.

Dirigencia que abusando hasta el extremo de su poder, desplegó en este referendo un exceso de propaganda, exageraciones y mentiras, a pesar de las cuales no logró credibilidad social. Como lo puede constatar cualquier connacional, durante las semanas previas a esta elección no pasaba un minuto de cada día, de cada hora, donde las bondades exacerbadas de una paz que no alcanzó a revestirse de los intereses de los pobres del campo y de las ciudades, no aparecieran por la radio, la televisión, la prensa escrita, las redes sociales.

Excesos que en su abuso de poder los llevó a firmar varios acuerdos finales de paz (La Habana y Cartagena), a reunir en Colombia a dirigentes de diferentes países y de la comunidad internacional, incluso, a poner a decir al papa que no vendría a Colombia sino ganaba el sí; al tiempo que artistas de diversa trayectoria también fueron utilizados para crear el clima general de que solo había un camino posible para el país. Con igual propósito las encuestas fueron retorcidas y acomodadas según el interés del príncipe. Incluso, hasta la izquierda más tradicional denegó de sus interés y se colgó a la cola del discurso oficial, ampliando el eco de sus consignas, sin alcanzar a diferenciarse del poder oficial en asuntos económicos, políticos y sociales en general.

Y así y todo, la bronca y el rencor que amplios sectores sociales le tienen a las Farc, a la par de la capacidad de conexión que desde años atrás logró la derecha más recalcitrante con un amplio sector de la sociedad colombiana, alcanzó lo inimaginable para muchos: vencer al traicionero Santos, y llevar al país a una crisis de gobernabilidad que no tendrá salida por la izquierda. Esta es la consecuencia inmediata de colocarse a la cola de sus supuestos “amigos”.

¿Crisis sin responsables?

Toda crisis debería tener sus consecuencias, una vez identificados los responsables. Así pasa en otros países: caen primeros ministros, apresan a dirigentes, pasan a la sombra voceros de una u otra causa. Pero en Colombia, no, aquí cada día todo es peor, pero quien cae no llega al piso –caen para arriba– ahí siguen inmutables, con cara de “yo no fui”. Veamos algunos ejemplos de esto:
La cabeza de la campaña gubernamental para el plebiscito, el expresidente César Gaviria, el mismo que abrió el país a todas las privatizaciones que ahondaron la concentración de la riqueza para una minoría, no logró que el país le creyera. Repudiado, desoído, debería entender que es hora para su retiro, al fin y al cabo ahí deja a su delfín a la cabeza del Departamento Nacional de Planeación, en carrera para repetir sus pasos. Más de lo mismo.

El presidente Santos, quien enrutó una negociaciones de paz de acuerdo a los intereses de su clase, impidiendo que en la misma se discutieran los temas estructurales que han llevado al país al extremo donde se encuentran las mayorías, bloqueando así que esas mismas mayorías sintieran que el tema era con ellas, que de acuerdo a la paz firmada su presente y el futuro de los suyos tendería a cambiar, que el país ya no sería el mismo de antes.

La señora Clara López, que llevó hasta el máximo la crisis del Polo Democrático Alternativo, animada solamente por posicionarse como candidata a la vicepresidencia de una u otra campaña electoral. Ahora le corresponderá, ante el ministerio de Trabajo, oficina que le sirvió durante varios meses como trampolín para animar la misma campaña oficial plebiscitaria sin diferencia alguna con un modelo económico que ahoga cada día a las mayorías, ahora le corresponderá garantizar que el propósito de la Ocde de congelar el salario mínimo no llegue a hacerse realidad. ¿La sostendrá Santos en su función si así actuara? Con seguridad que no, ya cumplió su papel, ya fue instrumentalizada –y por su conducto una amplia franja de la izquierda– ahora sobra. Aún está a tiempo de renunciar para no ser retirada.

Pero el agua sucia también enloda a Piedad Córdoba que como vocera de diferentes procesos en pro de la paz llegó a decir en la Casa de Nariño, sin diferenciarse con el mismo señor Santos y su política económica y social, que “vamos por 10 millones de votos”. No diferenciarse de su contrario, es el principal error de la izquierda, descolorida, sin personalidad. Generar esta confusión es su yerro, y la exageración de los millones de votos el otro, el mismo que denota que no logra tomarle el pulso al país, y sigue pensando y actuando de acuerdo a su deseo.

Baldados de esa agua sucia también mojan a la dirigencia de las Farc, que no solo ha escondido los sentidos reales de lo negociado, ensalzando e idealizando ante sus bases lo alcanzado como logros para todo el país, sino que en un afán incomprensible facilitó todo el terreno para que Santos convocara y realizara el plebiscito, y de manera simultánea quedara con el terreno libre para presentar al Congreso la reforma tributaria. Si fuera un partido, sin duda alguna, su dirigencia tendría que renunciar. En una fuerza militar impera el mando, y de no haber cadáveres éste difícilmente reconoce sus errores; mucho menos es cuestionado de manera tranquila por quienes obedecen órdenes.

Como si fuera una ola, esta agua deja emparamadas a las empresas encuestadoras, que sin pudor alguno, aliadas y aduladoras del poder, maquillaron para el público los sondeos que realizaron durante estos meses.

Y del chapuzón no se libra la izquierda electoral como conjunto, que perdió una coyuntura histórica para enrutar a esta sociedad en la lucha por otro modelo económico, social y político, al endosarle la iniciativa y todo el espacio político al gobierno. Por su error, acumulado y extendido en su opción por “el mal menor”, el ciudadano de a pie la va relacionando como un partido tradicional.

De no ser por estos errores de la izquierda, hoy, ante esta crisis de gobierno, el país podría encuadernase por vía alterna, la sociedad estaría exigiendo, no solo la renuncia de Santos sino que se implementara otro modelo económico, social y político, soportado sobre la base de otra democracia, que sí es posible y necesaria.

Una alternativa, una necesidad para construir un país en justicia y paz. El reto está ante todos: es urgente sintonizarse, no sólo de palabra sino de hecho, con las mayorías del país, construyendo al mismo tiempo una alternativa social que levante las banderas reclamadas por las mayorías, dejando atrás el afán por acomodarse al menor de los males.

Información adicional

Colombia, después del plebiscito
Autor/a: Equipo desdeabajo
País: Colombia
Región: Suramérica
Fuente: desdeabajo

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