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Polemizar: una lucha ideológica

Polemizar: una lucha ideológica

El francés Jean-Paul Sartre decidió confrontar sus propias consideraciones con la sociedad francesa, cuando en 1949 defendió, en una conferencia pública, sus planteamientos filosóficos y vitales. Sartre no tuvo temor, sabía bien que si se dejaba llevar por la seguridad que supone no exponerse –pues quien no se ofrece a los demás jamás será cuestionado ni contestado– pondría fecha de vencimiento a su propia subjetividad. Aquella conferencia se dio en un ambiente más que intimidante; sillas rotas, golpes, desmayos y grandes tumultos para hacerse a un lugar en el auditorio, allí no estaba en juego una simple discusión de conceptos filosóficos, allí estaban en juego diferentes concepciones de la vida y la sociedad; los católicos, los comunistas ortodoxos y todos aquellos que se disputaban con Sartre la manifestación de la verdad acerca de las bases del mundo social y político que configuraba la vida humana.

 

La conferencia de Sartre, publicitada en periódicos días antes y publicada luego como libro, se tituló El existencialismo es un humanismo. Su intervención no fue de las más ordenadas, con vacíos teóricos, ambigüedades conceptuales y gigantes presupuestos que le imposibilitaron ofrecer una posición sólida sobre sus consideraciones de la existencia humana, sin embargo, supuso la apertura de una discusión ideológica al interior de la sociedad francesa que, inquieta, cuestionó sus propias creencias y la manera de construir la vida en común de los individuos. Así pues, el valor de la polémica está en que sacude la vida y hace que las sociedades progresen en virtud de la discusión y se cuestionen a sí mismas mediante lo que cada individuo pregunta y responde a otro.

 

Esta misma posición de la actitud polémica y de la confrontación de las creencias y prácticas sociales, hace de Sartre uno de los valores más extraordinarios del pensamiento de izquierda. Hace 50 años este francés decidió salir a las calles a respaldar las manifestaciones de la juventud y la clase obrera francesa en aquellas famosas jornadas de mayo y junio de 1968. Sabía que no podía ser la figura central de aquel momento subversivo, pues ponerse como figura principal de aquellas reclamaciones opacaría la decidida respuesta política de los jóvenes y los trabajadores.

 

Como bien señala Eric Hobsbawm, Sartre comprendió el momento histórico y “lo reconoció colocándose en un segundo plano frente a Daniel Cohn-Bendit, ante quien actuó como mero entrevistador”1. Parece pues extraño que esta haya sido la tarea del intelectual en medio de Mayo de 1968, no obstante, si nos fijamos con detenimiento, podemos captar que la labor intelectual de Sartre estuvo determinada por sus propias posibilidades como revolucionario, es decir, desde la palabra, desde el respaldo que suponía el apellido Sartre.

Lo valioso de este momento de la vida de este pensador francés, como de tantos otros que han sido consecuentes con sus ideales, reside en la capacidad para extender su palabra y su praxis intelectual al espacio público, al debate y confrontación de las ideas, a posicionarse sin titubeos frente a la situación, pues la neutralidad no es cosa de revolucionarios, mucho más cuando el momento histórico exige decidir, elegir, actuar. Es así, pues, como el valor de la polémica no está dado en sí mismo, sino que hunde sus raíces en la situación en la cual se encuentra, por ello no es lo mismo una polémica dentro de los márgenes de un aula universitaria, por ejemplo, que el ejercicio de polemista dentro del seno mismo de la sociedad, en las calles con megáfonos –como lo supo hacer también Sartre– o desde la producción revolucionaria de medios como periódicos y apuestas orales y editoriales, todas ellas enfocadas en el carácter público de la praxis intelectual.

 

Cuando la situación en la que se vive exige una respuesta, los individuos no pueden ahorrase la fatiga de contestar. En medio de una sociedad como la colombiana que actualmente se enfrenta a las posibilidades de continuar con la lógica de la opresión en manos de las tendencias políticas de derecha, la labor del polemista cobra gran relevancia. No se trata de cuestionar por cuestionar –cosa que por lo demás no sería asunto anclado a la polémica–, sino de criticar y elaborar posibilidades de transformación de lo dado. La mera contemplación de la situación siempre juega en favor del opresor, la imparcialidad, cosa que en los días que corren se ha vuelto un valor moral, no es ningún rechazo a la continuación de la barbarie en el país, es, por el contrario, el refuerzo ideológico más velado de todos, pues se decide no participar conscientes del peligro que encarna la posición del que no quiere mancharse con lo que juzga inmoral. Para el momento que vive el país la posición más repudiable de todas es la de aquellos que se hacen a un lado y no entran en la confrontación pública. Los últimos bastiones de la ideología son la resignación, la apatía y la neutralidad. Como vemos la tarea es doble: de una parte, enfrentar todas las tendencias que opacan cada vez más el futuro del país y denunciar como ideología las decisiones “morales” de todos aquellos que no entran en la arena de la discusión y la intervención política y social. Para ello, nuestra herramienta es la crítica.

 

De esta manera, nuestra sociedad merece el ejercicio de la crítica; su forma de construir la personalidad, de tejer las relaciones entre los individuos y de fomentar peligrosas “escuelas de pensamiento” debe ser cuestionada. La tendencia subjetivista con pretensiones universales que encarnan aquellas posturas que alaban el sentido común y la formación caprichosa de hombres y mujeres, apunta a la configuración de una sociedad mediocre que cristaliza en el falso respeto por la posición del otro y la validez de cualquier opinión carente de trabajo.

 

En nombre de la defensa de la libre expresión de la opinión estas tendencias ideológicas asumen legados que no coinciden con sus manifestaciones vitales. La creencia en que una de las vías para la defensa de la subjetividad es el repliegue a la esfera privada, desdeñando la intervención pública y la confrontación de argumentos contrarios, es sepultar cualquier posibilidad de la afirmación del individuo y una talanquera para el desarrollo de la personalidad que se dice defender. Así, la verdadera defensa de ésta no puede desligarse de la complejidad de la condición humana que no puede ser dividida entre lo privado y lo público, pues hacerlo es entrar ingenuamente a la cueva donde la bestia del capitalismo estará dispuesta para devorarnos o para poner a su servicio nuestra existencia.

 

Lo personal es político, ningún individuo es tal en virtud de la ausencia de otros. Nadie se construye solo, los demás nos dan forma, en diálogo y confrontación con ellos es que configuramos nuestra vida; como diría Marx, lo contrario sería una robinsonada2, pues la creencia en que es posible vivir sin los demás, ser autosuficiente y girar en torno a sí mismo, es el caldo de cultivo para la emergencia de las formas más miserables de la existencia humana.

 

Si la construcción de la individualidad se da en el diálogo y la confrontación con los demás, quien decida rechazar estos aspectos, tendrá que admitir, a la vez, que su proyecto de vida ya está terminado y que no le queda nada más por hacer, en otras palabras, que es un individuo estancado. En este punto surge la necesidad de la polémica, la confrontación con los demás que permite reafirmar mis consideraciones o cambiarlas de acuerdo a lo que surge del diálogo con el otro. Este diálogo no es un mero intercambio banal de opiniones donde todo vale, por el contrario, es el encuentro de posiciones con argumentos que buscan convencer en aras de que triunfe la verdad y la razón. Quien no entra en discusión difícilmente se forma, pues su mundo se reduce a una conciencia estrecha, siempre cómoda y sin posibilidad de un despliegue que apunte al desarrollo de sus capacidades.

 

En la Fenomenología del espíritu, libro de Georg Wilhelm Friedrich Hegel, se denuncia este modo de estrecha conciencia como una conciencia cobarde. Para Hegel, la desconfianza y el temor de aquella conciencia que no se atreve a cuestionar sus creencias mediante la experiencia y la confrontación, y que por ello se cree segura, comporta una renuncia a la formación y el trabajo. Esta conciencia no se da cuenta que el “temor a errar [es] ya el error mismo”3. Todo esto nos deja en claro que la polémica es una situación, un arma y un valor de las organizaciones progresistas que buscan rechazar con su labor la configuración de un mundo desigual, injusto y rasgado profundamente en lo humano como el capitalismo contemporáneo. Esta actitud del polemista es un intento por responder críticamente a esta condición miserable.

 

* Centro de Estudios Estanislao Zuleta.
1 Hobsbawm, Eric. Revolucionarios. Barcelona: Editorial Crítica, 2000, p. 333.
2 La expresión “robinsonada”, es utilizada por Karl Marx en algunos de sus textos para referirse a la falaz consideración según la cual existen individuos que pueden vivir aislados y construir su vida al margen de los demás, individuos que sólo a partir de sí mismos construyen el mundo. Esta consideración encuentra su sustento en la ficción literaria del escritor inglés Daniel Defoe titulada “Las aventuras de Robinson Crusoe”. En aquella obra, el protagonista llamado Robinson se queda varado en una isla y construye a partir de sí mismo todo lo que después será un sistema de producción individualista. Recomiendo ver las siguientes obras: Defoe, Daniel. Las aventuras de Robinson Crusoe. Barcelona: RBA Editores, 1994, Marx, Karl. Introducción general a la crítica de la economía política. México: Siglo XXI Editores, 1976, p. 39 y Marx, Karl. El Capital. Crítica de la economía política. México: Siglo XXI Editores, 2010, p. 93.
3 Hegel, G. W. F. Fenomenología del espíritu. México: Fondo de Cultura Económica, 2009, p. 52.

Información adicional

Autor/a: LEANDRO SÁNCHEZ MARÍN*
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