
En diciembre del 2019 fue entregado el texto oficial de la llamada “Misión Internacional de Sabios 2019 por la educación, la ciencia, la tecnología y la innovación”, nombrada por el gobierno de Iván Duque para elaborar el texto guía fundamental para la política nacional en los cuatro temas; todo enmarcado en la creación del Ministerio de Ciencia y Tecnología. Nos concentramos aquí en el documento mismo (1). El texto de recomendaciones se llama: “Colombia hacia una sociedad del conocimiento”.
“Desatención”, “desinterés”, “incomprensión”. Desde siempre, estas y otras realidades describen la real atención que recibe la ciencia en Colombia. El exiguo presupuesto que nunca superó el 0.3 por ciento del PIB, y el último lugar en inversiones en la política estatal que por años han merecido los institutos que la han tenido a su cargo da cuenta de ello.
Es una “incomprensión” que resume el carácter de la clase social y política que por décadas –que suman siglos– ha controlado el poder en Colombia, cuando la verdad es que este es un país con todo el potencial para liderar o integrar en la región proyectos de punta, en todos los órdenes. Proyectos de investigación que en su base demandan una comprensión científica del entorno natural de su ser territorial. No es solamente la abundancia de ríos, selvas, bosques, la variedad de climas y mares, sino también su biosfera y otras partes que hacen de Colombia uno de los países mejor dotados entre los casi dos centenares que integran la comunidad internacional.
Se trata de toda una realidad y un potencial natural que sobrepasa la mentalidad rentista que desde siempre ha imperado en estas tierras. Ni curiosidad, ni sentido crítico, ni amor por el aprendizaje, ni estímulo al debate abierto, sin dogmas ni prejuicios, nada de esto está registrado en la historia del país, un signo innegable del carácter de quienes han determinado el destino padecido hasta la fecha por quienes habitan esta puerta de entrada y/o salida de Suramérica. Por el contrario, lo que ha predominado son verdades eternas, rezos, escolástica, exclusión del crítico y del curioso, estigmatización del saber.
No es casual, por tanto, que a pesar de todas las potencialidades que tenemos para la construcción de un proyecto potente de ciencia, Colombia no aparezca en los registros internacionales en este campo. De ahí que al llegar hace poco a la Ocde, a esa organización que dicen “de las buenas prácticas” los gobernantes tengan que romper con el pasado y así sea formalmente, como parece ser hasta ahora, lleven al país hacia la investigación, para lo cual darle estatuto de ministerio a la instancia encargada de tal reto aparece como un impostergable.
Nos encontramos, por tanto, más allá del deseo de Duque y de quienes lo rodean, ante una exigencia externa. Y el paso incial para cumplir con la demanda es diagnósticar y proyectar, para lo cual, retomando pasos ya andados, se constituye una nueva “Misión de sabios”, en este caso con participación internacional. Ahora bien, ¿qué documento produjo la Misión? ¿Qué esperar de su resultado?
El espíritu del documento
Cuarenta y seis comisionados elaboraron el documento finalmente entregado al Gobierno, con el apoyo de un amplio equipo técnico, con la participación de algunas de las más importantes universidades, grupos de investigación, semilleros, academias, profesores, investigadores, gestores del conocimiento, ministerios y entidades públicas, algunos organismos multilaterales con sede en Colombia, diferentes escuelas, y algunos organismos privados y de consultoría, notablemente.
El lenguaje del texto es claro, su redacción no se presta para ambigüedades ni ambivalencias, y en numerosos pasajes está soportado por algunas fuentes de datos y publicaciones. Al fin y al cabo, se trató de un trabajo que se discutió y elaboró en alrededor de seis meses. Es evidente un espíritu muy técnico, poco político y crítico, altamente propositivo y muy bien intencionado, y mesurado en el lenguaje y las expresiones, con muy pocos adjetivos y adverbios, a menos que fueran exaltantes o sugestivos.
Fueron, sin lugar a dudas, seis meses de trabajo, pero también de mucha presión sobre los comisionados, por parte del gobierno, como es suficientemente conocido.
Algunos de los verbos que más se repiten en el texto, son “diseñar”, “construir”, “proponer”, “pensar”, “programar”, todo lo cual se ajusta a los compromisos adquiridos y al carácter técnico del documento. Al fin y al cabo, desde Durkheim y Weber es un lugar común distinguir dos cosas: al político y al técnico. Esta distinción le sienta muy bien al espíritu del capitalismo, para plantear que una cosa son los “tomadores de decisión” (= políticos, banqueros, militares, etc.), y otra muy distinta los “asesores, técnicos y consultores”. Algo que merece, por decir lo menos, una segunda reflexión. En la historia de Colombia los académicos y científicos jamás han sido considerados como tomadores de decisión. Sus propuestas tienen carácter meramente consultivo, y nunca vinculatorio. Algo sucede, y sigue sucediendo en la historia del país.
Específicamente, en los marco de la sociedad de la información, de la sociedad del conocimiento y de la sociedad de redes (2) la distinción establecida por Weber, y todavía vigente, es vetusta y peligrosa. El ejemplo más palpable son los populismos, por ejemplo, de Trump, Macri, Piñeras, Bolsonaro –y el subsiguiente negacionismo, notablemente, del cambio climático, y otros temas sensibles que son inmediatamente del relevo del trabajo con datos, información, y conocimiento– es decir, ciencia.
La letra del documento
La tradición medieval sostenía que “la letra con sangre entra”. Esta idea puede tener por lo menos dos interpretaciones. Una, es que la gente no aprende sino de malas maneras, con presiones y fuerza, bajo sometimiento y adoctrinamiento, en fin, con miedo y mucha disciplina. La otra es que las cosas se aprenden, tarde o temprano, a través de mucho esfuerzo, sudor y sufrimiento. Como se aprecia, no hay mucha distancia entre una y otra cosa. Pues bien, Colombia hacia una sociedad del conocimiento, se plantea en el marco explícito de los Objetivos del Desarrollo Sostenible (ODS), los cuales son mencionados y subrayados a todo lo largo del informe. Así, los temas de desarrollo, conocimiento, innovación y competitividad dan por supuesto, aceptan sin más, y se apoyan en los (ODS), un tema que merece una consideración propia, en otro lugar. Como quiera que sea, la base es: el sistema de libre mercado debe poder desarrollarse y crecer en términos de sostenibilidad. Hay que decir, de pasada, que los (ODS) dejan absolutamente intacta la función de producción, y no hay ni una sola palabra al respecto.
Análogamente a como los acuerdos de la paz en La Habana entre el Gobierno y las Farc dejaron incólume el modelo económico, asimismo, el Informe de 2019 no se ocupa, absolutamente para nada, de la función de producción. En una palabra: se trata de educación, ciencia, tecnología e innovación para la afirmación y el desarrollo de la economía de libre mercado; punto. Con todo y las estructuras cognitivas que implica, con las formas y estilos de vida que conllevan, en fin, con las finalidades e intenciones conocidas.
Los focos escogidos están bien justificados, con básicamente, una doble argumentación: de un lado, el número de grupos de investigación en el país. Esto es, si cabe, la capacidad instalada. Y de otra parte, también, los marcos de la Ocde, que son al fin y al cabo, los que regulan hoy y hacia futuro las políticas públicas en Colombia.
En fin, un buen número de las propuestas del Informe de 2019 son las mismas que las del Informe de 1994; al fin y al cabo, las propuestas de Colombia al filo de la oportunidad no fueron jamás atendidas o en el mejor de los casos sólo parcialmente.
La historia, la memoria, Clío: esa ciencia políticamente incorrecta.
Es clara la mención de que sin ciencia no puede haber desarrollo humano. En varios lugares se hacen comparaciones con Irlanda y con Corea del Sur, por ejemplo, y se afirma explícitamente que los más sensibles problemas de crecimiento y desarrollo humano no pueden ser superados sin una política fuerte, amplia y con raíces de educación y ciencia. Eso lo sabemos los académicos y científicos, pero ¿y los políticos, financistas y banqueros? Como profesores, bien podemos apelar a la necesidad de una evaluación (quiz, examen, exposición, etc.), de los dirigentes nacionales sobre este informe, como diciendo: “muchachos, aquí está el informe. Léanlo. En 15 días habrá un control de lectura”. Algo semejante valdría para entrar en alguna de las numerosas listas negras que circulan. El tiempo lo dirá: si los miembros del gobierno de Duque: a) leyeron; b) y si leyeron, entendieron, el Informe. El tiempo es un juez implacable.
Las políticas de conocimiento son exactamente políticas de vida; sin metáforas. Sólo que la vida es un juego que se juega a largo plazo. Pensar la vida significa exactamente pensar a largo plazo, algo que las políticas públicas desconocen por completo, específicamente en la historia del país. Así, el texto oscila entre llamados a largo plazo, y propuestas inmediatas, que tienen una ventana máxima de 5 años. Esta fluctuación es, sin duda, el resultado del balance entre deseos y conocimiento de un lado, y compromisos e información con datos, de otra parte.
De manera significativa, en varios lugares el Informe pone el dedo en la necesidad y la importancia de enfoques y de políticas transdisciplinarias, lo cual constituye un avance notable al que hasta la fecha Colciencias jamás había llegado ni nunca llegó. Los académicos y científicos autores del Informe, en contraste, si saben de enfoques cruzados, transversales, inter, trans y multidisciplinarios. ¿Podrán el presidente, los ministros, los gobernadores y alcaldes, por no mencionar a los rectores y vicerrectores de las universidades entender este llamado? Nuevamente: cabe esperar lo mejor. Cuando el mundo se llena de esperanzas y buenos deseos… Es exactamente en este marco que encuentran todas sus raíces los llamados a conformar redes y trabajar en redes.
El informe apela en varias ocasiones a comparaciones, en materia de inversión, en comportamientos por parte del Estado, en actitudes de parte del sector privado, en fin, en dinámicas por parte de las universidades, a comparaciones e ilustraciones con experiencias en otros momentos y lugares. Esto implica poder aprender de otras experiencias. Una demanda la verdad exagerada para un gobierno que sólo parece mirar su propio ombligo y que está envuelto en escándalos de toda índole: masacre sistémica y sistemática de líderes sociales, mermelada y corrupción, espionaje a periodistas, parlamentarios, ONGs y personalidades democráticas, impunidad ante el crimen común y el organizado, connivencia con la explotación minera de cielo abierto, la destrucción de las selvas y bosques, en fin, el pago de prebendas de todo tipo ante el pasado inmediato y el presente en curso. El de Iván Duque, el peor de todos los gobiernos en la historia del país, acaso comparable con el de Álvaro Uribe Vélez, que son, al fin y al cabo, la misma cosa. El sub-presidente, como ya es ampliamente conocido.
Las realidades del Informe
Digámoslo de manera franca: Colombia hacia una sociedad del conocimiento, permanecerá en los anaqueles de las bibliotecas, y como un material de consulta histórico. Nada más. Algo semejante pasó ya con el Primer Informe, elaborado por la primera misión, en 1994 (3).
El informe de 1994 propuso invertir el 1 por ciento del PIB en ciencia, educación y tecnología. En casi 25 años esa meta jamás se alcanzó. Con todo y gobiernos, documentos Compes, planes de desarrollo, y demás. El documento de 2019 propone que para el 2025 el gasto en ciencia y tecnología sea del 1.2 por ciento del PIB. En la actualidad es de cerca del 0.3. En medio de reformas tributarias sangrientas, de propuestas del partido del presidente actual por modificar sustancialmente el régimen de pensiones, de una elevada deuda pública que llega a la fecha a cera del 56 por ciento del PIB, y de la propuesta de eliminación de las Cajas de Compensación, por ejemplo, ¿cabe pensar, sinceramente que la meta propuesta se podrá alcanzar? Decían las viejitas y los curas antiguamente que el camino al infierno está sembrado de buenos deseos y buenas intenciones.
De manera explícita, el Informe afirma que el Sistema Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación (Sncti) debe ser distinto al Sistema Nacional de Competitividad, el cual se encuentra bajo el gobierno del Departamento de Planeación Nacional. Ya desde el gobierno de Juan Manuel Santos se generó esa confusión, y en los dos años que a la fecha lleva Duque en el gobierno no ha habido ni una sola palabra al respecto.
Así las cosas, se anticipa ya que el Informe 2019 será, simple y llanamente un canto a la bandera. Al fin y al cabo, sistemáticamente, las élites en la historia de Colombia han sido indolentes frente al conocimiento, a diferencia de las élites de países de la región como México, Argentina, Brasil y Chile, notablemente.
Las propuestas sobre el Ministerio son bien intencionadas pero políticamente vacías. Mientras los miembros de la Misión discutían y elaboraban el informe, Iván Duque crea el Ministerio de Ciencia y Tecnología como un ministerio “de costo cero”. Esto es, exactamente con el mismo presupuesto que tenía Colciencias, y sin un incremento real.
La propuesta más básica del Informe 2019 plantea pensar de cara a los próximos diez años. Para ello, propende por un gran acuerdo nacional con todos sus agentes y actores. (Esto en un país fuertemente dividido entre los enemigos de la paz y sus defensores, por ejemplo). De manera excesivamente cauta, el informe proyecta que para el 2045 todos los jóvenes de hasta 18 años tengan educación media; cuando lo más democrático hubiera sido que la educación básica y media fuera obligatoria y gratuita (más allá de la existencia de colegios privados). Sintomáticamente, se exhorta al reconocimiento social, cultural y político de los maestros. Una meta encomiable contra la pauperización de profesores, de cátedra, con contratos a término fijo, y regímenes pensionales críticos.
Con acierto, se llama a cambiar el modelo educativo, para que pase de la enseñanza al aprendizaje; así, las diferentes formas de adoctrinamiento deberán ser suprimidas y criticadas. Así también no podrá haber desarrollo, ciencia ni crecimiento humano sin eliminar la inequidad, la pobreza y las formas de exclusión y marginamiento. Tácitamente se llama a un reconocimiento y apoyo de las economías locales, alternativas (bioeconomía).
En esta misma dirección, se convoca a una política de datos abiertos. La información es un acervo social y cultural, y no puede permanecer aislada de la sociedad. Una política de datos abiertos significa que, de cara al pasado, otra democracia es posible. Esto no es ajeno, en absoluto, a la idea de un empoderamiento ciudadano. Todo, dicho por el documento en su versión final.
En fin, sin ambages, se trata de situar al país en el siglo XXI, por fin. Un país que jamás llevó a cabo la reforma agraria, que no supo balancear la educación pública y la privada, y que su fundó siempre en una profunda asimetría de información.
Sin la menor duda, el espíritu del documento es positivo, democrático, pero ingenuo en numerosos lugares y algo voluntarista.
Decía B. Brecht que la mejor crítica que se le puede hacer a un río es construirle un puente. Esto significa que la mejor crítica que se le puede hacer al informe es leerlo, apropiárselo y difundirlo. Lo que sigue entonces es la reflexión crítica. Y acaso su mejoramiento, o su transformación.
Algunas reflexiones críticas
Colombia se dirime como un país que quiere pasar de la guerra a la paz, de la violencia a la justicia, y de la pobreza a la equidad. Al mismo tiempo, recientemente fue definido como el país más corrupto del mundo, y como una democracia imperfecta (hace unos años también fue llamado un Estado fallido). Pues bien, es exactamente en este marco como se plantea la idea de ciencia, tecnología e innovación.
La ciencia, en sentido laxo, forma parte de las políticas sociales, esto es, de educación y de desarrollo humano. Pero las políticas sociales han sido justamente las que han sido sistemáticamente desatendidas. La prioridad ha sido siempre el presupuesto para la guerra –“seguridad y defensa”–, y el favorecimiento al sector privado y en especial al sector bancario y financiero. Así las cosas, cabe una sospecha acerca de las verdaderas intenciones de Duque y todos los suyos. El país está tan mal y ha estado tan mal que una parte de las buenas cosas provienen de la Ocde y de la comunidad internacional.
Las políticas sociales y de conocimiento requieren un apoyo sincero y denodado. Pero un “presupuesto de costo cero” promete poco, o nada. Todo parece indicar que se trata, para Iván Duque, cada vez más, de una forma de lavar su desprestigio e incapacidad.
Se trata, todo parece indicarlo, de una manera de salvar las apariencias ante la comunidad internacional y ante algunos organismos multilaterales. Porque la verdad es que la universidad pública se mantiene al filo en materia presupuestaria. Hay un afán por favorecer, muy ampliamente a la universidad privada y a la confesional. El medioambiente se degrada a ojos vista, y el gobierno cierra los ojos ante las transnacionales mineras. Los científicos y académicos cuando tienen méritos y logros es más por su propio tesón y garra, que por que haya políticas públicas favorables. En fin, los científicos e investigadores son vistos como gastos, y no como oportunidades.
Coda
Una observación importante se impone. El documento de la Misión 2019 señala en varios apartes que se trata de un informe destinado al gobierno y a la sociedad. Cabe esperar que el gobierno actual atienda las sugerencias, propuestas y proclama. Pero si no lo hace, el documento pertenece también a la sociedad, al país. Y entonces, por medio de los canales académicos y científicos cabe apropiarse del mismo e implementarlo. En esta distinción radica la diferencia, muy sensible, entre políticas públicas (policy, policies) –que son política de Estado o de gobierno–, y políticas-sin-mas, que son políticas colectivas, comunes, en fin, de vida. Y la vida no le pertenece al Estado, en absoluto.
La atmósfera del Informe es la del pensamiento sistémico. Está expresamente dicho en el texto. No está mal, pero es perfectamente insuficiente. Sería deseable que los miembros de la Misión supieran, además y fundamentalmente, de complejidad. Sin embargo, el Informe es lo que es: un hecho cumplido.
1. Acerca de la conformación misma de la Misión, Maldonado, C. E., (2019). “Mensajes cruzados, ruido y ambivalencias. La recientemente creada Misión de Ciencia y Tecnología”, en: Le Monde diplomatique, Mayo, Año XVII, Nº 188, pp. 9-11.
2. Cfr. Maldonado, C. E., Sociedad de la información, políticas de información y resistencias. Complejidad, internet, la red Eschelon, la ciencia de la información, Ediciones desde abajo, Bogotá, Colección Primeros Pasos, 2019.
3. Cfr. Instituto Colombiano para el Desarrollo de la Ciencia y la Tecnología, Colombia al filo de la oportunidad. Misión de Ciencia, educación y desarrollo. Informe conjunto. Colciencias: 1994; disponible en: https://repository.agrosavia.co/handle/20.500.12324/13580, de donde se puede bajar el pdf.
Estructura general
El documento producido por la Misión se articula en siete secciones con un peso desigual. Primero una proclama: “Por una sociedad del conocimiento para la próxima generación”, en la que se señala la meta propuesta: para el 2030 y se plantean los buenos deseos de desarrollo y crecimiento; luego, “El horizonte de la Misión: acuerdo para una Colombia en la frontera del conocimiento”, en el que se reconocen las bases vulnerables actuales, se plantea una meta de inversión en ciencia, tecnología e innovación (CTI) con respecto al PIB, se hacen observaciones sobre el Ministerio de (CTI), y la necesidad de desarrollar una política de (CTI).
El tercer capítulo, “Contexto y enfoque”, recoge el contexto del Informe y la Misión, y el enfoque hacia futuro de lo que puede y debe ser la (CTI) en el país. De manera puntual, se definen ocho focos de trabajo. Antes de presentar y discutir en detalle los focos, a los cuales está dedicado el capítulo quinto, el capítulo cuarto se ocupa de la justificación y exposición de las propuestas generales, tales como el reconocimiento del papel insustituible de la ciencia, la importancia de la educación en la transformación de la educación, la gobernanza en materias de ciencia, tecnología e innovación, la articulación de los actores de una política nacional de ciencia y tecnología; estos actores son, según el documento, el Estado, el sector privado, el tercer sector, las universidades y las comunidades. Asimismo, se considera aquí el papel de las universidades, la importancia de los institutos y centros de investigación, el llamado a la creación de institutos públicos de ciencia, tecnología e innovación, y la creación de viveros creativos. De manera muy sensible, se ponen de manifiesto los problemas relativos a la financiación, la constitución y fortalecimiento de redes, y la diáspora, conjuntamente con la apropiación social del conocimiento.
Los focos articuladores de (CTI) son ocho. Estos son:
Bioeconomía, biotecnología y medioambiente;
Ciencias básicas;
Ciencias sociales y desarrollo humano con equidad;
Ciencias de la vida y de la salud;
Energías sostenibles;
Industrias creativas y culturales;
Océanos y recursos hidrobiológicos;
Tecnologías convergentes e industrias 4.0.
En otras palabras, estos son o deberían ser los ejes de investigación del país a mediano y largo plazo.
El sexto capítulo se cobija bajo la idea genérica de una serie de misiones emblemáticas. Estas son cinco, así: la principal riqueza del país es la diversidad natural y cultural, y ello debe servir de basamento para una economía sostenible. Dos misiones se destacan, de esta manera: la misión Colombia diversa, bioeconomía y economía creativa, y la misión agua y cambio climático. De la misma manera se postula la misión Colombia hacia un nuevo modelo productivo, sostenible y competitivo; de otra parte, está la misión conocimiento e innovación para la equidad, y finalmente la misión educar con calidad, equidad y desarrollo humano.
Al final, las conclusiones recogen, de manera puntual, las propuestas generales de la Misión. Estas están recogidas expuestas en el Apéndice, que reúne la principales propuestas, que son 65.
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