“Si Adelma es una ciudad que veo en sueños, donde no se encuentran más
que muertos, el sueño me da miedo”, Italo Calvino (Las ciudades invisibles)
“Hay mil razones para que el cerebro se cierre, sólo esto, y nada más,
como una visita tardía que encontrara clausurados sus propios umbrales”
José Saramago (Ensayo sobre la ceguera)
“¿Algunos van a morir? Van a morir, lo siento. Así es la vida”, exclamaba el 27 de marzo ante los periodistas el capitán retirado del ejército brasilero Jair Bolsonaro –quien funge como presidente de su país–, al mostrar su desacuerdo con gobernadores y alcaldes que habían decretado cuarentenas para sus respectivas poblaciones, como estrategia de control de la pandemia provocada por el covid-19. El militar retirado, reiteraba la lógica castrense que había guiado a sus predecesores en la etapa de la dictadura y qué para evitar la extensión del “contagio del comunismo”, de común acuerdo con los demás dictadores del Cono Sur, ejecutaron el exterminio de miles de militantes de las organizaciones opositoras tanto a la dictadura cómo a las manifestaciones más bestiales del capitalismo. El statu quo por encima de la vida de miles de ciudadanos.
En el costado norte del continente, en Washington D.C, el multimillonario de la construcción y estrella mediática del entretenimiento televisivo, Donald J, Trump, titular de la presidencia de Estados Unidos, también en contravía de alcaldes y gobernadores, declaraba que EU fue “construido no para ser cerrado”, Defendiendo la “normalidad” del funcionamiento de los negocios y expresando su intención de que todos los comercios estuvieran abiertos para la Pascua, a celebrarse en este 2020 el 12 de abril. En Colombia, Alicia Arango, ministra del interior, reaccionaba contra el simulacro de aislamiento obligatorio que la alcaldesa de Bogotá activó entre el 20 y el 23 de marzo, manifestando que “No se pueden cerrar las ciudades y menos donde no ha llegado el virus”, en una clara repetición de lo dicho por el jefe del ejecutivo estadounidense, imitándolo, en un evidente reflejo condicionado, como es propio del servilismo mental de los políticos y economistas convencionales criollos, que replican como mantras irrefutables los argumentos de sus profetas anglosajones.
La realidad de la velocidad del contagio y la necesidad del uso de ventiladores mecánicos para el tratamiento de los casos más agudos, y por tanto la obligada hospitalización que amenazaba con hacer colapsar la capacidad instalada sanitaria, forzó a los negacionistas a retractarse y tener que aceptar que la primacía del negocio era rechazada por la gente, que preocupada por las escenas de los países sufrientes de la pandemia, exhibidas en los noticieros y las redes, elegía el sacrificio del encierro para salvar la vida.
El disputado origen del visitante
Las autoridades chinas sostienen que el primer caso de covid-19 fue confirmado el 27 de diciembre de 2019, y que tres días después notificaron la novedad a la Organización Mundial de la Salud (OMS). De ser así, la advertencia no fue tardía, pues Li Wenliang, oftalmólogo de profesión, junto con siete colegas difundía por las redes, ese 27, su convencimiento de que el Sars había reaparecido –después no se diga que la vida no imita al arte, pues un oftalmólogo es el personaje que alerta sobre la pandemia de la ceguera blanca en Ensayo sobre la ceguera, la novela de José Saramago–, y pese a ser sancionado por las autoridades locales de Wuhan, eso no parece haber sido obstáculo para que la OMS recibiera tempranamente la noticia sobre la amenaza.
El origen chino del virus pareció indudable, y el mercado de animales exóticos de Wuhan condujo las especulaciones, primero hacía el murciélago y luego al pangolín, como las fuentes primarias de la infección. Los prejuicios y el racismo hicieron caldo de cultivo de la supuesta procedencia oriental del virus y Trump, por ejemplo, aprovechaba la situación y con deje irónico hablaba del virus chino. Los columnistas oficiosos hablaban del extraño gusto de los chinos por animales que para el imaginario occidental son repulsivos, y extendían a sus manifestaciones culturales la impronta de desagradables. El ataque físico a algunas personas con biotipo oriental fue el eco del ambiente creado. La respuesta de los chinos no esperó demasiado, Zhao Lijian, portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores de China, compartió en su cuenta de Twitter un vídeo en el que Robert Redfield, director de Control y Prevención sanitaria en EE.UU, comparecía en el Congreso de ese país el 11 de marzo y declaraba que algunas muertes con manifestaciones de neumonía severa, adjudicadas a gripe común, habían sido provocadas en EU por covd-19, en fechas anteriores a la aparición del virus en territorio chino. El argumento de que serían los Estados Unidos los que habrían llevado intencionalmente la infección, a través de soldados participantes en los juegos mundiales militares realizados en Wuhan entre el 18 y el 27 de octubre de 2019, tuvo entonces gran difusión.
En consecuencia, la versión del posible origen artificial del virus fue esparcida rápidamente y la procedencia adjudicada alternativamente tanto a China como a EU. Qué en Wuhan funcione el Instituto de Virología, fundado en 1956, y que en 2015 le hayan anexionado el Laboratorio Nacional de Bioseguridad, el primero de la China continental, facilitó la afirmación de que era una creación china utilizada por el nuevo “imperio del mal” para dominar la humanidad. Pero, del otro lado, la creación fue adjudicada a la empresa británica de bioinformática Pirbright, que habría patentado el virus en los Estados Unidos. Ciertamente, que algunos hechos coincidentes en el tiempo colaboraron con los llamados teóricos de la conspiración, tal el caso de la realización de un ejercicio de pandemia mundial multimedia que organizó el Centro Johns Hopkins para la Seguridad de la Salud, con el patrocinio del Foro Económico Mundial y la Fundación Bill y Melinda Gates en octubre de 2019, dos meses antes de la manifestación pública de la enfermedad. Gates, además, había anunciado en el marco de las Conferencias TED (Tecnología, Entretenimiento y Diseño) en 2015, que el mundo no está preparado para una pandemia y que ésta podía matar a 10 millones de personas. El 18 de octubre de ese año publicó su tesis en un artículo del New York Times que hoy cobra actualidad y provoca en muchos analistas sospechas sobre los intereses del empresario en la vacunación y los chips personales de identificación y control.
Pero, más allá de las llamadas tesis conspirativas, la venta masiva de acciones por parte de los senadores Richard Burr, presidente del Comité de Inteligencia del Senado norteamericano; Kelly Loeffler, miembro del Comité de Salud, James Inhofe y Dianne Feinstein, entre fines de enero y mediados de febrero, luego de una sesión clasificada en la que fueron discutidas las posibilidades reales de la extensión del contagio, dejan serias dudas sobre si hubo ocultamiento a la comunidad de información sensible y su uso privilegiado para el enriquecimiento personal, en una muestra del desprecio absoluto por las vidas de los ciudadanos. Mientras Burr y su esposa vendían acciones en un rango de entre 600 mil y 1,7 millones de dólares, luego de recibir informes clasificados, Keely Loeffler, además de desprenderse de un monto cercano a los 900 mil dólares, compraba acciones de Citrix, una compañía que, vaya casualidad, ofrece software para teletrabajo.
Estos hechos nos remiten al texto de ficción distópico, El informe Lugano, que finalizando el siglo pasado escribió Susan George –subtitulado Cómo preservar el capitalismo en el siglo XXI–, y en el que invitaba a pensar que no debemos extrañarnos si el capital revive, por ejemplo, las ideas eugenésicas. Sobre una posible reducción forzada de la población, pone en letras de los expertos del texto, pagados por el “Estado profundo”, frases como: “El biopoder y la biopolítica deben centrarse, por tanto, no en la vitalidad, sino en la mortandad; promover no la reproducción, sino la reducción; buscar no la longevidad, sino la brevedad. […]. Hay que comprender y acoger la necesidad de la muerte y tratar de impedir la vida”.
Pero, el asunto tuvo otras aristas, las especulaciones no permanecieron en el marco de si la enfermedad es una zoonosis, o si el vector viral fue creado en un laboratorio, y si es obra de chinos o norteamericanos, pues algunos académicos como el médico Arthur Cowan, basado en el trabajo de Arthur Robert Firstenberg, El arco iris invisible, adjudican el origen del virus a las radiaciones electromagnéticas y señalan como refuerzo de su argumento que Wuhan es la ciudad más avanzada en la instalación del 5G, tecnología que también sufrió la ira de las sospechas, pues en Inglaterra fueron derribadas varias de sus torres de repetición. Ahora, independientemente del sitio y forma de la aparición del virus –de lo que seguramente la ciudadanía vendrá a saber, a ciencia cierta, en una generación, cuando sea desclasificada toda la información sobre el asunto–, no deja de ser llamativo que una megalópolis como Wuhan aparezca en el mapa mental de Occidente tan sólo hasta ahora, cuando como hemos visto es sede del Laboratorio Nacional de Bioseguridad chino, es la ciudad más avanzada en la tecnología para el internet de las cosas y sede de una de las acerías más grandes del mundo, ¿la miopía del occidental-centrismo y el ocultamiento sesgado de la realidad “no blanca” no debe ser una de las primeras cosas a abolir luego de la pandemia?
El emperador vistiendo transparencias
El mundo tiene algo que agradecer a personajes bufonescos como Trump y Bolsonaro, y es qué igual que infantes impertinentes dejan traslucir, sin eufemismos, el verdadero pensar de los grupos dominantes. Son incapaces de utilizar el lenguaje políticamente correcto, y repiten lo que escuchan en los conciliábulos privados a los que asisten, sobre la real intencionalidad y sentir de políticos y empresarios. Después de Trump, la existencia de un superpoder en EU conocido como el Estado profundo, dejó de ser una creación de mentes enfebrecidas, y su racismo exacerbado, afín a los delitos de odio, mostró que en su país la segregación racial sigue siendo una ideología de los grupos de poder. Por Bolsonaro, los ciudadanos brasileros supieron que sus dirigentes consideran innecesarias las políticas de prevención, pues dado que una parte importante del pueblo es obligada a nadar literalmente en las alcantarillas, son inmunes, según él, a agentes contaminantes como el covid-19.
De otro lado, el vice gobernador de Texas, Dan Patrick, asaltando la vocería de las personas de avanzada edad, decía que él estaba seguro que los mayores elegirían dejarse morir para salvar la economía, y que deberían hacerlo para no sacrificar el futuro de sus nietos, reflejando el sentir de las élites que ven la vejez como un fardo del que deben descargarse.
En 2012, el FMI publicó el “Informe sobre la estabilidad financiera mundial” –cuando la institución estaba regida por Christine Lagarde–, en el que fue acuñado el concepto de “riesgo de longevidad”, y en el que es afirmado qué si la expectativa de vida aumentara para el 2050 tres años más de lo previsto, los “costos del envejecimiento”, que para esa institución “son enormes”, aumentarían 50 por ciento. El tratamiento dado a las personas de más de setenta años en la actual crisis, como grupo de mayor vulnerabilidad, no es para su protección sino como medio para evitar la saturación del sistema sanitario. La idea de “costo de envejecimiento”, además de ser una invitación a la eugenesia, está construida sobre el falso argumento de que el pago de las pensiones es un gasto, cuando no es más que el rendimiento de un capital que como excedente ahorrado ha sido inversión por décadas, pero, lo llamativo y que la crisis ha mostrado al desnudo, es el imaginario que los grupos dominantes buscan crear del grupo etario de los mayores, como población dañina al interés social. No olvidemos que una de las contradicciones del capital es la del alargamiento del tiempo de trabajo para el acceso a la jubilación, que tiene como consecuencia tasas de desempleo de los jóvenes que doblan el promedio total, pues una mayor permanencia en la vida activa del trabajo es una oportunidad de empleo menor para los que ingresan al mercado laboral. La solución elegida parece ser la eliminación indirecta de la población mayor reduciendo la esperanza de vida.
Otro aspecto que sale a la luz, debido al impulso que la reclusión obligatoria está dando al llamado teletrabajo y la educación virtual, es el de la desigualdad que existe en el acceso a la conectividad informática. En Colombia, en promedio, el 38 por ciento de las personas no usa internet y el 50 por ciento de los hogares no lo tiene, siendo esas cifras marcadamente mayores en las zonas alejadas de las áreas urbanas y, al interior de éstas, en los denominados estratos uno y dos. Pero, no es sólo eso, sino que el costo es mayor y la calidad menor cuando el servicio es pre-pago, que es la modalidad predominante en los grupos de menores ingresos, sumándose el hecho, quizá más grave, que el espacio físico de los hogares, con 40 0 50 metros cuadrados compartidos por cinco o seis personas, en el mejor de los casos, pues los llamados mini-pisos de diez o veinte metros siguen ganando terreno, no son ciertamente lugar apto para desarrollar un trabajo o un aprendizaje eficientes. La evidencia de los efectos de la desigualdad ha sido tan marcada que en Italia decretaron la promoción automática en este año escolar, para no sumarle a la inequidad injusticia. Entre nosotros, sin embargo, los directivos académicos, tan sólo amigos del formalismo, sostienen, sin más, que la virtualidad no afecta la calidad, y que el Ministerio de la Tecnología y la Información proveerá a todos los estudiantes de medios adecuados, tal como fue expresado por la agremiación de rectores de universidades, en una declaración demagógica que coloca al mundo de la enseñanza superior en el mismo nivel de la baja política.
Aceptar nuevamente que existen actividades esenciales, y que no toda dedicación es igual de trascendente desde una perspectiva social, es también otro de los hechos a destacar. El redescubrimiento de la importancia de la producción y circulación de bienes básicos como alimentos, vestuario y medicinas; la oferta de los servicios públicos domiciliarios y los sanitarios, entre los productos de consumo final, y la maquinaria y equipo que posibilita su creación, debe llevar a renovar la discusión sobre trabajo productivo e improductivo, y a cuestionar y preguntarse cuáles sectores pueden seguir considerándose como simplemente mercantiles y cuáles no.
Que el capitalismo es un sistema para el que los grupos subordinados son tan sólo carne de cañón en el proceso de acumulación es algo sabido por el pensamiento crítico, pero que fuera evidente fácticamente, esta pandemia universalizada lo ha posibilitado en grado sumo. Hecho que han facilitado personajes grotescos como Trump o Bolsonaro que se han apartado del ejercicio del disimulo que tan bien practican políticos y comunicadores de los medios masivos de información. Entre nosotros, las medidas del gobierno sitúan a sus valedores del mismo lado.
El visitante entre nosotros
En Colombia, el Ministerio de Salud confirmó el viernes seis de marzo el primer caso de coronavirus en una viajera procedente de Milán. El 17 de marzo el gobierno nacional decretó la emergencia, y el 20 de ese mes decide establecer la cuarentena denominada “aislamiento preventivo obligatorio”, por la presión que siguió a los toques de queda de algunos municipios, el simulacro de cuatro días de confinamiento decretado por la alcaldía de Bogotá, y las observaciones de la Organización Panamericana de la Salud.
En el discurso con el que Iván Duque anunció la medida, pudimos escuchar perlas como “El coronavirus quiere sembrarnos pánico”, o “El coronavirus quiere sembrarnos el pesimismo y la angustia” y “pretende cabalgar sobre la indiferencia y la falta de conciencia de algunos”, en una humanización de la molécula que aún como metáfora no parece muy alejada del ridículo, y nos lleva a recordar, ineludiblemente, el artículo que Gabriel García Márquez escribió para la revista Alternativa con motivo de un viaje a México del presidente colombiano de la época, Julio César Turbay Ayala, y que además de inútil el Nobel calificó de lamentable, entre otras cosas por el rebuscado y anacrónico uso del lenguaje que llevó al escritor a concluir que “el problema más grave que tiene el presidente Turbay es que la misma persona que le hace los vestidos es la que le escribe los discursos”. En el caso de Duque, que lucha denodadamente por perecerse cada vez más a Turbay (quizá para que no lo sigan llamando sub-presidente), el mayor problema no parece que su hacedor de discursos sea un mal reguetonero, sino su absoluta inanidad. La masacre de reclusos de la cárcel modelo el 21 de marzo mostró que el paralelo de Duque y Turbay no parece forzado ni va más allá del mal gusto de sus alocuciones y de los chistes que sobre la pobreza de sus capacidades ha hecho la gente, pues el llamado Estatuto de Seguridad de Turbay fue el primer conjunto de normas altamente represivas que buscó legalizar prácticas que el Estado colombiano ha usado siempre como medidas violentas de control. El volumen de asesinatos de líderes sociales y guerrilleros desmovilizados, y el gatillo fácil mostrado en el motín de La Modelo, son evidencia que la violencia oficial es norma.
El confinamiento ha resaltado también el drama de la informalidad y de quienes sobreviven en el día a día consumiendo lo que el ingreso inmediato les permite, sin ningún margen de certidumbre para la mañana siguiente. Su situación llevó a resabiados teóricos neoliberales, en un arrebato “humanista”, a proponer una renta básica para solucionar el problema de los más vulnerables, y para la financiación de la crisis gravar con impuestos a los más ricos, eso sí con carácter temporal, en un hecho impensable hace muy poco y que puede considerarse milagroso, dado el dogmatismo cerril de nuestros economistas convencionales.
Ahora, además de haber aprendido que R0 es un índice que mide cuantas personas puede infectar un contagiado, o que cuando hablamos con alguien podemos expulsar gotículas a más de un metro de distancia, y que las funciones exponenciales que nos enseñaron son instrumentos que nos permiten hacer proyecciones en la realidad, quizá hayamos entendido, entre otras cosas, que un robusto y gratuito sistema sanitario es algo que debe exigirse para ya, que el sistema tampoco es tan invencible como pensábamos, pero, que también somos confinables en masa, y que ese es un nuevo peligro a tener en cuenta seriamente. De una reacción sostenida y fuerte cuando amaine la crisis depende que las medidas regresivas que asoman la cabeza no prosperen, y que por el contrario demos un paso adelante en libertades y derechos.
Periódico desdeabajo Nº267, pdf interactivo
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