El extraordinario actor y director de cine cómico nació en Londres en 1889 y murió en 1989, siempre siguió a su madre por los escenarios de variedades.
El cine cómico no nació con Chaplin ni terminó con él, pero sí es la excepción en la manera de representar las debilidades y tristezas humanas y provocar la risa como una suerte de catarsis ante la adversidad. El cine cómico del período mudo nació en 1895 en Francia con la película El regador regado, de los hermanos Lumière; vendrían después otros dos famosos: Charles Prince y Max Linder.
Fue aquella la época de los personajes que presentaban al ‘bobo’, con su cara de asombro al que todo el mundo le hacía bromas para burlarse, y de los efectos llamados “de persecución”, en que los cómicos corrían en círculos de manera loca hasta estrellarse, y en que después se arrojaban tortas a la cara y la ropa.
Pero Max Linder hizo cambios, comenzando porque inventó un personaje con un traje particular: un caballero con una prenda negra entre abrigo y capa o capote, abrochado por delante pero abierto en la parte inferior, que se llama redingote; además, pantalones a rayas y chaleco de fantasía. Esa elegancia producía risa por las cosas que hacía o le hacían. Linder utilizó más los caracteres psicológicos de sus personajes que las técnicas de la persecución, con el fin de producir situaciones grotescas.
Los años pasan y el cine cómico de los Estados Unidos se impone paulatinamente en la década de 1940, con Bob Hope y Red Skelton. Estos artistas están ligados al genio de la producción de cine cómico, como el canadiense Mack Sennett, quien lanzó a Chaplin y también a Ben Turpin y Harold Lloyd. Dice la crítica que el mundo de Sennett era absurdo pero no mágico. Las técnicas que usó, como la “persecución frenética”, están en los montajes rápidos, de la sobreimpresión, de parar la acción súbitamente, etcétera, en la medida en que le sacaron partido a la cámara y lo llevaron a esa situación en que, además, la risa provenía más del aspecto físico del personaje que de lo que hacían: el bobo, los medio idiotas, el gordo, la muchacha ingenua que se ríe por todo, grupos de muchachas todas casi iguales, en fin. A Sennett le interesaba que sus personajes aparecieran lo más estúpido posibles, apoyados en volteretas, tiradas de tortas, persecuciones y saltos absurdos, recursos que a los cuales los graciosos de hoy usan mucho en escenarios y circos.
De otra parte, Buster Keaton, también canadiense y alumno de Sennett, creó un personaje que nunca reía, así fuera muy estrafalaria la acción, actitud que se explica porque el actor le imprimió un ingrediente especial a su personaje: la melancolía, algo esencial en Chaplin. Por su lado, el estadounidense Lawrence ‘Larry’ Semon (1889-1928), muerto relativamente joven, tuvo mucha audiencia entre los niños debido a sus acrobacias y frenéticas aventuras. Su personaje era un héroe que defendía a los débiles, a los oprimidos, así saliera maltrecho de su aventura, elemento éste muy cercano a Chaplin: la defensa del pobre.
En 1910, Charles Chaplin se trasladó a Estados Unidos y trabajó en la compañía Karno, donde interpretó a un borracho en la película Una noche en un teatro de variedades. Luego se fue a trabajar con la compañía Keystone, de Sennett. El director se llevó una mala impresión de Chaplin porque éste no usaba las persecuciones frenéticas de Sennett sino, por el contrario, recursos pantomímicos, de gestos sencillos y limpios, y pequeños recursos alusivos.
Como anotamos, tomando como ejemplo a Max Linder, Chaplin fue creando poco a poco un personaje –Charlot– que se haría famoso en este mundo y que entraría en la galería celestial de los cómicos: un dandi de zapatos rotos, con bastón, sombrero y bigotito del tipo cepillo. Las películas de Chaplin tratan de los sueños dulces y amargos de los seres humanos, con un sentido muy poético sobre cada tema, satírico con la sociedad y tremendamente melancólico, como en la película Carlitos músico ambulante (1915), un vagabundo –hoy diríamos indigente– que es rechazado por todos, y se aleja solo y triste.
Los historiadores del cine consideran que es a partir de 1916, con la compañía Mutual, cuando Chaplin logra conmover, ya que el tema de la pobreza, el humillado, la rebelión del débil, logra verdaderos actos de lirismo y auténtica poesía. De esa época son los filmes Carlitos bombero y Carlitos prestamista, donde Chaplin hace de empleado de una casa de empeño; asimismo, Carlitos callejero presenta al violinista callejero que se enamora de una gitana pero tiene miedo de expresarle su amor; mientras La calle de los líos, considerada una de sus grandes películas, muestra a Carlitos como exladrón y ahora policía que pone orden en una calle de verdadero peligro.
En 1918, Chaplin trabaja para la First National Picture, donde filma Vida de perros, cinta tremenda contra la prestación obligatoria del servicio militar. Allí, Charlot prefiere vivir en la calle con su fiel perro. En Armas al hombro, el pequeño héroe, convertido en soldado, se burla de los sufrimientos propios de las trincheras, haciendo que se entienda la guerra de otra manera.
Después de la Primera Guerra Mundial, Chaplin sigue trabajando con temas desgarradores en que el pobre siempre tiene sueños y esperanzas pero casi nunca los alcanza, y lucha contra las adversidades de la vida sin alcanzar satisfacción alguna. De esta época es la película The kid, El niño o el pibe (1920), considerada una de las obras de cine más hermosas de toda la historia. Carlitos, vidriero ambulante, encuentra a un niño abandonado por su madre y lo recoge, y los dos aprenden a trabajar juntos: el niño rompe a pedradas los vidrios de las ventanas y Carlitos después pasa y los cambia. Luego, el niño encuentra a su madre, una mujer rica, que los lleva a que vivan mejor. La película es una dura crítica a la sociedad despreocupada por la niñez abandonada.
Más tarde, Charles Chaplin, Mary Pickford, Douglas Fairbanks y David Wark Griffith fundan su propia compañía, la United Artists, y con ella el inglés logra otra obra maestra: La quimera del oro (1925), para muchos críticos de intenso dolor, como cuando Charlot se come sus zapatos, escena muy cómica pero muy dramática. En 1931 aparece su filme Luces de la ciudad, crítica a una sociedad que destruye al individuo. En 1936, Tiempos modernos se perfila como una crítica despiadada al mundo mecanizado, en el cual el individuo es simplemente un número en la cadena de producción. En 1940, El gran dictador, película que se asume como en contra del nazismo, que lo es en cierta forma, se refiere a todo régimen político y formas políticas organizadas; en 1945, Monsieur Verdoux, la película que expone cómo, si un poderoso comete un crimen, la justicia lo trata bien, pero si una persona del común comete la misma falta recibe todo el peso de la ley, y se le declara “un peligro para la sociedad”; en 1952 se presenta Candilejas, un canto al amor por la vida, la libertad y el amor. En 1957 llega lo último de Chaplin: es Un rey en Nueva York, desesperado desquite contra los poderes de los Estados Unidos, que durante la más dura época macartista lo expulsaron por ser de mente crítica.
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