Rusia desdeña la amenaza de Trump de enviar más armas a Ucrania y confía en su iniciativa bélica para evidenciar los errores de EEUU en un teatro estratégico clave para Occidente.
09/07/2025. Moscú lanzó este miércoles la mayor oleada de drones y misiles contra Ucrania desde que comenzó la guerra en febrero de 2022. El Kremlin respondía así al presidente estadounidense, Donald Trump, quien horas antes había acusado al líder ruso, Vladímir Putin, de decir “muchas tonterías” sobre Ucrania, a la vez que reafirmaba su intención de desbloquear los suministros de armamento del Pentágono para que Kiev pueda “defenderse” de los ataques rusos.
El Kremlin asiste a estos vaivenes de Trump en su política ucraniana, unos días bloqueando los cargamentos de armas a Kiev y otros desbloqueándolos y amenazando con un infierno de sanciones sobre Moscú, con la calma de quien posee la iniciativa en el frente y la ventaja de cara a posibles negociaciones de paz, como las que propuso este miércoles el papa León XIV en el Vaticano
En todo caso, como ha subrayado Rusia, es pronto para esa paz hacia la que tanto parece esforzarse Trump sin mucho éxito. Así lo indicó este miércoles el portavoz del Kremlin, Dmitri Peskov, quien, con tono irónico, animó a EEUU a seguir su intermediación con Ucrania, que beneficia, agregó, a Kiev. “La situación sobre el terreno cambia diariamente. Nosotros avanzamos. Cada día la parte ucraniana tiene que aceptar la nueva realidad”, aseveró.
Con este último ataque a Kiev y otras ciudades de Ucrania, en el que empleó la desmesurada cifra de 728 drones y 13 misiles, Rusia resaltó su control del espacio aéreo del conflicto. También el bombardeo masivo remarcó la necesidad perentoria que tiene Ucrania de esos carísimos sistemas antimisiles Patriot que Trump ahora le vuelve a prometer. Eso sí, una promesa matizada, para que sea algún país aliado, como Alemania, el que se los suministre finalmente.
La última lluvia de drones y misiles rusos sobre Ucrania, al igual que las lanzadas desde que comenzó julio, suponen un salto cuantitativo y han disparado todas las alarmas sobre las intenciones últimas de Moscú. Aunque el presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, indicó que buena parte de los misiles y drones fueron interceptados, Rusia ha apretado el acelerador en sus ofensivas aéreas a fin de desmoralizar a la población, atacar los centros de reclutamiento de tropas, destruir las fábricas de armamento financiadas por Europa y, sobre todo, obligar al Ejército de Kiev a gastar los valiosos misiles de sus sistemas antiaéreos Patriot.
Los Patriot estadounidenses, arma clave de la guerra
Esta es una de las demandas principales, precisamente, que le hizo Zelenski a Trump en su reciente conversación telefónica y es una petición que, pese a la nueva voluntad del presidente estadounidense de ayudar a Ucrania, no acaba de agradarle. Los eficientes sistemas Patriot son escasos, muy caros y son claves para la propia defensa estadounidense y occidental. Ni EEUU ni sus aliados de la OTAN están muy dispuestos a donar sus Patriot a Ucrania.
Ucrania ha recibido al menos tres sistemas Patriot de EEUU, tres de Alemania y otro suministrado por varios países europeos, cantidad que queda muy lejos de los 25 que el año pasado pidió Zelenski a sus aliados. El mayor problema en estos momentos es la carencia de suficiente munición para armar esos sistemas, de ahí las masivas ofensivas aéreas rusas. El objetivo no es tanto alcanzar blancos específicos, sino obligar al Ejército ucraniano a gastar esos misiles Patriot.
En este oscilar que vuelve locos a los ucranianos y a sus aliados europeos, EEUU anunció el pasado 2 de julio que paraba el despacho a Ucrania de los misiles Patriot, así como de sistemas de lanzamiento múltiple de cohetes GMLRS y otros lanzadores de misiles ligeros, como los Hellfire anticarro y los Stinger tierra-aire. El propio Zelenski tuvo que reconocer que sus amigos en Europa no pueden reemplazar buena parte de estas armas de precisión.
Un día después, el 3 de julio, Trump anunció que EEUU estaba dispuesto a desbloquear esas partidas de armas (aprobadas por la anterior Administración estadounidense), pero apostilló que Washington debía priorizar sus propias necesidades. Trump estaba “animando” así a sus aliados europeos a que mandaran a Ucrania sus propios sistemas de armamento y que adquirieran más a los fabricantes estadounidenses, auténticos vencedores en esta guerra.
El 7 de julio, finalmente, y en medio de una creciente tensión con Rusia tras las respectivas conversaciones que mantuvo el jueves con el presidente ruso y después con el ucraniano, Trump prometió enviar más armas defensivas a Ucrania.
En esa llamada telefónica del día 3 de julio, Putin le dejó bien claro a Trump que la guerra no acabará hasta que Rusia consiga sus objetivos, que incluyen la conquista total de las cuatro regiones anexionadas en 2022, al poco de comenzar la invasión de Ucrania (Jersón, Zaporiyia, Donetsk y Lugansk), además de la creación de zonas de seguridad en territorio ucraniano, en las regiones de Sumi y Járkov.
Trump, superado por la estrategia rusa
No es de extrañar la frustración de Trump. No solo no está logrando empujar al Kremlin hacia una mesa de negociación. Cada día es más evidente que Rusia actuará al margen de cualquier acuerdo con EEUU si no satisface sus demandas. Washington y Moscú siguen siendo rivales estratégicos y la guerra de Ucrania es el escenario donde esa competición es mayor, para desesperación de Trump.
“No estoy para nada contento con el presidente Putin”, repitió esta semana el mandatario estadounidense, cada día más enmarañado en su propia estrategia oscilante sobre Ucrania, unos días aplaudiendo a Putin e insultando a Zelenski, y otras amenazando al Kremlin por no hacer lo que nunca hará Moscú, esto es, seguir las directrices de una superpotencia que nunca ha dejado de ser el mayor contrincante de Rusia.
Trump imaginó, al principio de su mandato, a Rusia como un feliz aliado en la explotación de tierras raras en Eurasia, que, al tiempo, miraría hacia otra parte mientras las empresas estadounidenses saqueaban a placer las reservas de minerales críticos de Ucrania, o que incluso abandonaría su asociación estratégica con Pekín forjada durante décadas.
Sin embargo, esa nueva entente ruso-estadounidense en realidad era un castillo de arena que reclamaba una confianza sin fisuras del Kremlin en la Casa Blanca, ignorando décadas de presiones occidentales lideradas por EEUU tras la caída de la URSS, y borrando de un plumazo la confrontación abierta en torno a Ucrania con el antecesor de Trump, Joe Biden.
Ahora Ucrania retoma el espacio que había ocupado en el enfrentamiento entre EEUU y Rusia desde que en 2014 Washington fraguara el derrocamiento del entonces presidente ucraniano prorruso, Víctor Yanukóvich. Y en ese escenario, Moscú no tiene amigos, si acaso algún socio, como Corea del Norte, que ha contribuido con armas y soldados a la guerra, o China, que ha amparado el funcionamiento de la economía rusa en el exterior, con la compra de combustibles rusos o la entrega de tecnología a Rusia que Occidente considera que es de doble uso, civil y militar.
El factor chino y la demagogia europea
Ucrania ahora no duda en señalar a los chinos, convencida de que tiene de nuevo las simpatías de los estadounidenses, una maniobra que puede ser peligrosa con un tipo tan voluble como Trump. Este martes, el asesor de la oficina presidencial ucraniana Mijailo Podoliak, uno de los halcones de Zelenski también propenso a excesos verbales, indicó que la decisión de enviar armas a Ucrania por parte de EEUU era una “demostración de fuerza” por parte de Washington contra China y Corea del Norte, a los que denominó países “hostiles”.
“Europa respira aliviada al ver una oportunidad de dar un nuevo formato a su marco de seguridad. China mira atentamente, Corea del Norte juega claramente con fuego e Irán está interiorizando una dura lección”, dijo Podoliak, obviando una realidad que puede imponerse en cualquier momento: la guerra de Ucrania molesta mucho a Trump y es un obstáculo costoso en tiempo y dinero para las prioridades de su política exterior, que están en Extremo Oriente y el Pacífico.
Las palabras de Podoliak no eran en vano, pues se siente respaldado por el núcleo duro de la Unión Europea, que no pierde ocasión para alimentar la brecha entre EEUU y Rusia. Este martes también, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, acusó a China de causar “una alta inestabilidad e inseguridad para Europa” con su “apoyo inquebrantable a Rusia”.
“China está permitiendo la economía de guerra de Rusia y no lo podemos aceptar”, aseveró Von der Leyen en una reunión sobre las relaciones entre Bruselas y Pekín. La política alemana advirtió a China de que su “interacción” con “la guerra de Putin” será “un factor determinante” para el futuro de sus relaciones con la UE.
El Gobierno chino condenó este miércoles las palabras de Von der Leyen. “La cooperación normal de China y Rusia no admite interferencias de terceros”, criticó la portavoz del Ministerio de Exteriores chino, Mao Ning.
La agresividad de Von der Leyen, apenas a unas semanas de su viaje a Pekín para participar en una cumbre que conmemorará el medio siglo de relaciones diplomáticas entre la UE y China desentona. Salvo que la mandataria europea quiera aprovechar el malestar creciente entre EEUU y Rusia para marcar un tanto en la estrategia de Bruselas y cerrar filas con su admirado Trump, especialmente en medio de la actual guerra arancelaria con Washington.
Otro adulador de Trump, el secretario general de la OTAN, Mark Rutte, aprovechó también para añadir su propia cosecha conspiranoica en esta crisis. En una rueda de prensa este miércoles, Rutte hizo sonar todas las alarmas ante el peligro de que China y Rusia acuerden un ataque coordinado contra Taiwán y la propia OTAN.
“Está creciendo el riesgo de que Xi Jinping, presidente de China y secretario general del Partido Comunista Chino, antes de que lance un ataque contra Taiwán, haga primero una llamada a su socio júnior en todo esto, Vladímir Vladimirovich Putin, para pedirle que nos mantenga ocupados en Europa”, afirmó el promotor, junto a Von der Leyen, de la mayor carrera armamentística en territorio europeo desde la Segunda Guerra Mundial.
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