Home » El sentido de la realidad

El sentido de la realidad

El sentido de la realidad

El poder quiere escribir al revés todo el siglo XX
con el fin de sepultar la memoria colectiva
de un siglo de luchas y conquistas sociales.

Jean Baudrillard

¿Qué es lo falso? ¿Qué es lo verdadero? Indudablemente, el poder de la información es incuestionable; poder para transformar pensamiento y sociedad. Antes del siglo XX fueron los libros y, a lo largo de él, la radio y la televisión el camino más corto para descubrir nuevos mundos. Pero de la misma manera que abrían puertas, encerraban el pensamiento en una sola dirección: la de occidente. Luego, poco a poco se delimitó aún más. El poder y el consumo fueron conquistando el espacio hasta convertirse en casi el único motivo para el cual estos medios existen. El dinero es el protagonista, una carrera infernal de la humanidad tras él amenaza con lanzarnos al abismo, y los medios la vía mas corta para convencernos de ir tras él.

Sin lugar a dudas, el consumo cotidiano de “información” de los ciudadanos está en manos de quienes detentan el poder y de quienes monopolizan los mercados, así que la opinión publica está seriamente contaminada y en desequilibrio. Influencia y persuasión son dos armas fundamentales en contra de la objetividad de lo que ocurre en la “realidad real”. Hay un constante auge del simulacro sobre lo real. En ocasiones, hechos de guerra reales son asimilados como episodios de una película al ser descontextualizados por el afán de la primicia, o en otras una escena dramática montada cambia de orilla a la opinión pública, y cuando menos piensas estás del lado de los ‘malos’, los ‘aguafiestas, los ‘pesimistas’ o los ‘simplones emocionales’. ¡Te has cruzado en el camino del poder o de los mercados!

La máquina del consumo no se puede parar ni desacelerar, y tampoco ignorar. El poder de la imagen es utilizado para crear falsas necesidades que luego tienen que ser cubiertas con aquello que la publicidad instala en las mentes distraídas o cansadas. El círculo vicioso es tornado en círculo virtuoso.

Conscientemente, habría que aminorar el paso hacia el supermercado, y una vez allí chulear los productos de la lista necesaria (la de la supervivencia), procurando no comprar algo desechable o con obsolescencia inmediata o próxima. Desemocionalizar la lista es fundamental porque, cuando eso se hace, nos desconectamos de la publicidad. ¿Realmente crees que vales por lo que tienes y que esta idea es inmodificable? Estamos en una sociedad de la apariencia, constantemente modificada en escena. Por eso es posible que te presenten realidades a la carta, según la capacidad de consumo que tengas (incluso para quienes están optando por formas de vida sana), y diligentemente te han ubicado una gran superficie a tan solo unos pasos de distancia con todo lo que ‘necesitas’, porque tú te lo mereces: dinero, fama, vanidad, lujo y poder son los dioses que se persiguen, se veneran y se difunden en los medios.

La conciencia del ser humano es barrida por una propuesta perversa del “puedo obtenerlo todo”, que el reino de la imagen, cautivo por el capital, le bombardea todos los días, y en las sociedades se normalizan prácticas como el oportunismo, la corrupción y el “todo vale”. La conciencia humana no está enferma sino cautiva, hipnotizada, reducida por el consumismo y la vida gobernada por el sinsentido y el cinismo.

Pervertir el lenguaje, y más cuando la audiencia es multitudinaria, es otra de las formas agresivas de permear el pensamiento. “La apariencia del cambio no sólo sustituye al cambio mismo sino que, más grave aún, logra ocultar que se camina en la dirección contraria… “Nuestro sueño: un mundo sin pobreza” es, por ejemplo, el lema que preside el edificio central del Banco Mundial (máximo acaparador de la deuda mundial) en Washington” (Ramón Fernández Durán, La tercera piel).

Crear mitos es otra forma de legitimar estructuras de poder, y de congregar o movilizar audiencias, como aquél de que el progreso a los países pobres sólo lo traen las multinacionales, o aquel del “cambio constante” donde el flujo de las cosas (estrenar y desechar) denota progreso, y la obsolescencia programada demuestra innovación constante. O la juventud como única tarjeta válida de ingreso al mercado (todo lo viejo es desechado porque ‘no sirve’): lo nuevo, lo joven, lo costoso, probar constantemente, fluir. El dinero plástico te permite tener todo al alcance de tus manos “sin generar consecuencias”. No hay efectos secundarios, ¡se esfumaron por efecto de los mass media! En realidad, haber sembrado de nuevo el bicho de la eterna juventud abre infinidad de nichos de mercado.

Consumidor insaciable y espectador pasivo de una realidad que no logra comprender y que lo supera en la práctica, el individuo de comienzos del siglo XXI es un capitalista neto (aun las grandes masas de la clase trabajadora fueron captadas y hoy hacen cola detrás de la clase media), y su lucha se traduce en conseguir más dinero o en frustrarse. Individuo-masa, porque como consumidor lo es, e individuo-individualizado, como practicante de una actitud egocentrista y casi abúlica. Volver al grupo real donde la solidaridad, el calor de la presencia, el intercambio y el crecimiento social se den como dinámicas cotidianas es la utopía de hoy, pero casi nadie la sueña porque todos están obnubilados con los reality shows de héroes de pacotilla.

¿Y la información? La tv y el cine a finales del siglo XX se encargaron del afianzamiento de los salvadores y enemigos individuales (Rambo, Robocop, Neo), el poder con una sola cara, mientras los conglomerados ocultos traumatizaban los mercados a través de maniobras de alcance mundial. El predominio de las series llamadas “de acción” aclimataban el acontecer violento de “la realidad real”, a la vez que renacía la esperanza mesiánica: de nuevo el mundo en vilo y la idea de un salvador único que lo redimiera. El miedo colectivo ante lo inesperado es un escenario promovido con asiduidad, tanto en el cine como en la tv, y, mientras la guerra real se toma territorios enteros, un velo de la guerra como juego, como artificio, avanza velozmente por el espectro electromagnético, como elemento de adaptación y normalización de su práctica.

Ahora bien, concebida por las grandes masas como mecanismo liberador, internet –por su flujo y su volumen de información sin antecedentes en la historia de la humanidad– se ha convertido hoy en una gran caldera en que la pericia de quien navega identifica los mejores sabores y los más jugosos productos, pero para la gran mayoría hasta el caldo es buen alimento. Es bueno lo que logre pescar, y se pesca lo que más hay: publicidad, y ésta de nuevo te lleva al consumo de lo que el establecimiento y el mercado prodigan con sospechosa bondad. Además, se alienta el mito “del que todo lo sabe”, y que todas las preguntas y las repuestas están a tan solo un clic de distancia. El mundo justo y deseable está a un clic, y la capacidad de pelea y argumentación también se encuentra a tan solo un clic. En cambio, la capacidad de acción se concentra en el dedo índice cuando oprime la tecla ¡que produce el clic! La democracia es visualizada como un gran foro virtual en el cual se lanzan diatribas e insultos sin fundamento, ¡y de nuevo individualizados! La velocidad y el vértigo, nuestra única línea de comprensión, el género humano se sumerge pero no nada en la realidad virtual; sale húmedo después del chapuzón pero no limpio.

¿Pero la información es sólo lo que los mass media hacen circular? “La principal paradoja de la llamada sociedad de la información (o del conocimiento) sería que, mientras que parece que crece el conocimiento relevante para la humanidad, que podría ayudar a crear un futuro más radiante para la especie, en realidad ocurre todo lo contrario” (Fernández Durán, op. cit.).

La desaparición vertiginosa de especies, ecosistemas, lenguas y culturas, y la hegemonía de la mixtura, han llevado a que sepamos mucho más de territorios lejanos que de los propios, y también a que consideremos que quienes no están en esta carrera infernal por el “saber global”, y que muchas veces son señalados con el dedo por el establecimiento, son ‘salvajes’ , ‘ignorantes’ e ‘incivilizados’, y el mito de que la información y el conocimiento apenas circulan y residen en el cerebro del hombre nos ha llevado a ignorar lo que la naturaleza ha procesado y comunicado durante millones y millones de años.

“El tiempo se está pasando rápido” es una frase cada vez más popular, pero en realidad no somos conscientes de que el tiempo es una invención del hombre que cada vez más está copada por la hipnosis que la imagen y la “información” producen, y por la ansiedad y la frustración que la publicidad riega como semillas en la tierra feraz de la mente humana.

Información adicional

Autor/a:
País:
Región:
Fuente:

Leave a Reply

Your email address will not be published.