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Crisis del modelo neoliberal y desigualdad en Colombia dos décadas de políticas públicas

Crisis del modelo neoliberal y desigualdad en Colombia dos décadas de políticas públicas
Apuntes y comentarios sobre el contenido del presente volumen
Raúl Alameda Ospina

Son muy variados y atinentes los aspectos tratados en el presente libro en torno a un tema central, maestro, como es el del ingreso visto desde lo tributario, la estructura de la propiedad, la medición de la desigualdad, la lucha de clases, el mercado de trabajo, el neomarxismo, el sector rural, el Plan de Desarrollo 2002-2006 y la crisis.
Con estos son tres los títulos publicados por CESDE, de una serie que esperamos ver prolongada indefinidamente para provecho de las ciencias económicas, como parte fundamental de las sociales.
Teórica y metodológicamente sustentados, muy documentados y analíticos los trabajos del profesor César Giraldo, inspirador y coordinador del grupo, y de Jairo Alonso Bautista, Álvaro Gallardo, Sandra Milena Barrios, Ilich Ortiz, Édgar Suárez Forero, Carolina Bautista, Ruth Quevedo y Stan Malinovitz, los que constituyen un muy serio y profundo alegato contra la mitología neoliberal de tan desastrosas consecuencias en el ámbito de América Latina.
Me siento muy honrado por la solicitud de escribir el presente prólogo, aunque para mí tal ejercicio ha resultado, fuera de comprometedor, un esfuerzo especial porque me ha obligado a repasar o aprender cosas que no tuve oportunidad de estudiar cuando hace más de 60 años cursaba economía en el Instituto de Ciencias Económicas, creado por el maestro Antonio García Nossa, luego Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Nacional, de la cual son egresados en su mayoría los autores mencionados, tarea que no hubiera podido realizar sin la activa y valiosa participación de mi esposa, María Teresa Velásquez.
Es tan vasto y complejo lo tratado, que no entro en el análisis puntual de los distintos aspectos contenidos en los nueve ensayos que conforman este volumen. Intento, sí, presentar algunas ideas generales, de tipo conceptual, totalizador, resultantes de su lectura.

A.    Relación entre ingreso y propiedad
Sin duda, el ingreso es uno de los componentes que mayormente determinan la naturaleza de un sistema. Está condicionado y condiciona aspectos esenciales de la estructura económica y social, como que su formación y distribución dependen del régimen de propiedad de los medios tanto de producción como de los mecanismos de comercialización, mientras su elasticidad define el poder de compra y el grado de bienestar de las distintas clases.
Es obvio que quienes más bienes poseen: alta concentración de la propiedad territorial, inmobiliaria, industrial, accionaria y financiera, mayor ingreso perciben, más acumulan, sobre todo en un país como el nuestro, carente de mecanismos tributarios verdaderamente redistributivos, es decir, tendientes a corregir la desigual constitucional de la renta para impulsar el desarrollo como ampliación y diversificación social del producto nacional. Por el contrario, como señalan los autores, los impuestos directos al capital y la propiedad han ido reduciéndose, mientras los indirectos, el IVA, aumentan en franco perjuicio de los consumidores, pobres en su inmensa mayoría. Y algo peor: una parte considerable del ingreso se dilapida, se fuga, o se dedica a la especulación financiera y mercantil, o al ensanche del latifundio, por lo cual no se justifica en forma alguna el régimen tributario de privilegios (exenciones, deducciones y descuentos) que hoy más que nunca prolifera.
En cambio, el régimen impositivo para los trabajadores materiales e intelectuales y las clases medias empresariales ha aumentado, lo cual se concreta en el hecho absurdo de que éstos pagan 5,3 veces más impuesto sobre la renta que los grandes empresarios.
Sin duda los indicadores o coeficientes de Gini, Lorenz y Theil son valiosos pero incompletos instrumentos de análisis, lo que plantea la necesidad de elaborar indicadores sobre la distribución de la propiedad, que abarquen todas las modalidades de la posesión y el dominio, su magnitud relativa (grande, mediana, pequeña) y su origen (agrario, minero, industrial, comercial, financiero, etcétera).
B. Apuntes sobre la teoría del valor
1.     Generación de valor en los servicios
Es curioso que quienes están de acuerdo con la teoría trabajo del valor limiten su generación al ámbito de la manufactura, a la fase en la que el capital constante y el variable se transforman en mercancías, excluyendo el trabajo vinculado a las fases de la posproducción (empaque, almacenamiento, transporte, comercialización), y al ejecutado en la financiación y la publicidad.
 Se genera valor y por tanto plusvalía en los servicios: salud, educación, construcción, etcétera, en los que trabajan ingenieros, economistas, contadores, administradores, médicos, biólogos, enfermeras, profesores, arquitectos, empleados, que realizan un trabajo calificado y en consecuencia engendran un valor de alta densidad.
Esto quiere decir que: a) no son únicamente los obreros quienes producen plusvalía, y, b) no sólo la burguesía industrial se apropia de ella.
Tales consideraciones amplían el espectro de la polaridad social, de la lucha de clases a sectores sociales cada vez más amplios y significativos, como son los del trabajo calificado de técnicos, profesionales y científicos, sobre el cual descansa cada vez más la cantidad y la calidad del producto.

2.    Cambios en la composición orgánica del capital
En la etapa artesanal, el componente trabajo de los bienes predominó sobre el capital constante. Con la introducción de la maquinofactura y ahora de la automatización, la situación es absolutamente inversa. A mayor capacidad instalada, menor capital variable. Es aquí donde nace el desempleo sistémico, fenómeno que va más allá del estructural y desde luego del coyuntural, del friccional, mayor en los países más desarrollados pero evidente en el nuestro, donde el aumento de la inversión y el producto de los últimos años coincide con la desocupación creciente, la informalidad y la oferta explosiva del trabajo, que se traducen en contracción de su precio, el salario.

3.    El retorno a la plusvalía absoluta
En la acumulación originaria, los empresarios buscaban desaforadamente que la jornada del trabajo fuera lo más próxima a la duración del día solar, base de la plusvalía absoluta. Con la Revolución Industrial, crece la productividad, se reduce la jornada de trabajo, se pasa a su intensificación (más producto en menor tiempo), a la plusvalía relativa. Sin embargo, al no disminuirse la jornada de trabajo en proporción directa con el tiempo socialmente necesario para la producción de bienes y servicios, crece la explotación asentada en la ampliación del tiempo de trabajo. En Colombia, esto es patente y agudo con la aplicación de la contrarreforma o flexibilización laboral –Leyes 50 de 1990, 100 de 1993 y 789 de 2002, entre otras–, en que las cesantías se liquidan, no con el último salario sino al final de cada año; se le entrega al capital financiero la seguridad social, se aumentan las cotizaciones y las semanas para las pensiones, se disminuyen las indemnizaciones por despido, se amplía la jornada de trabajo, se eliminan los recargos nocturnos hasta las 10 de la noche y el triple salario para trabajo dominical y festivo; se pasa del contrato de trabajo a término indefinido al de salario integral y al de servicios, en los que se suprimen las vacaciones y las primas semestrales, y la seguridad social corre a cargo del trabajador. Y lo que es peor, se organizan las llamadas cooperativas de trabajo asociado, con lo cual se extingue el vínculo patronal y se desconocen todos los derechos laborales.
Mientras se extreman las condiciones de sobreexplotación anotadas, la Ley 789 de 2002, pomposamente denominada de protección social, crea una serie de instituciones y mecanismos encaminados a encubrir y paliar en parte el desempleo y el hambre. Multiplica los contratos de aprendizaje del Sena, el Fondo Emprender, los microcréditos, los hogares comunitarios, el Programa Nacional del Adulto Mayor, familias, jóvenes y Empleo en Acción y el Sisben que en conjunto han servido para la disminución estadística del desempleo y la pobreza, pues abarcan mucha gente pero tienen un mínimo efecto real.

C.    Pobreza y miseria
Con la disolución de la sociedad comunitaria primitiva, se entra en una milenaria división entre poseedores y desposeídos. Aunque en la jerarquización social han influido distintos factores (religiosos, étnicos, militares, geográficos, culturales, políticos, etcétera), el de la distribución de la propiedad ha sido transversal, significativo y constante, y explica la existencia de amos y esclavos, señores y siervos, nobles y plebeyos, burgueses y proletarios; en últimas ricos, pobres y miserables.

Ocultamiento de la riqueza y la miseria
En Colombia hay un verdadero ocultamiento de la realidad social cuando, entre otras muchas cosas:
a.     Hacia arriba los acomodados, ricos y potentados, situados en los cortes más altos de la pirámide social, al concentrar la propiedad y el ingreso satisfacen plenamente sus necesidades vitales, materiales y espirituales, no existen desde el punto de vista estadístico porque el límite superior del ingreso mensual, según la Encuesta de Hogares del Dane 2006-2007, va hasta $ 4,5 millones, apenas el de un empleado medio, en tanto que un gran empresario, rentista o capo del narcotráfico cuenta con ingresos cien veces mayores, $ 450 millones.
b.    Hacia abajo figuran (Encuesta de Hogares, Dane, julio de 2008) 17.359.000 personas ocupadas por haber trabajado al menos una hora en la semana anterior a la de la encuesta. ¿Cuántas de esas personas trabajaron la semana entera para ser efectivamente clasificadas como empleadas? Quizá (no se mide la distinta ocupación en las 48 horas de trabajo semanal) no más del 50 por ciento –8.679.500–, que debiera sumarse a las 2.387.000 registradas como desocupadas, en realidad 11.066.500, el 55,49 por ciento de la población económicamente activa., compuesta de miserables o en situación de extrema pobreza, porque al carecer de trabajo carecen igualmente de medios mínimos de subsistencia.
c.     Otra manera de desdibujar la realidad es la de dividir la totalidad de hogares en quinteles o deciles, de lo cual resulta gráficamente un cubo, número igual de hogares para cada nivel de gasto y no una pirámide en que la base está formada por muchísimos hogares miserables y pobres, y la cúspide por muy pocos hogares con grandes ingresos, porque lo cierto es que el número de hogares va disminuyendo a medida que se asciende en la escala de ingreso.
Las consideraciones anteriores llevan a concluir que en Colombia la población está dividida aproximadamente así: 53 por ciento de miserables, calificados como indigentes, marginados, en extrema pobreza, familias carentes de empleo regular lícito (desocupados y semiocupados crónicos), desnutridos; viviendo en calles, ranchos, tugurios, inquilinatos, con ninguno o muy bajo nivel de educación y atención médica. Es un 39 por ciento pobres que en conjunto satisfacen en distintos grados de deficiencia sus necesidades; el resto, 8 por ciento, acomodados, ricos y potentados con patrimonio e ingresos que les permiten lujo, capitalización e inversión crecientes.
Respecto a los miserables, existen varios datos o indicadores sueltos que confirman cómo los estimativos hechos están muy cerca de la realidad: tres millones de familias consideradas muy pobres deben estar cubiertas, según el Presidente de la república, por el programa Familias en Acción. No menos de cuatro millones de campesinos y aldeanos, todos en la miseria, son desplazados por la violencia; el 85 por ciento de la población gana menos de dos salarios mínimos; el costo mínimo de la canasta familiar para el estrato bajo es de $ 950.000 mensuales, mientras el salario mínimo es de $ 496.900 y 21 millones de personas viven con menos de dos dólares diarios.
D.    La economía agraria antes y después de la apertura
Aunque sea de Perogrullo, resulta útil decir que el sector agropecuario cumple las funciones esenciales de producir alimentos, materias primas para la industria y excedentes para la exportación, lo cual implica uso del suelo, utilización de recursos naturales, empleo de fuerza de trabajo y de técnica, que en conjunto significan fuente de vida y seguridad, producto nacional, bienestar, recursos cambiarios y, desde luego, elemento clave de la organización social y política, y en Colombia piso de la conflictividad desde la invasión española del siglo XVI, pero que de manera continua y trágica nos afecta en los últimos 60 años.
El hecho alrededor del cual se va desarrollando el llamado problema agrario ha sido el de la tenencia y uso de la tierra. A lo largo de la Conquista, la república señorial, el capitalismo agrario, el conflicto armado, el narcotráfico y el paramilitarismo, se fortalece la gran propiedad territorial que carece de capital y de técnica para ser económica y ecológicamente explotada.
No obstante, cabe precisar contemporáneamente dos períodos:

1.    Antes de la apertura
Desde comienzos del siglo XX, con la aplicación no sistemática pero sí persistente de una política de industrialización y fomento del mercado interno, en el sector agropecuario se produjeron, grosso modo, cambios significativos relacionados con:
a.    La propiedad territorial: colonización dirigida, parcelación de algunos latifundios, intento de dar prioridad a la posesión sobre el título, entre muchas las importantes Leyes 200 de 1936, 100 de 1944 y 135 de 1961.
b.    El fomento de cultivos básicos: café, maíz, algodón, banano, cacao, arroz, algodón, granos, sorgo, soya y pastos que conforman un mercado nacional y externo agrícola hasta entonces local y excepcionalmente regional.
c.    La tecnificación: riego, mecanización, investigación, abonos, matamalezas, pesticidas, mejoramiento de semillas y de razas.
d.    La financiación: plazos, tasas y garantías diferenciales.
e.    La comercialización:
    i) interna: absorción obligatoria de cosechas, red nacional de silos, tiendas populares de distribución, y almacenes de provisión de insumos y herramientas, y, ii) externa: importación de faltantes agrícolas, y exportación de excedentes mediante tratados de compensación e investigación de mercados.
Las instituciones encargadas de ejecutar los propósitos anotados fueron la Caja Agraria, el ICA, el Idema, Proexport e Incora. El resultado general de las políticas y las prácticas reseñadas fue la superación de la economía agropastoril, históricamente imperante hasta comienzos del siglo XX. Sin embargo, el proceso de acumulación latifundista continúa impulsado por el capitalismo agrario. El control terrateniente de la tierra dentro de la frontera agrícola tradicional lleva a una nueva oleada de colonización y potrerización a costa de los bosques. Fenómenos como la Revolución Verde contribuyeron a la ruina, y la expulsión de medianos y pequeños campesinos.

2.     La apertura
En los países más desarrollados, en especial en Estados Unidos, convertido en imperio universal, la aplicación de la ciencia y la tecnología al proceso de producción condujo a una productividad en la cual permanentemente la oferta excede la capacidad ampliada del consumo. Se generan gigantescos excedentes, mercantiles y financieros, que conducen al control global del mercando mundial.
Para lograrlo, se provoca el desmonte de todos los mecanismos de protección y fomento existentes en los países en desarrollo, obligando en algunos de ellos, Colombia por ejemplo, a la adopción del Consenso de Washington:
a.    Se rebajan o eliminan las barreras arancelarias.
b.    Se suprime el control de cambios, en nuestro caso con el Decreto 444 de 1966, con lo que se da término al uso relativamente racional y nacional de las divisas.
c.    Se suprimen las políticas y la banca de fomento, así como la intervención del Estado en la comercialización interna y externa de bienes agropecuarios.
d.    Se activa la injerencia del capital financiero nacional e internacional en el sector agropecuario.
e.    Se imponen unas políticas encaminadas a privilegiar la producción latifundista de agrocombustibles.
f.    En vez de reforma agraria, se dictan leyes que facilitan la legalización del despojo paramilitar de las tierras.

3.     Consecuencias de la apertura
a.    Imposición brutal de la contrarreforma agraria: el narcotráfico y el paramilitarismo se convirtieron en instrumentos de despojo y apropiación de cerca de cinco millones de hectáreas aptas para la explotación agrícola, copando las antiguas zonas de colonización e intensificando la deforestación. El 0,5 por ciento de los propietarios, con más de 500 hectáreas, controla el 57 de la tierra, mientras más de tres millones de campesinos carecen de ella, y por lo menos 3,5 millones de desplazados deambulan por las calles de pueblos y ciudades.
b.    Del autoabastecimiento pasamos a la dependencia de las importaciones (de un millón a más de 10 millones de toneladas) soportadas en precios externos subsidiados y en la revaluación del peso. En vez de la tan proclamada inserción en el mercado mundial, la apertura facilitó la invasión del mercado nacional.
c.     La drástica reducción del área sembrada ha llevado al aumento del desempleo sectorial, a la disminución del producto agrícola, sobre todo en los cultivos de ciclo corto.

E.     Algo sobre la crisis
El carácter cíclico, de expansión y contracción de la economía, es propio del capitalismo. Antes de él, lo característico fue la escasez crónica (más población que producción), lo que cambia con la revolución industrial, a partir de la cual la oferta crece mucho más que la demanda, que el consumo, fenómeno últimamente acrecentado por el fabuloso progreso de la ciencia y su rápida aplicación al proceso productivo.
A esta condición básica debemos agregar nuevos elementos contemporáneos que se suman a los clásicos de su definición que, sin modificar su esencia, sí agudizan sus contradicciones y reducen los intervalos de su presentación.

1.     De crisis de sobreproducción relativa a             crisis de sobreproducción absoluta
En los países de mayor desarrollo capitalista, la crisis pasa de sobreproducción relativa (el mercado se satura cuando una parte considerable de la población no tiene capacidad de consumo) a absoluta (cuando, a pesar de que casi toda la población consume, los inventarios se acumulan). En el primer caso, la demanda efectiva es considerablemente menor que la potencial; se llega al punto de saturación del mercado, al tiempo que las necesidades de la gente no se pueden satisfacer por falta de ingresos. En el segundo caso, la demanda efectiva es aproximadamente igual a la potencial (son muy pocos los que no pueden satisfacer sus apetencias de consumo), con lo cual la salida de la crisis se hace más difícil, ya que ni el crédito ni las grandes rebajas logran inducir a nuevas compras a quienes tienen, inclusive en exceso, satisfechas sus necesidades.
Otra cosa ocurre, desde luego, en los países dependientes, subdesarrollados o en desarrollo, donde la producción es inferior a la demanda efectiva, lo que conduce a las importaciones y la subutilización de la fuerza de trabajo. En estos países, la crisis se presenta por arrastre, por los vínculos de subordinación que los atan a la economía de las potencias.

2.     Desempleo sistémico
Históricamente el desempleo ha sido consecuencia del uso insuficiente (coyuntural, cíclico, estructural) de la tierra, la técnica, el capital. Hoy la cuestión es no sólo distinta sino opuesta.
En los países de máxima utilización de las fuerzas productivas, el desempleo crece a medida que el empleo de los recursos aumenta. En ellos a la acelerada sustitución del trabajo vivo (fuerza de trabajo) es sustituido por el trabajo acumulado (tecnología). Esta es la razón para que un país tan avanzado como Alemania acuse al mismo tiempo la mayor tasa de desempleo, lo que contribuye a reducir la fase de expansión del ciclo y su aproximación a la depresiva, con lo que la crisis se convierte en amenaza potencial permanente.

3.     Las burbujas financieras
Desde la aparición de la moneda ha existido la posibilidad de especulación financiera (creación de una cantidad de moneda mayor que la necesaria para cumplir las funciones de cambio) pero con la eliminación de la convertibilidad:
a.    La masa monetaria no expresa directamente la creación de valor, las necesidades de cambio. La forma billete del dinero, que ya no es una mercancía (oro o plata), se convierte en un mercado autónomo en el que se produce (emite), se compra, se vende, se acumula moneda, sin que pierda sus otras funciones (equivalente universal, unidad de cuenta). Paralelamente a la producción de bienes y servicios, se crea el mercado monetario.
b.     De la emisión primaria (edición de billetes por la banca central) se ha pasado sucesivamente a la secundaria (creación de dinero bancario o multiplicador), a la terciaria (emisión de títulos y valores: CDT, bonos, acciones, certificados, tarjetas de crédito o débito, etcétera, por parte de entidades financieras o las principales empresas industriales y comerciales), para rematar en la cuaternaria o creación de dinero electrónico (giros, depósitos virtuales). En todas estas modalidades se capta dinero en circulación y se establecen obligaciones de pago entre los emisores y el público en general, en que media fundamentalmente la confianza en los emisores, si hay prestigio. De esta manera, el quantum monetario crece en cascada hasta que la capacidad de recompra de tales valores se satura, generalmente antes que tal fenómeno se presente en la economía real.
Es ésta la confirmación de que la crisis es un fenómeno de sobreproducción, en este caso en la esfera de la actividad financiera. Se crea dinero en escala geométrica, sin que corresponda a la generación de bienes o servicios. Es la burbuja que, cuando estalla, produce un efecto sísmico sobre la economía en su conjunto, dando paso a la depresión, al desplome, sobre todo porque, con el crecimiento desaforado de la inflación y las perspectivas de ampliación del consumo, los empresarios se endeudan para financiar una producción que en el mediano plazo creen insuficiente, cuando en realidad la demanda, por satisfecha, se congela. Vienen entonces: acumulación de inventarios, despido masivo de trabajadores, insolvencia de los deudores, quiebras generalizadas, hecatombe, ruina, desempleo, angustia. Mientras no se destruya buena parte de los excedentes, y los saldos no se consuman lentamente, no hay posibilidades de reanimación. De nada valen los billones entregados a los empresarios, puesto que el problema no está en la falta de recursos para la producción sino en el exceso de ésta. La política más indicada y de mayores efectos sociales sería la inyección de recursos a la demanda deprimida por el desempleo por falta de ingresos.
Lo cierto es que la crisis, como la guerra, es una maldición del capitalismo. En ellas se destruye de la manera más inmisericorde el progreso alcanzado, se lleva a la sociedad en su conjunto, en especial a los grandes sectores populares, al hambre, la desesperación, el suicidio, la delincuencia. Es en esta circunstancia, más que en ninguna otra, cuando se justifica, se hace imperativo, el cambio de sistema.

F.     Reforma y Revolución
Frente al capitalismo, como ante cualquier otro hecho, caben tres posiciones: aceptarlo como es por sus beneficios, modificarlo por sus deficiencias o sustituirlo por perjudicial, opciones llenas de contradicciones, vacíos y riesgos.

1.     Reforma
Desde su creación, el marxismo, fundamentado en una crítica revolucionaria del capitalismo, ha sostenido la tercera opción. Corrido el tiempo, y como resultado de luchas en el interior del socialismo, la socialdemocracia terminó identificada con la segunda opción.
Los socialistas no marxistas, si bien reconocen las asimetrías, los desequilibrios, las descompensaciones y las injusticias del sistema capitalista, no llegan al extremo de sustituirlo, de cambiar las relaciones de producción. Se limitan a buscar fórmulas de solución de sus grandes carencias en el marco del mismo sistema. Para eso han elaborado propuestas de participación democrática y de intervención estatal en las distintas instancias del proceso económico y sociopolítico. Creen posible aliviar y aun eliminar los efectos negativos de la concentración y la acumulación, sin remover sus causas. Concilian teórica y políticamente con las corrientes neoclásicas y sus derivadas, y en últimas con la clase dominante.
El Marxismo de Elección Racional (MER), pese a lo novedoso de su denominación y de algunos de sus planteamientos, es genuina expresión de este pensamiento. Trata de sintetizar marxismo y marginalismo en el socialismo de mercado, sustentado en el equilibrio de propietarios, trabajadores y consumidores, en la libertad y la competencia.
Veamos algunas críticas a estos planteamientos.
La igualdad, por ejemplo, no es posible como generalidad, como regla de juego. Puede serlo y por excepción entre pares, entre grupos homogéneos de poder equivalente, sean ellos terratenientes, industriales o trabajadores, pero no entre todos.
No es cierto que haya igualdad en la dotación de factores, competencias y reglas, porque, en una economía de alta concentración, los factores no reciben beneficios en proporción a su aporte para la formación del producto.
Lo mismo se puede decir de la libertad, la capacidad para decidir y la competencia. Si la libertad y la competencia se ejercen entre desiguales, el resultado es el predominio, el abuso del más fuerte. De la libre concurrencia (número infinito de productores y consumidores supuestamente iguales) se pasa al mercado imperfecto (cada vez menos pero más poderosos industriales, comerciantes y financieros), lo cual conduce a la estratificación, al monopolio que niega la competencia, al equilibrio general.
En la etapa actual del capitalismo, sólo una minoría está en capacidad real de decidir, de ejercer su libertad. Los demás están constreñidos a un ejercicio cada vez más limitado para comprar y vender, que es lo esencial en una sociedad de tan alta comercialización de todas las acciones, así se formulen reivindicaciones y políticas de conciliación y negociación.
En tales condiciones, es muy poca, cuando no nula, la capacidad para elegir, máxime si reconocemos que los trabajadores y los consumidores actúan en condiciones desfavorables de poder, más por instinto, empíricamente, que por conocimiento o razón.
Una de las corrientes del MER afirma: “El comunismo no es una sociedad diferente del capitalismo sino que se mantiene en línea de continuidad con él”. Si en el comunismo se cambia la propiedad de las empresas, la distribución del producto, la ideología, el régimen político, el Estado, hay ruptura. Ahora, si el asunto se mira desde la historia como proceso general, continúan la lengua, la idiosincrasia, el carácter nacional, parte de las costumbres, lo que implica continuidad. El paso del capitalismo al comunismo, si tal cosa ocurre, es el paso de un sistema a otro, y no de un hombre a otro. Es como el transcurrir de una edad a otra en el mismo hombre.
Respecto al llamado socialismo de mercado, son pertinentes algunas anotaciones.
Superada la etapa en que la caza, la pesca y la recolección de frutos satisfacían las necesidades de la comunidad, en la ganadería y en la agricultura se genera, gracias al trabajo humano, un plusproducto (oferta), mientras en lo que consume tiene déficit (demanda), porque con la división del trabajo (especialización) no puede producir todo lo que necesita o produce mucho más de lo que puede consumir, de donde resulta el mercado, primero primitivo, patriarcal, luego esclavista, señorial, capitalista, estatista y, por qué no, socialista, cada uno con características que corresponden al régimen de propiedad existente.
El socialismo no es, en este sentido, excepción alguna. En él, para que haya remuneración de los factores, acumulación y reproducción del producto, el precio tiene que ser superior al coste (capital constante y variable) más la ganancia media. De donde puede afirmarse que lo correcto es decir que en el socialismo, cualquiera que sea su modalidad, hay mercado, sin llegar a la exageración de que es necesario un socialismo para el mercado.
En cuanto al mercado capitalista, cabe una observación. Para Marx, a medida que se desarrolla el capitalismo, crece la miseria porque el trabajador apenas si recibe lo necesario para reproducir la fuerza de trabajo. Lo cierto es que, al menos en los países más desarrollados, por el vertical aumento de la productividad, la oferta de bienes supera la demanda de las élites, y para colocar los sobrantes resulta necesario agregar masas crecientes de trabajadores a la demanda. Gracias a las políticas y las técnicas de mercadeo, especialmente el crédito, el capitalismo moderno incorpora más y más consumidores hacia la base de la pirámide. De esta manera, las clases medias y pobres, incluyendo las obreras, van constituyéndose en factor clave del consumo. No obstante, esto no es infinito. Llega un momento, cada vez más corto, en que la oferta global es mucho mayor que la demanda ampliada, se acumulan los inventarios y viene la crisis.
En los países capitalistas avanzados, la miseria tiende a desaparecer. Ahora, si tales países meten en su órbita a los países subdesarrollados, heredan, por decirlo así, su pobreza y su miseria. Así, en la escala mundial, hay países burgueses y países proletarios, agravándose las contradicciones del sistema como un todo mundial.
Hoy se puede plantear que la antinomia entre la clase trabajadora y la empresarial ha sido desbordada mundialmente, en razón a que Estados Unidos, como núcleo central del imperio constituido por un puñado de antiguas metrópolis y por todos los capitalistas importantes de los distintos países, se enfrenta al conjunto de los pueblos, la mayoría en condiciones de miseria.

2.     Ampliación de la contradicción básica del capitalismo
Para Marx, la antinomia central del capitalismo se plantea entre el carácter social de la producción (división y subdivisión del trabajo), carácter masivo del empleo, y apropiación privada del producto. En realidad, es entre la naturaleza social de la producción, la distribución, el consumo; y los servicios financieros, de educación, de salud, vivienda, etcétera, y el control que sobre todo este universo ejerce la minoría plutocrática. Entre la índole social, pública, de la política (partidos, Estado), y el control real que sobre ella ejercen las castas parlamentarias y gubernamentales.
Planteadas de esta manera las cosas, la contradicción es entre el conjunto de la sociedad (profesionales, intelectuales, técnicos, científicos, pequeños y medianos propietarios, obreros y campesinos) y la oligarquía (propietarios monopolísticos de la tierra, la industria, el comercio, las corporaciones financieras, los servicios, el aparato central del poder, el Estado), interesada maniática, obsesivamente, en la obtención de lucro por encima de cualquier otra consideración.
El objetivo central y estratégico, la sustitución del sistema capitalista hoy en la fase imperial (dominio universal de Estados Unidos), por un orden sistémico en el cual tanto la producción como el producto y su distribución sean realmente sociales, gracias a que la propiedad no sea ni capitalista ni estatista sino comunitaria (familiar, de los trabajadores intelectuales y manuales, de los vecinos, etcétera), y a que el Estado, en sus ramas legislativa y ejecutiva, esté integrado con la participación directa de los estamentos sociales: jóvenes, madres de familia, trabajadores, representantes comunitarios organizados celular y piramidalmente, desde la manzana de barrio y de la vereda hasta los más altos grados de gestión. Una propiedad, una sociedad, un Estado comunitarios en los que se haga imposible la concentración del poder, el predominio de minorías. Una sociedad basada en el trabajo y no en el capital, ni en el poder burocrático o hegemónico de los políticos.
Lo que hasta hace poco, históricamente hablando, era una utopía, casi un sueño místico: el que hubiera pan para todos y satisfacción de las más importantes necesidades, se ha vuelto técnica y económicamente una posibilidad cierta. Antes de la revolución científica, la productividad agrícola y la artesanal estaban muy por debajo de esa posibilidad.
Hoy, y cada vez más a medida que pasa el tiempo, el problema es de sobreproducción, más si un porcentaje considerable de la población está marginada de los consumos esenciales por insuficiencia de ingresos determinada por el desempleo, tal como ocurre en los países de escaso desarrollo (antiguas colonias y semicolonias). Si se eliminan las limitaciones y las perversiones derivadas del régimen de propiedad prevaleciente, es perfectamente viable que el producto alcance para satisfacer los requerimientos básicos de la sociedad en su conjunto, sobre todo si, eliminada la dependencia y la sobreexplotación, los recursos productivos de tales países, hasta ahora no explotados o irracionalmente explotados, entran a aumentar el producto bruto mundial. A tal punto está llegando la explosión productiva, que el mercado tradicional, el mercado capitalista, la producción para el lucro, están dejando de ser funcionales, se encuentran en un callejón sin salida. En tales términos, coincidirán la economía y la justicia distributiva. Será imposible evitar la revolución.

Fundación Centro de Estudios Escuela para el Desarrollo
Formato: 17 x 24 cm
304 páginas

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