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Trump. America first

Trump. America first

En este colosal teatro llegará a su fin el colosal problema
José Martí

 

Donald Trump fue elegido el 8 de noviembre de 2016, por menos de la mitad del electorado estadounidense, como Presidente del más poderoso dominio de la historia humana. Con su elección los poderes coaligados que le catapultaron acudieron a un recurso atípico y extremo para mantener con vida un organismo moribundo: el sistema de dominio económico, político y militar mundial liderado por los Estados Unidos.

En el colosal teatro del absurdo en el que fue instalada la humanidad con el imperio global sostenido de la ley de la ganancia, la dirección política rusa se encontró con el poder económico judío y con los militaristas y supremacistas blancos en la tarea de instalar a Trump en la presidencia de los Estados Unidos.

Trump, enfrentado a las acusaciones de la intervención de Putin en su elección, apeló a un expediente propio de su carácter de empresario audaz y sin escrúpulos: huir hacia adelante. El jueves 22 de marzo de 2018 nombró a John Bolton como Consejero de Seguridad Nacional en reemplazo del general Raymond McMaster, un recio y extraordinario conocedor de la guerra contrainsurgente, considerado por la revista Time en el año 2014 como uno de los cien personajes más influyentes del mundo, quien fue removido de su cargo por sus cada vez más amplias diferencias con las opciones barajadas por Trump para afrontar la geopolítica global, opcionadas cada vez más radicales o llevadas al ascenso de los extremos.

Pocos días antes de tal decisión Trump había destituido vía twitter a su Secretario de Estado, el petrolero Rex Tillerson, reemplazándolo por Mike Pompeo, proveniente de la dirección del espionaje norteamericano. Casi al mismo tiempo Gina Haspel, que tiene en su hoja de vida el cargo de ordenar torturas en Tailandia e Irak, fue nombrada por Trump en la dirección de la CIA.

Con ese equipo Trump ubicó en la primera fila del entramado encargado de la política exterior a un conjunto de belicistas anhelantes de entrar en el campo de batalla para resolver los problemas de la economía estadounidense, para lo cual Trump propone la divisa America First: Poner primero a los EE.UU.

No hay ninguna novedad histórica en esta vertiginosa deriva hacia una era de confrontaciones abiertas, salvo la capacidad destructiva del armamento nuclear con que ahora juegan los principales actores del escenario internacional. En la segunda mitad de los años treinta también la red corporativa, a través de Hitler y Mussolini, promovió un nuevo orden internacional con base en la ocupación militar y la guerra.

Hay un punto en el que el curso de los acontecimientos internacionales escapa por completo al control de cualquier actor, por poderoso que sea. La volatilidad molecular alcanza en el nivel de ebullición la antesala de configuraciones inesperadas, en las que nuevas fuente de influencia pueden alterar el horizonte que aparece como inexorable. Es un momento de no retorno, en el que las acciones y reacciones toman una dinámica propia. Pareciera que el sistema complejo de la vida en el misterioso planeta que la hizo posible ha llegado a ese umbral.

Sube la tensión

El 27 de marzo los medios internacionales anunciaron la expulsión de 60 funcionarios rusos de los Estados Unidos por el asesinato del contraespía ruso Skripal y su hija, en hechos acontecidos el 4 de marzo en Inglaterra. Otros sesenta funcionarios rusos fueron expulsados de diversos países de la Unión Europea, en una evidente decisión coordinada para dejar en claro que la confrontación por venir será contra toda la Otan. Putin no dudó en responder con igual contundencia, de manera que las piezas están en tablas.

Como un tiempo que anuncia renaceres, en el propio territorio estadounidense en este momento hay de nuevo grandes fuerzas sociales y políticas enfrentadas. En agosto del 2017, en Charlottesville, una pequeña localidad del estado de Virginia, miles de neonazis, integrantes del KKK y otras organizaciones de supremacistas blancos se reunieron con la consigna United the Right: Unir la Derecha, y corearon la consigna nazi: Tierra y Sangre. La marcha fue realizada con antorchas y cercaron a pequeños grupos que resistían con su presencia la intimidante movilización que arrojó varias víctimas mortales.

Pese a ellos, pese a la intimidación, miles de miles de quienes pueblan aquel inmenso territorio, adelantan huelgas y movilizaciones por sus derechos, entre ellos docentes de varios estados. También dejan sentir su voz miles de jóvenes exigiendo control para el comercio y uso de armas de fuego, así como mujeres que reclaman igualdad y justicia.

Un inmenso complejo militar industrial que precisa de las guerras para sostener sus ingresos se encuentra ante multitudes frustradas, resentidas, temerosas, endeudadas, habitadas por un pavoroso vacío que alterna con el odio fanatizado en el lugar antes ocupado por el sentido de vida.

También el mundo financiero, que erigió su imperio global sobre la credibilidad, enfrenta ahora la erosión de su poder, con mayor evidencia desde la crisis desatada en el año 2008; este poder clama por acciones que apuntalen su inmenso poder vinculado a la deuda interna e internacional y no desligado de los narcodólares. Reactivar la falsa guerra contra las drogas garantiza el flujo del dólar vinculado a tal economía1, a la par que genera réditos políticos al interior de los EE.UU., y fortalece la capacidad de intervención en el sur, en especial en la estratégica Colombia que tanto sirve y puede servir en el nudo gordiano de Venezuela. Además, por si fuera poco, gracias al glifosato, eleva los réditos de la Monsanto.

Otros intereses detrás del trono también dejan ver su sonrisa. El mundo corporativo ligado al petróleo y al carbón también ha celebrado la llegada de Trump a la presidencia por su determinación de no hacer caso al calentamiento climático global e impulsar el fracking, el uso del carbón, la eliminación de regulaciones ambientales y la aprobación de recortes de impuestos para la industria. Los fabricantes de autos también están de plácemes.

¿Estamos ante la patada del ahogado? La celeridad del declive norteamericano es semejante a la velocidad con la que accedió a la supremacía global en la primera mitad del siglo XX. Considerarse a sí mismos como la “Nación indispensable” fue una señal que revelaba desde 1996 que había ingresado en su inexorable proceso de decrepitud.

El 2018 es un año de elecciones legislativas en los Estados Unidos y Trump necesita apuntalar su poder en el Congreso. Nada mejor para lograrlo que emprender acciones osadas que convoquen la atención mediática en su capacidad de lograr dividendos tangibles y anímicos para las mayorías que le votaron.

Bolívar, Pánama, la contrainsurgencia, el Plan Colombia y los narcodólares

El genio político de Bolívar alcanzó a vislumbrar, y así lo expresó el 5 de agosto de 1829 en Guayaquil, el papel que cumplirían los Estados Unidos en nuestro porvenir: “los Estados Unidos parecen destinados por la providencia para plagar la América de miseria a nombre de la libertad”.

En 1903 el zarpazo de Wall Street sobre el paso interoceánico de Panamá corroboró con la contundencia de los hechos la visión del Libertador. Las primeras décadas del siglo XX revelaron el aplastante poder de las corporaciones norteamericanas actuando de consuno con la Secretaria de Estado y el complejo público privado militar industrial. Colombia fue identificada como una de las fuentes de algunos de los más importantes recursos económicos requerido por el imperio: oro, platino, petróleo, así como provenientes de la producción agraria. Y como país fundamental en lo geopolítico por ser puerta de entrada al subcontinente, por su ubicación en la cuenca caribeña y por su vecindad con Panamá2.

La masacre del diciembre de 1928 en la zona bananera, dominada con métodos de servidumbe por la United Fruit Company, mostró la entraña racista del poder angloamericano y la obsecuencia del carácter de la dirección político militar colombiana con las directrices emitidas desde Wall Street y Washington. “El gobierno colombiano tiene la rodilla hincada ante el oro yanqui y la metralla asesina para su propio pueblo”, señaló Jorge Eliécer Gaitán en su denuncia de septiembre de 1929 en el Congreso Nacional.

Los Estados Unidos, en los años cuarenta, identificaron en los ejércitos de Latinoamérica, los organismos de inteligencia y las clases políticas regionales, los sectores cruciales para contener y reversar los procesos de democratización reivindicados por las clases trabajadoras y campesinas, y los clamores de soberanía de las mayorías nacionales en los países del sur3. Con la corrupción, la formación, el entrenamiento, el control sobre los ascensos, y la violencia soterrada o abierta, han podido vigilar, manipular o eliminar las amenazas reales o percibidas como tales para la estabilidad de su dominio.

Y no han dudado para proceder ante lo que consideran amenazas para la continuidad de sus intereses en estas tierras. El 9 de abril de 1948 ejecutaron la primera operación encubierta de gran envergadura en Latinoamérica en el marco de la Guerra Fría4: cortaron de tajo la posibilidad de un gobierno democrático, popular y soberano en el subcontinente. Y lanzaron un mensaje internacional: no toleraremos alteraciones democráticas o de tendencia socialista en nuestro patio trasero. La operación encubierta con la que cegaron la vida de Gaitán significó arrojar nuestra nación a una sangrienta confrontación, extendida hasta la hora presente.

Asímismo, al finalizar los años cincuenta instalaron la doctrina contrainsurgente, declarando toda una franja social como “enemigo interior”. El aparato estatal fue volcado a la guerra interior bajo su instrucción y guía. Como el proceso de aniquilación de la insurgencia contemplaba la eliminación de población y liderazgos civiles, promovieron la creación de un “Estado profundo” alejado del control de la democracia formal. Y como ese aparato de aniquilación y amedrantamiento no podía ser financiado de manera directa por el presupuesto nacional, acudieron a los aprendizajes de Vietnam con la heroína, y utilizaron la cocaína para financiar los escuadrones paramilitares.

La “falsa guerra contra las drogas” le permitió a sucesivos gobiernos norteamericanos recabar apoyo político interno con los espectáculos mediáticos de las acciones “duras” contra los campesinos cultivadores de la hoja de coca y contra algunos narcotraficantes del sur. Monsanto y otras corporaciones se han beneficiado de las políticas de fumigación.
Por supuesto, el problema del consumo adictivo de cocaína por las juventudes de Occidente no finaliza, sino que se mantiene e incrementa. La atracción de las fabulosas utilidades mantiene de una u otra manera la oferta. Nadie ignora que en Colombia el narcotráfico, articulado a la guerra contrainsurgente y al control social, ha tenido vista gorda o apoyo directo para funcionar. Todo esto sin contar los fastuosos beneficios percibidos por el sistema financiero internacional con el lavado de activos.

El Plan Colombia fue aprobado en 1999 ante el temor real de perder el control de la petrolera y estratégica región andina con la elección de Chávez en diciembre de 1998, y el ascenso del poder militar y el avance en el control territorial de las Farc en Colombia. Fue justificado ante la opinión pública norteamericana con el argumento de que era una guerra contra el narcotráfico. Casi veinte años después, con la desmovilización de las Farc, el Plan Colombia es considerado por la red corporativa estadounidense como un triunfo de su política bipartidista en la región. Se celebra también el hecho de que Colombia pagó el 90 por ciento de los costos de tal Plan, elevando de modo notorio el volumen de su deuda externa y el servicio de la misma. Diversas corporaciones bélicas estadounidenses percibieron los réditos de los miles de millones de dólares que costó el mismo.

Trump: fumigaciones, comercio, deuda y Venezuela

Con este contexto y antecedentes no es improbable que la visita del vicepresidente gringo, en reemplazo de su jefe privilegie los anuncios de dureza en la falsa guerra contra las drogas y la reactivación de las fumigaciones. Tal proceder sigue rindiendo réditos al interior de los Estados Unidos, pues la comprensión de la falsedad de ese enfoque permanece distante del dominio público gracias a los velos y la amnesia que establece la mayor parte del aparato mediático.

No sería sorprendente tampoco el anuncio de nuevas acciones contra el régimen venezolano. Contra la mayor parte de los pronósticos, el gobierno de Maduro se ha sostenido y tanto China como Rusia han formulado en el pasado anuncios públicos rechazando el uso de la fuerza militar en la resolución del conflicto que vive el país vecino.

En el plano económico Trump ha solicitado recortar los dineros acordados para apoyar el proceso de paz. Y el Secretario de Comercio formuló hace unos días el ultimátum al gobierno colombiano de cumplir con los acuerdos comerciales con los Estados Unidos so pena de vetar el ingreso de Colombia a la Ocde.

La economía colombiana debe, además, seguir plegándose a las dinámicas económicas y productivas que benefician a las corporaciones norteamericanas y nos mantienen en la dependencia, al tiempo que aseguran el flujo de divisas para continuar pagando la deuda externa derivada del mantenimiento de un inmenso aparato burocrático, civil y militar, de más de un millón de personas, así como por la compra de los arsenales necesarios para librar la guerra política y militar puesta en marcha desde los años cincuenta. Nada nuevo bajo el sol.

 

1 Ver “Narco dólares para principiantes”, http://www.detectivesdeguerra.com/2015/07/narco-dolares-para-principiantes-1.html
2 Moniz Bandeira, Luis Alberto, La formación del imperio americano, Norma, 2007.
3 Mc Sherry, Patrice, Los Estados depredadores. LOM editories, Chile, 2005.
4 Villar Oliver y Cottle Drew, Cocaine, Death Squads and war on terror, Monthly Reviw Press, Nueva York, 2011.

Información adicional

Como fiera enjaulada
Autor/a: Héctor José Arenas A.
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