Entre bloqueos económicos, instigación de sectores de la oposición política venezolana al levantamiento e insurrección social, desinformación, estímulo a la división y alzamiento de las fuerzas armadas y con ello a una guerra civil, saboteos de diverso tipo, aislamiento regional y global, confiscación y embargo de bienes en distintos países, ataque de los poderes económicos y políticos regionales en acción múltiple y simultánea, con ello y mucho más la comunidad internacional es testigo de cómo el intervencionismo abierto y descarnado de los Estados Unidos, el golpismo, está de regreso, método de control de sus intereses más sentidos a la vez que de castigo contra quienes no le siguen de manera acrítica en sus propósitos.
Es una acción que potencia y lleva al límite algunos de los errores cometidos por la conducción del gobierno y del Estado venezolano en dos décadas de dirección chavista, como no lograr darle una orientación de largo plazo al cúmulo de divisas recibidas en momentos de bonanza petrolera, erráticas de igual manera para neutralizar los reiterados ataques sufridos por la moneda venezolana y la especulación desatada con el dólar, así como reiterados y prolongados desatinos para neutralizar la espiral inflacionaria que sufre el país y que ha terminado por empobrecer a amplias capas de su sociedad, motivo de su creciente migración y aún sin límite.
Además, es innegable la incapacidad oficial para el dominio de la economía y la cosa pública que los llevó a confundir la típica redistribución de la renta petrolera, que siempre han tenido –en este caso, ahondada–, con la reorientación del modelo económico y del modelo estatal, de manera que la propiedad pública de los bienes estratégicos del país recayeran cada vez más en la sociedad como actora del proceso de cambio que dicen impulsar y defender, estimulando a la par el surgimiento de miles de medianas o grandes empresas a través de las cuales propiciaran la iniciativa productiva de la sociedad, su eficiencia y manejo ético, superando por esta vía la dependencia alimentaria y en otras áreas que ha caracterizado a Venezuela, fuente del desangre constante de divisas y del ahorro nacional. Igualmente, disminuir el Estado debió ser propósito constante, entregando cada vez más funciones de manera directa a la comunidad y al protagonismo colectivo, que es uno de los sentidos de toda revolución que pretenda trascender el capitalismo y que en esta experiencia no ha sido propósito ni de mediano ni de largo plazo.
El cambio tampoco se alcanza a percibir en la matriz petrolera que determina la economía del país, ahora ensanchada con el proyecto que cubre toda la franja del Orinoco, motivo de desprecio de las comunidades que allí habitan, así como del medio ambiente. Una creciente deuda externa, que quiebra la autonomía y la soberanía nacional, y disminuye la cohesión de fuerzas demandada por todo proceso de cambio, junto con una militarización de la sociedad, también suman como factores que abren compuertas para la filtración de los contrarios y sus avances en la acción golpista.
Son aquellos los errores que ahora cobran su precio, como lo cobra el hecho de no haber potenciado una fractura cultural que cuestionara la mentalidad consumista allí consolidada y asimismo fortaleciera la participación comunitaria, dándole espacio al pluralismo ideológico y político, cuestionando la idea de hegemonía partidista, el culto al líder y otro cúmulo de prácticas que en décadas pasadas han cobrado su precio en otros procesos sociales con pretensiones más profundas de transformación social.
Amparados o favorecidos por una sociedad que vive una dinámica de fraccionamiento interno, producto de ver menguadas sus condiciones de vida y de no haber encontrado los canales óptimos para liderar los procesos de cambio de que se habla desde el Gobierno, el intervencionismo encuentra canales para potenciar sus propósitos.
El intervencionismo es abierto, ahora con eco en tiempo real a través de diferentes medios de comunicación adscritos a la matriz dominante en el mundo, que es el regreso de la geopolítica del garrote, vigente en años anteriores –con gobiernos de “mejores maneras”– a través de métodos menos incruentos, como también lo atestiguó la comunidad internacional en los casos de acciones intervencionistas que dieron al traste con presidentes como Manuel Zelaya en Honduras (2009) y Fernando Lugo en Paraguay (2012).
Hoy se presenta una clara imposición de intereses y de la geopolítica de la fuerza, instigada en esta oportunidad, además, por la crisis del Imperio de las 50 estrellas y el ascenso de quien se proyecta como su sucesora, China, así como de Rusia, su par en cuanto a poder nuclear, quienes le plantan base en todas las agendas globales, así como en diferentes territorios. Estamos, por tanto, ante un tinglado de la crisis global, donde ganan los imperios y los pueblos pierden.
Memoria, pasado y presente
Como es sabido, el intervencionismo en contra de Venezuela no conoció sus primeras acciones en enero del año en curso sino que propició conspiraciones desde cuando Hugo Chávez fue ungido por primera vez por la sociedad venezolana para dirigir el gobierno de su país, la más recordada de las cuales fue el intento de golpe de 2002, encabezado por el presidente de Fedecámaras, Pedro Carmona, desde entonces protegido por el gobierno colombiano. “Guarimbas” –intentos de alzamiento social– de distinto calibre tuvieron escenario a lo largo de la década en curso.
La acción intervencionista en marcha, como la de ahora, viola todos los mandatos internacionales y tratados que convivencia firmados entre los países que integran la comunidad internacional reunida en Naciones Unidas, la cual reconoce la soberanía territorial, política, económica, etcétera, de todos y cada uno de los Estados-Nación admitidos como tales. Entre las normas estipuladas por el Derecho Internacional, se cuentan el respeto de la soberanía de cada uno de los Estados y el derecho de cada pueblo a resolver sus conflictos por cuenta propia.
En esta ocasión, la intromisión también tiene como actores a diversos gobiernos de la región, todos ellos marcados por la misma matriz ideológica y política, la misma de quien ahora habita la llamada Casa Blanca, envalentonado por su mayoritario dominio regional y continental, afanado por imponer y consolidar un claro hegemonismo neoliberal, que sin duda pretende más reformas y privatizaciones –si aún existe algo por privatizar– lesivas de los intereses de quienes habitan estos países, amén del absoluto control territorial de lo que es conocido como su “patio trasero”.
La iniciativa de dominio y control, coordinada, claramente planeada, deja al desnudo la conspiración en curso apenas Juan Guaidó se autoproclamó como presidente encargado de su país, al recibir inmediato reconocimiento de parte del gobierno de Donald Trump, seguido del tinglado presidencial de la mayoría de gobiernos de esta parte del mundo.
El pronto reconocimiento, en el caso del gobierno colombiano, es patético. Animado por la afinidad ideológica que encuentra con el poder que impidió que nuestro país trazara un camino propio desde hace mucho más de un siglo, y que en las últimas décadas estimula la intensificación de diversas guerras en el territorio (la de narcóticos y la del mal llamado Plan Colombia, entre ellas), el gobierno en cabeza de Iván Duque no deja de actuar como si fuera el “matón del barrio” ni de tildar a su par venezolano como dictador, no desaprovecha ocasión para llamar a los militares de aquel país a la desobediencia y al alzamiento –es decir, a la guerra civil–, propagandea a los cuatro vientos la pobreza y la crisis ajena como ‘argumento’ que permitiría allí la intervención internacional, estimula a la oposición de aquel país, entrega recursos de diverso tipo para la guerra política y psicológica en curso, en fin, conspira de manera abierta para que el golpe de Estado sea una realidad.
Todo esto, que ya era constancia en 2018 e incluso mucho antes, durante lo corrido de 2019 resaltó con más fuerza, día tras día, y el 22 y el 23 de febrero ganó más realce, a punto de que, por voluntad y decisión del grupo en el poder, decidieron ofrecer nuestro país como cabeza de playa para provocar un conflicto armado con Venezuela. Esta acción, amparada en una supuesta “ayuda humanitaria”, llevó al gobierno colombiano a disponer asesoría y transporte, además de protección, para que Juan Guaidó saliera de su país y participara el día 25 en la reunión del “Grupo de Lima”. Por fortuna para la vida de millones de connacionales, una provocación tras otra no trascendieron en confrontación armada abierta. Todas las opciones siguen sobre la mesa, repite Mike Pence en Bogotá, con eco de Guaidó.
Y todo esto, además de coincidencia con quien los utiliza como piezas en el concierto internacional, por unos dólares, como lo expuso el propio presidente Duque en días pasados:
Así que quiero que ustedes vean con claridad que si retorna la democracia y la esperanza a Venezuela se abrirá un mercado de más de siete mil millones de dólares que Colombia perdió por cuenta de los estragos de la tiranía (1).
Más claro no puede ser. No existe, por tanto, como de manera poco convincente palabrea Duque, amor ni respeto por la democracia, aquella máxima liberal que no cumplen de manera plena en casi ninguno de los países que la asumen como soporte de su régimen político, máxima que, por demás, está totalmente fracturada y ya no alcanza a soportar el edificio legal del capitalismo.
Estamos ante una convicción recubierta de intereses económicos, más que de respeto por unas ideas, lo que siempre ha orientado la política internacional de los Estados Unidos, así reafirmado en época del tristemente conocido Henry Kissinger, quien decía que “América Latina no es un problema de política exterior de Estados Unidos. Es una cuestión doméstica de nuestro país” (2), precepto fundado en la lapidaria “América para los americanos”, pronunciada en el siglo XIX, y que de nuevo repite el Imperio en los días que cursan como justificación para meterse en Venezuela, cuando dice que “el hemisferio occidental es ‘nuestra región’” (3). Propiedad, dominio y/o control que ahora, en tiempos de disminución de su poder global, es aún más imperioso y por el cual proyectan la extensión de sus estrategias de desestabilización y golpes de Estado más allá de Venezuela, incluyendo en tal agenda a Cuba, Bolivia e incluso Nicaragua –tan lejos de un proceso social alternativo– y cualquier otro país que se plantee agenda propia. No es de extrañar, por consiguiente, que, si ahora o dentro de unos pocos meses no prende la guerra en Venezuela, en poco tiempo sí la haya en otra parte de nuestra región. Son tiempos belicosos, no hay duda, más aún cuando las elecciones de 2020 obligan al sector que hoy domina en los Estados Unidos a desplegar todo tipo de estrategia para engañar incautos y multiplicar votos para su anhelada reelección.
¿Cuál democracia, entonces, defienden? La del capital, no hay duda, la de las ganancias para ellos, la del control y el sometimiento regional, la de que no hay competencia real entre empresarios sino rémoras pegadas al Estado que expide leyes de diverso tipo para beneficiarlos, la de la violencia y el sometimiento. Es obvia la instigación al golpe de Estado y el desprecio por la democracia efectiva, aquella que delega realmente en el pueblo la definición, la orientación y el control de los asuntos que hoy monopolizan el Estado y los gobiernos de turno, uno de los cuales despliega un libreto ya conocido, el de la Guerra Fría, liderada desde el alto gobierno estadounidense en su más reciente etapa por dos halcones de la más rancia estirpe: Mike Pompeo y Elliott Abrams, y que reproduce lo que se conoce por doquier como “Principios elementales de propaganda de guerra” (4):
“Nosotros no queremos la guerra” –dicen. El jefe de la diplomacia estadounidense, Mike Pompeo, nombró a Elliott Abrams como emisario para “restaurar la democracia” en Venezuela. “[…]. Hay muchas dimensiones sobre cómo podemos asistir a los venezolanos para lograr la democracia y vamos a ser responsables de liderar ese esfuerzo”, dijo Pompeo (5).
“El adversario es el único responsable de la guerra”. –En este caso y hasta ahora, de la intervención de los Estados Unidos en beneficio del pueblo venezolano, “al cual queremos librar del ‘usurpador’”.
“El enemigo tiene el rostro del demonio”. –Maduro, dictador, narcotraficante, asesino, causante de crímenes de lesa humanidad (6).
“Enmascarar los fines reales de la guerra, presentándolos como nobles causas”. –Queremos evitar la hambruna que padecen los venezolanos y la falta de medicamentos de todo tipo. Por ello llevamos “ayuda humanitaria”.
“El enemigo provoca atrocidades a propósito. Si nosotros cometemos errores, es involuntariamente”. El dictador niega lo básico a su pueblo, como la atención médica, lo que provoca la muerte de “miles” de niños y otras personas, además de que asesina a todo el que reclama democracia.
“El enemigo utiliza armas no autorizadas”. Etapa por desarrollarse.
“Nosotros sufrimos muy pocas pérdidas; las del enemigo son enormes”. Etapa por desarrollarse.
“Los artistas e intelectuales apoyan nuestra causa”. La prueba es el concierto desarrollado en la frontera con Cúcuta el pasado 22 de febrero.
“Nuestra causa tiene un carácter sagrado”. –La defensa de la democracia es prueba de ello.
“Los que ponen en duda la propaganda de guerra son unos traidores”.
La concreción de estos preceptos, con todas sus consecuencias, está en curso y depende de quienes reconocen que la soberanía de cada país es mandato sagrado para la paz local, regional y global, para que el despliegue de los mismos no logre sus pretensiones.
1. Duque, Iván. “Palabras pronunciadas en la inauguración de la 39 Feria internacional del calzado, marroquinería, insumos y tecnología”, 5 de febrero de 2019. Dijo, además, en aquella ocasión: “Y nosotros somos un país democrático que no tiene espíritu belicista pero que tiene firmeza para defender los principios. Y yo por eso, hoy les digo a ustedes que si logramos entre todos los países del continente el fin de la dictadura de Venezuela y si permitimos que Venezuela recupere las libertades y recupere la vocación empresarial y recupere el consumo, ahí tendremos también una gran oportunidad para Colombia./ Hoy me siento orgulloso como presidente de Colombia, de trabajar con otros presidentes para que retorne la libertad a Venezuela y haré todo lo que esté en mi poder para poder lograr esa transición que va a beneficiar a Colombia y al sector industrial y al sector de calzado y al sector de la industria fronteriza en nuestro país”.
2. Steinsleger, José. “Venezuela y la mafia humanitaria”, La Jornada, 20 de febrero de 2019.
3. Brooks, David, “Gobierno de EU justifica la intervención en Venezuela: es nuestra región, afirma”, La Jornada, 22 de febrero de 2019.
4. Morelli, Anne. Principios elementales de propaganda de guerra (utilizables en caso de guerra fría, caliente o tibia). Editorial Argitaletse Hiru, S.L., España, 2002”, p. 155.
5. Tele13, 25 de enero de 2019. http://www.t13.cl/noticia/mundo/ee.uu.-nombra-nuevo-emisario-restaurar-democracia-venezuela).
6. “Estados Unidos aseguró que Maduro es un ‘dictador’”, http://diariodelcauca.com.co/noticias/internacional/estados-unidos-aseguro-que-nicolas-maduro-es-un-dictador-492140.
Leave a Reply