«Un movimiento para que sea revolucionario,debe enfrentar toda la realidad sin fragmentar;tiene que transformar todo en profundidad.»
Hugo Chávez.
Esta cita, colocada al final del pasado editorial de desde abajo, parece bastante sugerente para continuar la discusión sobre el momento político por el cual estamos atravesando, o más bien, para contextualizar las respuestas a la pregunta que nos hemos hecho en varios escenarios, que si con los hechos del 25 y 26 de octubre del año anterior se dio paso a una nueva etapa de la lucha política y social. Y es oportuna la cita porque el análisis que hace la editorial cae, en algunos pasajes, en un análisis fragmentado. Sobre estos puntos es necesario abrir un debate, apuntando algunos elementos no tenidos en cuenta.
¿En el país ha ocurrido un cambio de rumbo político?
Sin bajarle el perfil al importante hecho de que una propuesta con camiseta alternativa haya alcanzado las alcaldías de Bogotá, Barrancabermeja, Pasto y la gobernación del Valle entre otras, es necesario hacer una análisis mas profundo del hecho y especialmente de sus tendencias y posibilidades.
Sin lugar a dudas que en octubre del año pasado se expresó una amplia franja de la población, especialmente las capas medias urbanas, las cuales mostraron su descontento y rechazaron un Referendo que les metía las manos a su ya menguado bolsillo. Estas mismas capas medias votaron en contra del alcabalero heredero de Peñalosa al día siguiente.
Este es un fenómeno de opinión y acción política que no se puede ocultar. Sin embargo, más allá de este hecho cargado de espontaneismo vale la pena preguntarse por tres elementos que configurarían un cambio de rumbo político: a. ¿Existe un proyecto que encarne, capitalice y recoja esos sentires espontáneos? b. ¿Hay en curso una dinámica organizativa que canalice en el mediano y largo plazo los descontentos populares y de esas capas medias? y c. ¿Estos triunfos cuestionan el poder establecido?
Tres meses después de los hechos podemos hacer una análisis mas sereno. Sobre la primera cuestión salta a la vista la falta de cohesión e iniciativa del Polo Democrático Independiente –PDI– a la hora de proyectarse como alternativa duradera. La variedad de discursos e intereses hacen de esta colectividad una colcha de retazos que se mantiene unida precisamente por el triunfo alcanzado. El PDI se mueve en la ambivalencia de ser alternativa y el no poder alejarse de la legitimidad y legalidad que el establecimiento otorga. Esa ambigüedad no le ha permitido canalizar las simpatías que despierta en organizaciones de base y sectores populares. En materia política son notables los bandazos dados en temas candentes. Respecto al ALCA, que como dice el editorialista solo nos dejara mayor crisis social y guerra, no hay en el PDI unidad de criterios: algunos lo rechazan de plano, otros creen que es necesario negociarlo. Un comportamiento similar ha pasado en temas como la lucha contra el terrorismo y el paquete por mencionar solo algunos. Así las cosas, estamos abocados aun escenario confuso con un PDI que tiene parte del gobierno es sus manos para demostrar un camino diferente, pero al parecer con una ausencia de voluntad política para realizar transformaciones.
En el caso particular de Lucho ya se ven con claridad las auto limitaciones. Los poderes y grandes intereses en juego sin duda ejercen una gran presión, pero es en ese enfrentamiento donde puede legitimarse una opción popular de gobierno. El negocio del Transmilenio, el de la descontaminación del río Bogotá, aquel otro de la vivienda o el de la malla vial, no son tocados, lo que quiere decir que los ricos de siempre mantienen sus privilegios. Por otra parte no ha habido ningún pronunciamiento por parte del Alcalde o sus funcionarios respecto a temas tan álgidos como la carga impositiva a los ciudadanos: irracional sistema de extracción del ingreso desde la población hacia el sector financiero. Todo ello puede indicar que lo que va a cambiar en la ciudad se mueve más por los imaginarios, que por los hechos reales y las soluciones de fondo a la crisis socio-económica.
Frente al problema organizativo nos encontramos ante una situación variopinta: Con Lucho en la alcaldía se ha generado una gran dinámica de reuniones y convocatorias locales. Lo mismo parece suceder en el Valle y Nariño. Sin embargo, eso no repercute, al menos hasta hoy, en la recuperación de los movimientos sociales. Mas bien, las expectativas de acceso a recursos y proyectos generan un agrupamiento transitorio que, sin proyecto de desarrollo y poder, se puede transformar en una especie de clientelismo democrático.
No podemos olvidar que asistimos a la destrucción mediante la guerra y la ley de múltiples expresiones sociales y sobre esta situación no hay pronunciamientos concretos. Por ejemplo, sería importante saber cual va a ser la política de Lucho y Angelino frente al ataque que sufre el sindicalismo y los abusos que empresarios y gobierno vienen cometiendo contra los trabajadores.
El problema del poder es tal ves el más complejo, y el comportamiento de los movimientos de los actores políticos y sociales nos pueden dar las respuestas. Un golpe de opinión, como el de octubre abre una brecha para la actuación de los movimientos alternativos, sin embargo esto no se dio. Nadie entró a capitalizar esos triunfos. La ausencia de liderazgo es total: ni la Gran Coalición Democrática, ni el PDI, ni el Frente Social y Político generan la suficiente credibilidad y capacidad de convocatoria para impulsar iniciativas como la que se plantea de Junta Nacional, que de materializarse, eso si, cuestionaría el poder existente.
Pero aún estamos lejos de ello. El poder de la oligarquía y del imperio están intactos. La contraofensiva, con visos de venganza, desatada por Uribe y su comparsa, y la incapacidad de respuesta, desnudan la debilidad del proyecto en el movimiento popular y democrático en Colombia.
¿Cambió el mapa político?
Aquí hay que hilar más fino, teniendo en cuenta la trama de alianzas que llevaron a los cargos públicos a Lucho y compañía. Por ejemplo en Bogotá, no se puede desconocer el importante apoyo del Partido Liberal y de sectores conservadores, que se expresa en la composición del gabinete.
El caso de Barrancabermeja es aun más complejo, ya que según las organizaciones sociales de la región, el alcalde Cote salió con el apoyo del coronel Hugo Aguilar, gobernador electo de clara orientación uribista. En el Valle del Cauca la amalgama de alianzas es también diversa y la negociación compleja.
En otro sentido hay que tener en cuenta que mediante una combinación de diferentes formas de agresión, que ha implicado detenciones masivas y asesinatos, algunas regiones quedaron en manos de los sectores mas recalcitrantes del proyecto de Derecha, como es el caso de Arauca, Norte de Santander y el ya mencionado Santander, sin mencionar el retroceso en los departamentos de Cauca y Tolima.
Es decir el mapa si ha cambiado pero no en calidad: lo que se ganó en unas regiones se perdió en otras sin desconocer la importancia que la alcaldía de Bogotá tiene para el análisis. En algunas partes ya se dice que el bipartidismo sigue gobernando.
¿Una Junta Nacional?
Una Junta de Reconstrucción pude ser un nuevo polo aglutinador de una proyecto nacional y ojalá las condiciones maduren hacia allá. Sin embargo, preocupa la debilidad de los actuales agrupamientos que deberían jalonar esta propuesta: PDI, Frente Social y Gran Coalición. Nadie parece interesado en echarse esa responsabilidad a la espalda. Apostarle por otra parte a figuras individuales, por muy respetables que sean Carlos Gaviria o el mismo Lucho, es volver al viejo esquema de caudillos que al caer arrastran al movimiento tras de sí.
Sobre este punto vale la pena preguntarse ¿cual sería el papel de la Insurgencia en esta Junta? Querámoslo o no, las farc y el eln representan proyectos históricos con un peso específico en la vida nacional y no parece posible jalonar una iniciativa de esta magnitud sin contar con su actuación. No se trata de una convocatoria ciega. El movimiento social debe desarrollar un dialogo abierto y critico con la insurgencia, pero en la actual correlación de fuerzas y de poder, su participación parece insoslayable.
Así las cosas, un análisis global nos dice que no hemos avanzado hacia un nuevo momento político. Si bien la coyuntura nos muestra algunos niveles de desgaste del régimen, este sigue teniendo capacidad de convocatoria y niveles de credibilidad que le permiten impulsar las anti- populares medidas en el terreno socioeconómico y represivo de los últimos días.
Pero como expresa la editorial este es un momento de decisiones: a las ya mencionadas salidas socialdemócrata y popular revolucionaria hay que agregarle una adicional: la profundización del régimen de ultraderecha, lo cual significaría la destrucción total de las formas organizativas democráticas y de izquierda. Indudablemente el reto está en gran medida en nuestras manos, en recomponernos como movimiento social y de izquierda para llegar a tiempo, con proyecto y estructuras a la inevitable explosión social que provoca el neoliberalismo fascista de Uribe, y esa es la tarea.
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