El capital sólo puede existir como fracciones privadas de valorización. Son las empresas: centros de acumulación enfrascadas en una lucha constante para aumentar el valor de su núcleo de capital. El cambio técnico es uno de los instrumentos más importantes de esa competencia intercapitalista. Por eso el capitalismo genera continuamente innovaciones técnicas.
Éste es un rasgo que resaltan tanto los aduladores del capital como sus críticos. Y de ahí muchos concluyen que el capitalismo está dotado de una gran capacidad de adaptación a los cambios que se producen a su alrededor.
Pero el capitalismo también está lastrado por inercias profundas que frenan su capacidad de cambio. La razón es que una vez que se han realizado las inversiones asociadas a una trayectoria tecnológica, el capital tiene que amortizarlas y resiste los cambios con la misma tenacidad con la que antes empujaba las transformaciones. Por eso los funcionarios de las empresas transnacionales, que llevan la lógica del capital hasta en las venas, resistirán con todas sus fuerzas cualquier amenaza a su base de poder. La flexibilidad de la economía capitalista tiene límites poderosos.
Por ejemplo, hay algo que no ha cambiado en la trayectoria tecnológica del capitalismo en los últimos 200 años. El proceso de acumulación ha estado cristalizado sobre una plataforma energética de combustibles fósiles. Desde los albores de la revolución industrial la base material del capitalismo, a escala global, depende de una manera u otra de la extracción y utilización de combustibles fósiles. Este perfil energético terminó por alterar la composición química de la atmósfera en estos dos últimos siglos.
Hoy sabemos con certeza que esto constituye la peor amenaza para la especie humana. La única manera de enfrentar estos cambios en la atmósfera implica transformaciones profundas en la estructura material que sostiene la acumulación capitalista. El capitalismo resistirá esos cambios, porque los costos asociados se presentan como insoportables a los funcionarios del capital. La conferencia de Copenhague sobre cambio climático es la prueba.
En esta importante conferencia la solución planteada desde los centros de poder descansa en dos vertientes que son funcionales a la acumulación privada. La primera es el mercado de carbono, una falsa solución que acabará por imponerse en la declaración final de Copenhague. En este esquema, miles de empresas recibirán gratuitamente cuotas permitidas de emisiones de gases invernadero. Podrán vender el excedente no utilizado en un mercado especial, supuestamente creando los incentivos para la gran transformación de la base energética. Es un premio para los contaminadores históricos, no un instrumento eficaz para reducir y estabilizar las emisiones de gases invernadero.
La segunda vertiente es el esquema de financiamiento para que los países pobres puedan reducir sus emisiones y adaptarse a los efectos del cambio climático. La Agencia Internacional de Energía calcula las necesidades de los países que no son miembros de la OCDE en 197 mil millones de dólares (mmdd) de inversiones para reducir las emisiones de carbono para el año 2020. Si, como se propone por los países ricos, esos recursos son manejados por el Banco Mundial, ya nos podemos despedir de cualquier cosa que se parezca al desarrollo sustentable.
Obama piensa que los países ricos pueden llegar a un acuerdo sobre la cifra de 10 mmdd anuales en Copenhague. Pero también ha señalado que a largo plazo la mayor parte de los recursos deben provenir del sector privado. Para ello, la Casa Blanca y el Banco Mundial insisten en que los países pobres deben ofrecer incentivos para las inversiones que podrían reducir las emisiones de carbono. Ya sabemos cuáles son esos incentivos: apertura, privatización, desregulación. Es decir, hay que perpetuar el modelo neoliberal para asegurar una solución al cambio climático.
Así se cierra el círculo. Por un lado se exigirá a los países pobres mantener “incentivos” para atraer inversiones extranjeras necesarias que supuestamente reducirán las emisiones de gases invernadero. No importa que el modelo neoliberal sea un insulto social y ambiental. Por el otro lado, se va a “garantizar” que tengan acceso a un buen mercado internacional de bonos de carbono con el fin de canalizar más recursos para reducir las emisiones de carbono. No importa que el mercado de carbono sea un gran fracaso anunciado.
El capital y sus centros de poder prefieren llevar a la ruina al mundo entero, antes que sacrificar sus fuentes de privilegios. Las grandes corporaciones cuya capacidad productiva descansa en los combustibles fósiles van a oponer feroz resistencia a todo lo que suene a cambio. Poco importa que la perspectiva de procesos de cambio climático descontrolados constituya la peor amenaza para la humanidad y la biósfera. El capital, en su delirio de acumulación sin fin, está dispuesto a sacrificarlo todo. Si las organizaciones sociales no ejercen la presión suficiente, la conferencia de Copenhague será un espacio para profundizar la destrucción ambiental y la explotación social.
Alejandro Nadal. http://nadal.com.mx
“¿De qué sirve un acuerdo que destruye el mundo?”
El portavoz de los países en desarrollo, el sudanés Lumumba Stanislaus Kaw Di Aping, ha arremetido contra el borrador del Acuerdo de Copenhague preparado por la presidencia danesa. “El primer ministro danés está desesperado pero no debería confundir su carrera política con un acuerdo a cualquier precio. Debe haber un punto intermedio entre la voluntad de los países ricos y los pobres”, ha señalado el portavoz del G77 más China, que representa a los países en desarrollo. Éstos denuncian que el borrador está diseñado por y para los países ricos y acusan a Dinamarca de ponerse del lado de los países desarrollados en vez de buscar puntos de acuerdo entre los bloques: “Los países desarrollados tienen una responsabilidad histórica por haber dañado la atmósfera durante los últimos 200 años”.
Aun así, Di Aping ha negado que se vaya a producir un boicoteo a las negociaciones como el que llevaron a cabo los países africanos en la reunión previa en Barcelona: “Esperamos que el sentido común y la sabiduría triunfen. Sabemos que entre los líderes de los países desarrollados habrá gente concienciada de este reto y que los ciudadanos de los países desarrollados preguntarán a sus líderes: ¿De qué vale un acuerdo que servirá para destruir el mundo? ¿Para qué sirve? ¿Cuáles son las implicaciones políticas y de seguridad para este siglo?”.
El embajador sudanés, con su tono pausado para enfatizar las ideas, ha criticado hasta el objetivo de limitar el calentamiento a dos grados respecto a la era preindustrial: “Los dos grados centígrados es devastador para África. Déjenme que lea la siguiente frase del cuarto informe del IPCC: ‘Las cuatro regiones de África y en todas las temporadas la temperatura aumentará entre tres y cuatro grados, aproximadamente 1,5 veces la respuesta global a la temperatura. Con dos grados eliges que África tiene que aceptar una subida de 3,5 grados. Además no hay base científica para los dos grados centígrados”.
El secretario de la Convención de Naciones Unidas para el Cambio Climático, Yvo de Boer, ha restado importancia al borrador y ha sostenido que “es algo que no existe” y que “no ha estado sobre la mesa de manera formal”. De Boer ha asegurado en una breve comparecencia ante la prensa que “un grupo de países considera que ese borrador no está equilibrado. La gente lo ve como un documento que no quiere que sea la base de la negociación”.
Rafael Méndez| Copenhague (Enviado especial) 09/12/2009, El País
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