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La contaminación lumínica y el negocio de la luz artificial

La contaminación lumínica y el negocio de la luz artificial

En el inicio de los tiempos, según la narrativa del Génesis bíblico, se afirma que el primer acto importante de Dios fue separar la luz de las tinieblas, y una de sus labores finales luego de la presunta y harto dispendiosa creación, fue la de instituir, sagradamente, el ocio al menos un día de la semana. Durante la casi totalidad de la historia de la humanidad —hasta comienzos del siglo XX— fenómenos naturales como la luz diurna y la oscuridad nocturna permanecieron inalterados.

Ahora, apenas comenzando el siglo XXI, se constata que planetariamente existe un notable exceso de iluminación artificial. Casi todos los seres humanos, sean habitantes de la más insignificante urbe o pobladores de los más recónditos rincones de los bosques, anhelan iluminar sus noches para brillar como París (la llamada ciudad luz), y el rechinante Hotel Luxor —en ese emporio de la diversión y el derroche llamado Las Vegas. Una vista distante (y desde arriba) al planeta deja ver que gran parte de las porciones terrestres y algunos fragmentos oceánicos están iluminados, lo cual de lejos aparece como la belleza del fuego en la oscuridad pero, de cerca (y desde abajo), encierra la abominación de una de las grandes tragedias ambientales, sanitarias y existenciales de hoy.

En una noche que debería ser naturalmente oscura, los focos más iluminados e incandescentes del planeta son las urbes y sus alrededores (aún si estos son boscosos o campestres), y la mayoría de los 7 billones de habitantes vive en ciudades (77% en el caso de los países que se denominan desarrollados, y un 44% en los supuestamente subdesarrollados). Los países más opulentos y tecnológicamente desarrollados son las porciones de la geografía planetaria que aparecen más iluminadas con miles de millones de focos artificiales: en Estados Unidos, la Unión Europea, China, India, la noche es una prolongación del día, por obra y gracia de la iluminación artificial); los países subdesarrollados se apresuran a seguir tal senda de iluminación, tal como se puede apreciar en los mapas interactivos en el siguiente link: http://www.blue-marble.de/nightlights/2012. También en la página virtual de (IDA, 2013).

Hoy constatamos los enormes problemas ecológicos (alteración de los ciclos de migración y de alimentación de los seres vivos, y perturbación de los ciclos circadianos que regulan sus horas de sueño, daños en la fotosíntesis y en la polinización de las plantas debido al impacto negativo de la luz artificial en la vida animal); los malestares psíquicos y espirituales de la pérdida de oscuridad natural (con las propensiones al cáncer, al insomnio, a la depresión, y a diversos accidentes por excesiva fatiga); y la gran pérdida de sensaciones de universalidad y cosmogonía, al igual que la extinción de lo poético y los misterioso, debido a la ausencia de un cielo negro y pleno de estrellas y otros astros. Como sabiamente lo advierte (Bogard, 2015), asistimos al ocaso de la noche, y a la consolidación de un imperio de luz artificial.

Una parte —la más evidente—de la contaminación lumínica consiste en que los excesivos focos de luz artificial en las urbes y en los campos generan una nube opaca que oculta la negritud y limpieza del cielo nocturno. Este velo rechinante obstruye cualquier visión de las estrellas y de la vía láctea, lo cual perjudica a toda la gente, a las especies animales que se guían por los focos naturales del cielo, y a los astrónomos. Muchos defensores de cielos limpios (para la observación astronómica) y de arquitectos de la luminosidad artificial, se limitan a clamar cielos oscuros y suelos iluminados y, en una muy moderada perspectiva de cambios graduales en el margen (la lógica del incremento marginal de la economía neoclásica, o la ingeniería social gradual de Popper), sugieren conservar los focos artificiales, y tan sólo inclinar los bombillos hacia abajo o en diagonal, y usar luces amarillas y más dosificadas.

Otra parte, quizás, no menos visible pero más importante de la contaminación lumínica es la expansión de luces artificiales que se meten por todas las rendijas (al punto de iluminar suelos, subterráneos, y recónditos escondites), al punto de producir un día artificial que aniquila la oscuridad natural de la noche, y la claridad natural diurna. Esta luminosidad artificiosa hace de la noche un día artificioso que, por tanto, arruina los ritmos de sueño, apacibilidad, y guía en la oscuridad que tienen diversas y cuantiosas formas de vida y, en consecuencia, genera la destrucción de grandes ecosistemas. Gracias a la producción de luces artificiales se generan ambientes que nunca duermen (y con ello se prolonga descarada o soterradamente la jornada laboral), también se hacen vivibles horrendas arquitecturas (sótanos, rascacielos, túneles, y aún pequeños edificios) que en la oscuridad parecen dantescos corredores. Los más consistentes ecologistas y amantes del natural descanso que permite la noche, de la sana visión que es posible con luz natural solar, y del ocio claman por un retorno a la oscuridad nocturna (y a la luz natural del día), esto es, por reducir a su más mínima expresión la presencia de focos artificiales.

El negocio de la luz artificial

En 1845 el sarcástico periodista económico (Bastiat, 2004), defendió el libre-cambio entre las naciones, y con ello la apertura de fronteras para dejar pasar los bienes y servicios que se producían más barato en el exterior (en aras de beneficiar a los consumidores). Para develar los absurdos del proteccionismo mostró que competir contra la luz gratuita, natural, y superabundante del sol equivaldría a generar una noche artificiosa, buscando que los seres humanos habitasen en cuevas y subterráneos, para que así se viesen obligados a usar la luz artificial. Y llevó tal razonamiento hasta los extremos, para mostrar cómo es que la creación de necesidades por iluminaciones artificiales terminaba beneficiando a los fabricantes de fósforos, velas, faroles, etc., y, por encadenamiento económico, a los proveedores de insumos agrícolas y vegetales para tales productos.

El negro humor de Bastiat sirve para develar las absurdidades que él mismo y notables economistas han acérrimamente defendido. Con el paso del tiempo su presuntamente inverosímil y burlesca propuesta cayó en oídos receptivos: con inventores como Thomas Alba Edison nació y se multiplicó ad nauseam la especie de las bombillas artificiales, y con ideólogos que deifican al trabajo (en especial los economistas sean estos clásicos, neoclásicos, marxistas y contemporáneos) se creó el día artificial. La lógica del capitalismo y la auténtica naturaleza de la función de producción (artilugio mediante el cual los economistas suponen tres factores productivos que son equiparables y se pueden sustituir, los cuales son trabajo, capital y tierra), se pueden explicar así: el capitalismo es una obsesión por la producción, el crecimiento, y la innovación tecnológica (que también contagió al socialismo), la cual consiste en sustituir lo gratuito por lo costoso (para crear trabajo y generar lucro), y en abolir aún el ocio más elemental. Tal progreso es un rodeo absurdo, pues equivale a un gasto de energías y tiempos (de trabajo) innecesarios; con menos gasto energético y más ocio podríamos vivir mejor, de acuerdo con autores como (Schumacher, 2011) si se siguen preceptos como los de la economía budista.

La producción de luz artificial de hoy (al igual que la activación de los abundantes electrodomésticos que nos rodean) funcionan, principalmente, gracias a la generación de electricidad térmica (con los efectos nocivos de quemar carbón) e hidroeléctrica (con la inundación de ambientes naturales y la nociva alteración del curso de fuentes hídricas). El negocio radica en suprimir gratuidad y crear necesidades. Y la prolongación del trabajo es más aberrante que la vivida en épocas como el esclavismo y el feudalismo. Si nos atenemos a la iluminante interpretación de (Camus, 2009), se sabe que Sísifo era un proletario de los dioses, pero al menos tenía la noche para descansar y el día para volver a subir la pesada piedra hasta la cumbre de la montaña.

Bibliografía:
Bastiat, F. (2004). Obras Escogidas. Madrid: Unión Ediltorial .
Bogard, P. (2015). El fin de la oscuridad: el ocaso de la noche en una era de luz artificial . Bogotá: Paidós.
Bradford, A. (10 de March de 2015). livescience. Obtenido de livescience.com: http://www.livescience.com/22728-pollution-facts.html
Camus, A. (2009). El Mito de Sisifo. Madrid: Alianza.
IDA. (30 de March de 2013). International Dark Sky Association . Obtenido de darksky.org: http://darksky.org/light-pollution/
Schumacher, E. (2011). Lo pequeño es hermoso. Barcelona: Akal .

Información adicional

Autor/a: Freddy Cante
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