En su libro Montoya traza la historia de estos instrumentos de supuestas “guerras limpias”, muestra cómo la administración de Obama ha superado a la de George Bush en el lanzamiento de ataques “antiterroristas” gracias a estos aviones no tripulados y detalla la mecánica interna de las “reuniones de los martes” en la Casa Blanca para determinar la kill list, la lista de enemigos a eliminar desde el cielo.
—¿En qué tipo de fuentes basó su investigación sobre un tema del que hasta el momento hay un escaso conocimiento público?
—Hago periodismo de investigación desde hace décadas y ya escribí otros libros sobre la política exterior estadounidense. En este caso las fuentes principales, aunque no exclusivas, han sido estadounidenses y británicas. Al ser éstos los dos países que están teniendo casi todo el protagonismo en las ejecuciones extrajudiciales con drones, es allí también donde se hallan las principales fuentes. El tercer gran protagonista de los asesinatos selectivos es, sin duda, Israel, que utiliza para ello los drones desde hace muchos años, pero no quise ampliar tanto el ámbito de mi investigación porque su zona de actuación y su modus operandi es muy diferente a lo que quería estudiar en este libro. Algunos de los sitios donde he buscado información han sido las principales organizaciones defensoras de los derechos civiles y humanos de Estados Unidos y Reino Unido, como Reprieve, Human Rights Watch, Amnesty International, que han hecho trabajos importantes sobre el tema. También consulté organismos específicos sobre los asesinatos con drones, que llevan un exhaustivo registro de cada ataque, como New American Foundation, Infowars, Drone Wars uk. Además me contacté con muchos centros especializados en temas militares y geoestrategia, hablé con militares, y extraje frases literales de muchos documentos oficiales de la administración Obama, de sus discursos y entrevistas sobre el tema, de sesiones del Comité de Inteligencia del Senado de Estados Unidos, e informes de las Naciones Unidas. Revisé igualmente los testimonios de víctimas y supervivientes de los ataques, las causas judiciales presentadas ante tribunales federales, y hallé importante información en los sitios web de las propias compañías fabricantes de drones militares, donde aparecen videos de los aparatos en acción y todo tipo de detalle técnico. En definitiva, hay que revisar muchísimo material para poder tener una visión de conjunto del tema y armar todo el rompecabezas y poderlo explicar a un lector no necesariamente especializado.
—En una parte del libro usted critica el doble discurso del presidente Barack Obama en materia de política exterior.
—La crítica al doble discurso recorre todo el libro. Incluso no compartiendo en 2009 la euforia de tantos millones de personas que veían a Obama como un Superman que acabaría con el tradicional carácter agresor e imperialista de su país, reconozco que mi escepticismo fue superado por la realidad. Por ejemplo al comprobar, sólo tres días después de asumir el poder en aquel 20 de enero de 2009, que el mismo Obama que aseguraba que acabaría con la mal llamada “guerra contra el terror” de Bush ordenaba secretamente el primer ataque con drones en Pakistán, donde murieron varios civiles. Y a esa ofensiva le seguiría otra y otra, en una espiral impresionante. En muy poco tiempo superó la cantidad de ataques que había ordenado Bush en sus ocho años en la Casa Blanca.
—Usted menciona que los martes Obama y sus principales asesores en seguridad hacen una evaluación de qué líderes terroristas deben matar desde el cielo. ¿Qué datos puede mencionar de estas reuniones? ¿Hay algún protocolo o patrón de conducta que se repita?
—Algunas de las mejores plumas de The New York Times o The Washington Post ya han informado con lujo de detalles quiénes participan en esas siniestras reuniones de los martes, con nombre, apellido y cargo. Y en alguna entrevista por televisión el propio Obama ha querido despersonalizar de alguna manera las decisiones que ahí se toman, aclarando que las comparte con su equipo de seguridad. La mecánica de esas reuniones consiste en que los principales responsables de inteligencia aportan su kill list, una serie de dossiers con la ficha individual de distintos personajes considerados de los más peligrosos para la seguridad nacional o los intereses estadounidenses, estén en el país que estén y sean de la nacionalidad que sean. Ahí se valora colectivamente entre los presentes, y el propio presidente, si el personaje reúne “los requisitos suficientes para ser eliminado”. En concreto, se analizan los datos que se tienen de él, la certeza sobre su identidad, informes, imágenes, la factibilidad de abatirlo, se prevén los daños colaterales que tendrá la operación, ventajas y desventajas políticas y sociales. Y según esa información el presidente da luz verde a su ejecución, la posterga o la descarta. Es una rutina que lleva años.
—Estados Unidos no es el único país que recurre a drones para desarrollar un modo de “guerra limpia”. Naciones más distanciadas de Washington, como Rusia y China, ¿apuestan al desarrollo de los drones en sus planes estratégicos? ¿Washington transfiere tecnología cuando exporta sus aviones robots, o intenta conservar su know how?
—El principal aliado que tiene Estados Unidos para la investigación y fabricación de drones militares es Israel. Son los grandes fabricantes y exportadores, aunque los modelos que más exporta son drones militares exclusivamente diseñados para acciones de espionaje y vigilancia, no aparatos artillados con misiles. Los modelos más sofisticados y letales de drones Estados Unidos se los reserva para sí mismo, pero otros, también artillados, se venden ya a varios países de la otan. Por otro lado, los drones se homologan entre aliados para estandarizar la formación de los pilotos militares. Es una carrera con futuro, sin duda, porque Washington ya está fabricando más drones armados que cazabombarderos. Son mucho más baratos y eficaces, y se forman también ya más pilotos de drones que de cazas convencionales. El Pentágono ha creado, incluso, una medalla para aquellos pilotos de drones que cumplen las acciones “más brillantes”. Se sabe que China y Rusia desarrollan sus propios drones, pero hasta ahora no hay constancia de que los hayan utilizado para ejecuciones extrajudiciales. Fundamentalmente los utilizan para vigilancia.
—Una primera impresión es que los drones son inexpugnables. ¿Es tan así? ¿No tienen un talón de Aquiles? En Internet, por ejemplo, circulan páginas donde se enseñan procedimientos básicos para poder derribar un dron.
—Las instrucciones que algunos sectores fundamentalistas islámicos han difundido por la red son muy elementales, ineficaces, pero tampoco se puede decir que es imposible abatirlos. Es difícil, sí, porque suelen operar desde gran altura, pero muchos han sido derribados. Entre 1995 y 2003 Estados Unidos perdió 30 de los 70 aparatos con los que contaba en aquel momento. Ahora tiene más de 8 mil. Muchos otros se han estrellado en los primeros años a causa de problemas técnicos. Y su otro flanco débil es su sistema informático, que puede ser hackeado. Hubo al menos un caso, en diciembre de 2011. La cia operaba un dron rq-170 Sentinel en una zona de Afganistán fronteriza con Irán, cuando la defensa iraní detectó que había penetrado en su espacio aéreo. Teherán explicaría después que una de sus unidades especializadas en guerra informática logró hacerse con el control del cerebro del dron y lo hizo aterrizar en Kashmar, al este de Irán y a 225 quilómetros de la frontera con Afganistán. Hoy lo luce con orgullo en un museo en el centro de Teherán.
—¿Qué sector del complejo militar industrial es líder en la construcción y diseño de los denominados Predator? ¿La producción está en manos del Estado o aparecen firmas privadas con experiencia en el negocio de la guerra?
—En general son las mismas multinacionales estadounidenses que controlan desde hace años ese sector de la industria aeronáutica militar que reporta tan suculentos beneficios. Invierten mucho en investigación para ofrecer al Pentágono armas cada vez más sofisticadas, “inteligentes”, que permitan ahorrarle vidas propias. Empresas como Boeing, General Atomics, Lockheed Martin, North Grumman, Aero Vironment o saic, especializada en drones sumergibles para defender a los barcos de ataques de submarinos, actúan en este terreno Y por supuesto, la gigante Israel Aerospace Industries.
—Varios gobiernos, incluso sudamericanos, están utilizando drones para afianzar la videovigilancia ciudadana
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—No hay duda de que los drones utilizados para uso civil pueden ser muy útiles y eficaces. Hoy día se usan tanto para controlar cuestiones relacionadas con el ambiente, seguimiento de fenómenos naturales, prevención de tsunamis, como para buscar naves a la deriva, controlar manadas u observar grandes migraciones humanas. Y cada vez se utilizan más a nivel policial para controlar las fronteras, como un muro virtual para impedir la llegada de olas de refugiados. Para vigilancia ciudadana pueden ser eficaces, claro, como las cámaras que cada vez más se instalan en grandes ciudades. Pero qué duda cabe de que son un arma de doble filo que se puede convertir en un peligroso “Big Brother” que controle hasta el más mínimo detalle de la vida de los ciudadanos. El problema, como siempre, no está en la tecnología en sí misma sino en quién la utilice.
Por Roberto Montoya, orresponsal en Madrid del semanario argentino Miradas al Sur, colaborador habitual de Le Monde Diplomatique, Viento Sur y Rebelión y de los canales Hispan tv y Córdoba tv Internacional. Montoya es también profesor de relaciones internacionales en la Facultad de Ciencias de la Información, en la Universidad Complutense de Madrid.
ÚLTIMA ACTUALIZACIÓN EN 01 AGOSTO 2014 ESCRITO POR: EMILIANO GUIDO DESDE BUENOS AIRES
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