El tiempo transcurre y nada o muy poco es lo que la humidad aprende. Está demostrado, en Colombia y demás países de este sistema mundo, la cárcel no resocializa, cuando más –como dicen los mismos presos– “al que no mata lo desfigura”.
Pese a esto, los alcaldes de varias ciudades colombianas, en declaración conjunta del pasado 2 de noviembre, exigieron a los jueces que no permitan que los presos salgan de la cárcel –no piden que los maten porque tal pena no está considerada en el Código Penal, pero 60 años de encierro sí, que es igual que declararle a alguien la muerte bajo los muros–. Y no deberían ser excarcelados porque los índices de delincuencia están disparados en todas las ciudades. Sí, los hurtos de celulares, los robos menores, el cosquilleo, el fleteo. No les preocupan el robo de miles y miles de millones de pesos que suman 50 billones al año, según el decir del Contralor General de la Nación, para cuyos autores hay casa por cárcel o celdas de lujo pues sus autores son “honorables” delincuentes, hijos de prestantes familias, amigos de senadores, políticos y otros funcionarios públicos –ellos mismos senadores, políticos y funcionarios públicos–.
“Reclamamos con carácter urgente la derogatoria de estas leyes (1760 y 1786 de julio de 2017)….”, demandó Guillermo Alfonso Jaramillo, alcalde de Ibagué y militante del Polo Democrático Alternativo fuerza de izquierda que debiera tener otra visión sobre el delito y el castigo, pero resultaron igual de vengativos y carceleros que aquellos a quienes aspiran a suceder en la administración de la cosa pública.
“Nos preocupa que los delincuentes que capturamos con mucho esfuerzo son puestos en libertad…”, vociferó con esa cara de “yo no fui” Enrique Peñalosa, alcalde de Bogotá. ¡Cárcel!, ¡Más cárcel!, como van a dejar en libertad al que cumplió la pena, ¿por qué no reformar el Código Penal y aprobar la cadena perpetua para todo delito?, claro, menos para todos aquellos delitos cometidos por quienes llenan sus bolsillo con los 50 billones de pesos de todos los colombianos, es decir, aquello delincuentes que con su proceder afectan no a una ni a dos personas sino a millones.
Los excarcelados suman 8.000 y son todo un terror, no importa que en los años o meses de encierro con que purgaron su pena hayan tenido que vivir la violación cotidiana de todos sus derechos, conviviendo en hacinamiento con miles, disputando cada noche con ellos un metro de baldosa o cemento para “armar su cama”, sin posibilidad de ser atendido de manera oportuna por un médico u odontólogo, sin recibir los medicamentos requeridos para el tratamiento de una enfermedad o dolencia, recibiendo garrote cada tanto ante el más simple reclamo, sometido a ración de guerra, etcétera. No importa, están obligados a ‘resocialización y así debe ocurrir’, piensan los burgomaestres de las principales ciudades del país.
Hasta el Fiscal General de la Nación, que debiera obrar con respeto ante el conjunto de jueces del país, expresó: “…cerca de 700 personas (de las liberadas) ya son reincidentes…”. –Mientras esto decía, en su fuero interno pensaba, ¿pero si la cárcel rehabilita, por qué reinciden?, y si reinciden, por qué los dejan en libertad? ¡Cárcel, más cárcel, esa es la solución!
¿Qué será de nuestras ciudades y sus pobladores?, podemos suponer que así piensa Federico Gutiérrez, alcalde de Medellín, quien se ufana de “combatir el crimen con eficacia” (al fin y al cabo para los tecnócratas la causa judicial también es una simple técnica que nada tiene que ver con la concentración de la riqueza, la negación de derechos y oportunidades, la crisis social en general y la falta de motivos de vida que depara la actual sociedad), mientras informa que en Bogotá ya fueron recapturados 400 de los liberados, otros 400 en Barranquilla, 200 en Medellín.
¡Cárcel! ¡Más cárcel!, para quienes descuadran nuestras cifras de control social, sin permitirnos hacer propaganda con nuestra eficiencia callejera. “Cárcel, más cárcel para la chusma!”, al fin y al cabo nuestros amigos y compañeros, con sus billones en cuentas secretas, dinero lavado a través de compañías off shore, purgan sus penas en la casa o en celdas de lujo, con visitas entre semana, comidas al gusto, atención personalizada y, seguramente, con la promesa de que sus penas serán reducidas en próximas negociaciones con la Fiscalía.
¡Cárcel! ¡Más cárcel!
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