Las sobrecogedoras imágenes de las y los prisioneros en poder de las FARC, incautadas por el ejército de Colombia y divulgadas hoy al mundo, nos confirma una vez más en nuestra convicción tanto de la imperiosa necesidad de procurar de manera urgente la concreción de un Acuerdo Humanitario, como también en la certeza de que el trabajo que veníamos realizando estaba sustentado en prudentes y serios procedimientos y en acciones para conseguir resultados, fundamentados en el clima de mutua confianza que logramos crear con la insurgencia armada, en cumplimiento de las funciones de facilitación y mediación autorizadas por el gobierno colombiano.
La mediación rindió sus frutos porque condujo a la presentación de las pruebas de vida de los ciudadanos (as) colombianos y extranjeros, tal como lo habíamos anunciado. Y, es preciso decirlo, están directamente vinculados a su indiscutido prestigio de estadista, a su probado influjo entre la comunidad internacional, pero en especial a su indeclinable certidumbre de que Colombia se merece -después de tantos años de sangre, dolor y lágrimas- una oportunidad para reconciliarse consigo misma en un escenario de paz y convivencia. Siempre fue firme y explícito su anhelo de propiciarle a nuestro país el camino de la paz, de una vez y para siempre.
Es cierto que nuestra agenda por el Acuerdo humanitario no estuvo ajustada a los más ortodoxos cánones de la metodología prevista por los especialistas, pero ensayamos caminos nuevos, exploramos inéditas propuestas, propusimos dinámicas no previstas en la rigurosidad académica o en la mentalidad de piedra de los partidarios de la guerra. De esta guerra social y política que, pese a su prolongada vigencia, cada vez resurge con expresiones sorpresivas y confusas.
Presidente Chávez: el mundo debe saber ahora que pese a su compromiso bolivariano por una Constitución socialista para su país, en pleno proceso electoral usted consagró valioso tiempo de su trabajo a generar oportunidades para el Intercambio Humanitario; es decir, privilegió lo humanitario ante lo político: convocó presidentes y jefes de gobierno, atendió a los familiares de las víctimas, tuvo lealtad sin sombras con su amigo el presidente Uribe Vélez, e hizo brillante pedagogía de la reconciliación hasta el punto de que en un momento dado el mandatario colombiano pareció comprender la necesidad de avanzar más allá de este proceso hacia la configuración de un Acuerdo de paz. Siguiendo a Hobbes, si la guerra es confusión, la paz se encuentra en la voz precisa. Del pleito por las palabras, de la ausencia de significados comunes, del vacío de entendimiento, surge la guerra.
No cabe duda que estuvimos enfrentados no sólo al imaginario estático conocido sino a una subcultura violenta y mafiosa que usufructúa la guerra en beneficio de sus intereses protervos. Cada avance que lográbamos en el proceso era sometido a caricaturescos registros y a las descalificaciones menos pensadas cuando no a distorsiones mediáticas por parte de guerreristas de cuello blanco y cartera ministerial.
Ello no nos arredró, ni siquiera nos desconsoló. Con la mirada puesta en la meta del Acuerdo Humanitario, avanzamos entusiasmados y optimistas hasta cuando la presión de la extrema derecha, de esos sectores retardatarios que libran la suerte del país al protagonismo del miedo como impulso central de la política, produjo la decisión presidencial de sacarnos del proceso por la puerta de atrás. Sin embargo, las pruebas que hoy se publican y las notas que desde la selva profunda nos dirigen a usted y a mí, como al presidente Sarkozy, testimonian que el esfuerzo ha sido responsable y serio. Una respuesta a los sombríos adversarios de la convivencia pacífica, quienes ya habían advertido que la esperanza había penetrado el tremedal selvático.
Con estas breves palabras quiero manifestarle, señor presidente Chávez, que nunca serán suficientes las expresiones de gratitud y de aplauso del pueblo colombiano, de la comunidad internacional, de los familiares de los (as) prisioneras, de la Iglesia , de los sectores sociales, de las fuerzas políticas progresistas y mías para compensar su noble esfuerzo, la tenacidad de su empeño por la recuperación de las personas en cautiverio y su convicción por la necesidad de una concordia duradera para la sufrida Colombia del siglo XXI. Con esta expresión de gratitud por sus buenos oficios, va implícito nuestro saludo de reconocimiento para el Ministro Nicolás Maduro y para el embajador Pavel Rondón, quienes tuvieron dicientes y generosos gestos y acciones muy positivas en el apoyo al proceso.
Le reitero a usted, señor presidente, y a todos y todas mis compatriotas mi voluntad sin desmayos de ejercer todos los esfuerzos indispensables desde el acatamiento de la institucionalidad de mi país, para vencer el pesimismo antropológico y lograr que un Acuerdo Humanitario devuelva al seno de sus hogares a nuestros compatriotas y a los ciudadanos extranjeros. En ese propósito le ruego de manera encarecida su valioso apoyo y su imprescindible concurso. En tales condiciones no creo que haya obstáculo posible, por fuerte que sea, que impida el retorno de nuestros compatriotas y a los ciudadanos extranjeros a la libertad y la reconstrucción democrática de Colombia.
¡Mantengamos viva la llama de la esperanza!
Cordial saludo,
PIEDAD CÓRDOBA RUIZ
Senadora de la República
P/S. Le acompaño el texto del Informe que rendí ante el Honorable Senado de la República el día martes 27 de noviembre del año en curso.
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