El triunfo de Santos para el mandato 2014–2018 representa una garantía de que las negociaciones en La Habana seguirán por buen camino. Que ya lo estaban. Y que no dependían de Santos, pero que su reelección ayuda.
El triunfo en la urnas no es tanto el triunfo de un presidente con evidentes señales de mediocridad en todos los órdenes. Por encima suyo, triunfó el voto decidido que apoyó la paz, en contra de la guerra, de los sectores militaristas y guerreristas y de la extrema derecha que se encarna en Uribe, todos los congresistas electos del Centro Democrático, y el procurador Ordóñez, como los principales puntales.
Las negociaciones en La Habana tienen una garantía sólida e irreversible: la decidida voluntad, acompañamiento y participación de la comunidad internacional. Con nombre propio: Estados Unidos y la Unión Europea, la comunidad Latinoamericana y los organismos multilaterales. Son ellos la verdadera gasolina de los acuerdos adelantados hasta la fecha en Cuba y de los previsibles próximos consensos entre las Farc y el gobierno de Santos.
Es, una vez más, cuando la política coincide con, se funda en y se expresa como geopolítica. Política de un mundo multilateral, política de un mundo diferente de suma cero, en fin, política de la sociedad de la información y del conocimiento.
En el 2014–2015 comienza formalmente el postconflicto. Una nueva etapa en la historia de Colombia. Y con ella, verosímilmente, de América Latina. Ahora bien, evidentemente que el proceso no será plano ni lineal. Los sectores más militaristas y guerreristas aún se opondrán con todas las herramientas jurídicas y extrajurídicas a los acuerdos logrados en La Habana. La posibilidad de una Asamblea Constituyente será bombardeada desde diversos ángulos.
Pero la salvaguarda verdadera del postconflicto provendrá, sin ninguna duda, de la comunidad internacional, por encima de mezquinos intereses feudales, de pequeños intereses políticos, de rezagos de una historia de violencia que se niega a morir.
Digámoslo sin ambages: el ingreso al postconflicto —un período que será largo y que puede cobrar aún entre una y dos generaciones— no es tanto asunto de valores y ética, de humanismo y humanitarismo (lo que quiera que sean esas diferencias), de ideas y buenas intenciones. Para la institucionalidad del país —por tanto, pública y privada—tanto como para los principales países acompañantes y garantes es un magnífico negocio. El PIB podrá doblarse sin dificultad, incluso de manera sostenida, ya desde los primeros años de la firma de la paz. Es de desear que el presupuesto social —educación, vivienda, seguridad social, salud— se vean verdaderamente satisfechos.
El primer mundo se encuentra en una crisis sistémica y sistemática sin parangones en la historia de la humanidad. Incluso la economía criminal viene a ser incorporada por parte de los principales países como un mecanismo para aumentar los datos macroeconómicos de crecimiento y prosperidad. Así las cosas, a ellos también les interesa reducir los gastos a la cooperación internacional. Justamente por ello, verosímilmente, entre el 2015 y el 2016 Colombia será admitida formal y oficialmente en la Ocde. Es un buen negocio para todos. Unos porque se creen del club de los millonarios y otros porque al admitir un nuevo socio ya no tienen que aportarle recursos de cooperación, que no son pocos.
Lo que se dirimía en las elecciones del domingo 15 de junio era el retorno a la extrema derecha guerrerista de Uribe, o el camino por la derecha negociadora de Santos. Han sido las fuerzas y los votos, la opinión pública y la sociedad civil partidaria de la paz la que ha definido el triunfo de Santos. Ya fuera en contra de Uribe–Zuluaga, o bien por el mal menor que representa Santos.
Una nueva etapa de vida —individual y colectiva— comienza. Como lo enseña la historia, pueden aún existir notables altibajos. Pero el vector final es irreversible. Pero como todo fenómeno irreversible, y por tanto complejo, esencialmente abierto. No existe nada dado ni sentado, nada determinado y definido. Se ha despejado un enorme obstáculo con la derrota de Zuluaga–Uribe. El proceso del postconflicto apenas comienza. Y como toda creatura recién nacida requiere de los mayores cuidados permanentes.
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