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Colombia: Una gripa que da miedo

Colombia: Una gripa que da miedo

Entre estornudos, fiebres y otros malestares, el mundo ve como avanza una gripe originada en la manipulación genética de animales, el tratamiento inadecuado de los desechos, tanto de los cuerpos de estos animales como de los residuos de sus alimentos y heces, así como de la contaminación que con toda seguridad se produce de las aguas que nacen y fluyen en las cuencas donde son depositados los desechos en cuestión.

Gripe, como otras, cada vez más resistente a los tratamientos convencionales. Los sobrepoblamientos urbanos, la contaminación atmosférica, los tratamientos inadecuados de las enfermedades, etcétera, han propiciado mutación de los virus, y ahora nos encontramos con lo predecible pero supuestamente superado por la humanidad: una pandemia.

Epidemia generalizada, crisis de salud, que ha resaltado con toda crudeza, las debilidades de los sistemas de salud de nuestra América, en especial los expuestos a las reformas neoliberales, hoy moribundos entre la falta de presupuesto, déficit de personal, y las intrigas de los negociantes de la vida: las empresas que han privatizado la salud, ahora no pública. Pero que también ha resaltado ante los ojos y oídos de todos los habitantes del globo, el poder de los medios masivos de comunicación, su capacidad de potenciar preocupaciones, miedos, y de la mano de ellos, la posiblidad de aislar una sociedad, e  incluso, de legitimar –en algún momento- exclusiones, fanatismos, y hasta de justificar una masacre, el exterminio de un número creciente de habitantes de un territorio determinado, “explicado” por la necesidad de proteger la sociedad “sana”. El miedo que ha corrido por distintos territorios así lo permite concluir. Por lo pronto han creado el ambiente para que diversidad de gobiernos destinen importantes sumas de dinero para comprar a las multinacionales patentes médicas, tapabocas, vacunas y otros medicamentos.

El terror, al ataque

Como cualquier otro día, el ciudadano espera junto a otros vecinos, hace cola, para depositar unos paquetes al correo –también privatizado–. El viento bogotano bate con su frescura que en las tardes enfría los cuerpos. La cola, ya grande, sale del local, los cuerpos se exponen, y uno de los que espera ser atendido extornuda con ganas, con esas ganas con que la gente lo hace en privado, en casa, cuando desea que todo fluya a satisfacción. Pero los tiempos no están para extornudos, lo que antes sería un episodio intrascendente ahora genera miradas de reproche, interrogantes que saltan de los ojos, y hasta deseo de abandonar la fila, pues, ¿qué tal que éste porte el virus?
Sin duda es el efecto de un problema de salud pública mal tratado por los medios de comunicación, los cuales han enfatizado en el poder de muerte del virus. Y si la enfermedad produce la muerte, ¿por qué me voy a enfermar? ¿No sería mejor aislar, e incluso eliminar, al posible portador de la terrible enfermedad?

Sin duda, un problema que resume otros muchos generados y multiplicados por un modelo de producción y acumulación insaciable,  y que ahora se puede traducir en otro de orden público. Así es, repito, al menos en Colombia, sociedad fanática y de extremos.
Este es un aspecto por resaltar. El otro ya lo mencionamos pero hay que ampliarlo: la crisis e incapacidad del sistema de salud pública, en su esencia privatizado.

Demagogía

El 3 de mayo el presidente Álvaro Uribe exoneró por los medios de comunicación a los estudiantes y docentes con gripa, “…quedénse en sus casas, allá irán las brigadas de salud”.

Palabras, solo palabras. Quien conozca la crisis que sobrelleva el sistema de salud pública en Colombia sabe que el anuncio no deja de ser falsa promesa, un abuso de los medios de comunicación para anunciar lo que no se hará. Debilitado hasta el extremo, sin programas masivos de prevención, sometido a las presiones de los negociantes de la vida -ahora enriquecidos con el dolor y la muerte-, se sabe y se reconoce que el sistema de salud público no está pensado ni tiene capacidad para atender en extramuros. Más aún, un sistema que obliga a sus usuarios a llegar a las 3 o antes de la madrugada y realizar largas y prolongadas filas para poder ser atendido, e incluso, para simplemente recibir un turno para ser atendido en otro lugar y otra fechas por un especialista. ¿Cuántas brigadas de salud podría disponer este sistema en la capital del país? No muchas. Pero que tal si hacemos la misma pregunta para una ciudad intermedia, e incluso para un municipio más apartado? Ninguna, sin duda.

La realidad es evidente. Así, sin brigadas para auxiliar a la comunidad, y programas de prevención, han regresado las otrora controladas, desaparecidas, malaria, paludismo, tuberculosis, y otros males que se creían exterminados. La verdad es que las empresas privadas de salud, ahora a cargo de la misma, poco o nada invierten en prevención, su negocio es ganar y no preveer, y hasta donde sea posible reducir o evitar gastar. Esa es la eficiencia. Su reflexión permanente es una y solo una: “cuando las pestes lleguen ya veremos”, y cuando estas llegan también se conoce su actitud: cogerse de hombros, o que el Estado, ahora sí necesario y oportuno, asuma las consecuencias del fenómeno.
Pero la promesa del Presidente es más lamentable, pues ese “quedénse en sus casas”, desconoce otras muchas realidades que padece la sociedad colombiana: desempleo estructural que obliga a padres e hijos a un “rebusque” permanente, que les impide quedarse en casa pues no se goza de ingresos fijos ni de subsidios por desempleo; informalidad laboral o trabajo por cuenta propia, lo que significa que el día que no se trabaja no genera ingresos, es decir, quien labora en esas condiciones no se puede refugiar en casa pues se moriría de física hambre o las deudas, en vez de la gripe, lo matarían. Pero también desconoce la demagogía presidencial el inmenso déficit de vivienda que obliga a que miles de familias colombianas  vivan en hacinamiento, en inquilinatos, en casas donde cohabitan varias familias, y en piezas –por familia– donde comparten espacio cinco y más personas, realidad que hace casi imposible el aislamiento de un enfermo.

Evidencia cruda, que pone al desnudo las debilidades estructurales, producto de la injusticia, en que vive y se reproduce una sociedad como la colombiana.

El virus de la gripe porcina, ahora traducida a un nombre más eufemístico, AH1N1, ha desnudado, una vez más, la realidad de esta sociedad y pone a la orden del día la urgencia de construir un modelo societal verdaderamente público, de todos y para todos.
Ante esta realidad, es evidente que la sociedad colombiana, como otras muchas de la región, ante el avance de una epidemia, estaría expuesta a una crisis generalizada, y quienes padecerían sus efectos con mayor rigor serían los de siempre: los pobres, los mismos que no tienen trabajo, que viven por cuenta propia, que se refugian bajo techo en condiciones de hacinamiento e inquilinato, y que no cuentan con expresiones políticas organizadas que organicen y potencien su descontento para hacer que esa cotidianidad cambie estructuralmente.

“La gripe nos puede matar”, pero también abrir los ojos. “Tomemos conciencia”, para remediar el mal de la injusticia y el de la manipulación.

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