La paz es diversidad floreciente que se nutre de puntos de vista distintos. Como lo sostenía el Subcomandante Marcos: “No queremos un mundo de zapatistas. Queremos un mundo donde quepan los zapatistas”.
La búsqueda de la paz implica, negativamente, el final de la guerra y por derivación de toda forma de violencia, justificada o no, legítima o no. Esto es, como lo muestra la historia, relativamente fácil. Y positivamente, significa el desarrollo de una cultura de dignidad de la vida y de calidad de la misma. Esto otro, por el contrario, es más difícil pues la paz no consiste en el final de un conflicto armado, con todo y sus mecanismos jurídicos y políticos correspondientes.
Los procesos de construcción de paz son esencialmente políticos, en el más directo y preciso de los sentidos. Es decir, acuerdos políticos, negociaciones, cesión de parte y parte, intereses abiertos y otros encubiertos. La política en el sentido pragmático y práctico de la palabra.
Y frente a la misma, la ciencia se encuentra en una relación difícil; en la antípoda, prácticamente. Pues la ciencia no se hace, en absoluto, con base en negociaciones, procesos de maximización y optimización, elección de second best, acuerdo de voluntades y demás. En historia o en antropología, en sociología o en lingüística, tanto como en física, química, matemáticas o en ciencias de la computación, por ejemplo.
La relación entre ciencia —en el sentido más amplio pero fuerte de la palabra— y política ha sido tema de numerosos tratamientos, desde la antigüedad, tratando de lograr, por así decirlo, la cuadratura del circulo, en el marco de la geometría euclidiana. Con lucidez, ya en la edad madura, con mucha razón, Platón, hablando del rey filósofo, en la República (Politeia), lo decía así: la conjunción entre ciencia o filosofía y política, y la emergencia de un rey filósofo es algo que se logra sólo “por milagro” (epekeine).
En una expresión que se ha vuelto de uso corriente, heredera de Weber, en el mundo político se traza la distinción entre el político y el técnico, para designar con este último término, en general, a un científico, especialista, etc.
Con este texto quisiera proponer tres argumentos contundentes de acuerdo con los cuales es posible que la ciencia contribuya activamente al desarrollo de una cultura de paz. Estos son:
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Interdisciplinariedad. La experiencia de la interdisciplinariedad consiste en un diálogo y aprendizaje horizontal entre distintas tradiciones disciplinares, conducentes a un trabajo activo, mancomunado. Propiamente hablando, la interdisciplinariedad consiste en la participación de más de tres ciencias o disciplinas a partir de la identificación de problemas de frontera.
Exactamente en este sentido, la tendencia de la ciencia de punta es al trabajo en redes académicas y científicas y, con razón, el trabajo en medio de estas redes (que incluyen entre otros aspectos, la participación activa en diversos circuitos de conferencias internacionales y publicaciones cruzadas) es un fenómeno que se valora crecientemente. En una palabra, la cooperación, el entendimiento y el aprendizaje recíproco es una forma de pensamiento y de vida que rompe en mil pedazos la creencia en jerarquías de conocimientos. De hecho, cualquier ciencia o disciplina, concebida desde, por y para sí misma, se acerca vertiginosamente a la ideología y termina por volverse excluyente y en motivo de violencia (simbólica, por decir lo menos).
Tres traducciones distintas de la interdisciplinariedad son la interculturalidad, los diálogos de religiones, y los diálogos entre civilizaciones. Con la condición, naturalmente, de que no deben ni pueden haber hegemonismos.
La interdisciplinariedad consiste exactamente en procesos continuados en el tiempo en los que las barreras culturales, lingüísticas, nacionales y otras, se desplazan a lugares secundarios y se le da prioridad a los procesos de construcción colectiva. Para nadie que forme parte de estos procesos resulta evidente la especificidad del trabajo académico y científico de punta en el mundo. Con seguridad la ciencia puede, por tanto, contribuir como ningún otro campo, a la construcción de paz.
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Argumentación y buen manejo de datos. Los datos, sin ser empiristas, constituyen un acervo propio en el trabajo en ciencia. Pero el trabajo verdadero se da a partir de los mismos. Más exactamente, en los procesos de interpretación de los mismos. Hacer ciencia consiste, de plano a plano, en un trabajo mancomunado de argumentación, de discusión en el que se llega a acuerdos fundamentales: que se traducen exactamente en publicaciones conjuntas, en la realización y continuación de eventos académicos y científicos, etc.
Si es verdad que la ciencia implica un proceso de formación sólido de argumentación y debate, ello no va en desmedro del hecho de que lo que alimenta la ciencia son los diversos puntos de vista, los desacuerdos, la ausencia de consensos. Pues la interdisciplinariedad no implica, en absoluto, la adopción de puntos de vista mayoritarios, y menos de unanimismo. Ya el trabajo solitario (“de genio” en el sentido del siglo XIX) es inviable en la investigación de punta. La ciencia es un sistema esencialmente abierto.
•La verdadera interdisciplinariedad no consiste en publicar conjuntamente en revistas, capítulos de libros y libros construidos de manera colectiva. Por el contrario, más radicalmente, la verdadera interdisciplinariedad consiste en el hecho de que un investigador o un grupo de investigadores con una formación determinada logren publicar, ser leídos, criticados y citados, en campos de formación perfectamente distintos a los de la formación de base. Sólo pocos ejemplos destacan en este sentido, hasta la fecha.
Pues bien, como quiera que sea, es su forma de actividad, su forma de vida lo que la ciencia puede aportar a los escenarios de construcción de paz. Pues ni se trata de una paz imperfecta, y mucho menos, de la paz de los sepulcros. Sino de esa forma de existencia que es la diversidad misma, que es constitutiva de la vida. La paz es algo que se encuentra lejos, muy lejos de las mayorías, punto; de los consensos y de los unanimismos. La paz es diversidad floreciente que se nutre de puntos de vista distintos. Como lo sostenía el Subcomandante Marcos: “No queremos un mundo de zapatistas. Queremos un mundo donde quepan los zapatistas”. Los poderes imperantes son, hasta el momento, ciegos, sordos y mudos ante este reconocimiento. Y los grandes medios de comunicación… al servicio de mayorías planas, intereses preconcebidos, beneficios que no se quieren negociar ni ceder.
Es la complejidad de la paz. En fin, la complejidad misma de la ciencia. O la complejidad de la vida misma.
Publicado el Martes, 09 Julio 2013 20:39
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