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De espectáculo y mentiras

El momento fue escogido sin ninguna presión. Cuando se consideró necesario se procedió. El Presidente denunció que el Secretario de Gobierno de Buenaventura, Adolfo Chipantiza, había presionado al Capitán Pachón, para que devolviera un cargamento de coca. Luego le entregó la palabra al propio Capitán. Como en una obra de teatro éste estaba parado justo en el lugar que le correspondía: junto al micrófono. Recogiendo la escena, relató como lo había visitado en altas horas de la noche el funcionario público para pedirle lo relatado por el Presidente, “para evitar algunas muertes”, y a renglón seguido solicitarle disminuir la presión militar sobre ciertas zonas.


 


Luego el presidente Uribe retoma la palabra. Es el desarrollo del espectáculo. En él brilla como ninguno otro. Tiene que elevarse al altar de la moral y la integridad. Comenta que la lucha contra el narcotráfico es de todos, que funcionarios corruptos no ayudan a cumplir con este propósito. De inmediato demanda la presencia de un funcionario de la fiscalía para que detenga al denunciado. Como no aparece ninguno (¿no había ninguno o sabían que el procedimiento era ilegal?) demanda que los agentes del DAS hagan esa función, detengan al Secretario de Gobierno y lo lleven a prisión.


 


La luz de la pulcritud. Ahora se sabe que el supuesto soborno o presión sobre el Capitán Pachón ocurrió diez días atrás. Sin embargo no lo denunciaron. Dejaron pasar los días y lo utilizaron como “chivo expiatorio”, como ejemplo de la “buena moral” y de la capacidad “incorruptible” del Presidente.


 


Como se sabe Álvaro Uribe estudio Derecho y Ciencias Políticas en la Universidad de Antioquia, famosa por su calidad académica. Pero también ha sido funcionario público por décadas. Por tanto, sabe de la ilegalidad de su procedimiento, es consciente que con él rompe el derecho, niega la justicia, pero no importa, empareja la carga del poder.


 


Pero la legalidad no importa aquí. Ese no es el problema, pues no procedió en ignorancia o buena fe. Por el contrario, como abogado, pero sobre todo como epicentro del poder y de la ejecución de un proyecto de poder cubierto por dudas sobre las relaciones con narcos y paras, sabía lo que estaba haciendo. Estaba actuando. Se deslindaba del narcotráfico.


 


Como habría de suceder, a las dos horas el fiscal de turno dejaba en libertad al funcionario detenido. La razón: no existía ninguna demanda contra él, por lo cual su detención era ilegal.


 


Entrevistado el ahora ex secretario de Gobierno, precisó: “fue otro falso positivo de la fuerza pública”.


 


Este funcionario da la pista de la actuación del Presidente: presionado por las dudas que recubren a la opinión pública sobre el origen del carro bomba que explotó en la Universidad Militar (jueves 19 de octubre), estaba obligado a desmontar esas inmensas dudas, las mismas que desmoralizan a las Fuerzas Armadas y descuadran su gobierno.


 


Entonces ahí todo vale: poner un chivo expiatorio, parecer ignorante de la ley y sus procedimientos, proclamarse como el paradigma de la moral y la anticorrupción. Pero sobre todo el espectáculo. Engañar, simular, mentir.


 


Lo que venga ahora en la Fiscalía (la denuncia, el careo, etc), no interesa. Lo que sí importa es sí el mayor actor con que cuenta el país logró su propósito de convencer el enorme auditorio (42 millones de colombianos) que tiene presenciando su actuación. Si efectivamente impide que las dudas corroan su legitimidad. Y si efectivamente impide que las Fuerzas Armadas prosigan su desmoralización, en medio del servicio de importantes destacamentos a los narcotraficantes y paramilitares.


 


Como han dicho tantos tratadistas: “el poder lo puede todo”. Pero además, el 26 de octubre Álvaro Uribe lo refrendó: “el poder es el mayor espectáculo del mundo”.

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