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Derrotar el autoritarismo, construir dualidad de poderes. Elecciones presidenciales 2006

El rasgo ideológico de este proceso no dejó dudas en la campaña del 2002: culto a la autoridad, al padre benefactor. Galopando sobre el fracaso del gobierno de Andrés Pastrana, el diálogo vio cerrar sus puertas y las armas ganaron el primer lugar. Así lo prometió el mismísimo Álvaro Uribe: imponer la paz sobre la derrota del enemigo. Legitimado este proyecto en las urnas, con un Congreso mayoritariamente a su disposición, vino la legalización; se dictaron leyes y reformas que permitieron su repliegue a las ciudades, en una estrategia de copamiento territorial y adecuación política que podrían efectuar ahora y en este país otra masacre de bastas proporciones, solamente neutralizable por la unidad de la acción social y política de la llamada oposición tanto liberal como de izquierda, y la acción decidida de la comunidad internacional.


 


Sin dudar de los intereses que representa, y garantizandoles continuidad a las políticas en ejecución desde hace más de una década, los benefactores de las acciones de este Gobierno son inconfundibles: banqueros, comerciantes, industriales y terratenientes. En un país con una pobrecía que cubre al 54% de sus habitantes, con un 14% de ellos viviendo en la miseria absoluta, las ganancias obtenidas por los de siempre son escandalosas: sólo los banqueros pasaron de 2.7 billones ganados en el 2003, a 3.3 billones en el 2004, y al astronómico 5.5 billones de pesos en el 2005.


 


Sin duda, se trata de una economía rentista y especulativa, que galopa sobre las altos intereses que pagan los empleados para conseguir o conservar sus viviendas, educar a sus hijos o darse uno que otro lujo en las vacaciones; pero además, sostienen todos los pobres a través del IVA, que sin diferencia de poder adquisitivo absorbe los pocos ingresos de los millones de connacionales que no saben de qué vivirán al día siguiente. La reciente finalización de las negociaciones del TLC tan sólo confirma este panorama y nos señala con toda nitidez lo que viene: el reino de los comerciantes, que para nuestro caso son los mismos rentistas.


 


Como lo certifica el 12% de desempleados, el 31.4% de subempleados y el 30% de colombianos inactivos, es decir, 13.778. 000 connacionales que se cansaron de buscar empleo y ahora viven agarrándose del rebusque diario, los sectores más pudientes del país, los más beneficiados por las medidas económicas y políticas tomadas por este Gobierno, no están interesadas en generar empleo productivo y de calidad, ni en invertir en proyectos económicos de largo plazo que sustente un proyecto nacional propio y con sentido histórico, por estas razones continuamos siendo uno de los países con mayores niveles de desigualdad socio económica del mundo. El gobierno Uribe a estimulado esta realidad.


 


Como ustedes recordaran, y como ya lo indicamos al principio, el ofrecimiento de paz a través de tierra arrasada fue la bandera que ganó en el 2002. Desde agosto de ese año, la criminalización de las luchas sociales no se hizo esperar, el señalamiento de los defensores de los derechos humanos como aliados de terroristas, realizada por el mismo Presidente y la multiplicación de las detenciones masivas, llenaron el mundo de las Ong´s de pánico, y de dolor los hogares de miles de familias.


 


Sin embargo, los resultados precisan que la promesa no se cumplió. A pesar de la tierra arrasada y más allá de lo que nosotros podamos pensar, la insurgencia mantiene sus posiciones. Pasados estos cuatro años, estamos iguales o peores que entonces. La guerra sigue en pie, pero además la verdad, la justicia y la reparación están por verse. La reelección es el punto crucial por medio del cual pretenden ahondar un proyecto por esencia autoritario.


 


El terror, base del dominio


 


A la par de una economía que concentra y excluye, el rasgo predominante de la política del actual gobierno, ha sido sembrar terror para desarticular e impedir la respuesta social. Polarizando poblaciones, encarcelando a cientos de colombianos –por simple sospecha–, cubriendo de miedo la acción voluntaria de los activistas que en silencio y con un ejercicio de años tratan de superar el abandono histórico de sus poblaciones a que han sido sometidos por el Estado, es como se ha pretendido silenciar, durante los últimos cuatro años, el descontento en Colombia.


 


Bien lo dicen las estadísticas de varias ONG´s: el desplazamiento se mantiene a cifras abultadas, los exiliados continúan registrándose en países de diferente ubicación hemisférica, y el territorio nacional ahonda su dolorosa reorganización, con un crecimiento de varias ciudades más allá de lo que el buen tino recomienda, pero por sobre todo, más allá de lo que permite el respeto a la naturaleza. Como ustedes bien lo saben, por esta ruta ni el Respeto y cuidado hacia la comunidad de vida, ni la integridad ecológica, ni la justicia social y económica ni la democracia no violenta y en paz, como manda la Carta de la tierra, se logarán.


 


Pero a los sectores dominantes, los resultados obtenidos hasta ahora los llenan de satisfacción. Así y todo hay que decir, con plena satisfacción que pese a todos sus esfuerzos, no han podido romper la solidaridad y la esperanza. Emergen, poco a paco, expresiones políticas articuladoras que sin ser el ideal de los procesos y las representaciones, brindan oposición a las políticas en marcha. Tendiendo luces sobre el mañana.


 


El resultado más positivo de su rebeldía se obtuvo, con el favor de millones de colombianos, el 25 de octubre de 2003, cuando se rechazó el referendo oficialista, que pretendía de un solo tajo, arrancar conquistas sociales obtenidas en decenas de años de lucha de los colombianos.


 


Elecciones 12 de marzo, la propaganda oculta los resultados


 


En las pasadas elecciones del 12 de marzo, esta reacción se volvió a hacer sentir, bien por vía del voto tachado varias veces (miles de miles), bien del voto en blanco (miles de miles), bien por medio del voto a favor de la oposición, bien liberal o bien del Polo democrático. Eso, sin aludir a la abstención, aún considerada por muchos como una simple reacción no consciente.


 


Las cifras no engañan. El uribismo no obtuvo más de los votos que logró en el 2002 para la presidencia y los 2003 para el referendo, pese a su operación avispa, a los miles de millones de pesos invertidos en propaganda, cemento, lechona y trago, y también a las ventajas inocultables de ser gobierno y poder. Pese a todo esto, sólo logró refrendar un Congreso con un escaso 18.35% (4.880.837 votos válidos) de las papeletas emitidas. Por eso su tarea actual es inmensa y urgente: mantener divididas las campañas presidenciables que se le enfrentan, convenciéndolas de que lo importante es ser la “segunda fuerza del país”, toda vez que supuestamente “el Presidente es imbatible”.


 


Pero además tienen que ahondar su esfuerzo por medio del terror. La reciente desaparición de Jaime Gómez asesor de la senadora Piedad Córdoba, así lo precisa. Pero también la circulación de listas con los nombres de las próximas víctimas o de los que serán empapelados como miembros o colaboradores de la insurgencia. Ya se había dicho por distintos medios, hasta lo incansable: esta campaña pondrá en vilo la vida de miles de personas, como una estrategia para mantener vigente un proyecto de poder, los privilegios de unos pocos, que desconoce los intereses más preciados del país.


 


Decisión apoyada por los Estados Unidos, toda vez que en el giro que vive el continente, el único gobierno totalmente incondicional con que cuenta la potencia del Norte, es el colombiano.


 


Las elecciones de mayo 28


 


Como lo dijimos en la editorial del periódico desde abajo No. 110, el fenómeno de las pasadas elecciones fue el voto en blanco de los indígenas, expresión de rechazo a una política definida por algunos de sus “dirigentes” desde Bogotá, que desdice de los esfuerzos que las bases del movimiento llevan a cabo en sus regiones. En su opuesto, la infinita división de las comunidades afrocolombianas.


 


Ese hecho político recuerda uno de los principales problemas que sobrelleva el movimiento social colombiano, es su atomización, sumada a la separación que hace entre lo político cotidiano, y lo político electoral, delegando esta última expresión en agentes profesionales o en “órganos especializados”. De esta manera, lo político cotidiano sí es asunto de las comunidades, que lo asumen y ponen los muertos, pero el gobierno es asunto de especialistas y sólo lo pueden manejar los profesionales de la política.


 


Esta realidad le impide, a los movimientos sociales, asumir el tema de ser gobierno y de ser poder, como centro de su agenda, única manera en que puede llegar algún día a resolver de frente los problemas históricos que aquejan a la mayoría de colombianos, tanto por la vía de la comprensión de lo que significa el gobierno y el poder, reflexionando problemáticas que están más allá de su entorno inmediato, como por la vía de poner en marcha agendas que conlleven dualidad de poderes, y por ese conducto ir mostrando a sus vecinos que sí es posible otro tipo de gobernabilidad, capaz de ahondar en todo caso aquello que le han dicho que es la democracia representativa, haciéndola realmente directa y radical.


 


Con esta debilidad nos enfrentamos a la campaña electoral en marcha, en donde a pesar del desaliento de las organizaciones y proyectos que lideran las distintas campañas opositoras, no se proponen reflexionar y actuar desde un centro común. Triste realidad, muy a pesar del yunque de autoritarismo que sobrelleva el conjunto de quienes habitan el país, y de la honda que recorre a toda América Latina, que por estas tierras también refresca con sus vientos.


 


Por ninguna parte se ve que por separado se reúnan los votos suficientes para vencer el proyecto reeleccionista. Pensamos como realidad urgente, que debe hacerse un acuerdo entre ellas, que comprometa a quien gane la presidencia, a ejecutar un proyecto que de cuenta del actual régimen político, avanzando para ello en una agenda de paz que de verdad desbloquee la sin razón que ha impedido que entre la Colombia oligárquica y la popular, entre la urbana y la rural, entre la que vive a través de los medios de comunicación y la que sobrelleva las herencias del siglo XIX, se selle un acuerdo histórico que haga de nuestro país un territorio de posibilidades sin distinción de clase.


 


Pero más allá de las elecciones, en el escenario de la resistencia permanente, hay que actuar y contribuir con un esfuerzo que politice a las comunidades de base, que aliente su expresión política, que sintonice el presente con el ser histórico que heredamos y cada día reforzamos o reconstruimos, que luche por lo cotidiano pero lo entrelace con lo futuro, que reivindique la democracia representativa pero al mismo tiempo la cuestione a través de una dualidad de poderes que entre otras formas puede reflejarse en un parlamento de los pueblos, que asuma formas de resolución de sus problemáticas históricas desde ya, en fin, que se siente resistencia y oposición, pero también gobierno y poder.


 


 


 


 


 


 


 


 


 


 


 


 

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