El evento
Entre el 20 y el 23 de septiembre sesionó en Bogotá el Encuentro de las Américas frente al cambio climático, el mayor evento desarrollado en Latinoamérica como preparación a la Conferencia de Naciones Unidas (NU) sobre el mismo tema, por desarrollarse en París en diciembre del presente año.
Con anterioridad, las líneas estratégicas de acción adoptadas en el UN Climate Summit de Nueva York, en septiembre del 2014, habían definido como uno de los principales objetivos del encuentro promover, catalizar y potenciar la acción climática de los actores no estatales, así como contribuir al empoderamiento de la sociedad frente al cambio climático. El evento desarrollado en la capital colombiana siguió ésta pauta.
Las apuestas del Bogotá Climate Summit estuvieron dirigidas a posicionar a las ciudades como protagonistas de la acción frente al cambio climático, al tiempo que: promover la integración de las agendas de tal cambio, resiliencia, gestión del riesgo y agua como ejes del desarrollo urbano sostenible; reflexionar sobre cambio climático y postconflicto en Colombia; y, finalmente, consolidar a la capital colombiana como centro de pensamiento y acción sobre el cambio climático. Apuestas ambiciosas que traducen la legitima preocupación de la administración local por tan importante agenda global, realzando su disposición por generar debate y reflexión ciudadana sobre una realidad tantas veces abordada y pocas veces comprendida, que demanda de estos espacios aportes de ideas para impulsar prácticas orientadas hacia la modificación de los hábitos y políticas dominantes en las actuales sociedades.
Un discurso que se convierte en realidad
Traslapada entre los debates imperantes en la posmodernidad, la realidad del cambio climático sigue sin conmover ni sensibilizar a la mayoría de los ciudadanos, instituciones e industrias: perciben la problemática, desconectada incluso, de algunos de los acontecimientos naturales que han comenzado a generar impactos en países y regiones, acontecimientos que están generando catástrofes sin que los hilos de la causalidad hayan podido hacer mayor urdimbre en las conciencias sobre los efectos del cambio climático.
No en todas las instituciones o administraciones gubernamentales sucede lo mismo. Susana Mohamad, directora de la Secretaría del Medio Ambiente del Distrito, presentó el miércoles 23 de septiembre una propuesta de “Adaptación y Mitigación del Cambio Climático” con el fin de desarrollar propuestas orientadas a disminuir los potenciales efectos antrópicos sobre el clima en la ciudad – región de Bogotá, así como apuestas por minimizar los impactos que se pueden generar. La propuesta llevaba consigo un diagnóstico de la situación climática de la ciudad (ver recuadro: Bogotá, contaminación, basura y mucho más).
Errores, impactos y alternativas de superación
Brigitte Baptiste, directora del Instituto de Investigación de Recursos Biológicos Alexander Von Humboldt sustentó en la tercera plenaria denominada “Agua, territorio y cambio climático” que uno de los principales errores cometidos por quienes han habitado el territorio nacional fue reemplazar la cultura anfibia por la cultura de la desecación. Antepasados como los Zenues y los Muiscas, habitantes de la gran Sabana de Bogotá, aprendieron a vivir en medio de la inundación, aprovechando el agua y la disponibilidad de recursos alimenticios que ella prodigaba. Según la funcionaria, “Debemos recuperar la cultura anfibia, recuperar las capacidades adaptativas que nos permitan seguir viviendo en Colombia, seguir viviendo en este territorio que tiene instaladas unas capacidades y una funcionalidad ecológica”. A lo largo y ancho del país se están haciendo zanjas para cambiar el curso del agua, para apropiarse de los suelos que quedan después de la desecación.
Desecamos el territorio para vivir o para cultivarlo, volviéndonos vulnerables pues los cuerpos de agua tenderán a derramarse sobre sus antiguos territorios. Baptiste es pragmática en cuanto a las alternativas por oponer ante esta problemática: la investigación, la ingeniería y la ecología, los conocimientos científicos y técnicos deben entonces ser usados para recuperar la cultura del agua, nuestra capacidad de coexistir con ella, la que nos hemos encargado de extinguir.
German Galindo, gerente corporativo ambiental de la Empresa de Acueducto de Bogotá, participó junto a Brigitte, en la tercera plenaria. También habló de cultura anfibia. Galindo considera que entre todos los territorios del país la Sabana de Bogotá es el ejemplo más significativo de la pérdida de esta cultura: “[…] fueron destruidos el 95 por ciento de los humedales que existieron en la antigua Sabana, el agua que aún fluye se encuentra contaminada y se están generando grandes impactos sobre los páramos, fuentes esenciales de agua.” Algunas de estas afectaciones son el incremento de temperatura, la llegada de nuevos insectos y las afectaciones por actividades antrópicas.
La estrategia impulsada desde el Acueducto para contribuir a recuperar esta cultura implica redefinir la concepción que se tiene sobre los habitantes del páramo. Hasta hace poco tiempo eran considerados enemigos, hoy se pretende modificar sus condiciones implementando proyectos de reconversión productiva para mejorar la calidad de vida, preservar el ecosistema y hacer que las comunidades se conviertan en garantes de su estabilidad. Por ello fortalecer los procesos sociales y darle poder a las comunidades rurales contiguas a los páramos para que se organicen, convirtiéndose en actores de su propio desarrollo, es uno de los principales objetivos de la estrategia del acueducto.
Gerardo Ardila, director de la Secretaría de Planeación, tercer participante en la plenaria sobre “Agua territorio y cambio climático”, ha sido testigo durante su vida, su experiencia profesional y su labor como funcionario del Distrito, del reiterado interés de secar el territorio para construir en terrenos que favorecen la vulnerabilidad de las poblaciones que los habitan. Siempre han pretendido secar los humedales, construir a la orilla del Río Bogotá en condiciones insostenibles favoreciendo la vulnerabilidad de los asentamientos. El Gobierno central sin embargo ha defendido alguno de estos proyectos como soluciones de vivienda para los más necesitados.
Para construir barrios como Bosa fue necesario ponerle jarillones al río, grandes murallas a lado y lado para que éste no recorriera su curso natural. El cauce se fue levantando y las aguas fueron perdiendo velocidad, estancándose y perdiendo oxígeno, lo que ha venido generando problemas ambientales y dificultando su recuperación. Modificar el curso del río significa de forma deliberada a la naturaleza, por ello no debe seguirse usando la ingeniería para oponerse a la dinámica natural del agua, sino asegurar a través de ella que se mueva con plena libertad. La decisión política propendió entonces por no otorgar las licencias para que el borde occidental del Río fuera construido con viviendas de interés social entregadas por el Gobierno Nacional.
La construcción de asentamientos debe desarrollarse en zonas de baja densidad poblacional como el centro de la ciudad: de esta manera se evita que nuevos barrios sean levantados en condiciones de plena vulnerabilidad, al tiempo que se impide incrementar los problemas de movilidad al favorecer que las personas vivan cerca del lugar donde trabajan. Dos propuestas de orden administrativa se sumaron a las alternativas anteriores: la creación de una Secretaria de Ambiente Metropolitana y el actual funcionamiento de la Rape –Región Administrativa Especial entre los Gobiernos de Bogotá, Cundinamarca, Tolima–. Ambas pretenden ampliar la gestión ambiental institucional desde Bogotá a las regiones, cuestión que ha generado tensiones con algunas administraciones municipales y departamentales por las asimetrías de poder que pudieran dominar las relaciones interdepartamentales e intermunicipales.
De esta forma las actividades de producción desarrolladas en el territorio, de manera similar a las prácticas de poblamiento, el manejo de las fuentes de agua (ríos y páramos), son algunas de las actividades humanas que generan vulnerabilidades susceptibles de interactuar con riesgos para generar catástrofes futuras que pueden ser evitadas mediante el manejo adecuado de los efectos previstos en dos de los vectores de incidencia más significativos del cambio climático: el régimen de lluvias y la temperatura.
El cambio climático, ¿asunto de ellos o de nosotros?
Algunos de los factores que inciden en el cambio climático, como las emisiones de CO2 generadas por los humanos y los animales, se distribuyen de forma diferencial por el planeta. Es decir, existen marcadas asimetrías entre los países y regiones que generan este tipo de desechos de la producción. Países como los Estados Unidos y China se encuentran en los primeros lugares de las emisiones, mientras que naciones poco industrializadas como Bolivia tienen emisiones insignificantes. Esta realidad ha influido en que las responsabilidades sobre los gases que generan efecto invernadero se distribuyan de forma similar a la participación de los países: quienes más emiten son los directos y únicos responsables.
La relación entre producción y responsabilidad no es esencialmente lineal: aunque países como China, Estados Unidos y agrupaciones como la Unión Europea tienen enormes emisiones de CO2 gracias a la elevada producción y consumo interno, parte importante de esta contaminación también es padecida –en exceso– en todo el Planeta por grandes conglomerados humanos. Una cultura global de hiper-consumo, transversal a sectores sociales con medianos o altos ingresos en la mayoría de países, es otro de los factores para tener en cuenta al momento de establecer responsabilidades. Aunque las emisiones se concentren en mayor proporción en los países del norte global, también contribuimos a ello, por lo tanto la responsabilidad recae sobre todos. ¿Será así de simple?
A favor de esta responsabilidad compartida intervino Arab Hoballab, jefe del Área de Consumo y Producción de la División de Tecnología, Industria y Economía del Programa Ambiental de las Naciones Unidas, intervención efectuada en el marco de la sexta plenaria “Cambios culturales para el buen vivir”. Hoballab expuso tres propuestas concretas para el desarrollo sostenible: acabar la pobreza, manejar con responsabilidad los recursos naturales, modificar la cultura del consumo y producción, cuyos patrones siguen siendo insostenibles en todo el mundo. Según el experto de la ONU, no estamos siguiendo la senda del desarrollo sostenible: sesenta por ciento de los ecosistemas son destruidos, estamos explotando materias primas por el orden de 140 billones de toneladas al año, en dos o tres años tendremos entre dos o tres billones de consumos medios en el mundo; vamos a llegar a los nueve billones de habitantes, ochenta por ciento de todos los productos que consumimos los botamos a la basura antes de seis meses.
La solución se encuentra en todos los países y en las ciudades como unidades de poblamiento que deben aprender a utilizar eficientemente los recursos generando la menor cantidad de desperdicios. Escoger mejor las cosas, considera Hoballab, puede ser una buena alternativa: “[…] El problema es que cuando vamos a comprar las cosas no tenemos la información adecuada que nos diga que productos químicos tiene ese producto, qué impacto va a tener si lo consumimos o utilizamos, de dónde viene, quién lo ha fabricado. Esta información existe en algunos países de Europa, en Alemania, en Corea, muy poca en América Latina, muy poca en el tercer mundo”. La ecuación puede modificarse, según este delegado de la ONU, a partir del consumo inteligente de productos BIO que deben popularizarse. Por otro lado, la acción debe enfocarse hacia tres ámbitos: 1. El gobierno 2. El sector privado y, 3. El mercado. Tres ámbitos profundamente incidentes en el cambio de los hábitos de consumo y producción.
Postconflicto y cambio climático
No es muy acertado hablar de posconflicto para referirse al cese de la confrontación entre el Gobierno y las Farc propiciado por el proceso de paz de La Habana, cuando en el país seguirán existiendo profundas conflictividades que escapan a los ámbitos de confrontación entre la fuerza pública y la guerrilla; condiciones sociales, económicas y culturales de millones de compatriotas siguen generando factores adversos a la paz en nuestra Colombia. Sin embargo, si el proceso de negociación logra el objetivo propuesto, podrá apagarse la llama del principal foco de conflictividad y victimización del país.
El conflicto está provisto de una dimensión espacial: su escenario predominante no son las ciudades, es el campo y las selvas del país, lugares donde existen enormes recursos naturales que no han sido lo suficientemente explorados y explotados. Algunos de los más valiosos yacen a enormes profundidades en el subsuelo. Se necesitan grandes esfuerzos técnicos para que sean explotados y traídos a la superficie, debiéndose pagar el precio de la destrucción de bosques, contaminación de cuerpos de agua, destrucción de la fauna y la flora de importantes espacios naturales en el país, además de someter a condiciones extremas a los pueblos que habitan tales territorios. ¿Valdrá la pena hacer esto por tener acceso a minerales, vegetales y otros recursos naturales bajo el prurito del desarrollo?
A pesar de sus grandes impactos negativos sobre el conjunto social, el conflicto armado ha actuado indirectamente como una poderosa barrera en contra de la penetración de compañías multinacionales a estos espacios. Transnacionales de explotación de recursos naturales han identificado desde hace décadas potencialidades de riqueza y de apropiación en estos territorios, pero no han podido desarrollar sus proyectos por los enormes riesgos que impone el conflicto armado. El fin de la confrontación silenciará los disparos, el flujo de sangre, el dolor y habilitará amplias zonas para su explotación.
Mario Antonio Godines, académico guatemalteco, miembro del Comité ejecutivo de la Federación ambientalista Amigos de la Tierra Internacional, participante del Foro Nacional de Ambiente y Posconflicto desarrollado en el marco del Encuentro de las Américas frente al Cambio Climático, expuso la experiencia de posconflicto vivida en su país y el impacto ambiental causado por la explotación de recursos naturales. Guatemala vivió un conflicto armado de 36 años, el mismo que el expositor entiende como el resultado de la confrontación entre un ejército que ocupó su propio país y de un pueblo que no tuvo otra alternativa que defenderse para proteger su vida y su libertad.
Godines es bastante reacio a hablar de posconflicto porque en la actualidad observa que en su país hay más víctimas que en el periodo del conflicto. En la época del posconflicto los muertos los aportan las comunidades asentadas en territorios en disputa con multinacionales que no reparan en sus acciones ni en sus métodos para lograr sus propósitos. En la actualidad los conflictos se originan por la lucha de los recursos naturales y la disputa territorial entre dos actores diferenciados: transnacionales (apoyadas por empresarios, políticos y autoridades locales) y las comunidades rurales e indígenas.
Casi veinte años después de ser firmados los acuerdos (1996) poco es lo que se ha cumplido, estima que el cumplimiento es del orden del 15% de lo pactado. La guerrilla dejó de existir, el ejército fue reorganizado para proteger a las cementeras, represas, mineras, para cuidar intereses por fuera de los márgenes de la seguridad interna de la población. Los acuerdos de paz en Guatemala fueron pobres en cuanto al tema ambiental, razón por lo que no se protegieron ni los recursos, ni los ecosistemas, ni las comunidades que los poseen.
Los ecosistemas se encuentran amenazados, al igual que las comunidades y los líderes de movimientos sociales sometidos a violencia constante. Godines López manifestó: “Cada año hay por lo menos 5 estados de sitio por conflictividades ligadas a recursos naturales. Sobre una comunidad se avalancha militarmente el Estado para suspender garantías constitucionales en un territorio […] La privatización de la seguridad en el postconflicto: sumando policía y ejército tenemos 46.000 efectivos, de guardias privadas 70.000 efectivos. La empresa transnacional X contrata a una empresa de seguridad. Esa empresa de seguridad hace un contrato y no se hace responsable de sus actos”.
La experiencia de Guatemala abre serios interrogantes sobre el proceso de negociación en Colombia. Ninguno de los acuerdos logrados hasta el momento enfatiza en la protección del medio ambiente en las zonas de conflictividad que estarán disponibles a la inversión, luego de que hayan logrado estabilizarse. El Acuerdo de Desarrollo Rural pactado en La Habana no profundiza en el desarrollo de mecanismos de salvaguarda de ecosistemas, ni la protección de zonas actualmente amenazadas por el desarrollo de actividades extractivas, mineras y forestales.
Paul Samangassou, académico camerunes, integrante de la organización Catholic Reserch, experto en temas de conflicto y participante del foro de Ambiente y Posconflicto, opinó en entrevista para datv (desdeabajo televisón), que la forma más apropiada de evitar estas terribles incidencias en los periodos de posconflicto, sobre el medio ambiente y sobre las comunidades, consiste en generar movimientos sociales capaces de presionar a los actores gubernamentales y privados para que desistan de la idea de generar este tipo de explotaciones. La alternativa se encuentra, entonces, por fuera de la institucionalidad, radica en la capacidad de generar presión a través de la movilización social, la cual debe darse de la mano de un proyecto alterno de desarrollo, democracia y sociedad.
Los movimientos sociales no fueron marginales al encuentro por el cambio climático, participaron de forma activa en la agenda propuesta. Omar Fernández Obregón, Miembro de Comosoc (Coalición de Movimientos y Organizaciones Sociales en Colombia), hizo el balance de la participación de los mismos en entrevista para datv. Fernández insistió en la autonomía participativa de los movimientos sociales en el Encuentro de las Américas Frente al Cambio Climático: la participación de organizaciones sociales no se disolvió en la iniciativa distrital, por el contrario, fue el resultado de la confluencia de agendas temáticas congruentes en varios puntos de sus agendas.
Lsa organizaciones sociales discutieron tres temas específicos: el primero de ellos fue construir una agenda común en torno a lo que puede ser un programa en torno al cambio climático; el segundo buscar formas de articulación entre el movimiento social y el ambiental; el tercero reflexionó sobre la discusión de acciones comunes que complementen y transciendan a las acciones locales en torno al tema. En la mesas de trabajo de los movimientos sociales tomaron la decisión de configurar un movimiento ambiental que sea capaz de sumar los trabajos locales desarrollados por actores específicos con ciertos niveles de articulación, para cohesionarlos en un gran movimiento que produzca impactos a nivel nacional e internacional. Esta tarea no se desarrollará a través de ningún aparato organizativo sino a través de dinámicas asamblearias de debate, transversales a las organizaciones regionales participantes.
Otro de los frutos recogidos por el movimiento social en el Encuentro da cuenta de la decisión conjunta de hacer una cadena acumulativa de eventos referentes al medio ambiente que hasta ahora funcionan de manera aislada, para que se concatenen y sumen en la tarea de configurar un movimiento más amplio. Además de todo lo anterior, las organizaciones sociales presentes decidieron aunar esfuerzos para respaldar la propuesta de Paro Nacional Agrario presentado por la Cumbre Agraria, Étnica Campesina y Popular en el marco de lo que sería la lucha por la economía campesina que contrarreste la economía de mercado, en abierta pugna contra el proyecto extractivista de la economía que patrocina este Gobierno.
El cambio climático desafía a la sociedad
Una de las principales dificultades para enfrentar el cambio climático, que amenaza a todo el Planeta, se encuentra en la escala de su progresión. Las variaciones de temperatura promedio y de precipitaciones fluviales, por ejemplo, han tomado cuerpo de manera gradual durante décadas, evidenciando síntomas que la mayoría de veces son ignorados. Por otra parte las acciones humanas que pudieran prevenir estas variaciones tienden a ejecutarse de manera inconsistente durante lapsos fragmentarios, que no suman ni construyen sobre lo construido para contribuir a mitigar los efectos de los cambios y adaptarnos a los que son imposibles de contener. La incapacidad de sostener políticas públicas durante periodos sincrónicos a la evolución del cambio climático es una de las expresiones de la incapacidad de los humanos para gestionar problemas que transcienden los tiempos impuestos por la mecánica social y las ideologías que acompasan su movimiento.
Sobre este particular, el sostenimiento de los planes de adaptación y mitigación ambiental presentados por el Distrito cargan consigo importantes propuestas que dependen para su concreción de la continuidad de la política y de la visión del actual gobierno bogotano. Esto es absolutamente necesario pues la propuesta esbozada por el mismo se desarrolla en el lapso de los próximos 35 años, es decir, en el espacio de tiempo durante el cual la ciudad y el conjunto nacional conocerán 9 gobiernos los cuales, quizás, no estén de acuerdo siquiera en que se está propiciando cambio climático alguno, como actualmente sucede. La situación es muy compleja.
Hacer memoria sobre los pasos recorridos puede abrirnos los ojos ante los efectos catastróficos que hemos generado y las imposibilidades de recuperación de los recursos que hemos extinto. Sobre la base de un modelo –mal llamado– de desarrollo, soportado sobre la multiplicación de industrias de todo orden que lo único que reparan es sobre la ganancia y la acumulación, tomaron asiento sociedades, formas culturales y de relacionamiento, que consumen sin límite, sin reparar en los desechos que producen ni la forma de procesarlos. Sociedades ampliadas en territorios específicos sobre la base del modelo automotris, el cual, en no pocas circunstancias, más que una herramienta que facilita movilidad, es otra simple manifestación de consumo, en este caso también de estatus.
Para el caso específico de Bogotá, un modelo que destruye la tierra sobre la cual se establece la ciudad, desecándola, acabando con sus cuerpos de agua, con sus pulmones (los humedales), sembrándo centeneres de kilómetros de la mejor tierra con que cuenta el país, con toneladas de cemento. La biodiversidad aquí existente cada día padece su lenta pero imparable extinsión.
Ante esta realidad, las estrategias de cambio por operativizar implican que seamos capaces de vislumbrar que lo que estamos haciendo, lo que estamos generando, si bien son asunto de Estado y de Gobierno, dependiente de la visión que tiene de y sobre la vida, es realmente asunto de todos. Hay aportes diferenciales a esta la problemática, sería imposible desconocerlo, pero las consecuencias las vivimos y las pagamos todos pues tendremos que coexistir en una humanidad que acaba a pasos agigantados los recursos naturales que ofrece el Planeta, al tiempo que propicia cambios que comienzan a devolverse en forma de efectos que las sociedades no podrán resistir. Por fortuna, o por desgracia, el cambio climático no solo es un asunto de variables y mediciones, es una cuestión política y económica, se mueve en estos dos campos humanos de donde pueden surgir, de igual manera, las estrategias más valiosas para su contención, estrategias que si continúan fallando pueden llevar a que el Planeta sea regido por la antigua política y economía de la naturaleza, la que puede seguir creando vida desde los abonos de nuestra propia extinción.
Recuadro
Bogotá, contaminación, basura y mucho más
La crisis ambiental en la capital del país está pasando del discurso a la realidad. En un inventario realizado en el 2008 se determinó que en Bogotá se generan alrededor de 16 millones de toneladas de CO2 equivalente por año. Esta enorme cantidad de gases efecto invernadero los aportan diferentes sectores: el de energía contribuye con el 64 por ciento (transporte, uso de combustibles fósiles, industria y residuos sólidos), de este promedio solo el 31 por ciento lo arroja el transporte, siendo el que más impacta en el total de las emisiones. El uso de combustibles fósiles (gas natural, carbón) genera un 26 por ciento de las emisiones de CO2, los residuos sólidos que se entierran en el basurero de Doña Juana producen una cuota del 19 por ciento de las emisiones. Muy a pesar de todo esto, el número de automóviles y motos en Bogotá –objetos responsables de la mayoría de las emisiones–, se incrementó. En el caso de los automóviles pasaron de 978.000 unidades en el 2009 a 1.400.000 en el 2014; por su parte las motos se incrementaron de 163.000 en 2009 a 418.000 en el 2014. Crecimiento que indica que si sigue la tendencia en menos de diez años la situación se volverá tan insostenible que serán necesarias alrededor de seis veces el área de vías en Bogotá para poder brindarle espacio a estas máquinas. Si la situación actual continua avanzando al mismo ritmo, para el año 2050 Bogotá produciría alrededor de 59 millones de toneladas equivalentes de CO2. En términos individuales, sus pobladores pasarían de producir hacia el 2050, 2.20 millones de toneladas de CO2 equivalentes per cápita, a 5.16 millones de toneladas equivalentes, más del doble de emisiones. Las precipitaciones también tendrán una variación sustancial. El occidente de Cundinamarca, hacia el valle del Magdalena, sufriría una reducción del 10 al 20 por ciento de lluvias durante los diferentes periodos; hacía la zona central, donde se encuentra Bogotá (y el páramo de Sumapaz) puede darse un incremento entre el 10 y 30 por ciento de las precipitaciones. También es previsto hacía el 2050 un incremento en la temperatura que se registraría principalmente en las zonas de páramo. Susana Mohamad precisó en su exposición sobre los efectos adversos que se esperan en los páramos: “[…] no solamente tiene que ver con los cambios de precipitación y temperatura, sino con la urbanización desordenada, la explotación minera y las actividades no ordenadas que estamos llevando a cabo. Y podríamos llegar a perder por las mismas razones el 54.6 por ciento de los páramos que como sabemos uno de ellos (el de Chingaza) aporta el 75 por ciento del agua que consumimos en Bogotá”. El hecho que el agua que consume Bogotá provenga principalmente de los páramos y muchos de los alimentos del valle del Magdalena (48%), incrementa los riesgos de impactos futuros en la capital: el cambio climático se está generando en la misma ciudad que siembra su propia vulnerabilidad en las regiones que integra como subsistemas. El sobrepoblamiento impone serias preocupaciones: se prevé que para el 20150 Bogotá y su área metropolitana aglomeren 20 millones de personas. Más allá de la ventana La propuesta de adaptación y mitigación del cambio climático se enfoca en varias estrategias. La primera pretende reducir las emisiones de CO2 en una magnitud del 50 por ciento para el 2038 y del 62 para el año 2050 ¿Cómo se logrará esta meta? Varias medidas han sido propuestas para ello. Electrificar la flota de taxis de la ciudad y el SITP es una de las más necesarias, de acuerdo a la Secretaria del Medio Ambiente, la misma generaría importantes efectos pues son dos de los principales responsables de las emisiones: el SITP, como sistema que tiende a centralizar y organizar el transporte intraurbano y de los taxis responsables de los desplazamientos privados, que en ocasiones llegan a recorrer hasta 250 kilómetros por turno/día. Otra de las medidas es impulsar la creación del metro pesado y, al menos, cuatro líneas de metro ligero (todos funcionarían con electricidad) para propiciar una movilidad más limpia y sustentable de la existente hoy. Junto a todas las demás medidas el Distrito propone que se amplíen los viajes en bicicleta de 640.000 a dos millones de viajes al día. Disminuir las emisiones de gas también puede lograrse modificando el manejo de los residuos sólidos. La propuesta de la administración distrital es llegar a la capacidad total de reciclaje de los desperdicios (25% del total) y del manejo de los residuos orgánicos (75% del total) a través del proceso de termólisis para generar energía eléctrica sin emisiones. El plan para la adaptación desborda la ciudad. A través del urbanismo y del ordenamiento territorial es necesario impulsar medidas para que prolifere el suelo blando, pueda administrarse de mejor manera el agua lluvia, haya un límite a la expansión urbana y se desarrollen nuevos planes de densificación poblacional. La actual administración pretendió expandir su capacidad de gobierno a la región: hay que proteger miles de hectáreas adicionales que pertenecen a los páramos y a sectores rurales contiguos a la capital de bosque alto andino, hay que proteger la Orinoquía y los páramos de Sumapaz y Chingaza. Son prioridades el agua y la biodiversidad. El plan para la adaptación vincula estrategias orientadas a fundamentar un manejo integral del agua en la ciudad: manejo de la cuenca del Río Bogotá (4.400 hectáreas), manejo de la pérdida de agua en el proceso de distribución para disminuir la vulnerabilidad, el aprovechamiento y gestión del agua lluvia que se pierde por escorrentía, la protección y manejo del acuífero de Bogotá. El plan de mitigación y adaptación presentado pone en evidencia los posibles impactos que puede tener la actividad antrópica sobre el cambio climático de la ciudad. Este proceso no debe entenderse como un proceso local, desconectado de incidencias e impactos globales y regionales que pueden generar afectaciones tan profundas como para hacer insostenible la vida misma en la ciudad. Sin embargo, desde el plano local, pueden al menos implementarse medidas para aumentar la resiliencia del sistema ciudad-región, para disminuir las afectaciones sobre los ecosistemas inmediatos que generan los recursos de los cuales dependemos.
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