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¿Hay alternativas para planear el territorio ante los desafíos del presente? Un criterio para votar en las elecciones presidenciales de Colombia

¿Hay alternativas para planear el territorio ante los desafíos del presente? Un criterio para votar en las elecciones presidenciales de Colombia

Un pequeño inventario, compuesto de cuatro desafíos, parece dibujar la situación del presente tanto aquí, en Colombia, como en cualquier rincón del planeta: 1) La creciente desigualdad social y económica. 2) La intensificación del problema migratorio de seres humanos y animales en su más amplio espectro: migrar o ser obligado a migrar para evitar la miseria, la guerra, la estigmatización, o porque podríamos llegar a ser considerados en cualquier momento como un obstáculo para algo o para alguien (legal o ilegal, legítimo o ilegítimo), o porque un desastre ambiental puede llegar a ocurrir y entonces hay que decirle adiós al territorio de vida… 3) El cambio climático que hoy pone en jaque la seguridad alimentaria, hídrica y energética de poblaciones humanas y no-humanas. 4) La desconfianza ante liderazgos políticos que se tornan cada vez más populistas y que, como tales, se expresan muchas veces a través de la combinación de discursos y acciones de salvación, uso de objetos, dichos e indumentarias propias del folclore nacionalista, manifestación de chistes flojos amplificados por los medios de comunicación convencionales o por las redes sociales y, ante todo, exposición de sonrisas diseñadas que se dejan ver en las fotografías e imágenes que figuran en pancartas, vallas, pasacalles y en los videos que ponen a circular “los y las candidatas de turno”.

Vistos por separado, cada uno de estos cuatro asuntos da lugar a posturas y maneras de abordarlos que, si uno las analiza con calma, pueden ofrecernos poderosas pistas para diferenciar las ideas políticas que nutren a los seres humanos de nuestros tiempos, la calidad de sus acciones y, por esto mismo, la coherencia, sistematicidad y buen juicio de los que son capaces.

Sin embargo, también existen intelectuales comprometidos y comprometidas con ayudarnos a lograr ver tales asuntos tanto con una visión de detalle –cuasi microscópica– como con una visión de conjunto. Es decir, intelectuales que contribuyen a ver estas cuestiones con lupa y con telescopio y, por ende, me refiero a intelectuales en cuyas obras se ve reflejado un riguroso trabajo científico al servicio de la toma de decisiones políticas. Intelectuales orgánicos como los llamó Antonio Gramsci. De sur a norte, por ejemplo, en América Latina sobresalen nombres tales como los de Maristella Svampa o Laura Torres en Argentina, Eduardo Gudynas en Uruguay, Silvia Rivera Cusicanqui en Bolivia, Marisol de la Cadena en Perú, Arturo Escobar en Colombia y Gustavo Esteva en México.

Leer las arriesgadas hipótesis y alternativas que ellas y ellos nos proporcionan en sus trabajos frente a los cuatro desafíos de nuestros tiempos es, a mi juicio, una tarea que no deberíamos obviar quienes, como quien aquí escribe, consideramos que hay que robustecer la relación entre las ciencias, en plural, y la política de auténtica vocación democrática. A mi juicio, el común denominador de todos estos autores y de sus trabajos es que nos invitan a pensar y a imaginar caminos que toman como punto de partida, o como línea de base, el hecho de reconocer que eso que aquí vengo denominando como los cuatro desafíos del presente ocurren y transcurren en un territorio (y quizás esto pase con casi todas las experiencias de los seres que cohabitamos en el planeta Tierra). La clave territorial que, como es de suponer, no es, ni mucho menos, un asunto menor.

Decir que la vida humana y no-humana ocurre y transcurre en un territorio nos debería llevar a considerar con seriedad y alegría que “nuestra casa común”, para emplear la expresión del Papa Francisco, no está en el aire, sino aquí mismo, donde usted y yo tenemos puestos nuestros pies. Que cuidar nuestro territorio, nuestro suelo-Tierra, debería ser la prioridad de todas las prioridades. Por ende, un buen criterio para evaluar los programas políticos de las personas que aspiran a dirigir el rumbo que debería llevar un país como Colombia, podría consistir en el análisis de la propuesta que ellas y ellos nos ofrezcan sobre la planeación del territorio, acerca de la planeación territorial. Algo que, desde luego, va más allá de los tecnocráticamente denominados planes de ordenamiento territorial (POT).

Esto significa, entre muchas otras cosas, reconocer que hoy la planeación territorial se mueve en medio de la tensión entre si el propósito que se persigue con ello es el logro del desarrollo económico o la sostenibilidad de la vida. Pero también reconocer que hay quienes creen haber encontrado una fórmula intermedia entre lo uno y lo otro, a la que llaman desarrollo sostenible pero que, a juicio de quien aquí escribe, no tiene en verdad nada de novedoso, y, en cambio, parece ser una fórmula lingüística renovada para encubrir el mismo discurso capitalista que nos viene asfixiando en los siglos recientes. Una suerte de vestido nuevo para vestir el mismo viejo cuerpo del ávaro usurero acumulador de capitales. Sobre todo porque el discurso y las prácticas del desarrollo sostenible dan por sentado que nosotros, los seres humanos, somos radicalmente distintos y estamos radicalmente separados de la naturaleza. Por eso resulta tan fácil para los promotores del desarrollo sostenible concebir al ser humano como mero capital (capital humano), y a la naturaleza como mero capital natural o “recurso”. Desde allí, para decirlo con más fuerza, todo parece indicar que se busca hacer obvio que la planeación del territorio tiene que ver con el uso racional y sustentable de los recursos naturales, pero, si lo vemos con calma, esto no es, para nada, una obviedad. Veamos el asunto con más detalle.

Si a usted, como a mí, le ocurre que a veces reflexiona sobre la relación que tenemos los seres humanos con los animales, los ríos, las montañas, los ecosistemas… quizás también haya advertido que es mucho más lo que nos une que lo que nos separa. Que quizás lo que queremos ver como la superioridad de los humanos frente a todo el resto (por estar dotados de conciencia, lenguaje articulado, lóbulo frontal, pulgar oponible, entre otras cosas) es parte del germen antropocéntrico que nos ha sesgado para ver eso que sí han podido ver, por ejemplo, muchos grupos étnicos en América Latina; es decir, que hay un vínculo indisociable, incluso de parentesco, entre los seres humanos, los animales y las plantas. Que hay un común denominador que nos emparenta.

Si a usted, como a mí, le angustia saber acerca del origen y el tratamiento de los alimentos que consume a diario, acerca de la calidad del agua que bebe o del aire que respira, de las circunstancias por las que atraviesan las palomas en las plazas públicas y que, hay que admitirlo, es tan similar a la situación de los habitantes de calle que se alimentan también en los basureros de cualquier lugar del mundo, quizás advierta que hay algunos seres que en verdad no merecen sufrir gratuitamente, y que no todo en la naturaleza es un mero recurso natural, por más que se lo quiera tratar de manera racional y sustentable. Si a usted, como a mí, le duele el excesivo uso de energías fósiles y a veces lo impresiona y le afecta la situación de descongelamiento de los polos, las amenazas contra la vida, los grandes y expansivos depósitos de residuos sólidos que nos rodean, quizás advierta también que todo esto ocurre y transcurre, precisamente, en un territorio. De pronto le pase, como a mí, que albergue la esperanza de contar con mejores gobernantes capaces de planear mucho mejor nuestro(s) territorio(s).

Por todo lo anterior, ante los cuatro desafíos del presente, la política territorial que se ha promovido hasta hoy, que es precisamente la que ha calado hondo en el imaginario de las élites políticas y económicas en Colombia, parece haber entrado a una unidad de cuidados intensivos por haber contraído la enfermedad económica desarrollista y, sin duda, luego de haber contaminado a muchas otras entidades. Aunque la política territorial hecha hasta hoy parece querer lograr la curación a través de un tratamiento de desarrollo sostenible, por ahora nada demuestra la efectividad de esta terapéutica.

Algunos consideran que el problema radica en que la terapia del desarrollo sostenible se basa en una concepción que distancia diametralmente al mundo humano del mundo natural, como si no pudiera haber lugar para pensar una continuidad entre ambos y, más aún, para actuar desde ahí. Aunque los defensores de esta terapia se escudan en que no es cierta tal acusación de separación radical pues lo que se busca es poner en diálogo la justicia social, el equilibrio ambiental y la equidad económica, los detractores recuerdan que de no reconsiderar la idea de la naturaleza como recurso exterior al mundo humano es muy poco probable que la terapia surta algún efecto. Sobre todo porque de no reconsiderarlo, la terapia del desarrollo sostenible sigue dando lugar a relaciones de apropiación que pueden pervertirse en injustificadas e ilegítimas apropiaciones ilimitadas de eso que llaman “recursos” como, por ejemplo, el acaparamiento injustificado de tierras.
Por eso también los detractores de esta terapéutica se hallan explorando y poniendo a prueba una posible vacuna, esto es, una verdadera alternativa o un conjunto de alternativas que sean capaces, entre otras cosas, de respetar la diversidad humana y la biodiversidad a partir de aquello que nos une.

Para Arturo Escobar y Marisol de la Cadena el conjunto de sensatas alternativas se enuncia bajo el enfoque del posdesarrollo, esto es: pensar y diseñar el territorio a la luz de una pluralidad de actores (pluriverso) y no desde la visión de un actor hegemónico (universo). Para Eduardo Gudynas la alternativa se nombra como “buen vivir” o “buenos vivires” y, tal y como se lo escucha, con esta denominación se busca fijar como meta de la planeación territorial no el crecimiento económico o el desarrollo sostenible sino, más bien, la posibilidad de una vida buena para la gran mayoría de la población (incluidos animales y plantas). Para Gustavo Esteva la alternativa se llama “comunalidad” que, para él, consiste en asumir la Tierra, la Autoridad, la Labor y la Fiesta como asuntos de interés común, esto es, sin un experto central que nos diga cómo deben ser pensadas y actuadas tales nociones.

Como se ve, el diccionario de neologismos que buscan ser una alternativa ante la noción de desarrollo viene abultándose cada día. Empero, más allá de la variedad de nombres que reciba, es claro que de lo que se trata es de encontrar una manera de superar el economicismo como concepto rector de la planeación territorial y de posicionar, en cambio, una guía ética o, si se quiere ser más preciso, una guía de corte ético-ambiental.
Es claro entonces que una vista panorámica a los grupos de actores que protagonizan la escena contemporánea nos lleva a reconocer que existen al menos cuatro colectivos: el de los intelectuales (académicos o no) en busca de alternativas para planear mucho mejor los territorios, el de los políticos y las políticas de oficio (incluidas las personas con aspiraciones de serlo) que parecen haber sucumbido ante el discurso del desarrollo sostenible impulsado por intelectuales menos críticos , el de la ciudadanía informada y el de la ciudadanía desinformada de todos estos asuntos pero que cohabita con los otros colectivos.

Y mientras estos colectivos actúan reflexiva o irreflexivamente en el presente, lo cierto es que en este primer semestre de 2022 en Colombia se elegirá un nuevo Congreso de la República y un nuevo presidente o la primera presidenta, como lo afirma Francia Márquez. Por esta razón, como un aporte para la discusión acerca de la urgente tarea de reorganizar la vida pública, y en el más sentido interés de contribuir a la toma de decisiones sobre por quién es deseable votar, simplemente diré para concluir que invito y convoco a los lectores y lectoras a revisar qué tienen para decirnos los candidatos y las candidatas ante los desafíos del presente, bien sea tomando en consideración una por una cada cuestión del pequeño inventario de preocupaciones citadas al comienzo, bien sea agrupándolas a todas a través de la pregunta por cómo planearía el territorio la persona que hoy pretende gobernar en un país pluriétnico, multicultural y biodiverso que no merece ser orientado por una visión del mundo única y totalizante. De mi parte, votaré por aquella persona que mejor esté a la altura de una ética territorial colectiva, es decir, de una ética ambiental que esté interesada en promover el mayor respeto posible por la pluralidad de seres y cosmovisiones que cohabitan nuestras muchas colombias.

*Director de la Fundación Sujetos en Luto, “porque todos y todas hemos perdido algo o a alguien”

Información adicional

Autor/a: Germán Andrés Molina-Garrido*
País: Colombia
Región: Suramérica
Fuente:

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