
En escasos seis meses, el número de personas con contagios confirmados de covid-19 en Colombia supera las 500 mil y el de fallecidos alcanza la cifra de 15.500; la tasa de letalidad es de 32 muertes por cada 1.000 infectados. La improvisación que realza en la manera cómo los gobiernos, tanto el nacional como los municipales, atiende la crisis de salud pública potenciada por el covid-19 gana en conmoción debido a la prohibición de despedir a los fallecidos. Por la saturación de cementerios y hornos, la entrega de cenizas demora dos meses y a veces hasta tres. Los deudos no llegan a saber si éstas corresponden a su ser querido; menos aún, si son de un ser humano. Morir en soledad y negar la posibilidad de despedida dificulta el proceso de duelo. Son previsibles serias secuelas para la salud psíquica de miles de colombianos.
Dolorosas escenas se viven con el fallecimiento de un ser querido. La situación de crisis sanitaria que estamos experimentando por el covid-19 impide realizar las tradicionales honras fúnebres. La imposibilidad de despedir al ser querido obstaculiza la necesidad humana de elaborar los duelos.
Desde la salud mental se sabe que la imposibilidad de despedida es un factor de riesgo para obstaculizar un duelo natural, como ocurre en las catástrofes y desapariciones. Este hecho dificulta hacer real la perdida de la muerte del ser querido o puede llegarse a sentir que no es verdad que haya sucedido el fallecimiento.
La elaboración complicada del duelo que viven muchos colombianos producida por la pandemia puede desencadenar a futuro problemas psicológicos, como trastornos de ansiedad, depresión o trastorno por estrés postraumático. Los resultados de la última Encuesta Nacional de Salud Mental publicadas en el año 2015 dejan ver que existe deterioro psicológico personal y colectivo en la salud mental de los colombianos. Este desgaste preexistente de desequilibrio aumenta exponencialmente por el efecto del nuevo virus.
Cuando un ser querido fallece de forma inesperada, se trata de una muerte traumática. En un periodo de tiempo corto los supervivientes han estado en una situación de alerta por el virus y les han comunicado el fallecimiento de su ser querido. Los asuntos que más preocupan suelen ser cosas pendientes que nunca se expresaron: pedir perdón, perdonar, dar las gracias, decir a los seres queridos cuánto los queremos; cuando esto no sucede, se presentan secuelas que pueden desencadenar trastornos emocionales: estrés emocional desbordado hace que las funciones de adaptación a la realidad se vean comprometidas y que sea altamente probable una respuesta de crisis o conmoción.
En la muerte que no da aviso y que se lleva a los seres amados de forma trágica, el dolor es más agudo y traumático, porque llega de una manera repentina, inesperada, que no da tiempo de despedirse, de decir adiós.
El duelo es una reacción adaptativa, natural y esperable ante las perdidas, donde tendremos que ir transitando por las diferentes emociones, pensamientos y situaciones que vayan surgiendo a lo largo del dolor.
El proceso del duelo inicia cuando la persona reconoce la emoción, necesidad o sentimiento, y luego da paso a la experiencia de todas aquellas emociones y pensamientos producidos por la pérdida de su ser querido. El dolor sentido al perder un ser querido no puede evitarse, no se puede evadir del mismo, debido a que es parte de la vida y cada ser humano debe vivirlo.
Para aceptar la pérdida, durante un proceso de duelo, es preciso admitir y saber que está bien que nos visiten emociones, sentimientos y pensamientos desagradables. Sabemos que la frustración y la tristeza profunda no son agradables y preferiríamos no tener que pasar por ellas, pero es gracias a la tristeza, la desolación o la frustración, que podemos tomar contacto con la realidad, experimentarla y finalmente continuar con nuestra vida.
Es trascendental trabajar las emociones y el dolor de la pérdida, reconocer el dolor físico, emocional y conductual asociado con la perdida. Dejar fluir el dolor, sentirlo y saber que un día pasará.
Rituales simbólicos de despedida:
Los rituales de despedida nos ayudan a hacer real y aceptar la muerte. Permite tomar conciencia que ha pasado algo que cambiará nuestra vida y que esto debe ser elaborado simbólicamente, ayudando a procesar mejor la pérdida del ser querido, algunos de estos rituales sugeridos (Worden 1997) son:
• Escribir una o varias cartas al ser querido fallecido expresando los pensamientos y emociones. Esto puede ayudar a arreglar los asuntos pendientes teniendo la oportunidad de manifestar e integrar sentimientos ambivalentes.
• Compartir fotos del ser querido, de esta forma la persona puede hablarle al fallecido en vez de hablar de él.
• Realizar en familia un libro de recuerdos sobre el fallecido. Esta actividad puede ayudar a la familia a rememorar historias queridas y finalmente a elaborar el duelo con una imagen más realista de la persona fallecida.
Cuando elaboramos de forma adecuada un duelo podemos poco a poco volver a sentir gratitud, paz y bienestar. Es sano seguir vinculados con el ser querido fallecido pero de un modo que no nos impida continuar existiendo. En ocasiones los momentos de dolor intenso nos permiten despertar y volver a apreciar la belleza y el don de lo cotidiano.
No poder realizar el duelo de manera adecuada es inhumano. Los procedimientos impuestos por los gobiernos municipales no corresponden a la lógica de la vida-muerte, son medidas burocráticas, crueles, tanto para quien fallece en soledad como para sus familiares. Es necesario replantear, con urgencia, este tipo de imposiciones. Es importante implementar nuevos protocolos más humanos para el acompañamiento y la muerte digna.
Hay opciones compasivas y humanitarias que los gobiernos y sistemas de salud deben implementar para permitir contener, acompañar y despedir humanamente a quienes están al final de su vida. En otros países, en las Uci, el personal sanitario se preocupa de dar calor humano, fraterno y solidario, paliar el dolor y evitar el sufrimiento innecesario. Permiten, además, con el debido cumplimiento de los protocolos de bioseguridad, que un ser amado acompañe y tome cariñosamente de la mano, a manera de despedida, a quien emprende el último viaje. Al final, todos, independiente de la persona y los contextos, merecemos tener una muerte digna.
*Psicóloga, especialista en intervención en crisis.
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