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La juventud y la lucha social en Colombia, hoy

La juventud y la lucha social en Colombia, hoy

La juventud, en el buen sentido de la palabra, cree tener alas y que todo lo justo y cierto espera su llegada tempestuosa, que va a ser conformado por ella o, al menos, va a ser liberado por ella.
Ernst Bloch
El principio de la esperanza[1]

 

El 2020 ha sido un año atípico para quienes lo hemos experienciado. La pandemia de covid-19 nos ha permitido ver en directo y descarnadamente las desigualdades sociales, evidenciando el lado más oscuro de la humanidad representado por los poderes financieros y políticos a lo largo y ancho del planeta; también ha puesto ante nuestros ojos lo mejor de la humanidad evidenciado en la solidaridad, la reciprocidad y la lucha de las personas excluidas, marginadas e invisibilizadas, que en su larga experiencia de vivir una crisis tras otra, han aprendido que la respuesta a sus problemas no proviene de los poderosos sino de su propia fuerza y resistencia.

Una coyuntura, en la que lxs jóvenes han sido protagonistas de primera línea. En este artículo, pretendo discutir algunas ideas del papel que viene jugando la juventud en el devenir actual, tomando como caso de análisis los sucesos del 9 al 11 de septiembre de 2020 en Colombia, y tratando de responder a la pregunta de sí lo sucedido fue algo episódico o responde a cambios más profundos en gestación en/con las nuevas generaciones

Para situarnos en contexto

Hay que recordar que los hechos acaecidos entre el 9/11 de septiembre se dieron como reacción a la tortura y asesinato de Javier Ordoñez por parte de efectivos de la policía nacional. Sin embargo, este hecho venía precedido de múltiples acciones de brutalidad policial en diversos países, entre los que destacan el asesinato de George Floyd en los EEUU, que permitió develar el racismo estructural de la sociedad norteamericana; el uso de la represión policial por parte de los carabineros chilenos, asesinando a varios manifestantes y dejando tuertos y ciegos a más de trescientos jóvenes; la represión a lxs jóvenes manifestantes de Hong Kong, de Nicaragua y a las jóvenes argentinas y mexicanas en sus movilizaciones contra el feminicidio y el derecho al aborto.

En el plano nacional, veníamos de hechos recientes protagonizados por la fuerza pública, cómo la violación de una niña indígena Embera, que permitió visibilizar múltiples casos de abuso, violación y esclavitud sexual de niñas indígenas por parte de las fuerzas militares; el asesinato de Dylan Cruz, el de Anderson Arboleda, joven negro habitante de Puerto Tejada, golpeado repetidamente por un policía y la masacre continua de líderes sociales. A esto se suma, la información reciente sobre 9 jóvenes incinerados en un CAI de Soacha, en el mismo periodo.

A partir del video que se viralizó, donde pudo observarse la brutalidad policial sobre Javier Ordoñez, estalló una reacción espontánea y colectiva de la ciudadanía –donde los jóvenes jugaron un papel protagónico, con una acción de protesta en el comando de acción inmediata (CAI) de Villaluz, donde se consumó el asesinato de Javier–. Acción de protesta repetida en barrios como Verbenal, Molinos, Suba Rincón, la Gaitana, Castilla, el Park Way y Bosa. Hechos similares tuvieron lugar en Soacha, Cali y Medellín. Con expresión de digna rabia la noche del 9 de septiembre y en el marco de la protesta, fueron incendiados varios CAI y asesinadas en Bogotá y Soacha 13 personas por parte de la policía –la mayoría de ellxs jóvenes– y más de 218 personas resultaron heridas. Grupos de defensores de Derechos Humanos reportaron además varios episodios de violencia sexual padecida por jóvenes mujeres, detenciones arbitrarias, torturas y lesiones a manifestantes y personas que circulaban en los distintos lugares sin participar de las protestas. Por su parte, la policía nacional informó de 30 policías lesionados, ninguno de ellos por arma de fuego.

Como un dato significativo, estas violaciones, ocurrieron cuando se celebra en Colombia el día nacional de los Derechos Humanos. A pesar de los registros audiovisuales, que dejan ver a la policía disparando sus armas de fuego contra los civiles, el gobierno nacional y las fuerzas militares no reconocieron la masacre y centraron sus declaraciones en lo que llamaron “actos de vandalismo e infiltración de fuerzas guerrilleras”. El pedido de lxs manifestantes, de varias personalidades políticas, académicas, del mundo artístico y de varias organizaciones de Derechos Humanos, sobre la necesidad de una reforma profunda de la Policía Nacional, no ha sido atendida hasta el día de hoy y solamente, luego de la presión ciudadana, el ministro de Defensa pidió perdón por el “caso” de Javier Ordoñez.

Lxs jóvenes en la Colombia de hoy

La ley de juventud en Colombia –375 de 2007– define a los jóvenes como “la persona entre 14 y 26 años” y surge en el marco del impulso dado desde organismos multilaterales a políticas enmarcadas en el denominado Bono demográfico, que da cuenta de la transformación de la estructura poblacional que evidencia un peso mayoritario de la población joven y adulta. Este periodo histórico demográfico implicaría las décadas finales del siglo XX hasta más o menos el año 2035. Esto indica que Colombia contaría con bono demográfico apenas durante 15 o 20 años más. El aprovechamiento del mismo, generalmente visto en términos económicos, implica la formulación e implementación de políticas sectoriales diversas que permitan aprovechar el predominio de las edades productivas, para fortalecer la estructura de la industria y de la producción que impulse el desarrollo económico.

Aún en esta mirada economicista miope, puede corroborarse que las políticas dirigidas a lxs jóvenes han sido diseñadas acorde con el modelo económico neoliberal, que prioriza las necesidades del poder económico, destruyendo los pocos avances de industrialización logrados en el país, y dirigiendo su foco hacia las economías extractivas y el mercado financiero. Como ejemplo de ello, la política sectorial educativa, que ha avanzado de manera importante en coberturas de educación básica y media, ha ligado el criterio de calidad a las competencias que se definen desde el mercado laboral y no a la generación de contextos de avance en ciencia y tecnología para el país. Por otra parte, la educación superior, ha ido tornándose en un privilegio para quienes pueden pagarla, ya que la oferta pública tiene escasas coberturas y cada vez más se recortan sus presupuestos para pasarlos a la educación privada, como sucedió con el programa “Ser pilo paga”, hoy reactualizado como “Generación E”.

Por otra parte, como sostiene Libardo Sarmiento Anzola (sf), el desconocimiento explícito de la juventud como hecho sociológico, no da cuenta de las relaciones de poder y podríamos decir de los vectores de opresión que atraviesan a la juventud como la clase social, etnia, raza, género, orientaciones e identidades sexuales diversas, generación, discapacidad, religión, etcétera, que producen y explican los privilegios y las desigualdades en la sociedad actual.

Las promesas incumplidas

En la perspectiva de la juventud como agrupación orgánica y homogénea, el Estado y la sociedad les ofrecen una trayectoria ideal –basada en sus esfuerzos individuales– que les permitirá la conquista del mundo: Aceptar la orientación y la autoridad de los padres, “portarse bien”, estudiar, emplearse, organizar una familia tradicional, producir y ascender en la escala social. El derecho al mundo y al futuro dependerá de que tanto se apeguen a ese camino trazado por los adultxs y habría que agregar por lxs adultxs poderosos.

Sin embargo, en el marco de la cuarta revolución industrial, que le permite a un porcentaje importante de jóvenes conocer el mundo y relacionarse con otrxs con diversas experiencias culturales y sociales, así sea desde lo virtual, cada vez es más patente que las promesas hechas son de difícil o imposible realización. La promesa de la movilidad social, basada en la educación, que algunxs privilegiadxs de las generaciones anteriores pudimos constatar, es cada vez más lejana para las generaciones actuales. Cómo escribe Luis Jorge Garay en su texto de In-movilidad social y democracia, mientras que en Dinamarca se requiere de una generación para que una persona pobre llegue al ingreso medio, en Colombia son necesarias once generaciones. Por otro lado, en el análisis de Garay, la educación superior solo garantizaría el no descenso en la escala social.

Estos hallazgos empíricos de la academia son ahora percibidos por lxs jóvenes en su existencia real. Cuando ellxs siguen la trayectoria adultocéntrica marcada como ideal para lograr el bienestar, miran a otrxs jóvenes que han recorrido ese camino, se dan cuenta que ese anhelado objetivo de vida buena y de ascenso social es una mentira a voces. Seguir el camino social marcado conduce a la informalidad, a la precariedad y a la pobreza. Esto se expresa en marcadas desventajas en lxs jóvenes con marcadores de diferencia como la raza, el género, la clase social, la etnia, etcétera. Sin embargo, paradójicamente, empieza a ser experienciado por jóvenes de clase media, cuyas familias han realizado un esfuerzo para brindarles una educación superior. En este segmento poblacional, también se percibe, que culminar sus objetivos educativos los enfrenta a un mercado laboral precario, en medio de propuestas gubernamentales que promueven la flexibilidad laboral –el contrato por horas– las prácticas sin remuneración y los salarios bajos.

Aquella afirmación de los padres de “estudie mijo para que sea alguien en la vida”, ha perdido todo sentido y constatación real. Aquí me permito ejemplificar con una anécdota contada por un amigo, que asistió con su hijo a una charla de presentación de la carrera de economía en una prestigiosa universidad bogotana, cuya matrícula semestral alcanza los quince millones de pesos. Ante la pregunta de si era cierto que los egresados de las universidades privadas tenían mayores posibilidades de encontrar trabajo, el decano de la facultad respondió afirmativamente, agregando que, sin embargo, el salario de enganche promedio del primer empleo de lxs egresadxs apenas alcanzaba un millón doscientos mil pesos. La pregunta que le quedó rondando a mi amigo y a su hijo es ¿vale la pena el esfuerzo económico para al final toparse con ese panorama?

Lxs jóvenes y los hechos del 9 al 11 de septiembre

Un asunto que vale la pena abordar en el análisis de lo ocurrido en Colombia del 9 al 11S, es si se trató de un hecho coyuntural, producto de la reacción social ante la violencia policial representada en las torturas y asesinatos acaecidos, nos habla de cambios estructurales en la juventud colombiana y su manera de imaginar el futuro. Un primer aspecto que hay que apuntar es que la reacción se produce en el marco de procesos de movilización social, con diversas expresiones y focos de lucha y resistencia que dan cuenta de la pluralidad de mundo juveniles.

Sin desconocer movilizaciones históricas de años y décadas pasadas, de las que aprendieron lxs jóvenes actuales, una primera experiencia que mostró su capacidad de mirar más allá de lo coyuntural fue el paro universitario de 2018, en principio liderado por los profesores universitarios, preocupados por su pérdida salarial representada en la obligación de declarar renta por los llamados gastos de representación, pero que rápidamente fue tomado por lxs estudiantes universitarios, dándole una perspectiva de lucha por la educación superior pública, gratuita y universal. Allí, de manera muy interesante, se unieron lxs estudiantes de las universidades privadas que se movilizaron con sus pares de las universidades públicas, sectores estudiantiles de secundaria y el Sena. Esto marca una transformación importante, en el surgimiento de solidaridades para enfrentar experiencias comunes, como las vividas frente a la represión del Esmad en el marco de las movilizaciones del paro universitario.

Un segundo conjunto de movilizaciones tiene como protagonista fundamental a las mujeres jóvenes, que rompiendo con la visión adulta patriarcal y heteronormativa han puesto en el centro la lucha contra las violencias sexuales, el feminicidio, el derecho a disponer de sus cuerpos, el reconocimiento a las diversidades sexuales y de género y las inequidades en el cuidado reproductivo y el mundo laboral.

Un tercer conjunto de movilizaciones concita a lxs jóvenes en la lucha por el ambiente, el respeto por los animales y el planeta en su conjunto. Un aspecto que podemos caracterizar como más específico de la experiencia colombiana, es la lucha por la paz, que nace con la firma del tratado de paz con las Farc y que desencadenó la ilusión en grandes sectores de jóvenes de vivir en un país sin guerra. Las diversas expresiones en apoyo al acuerdo de paz y el rechazo al asesinato de líderes sociales y firmantes del acuerdo, están presentes en las diversas movilizaciones. Finalmente, y con el riesgo de invisibilizar otras movilizaciones y luchas, un hito clave es el paro nacional de 2019, que contó con dos protagonistas esenciales: La minga indígena y lxs jóvenes. Allí se conjugaron las diversas luchas y los jóvenes estuvieron siempre en primera línea.

Estos antecedentes permiten situar lo ocurrido entre los días 9/11 de septiembre, como una reacción de la diversidad juvenil: algunxs cohesionados en objetivos políticos, identitarios, de clase, etcétera. y otrxs simplemente como personas jóvenes que a partir de sus vivencias de desigualdad y opresión sintieron la necesidad de expresarse. La violencia policial que de alguna manera todxs han vivido marcó un punto de inflexión que permitió el encuentro de jóvenes que no se resignan a un mundo destruido por el sistema capitalista.

A pesar de que el foco de la protesta fue la violencia policial, lo que lxs jóvenes ponen en tela de juicio son los sistemas de opresión sobre las personas y la naturaleza. Cómo lo plantea Rossana Reguillo, lo que estamos viendo es que lxs jóvenes expresan “su hartazgo frente al sistema […] que convirtió a las y los jóvenes en un ejército inerme frente a las políticas del neoliberalismo predador”. Las expresiones violentas se expresan paralelamente con propuestas artísticas y culturales, por ejemplo, lo ocurrido con la transformación de los CAI en bibliotecas o centros de reunión de expresiones culturales, que, aunque efímera, permite mostrar lo que lxs jóvenes están proponiendo a la sociedad en su conjunto, para reemplazar el mundo violento que les ha tocado vivir.

Con esta sucinta mirada de los diversos focos de lucha y resistencia de la juventud es posible arriesgar una interpretación que da cuenta de transformaciones políticas y culturales en grandes sectores de las nuevas generaciones que no son exclusivas de Colombia, sino que conversan con los movimientos juveniles de América Latina y el mundo. La movilización de lxs estudiantes de secundaria chilenos que propició el estallido social en 2019, la lucha de las jóvenes mujeres argentinas y de otros países de América Latina contra la violencia de género y la violencia sexual en instituciones educativas y la sociedad patriarcal, las luchas por el derecho al aborto, las luchas de la minga indígena –donde lxs jóvenes también son protagonistas–, las luchas por la paz, y en general el conjunto de confrontaciones contra el modelo neoliberal, el racismo, el patriarcado y el colonialismo a nivel global, se incorporaron en diversos sectores juveniles en la búsqueda de un futuro posible más llevadero y digno.

Creo que lo que nos están mostrando los mundos juveniles, se enmarca en lo que Ernst Bloch llama “las situaciones productivas que se afanan en el alumbramiento de algo que no se ha dado nunca”. Las expresiones de “Nos quitaron tanto que nos quitaron hasta el miedo” y “La policía no me cuida, me cuidan mis amigas” o la conformación de los comités de género en las asambleas de la Unión Nacional de Estudiantes de Educación Superior (Unees) son ejemplos de esa búsqueda “de lo que no se ha dado nunca” y marca la aparición de solidaridades para enfrentar enemigos comunes. Estas solidaridades no están exentas de tensiones, sin embargo, al contrario de lxs adultos, lxs jóvenes vienen aprendiendo a dialogar y construir objetivos comunes en medio de sus diferencias y diversidades. Se mantiene el foco en las luchas particulares, pero tienen capacidad para identificar objetivos comunes, y asumir procesos de transformación interna y subjetiva en la búsqueda de un futuro sin exclusiones.

 

 

 

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Información adicional

Autor/a: Carlos Iván Pacheco
País: Colombia
Región: Suramérica
Fuente: Periódico desdeabajo Nº274, noviembre 20 - diciembre 20 de 2020

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