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Los ministros del eterno retorno de la guerra en Colombia

Los ministros del eterno retorno de la guerra en Colombia

Aureliano Buendía era un artesano de pescaditos de oro. García Márquez escribió que “desde que decidió no venderlos, seguía fabricando los pescaditos al día, y cuando completaba 25 volvía a fundirlos en el crisol para empezar a hacerlos de nuevo”. Pareciera que la guerra en Colombia es una distorsión distópica del relato: el oro que se forja en la crueldad y la rudeza del calor moldea las manos de campesinos, las piernas de los indígenas y negros, las espaldas de los jóvenes y las cabezas de los ancianos, para en la noche fundirlos otra vez. Esa es la guerra en Colombia.

A nuestros ministros de Defensa les gusta esta alquimia, son ministros alquimistas. En las últimas semanas, el ministro de Defensa colombiano entró diariamente a su taller de fundición. En Pereira le destruyó la casa a una anciana de 93 años que padecía demencia senil y que acababa de ser trasladada a una casa hogar. La policía engañó a la familia y grabó un video con habitantes de la calle en la casa consumiendo drogas, al otro día llegaron con una máquina para demoler la vivienda. El ministro, al frente de los medios, dio una especie de rueda de prensa en la que adujo que su casa se había convertido en “una guarida de atracadores, en un sitio de consumo”. El show terminó en la demolición, en aplausos gracias a los “logros de la lucha contra el microtráfico”. Contradictoriamente, después la anciana y su familia recibieron amenazas de los microtraficantes de drogas por hacerles competencia.

Diez días después, en el Putumayo, frontera con Ecuador, un comando del ejército disfrazado de uniforme negro atacó una fiesta de la vereda en la que estaban recogiendo fondos los pobladores para mejorar su región. Tres días de celebración prometían los volantes de invitación que habían circulado en redes sociales invitando a la gente al bazar. En ésta participaban personas de los resguardos indígenas y de las juntas campesinas; había niños, jóvenes, mujeres y ancianos. Después del comando armado que asesinó, hirió y retuvo a la población, llegó el ejército maltratando y acusando a la gente de ser actores armados; recogió en sus helicópteros los cuerpos de los asesinados, a los heridos y, paradójicamente, al frente de todos, también al comando armado. Fueron asesinadas 11 personas entre ellas el presidente de la junta campesina, el gobernador del resguardo y un niño de 16 años, y fue herida entre otros una adolescente embarazada que fue acusada de pertenecer a grupos armados. Además, el ejército se robó el dinero recaudado por la gente.

El ministro volvió a aparecer en medios para imponer la “verdad oficial”. Eran unos narcococaleros, “criminales”, era una “fiesta de actores armados borrachos” que le dispararon al ejército. Desde el primer momento se lograron conocer los relatos de la población que valientemente informó al país lo que había ocurrido; la organización indígena OPIAC y AlaOrillaDelRío mostraron las pruebas de que era un bazar y días después las misiones humanitarias mostraron que había sido un crimen por parte del ejército. El ministro respondió en Twitter con unos videos de hombres armados sin ubicar ni lugar ni momento de la grabación.

Una semana después en el Caquetá, los campesinos habían citado al gobierno para dialogar y tratar de detener la destrucción de casas y hostilidad del ejército en el contexto de la Operación Artemisa, la nueva campaña del gobierno de “lucha contra la deforestación”. Habían acordado con la Defensoría del Pueblo encontrarse con el viceministro de manera formal y ese día, la reunión se convirtió en una operación militar. En un show desproporcionado, un helicóptero de-sembarcó y capturó al gobernador del resguardo, Reinaldo Quebrada Quilcué, reconocido como víctima del conflicto armado y poblador de territorios indígenas. Según el ministro, era conocido con el alias de El Indio o Rei, en un acto abierto de racismo, y acusó al gobernador de ser el mayor deforestador de la región. La jueza tampoco reconoció su condición de líder indígena y en este momento está en la cárcel.

Los ministros alquimistas los funde en la noche, en el día los moldea; entra al taller, toma las figuritas del indígena, del campesino, de los ancianos, de los jóvenes, de los niños y moldea al calor con un poco de ejército allá, un comando acá, lleva a la policía a un lado, mueve una brigada al otro, unos polvos de criminalización. En las noches aplica todo al tiempo y deja el oro derretido en el recipiente. El pueblo quiere parar la violencia en Colombia, pero los ministros alquimistas quieren hacer de la guerra en Colombia el eterno retorno.

Por Estefanía Ciro, doctora en sociología, investigadora del Centro de Pensamiento de la Amazonia Colombiana, AlaOrillaDelRío. Su libro más reciente es Levantados de la selva

Información adicional

Autor/a: Estefanía Ciro
País: Colombia
Región: Suramérica
Fuente: La Jornada

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