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MÁS LEÍDOS 2021: ¿Primavera de la juventud?

MÁS LEÍDOS 2021: ¿Primavera de la juventud?

Sólo gracias a aquellos
sin esperanza nos es dada
la esperanza.
Walter Benjamin

 

Alison Méndez salió de su casa del barrio El Uvo –situado en el norte de la ciudad de Popayán–, para dirigirse a la residencia de un amigo el 12 de mayo de este año. Interrumpió su andar por la sorpresa que le causó la violencia con la que eran reprimidos por la policía los manifestantes que protestaban en el marco del Paro Nacional. La joven de 17 años decidió, entonces, grabar la barbarie oficial, por lo que fue aprehendida por cuatro uniformados que de forma violenta la redujeron y trasladaron a la Unidad de Reacción Inmediata, de la que fue liberada luego de dos horas de retención. Al día siguiente, luego de publicar un mensaje en la red, en el que denunciaba que “me manosearon hasta el alma”, Alison decidió poner fin a sus días en un acto de auto-inmolación que denuncia un sistema totalitario en el que sus delitos fueron ser joven, mujer y buscar dejar testimonio de la ferocidad estatal.

Hace poco más de diez años Mohamed Bouazizi, un joven tunecino, titulado en informática, pero que debía ganarse la vida como vendedor de frutas en un puesto callejero, decidió prenderse fuego gritando: “¿Cómo esperan que me gane la vida?”, luego que fracasaran sus reclamos por el decomiso de su carreta de frutas. El sacrificio de Bouazizi dio lugar a las revueltas conocidas como “la primavera árabe”, que una década después parecen haberse ahogado en el olvido, sin cambios estructurales significativos. Alison y Mohamed, pese al tiempo y circunstancias que los separan son ejemplo de qué, para no pocxs jóvenes, auto-inmolarse parece la única salida dignificante que les deja esta fase del capitalismo en el que la juventud conforma el grueso de la “población sobrante” lo que, en consecuencia, parece condenarlos a ser abusados sin miramientos.

El estallido social iniciado en Colombia el 28 de abril de 2021, que los medios convencionales, como era de esperarse, no han llamado “la primavera colombiana”, pese a la similitud de su desarrollo con entornos en los que sí ha sido usado ese apelativo, ha tenido en personas jóvenes los más elevados niveles de protagonismo. Las llamadas primeras líneas y los diferentes puntos de concentración permanente denominados, genéricamente, “centros de resistencia” son sus creaciones, y llaman la atención no sólo por su novedad sino porque surgieron de forma espontánea en las barriadas, sin la centralidad de un movimiento político o gremial formalizado. En ese sentido, puede decirse que aparece un nuevo actor político de cuya permanencia y peso en la correlación de fuerzas al interior de la sociedad apenas puede especularse un poco. Pero, bueno, cuando hablamos de jóvenes, en realidad ¿de qué hablamos?

¿“La juventud no es más que una palabra”?

El sociólogo francés Pierre Bourdieu en su libro Sociología y cultura* sostiene que por lo menos debe hablarse de “dos juventudes”, basándose en las diferencias que existen entre, por ejemplo, dos personas de la misma edad, pero de las que una ya está vinculada sistemáticamente al mundo del trabajo mientras la otra pertenece al mundo estudiantil. Para Bordieu, lxs jóvenes obrerxs no serían tales en el sentido estricto del término pues funcional y culturalmente están insertos en un mundo de adultos, en correspondencia con ese carácter binario de la edad que acompañó a la humanidad durante milenios y en el que el paso de la niñez a la adultez no tenía estadios intermedios, y era reconocido y sancionado, incluso, de forma ceremonial. Bourdieu deduce de la generalización de la escolarización y su extensión hasta edades en las que biológicamente los individuos no pueden considerarse niños, la emergencia de un grupo social diferenciado que puede calificarse como juvenil, pues esa franja etaria fue convirtiéndose en transversal a las diferentes clases sociales. La juventud sería, según ese razonamiento, una especie de limbo social en el que la no presencia en lugares decisivos de la producción o circulación de bienes y servicios, hace de sus miembros individuos en el que ellos mismos están siendo “producidos” como futuros agentes, de diferentes condiciones, para el proceso social del mañana.

El sociólogo francés asigna a la brecha creciente entre los alcances de la escolarización y las realidades sociales vividas y por vivir, la razón de la anomía social que muchos perciben en los grupos de jóvenes, y principalmente entre los de las clases subordinadas. Naciones Unidas designó 1985 como el primer año dedicado a la juventud, argumentando la vulnerabilidad de las personas entre 14 y 25 años –con lo que definió por ese rango de edad a las personas que deben considerarse juveniles– a las incertidumbres de la economía, el desempleo, el hambre, la delincuencia, el racismo, la toxicomanía, entre otros peligros, reconociendo, que la marginalidad es un constructo cuya conformación tiene sus raíces en las diferencias y deficiencias de los espacios de la escolarización.

Según el estudio de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), Tendencias mundiales del empleo para los jóvenes 2020: tecnología y el futuro del empleo, la población juvenil suma en el mundo 1.273 millones, de los que 429 millones son trabajadorxs (33,7% del total de la población), mientras que 68 millones son desempleadxs, es decir, que están buscando empleo activamente, y 41 millones son potencial fuerza de trabajo, por estar transitando de la etapa de entrenamiento hacía su primera solicitud de empleo, lo que significa que el 42 por ciento de jóvenes están directamente relacionados con el mercado laboral. De los 735 millones restantes, 509 millones (40%) son estudiantes, mientras que 226 millones (17,8%) pertenecen al grupo denominado ni-ni, ni estudian ni trabajan, cifra en sí misma escandalosa. Pero, lo más grave es que de los pertenecientes al mundo laboral, el 77% (330 millones) están en la informalidad, es decir, que al menos la mitad de la población juvenil está precarizada.

En Colombia, la población de jóvenes (entre 14 y 26 años) está estimada, según el Dane, en poco menos de 11 millones (22% del total, aproximadamente). En 2019 la población estudiantil y la involucrada en el mercado laboral sumaban, cada una, alrededor del 39 por ciento, mientras que el 22 restante correspondía a los que ni estudian ni trabajan. Pero, según esa institución, en el segundo trimestre de 2020 este último grupo subió hasta el 33 por ciento, en un hecho que pese a su gravedad no llamó ninguna atención. Como tampoco, qué en la población juvenil el 55 por ciento de las muertes por causas externas corresponde a homicidios o a secuelas de agresiones, mientras que el 11,1 por ciento lo sea por lesiones auto-infligidas (suicidio) o sus secuelas. Si son consideradas todas las causas de defunción, las provenientes de agresiones representan, en ese grupo de edad, el 40,1 por ciento, mientras que las provenientes de suicidios el 8 por ciento. No puede, considerarse, entonces, como una simple coincidencia anecdótica que el actual ministro de defensa, responsable directo de la cruenta represión de la protesta social, y quien luego de bombardear un campamento de jóvenes, los haya calificado de “máquinas de guerra”, haya sido, igualmnte, director del Instituto colombiano de Bienestar Familiar, institución teóricamente responsable del mejor estar de los menores de edad pues, como vemos en las cifras, la violencia es el ambiente regular que el sistema ha terminado construyendo como el hábitat social para nuestros menores. Si sumamos a lo anterior el 30 por ciento de desempleo juvenil, ¿debe extrañarnos la enérgica reacción mostrada por la juventud en el estallido social iniciado a finales del mes de abril?

Que los centros de resistencia fueran replicados de forma espontánea en Cali, Bogotá, Medellín, Popayán y Pasto, entre otras ciudades, tiene una ineludible explicación en las condiciones de violencia social y física, derivadas de todo tipo de carencias, que los grupos de jóvenes de las clases subalternas tienen que enfrentar en su vida diaria. Es pues la juventud urbana precarizada el nuevo sujeto político que emerge en el Paro Nacional del 2021, y al que los movimientos alternativos deben abrir el espacio que les corresponde si de verdad quieren potenciar un cambio real en la estructura social.

Interrogando el todo

Los estallidos juveniles, y su represión violenta, estuvieron circunscritos en la Colombia del pasado de forma casi exclusiva al mundo universitario. El 8 de junio de 1929, la policía dispara contra una manifestación de jóvenes universitarios que protestaban en Bogotá contra la corrupción dando muerte a Gonzalo Bravo Páez, estudiante de derecho, iniciándose así la larga lista de estudiantes sacrificados en las protestas. La conmemoración el 8 de junio de 1954 del asesinato de Bravo Páez fue reprimida violentamente por el régimen militar de Gustavo Rojas Pinilla muriendo, en los predios de la universidad el estudiante Uriel Gutiérrez, lo que desató la protesta masiva de sus compañeros al día siguiente, siendo respondida de forma aún más violenta por los uniformados con un saldo de 10 estudiantes muertos y 23 heridos. En la caída de la dictadura militar de Rojas Pinilla, durante el paro nacional dirigido por los partidos políticos tradicionales, fueron también jóvenes alumnos los sacrificados con un saldo de 10 muertos en el país. Fue ésta la última ocasión en la que los universitarios sacrificados fueron considerados héroes por el establecimiento, pues a partir de ese momento, el movimiento estudiantil cuestiona el sistema y entra a formar parte del enemigo interno.

Mayo de 1968 marca en el mundo la emergencia de la juventud universitaria como actor político, cuyo principal efecto será el impulso de en un cambio cultural que rompe muchos parámetros del comportamiento juvenil tanto en lo simbólico –el vestuario, por ejemplo–, como en las formas de relación entre los sexos, para citar tan sólo dos aspectos, que asumen formas de liberalidad antes proscritas. Sin embargo, la esperanza de un cambio en el sistema económico en los países occidentalizados no pudo ser concretado. En Colombia, el impacto de la marea estudiantil mundializada tardó un poco en tener efectos masivos y es a partir de 1971 cuando centrado en transformar la estructura de funcionamiento de las universidades el movimiento estudiantil alcanza movilizaciones importantes, que con altibajos ha continuado hasta nuestros días. Las cifras de los “estudiantes caídos”, nombre con el que son conocidos los muertos en las refriegas con los agentes del Estado, son difíciles de contabilizar, si bien los que han explorado el tema estiman que no menos de dos centenares de jóvenes universitarios han perdido la vida desde la década de los setenta del siglo pasado. La inconformidad aflora para este grupo social, en no poca medida, de cuestionamientos de la realidad surgidos desde la reflexión intelectual, y el espíritu contestatario, también en no poca medida, acaba con el ciclo académico, dando lugar a expresiones muy conocidas como: “quien no ha sido revolucionario en su juventud no tiene corazón, y quien lo sigue siendo de adulto no tiene cabeza”, que expresan esa temporalidad limitada de algunas rebeldías circunscritas tan sólo al tiempo estudiantil.

El paro nacional del 2021 ha significado una ruptura con esa tradición que limitaba la protesta juvenil a los campos universitarios pues fueron las barriadas los puntos de resistencia y confrontación. Lxs estudiantes estuvieron tan sólo como otrxs más, siendo una juventud acentuadamente precarizada la principal protagonista que en sus consignas transparenta la urgencia de superar unas condiciones sociales insoportables. Pierre Bordieu, en el texto citado anteriormente, al referirse al mundo del precariado anticipa que sí la explicación de la condición de marginalidad alcanza la dimensión política, eso conduce necesariamente a un cuestionamiento de todo el conjunto socio-cultural: “Para explicar su propio fracaso, para soportarlo, esta gente tiene que poner en tela de juicio todo el sistema, sin particularizar, el sistema escolar, y también la familia, de la que es cómplice, y todas las instituciones, identificando la escuela con el cuartel, el cuartel con la fábrica. Hay una especie de izquierdismo espontáneo que recuerda en más de un rasgo el discurso de los subproletarios”. Esa radicalidad del cuestionamiento tiene que ver con el hecho que la discriminación y los abusos que la acompañan atraviesan todo el espectro de las manifestaciones sociales cuando la marginalidad sobrepasa ciertos grados: el lenguaje, el vestuario y la estética exhibida son inferiorizados y la segregación, en no pocas ocasiones, asume formas violentas. La naturalización de la situación por los supremacistas de todo tipo incuba y justifica el apoyo de los poderes establecidos a los abusos, y, del lado de los segregados, ha sido el cimiento de la conformidad y la aceptación. Racionalizar las causas significa, por eso, interrogar y actuar sobre la totalidad.

Respuestas que desnudan

La reacción armada de las autodenominadas “gentes de bien” ha hecho visible un aspecto que el sentir común percibe pero no interioriza: el carácter violento y letal del control social que las élites han extendido por 200 años. Que los grupos del privilegio no deleguen, sino que directamente empuñen y disparen sus armas en compañía de uniformados, le mostró al país que el latifundismo armado de las zonas rurales, este sí ejercido de forma delegada, no fue una acción de algunos empresarios del campo desesperados, sino una alianza público-privada que mediante el terror ha ampliado sus propiedades y controla la población. La propuesta de una parlamentaria del partido de gobierno de legalizar la tenencia de armas sin apenas restricciones, es señal que las “gentes de bien” buscan también normalizar el paramilitarismo urbano.

Las camionetas blancas de alta gama y el aspecto de caballistas de quienes disparaban desde los lujosos vehículos, muestran el carácter integral y consumado del fenómeno paramilitar y de su asunción como política estandarizada para el mantenimiento del statu quo. Que en las redes sociales al barrio de Cali desde el que le dispararon a los manifestantes le haya sido cambiado su nombre oficial de Ciudad Jardín para ser rebautizado como Ciudad Bacrim, es un indicio qué en el imaginario colectivo hay una claridad mayor sobre el creciente peso y extensión de la economía ilegal de la cocaína en las diferentes dinámicas de la acumulación de capital, como también del hecho que un poder surgido de lógicas delincuenciales no sólo es ilegítimo sino peligroso para la integridad y la vida de los ciudadanos. El decomiso, en pleno suceso de las protestas, de una avioneta con una carga de 446 kilos de alcaloide de alta pureza, que había despegado de un aeropuerto oficial, perteneciente a “gentes de bien” que ocupan periódicamente los espacios de las llamadas revistas del corazón, y que a su vez son seguidores incondicionales de las políticas del jefe del partido de gobierno, fue un suceso mediático que no dejó dudas sobre la procedencia del paramilitarismo urbano que dispara contra los manifestantes, pues quienes pudieron ser identificados como pistoleros proceden del mismo grupo social de los involucrados en la narco-nave.

El carácter multidimensional del ideario juvenil contestatario, que va desde quienes asumen la defensa de la diversidad del género, pasando por las diferentes facetas del feminismo, el reclamo étnico, hasta los ecologistas, los animalistas y los especistas ha llevado el cuestionamiento del capital a dimensiones antes no consideradas o consideradas poco relevantes. Esta realidad, que no puede desconocer las asimetrías en las relaciones económicas inter-humanas, da a las perspectivas de las revueltas de lxs jóvenes unas metas más amplias que las contempladas hace medio siglo, llevando el desafío político quizá al grado más alto que debemos enfrentar, por lo menos en los últimos tiempos. Esto tiene su contracara en el hecho que la reacción que amenazan desencadenar movimientos regresivos como los diferentes grupos neo-nazis es igualmente desafiante por su carácter necrótico y su base económica delincuencial, y porque, desafortunadamente, también atrae a no pocos jóvenes, que ven en la diversidad incertidumbre y en el cuestionamiento de las actuales relaciones entre lo humano y lo no humano un salto al vacío.

En Colombia, las consecuencias de la instrucción de las fuerzas armadas en doctrinas de ese tipo, como es el caso de las superficiales tesis de la “revolución molecular disipada”, que no por elementales son menos peligrosas, han quedado demostradas con el cruento saldo dejado por la represión de la protesta social. La suscripción de la Carta de Madrid, el manifiesto de la ultraderecha iberoamericana, por un grupo de parlamentarios del partido de gobierno es otra señal que frente al “basta ya” de lxs jóvenes y a su negativa de ser meramente sobrevivientes en el limbo oscuro de los sin derechos, o de los derechos recortados, la respuesta que planteen las élites sea exacerbar aún más la violencia endémica usada por décadas. El desafío de una representación adecuada de la realidad y el diseño de un marco de acción que nos conduzca a una sociedad más amable y equitativa es, entonces, una tarea urgente para los que deseamos un mundo mejor.

* Pierre Bordieu, Sociología y cultura, Capítulo 10: “La ‘juventud’ no es más que una palabra”

 

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Información adicional

Autor/a: Álvaro Sanabria Duque
País: Colombia
Región: Suramérica
Fuente: Periódico desdeabajo Nº280

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