Cerca de esa hora el Gobierno dio a conocer sus condiciones, “que abandonen la Hacienda, que dejen los palos, que todos se vayan para sus casas”.
La respuesta de los indígenas no se hizo esperar: “Estamos en nuestro derecho, estos territorios históricamente son nuestros. De aquí no nos movemos”. Su convicción se veía reforzada por las numerosas delegaciones que procedentes de Tacueyó, San Francisco, Jambaló y otros cabildos llegaban, hora tras hora, durante toda la tarde. De otros municipios y cabildos llegaban mensajes solidarios y la disposición a marchar sobre el Cauca.
Pero el Gobierno no sólo dilató. Cerca de las 5,30 de la tarde, un nutrido grupo de policías inició un nuevo ataque sobre estos: con decenas de tiros de bombas lacrimógenas, varios carros antimotines rodando por entre matorrales y cientos de uniformados, reforzados por soldados fuertemente armados, pretenden desalojar a la fuerza a los paeces. Los heridos no se han hecho esperar, ahogados por los gases y golpeados por las bombas en rostros y otras partes del cuerpo, varios indígenas se ven tirados en la tierra. En momentos en que se redacta esta información la gresca es intensa. La vida de esta comunidad está en riesgo. La posibilidad de una masacre se hace eminente. La noche cubre este territorio.
Por periódico desde abajo
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