La mañana del 4 de febrero pasado no fue buena para el alcalde Peñalosa, quien al recorrer la carrera séptima con algunos de los integrantes de su gabinete y representantes de la fuerza pública, fue abucheado por vendedores callejeros y otras personas inconformes con las que se cruzó. Entre todas las personas que los increparon, relució la señora Ana Isabel Hernández, vendedora ambulante, quien con dignidad le reclamó por los desalojos de quienes se ganan el sustento diario ofertando diversidad de mercancías a la intemperie.
“Deme una respuesta ¿¡por qué manda atropellar a los vendedores de tinto!? ¿¡Por qué!? […] ¿¡A su merced le gustaría ser perseguido, entonces!? ¿¡Por qué no nos ubican!? ¡Deme una respuesta que nos satisfaga! ¿¡Por qué no vienen a hablar con nosotros!? ¡Acérquese al parque Santander, donde les están regando hasta el tinto a las personas, yo soy una de esas personas y me duele! ¡¡Su merced mismo lo dijo, que prefería ver no sé cuántos ladrones en cada esquina de Bogotá y no cuatro vendedores ambulantes!! ¿¡Entonces!? ¡Que lo atraquen a usted a ver cómo le parece! ¡¡Tenemos derecho al trabajo!!”. Así, respirando de manera acelerada, con su cara cubierta por el rubor y la rabia, entre lágrimas y rabia por las medidas del alcalde Peñalosa, terminó el efusivo y digno reclamo de doña Ana Isabel.
Dicen por ahí que perro viejo ladra echado. Y este can de pelo blanco, que con dificultad hila sus ideas, no fue la excepción. Unas horas después sus responsables de prensa comunicaron a la ciudad que doña Ana había sido invitada para que el 8 del mismo mes llegara al palacio Liévano pues el Alcalde deseaba hablar con ella.
Así fue. Doña Ana Isabel llegó en la fecha indicada a las 8 am a la oficina del Alcalde, quien sin pudor alguno le dijo: “Quiero pedirle disculpas por todo lo que pueda haberla molestado, de ninguna manera nosotros queremos que haya ningún maltrato a nadie, y menos a una mujer trabajadora y humilde”. Ana Isabel también pronunció algunas palabras: “Lamento las palabras que le dije, de que lo atracaran, uno no debe desearle mal a nadie, yo sé que su merced es una buena persona y le deseo lo mejor”.
Pero el burgomaestre no se limitó a lo dicho. Al final del encuentro, con su visita al frente, habló para los medios: “Le hemos ofrecido que va a tener en La Candelaria un puesto fijo, donde va a poder vender bien sus tintos, aguas aromáticas y un pequeñito capital para que comience a comprar las… el primer arranque de unas almojábanas y demás, ¿a usted le parece ese un buen sitio, no cierto?” pregunta a la que la señora Hernández asintió satisfecha.
Humildad del y para el espectáculo. Sin embargo, la visita no fue tan espontánea ni tan voluntaria.
En una entrevista realizada por el concejal Hollman Morris a la señora Ana Isabel, oriunda de Sogamoso, Boyacá, dio su versión del contexto y las causas que previeron dicho encuentro con el burgomaestre. “Siento hasta rabia conmigo misma, porque nunca debí yo haber ido a esa alcaldía, ¡pero ese periodista me tenía desesperada, Dios mío! Persígame, allí son testigos, yo tengo cómo comprobarlo; la manera como me persiguió ese señor, y utilizó la estrategia: como sabe que nosotros somos personas sufridas, a diario aguantando por parte de la policía miles de atropellos y malos tratos y todo. Como ellos saben que tal vez estamos en un estado de vulnerabilidad o de mucha sensibilidad […] tienen la estrategia para enredarlo a uno… ‘señora Isabelita, que se acerque, el señor alcalde le manda decir que no tenga ningún temor, acérquese al despacho que él la va a ayudar’, que no sé qué ¿¡Cuál ayudar!? Si lo del tal abrazo lo tenían planeado para conveniencia de él. A mí nunca me dijeron que iban a editar ningún video, ni nada; me utilizaron”.
La manipulación no termina ahí. De la cita espectáculo se desprendieron consecuencias; así lo narra doña Ana: “Me hicieron ir al Ipes, y dijeron que me iban a dar un carro mecatero en un Cade del 20 de Julio, y con el supuesto capital que iba a dar el alcalde, con eso que lo surtiera”.
Pero como en campaña electoral, nada de lo prometido fue cumplido, solo evasivas, al final los funcionarios del Ipes, por iniciativa y como avergonzados por la actitud politiquera de la cabeza oficial de la Alcaldía, le ofrecieron 150 mil pesos reunidos entre ellos y un carro mecatero, cosa muy distinta al puesto fijo prometido por el agente de pelo blanco y sonrisa de yo se nada.
Aunque necesita, doña Ana Isabel Hernández, cuya dignidad le brotaba por todos sus poros, rechazó el ofrecimiento de los funcionarios, y en seguida pidió anular el acta de cumplimiento que le habían hecho firmar, porque se sintió engañada.
Adolorida por la manipulación, cuenta la señora Ana que sus compañeros de trabajo callejero, que hasta no hacía mucho le extendían su admiración por haber encarado al Alcalde, poco después empezaron a injuriarla por salir abrazada con el Alcalde. Ella cuenta con razón, que nunca pensó que la cita era una simple estratagema para hacer propaganda politiquera.
La lección que deja este suceso es simple: Peñalosa no negocia, no dialoga con los vendedores ambulantes, ni con el gremio de recicladores, como quiere hacer creer a la ciudadanía; sólo los usa como pantomima que disfraza sus verdaderas intenciones. No le preocupan los más pobres, él trabaja por quienes financiaron su campaña, los mismos que quieren ampliar la periferia de Bogotá y llenar de buses de articulados las calles de la ciudad.
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